John

John


Capítulo 8

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«Nunca podría haber nada más allá». Las manos de John se apretaron en dos fuertes puños. Se sentía dolido, usado, humillado… él le había entregado su corazón y ella solo lo había pisoteado. Era ridículo, ella tenía razón, era un ser patético, enamorado de esa pérfida mujer que disfrutaba viéndole sufrir, sin embargo él la quería, la quería mucho y la necesitaba, cada vez que Carlos rozaba su cuerpo él sentía ganas de lanzarse sobre él y arrancarle la cabeza. Él lo haría todo por ella, lo que le pidiera, decía que su vida estaba unida a Carlos, pero ¿y si Carlos no estaba? Ellos podrían ser libres de estar juntos, ellos para toda la eternidad, ellos… Se mareó, tantas ideas bailando dentro de su cabeza hicieron que se mareara.

—Nunca habrá un nosotros. Somos Carlos y yo, tu simplemente le has mantenido la cama caliente mientras no estaba.

John sintió como si un abrasador fuego empezara a quemarle por dentro, de pronto su sangre bullía y su razón estaba tan próxima a nublarse que se estremeció. Alargó la mano para cogerla, para abrazarla, necesitaba rodear su cuerpo y que ella sintiera lo mucho que la adoraba, que sería capaz de matar y morir por ella, sin embargo cuando su mano estaba a punto de alcanzar esa tan ansiada piel, Angélica se retiró un paso, dejándole huérfano de su calor. John alzó la mirada para encontrarse con el hielo que desprendía la suya, no, era peor que eso, no era que lo mirara con frialdad, es que lo miraba con desprecio, como si él no fuese nada, se sintió un nadie, y de pronto todo lo que habían vivido se tornó oscuro y siniestro, todos esos momentos que su mente atesoraba como los mejores de su vida se volvieron aciagos, amargos, imposibles de tragar. En tan solo un segundo todo lo que tenía dentro cambió.

Hizo un vano intento más por acercarse a ella, pero Angélica solo lo apartó acompañando el gesto de desdén con una carcajada fría y siniestra.

—Te necesito—consiguió decir John.

—Tú puedes necesitar lo que quieras, que más me da a mí —repuso Angélica con desprecio.

—No puedes dejarme.

—No te dejo John, no te dejo porque jamás me has tenido, ¿es que no lo entiendes? ¿Tan estúpido eres? —le preguntó.

—¡Eres mía! —vociferó John con una voz salida directa de sus entrañas, donde se estaba gestando todo el dolor.

—Soy de Carlos.

—Eres mía —volvió a gruñir John, ahora sí asiéndola de la mano con fuerza.

—Lena también era tuya y se marchó, puede que estés condenado a no tener nunca nada que te pertenezca.

John lo vio todo oscuro a su alrededor, como si alguien hubiese apagado las luces de su lucidez. Y la mención de Lena en boca de Angélica fue el colofón final, más de lo que pudo soportar.

—Mía —repitió con voz ronca y alargó la otra mano para agarrarla, hundiendo las uñas en el contorno de su muñeca.

—Suéltame John, no hagas más el ridículo.

—Tú eres mía —sentenció él clavando la mirada en ella.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó desafiante Angélica.

—Coger lo que me pertenece.

—No tienes lo que hay que tener… —le retó muy segura de sí misma.

John tiró de ella con fuerza para besarla, pero Angélica movió el rostro para impedir que sus labios le alcanzasen, John estaba fuera de sí, humillado, dolido, perdido, loco. Total y absolutamente loco. La agarró con desmesurada fuerza tirando de ella con una mano, mientras con la otra la agarró del pelo para obligarla a recibir sus besos. Ella se resistía, se movía inquieta, incluso gritaba, pero John no era capaz de reaccionar, necesitaba más, la necesitaba a ella. Necesitaba esas migajas de amor que le había ido dando a cuentagotas. Logró reducirla y pronto Angélica estaba ya tendida en el suelo, con el esfuerzo su vestido había ido ascendiendo y ahora estaba enroscado a la altura de su cintura, dejando sus muslos y su ropa interior al aire. John observó un segundo ese cuerpo que le hacía perder la cabeza, que había aprendido a amar y necesitar a partes iguales.

Se tumbó sobre ella y siguió buscando sus labios, besándola, lamiendo su rostro, su saliva se mezcló con las lágrimas de ambos, que tiñeron los besos de un sabor salado.

—Te quiero, te quiero —susurraba él enajenado.

—Déjame John, suéltame… ¡Para! —chilló Angélica presa del pánico, y consciente más que nunca de lo que le iba a pasar.

—No puedo parar de quererte ¡es que no lo ves!  Me has embrujado.

Consiguió liberar su erección de la prisión tejana dirigiendo la punta de su miembro hacía su vagina, tanteó hasta encontrar su entrada, que estaba húmeda y caliente, y de una sola embestida se introdujo dentro de ella haciendo el tanga a un lado. Entraba y salía entre sacudidas y zarandeos, mientras ella le empujaba con ambas manos en el pecho y él buscaba con desesperación esos besos que noches atrás le habían hecho soñar con un futuro lleno de dicha y felicidad. Ahora el futuro se desvanecía a cada embiste.

—No puedes dejarme —sollozó John dejando caer la cabeza entre sus pechos, pero sin dejar de penetrarla—. Eres mía… solo mía, eres mía, te quiero, te quiero Angy por favor, te quiero…

Siguió las acometidas sin ritmo, pero con una necesidad perentoria, se ahogaba. Moría, a cada penetración moría un poco más, pero no había nada mejor que perecer dentro de ese cuerpo que tanto amaba. Agarró con fuerza su cintura para dar un último empujón derramándose dentro de ella y se dejó caer abatido sobre su cuerpo llorando, susurrándole lo mucho que la amaba.

—Eres un puto psicópata —gruñó Angélica entre dientes empujándolo para sacarlo de su interior—. Jamás… ¿me oyes? Jamás volverás a ponerme una mano encima —se levantó dejándolo a él tirado en el suelo—. Hagas lo que hagas en esta vida, siempre serás escoria John. 

—Angélica yo… —dijo tomando conciencia de lo que acababa de pasar.

Angélica enjuagó sus mejillas hizo descender su falta y tomó fuerzas de donde no las tenía para recomponerse, volvió a mirarle con desprecio antes de desaparecer del salón.

—Lo siento —susurró él a la nada, pues ella había abandonado el apartamento dando un sonoro portazo—. Joder…. ¿Qué he hecho…?

 

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