John

John


Capítulo 6

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Adoraba las mañanas con olor a café, hasta que se percataba de que ya nada era igual, pero ese olor era como su particular regresión a esos meses. Aunque todo a su alrededor había cambiado por completo y al entrar en la cocina no era Lena quien aguardaba, sino Angélica que lo miraba con picardía, mientras se abrazaba al cuerpo de Carlos. Los primeros días eso no le molestó, ¿por qué debería hacerlo? Sin embargo poco después, esa idílica escena de pareja le asqueaba de tal modo que le era casi imposible de soportar, sin que las arcadas acudieran y le hicieran dar un vuelco en el estómago. Esa mañana, como venía siendo costumbre, le despertó un aroma a café recién hecho que le guio como si de la luz al final del túnel se tratara.

Había pasado mala noche, de hecho, ya no recordaba la última que había dormido del tirón, para ello seguramente debía remontarse a la última noche que Angélica no estuvo en el piso, aunque de eso hacía semanas, a decir verdad, parecía que ella ya vivía allí sin que él se hubiera dado ni cuenta. Después de que su hermana Claire se marchara, cosa que le supuso un gran alivio, Angélica había trasladado algunas de sus cosas a la habitación del final del pasillo, y de pronto la ropa, los libros y todo lo de Max estaba en cajas, y eso suponía para John no solo la certeza de que había perdido algo importante de su vida y que jamás volvería, sino también de que, en ese piso, el extraño ahora era él.

Cada vez tenía más claro que ese ya no era su hogar, ya no contaba para nada y se sentía de prestado, sin embargo, se resistía a abandonarlo, como si algo le anclara a esas paredes, y se aferraba a ello con uñas y dientes, sin poder soltarlo.

Cuando entró en la cocina lo primero que captó su atención fueron las piernas desnudas de ella, tan largas, tan suaves y perfectas, tan solo cubiertas en parte por una de las camisas de Carlos, que no alcanzaba ni a medio muslo. Quedó parado en medio de la cocina observándola con detenimiento, la analizó embelesado para llegar a la misma conclusión que llegaba siempre, que era perfecta. No importaba dónde, cuándo, ni cómo la mirara… era un sueño hecho realidad, el único problema era que era el sueño de otro, y para él pronto todo sería una pesadilla de la que no podría escapar, aunque no quisiera, era consciente de ello.

—¿Has dormido bien? —le preguntó Angélica sirviéndole un café, y dejándolo sobre la repisa que separaba la cocina del salón—. No te habremos molestado mucho, ¿no? —rio con maldad. Con esa mal intencionada finalidad de hacerle daño, como si verla ahí sin poder tocarla no fuese castigo suficiente. Y es que ella era así. Disfrutaba torturándole, viendo el desconcierto y el malestar nublando su siempre traslúcida mirada.

—No —respondió seco John, pues cada vez le gustaban menos esas «bromas».

—¡Deja al chico en paz! —se quejó Carlos, entrando en ese preciso instante en la cocina vestido con un impoluto traje oscuro—. Mira que eres… —y cogiéndola del brazo la acercó a él de un tirón para robarle un beso antes de terminar la frase— mala.

—¿Muy mala?  —inquirió zalamera.

—Malísima… —gruñó el hombre mordisqueándole el hombro y enterrando el rostro entre su cabello después— Puede que después deba darte unos azotes.

—No todos tenemos la misma suerte que tú —repuso Angélica divertida soltándose de su agarre—, que nada más tumbarte en la cama te quedas dormido como un tronco, imposible despertarte… —y entonces clavó la mirada en los escurridizos ojos de John—. Ya podrían estar haciéndome cualquier cosa justo al lado que él no se despertaría… —susurró mordiéndose el labio inferior.

¿Estaba intentando decirle algo? John la miró inquisitivo, más de lo adecuado, intentando discernir entre esa escueta frase si Angélica estaba, en su caótico proceder que siempre le enloquecía, intentando proponerle alguno de sus juegos. Y es que era eso lo que ella pretendía, volverle loco, lo peor era que lo estaba logrando. Suspiró y descendió la mirada, intentando concentrar su escasa atención en cualquier otra cosa. Sin duda esa mujer era peligrosa, mucho más que cualquier otra que hubiese conocido, la pregunta era… si estaba dispuesto a jugarse la vida por ella… La miró de reojo sintiendo como verla le pinzaba el corazón.

Sin duda la respuesta a esa pregunta era sí.  

—¡Yo soy normal! —exclamó Carlos haciendo que los dos volvieran a fijar la atención en él—. Lo que no es normal es lo que tú haces, que parece que duermes por fascículos… —rio entonces y dejando la taza de café sobre la encimera se dispuso a salir—. Hoy tengo una audición en un pueblo aquí cerca, un grupillo de aficionados que no sé como se han colado en mi lista, pero bueno… mejor, así podré volver pronto y cenar en casa.

—Aquí estaré —respondió melosa, y John no pudo evitar la mueca de asco que pugnaba por salir de sus labios—. ¿Todo bien John? Pareces agobiado.

—Todo bien —contestó de nuevo con sequedad—. Tengo que irme.

—¡Vaya! Hoy me vais a dejar sola los dos. Muy mal… —se quejó ella cruzando los brazos a la altura del pecho y haciendo una mueca.

—No te quejes mujer, esta noche te lo compensaré.

John estaba en su habitación. Ya no sabía si es que realmente se había tornado muy lento, o su subconsciente le traicionaba para dejarlo a solas con ella, sin embargo su intención era salir del apartamento antes que lo hiciese Carlos, para no dar pretextos a su agitada mente a meter la pata de algún modo, no obstante, aún se encontraba en su habitación cogiendo unos libros para devolver a la biblioteca cuando escuchó el «hasta luego» de su profunda y desgarrada voz y la puerta se cerró, pistoletazo de salida, se habían quedado solos.

—Mierda —gruñó John entre dientes, lo malo de las tentaciones era que caías en ellas a la menor ocasión.

—Vaya… esperaba un recibimiento algo más cariñoso por tu parte —soltó Angélica apoyada en el quicio de la puerta de su habitación con una pierna cruzada por encima de la otra—. Me apetece jugar un poco ¿a ti no?

—No Angy…

—¿De verdad? —susurró mientras se relamía los labios.

Si era un castigo, estaba claro que se lo había buscado. John dejó ir todo el aire de sus pulmones en un hondo soplido. Evitó mirarla, sabía que, si sus ojos se deslizaban por sus perfectas piernas, su breve cintura, sus redondeados pechos… jamás lograría salir de ese apartamento. Se escabulló como un vil cobarde, pasando por su lado, con la mirada baja intentando no tropezarse. A su espalda llegó la carcajada de Angélica afilada y certera clavándosele muy hondo.

—Puedes intentar huir, solo es cuestión de tiempo, los dos sabemos que eres mío, ya te he atrapado.

«La araña», pensó John. Cogió las llaves de la mesilla del recibidor y salió apresurado precipitándose escaleras abajo. Pero cuando el día transcurrió, pasó lo que tenía que pasar, era inevitable, debía volver al piso. Caminó a paso lento por las calles de esa ciudad que le había cautivado desde el primer momento… Regresó al apartamento bien entrada la noche, con la esperanza de que ya se hubiesen acostado, sin embargo a su llegada le saludó el sonido del televisor encendido, y las risas de la pareja sentada en el sofá. Rebufó con hastío.

—Te hemos dejado cena en la cocina —la voz de Angélica llegó a él desde el salón.

—Gracias —rezongó dejando caer la mochila al lado de la puerta de entrada.

Se sentó en uno de los taburetes de la barra americana y destapó el plato que habían dejado para él. Perdió la mirada en los guisantes, mientras su mente se evadía lejos de allí, a cualquier otro lugar alejado de ella, que ahora le miraba por encima del hombro, le sonreía a él con picardía, mientras con una de sus manos acariciaba la espalda de Carlos. John fijó entonces su atención en la ventana del final del salón, salpicada por las primeras gotas de lluvia de lo que parecía iba a ser una buena tormenta. No le gustaba el otoño, demasiado frío, demasiado triste. Estaban a punto de entrar en noviembre, sonrió al pensar que en unos días haría un año que había conocido a Lena, y ese pensamiento lo llenaba de sentimientos encontrados. Habían sido siete meses de una montaña rusa a la que no se arrepentía de haber montado, pero ahora, después de bajarse y darse de bruces con la realidad, le estaba matando por dentro todo lo que había perdido por ese pequeño rato de diversión. Debería volver a ese bar y hablar con ella, o hacerlo con Heit… Necesitaba encarecidamente recuperar en algo esa añorada normalidad, sus amigos, el apoyo incondicional que había tenido siempre de ellos, la compañía, ellos lograban que el otoño no fuese tan triste. Sin embargo…

—¡Despierta! —gritó Carlos frente a él chasqueando los dedos para llamar su atención.

—¡Joder! No hagas eso, por favor —se quejó molesto.

—Chico, yo creo que no estás bien… llevas unas ojeras… ¿Duermes?

—Cuando puedo —reconoció—. No todos tenemos la suerte de caer narcotizados en la cama —respondió John.

—Pues tú que eres casi médico, deberías auto recetarte algo para descansar, tienes muy mala cara.

—Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

—A un chico de tu edad ¿qué puede desvelarle salvo las chicas? —sonrió Carlos, sin darse cuenta que la mirada de John se había desviado hacía su mujer—. ¿Sabes? Hoy ha sido un día productivo —siguió ajeno a todo a su alrededor—, he descubierto un grupillo que, puliéndolo un poco puede dar qué hablar… —Carlos se sentó al lado de John intentando, como en tantas otras ocasiones, entablar una conversación con él, lograr romper ese muro que parecía haberse instalado entre ellos, sobre todo desde que el rubio se había marchado de la noche a la mañana—. El chico canta bien… —siguió empeñado en establecer algún vínculo de unión entre ellos ¿por qué no intentarlo con la música? Idioma universal y a todo el mundo le gustaba—. De aspecto un poco osco y desaliñado, pero se podría trabajar en ellos, un buen corte de pelo, un afeitado… Canciones romanticonas que eso siempre es éxito asegurado y con esa voz, podría funcionar.

—A las mujeres nos gustan con pintas de malotes —les sorprendió Angélica desde la puerta—, el pelo largo es un plus y si tiene tatuajes ya nos conquista sin necesidad de hacer nada más.

—Entonces es por eso que John no se come un colín —afirmó Carlos. 

John desvió la mirada para clavarla en él, y tuvo que morderse la lengua muy fuerte para no soltarle que sí se los comía, juntos y por separado, por ejemplo, el de su mujer y su cuñada, sin ir más lejos. El sabor a sangre inundó su boca y se tuvo que obligar a tranquilizarse para que ningún gesto o mirada le delatara. Un ejercicio de autocontrol que pronto le causaría una úlcera, empezaba a comprender a Max y sus arranques de cólera, sin dudo era mucho más sano que callárselo todo sin terminar de estallar jamás.

—Déjalo Carlos… Siempre estás igual con el chico. No le hagas ni caso —soltó ella acariciándole el brazo en un gesto de lo más normal, pero que a John le quemó como si fuese una lengua de fuego.

—Venga mujer, él sabe que es broma, ¿verdad? —apuntó Carlos divertido.

—Empiezo a estar un poco hasta la polla de tus putas bromas Carlos —dijo John bajando del taburete y saliendo de la cocina.

—Pero eso es porque te falta sentido del humor… —le gritó el hombre—. Para ser tan joven está amargado —añadió en voz baja hacia su mujer—, y le falta un buen polvo, está demasiado tenso.

—Eres un cerdo —repuso ella sin embargo no pudo evitar una sonrisa.

Angélica le golpeó en el brazo mientras negaba con la cabeza. Carlos siempre había sido así, puede que eso fuese lo que la había conquistado, o su porte, su físico, su manera de tocarla y de hacer que se perdiera… sonrió entre sus pensamientos que la habían transportado a muchos años antes, cuando había perdido la cabeza por ese hombre, que seguía haciéndole sentir mariposas en el estómago cada vez que la rozaba… a pesar de que le gustara jugar con otros cuerpos, siempre regresaba entre sus brazos, pues le pertenecía.

—Anda vamos… —le instó a media voz, tirando de él para sacarlo de la cocina—. Es tarde.

—Lo es, total para la mierda de película que me has puesto… que ganas tengo de pillar la cama y… —le susurró agarrándola de las nalgas y estrujándoselas.

—Y quedarte frito, ¿no? —aunque no pudo evitar sentirse excitada.

—Qué bien me conoces mujer —soltó en una carcajada.  

El cabreo de John había ido en aumento, invadiéndolo por completo, emponzoñándole. Por suerte siempre, a pesar de todo, lograba mantener un pequeño resquicio de autocontrol, y era por eso que no había dicho nada y se había mantenido callado… era por eso que muchas veces prefería apartarse a un lado y dejar a los otros hacer.

Estaba sentado sobre su cama, con las piernas dobladas sobre el colchón y un libro sobre ellas, sin embargo no podía leer, no lograba reunir la concentración suficiente para poder avanzar en su lectura. Las palabras de Angélica regresaban a él una y otra vez. Sacudió la cabeza, como si así pudiera hacer que se desvanecieran esos pensamientos recurrentes y que solo le llevarían a la perdición, aunque perdido ya estaba. Puede que no lo supiera aún, pero su destino estaba escrito desde el momento en que sus ojos habían acariciado por primera vez el cuerpo de esa mujer, en el preciso instante que sus labios la habían saboreado convirtiéndolo en un auténtico adicto. O bien pudiera haber sido meses antes, cuando descubrió que el sexo ya no era solo sexo, y entraron en la ecuación otros factores… ¿Follar? Eso estaba sobrevalorado. Hacerlo con Lena había supuesto un antes y un después, jugar, someter y someterse, tantear lo prohibido, añadir ese toque de peligrosidad al hecho de meterse dentro de una mujer…

Sin duda eso ya había llegado demasiado lejos. No dejaba de repetírselo una y otra vez, pero era como si su cuerpo actuara por cuenta propia, sobre todo su parte central, o la que algunos denominaban el verdadero cerebro de un hombre. Sí, su polla, ella como ente propio había tomado el control y contra ella no había mucho que batallar. Perdía con cualquier jugada y no podía ir de farol.

Se levantó sigiloso de la cama sin saber realmente del todo qué era lo que se disponía hacer. El pasillo estaba a oscuras y en total silencio, solo se escuchaban los incipientes ronquidos de Carlos que traspasaban la madera y reverberaban por todo el apartamento. John respiró por última vez antes de abrir con precaución la puerta de ese dormitorio que no era el suyo. No tenía muy claro que era lo que allí iba a pasar, no obstante las insinuaciones y la velada invitación de Angélica, sumado a su ahora insaciable curiosidad y necesidad de emociones fuertes le habían empujado, nunca mejor dicho, a meterse en ese dormitorio. Puede que las «bromas» de Carlos le hubiesen ayudado también a tomar esa mala decisión, si se paraba a pensarlo, él se lo había buscado, era un completo gilipollas, se convenció a sí mismo.

Estaba a oscuras y necesitó unos minutos para que sus ojos se acostumbraran a tal penumbra. Carlos dormía a pierna suelta, boca abajo y a pesar de que las noches eran ya frías lo hacía sin camiseta, solo cubierto por la ropa interior. Angélica hacía lo propio a su lado, en posición fetal. La fina tela del camisón que cubría su cuerpo dejaba poco a la imaginación. John dio un dubitativo paso hacia la cama. La adrenalina empezó a quemarle por dentro, el corazón le latía a mil por hora y tenía que controlar su agitada respiración, si no quería morir en esa incursión en territorio hostil. Estaba claro que la adrenalina jugaba ahora un papel importante en los preliminares para John.

Se arrodilló al lado de ese perfecto cuerpo femenino que le hacía transitar, desde hacía semanas, en esa delgada línea que separaba la cordura de la locura. La observó un instante totalmente embelesado. Los rizos caían despeinados cubriendo parte de su rostro, y un rebelde tirante de las picardías se había escurrido, dejando al aire una porción de pecho nada desdeñable. Era un espectáculo. Verla dormir ya era en sí un tremendo placer, verla hacerlo al lado de su pareja era puro vicio. Alargó la mano para rozar con la yema del dedo índice su hombro, y alargó la caricia dirigiéndola a su pecho, parando el movimiento muy cerca del pezón. Ella se movió inquieta, pero no se despertó, lo que animó a John a seguir acariciando su cuerpo.

Tocarla mientras dormía, sin su tácito consentimiento, sin que ella fuese plenamente consciente de lo que sucedía… Pronto ya no solo la acariciaba con un dedo, sino que empezó a hacerlo con la palma de la mano entera, que situó en la corva de sus rodillas y fue ascendiendo muslo arriba, hasta llegar a la zona de la ropa interior. Tragó saliva con dificultad, ella se movió un poco dejando vía libre para que al menos uno de sus dedos pudiese llegar a la zona de victoria.

Estaba mojada, tenía la ropa interior encharcada y el creciente olor a sexo pronto inundó la habitación. Se preguntaba qué era lo que estaría soñando, si sus caricias habían podido traspasar la barrera de la consciencia, y si ahora ella soñaba con que sus manos mimaban cada centímetro de su piel.

John aguardó muy quieto hasta que ella dejó de moverse, regresando a las profundidades de la fase rem, entonces con agilidad y maestría, con un simple gesto de su mano apartó un poco ropa interior para poder rozar su intimidad ya sin barreras. Clavó la mirada en esa zona, conteniendo la respiración y notando todas las sensaciones que estaba experimentando. Ya no conocía límite, cada nueva situación era un poco más que la anterior, haciendo d ese momento una de las experiencias más excitantes que había experimentado jamás, ver su dedo engullido por las profundidades del sexo de Angélica que seguía dormida, aunque ahora algo más agitada, lo delataba su respiración cada vez más acelerada. Su dedo se movía presto en un movimiento circular, donde pronto se unieron otros dos. De fondo los ronquidos de Carlos, que acallaban un poco los incipientes gemidos que había empezado a soltar ella que se movió de nuevo. John alzó los ojos y los clavó en los de Angélica que acababa de abrirlos, la reacción de John no fue otra que la de tapar su boca apretando la palma de la mano contra ella, para que no pudiera decir nada o hacer ningún ruido que pudiese despertar a Carlos, pero Angélica lejos de parecer molesta o sorprendida por esa violación de su cuerpo en plena noche, solo sonrió con picardía y moviéndose un poco le dio pleno acceso a su cuerpo.

No se lo pensó, o actuaba o iba a estallar, era un volcán en erupción, un tren fuera de control, destapó su boca y se levantó de dónde había estado arrodilladlo, liberó su impresionante erección y tumbándose ligeramente sobre el colchón presionó en la entrada de su vagina y poco a poco se fue abriendo paso hacia el interior. De reojo observaba como Carlos dormía, para después volver a desviar la mirada hacia los taimados ojo de Angélica, que disfrutaba de la situación y se lo hacía saber con ligeros movimientos de cadera que le ayudaban a profundizar más cada embestida. No tardó en llegar al orgasmo, ella enterró su rostro en la almohada para evitar que sus alaridos despertaran a quien dormía al otro lado del colchón. John tuvo un orgasmo descomunal, corriéndose en silencio aferrado con fuerza a sus caderas.

Pura droga, y en cada encuentro necesitaba un poco más que la vez anterior.

—Me vas a llevar a la ruina —le susurró al oído.

—Venga John… lo estás deseando.

Se resistió un poco a abandonar esa cálida ubicación, aunque tuvo que hacerlo cuando Carlos se giró alzando al brazo y palpó en la oscuridad hasta dar con el cuerpo de su chica, a la que abrazó fuerte atrayéndola hacía él. John se dejó caer al suelo manteniéndose muy quieto para no ser descubierto, y así aguardó unos instantes hasta que los crujidos del colchón cesaron y supo que ya era seguro salir. Cuando alzó la cabeza buscó la mirada de Angélica, sin embargo solo se encontró con que ella se había vuelto a dormir abrazada al gran cuerpo de Carlos. Se escabulló en medio de la noche de nuevo a su habitación, aturdido, confundido y aún muy excitado.

¿Qué le estaba pasando? No lo entendía. No pudo conciliar el sueño en lo que quedaba de noche, y el amanecer le descubrió aún despierto sobre el colchón, con las manos enlazadas tras su nuca y la mirada clavada en esa mancha marrón de la pared. Era como si toda esa época hubiese quedado atrás, como si se tratara de otra vida, pero a la vez, tenía muy presente que esos meses eran los que ahora condicionaban todas sus elecciones. Meditó sobradamente sobre todo lo que ocurría a su alrededor y en su interior, para llegar a la misma conclusión de siempre: se estaba volviendo loco y así no podía continuar.

Esa mañana John salió temprano del apartamento, a esas horas el sol aún no había despuntado y el acuciante frío se calaba hasta el fondo helándole hasta los huesos. Otoño era de esas estaciones odiosas, mucho más que el invierno, puede que fuese porque cuando llegaba el invierno ya se había acostumbrado a los días cortos y fríos. No obstante despedirse del calor del verano siempre le había costado mucho, cuando era un niño porque significaba el fin de las vacaciones de verano y la vuelta a la rutina, y de mayor porque ya se había habituado a odiar esa estación en particular, y al menos en eso estaba resultando ser un hombre de costumbres.

Arrancó el coche, puso la calefacción, sintonizó una emisora de radio con algo de música tranquila y se incorporó al tráfico, bastante abundante a esa hora, conduciendo casi por inercia. Estacionó a un par de calles de la plaza donde se encontraba el bar en el que trabajaba Lena, y caminó a paso lento y hasta con miedo hacia allí. Lo primero que hizo fue intentar localizar a Heit entre las pocas personas sentadas en la terraza a esas horas. Aunque sabía que las posibilidades de que estuviese allí eran remotas. Observó todas las mesas del otro lado de la calle, pero no le vio, cosa que le decepcionó y alegró a la vez. Tampoco sabía muy bien qué decirle o cómo enfrentarse a él. Había pensado en echarle en cara el haberse ido, haberle dejado solo, el joder su amistad sin tan siquiera una simple explicación, pero después de los últimos acontecimientos ya no tenía tan claro querer hacer eso. Ahora más que nunca necesitaba un amigo, alguien con quien hablar… necesitaba a Heit porque después de tantos años ya no podía concebir la vida sin su amistad y sabía que con Max todo iba a ser mucho más difícil. Así que estaba más que dispuesto a poner la otra mejilla, como había hecho siempre, no reprocharle nada e intentar reconstruirlo todo desde donde lo habían dejado.

John tomó asiento en la terraza de la cafetería, a pesar del frío y de que el cielo amenazara lluvia, como casi todos los días en la última semana. Lo hizo de manera que quedó de frente a la plazoleta y después de pedir un café con leche muy caliente se atrevió por primera vez a alzar la mirada en dirección al otro lado de la calle.

Lena había sido para él un auténtico rompecabezas, pensó mientras añadía el azúcar en el café, había logrado desempeñar el rol de sumisa a la perfección, sin embargo, algo le decía que en toda esa historia los doblegados a su voluntad habían sido ellos. Llegó a sus vidas para instalarse en ellas de modo permanente, a pesar de haberse ido pocos meses después, aunque estaba claro que su presencia se había hecho perenne, pues se había metido muy dentro de ellos, se había quedado grabada a fuego en su piel. John sopló un poco antes de acercarse la taza a los labios. Durante ese tiempo había visto una mujer llena de contrastes y matices, que podía llegar a ser tan tierna como una rosa y a la vez tan dura e hiriente como sus espinas. Y ahora, meses después de que se marchara, era cuando empezaba a comprenderla, pues Angélica estaba causando en él lo mismo que ellos habían despertado en ella.

Al otro lado de la calle Lena apareció. John no pudo evitar detener sus ya de por sí pausados movimientos, quedó petrificado, totalmente inmóvil, apenas se atrevió a respirar con la mirada imantada en ese menudo cuerpo que se movía con soltura por entre las mesas de la terraza. Era raro verla allí, saber lo que había pasado entre ellos, y ser consciente del daño que se habían hecho entre todos. Era una sensación de lo más confusa, saber qué se escondía bajo su ropa, pero no conocer absolutamente nada de su interior. Aquella tarde, cuando ella le confesó que le quería, le pilló totalmente desprevenido, y esa era la confirmación de que en esos meses, solo se había aprendido de memoria su cuerpo, sin embargo realmente no conocía de nada a esa mujer a la que pretendía suya. Se preguntaba si Max o Heit pensarían igual o era solo cosa de él. Descendió la mirada de nuevo al café cuando Lena desapareció en el interior del local para comprobar que ya se había enfriado.

Habría querido ser lo suficientemente valiente como para levantarse y acercarse a ella, preguntarle por qué… por qué había decidido quedarse ese día, por qué firmar aquel contrato, por qué dejar que las cosas se torcieran tanto, y sobre todo por qué se fue. Y estaba seguro que la respuesta a todas esas preguntas llegaría a él en modo de otra interrogación, ¿cómo pudo dejar él que todo eso sucediera? ¿Por qué no hizo nada por evitar todo lo que ocurrió?

El sonido de su teléfono le sobresaltó haciendo que regresara de ese mundo de ensoñación al que a veces se quedaba atrapado. Miró la pantalla y suspiró con pesadez, aunque a decir verdad necesitaba hablar con ella…

Tomó aire antes de tener la fuerza suficiente para responder.

—Leah —susurró con un tono de voz más apagado del que pretendía.

—¿Es que no pensabas llamarme nunca? —le reprendió ella.

—Pues la verdad es que sí… pensaba en llamarte… —el sonido de un frenazo frente a él hizo que John levantara la mirada de esa taza de café que reposaba sobre la mesa, y al hacerlo, no la fijó en el coche que casi había colisionado con el de delante, sino que pasó por encima de ambos vehículos para clavarse de nuevo en ella.

—¿Dónde estás? —preguntó su hermana contrariada, pues a esas horas él debería estar en la universidad.

—He salido a tomar algo, ¿por?

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