John

John


Capítulo 2

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Capítulo 2

La boca de esa chica se enredó en la suya y John pensó, que si tenía que morir alguna vez, quería hacerlo practicando sexo, ¿o había mejor forma de morir que con una rubia arrodillada frente a él? Aunque lo de la rubia lo hacía extensible a cualquier color de pelo, tampoco iba a ponerse quisquilloso a estas alturas de la vida. Dejó que esa mujer lamiera su cuerpo por entero, regueros de saliva y marcas de carmín rojo decoraban ahora su entrepierna, le gustaba esa sensación de saber que tenía, pero no tenía el control. Ese era el juego. En esa habitación la premisa era dejarse llevar y dejarse hacer, nada más. Atado a esa silla había disfrutado de un desfile de mujeres, que solo pretendían buscar su felicidad haciéndole alcanzar las más altas cotas de placer. Él no podía tocarlas, sin embargo ellas a él sí. Y esa mezcla de goce y frustración hacía que todo su cuerpo y su mente ardieran. Follar era más que meterla en caliente, ahora lo sabía y disfrutaba mucho con ello. Era el poder de la mente, el jugar a imaginar, el querer y no poder o el poder y no querer, era toda una mezcla de pensamientos, acciones y sensaciones que, una vez encontrado el punto exacto eran capaces de catapultarte a lo más alto del placer, a ese cielo prometido, el Nirvana.

Una segunda mujer se unió a la fiesta, John cerró los ojos y dejó su mente divagar, intentaba no centrarse en esas dos bocas que lamían su sexo, pero era imposible y pronto no pudo aguantarlo más y se dejó llevar. Cuando pudo volver a centrar la atención en cualquier cosa que no fuese el orgasmo descomunal que acababa de experimentar, dos pares de ojos le observaban con picardía, y mientras la morena seguía relamiendo su miembro la rubia hacía lo propio con el semen que había caído sobre el pecho de su compañera de juegos. John gruñó ante esa visión, e intentó en vano estirar la mano para poder alcanzarlas, pues necesitaba tocarlas. Eran dos ángeles del infierno dispuestas a hacerle enloquecer, y por más que forcejeaba, las cuerdas no cedían, su mente solo podía pensar en eso, en liberar sus ataduras para poder cogerlas del pelo, rozar sus pechos, o acariciar sus sexos, y ese pensamiento de todo lo que haría pero no podía, hizo que de nuevo su miembro reaccionara.

A veces pensaba que había perdido el control, pero después se percataba que lo había cedido a ese segundo cerebro que tenía entre las piernas.

—Vaya —susurró la morena señalándole su reactivada erección—, tenemos aquí a todo un semental. ¿Qué pasa bonito, nos lo quieres poner difícil?

—Vamos a tener que esforzarnos un poco más, ¿no crees Tasha?

Antes de que la tal Tasha pudiese responder nada, la rubia ya estaba sentada a horcajadas sobre su miembro. John estiraba la cabeza para poder alcanzar sus labios, y la chica se divertía dejando que la besara a veces para después retirarse, para dejar sus labios huérfanos y con ganas de más. Esas ganas perduraban cada vez un poco más, y aunque aletargadas, parecía que ya se habían instalado en su subconsciente para no abandonarle jamás. Cuando conducía pensaba en sexo, mientras cocinaba, pensaba en sexo, y cuando Angélica, la novia de Carlos, se paseaba por el apartamento con esa ropa que dejaba poco a la imaginación, no podía ni quería evitarlo, pensaba en sexo.

Las dos chicas le hicieron disfrutar, eran todo un deleite para los sentidos. Se dejó embriagar por el ambiente festivo del lugar y perdió la noción del tiempo entre esas paredes. Cuando John salió del local lo hizo relajado y cansado, aunque no satisfecho, pues si bien su cuerpo se encontraba exhausto, su mente pedía más y más.

Había pasado una semana desde que Heit se había ido. Y como todas las noches John intentó volver a llamarle, sin embargo esa vez, y a diferencia de las anteriores, el móvil de Heit dio como resultado un mensaje frío e impersonal anunciando que ese número ya no pertenecía a ningún cliente de la compañía. John arrojó molesto y cansado el teléfono contra el colchón. Pensó en llamar a Max, para saber si había sabido algo de él, no obstante cuando tuvo de nuevo el móvil en la mano, desechó la idea. También podía intentar llamar al padre de Heit, pero sabía que la relación entre ellos no era demasiado buena, así que supuso, casi con la certeza de no equivocarse, que el hombre no sabría nada de su hijo.

John suspiró dejándose caer sobre la cama.

¿Dónde podría estar? No conocía a ninguno de sus compañeros de trabajo y jamás había hablado de otros amigos, ni siquiera conocidos. Hundió la cabeza entre las manos y suspiró de impotencia, no entendía nada y se sentía un estúpido por no haber anticipado todo eso.

—Maldita sea —gruñó golpeando la almohada, como si ella fuese la única culpable de todo lo que sucedía a su descontrolado alrededor.

Estaba enfadado, enojado con él mismo, con ellos, con ella, cabreado con el mundo, con el planeta, el sistema solar y el universo. Le gustaban las cosas tal y como estaban antes, vivía bien, estaba estudiando sin presiones, se divertía, vivir con Max y Heit era genial, sin malos rollos, se lo pasaban de muerte, eran como hermanos y de pronto, todo se había ido a la mierda. Ellos eran su familia y se sentía traicionado y abandonado, totalmente dejado de lado y ¡maldita fuera! Nada de eso había sido su culpa, él había intentado disuadirlos de esa descabellada idea de convertir a Lena en su… Se negaba a ponerle un nombre a lo que había pasado entre ellos, aunque ahora sabía que lo tenía. Pero los dos se habían marchado y lo habían dejado, como si él fuera el responsable de lo que había ocurrido.

Y por si todo eso que ya de por sí atormentaba su cabeza fuera poco, encima estaban sus padres, que le atosigaban para que terminara de una vez la carrera. Resopló pensando que con ese soplido disiparía todo su mal humor, aunque estaba claro que ni aún siendo el lobo de los cerditos, lograría soplar tanto.

Escuchó ruidos al otro lado de la puerta, al menos en algo no se había equivocado, Carlos resultaba ser el compañero de piso ideal, casi siempre estaba fuera, trabajaba muchas horas y cuando estaba en el apartamento solía encerarse en su habitación con los cascos puestos escuchando música. Era un compañero musicalmente silencioso. A veces cuando coincidían resultaba ser un tanto impertinente, con tantas preguntas y observaciones. Era de esa clase de hombres a los que les gustaba hablar y tenía mil batallitas para todo, lo peor era que también siempre contaba con algún que otro consejo que regalar a pesar de no haberlo pedido.

 Salió de la habitación y se dirigió a la cocina, cogió de la nevera lo necesario para prepararse un bocadillo y en ello estaba, cuando Carlos apareció con los auriculares puestos y aire ausente.

—¡Joder! —gritó el hombre sobresaltado y se bajó los cascos—. Perdona, andaba en mi mundo, no sabía que estabas en casa, no te he escuchado llegar.

—Bueno, he llagado hace un rato —sonrió John.

—Oye, que raro lo de Heit, ¿no? —preguntó sin más Carlos.

John simplemente alzó los hombros y se centró en el apasionante mundo de los sándwich. Estaba claro que no tenía ganas de hablar, y menos sobre ese tema, sin embargo eso Carlos no lo entendió, así que firme a su intención de entablar una conversación fuese como fuese, prosiguió con sus preguntas.

—¿No sabes por qué se ha ido? —inquirió Carlos.

—La verdad es que no, no tengo ni idea —respondió John tratando de dar carpetazo al asunto.

—Joder, el mentiroso era él eh, como médico te delata la cara —replicó Carlos con una carcajada.

—Puede.

—Eres un tipo de lo más extraño —dijo el hombre mirándole—. Suelo calar a la gente, pero contigo no consigo saber de qué palo vas, es como si tuvieras dos caras.

—Podría ser —contestó John encogiéndose de hombros.

—Heit estaba claro que era un cabronazo, a pesar de lo jóvenes que sois, se notaba que era un tipo curtido por los palos de la vida, sin embargo, tú…

John lo miró con cara de pocos amigos, lo que menos necesitaba era que un Jason Statham con ínfulas de psicoanalista le quisiera diagnosticar, aunque no dijo nada y aguardó a que terminara sus diatribas mentales, pues ya había comprobado en el poco tiempo que habían compartido, que era mejor dejarlo terminar de hablar o no callaba nunca, como si le hubiesen dado cuerda o algo por el estilo. Era inaguantable.

—Sin embargo, yo… —le invitó a continuar John.

Carlos sacudió la cabeza e hizo un gesto para restarle importancia a lo que tenía que decir, cosa que molestó aún más a John, así que lo siguió hasta el salón esperando a que terminara ese tan preciso análisis de su comportamiento y personalidad. «Carlos el psicoanalista» se mofó mentalmente.

—Nada chico nada… —Carlos fue a ponerse los cascos de nuevo, pero John tiró de ellos para evitarlo y lo hizo de un modo un tanto brusco, y así se lo hizo entender el hombre con la mirada, aunque no dijo nada.

—No. Ahora has conseguido llamar mi atención, Heit tenía pinta de cabronazo, sin embargo yo… —le instó a seguir.

—Sin embargo, tú pareces un buen chico, pero creo que en el fondo… —Carlos pareció meditar sus siguientes palabras— eres de esa clase de tipos que, en otras circunstancias, cogería del cuello para advertirle que no se acercara a mi chica.

John soltó una carcajada que intentó acallar mordiendo el bocadillo. Carlos lo miró y rio también con complicidad, aunque de pronto su semblante cambió un poco, poniéndose algo más duro y mostrando seriedad.

—Era broma —le dijo sin quitarle la vista de encima—, pero por si acaso…

—Ni mirar a Angélica, lo pillo. Las novias de los colegas son sagradas.

La cosa era que él y Carlos no eran amigos, ni lo serían jamás. John salió del comedor para ir a su habitación a terminar tranquilo su comida, ya había tenido suficiente contacto social para las siguientes horas.

—Puedes quedarte —gritó el hombre desde el sofá—, a veces me siento como que te estoy echando de tu casa.

John paró en medio del pasillo bufó y dio media vuelta hasta sentarse a su lado. Era extraño. Ese piso había sido su hogar durante cinco años, cuando lo encontraron no vivía nadie en el edificio, y durante un tiempo estuvieron ellos solos viviendo allí. Lo arreglaron a su gusto, lo pintaron y decoraron, hicieron grandes planes, algunos se habían cumplido, otros habían cambiado y finalmente algunos simplemente habían muerto. Y ahora estaba sentado en ese sofá, el sofá que Max encontró en una tienda en liquidación y compró sin preguntar nada a nadie, el mismo sofá que Heit juró odiar por los restos pues era, según él, «horrible de cojones». El sofá donde follaron con Lena hasta hartarse, donde se acurrucaron para ver alguna película, el sofá que Max disputaba con Heit los fines de semana, uno para leer tranquilamente otro para jugar a la Play. Y ahora un extraño estaba ahí sentado, con el mando del televisor en la mano, pasando canales de forma indiscriminada mientras sorbía una lata de cerveza. Era jodidamente raro y le iba a costar mucho de asimilar tanto cambio.

—Podríamos poner Netflix —comentó Carlos, y su áspera voz le hizo regresar de ese mundo de autocompasión en el que se hundía a veces.

—Lo había pensado —reconoció a media voz, la verdad era que había sido una propuesta de Max, estuvo un tiempo insistiendo en eso, justo después llegó Lena, y ya nunca más hablaron de ello.

—¡Hecho! Después nos doy de alta… Así los días que estoy por aquí puedo disfrutar de alguna serie.

—Tienes un trabajo de lo más divertido —mintió John, pues no le interesaba en absoluto.

—Siempre he adorado la música. Mi madre era compositora, ¿tocas algo?

—Los cojones —respondió John y ambos rieron.

—¿Y algún instrumento?

—No —negó, y no pudo evitar volver a pensar en Max.

—La música es la mejor válvula de escape, mejor que cualquiera de esas drogas modernas que se meten los chicos de tu edad… Es mejor que nada —afirmó rotundo Carlos.

—¿Mejor que el sexo? —inquirió John alzando una ceja.

—Bueno —rio Carlos—, no exageres tampoco, el sexo es lo mejor del mundo, siempre que sepas cómo y con quién practicarlo.

—Creo que yo me perdí alguna clase de esas —soltó John con una mueca, arrepintiéndose de inmediato de lo que había dicho, no quería dar pie a ningún tema de conversación.

—¡Eres joven! Tienes mucha vida por delante.

—Supongo —gruñó John no muy convencido.

—¿Y la chica? —indagó Carlos de pronto.

John casi se atragantó con esa pregunta, que le pillaba totalmente fuera de juego.

—¿Chica? —consiguió formular la pregunta sin que su tono de voz cambiara de registro.

—Angélica dice que aquí antes vivía una chica, que esas cosas se notan —aseguró Carlos.

—¿En serio?

Carlos alzó los hombros, él tampoco tenía muy claro en qué consistía ese sexto sentido que se les solía atribuir a las mujeres, pero con Angélica había comprobado que era del todo cierto y eficaz, pocas veces se equivocaba, y por la cara que había puesto John ante la pregunta, dedujo que de nuevo su chica había vuelto a acertar, aunque decidió que no se lo diría, porque después se ponía muy pesada con los «te lo dije, nunca me equivoco».

—Vaya, así que hay una historia de desamor por medio, a lo mejor por eso se fue el primer chico, y ahora Heit. ¿Os enamorasteis todos de vuestra compañera de piso? —John dio el último bocado del sándwich, y terminó la lata de refresco mirando fijamente a Carlos sin poder salir de su asombro. Carlos rio satisfecho de haber dado en el clavo—. ¿Y bien? —insistió, esperando una historia de lo más interesante.

—Eso es una gilipollez —intentó defenderse John, sin embargo estaba claro por la expresión de Carlos que no iba a quitarle eso de la cabeza, y la verdad era, que no le faltaba razón, aunque a la historia con Lena le sobraba sexo y le faltaba cariño, pero en cierto modo sí era una historia de desamor, como él acababa de llamarla.

—Ya, claro —soltó Carlos sin más, pues tampoco estaba muy interesado en iniciar una conversación que fuera a un terreno mucho más personal.

 Pronto Carlos se enfrascó en una película, y al poco rato John ya estaba aburrido y extraño. Sin duda no era lo mismo estar en ese salón sin ninguno de ellos dos, era algo que le iba a costar. Se disculpó con una excusa para volverse a su habitación, al menos allí podía fingir que todo seguía igual, que Max y Heit peleaban por cualquier cosa al otro lado de la puerta, y que pronto alguno de ellos irrumpiría en la habitación para buscar su apoyo y ganar esa hipotética batalla. Sonrió y se dio cuenta que los echaba mucho de menos, y a Lena, a ella también la extrañaba.

Cerró de un portazo y lanzó un suspiro al aire. ¿Cómo demonios podían saber del paso de Lena por esa casa? Él mismo se había desecho de todo lo que se había dejado… Sacudió la cabeza, cogió la cartera de encima de la mesilla de noche y las llaves para poder salir. Y de nuevo la palabra «desamor» volvió a él, y esa tajante afirmación de Carlos, ¿se habían enamorado todos de la misma chica? Estaba claro que al menos dos de ellos sí. John rebufó… cuán estúpido había sido al no haberlo sabido ver, puede que hubiese podido ayudar a que todo terminara de un modo diferente.

—¡Salgo! —anunció, aunque no sabía para qué, a ver qué narices iba a importarle a Carlos que él saliera o dejara de salir, eso era antes, cuando en esa casa eran todos una familia.

—Pues felicidades —respondió el hombre sin alzar la voz.

Saltó los escalones de dos en dos hasta la calle, donde le recibió el sofocante calor de mitad de Julio. Era horrible. Al menos el casero les había arreglado el aire acondicionado. A pesar de eso, no sentía que el apartamento fuese más confortable que antes. En poco menos de dos meses había perdido a Lena, Max y Heit. Cogió el coche y condujo durante un rato sin prestar demasiada atención a lo que hacía, simplemente se dejó llevar por el tráfico de la ciudad, mientras daba vueltas en su cabeza a todo lo que había pasado, todo lo que pasaba y también se preguntó, con bastante temor, qué pasaría a partir de ese momento.

Se acercó hasta el edificio dónde supuestamente trabajaba Heit, pero siempre supo que mentía cuando hablaba de «las oficinas». Estacionó en doble fila, y se quedó con la mirada fija en ese edificio que, obviamente al ser fin de semana, estaba prácticamente desierto. Tampoco sabía qué esperaba, ¿encontrarlo allí? Y si estaba ¿qué? Había sido él quien se había largado sin más, con una nota con tan solo dos palabras. Como si no le importara nada, toda esa amistad y camaradería que habían acumulado con el paso de los años, todo eso había caído en saco roto. Al menos Max se había despedido, de malos modos y entre gritos, pero era Max, esa forma de despedirse parecía casi obvia, y Heit, en el fondo Heit también se había ido haciendo honor a su verdadero yo, con dos simples palabras y rodeado de misterio. John sonrió, cada uno en su estilo, pero los dos con mismo resultado, que ahora él estaba solo.

Arrancó el vehículo de nuevo, sin embargo no se dirigió al apartamento, al piso con un extraño, sino que enfiló la carretera hasta que pronto dejó la ciudad atrás. Tampoco se dirigía a su pueblo natal, tenía pensado hacer una parada a medio camino. Solo necesitaba verla y charlar un rato con ella.

Leah se sorprendió mucho al verle ahí parado, se apartó para dejarle entrar, John parecía cansado, apático… ya lo había notado la vez anterior, pero ahora era muchísimo más evidente, era como si esa luz que siempre desprendía su hermano se hubiese apagado. Lo siguió en dirección al salón, y observó cómo tomaba asiento dejándose caer pesadamente en el sofá sin decir nada. Ni siquiera saludar.

—¿Café? —preguntó Leah un tanto aturdida.

—Vale… ¿Y Sarah?

—Trabajando —respondió su hermana desde la cocina, con lo que no pudo advertir el gesto de alivio en la cara de John, adoraba a Sarah pero no le apetecía que en vez de una le compadecieran dos—. Está bien —dijo Leah volviendo a su lado con el café—, ¿qué es lo que pasa?

—Nada —mintió John, consciente que mentir a su hermana era como intentar tapar con un dedo el sol.

—Ya —soltó ella tomando asiento a su lado—. Que Max esté de nuevo en el pueblo es mera casualidad ¿no?

—Se ha cansado de la gran ciudad, es un chico de campo, ya le conoces —repuso John.

—¿Y Heit? —inquirió de nuevo Leah.

—Ha decidido vivir una aventura… Creo que habló de un safari en Kenya o algo así.

—Ya claro, la verdad es que le pega eso de ir armado detrás de animales salvajes… —meditó ella—. ¿Y la chica esa con la que vivíais? ¿Cómo se llamaba?

—Lena. También se ha ido.

—¿Ves? Eso no me sorprende tanto, debía estar muy loca para compartir piso con vosotros tres.

—Puede… —John dio un sorbo y volvió a depositar la taza en la mesilla—. Papá y mamá me agobian para que termine la carrera.

—Normal, ¿no crees?

—Pensaba que estarías de mi parte —se quejó a media voz John, sin poder disimular su apatía.

—Siempre lo estoy —afirmó Leah.

—Pues no lo parece.

—John, no me toques las narices, ¿vale? —exclamó Leah.

—Vale —dijo él alzando ambas manos.

—¿Qué diantres te está pasando? —preguntó exasperada.

—Astenia primaveral —replicó John.

—Estamos en verano —señaló ella.

—Se me habrá atrasado.

—El cerebro es lo que llevas con retraso —recriminó Leah—. Ponte las pilas ya, y soluciona todo este lío mental que tienes, termina la carrera de una maldita vez, ponte a currar y manda al carajo a nuestros padres, solo así lograrás ser feliz.

—Yo no soy como tú —se lamentó John—, no soy tan independiente.

—Eres el mejor tío y el más listo que conozco, y no sé si estás así por una chica o por tus amigos, pero sea como sea, piensa un poco en ti John, te has esforzado mucho para llegar hasta aquí, no lo mandes todo a la mierda ahora que estás tan cerca del final, por favor.

—Lo intentaré —claudicó John.

—No lo intentes y hazlo «peque»…

John se dejó caer contra su hermana y se abandonó entre sus brazos, siempre había estado allí, en lo bueno y en lo malo, a pesar de que Leah seguramente no podía decir lo mismo de él, y a veces se culpaba por ello. Su hermana le alborotó el pelo con un gesto afectuoso y ambos se quedaron así un rato, cada uno sumido en sus pensamientos. John perdido en sus recuerdos con Lena y en la preocupación de dónde estaría en ese momento, se lamentaba por no haber sido capaz de cuidarla mejor y de haberle hecho tanto daño, pues en ningún momento había pretendido hacérselo.

 Leah sin embargo estaba preocupada por él, tenía claro que algo había pasado entre los «tres mosqueteros» y le inquietaba, pues John siempre había dependido mucho de ellos… En realidad John siempre había dependido mucho de todos. Parecía un chico duro e independiente, no obstante eso era solo la fachada, bajo toda esa capa de seguridad se escondía un chico tímido, sensible… había construido su vida alrededor de los caprichos y expectativas de sus padres, ¿John médico? Leah no pudo evitar resoplar…

—¿Quieres quedarte a cenar? —preguntó, y John asintió con un leve gesto de cabeza—. ¿Y a dormir? —le interrogó dudosa, y él volvió a asentir, no tenía ganas de volver al apartamento.

—Sí —afirmó él de nuevo, Leah siempre había sabido ver lo que necesitaba y cuando lo necesitaba.

—Está bien, venga, ¡levanta! Pela patatas, voy a hacerte un puré —le instó, y John no pudo evitar sonreír. Leah era la mejor hermana que un gilipollas como él podía tener—. Pero mañana te pones las pilas ¿eh? —le advirtió—. Y no le digas a papá y mamá que me has visto, ¿vale?

—Algún día tendréis que hablar.

—Sí, cuando haga calor en enero y los cerdos vuelen, las ranas tengan pelo… y esas cosas.

—Eres una cabezota —se quejó John empezando a seleccionar patatas.

—Le dijo la sartén al cazo, hay que joderse —exclamó Leah con media sonrisa.

—Ni sartén ni cazo, eres una soberana cabezota.

Leah le miró enarcando una ceja, pero no dijo nada, simplemente siguió con lo que había empezando a hacer.

Le dolía la espalda cuando despertó, se estiró sobre el sofá cuan largo era, se incorporó notando el sudor en todo su cuerpo y empapando la camiseta que le había prestado su hermana. Hizo crujir sus cervicales y estiró los brazos, sonrió al ver a Sarah que le observaba desde el quicio de la puerta que daba del pasillo al salón, al igual que él, Sarah solo llevaba puesta una simple camiseta.

—Buenos días —le saludó Sarah avanzando hacia él—. Leah se ha ido a trabajar, pero me ha dado carta blanca para ponerte en tu sitio.

—¿Tú también?

Sarah alzó los hombros, como si tampoco estuviese muy entusiasmada por la tarea encomendada, así que simplemente lo miró y se sentó a su lado recogiendo las piernas sobre el sofá, dejando así sus muslos expuestos a la mirada de John, que reaccionó pronto y apartó los ojos del borde de esa camiseta.

—¡Ja! —rio ella—. Tíos.

—Tíos —repitió él azorado—, pero joder Sarah, es que ¡estás muy buena! —exclamó ganándose así un manotazo en el hombro.

—Tienes a Leah muy preocupada.

—Lo sé y de verdad que lo siento.

—No lo sientas —respondió ella alargando la pierna y poniéndola sobre su muslo, John instintivamente empezó a masajear su tobillo—. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es por una chica?

—En parte.

—¿En serio? ¿Tú, problemas con las mujeres? Me sorprende, tengo entendido que eres un chico muy apañadoooo… ¡Ooohh joder! —soltó con los labios apretados sintiendo la presión de las manos de John sobre su pierna—. En serio, ¿cómo vas a tener problemas de chicas con estas manos...?

—Porque abro la boca y la cago —soltó él con media sonrisa.

Sarah le miró inquisitiva, como esperando a que contara un poco más, siempre se habían llevado bien, se entendían y habían logrado algo de complicidad, aunque nunca habían hablado de chicas, solo de temas médicos y relacionados con la carrera, pues Sarah era pediatra y trabajaba en el hospital donde John había realizado parte de las prácticas.

—¿Tengo que sonsacarte? Porque me da un poco de pereza no te creas —comentó socarrona Sarah.

—El amor es una mierda —sentenció John—. Creo que soy incapaz de enamorarme, ¡y no lo entiendo! Este era mi sueño, vivir la vida a tope con Max y Heit, terminar la carrera, sentar la cabeza y formar una familia. Lo tenía todo planeado.

—No has encontrado a la mujer adecuada, además aún no has terminado la carrera, tienes tiempo de encontrar al amor de tu vida.

—¿Y cómo se sabe eso? ¿Cómo sabes que es la adecuada? —interrogó John.

Sarah alzó los hombros y cambió la pierna, pues la otra también quería recibir su parte de atenciones. John siguió masajeándola, pero con la mirada perdida al frente, realmente no sabía cómo se sabía que uno estaba enamorado, sin embargo la pregunta que más le inquietaba, aunque no se atrevía a verbalizar en voz alta, era la de si realmente quería enamorarse. Ya no lo tenía tan claro. Puede que su plan de futuro, ese que tan estudiado tenía, no fuese tan bueno al fin y al cabo. Al contrario, puede que fuera una mierda de plan.

—Puesssss… —siguió Sarah ajena a esa otra pregunta que John se formulaba sin atreverse a ponerle voz.

—¿Cómo supiste que estabas enamorada de Leah? —se interesó de pronto John volviendo la mirada hacia Sarah.

—Creo que porque me lo dijo ella —exclamó Sarah soltando una carcajada a la que John se unió, Leah podía llegar a ser un poco mandona a veces—. No sé, piensas en ella a todas horas, tienes ansiedad por verla, disfrutas de su compañía, añoras cuando no está, te hace sentir bien, con ganas de ser mejor persona…

—Todo positivo.

—¡Claro! El amor es eso ¿no? Felicidad en estado puro, hasta en los momentos malos, siempre hay algo positivo en ellos. Cuando das con ella, lo sabes, tienes esa sensación de «esta es la mía»

—La mía… —repitió John en un hilo de voz, le gustaba la manera en la que sonaba eso en su cabeza, ese «mía» que nada tenía que ver con el tener una posesión material, sino el de corresponder y ser correspondido, simplemente sentir a alguien tan suyo como él sería de ella—. Creo que nunca me he enamorado… y no me digas eso de que soy joven.

—No lo eres… Pero tampoco tengas prisa, todo llegará.

—Supongo —dijo John no muy esperanzado—. Sarah, creo que es una charla demasiado trascendental para hacerla con el estómago vacío.

—Voy a prepararte unas tortitas, te lo has ganado por el masaje. Pero haz el favor de cambiar esa cara de amargado que arrastras y hablar con tu hermana, antes de que me vuelva loca.

—Te lo prometo.

Cuando salió del apartamento de Leah y Sarah lo hizo con el estómago lleno, y con algo más de esperanzas de las que tenía al llegar. No de que fuera a encontrar al amor de su vida, o por la certeza de que lo que había vivido con Lena ni se acercaba a ese sentimiento, sino que le sentó bien hablar de eso con alguien como Leah o Sarah… Echaba de menos poder hablar con alguien. Envidiaba a su hermana, siempre tan fuerte y decidida, a la par que cabezota y fatalista, no obstante esos eran otros temas. Sarah era una buena tía y estaba contento que se tuvieran la una a la otra, él también quería una relación así pensó, o no, la verdad era que, en ese punto de su vida, no tenía ni idea de qué era lo que quería o necesitaba. Justo en el momento en el que entraba en uno de los edificios de la universidad se cruzó con un par de chicas de segundo año, a las que no pudo evitar mirar.

—Y así es como canalizas toda la sangre en un mismo punto —rio Liam, uno de sus compañeros de clase, que se encontraba en el vestíbulo también—. Se le llama ponerse palote.

—Joder, di que sí, que se note que eres estudiante de medicina, muy técnico todo —se mofó John reuniéndose con ellos.

—Están buenas eh… —siguió su amigo sin prestar atención a su comentario—. La pelirroja es una fiera en la cama, aarrrrgggsss —gesticuló un zarpazo en al aire.

—¿Te la has tirado? —inquirió John enarcando una ceja con perplejidad, le parecía demasiada mujer para él.

—Yo no, ya me gustaría, pero conozco a un tío que conoce a un tío, que salió con ella, y dice que es toda una puta, de las que le gustan que las aten y azoten, ya sabes, esas cosas. ¿Cómo se llamabaaaaaaa…?

—¿50 sombras de Grey? —intervino Leo que hasta entonces se había mantenido al margen de la conversación.

—No idiota, ¡la tía! —se puso Liam a hacer memoria— ¡Sophie! Joder, si hasta el nombre suena a guarrilla francesa…

—Estás muy mal —sentenció John, sin poder evitar volver a mirar a la pelirroja en cuestión, la verdad era que sí era muy guapa, y tenía un buen cuerpo, no demasiado delgada, con las medidas justas, como a él le gustaban.

—Ahora piensas en todas esas guarradas que te gustaría hacerle —Liam le empujó—, ¿verdad?

—En realidad pensaba en cómo puedes seguir aún campando tan libremente por el campus sin que te hayan denunciado por acoso.

—¡Cierto! —se burló Liam—. A eso amigo se le llama tener potra.

—Ponerse palote, tener potra… Sí señor, tus padres estarán orgullosos del dineral que les ha costado tu educación —comentó John, que empezó a caminar en dirección a dónde se habían dirigido las dos chicas.

—¿Qué haces? —preguntó Leo—. ¡La clase está para el otro lado!

—Pues como bien ha dicho Liam, me he puesto «palote» así que voy a ver si tengo «potra» con alguna de las dos, a poder ser con la guarrilla pelirroja.

—¡Qué cabrón! —se rio Liam viendo cómo se alejaba por el pasillo—. ¡Le va a tirar la caña!

—¡A ver si pica! —le gritó Leo antes de dirigirse a su clase—. ¡Suerte!

—¿Para qué? —John los miró desde el otro extremo del pasillo—. No la necesito.

 

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