Josefina

Josefina


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EN realidad no se llama Josefina ni se apellida Joandersson.

Su verdadero nombre es Anna Grå.

Es un nombre encantador si le va a una persona. Pero ella se siente demasiado pequeña para ostentarlo. Llamarse Ana Gris, porque eso es lo que significa en sueco, es como llevar unos zapatos que te quedan grandes. Al andar se te salen. Por eso tienes que guardarlos en un armario hasta que crezcas.

Puedes hacer lo mismo con los nombres si te resultan demasiado grandes. Al menos eso es lo que ella ha hecho.

Aprendió a escribir Ana Grå. Después lo escribió con letras mayúsculas en el fondo de una caja de cartón, la tapó y guardó la caja en el armario.

Así que Anna Grå aguarda allí hasta crecer lo suficiente para ser Anna Grå.

Mientras tanto ha de tener otro nombre. Eso no tiene por qué ser difícil. Hay montones de nombres.

Tiene que encontrar un nombre de pila poco corriente. El apellido puede compartirlo con mucha gente.

No hay en la aldea absolutamente nadie que se llame Josefina. Pero la mayoría de los que allí viven se apellidan Johansson o Andersson. Si juntas los dos apellidos tienes Joandersson; así puedes compartirlo con el doble de personas.

Josefina Joandersson es un nombre muy bonito, un nombre con el que cualquiera puede sentirse feliz.

Josefina es una persona y nadie más; Joandersson significa miles y miles de personas.

¡Y así es como debe ser!

Desde ahora quiere ser Josefina Joandersson.

Y nada de Anna Grå. Ya está olvidada.

Mandy es la cocinera de la vicaría en la que vive Josefina. Es una persona importante.

A veces, mientras remueve el contenido de sus humeantes cazuelas o amasa, dice las cosas más extrañas acerca del mundo y del hombre.

Otras, habla de lo grande que es la Tierra y lo pequeñas que son las personas. Y describe minuciosamente la pequeñez del hombre en nuestra enorme Tierra.

Josefina siempre la escucha con cara de espanto y, a la vez, de satisfacción.

Es difícil entender lo que Mandy dice. Al fin y al cabo, cualquiera puede advertir que Mandy no es especialmente pequeña. En realidad es la persona más corpulenta de la vicaría. Los brazos y las manos de Mandy son los más grandes que Josefina haya visto nunca. Y, sin embargo, Mandy le asegura que en esta Tierra ella es sólo una enanita, un insecto pequeño e indefenso, una motita.

Josefina no puede apartar los ojos de Mandy. Verdaderamente es redonda como una motita; pero, desde luego, no resulta pequeña. Para Josefina, Mandy es el ser menos indefenso que hay.

Tampoco tiene la voz como un insecto. Es la realidad. No hay otra voz en la vicaría que resuene con tanta fuerza.

¡Sí, desde luego, Mandy está llena de enigmas!

A veces suspira y dice que la Tierra es cada vez más pequeña. Esto le ocurre cuando echa un vistazo a los periódicos.

—¿Se está encogiendo, entonces? —pregunta Josefina.

—Sí, claro —replica Mandy—, encoge un poco cada día.

—¿Como mi blusa azul al lavarla?

—Exactamente.

Eso parece terrible. La blusa de Josefina se ha quedado tan pequeña que ya no puede ponérsela. ¿Es eso lo que le va a pasar a la Tierra?

—¿Podemos quedarnos sin ella, Mandy? —pregunta Josefina.

—¿Sin qué?

—Sin la Tierra. ¿Se está quedando ya demasiado pequeña para nosotros?

—Sí —dice Mandy—. Te estás volviendo tan juiciosa como un profeta, señorita Josefina.

Mandy se concentra en el periódico. Josefina está verdaderamente preocupada.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunta, mientras retira a Mandy el periódico—. ¿Qué podemos hacer si no hay sitio suficiente para nosotros?

Mandy se baja las gafas hasta la punta de la nariz. Lanza a Josefina una mirada tranquilizadora.

—No hay peligro de eso —dice—. Porque, fíjate, Josefina, nosotros somos también cada vez más pequeños.

Con los ojos como platos, Josefina contempla el enorme corpachón de Mandy.

—¿Tú también te estás encogiendo, Mandy?

—Claro. Mira, señorita, la Tierra es sólo un astro más en el universo. Y todos nosotros sólo somos unas motitas de polvo. Quizá un buen día podamos volar a la Luna; quién sabe…

Así charlan Mandy y Josefina en la cocina de la vicaría. Y a Josefina le resulta cada vez más evidente que el mundo en el que vive es muy extraño.

Es difícil estar segura de algo.

Por ejemplo, todos dicen que la Tierra es redonda como una pelota, cuando cualquiera es capaz de advertir por sí mismo que es plana.

Pero, grande o pequeña, plana o redonda, hay algo cierto: es vieja.

La iglesia también es vieja; tan vieja que nadie sabe quién la construyó.

—No sirve de nada preocuparse por eso —dice Mandy—. Las viejas iglesias como ésta no las construye nadie. Nacen solas. ¡Mira el tejado! ¿No parece que ha salido directamente de la tierra?

Sí, realmente así es.

La iglesia está justamente enfrente de la vicaría, cruzando la carretera. Al lado hay un campanario de madera con dos campanas que resuenan pesadamente, haciendo vibrar en ondas el aire. Han sonado así durante cientos y cientos de años. Y cuando el cielo está azul, el sonido se alza recto hacia arriba, volando como una golondrina. Pero cuando el cielo está gris, entonces el sonido se vuelve pesado y brama como un trueno sobre el bosque.

A Josefina no le dan miedo las campanas de la iglesia. Está acostumbrada a ellas. Las ha oído desde que nació.

Tras la iglesia hay un campo. Allí también hay campanillas, pero son pequeñas flores y suenan tan quedamente que apenas se oye, aunque la niña dice que las ha oído. Aquel campo se llama el Prado de la Campana. Y allí todo es nuevo: las flores y la hierba son distintas cada año.

Todo lo demás es viejísimo. Los tilos del paseo y el roble del parque. El roble es terriblemente viejo y tiene un agujero en el tronco.

Y, naturalmente, también es vieja la vicaría.

La cama, la silla, el sofá y la cómoda de la habitación de Josefina, todo es viejo.

Y Mandy. ¿No la llaman a veces vieja Mandy?

Josefina tiene seis hermanos. Pero son mayores y, menos Agneta, que va a casarse pronto, ya no viven en la vicaría.

«Si yo no supiera que son mis hermanos y hermanas, creería que son mis tíos y tías —piensa Josefina—. Son demasiado mayores».

Josefina tiene seis años; cumplirá siete este invierno.

Es muy pequeña para su edad: nadie cree que este otoño empezará a ir a la escuela. ¡Pero claro que irá!

Tiene que empezar a ir a la escuela. ¡Al fin y al cabo, es tía! ¡Y lo fue incluso antes de haber nacido!

¿No parecería extraño que un par de sobrinos suyos fueran a la escuela y ella no, siendo su tía?

PAPÁ-PADRE es el vicario de la iglesia.

Tiene muchos años; eso lo sabe Josefina. Pero no puede decir exactamente cuántos; no cien, desde luego, pero muchos más de los que ella puede contar.

Sin embargo, papá-padre no es viejo.

A veces insinúa que es viejo, sobre todo con Josefina. Como cuando quería que le llamara padre en vez de papá.

—Tú tan pequeña y con un papá tan viejo… —dijo. Y entonces sí que aparentó ser viejo y serio.

Josefina se echó a reír, pero él se mostró testarudo. Dijo que debía llamarle padre. Alto y esbelto, tenía la cara mucho más alta que la de Josefina. Cuando ella le llamó padre, fue como si todavía se levantara más, de tal manera que nunca pudiera volver a alcanzarlo.

Entonces se le ocurrió la idea de llamarle papá-padre, y a él le pareció bien.

Decir papá-padre es como sujetar un globo. Papá es el hilo y padre el globo. Si no le permitieran decir papá antes de padre, se sentiría como si hubiera soltado el hilo y dejado escapar al aire el globo.

Eso sería muy peligroso con papá-padre, que es el pastor de la Iglesia y piensa mucho en el cielo.

A papá-padre no se le puede molestar. Las dos grandes puertas de color castaño que dan a su habitación se hallan casi siempre cerradas. No permite que nadie las abra. En cualquier caso, ella no puede. Los picaportes son grandes y pesados; puedes colgarte de ellos y aun así no se abrirán las puertas. Aunque Josefina ya no lo hace; sólo se colgaba cuando era pequeña.

Pero las puertas le recuerdan a papá-padre. Se siente tranquila simplemente sabiendo que él se encuentra dentro.

Allí se sienta a escribir su sermón. «Sermón» es como se llaman las palabras solemnes que dice en la iglesia todos los domingos. Es el único que habla, y nadie puede interrumpirlo porque habla acerca de Dios Padre.

Todo el mundo sabe quién es Dios Padre. Es la persona más vieja en la Tierra y en el Cielo. Es más antiguo que todo lo demás que existe, porque Él existió antes y todo lo hizo Él solo. En los grabados parece también viejo y cansado. Josefina tiene una imagen de Él en un libro que le dio papá-padre. Es un magnífico anciano con pelo blanco y barba.

Pero es imposible no sentir pena por el hijo de Dios Padre. Creció tan rápidamente que casi nunca fue niño; sólo un bebé durante muy poco tiempo. Luego, de repente, se hizo mayor y pasó muchas penalidades. Jamás tuvo tiempo de jugar, todo pasó muy aprisa. Al final se fue al Cielo, sencillamente como un globo sin hilo.

A veces se pregunta qué les sucedió a sus hermanos y hermanas. ¿También ellos crecieron muy aprisa? Pobres…, quizá tampoco tuvieron nunca tiempo para jugar.

¿Y qué le sucederá a ella? Quiere seguir jugando y jugando…

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