John

John


Capítulo 1

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Capítulo 1

 

6 meses antes

 

John terminó de fregar el último plato que dejó sobre el paño de cocina recién extendido. Se pasó el dorso de la mano por la frente, y volvió a pensar que tenía que llamar al casero para que les arreglara de una vez el aire acondicionado o no pasarían de ese verano, era imposible vivir con tanto calor, y lo peor estaba por llegar, o al menos eso decían en las noticias, solo estaban a principios de verano y ya era asfixiante. Las previsiones más fatalistas hablaban del verano más caluroso de las últimas décadas. Dejó el trapo sobre la mesa, aunque antes de salir de la cocina abrió el frigorífico para coger una lata de refresco, y no pudo evitar fijarse en el hueco del primer estante, ese en el que Max solía poner las guarradas energéticas y los yogures proteicos que tomaba. Resopló antes de cerrarlo, abrió la lata y dando un largo trago salió de allí en dirección al salón.

La casa estaba solitaria y silenciosa, algo bastante inusual, haciendo que todo a su alrededor le pareciera un tanto irreal. Cientos de veces había querido llamar a Max o ir a buscarle, deseaba pedirle perdón por lo que fuese que había hecho, y suplicarle que volviera, que todo sería como antes. Después recordaba que ya nada podría ser igual, y abandonaba esas ideas, hundiéndolas en lo más profundo de su subconsciente, el problema era que flotaban, y a los pocos días volvían a la superficie de su mente, y de nuevo la tentación de llamarle regresaba. Cada vez le costaba más no hacerlo, sin embargo si algo tenía claro era que Max necesitaba tiempo, no sabía muy bien para qué, pero con Max lo mejor era «dejarlo pasar» y cuando se calmara, lo más probable sería que podrían solucionarlo todo. O eso esperaba, pues le necesitaba en su vida, como había estado siempre.

—Me largo —anunció Heit desde el quicio de la puerta.

Llevaba puesto un traje azul marino e iba impolutamente peinado, a pesar de que era sábado y se suponía que no trabajaba. El caso era que en las últimas semanas, John ya no sabía ni cuándo entraba ni cuando salía, cuándo trabajaba o no, en realidad, Heit se había vuelto más hermético aún. Era imposible acercarse a él en ese estado en el que se encontraba. Casi prefería los arrebatos de Max, más sonoros, más destructivos, aunque más entendibles y manejables, con Heit era imposible saber si estaba triste, contento, enfadado o alegre. Descifrarle tras esa mascara de indiferencia con la que escondía su verdadera faz cada día, se había vuelto en un ejercicio demasiado complicado e infructuoso. John llegaba a preguntarse si siempre había sido así y no había querido verlo, el caso es que no recordaba tanta hosquedad en su amigo, siempre había sido un chico complicado, con pocos amigos, solitario… sin embargo el Heit que ahora estaba frente a él había ascendido unos cuantos peldaños su nivel de psicopatía.

—Oye, que teníamos que hablar —le recriminó John—. Es importante.

—No, no lo creo.

—¡Joder Heit! Este mes podremos pagar el piso, pero sin Max va a ser complicado seguir aquí, y a mi me encanta este apartamento.

—¿Y la solución es? —inquirió Heit mirando impaciente el reloj que adornaba su muñeca.

—Ya te lo dije, tenemos que alquilar la habitación.

—Pues hazlo —respondió Heit con indiferencia.

—Está bien, pondré un anuncio —claudicó John viendo que no llegaba a ninguna parte la conversación.

—Bien —acotó Heit que entró un segundo a la cocina y volvió a salir—. Oye, procura que no sea una tía ¿vale?

John sonrió casi sin ganas, Heit no dio muestras de hacerlo ni con ganas ni sin ellas. Su sonrisa parecía que había quedado soterrada bajo ese rictus de amargado que arrastraba las últimas semanas.

—¿Trabajas hoy? —inquirió John.

—Horas extra y llego tarde —declaró Heit.

—Quiero hablar contigo —dijo John.

—Y yo quiero la paz en el mundo… Parece que ninguno de los dos va a tener suerte hoy —replicó socarrón.

—Eres imbécil.

—Lo sé —afirmó desapareciendo escaleras abajo.

John cerró de un portazo y se fue al salón, se dejó caer en el sofá abatido. Todo había cambiado mucho en las últimas semanas, y no le gustaba como estaba todo ahora. Le encantaban los cambios, como a todos, solo si estos eran para bien, y no como en este caso que parecía que todo estaba a punto de desmoronarse a su alrededor. No quería a un extraño en el piso, sin embargo tenía que ser realista con la situación, y esa era que no podían afrontar los gastos ellos dos solos, aunque Heit parecía no querer verlo. Esos pensamientos le llevaron de nuevo a la idea de llamar a Max, puede que todo tuviera solución, se animó a sí mismo, para instantes después ser sincero y dejar de engañarse, Max jamás volvería, su amistad se había ido al garete por una mujer. Maldita mujer. Cerró los ojos para dejar que ese sábado pasara lo más deprisa que pudiera.

Esa mañana John se levantó más temprano de lo normal, había quedado con un par de posibles candidatos para ocupar la habitación vacía, la que había sido la de Lena. Heit, una vez Max estuvo fuera del piso, decidió quedarse en la habitación del final del pasillo y no regresar a la suya propia, la verdad era que John no terminaba de entender el motivo, pues tenía más luz y se había cabreado mucho cuando había tenido que mudarse a la del final del pasillo que decía detestar. El día que tocó empaquetar todas las cosas de Lena, Heit buscó un pretexto para marcharse del piso, y desde ese día estaba más taciturno todavía, si es que eso era posible. John tuvo que decidir qué hacer con la ropa y los objetos personales de Lena, primero fue a ver a Vicky, la amiga con la que se alojó y por la que acabo con ellos aquella tarde, sin embargo ella no había vuelto a saber nada de Lena. Como ahí terminaban sus contactos para poder localizarla dio la ropa a la parroquia y los libros a una biblioteca, ¿qué más podía hacer? Y con ese pensamiento llegó a la cocina para preparar café. Las mañanas eran menos llevaderas desde que no se lo encontraba recién hecho ni con tostadas calientes.

—Me voy —anunció Heit apareciendo por el pasillo vestido de manera impecable.

—Ah no, y una mierda, a mí no me dejas solo con el marrón, que ya viste lo que pasó la última vez —replicó John sonriéndole con picardía, aunque no arrancó ni una pequeña expresión en su compañero—. Heit, no me jodas —susurró con los dientes apretados.

—A ver, ¿qué quieres?

—Solo que estés aquí y me des tu opinión, los dos vamos a tener que vivir con un desconocido, al menos que lo hayamos decidido debemos decidir juntos ¿no?

Heit rebufó, dejó el maletín sobre uno de los taburetes dispuestos alrededor de la barra, y salió con el móvil en la mano para poder advertir que ese día no podría ir a trabajar. No hacía falta que dijera que estaba cansado, lo estaba, mucho, y no hacía nada para evitar que se le notara. Odiaba estar en esa casa, y no, no era que las paredes se le cayeran encima, lo que le estaba sepultando en vida eran todos los recuerdos, todos los momentos vividos, todo tal como pasó, y todo como le gustaría que hubiera pasado. Si permanecía allí era por John, más que un amigo, era un hermano, y ya había perdido a Max, no quería también perderle a él. Por eso soportaba estar en ese apartamento, sobreviviendo que a cada instante le atacara la imagen de Lena. Lena vestida, Lena desnuda, Lena, Lena, Lena…

—Heit… ¡Heit! —gritó John haciendo aspavientos para llamar su atención, pues el chico se había quedado parado en medio del pasillo con la mirada perdida en ninguna parte.

—¡Me cago en todo! —rebufó Heit asustado, ya que no había advertido que John le había seguido—. Deja de hacerme eso o un día al girarme te suelto una hostia.

—Pues escúchame cuando te hablo —se quejó John, que comenzaba a estar harto de todo eso.

—Empiezas a hablar como una tía.

—¿Sabes una cosa Heit? —susurró captando su atención—. ¡Vete a la mierda!

—¿A la mierda? —inquirió—. A la mierda… —repitió sin poder evitar soltar una carcajada—. ¡Ya estoy en ella! —gruñó encerrándose en el baño, que era la puerta más cercana con la que poder dar un portazo.

—Pero… ¡¿Qué haces en el baño?! —le interrogó John sorprendido. Heit abrió la puerta y salió con los puños y los dientes apretados.

—¡Yo qué sé! —exclamó.

—De verdad tío, cada vez estás más loco.

—Y tú cada vez… —ambos se miraron, Heit intentó dilucidar en su agitada mente algún mal calificativo para su amigo, sin embargo se había quedado en blanco, algo que detestada y que sucedía con mayor frecuencia en las últimas semanas— Cada vez… Aahhhh —siguió intentando pero nada, no se le ocurrió qué decir, así que se rindió—. ¿Y cuándo dices que vienen los candidatos?

—El primero debe estar a punto de llegar. Es un estudiante de…

—Paso de estudiantes.

John enarcó una ceja. Heit bufó y se dirigió hacia la cocina donde se sirvió un café, después buscó en su maletín hasta encontrar algo para el incipiente dolor de cabeza, y que bien seguro iría a más a lo largo de ese tedioso y aborrecible día.

El primer chico resultó ser una copia barata de John, esa fue la sensación que le dio a Heit. Estudiante de farmacia, de buena familia, educado, correcto, un auténtico muermo. Hablaba como si quisiera sentar cátedra con sus frases lapidarias y sus vastos conocimientos en un montón de temas, que a Heit le parecían de lo más absurdo e inútil. Para lo único que podía servir un estudiante de farmacia era para conseguir cosas para colocarse, y en eso ya iba servido. El chico rechazó el refresco porque no tomaba nada con azúcar, también el café, pues la cafeína era un estimulante demasiado fuerte, y rehusó el hacer bote para la comida. Un auténtico gilipollas. Heit se sentó en el taburete, mientras John terminaba de despedir al energúmeno del cual ya ni recordaba el nombre.

—Me gusta —dijo John al entrar— parece buen tío y…

—Ni de coña.

—¿Sin más? —inquirió John.

—Es un pedante, me recuerda a ti, y ya tengo bastante con el original como para que intentes endiñarme una copia barata. Solo le faltaba el «made in china». Paso —declaró Heit.

—Mira, no tengo ganas ni de pelearme contigo —bufó John—. Pasamos de él, a ver el siguiente. Pero joder Heit, intenta tener la mente un poco abierta y receptiva, por favor. No eternicemos esto, no es necesario.

—No es mi intención eternizar nada, de hecho, quiero terminar cuanto antes.

—Estamos de acuerdo en algo.

Era casi la hora de comer cuando el siguiente posible nuevo inquilino llegó al piso. Lo hizo con casi una hora de retraso por la que no se disculpó. Era algo mayor que ellos, bien vestido, engominado y acarreaba un maletín que parecía pesar más que él. Heit lo observó de hito en hito, mientras el hombre, que se llamaba Carlos, hacía lo propio con la que podía ser su habitación. Parecía examinarlo todo a conciencia, cosa que molestó sobre manera a Heit, aunque a esas alturas ya todo le molestaba.

—¿Y eso? —le susurró Heit a John señalando el maletín que el hombre no había soltado ni un segundo.

—¿Qué pasa, te molesta no tener la exclusiva en maletines?

—¿Llenos de droga? Sí.

John le miró entrecerrando los ojos, sopesando hasta que punto podía Heit estar en lo cierto. ¿Droga? Miró con suspicacia e incluso olisqueó, hasta que se sintió un poco absurdo haciendo eso.

—No está mal —dijo Carlos saliendo al pasillo, donde un sorprendido John le hizo un gesto para que le siguiera—, la verdad es que es lo mejor que he visto hasta el momento. Buena zona, la habitación es grande y el salón es perfecto.

Heit les siguió un par de pasos por detrás, sin perder de vista el sospechoso maletín. Era un tipo fuerte, y la cabeza rapada le daba un aire aún más imponente. Parecía algo rudo y arrogante… No recordaba cómo se llamaba.

—¿De qué trabajas… ahh…?

—Carlos —repitió mirándole, pero sin mostrar una evidente molestia porque no recordara su nombre—. Soy representante musical, bueno, lo era —rectificó de inmediato—, acabo de firmar un contrato con una discográfica para ser su nuevo «cazatalentos», así que, si todo va bien, esto de compartir piso será solo de manera temporal.

—Vaya… —John dejó unos refrescos sobre la mesa y se sentó al lado de su amigo.

—¿Viajarás mucho? —quiso saber Heit dando un trago de la lata.

—Es posible, sí. ¿Ventaja o inconveniente?

—Si pagas todos los meses ventaja —respondió Heit.

—Eres un tipo práctico. Puede que algunas semanas esté más tiempo fuera que aquí.

—No hay problema —se apresuró a decir John.

—Solo hay un pequeño detalle, sin mucha importancia tampoco. El traslado ha sido algo precipitado —explicó con voz pausada mientras vertía su refresco en un vaso—, y no he podido organizarme muy bien con mi chica, así que puede que algunos días, ella venga aquí.

John esbozó una media sonrisa sin poder evitar ese pequeño destello de maldad al mirar a Heit que, a diferencia suya, las palabras de Carlos no habían despertado idea ni interés alguno.

—Puede que nos deje follárnosla —gesticuló John en su dirección con discreción, pero de nuevo Heit no dio muestras de querer seguirle la corriente, no tenía ganas de bromas.

John rebufó, cansado del mal humor que arrastraba Heit desde que… sacudió la cabeza.

—Si tiene que ser un problema… —comentó Carlos.

—No —atajó John—. Bueno, no tiene porqué.

—Depende cuántos días sean «algunos días» —replicó Heit con su habitual tono metálico en la voz.

—Si queréis podemos hacer lo siguiente: si la estancia de Angélica se alarga más de lo normal puedo pagar un plus en el alquiler de ese mes.

—Me parece correcto —convino Heit satisfecho—. Podemos añadirlo en el contrato.

Carlos se levantó dando un último vistazo a su alrededor, su presencia en sí era imponente. Se pasó la mano por el mentón, cómo si estuviera meditando alguna cosa antes de volver a fijar su vista en ellos, que aún permanecían sentados.

—¿Qué pasó con el otro inquilino? —se interesó de pronto, como si eso fuera de alguna importancia para él.

Los chicos no pudieron evitar mirarse, el primero en desviar la mirada fue Heit, pues pensar en Max le escocía aún, porque al hacerlo era inevitable acordarse de Lena, y eso no era escozor, era dolor directamente. De ese tan lacerante en medio del pecho que no le dejaba ni respirar, y que le hacía preferir que alguien le arrancara la piel a tiras.

—Se marchó por trabajo hace unas semanas —atajó John haciéndose con la situación—. De un día para otro, por lo que no nos ha dado mucho margen de maniobra, sin embargo la habitación como ya has visto la hemos vaciado y aseado, está para instalarse.

—Quinientos, ¿verdad? —quiso asegurarse—. Está bien. Me la quedo.

—Genial —bufó Heit contento por haber terminado ya el trámite, y de haberle subido doscientos de más que el idiota se había tragado sin masticar—. Redactaré un contrato y…

—¿En qué trabajáis? —quiso saber Carlos volviendo a tomar asiento, y cogiendo de nuevo el vaso de refresco.

Heit sopló y volvió a sentarse de nuevo, parecía que el nuevo compañero de piso era de esos a los que le gustaba hablar, y a esas alturas él prefería un tiro en la nuca que socializar, no obstante se obligó a tomar aire para responder.

—Asesor financiero —acotó sin más.

—Vaya, eres muy joven.

—Y soy el mejor, no tengo escrúpulos.

—Entonces eres un grandísimo mentiroso y lo llevas con orgullo —rio Carlos, no así Heit, pero él ya no lo hacía nunca—. ¿Y tú? —inquirió dirigiéndose a John.

—Estudio medicina, último año —respondió.

Obvió decir que era el segundo año que estaba en el último año…

—¿Bromeas? —sonrió Carlos—. Entonces me puedo poner enfermo con tranquilidad… Me gusta, creo que vamos a llevarnos muy bien.

Heit no pudo evitar agriar el gesto. Despidieron a Carlos casi una hora después, todo fueron preguntas junto con una charla intrascendente, que solo sirvió para encender el ánimo de Heit, que no paró de resoplar en todo el rato. John cerró la puerta despacio, suspiró un segundo y tomó aire, pues ahora tocaba enfrentarse a su amigo. Ya no sabía ni por dónde ni cómo conseguir que soltara lastre, pero de seguir por ese camino, Heit terminaría hundiéndose sin más.

—Bien ¿no? —preguntó John dándose la vuelta, intentando buscar qué era lo que pensaba en realidad Heit.

—Un gilipollas, pero pagará el mes entero y puede que haya semanas que ni lo veamos. A mí me vale con eso.

—Heit, me desesperas —se quejó John—. ¿Podemos hablar? —propuso.

—¿Ahora? ¿Antes de comer? Tengo hambre.

—Pues después.

—¿En serio? ¿Recién comidos? ¡Que indigestión!

—¡Basta! —gritó John sin poder aguantar más—. Se ha ido, ¡supéralo!

—No sé de qué me hablas —replicó Heit encogiéndose de hombros.

—Tienes dos opciones Heit, o seguir con tu vida o ir tras ella… Yo lo tengo claro, mi vida sigue, pero tú debes decidirte ya o vas a terminar volviéndote loco y volviéndome a mi.

—Sigo sin saber de qué cojones me hablas.

—Ya, claro… Heit, cuando aceptes que estás hecho polvo por culpa de Lena, estaré aquí para aguantar tu mierda, emborracharnos o lo que sea que hagan los tipos como tú para superar un trauma, pero por favor, haz algo ya, porque esto es insoportable.

Heit lo miró con odio, ¿desde cuando se había vuelto tan transparente? No dijo nada, temía que de hacerlo eligiera mal las palabras, que su voz o actitud le delataran en algo y no se lo podía permitir.

—Insoportable soy yo, no la situación —sentenció antes de desaparecer hacía su habitación.

—¿Qué quiere decir eso? —repuso John siguiéndole, sin embargo Heit le dio con la puerta en las narices.

El día que Carlos hizo el traslado, Heit no apareció en todo el día. Ya no le extrañaban esas ausencias, los primeros días se preocupaba, y no dejaba de llamarlo, pero después de unas semanas ya era habitual que Heit estuviese más tiempo fuera que dentro de casa. Supuso que cada uno tenía su manera de enfrentarse a lo que había pasado, Heit ocupaba todas las horas que podía en el trabajo, para él era fingir que no había pasado nada, y estaba contento con esa decisión. Lena no había existido, y cuando se colaba en sus sueños, que solía hacerlo bastante a menudo, intentaba olvidarlo al despertar. Era la única manera de poder seguir adelante, no podía volver a casa de sus padres, cómo seguramente había hecho Max, ese era un paso atrás que no estaba dispuesto a dar. Y tampoco podía enloquecer como Heit, no podía permitírselo, no estando el final tan cerca, todo su esfuerzo, todos esos años, tantas horas y horas de estudios, de prácticas, todo… No iba a renunciar a su futuro por nada ni por nadie, aunque ese alguien fuese Lena.

Cerró la puerta de la habitación y se tumbó en la cama para descansar un poco, se sentía agotado esas últimas semanas, y el calor no ayudaba en absoluto. Fuera, en el pasillo, se escuchaban los pasos de los chicos de la mudanza, que estaban llevando una caja tras otra a la antigua habitación de Lena, y no pudo evitar recordar su mudanza, tan solo esa bolsa de deporte con la que llegó, y un par de cajas más que recuperaron de su antiguo piso, eso era todo lo que ella tenía y todo lo que se dejó al marcharse, pues se fue sin nada. De nuevo, ella. John se giró sobe sí mismo para alcanzar el móvil, pasó el dedo por la pantalla y se fue directo a la galería de imágenes. Había borrado todas las fotos de los últimos meses, todas salvo una. Observó esa instantánea que recogía la felicidad del momento. Una tarde cualquiera, en esa misma cama, Lena estaba despeinada y tenía las mejillas sonrosadas, acababan de hacerlo, aún se adivinaba el brillo de placer en sus encendidos ojos almendrados que tenía clavados en él. Mirar esa fotografía hacía que se le encogiera el estómago y se le partiera el corazón, y después de ese sentimiento, venía, como cada vez, un desfile de tantos otros. Y de nuevo esa pregunta ¿por qué? Y pasaba de la pena al enfado, ¿por qué no había parado todo eso? Él fue un cobarde por no atreverse, y ella… ella… No entendía qué era lo que la había movido a soportar todo lo que en ese piso había vivido. Al principio pensó que lo hacía por que no tenía más opción, pero conforme las semanas fueron pasando esa idea quedó relegada por otras, como que pudiera ser que le gustara, ¿podía Lena disfrutar con todo eso? Llegó a pensar que sí. Ahora no lo tenía tan claro. Si no era una cosa ni la otra, no entendía por qué había aguantado siete meses allí. Ella decía que le quería, John miró la pantalla de móvil, verdaderamente en esa foto le miraba con ojos enamorados, no obstante además de preciosa y desesperada, Lena también era una chica lista, muy lista, John estaba convencido que ella tenía que saber que el amor nada tenía que ver con eso… así que su pensamiento entonces se reducía a uno: jugó. Lena jugó con todos. Ellos pensaban que tenían el control, sin embargo puede que en el fondo siempre hubiese dominado ella. Sabía como hacerlo, esa tarde se presentó ante su puerta con un propósito, encontrar un lugar donde vivir y lo cumplió.

Fuera en el pasillo dejaron se escucharse voces y pasos, lo más probable era que los de la mudanza ya hubiesen terminado. John volvió a mirar esa fotografía, la única que le quedaba, la que no había tenido el valor de borrar. Dejó el móvil en la mesilla, abrió el cajón y sacó de ahí dentro esos tres papeles que habían sentenciado su amistad con los que, hasta ese momento, había considerado sus hermanos. El contrato de sumisión, ese maldito contrato… a veces volvía a leerlo, y de nuevo miles de preguntas se agolpaban en su mente, la primera de todas era la de cómo había permitido él algo así.

Si esa tarde la hubiese dejado marchar…

Max jamás pensaba lo que salía por su boca, era así, espontáneo y visceral, Heit… Heit era un misterio que llevaba desde el colegio intentando resolver, pero él se suponía que era el sensato de los tres, el que ponía cabeza en todas las locuras, sin embargo en esa había fallado.

Pensó que lo mejor que podía hacer era cumplir el contrato, todo lo que había escrito en esos malditos papeles, y lo había hecho, punto por punto. A veces pensaba que era el único que se había tomado eso en serio, el único que había respetado todo lo que habían acordado.

—Pues parece más grande de lo que me decías.… ¡Uy! Perdón.

John alzó la mirada hacia la puerta que se acababa de abrir para descubrir ahí, a una mujer con gesto sorprendido. Debería rondar los treinta y bastantes, era alta y robusta, con las curvas en su sitio, una despampanante delantera y una melena rizada que caía en cascada hasta más de media espalda de un tono anaranjado, como los últimos rayos de sol. John tragó saliva con dificultad, mientras se levantaba intentando que no se evidenciara su aturdimiento.

—Ho-hola —farfulló dejando los papeles que tenía entre las manos sobre la cama—. Soy John.

—Yo soy Angélica, la pareja de Carlos…

Se disculpó desde la puerta mirando en todas direcciones por el pasillo, parecía dudar.

—Oh vaya. ¡Joder! Sí, sí… Claro… —John se acercó para darle la mano—. Su habitación es la de aquí al lado, no tiene pérdida —dijo sonriente.

—Perdona, siento haberte interrumpido… aunque así ya te he conocido —comentó guiñándole un ojo.

—Claro, si necesitáis cualquier cosa estoy por aquí.

—Gracias John, y siento mucho la intromisión.

Angélica cerró la puerta tras de sí dejándolo ahí parado, John sacudió la cabeza, pues pensamientos impuros habían empezado a enturbiar su mente. Si algo bueno había tenido la existencia de Lena era que le había abierto las puertas un mundo nuevo, esos meses atrás había descubierto que el sexo no tenía por que ser solo sexo, que el acto sexual englobaba mucho más de lo que jamás había llegado a imaginar. Y era asombroso todo lo que se podía hacer, era fascinante el abanico de posibilidades que se había abierto ante él, todo un submundo por descubrir, desde dominar a ser el dominado, el placer de solo mirar, juegos que escapaban de su control, intercambios, tríos... Lena le había dado la oportunidad de conocer algo que jamás había sabido que llevaba dentro. Y ahora mismo, en ese instante, su mente volaba un poco más allá con esa mujer con la que solo había cruzado dos palabras. Era extraño, pero lo prohibido hacía que su libido se disparase de un modo inimaginable.

—¡Joder! —rezongó palpando la creciente erección que había nacido en él—. Hay que joderse —soltó entre risas.

Cogió las llaves para perderse un rato en la recién redescubierta vida nocturna de la ciudad, había un par de locales que había empezado a frecuentar que no estaban nada mal, compañía femenina de moral laxa, justo lo que necesitaba esa noche.

Cuando amaneció se dio cuenta de dos cosas, que ya no tenía edad para trasnochar, y que su cuerpo ya no toleraba de igual modo el alcohol. Se levantó a duras penas arrastrándose como un zombi hasta el baño donde se encerró. Tenía mala cara, pensó mirándose al espejo. Se pasó un poco de agua esperando que eso le despejara un poco, se cepilló los dientes y pasó un cepillo por el pelo, que empezaba a estar un poco largo para su gusto, tenía que encontrar un hueco para ir a que se lo cortaran.

El apartamento estaba silencioso, un silencio al que poco a poco se había tenido que acostumbrar. Se suponía que Carlos no se mudaría hasta el lunes siguiente, y si la memoria y la resaca no le confundía, era sábado. Heit era un misterio, bien podía estar en su cama durmiendo, como llevar horas trabajando. Ya no le contaba nada. Entró en la cocina y sacó de manera mecánica la cafetera del primer armario, la rellenó de agua y la dejó sobre el fuego. Mientras esperaba a que se hiciera el líquido vital anti-resacas sacó pan de molde y la tostadora. Rodeó la barra que separaba la cocina del comedor, y se dirigió al mueble del fondo, al lado de la ventana, donde guardaban los medicamentos, rebuscó hasta encontrar algo para el dolor de cabeza, aunque por la intensidad del dolor, una pastilla no sería suficiente. No fue hasta que se acercó a la nevera a por la leche que no vio el papel perfectamente doblado colgado de unos de los imanes, el imán con una letra J, el imán con la M hacía un par de días había desaparecido. Cogió ese trozo de papel y lo observó reticente a abrirlo, no obstante tenía que hacerlo si quería saber, qué oscuro secreto escondía en su interior, y sabía que, cuando lo hiciera, no le gustaría lo que allí leyera. No se equivocó.

 

«Lo siento»

Heit

John dio un par de vueltas al papel, buscando el resto del mensaje, eso no podía ser todo, vale que Heit siempre había sido parco en palabras, pero eso le parecía demasiado hasta para él.

¿Qué era lo que sentía? ¿Se había acabado la leche? ¿Le había cogido el coche sin permiso? ¿Había roto su taza favorita? John dudó un poco, dejó de nuevo el papel enganchado con su imán, en el mismo sitio donde lo había encontrado. Apagó el fuego en el que estaba la cafetera, sirvió un poco de líquido en una taza para que se fuese atemperando, y se dirigió a la habitación del final del pasillo para ofrecerle un poco a Heit, y preguntarle por la enigmática nota. Golpeó con delicadeza con los nudillos y esperó respuesta, pero en el interior no se escuchaba nada.

—¿Heit? ¿Estás? Creo que no entiendo tu nota.

Abrió poco apoco, metió la cabeza por esa rendija y lo que vio hizo que terminara abriendo la puerta de un empujón. John miró incrédulo en todas direcciones. Se adelantó un paso al interior, y pestañeó pensando que aún estaba bajo los efectos del alcohol. No podía ser, allí no había nada de Heit. Ninguna de sus pertenencias, todo había desaparecido. John se apresuró a abrir los armarios, los cajones, miró bajo la cama, pero Heit se lo había llevado todo. No quedaba rastro de él ni de su paso por el apartamento, era como si jamás hubiera existido.

—Pero…

Se sentó en el borde de la cama de Max, aún llena de cosas suyas y miró aturdido esa habitación sin entender muy bien, qué era lo que acababa de pasar, sintiendo como una losa lo aplastaba de golpe.

—Joder Heit… ¿Cómo me has hecho esto? —dijo sin poder evitar romper a llorar.

 

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