John

John


Capítulo 3

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Capítulo 3

Estaba tumbado boca arriba en su cama, con los ojos como platos, se había desvelado y trataba de dejar la mente en blanco para no pensar, aunque ese hecho en sí ya era pensar, y eso se convertía en un bucle difícil de romper. Enlazó las manos tras la nuca, así permaneció aún un buen rato hasta que decidió incorporarse un poco, y en esa posición, apoyado en parte contra el cabezal de la cama, su mirada de forma irremediable se fue a esa mancha en la pared. Aún podía adivinarse el contorno de las nalgas de Lena perfectamente dibujadas. Una reproducción exacta de ese culo que le había vuelto loco durante el tiempo que pudo disfrutar de él, y debía reconocer, que seguía haciéndolo. Había sido una idea de lo más loca, ella estaba haciendo unas magdalenas, o puede que fuese un bizcocho, no lo recordaba, él llegó del hospital dónde estaba haciendo las prácticas, aún llevaba el uniforme azul celeste puesto, y esas horribles alpargatas que de tan feas eran hasta cómodas. La casa estaba impregnada de ese aroma que desprendía el horno cada vez que lo encendía, un olor entre dulce y tostado. Entró y la vio ahí de pie, removiendo con pasión la mezcla, se acercó a ella para cogerla por detrás haciéndola voltear sobre sí misma y poder besarla, aunque se entretuvo poco en sus labios, ya que en seguida descendió la lengua en dirección a uno de sus pezones, el cual atrapó por encima de la fina tela de la camiseta. La sujetó de las caderas y la alzó dejándola caer contra la encimera, mientras él cogía la mejor posición, que no era otra que entre sus piernas. Toda la masa de bizcocho se derramó, pero nada importaba en ese momento, solo la necesidad perentoria de meterse dentro de ella de manera ruda, apresurada y bestial. En eso estaba cuando la puerta de la calle se abrió, para dar entrada en escena a un Heit mal humorado que enseguida se quejó de tener que estar viendo como se follaban a la mascota encima de la encimera dónde él se preparaba las ensaladas, como siempre Heit tan agradable. Entonces, con Lena asida de su cuello y abrazada con fuerza con las piernas en su cintura, sin salir de su interior, caminó a trompicones hasta la habitación donde la estampó contra la pared, buscó sus labios y terminó lo que habían empezado en la cocina. Follar con Lena se había convertido en algo necesario. Durante esos siete meses solo había tenido necesidad de fundirse en ese cuerpo que entonces le pertenecía, o creía que le pertenecía. Fueron cuatro acometidas bestiales y se corrió soltando un gruñido animal. Ella le miró con los ojos vidriosos y las mejillas sonrosadas. Cuando descendió de su cintura la forma de sus posaderas había quedado marcada en la pared.

Un recordatorio de por vida, un «Lena folló aquí».

Se levantó de la cama con sigilo, sobre el colchón había quedado tumbada la pelirroja, desnuda y plácidamente dormida con esa larga y sedosa melena desparramada por su rostro. John la miró y suspiró con fastidio, ¿cómo se hacía eso de echarlas antes de que se durmieran? Un polvo estaba bien, que ocuparan su cama ya no tanto. Encima para lo que había pasado en ese colchón que había sido, cuanto menos, el polvo más decepcionante de los últimos tiempos, no merecía la pena. ¿Había perdido la capacidad para apreciar el sexo «normal»? Pero joder ¿¡qué era o no era normal!? Se acercó a esa mancha amarronada de la pared y la acarició con nostalgia. ¿Podría encontrar alguna vez una mujer que despertara todo lo que le despertó Lena? Sin duda el listón había quedado muy alto, y estaba claro que ni veinte «Sophies» por más pelirrojas que fuesen valdrían para siquiera emborronar el recuerdo de esos siete meses.

 Se puso los calzoncillos y salió al pasillo, era bien entrada la madrugada y le extrañó ver luz en el salón. Dudó un poco, a decir verdad, no le apetecía una conversación trascendental con Carlos, pero tenía sed, así que no tuvo más opción que acercarse hasta la cocina y por ende, ser visto por quien estuviera en el salón.

—Vaya —susurró Angélica al verle.

—¡Joder! —exclamó John—. Lo siento, no sabía que estabas en el apartamento, y mucho menos te esperaba despierta a estas horas.

—Tranquilo —sonrió con lo que a John le pareció picardía, o puede que solo hubiese sido una impresión suya—. Para haber llegado con una chica llevas una cara de decepción… —observó la mujer alzando su copa y dando un pequeño sorbo de ella—. ¿Una mala noche?

—Un mal año.

—No será para tanto —sonrió Angélica con condescendencia.

John se azoró un poco, no tenía nada de confianza con ella, salvo por las dos o tres cenas que habían compartido, llenando el silencio con charlas de lo más insustanciales, le había parecido simpática, sin embargo no tenía ninguna impresión más sobre ella. Angélica clavó los ojos con descaro en él, para ser exactos en una parte muy concreta de su anatomía solo cubierta por la escasa tela de los calzoncillos, se llevó la copa a los labios para tomar un nuevo trago aguardando que él dijera algo, sin quitar la mirada de su entrepierna, John empezó a incomodarse y a excitarse a partes iguales, lo que evidenció aún más el bulto en esa zona. Carraspeó inquieto, sin saber muy bien qué hacer ni cómo reaccionar, algo intimidado por ella y la situación.

—Vaya… —susurró Angélica, alzando de nuevo la mirada hacía el acalorado rostro de John—. ¿Y bien? —preguntó, esperando que el chico ampliara la poca información ofrecida. Le divertía, no podía negarlo, era una situación de lo más excitante.

—No ha sido la mejor noche de mi vida, no —reconoció abatido, pues había puesto grandes esperanzas en esa chica y ese polvo. Sin duda o sus expectativas eran muy altas o la fama que precedía a la pelirroja del todo inmerecida.

—Lo lamento…

Llegados a ese punto, John dudó entre ir a la habitación a por algo de ropa con la que cubrirse, seguir el plan inicial e ir a la cocina a por agua o sentarse con ella y amorrarse a la botella de Whisky que Angélica tenía en frente.

—Cosas que pasan —susurró, empezando a encaminarse hacía el interior del salón.

—La chica era mona. Os he visto al llegar —se apresuró a apuntillar ella ante la cara de contrariedad que había puesto John—. No es que os haya espiado ni nada. Estaba aquí y no me habéis visto, la verdad es que la entrada prometía, eso de ir comiéndoos a besos, y desnudándoos por el pasillo… Ha sido muy peliculero. Me has puesto a tono hasta a mí —confesó, guiñándole un ojo divertida.

—Y hasta ahí la parte buena —soltó con desidia—. Después de eso, nada.

—Que lástima, ¿una copa? Todo se ve más claro con un buen Whisky.

—¿Y Carlos? —preguntó John tomando asiento a su lado con algo de duda y mirando a todas partes.

—Ha sido meterse en la cama y caer inconsciente —respondió Angélica alzando los hombros, y dando un trago al nuevo vaso que se había servido.

—Sí, se le escucha roncar desde mi habitación —comentó, y se acomodó al final a su lado relajándose un poco. La miró de soslayo, era una mujer imponente y el verano le sentaba muy bien, pensó fijándose en las transparencias del camisón que llevaba puesto.

—En cambio de la tuya no ha salido ni un solo sonido —le guiñó un ojo con complicidad Angélica, alargándole el vaso que él tomó sin dudar.

—Podríamos decir que no ha merecido la pena ni alzar la voz, y ahora no sé cómo decirle que se largue, se ha quedado dormida —le contó agobiado.

—Pareces un buen chico.

—¿Solo lo parezco? —inquirió enarcando una ceja, dando un trago al whisky y notando como le quemaba la garganta al bajar. Miró la botella y entonces fue cuando la reconoció. Era de Heit, para las «ocasiones especiales», pero solo le había visto bebiendo de ese licor una vez… El día que Lena firmó el condenado contrato. John soltó un soplido, fijó de nuevo la atención en la botella y apuró la copa de un solo trago.

Angélica le observó con detenimiento, y la sensación de que ese chico no era trigo limpio la invadió de nuevo. Había «algo», no sabía muy bien el qué, sin embargo su instinto jamás fallaba, y ese chico era solo dulce en apariencia. Se percató de como John miraba la botella, con una mezcla de admiración y melancolía, y de nuevo pensó en que había cosas en él que no eran del todo normales, un gran secreto guardaba y ella lo quería desvelar. Podría convertirse en su reto personal, pues en esa ciudad no conocía a nadie y cuando Carlos trabajaba se aburría mucho.

—Lo siento… —se excusó alargando la mano, y pasando un dedo por el cuello de la botella—. Estaba en el mueble bar, no sabía si podía cogerla, pero… es un buen caldo.

—No pasa nada —respondió John, que abriendo el tapón sirvió un par de dedos más.

—¿Por qué brindas? —preguntó Angélica clavando su mirada color de caramelo fundido en él.

—Por solo parecer un buen chico, y por los polvos decepcionantes —exclamó divertido John alzando el vaso e ingiriendo todo el contenido de una vez, para golpear con él sobre la mesa después.

—Y por los que no lo van a ser —aventuró Angélica levantándose, y acariciando su brazo con ternura para justo después agachar un poco su cuerpo y rozarlo con él—. Buenas noches John —le susurró cerca de su oído—. Que descanses.

Y con esa última palabra el aliento de Angélica había rozado a John que miró hacía la puerta por donde la vio desaparecer, y entonces fue consciente que una parte de su cuerpo había reaccionado a ese susurro y a esa caricia más, que con la pelirroja echando un polvo, que había resultado que lo único que tenía de erótico era el nombre, pues el resto había sido insulso, monótono y aburrido a más no poder. Dudó un poco antes de levantarse de la mesa, cogió la botella y se la llevó a la habitación donde le esperaba Sophie que seguía ocupando más de la mitad de su cama. John rebufó, hasta el nombre le parecía desagradable ahora. Dejó la botella a buen recaudo en el armario y se tumbó junto a ella, evitando rozarla y esperando a que Morfeo estuviese de su lado y no le regalara una nueva noche de insomnio.

A la mañana siguiente le costó mucho lograr que Sophie se marchara de la casa, y solo lo hizo con la promesa de una llamada, una que jamás llegaría, estaba claro. Ahora entendía a Heit, que nunca llevaba chicas al apartamento, debía hacerlo por eso, siempre era más fácil largarse si estabas en casa de ellas o si habías alquilado una habitación de hotel, y jugabas con la ventaja de que no supieran dónde vivías. Heit era todo un maestro en eso, pues en esos cinco años jamás llevó un solo ligue, a decir verdad jamás comentó nada de ninguna mujer. A veces bromeaban con eso, Max tenía su propia teoría, que no era otra que la de que tenía alquilado otro apartamento que usaba solo de picadero. A veces habían intentado sonsacarle, sin embargo Heit jamás decía más de lo que quería dejar conocer, medía siempre bien las palabras y era complicado pillarle en un renuncio. ¿Cómo habían sido amigos tanto tiempo? Ahora que se paraba a pensarlo, a pesar de conocerlo desde el colegio, apenas sabía nada de él.

John cerró la puerta con cara de fastidio, sobre todo porque tanto Carlos como Angélica habían estado pendientes de la conversación que habían mantenido en la puerta. Soltó un soplido, e hizo amago de volverse a la habitación cuando Carlos le llamó para ofrecerle un café. Una dura elección en la que la cafeína ganó la batalla.

—Vaya trola le has soltado —se mofó Carlos, cuando John se hubo sentado en su sitio habitual.

—¡Oh venga! —exclamó Angélica alzando los brazos de manera casi teatral—. Si la chica se ha creído toda esa milonga de la llamada la culpa es suya, pues estaba claro que solo se la estaba quitando de encima. Eso las mujeres lo sabemos, menos las que no tienen dos dedos de frente o la autoestima por los suelos.

—Pues es mona —apuntó Carlos.

—¿Perdona? —inquirió Angélica clavando su mirada en él, que enseguida alzó las manos en señal de derrota antes de presentar batalla.

—Para él… es mona para él, ojo, yo podría ser su padre —trató de apaciguarla.

—Si el tema de discusión de hoy va a ser mi estrepitoso fracaso en cuanto a relaciones y polvos, cojo el café y me largo, ya tengo bastante conmigo mismo, no necesito a nadie más para terminar de hundirme —refunfuñó John.

—¡Venga! Un chico como tú, con esos ojazos, las debe llevar a todas locas —soltó Angélica, mirándole de frente.

—Locas vienen de fábricaaaaa… menos tú cariño, menos tú —recondujo sabiamente Carlos—. El problema es que John tiene gustos particulares en cuanto al sexo —comentó Carlos, y soltó una carcajada ante la inquisitiva mirada del chico, no así Angélica que lo miró con creciente curiosidad—. Bueno, o tú o Heit, pero en la habitación del fondo, que por cierto deberíamos hablar qué hacer con ella, había algunas cuerdas de esas de seda, y digamos que, material muy «peculiar».

—Heit —dijo sin más.

—Ya, claro… culpa al muerto, qué listo.

John clavó la mirada en el fondo de la taza de café, dónde no hallaría respuesta porque no sabía ni cual era la pregunta. Suspiró. Estaba harto de esa situación, a lo mejor debería hacer como ellos, darse por vencido y buscar otro piso, puede que más pequeño, cerca de la universidad, o del hospital, terminar las dos asignaturas pendientes y hacer, en definitiva, lo que se suponía que tenía que hacer. Lo que sus padres siempre habrían esperado que hiciera. Dejarse de «Lenas» y de búsquedas infructuosas de amor y sexo perfecto, y centrarse en la carrera. Puede que Sarah tuviera razón, y tanto intentar controlarlo todo solo le había servido para terminar descontrolado.

—Bueno, tengo que irme —dijo Carlos poniéndose en pie—. ¿Quieres que te lleve? —le preguntó en un susurro a Angélica. Ella miró el reloj, pareció dudar y finalmente negó con la cabeza.

—El tren no sale hasta dentro de tres horas, no quiero estar tanto tiempo sola en la estación, no me gusta, me quedaré aquí y cogeré un taxi un poco más tarde.

—¿Estás segura? —insistió Carlos.

—Sí —afirmó rotunda Angélica.

—Como quieras —Carlos la besó en los labios—. ¡Nos vemos en un par de días! —le dijo a su compañero golpeando su hombro de manera brusca.

—Joder, ¡qué bruto eres! —se quejó John con el hombro medio dislocado.

Angélica siguió a Carlos fuera de la cocina. John se concentró en el café y en el móvil, leyendo sobre las noticias del día, le gustaba ojear la prensa local. De reojo vio como la feliz pareja se despedía en la puerta entre susurros, besos y abrazos. Se centró de nuevo en la pantalla del teléfono cuando intuyó su presencia, caminaba como un felino, sin hacer el menor ruido, como si acechara a una presa, y por un momento se vio a sí mismo como un tierno y desamparado corderito. Tragó el café con dificultad. Angélica le ponía nervioso. Era una mujer muy magnética, no le hacía falta ni esforzarse para despertar su instinto sexual. Instinto que debía aplacar, pues Carlos no le parecía el típico hombre con el que se pudiera razonar en caliente, a decir verdad, tampoco en frío.

—Pues ya estamos solos —siseó entre dientes cual serpiente al sentarse a su lado.

—Sssssí —titubeó.

John no pudo evitar que se le pusiera la piel de gallina. Era extraño, supuso que era por todo lo ocurrido, estaba más sensible, seguro que era eso. Todo lo que había vivido había despertado en él una especie de reacción en cadena dentro de su mente y a la vez de su cuerpo. No podía ser otra cosa porque él antes no era así ¿o sí? Se levantó con torpeza, cada vez se parecía más a Max, sacudió la cabeza, no quería seguir pensando en ellos, no a todas horas, se dispuso a salir de la cocina cuando Angélica le agarró con delicadeza por el brazo haciendo que tuviera que detenerse.

—Qué pasa John… ¿Te doy miedo? —susurró melosa acercándose a él como una pantera acechando su presa, sin respetar el tan necesitado espacio personal, hasta pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo y traspasaba la fina capa de ropa que ambos llevaban.

—Tú no, Carlos un poco.

Angélica soltó una carcajada y acto seguido se hizo atrás para que pudiera escabullirse, como cada vez que se habían quedado a solas los últimos días. Era como si John tuviera miedo, pero no de ella, sino de lo que podía llegar a pasar entre ellos, y eso le daba a entender que, si ella lo deseaba, si se lo proponía, podía llegar a pasar algo. Y ese poder la divertía, y por qué no decirlo, la excitaba un poco. John era un chico muy guapo, bien parecido, tenía unos ojos hipnóticos, de un color indeterminado que cambiaba según la luz y una voz muy dulce, se estremecía solo de pensar en esa voz susurrando su nombre en su oído. Suspiró y alzó los ojos al cielo. Debía serenarse o terminaría por provocar una situación de lo más excitante e incómoda, dulcemente fantasiosa, extremadamente morbosa y peligrosa. Una de esas que tanto le gustaban y con la que tanto llegaba a disfrutar.

Amaba a Carlos, aunque a veces le gustaba jugar. No era malo divertirse. Carlos lo hacía, tenía constancia de ello, eran una pareja abierta, estaban juntos por y para siempre porque se querían y pertenecían, sin embargo no pasaba nada por, de vez en cuando, meter un poco de juego en la relación. Ya habían probado el intercambio de parejas, los tríos… La verdad era que habían resultado experiencias muy positivas y les habían unido más, su relación era más fuerte. Ahora estaba John, que no entendía muy bien por qué, pero le gustaba. Sería por su edad, tan joven y aparentemente inocente, o por su cuerpo, podía ser porque le ponía a mil que fuese compañero de piso de Carlos, o porque en el fondo veía en él a un ser famélico de nuevas experiencias y sensaciones. John era un chico con ganas de experimentar, y a ella le mataba el ansia de ser su banco de pruebas. 

Mordió su labio y se levantó del taburete para ir hasta su habitación, paró tras la puerta que golpeó delicadamente pasados unos segundos.

—John —dijo abriendo levemente—, acabo de llamar al servicio de taxis y por lo visto hay no sé qué problema, creo que no voy a llegar a tiempo a mi tren, ¿tú podrías llevarme a la estación? —empezó a preguntar clavando los ojos en él—. Te prometo que será solo esta vez —susurró haciendo un mohín.

—Esto… sí… claro… —atinó a decir desde la cama donde acababa de sentarse.

—¿Seguro? No quiero molestar si tenías planes o algo… —comentó Angélica poniendo cara de niña buena.

—No, tranquila, no me importa —aseguró, aunque en el fondo no estaba muy convencido, y es que algo en la mirada de Angélica le incomodaba.

—Gracias, voy a darme una ducha y a preparar mis cosas. No tardaré.

Su corazón latía a un ritmo frenético. ¿Por qué le alteraba tanto eso? Era una ducha, se estaba dando una ducha, como se las daba él o cualquiera, no obstante la imagen de Angélica desnuda le golpeó de frente, a decir verdad, de frente, de costado y por todos lados, un ataque masivo a su ya de por sí disparada imaginación. John llevó las manos a las sienes, como si con ese gesto pudiese sacudir todo lo que bailaba dentro de su mente, que se agitaba cada vez más y de forma más convulsa. Algo había quedado tocado en su cabeza después de conocer a Lena, era la única explicación lógica que encontraba a su comportamiento de las últimas semanas. Estaba claro que lo que le sucedía no era normal, ¿o sí?

Se cambió de ropa por algo más formal que la camiseta deportiva y el pantalón desgastado que llevaba, se pasó las manos por el pelo recolocando los mechones rebeldes que se empeñaban en caer desordenados por su frente. Se miró de reojo al espejo colgado al lado de la puerta. Recogió la cartera y comprobó que llevaba dinero, puede que después llamara a Liam para ir a tomar algo. Rebuscó entre los papeles de encima de su mesa hasta dar con las llaves del coche y salió de la habitación para esperarla en el salón. En medio del pasillo cómo si le esperara, estaba Angélica, envuelta en una toalla, con el cuerpo húmedo y el pelo empapado pegado a su rostro y espalda. La observó con detenimiento, no lo pudo evitar, ¿qué otra cosa iba a hacer? Y pensó que debía apartar la mirada, que debía bajar la vista al suelo, darse la vuelta o buscar una excusa para volver a entrar en la habitación, pero no pudo. O más bien algo no se lo permitió. Dejó los ojos clavados en ella de un modo que habría resultado incomodo para cualquiera, aunque no para Angélica, ella solo sonrió, consciente que, de algún modo, la partida del juego al que quería jugar ya estaba en marcha, y ahora era solo cuestión de tiempo y paciencia. Podía llegar a ser muy divertido, pensó.

—Enseguida termino —musitó con voz profunda.

—Sí, claro, no hay prisa… yo… yo espero allí —respondió John señalando el comedor, y se sintió un auténtico gilipollas, ¿por qué había hecho eso? Sacudió la cabeza para no pensarlo. Esa mujer lo aturdía demasiado y eso no auguraba nada bueno.

—Eres taaaan mono —soltó Angélica con una risa y se encerró en la habitación.

¿Mono? ¿Le había llamado mono? Estuvo tentado de abrir la puerta de esa habitación, arrancarle la toalla, tirarla contra el colchón y follársela como seguro que Carlos no era capaz de hacer. Eso era lo que debería hacer. Monos eran los de zoo.

—Yo soy un puto semental —masculló al pasar frente a la puerta.

Entró en la cocina para buscar un botellín de agua, tenía que lograr calmarse o serían los cuarenta minutos más largos de su vida, y eso que conducir solía relajarle mucho. Se acercó a la nevera y por un extraño motivo el imán verde con la H llamó su atención de un modo que no lo había hecho en los días anteriores. Lo cogió y lo sostuvo entre las manos un instante, mirándolo. Había sido un regalo de su hermana Leah cuando se mudaron, uno para cada uno, para poder dejarse los recados «y los teléfonos de las chicas», había bromeado. Leah tenía siempre esos detalles tontos que a la larga se volvían casi indispensables, lo de su hermana sin duda era un don. Recordó esas notas que a veces le dejaba Max antes de irse, «eres un capullo» o sus tan socorridos «chúpamela». No pudo evitar sonreír con cierta congoja.

—¡Estoy lista! —la voz de Angélica llegó desde la puerta—. Cuando quieras nos vamos —añadió acercándose a la cocina.

—Pues vamos —replicó John, que pisó la palanca del cubo de la basura y lanzó dentro el imán, abrió la nevera y cogió el agua.

—¿Y eso? —preguntó ella señalando la basura con curiosidad.

—¿Qué? Nada, deshaciéndome de lo que no me hace falta, estoy intentando practicar el desapego.

—Interesante —susurró ella.

—Muchísimo, no sabes cuánto —murmuró John, mientras la seguía escaleras abajo.

Era casi mediodía, hacía muchísimo calor y las calles estaban prácticamente desiertas, solo los intrépidos salían a esas horas a pleno sol. Miró a Angélica de hito a hito, estaba encaramada a unos altos tacones, sus piernas se veían de un tono más bronceado debido a las medias que daban un sutil brillo a su piel. La visión de sus muslos perfectos se cortaba a media altura por la tela de un fino vestido negro, de generoso escote, que terminaba atado tras su nuca. Tenía que lograr templar sus nervios y aplacar su libido, necesitaba pensar en algo que lograra distraerle de que esa mujer era todo un espectáculo para la vista, sin embargo estaba claro que iba a necesitar algo más que un simple «pensamiento feliz» para intentar aplacar sus nervios. Carraspeó, resopló e intentó hacer de tripas corazón.

Fueron menos de cuarenta minutos, envueltos entre silencios, conversaciones triviales, miradas furtivas y pensamientos lascivos. John aparcó a un par de calles de la estación central, echó el freno de mano y apagó el motor, antes que pudiera hacer nada más, como abrir la puerta o descender del coche, notó la mano de Angélica sobre su muslo, muy cerca de su polla, tan cerca que, si ella estiraba un poco los dedos, podría llegar a rozarla. No, no era fortuito, al menos no se lo pareció, sin embargo no dijo nada, tampoco sabía muy bien qué decir en esa situación. Giró la cabeza y la miró un instante, ella lucía una pícara sonrisa en su precioso y perfecto rostro. Se había maquillado ligeramente, y el lápiz de ojos negro le hacía resaltar ese bello color miel que se escondía bajo el espesor de sus largas pestañas. Angélica se abalanzó ligeramente hacía él, de manera lenta y ensayada, se acercó a su rostro donde depositó un dulce beso en su mejilla, mientras susurraba un «gracias», aunque esa palabra dicha a media voz quedó relegada a un discreto segundo plano, pues toda la atención de John estaba concentrada en esa mano depositada como por casualidad tan cerca de su ingle, y los pechos de ella que, con ese acercamiento realizado a priori de manera casual, ahora rozaban su brazo. Vista desde el exterior podía parecer una situación de lo más inocente, pero el interior de ese coche estaba cargado de tal erotismo, que no pudo evitar de nuevo que algo en él reaccionara.

Ella bajó del vehículo unos instantes después, consciente de lo que había despertado en él, sintiéndose victoriosa. Descendió de manera elegante, estirando primero una pierna y después la otra, evitando que el vestido se alzara, y dejara ver lo que ella no quería que se viera. Con un movimiento ensayado, para alterar la atención de todo varón que se encontrara dentro del rango de visión de tan afortunada escena.

John observó como se alejaba, tirando de su maleta de mano, moviendo las caderas de manera provocativa, y no solo para él, pues un par de hombres se giraron también a observarla, y es que era una mujer que no pasaba inadvertida en absoluto, era fuego, desprendía sensualidad a raudales, era en definitiva, una mujer de bandera, ¿lo peor? Que ella lo sabía, y se valía de ello a su antojo.

Había caído en sus redes.

Esa semana pasó rápida, dentro de lo horrible que había sido. John intentó retomar la rutina, lo pretendió por todos los medios, pero le era imposible. No podía concentrarse ni podía dejar de pensar, y a pesar de que luchaba con todas sus fuerzas para hacer como que Lena no había existido, eso tampoco estaba funcionando. Por momentos pensaba tanto en ella que dolía, y sentía la necesidad de encontrarla, después le pasaba como con Max, sabía que era mejor no hacer nada, y dejaba que las ganas murieran antes de aflorar del todo.

Las clases de las dos únicas asignaturas que le quedaban se le hacían tan cuesta arriba que había empezado a saltárselas, y cada vez que iba a la facultad, terminaba sin hacer nada de provecho. Había perdido el rumbo de una manera que le iba a ser difícil de recuperar.

 

—Pues ya está, ¡decidido! —exclamó Leo a su lado—. Fin de semana en el lago, solo nosotros, póker, alcohol y pizza… la despedida de solteros perfecta.

—Me parece cojonudo —convino Liam, golpeando a su amigo en el brazo—. ¡Planazo! Solo faltan un par de strippers y será la velada perfecta.

—Nada de mujeres —advirtió Leo mirándolo con seriedad—. Solo nosotros —recalcó.

—Joder, no te has casado y ya te han hecho un lavado de cerebro, que pena me das macho, de verdad, que pena. ¡Nada de mujeres dice! —golpeó el brazo de John, que llevaba largo rato sumido en sus pensamientos.

 —¿John? —inquirió Leo mirándole—. ¡John!

—John está en las nubes —rio entonces Liam—, pensando aún en la pelirroja. Al final, ¿qué? ¿Mojaste o no mojaste? No me lo digas, no me lo digas… que me da la envidiaaaa…. ¡Oh! Mierda ¡Sí! ¡Cuéntamelo todo! ¿Folla o no folla bien?

—Ya te vale —se quejó Leo.

John resopló dejándose caer hacia atrás y observó a sus dos compañeros. De nuevo pensó en Max y en Heit, y se maldijo por esa dependencia insana que parecía tener por sus amigos… «ex amigos», se obligó a pensar.

—Esas cosas no se explican —dijo John.

—Precisamente, esas son las cosas interesantes de las que tenemos que hablar, y cuantos más detalles y más cerdos mejor. No como este muermo —Liam señalo a Leo—, que solo sabe hablar de su novia, la boda, la vajilla, los vestidos y la puta madre que le parió.

—Que gilipollas eres —se quejó el aludido con cara de enfado, pero de pronto volvió a dirigir su atención a John—. ¿Y bien? —preguntó, pues también sentía curiosidad.

John resopló, no tenía ganas de hablar del tema, ¿qué iba a decirles? Había sido un polvo decepcionante ¿Por qué? Ni él mismo lo sabía. Seguramente porque Sophie no era Lena, ninguna mujer sería nunca Lena… Puede que fuese porque ya no sentía nada, o porque sentía demasiado, posiblemente se debía a que el sexo en horizontal y normal ya no era lo que deseaba… Sacudió todos esos pensamientos de su alocada mente.

—¡Venga! Nos tienes en un sin vivir —insistieron.

—¡Folla como una verdadera perra! —gruñó finalmente John ante la admiración de sus amigos que aplaudieron y vitorearon tal afirmación—. Se lo dejó hacer por delante y por detrás… tu amigo tenía toda la razón, a esa tía le va todo. ¿Contentos?

—No. Contento estaría si me la hubiera follado yo, llevo cuatro meses a dos velas.

—Pues con el empeño que le pones, no lo entiendo, dicen que la táctica del martillo pilón funciona, lo de convencerlas por desgaste —rio Leo divertido.

—¿Tú cómo lo haces? —se interesó Liam ignorando el comentario de Leo.

—Soy guapo —respondió John alzando una ceja.

—Además tiene cara de buen niño, siempre parece que se preocupe por ellas, de lo que sienten… ¿lo has probado? —inquirió Leo.

—¡Qué pereza!

—¡Joder Liam! ¿Y qué quieres entonces? ¿Tener a una mujer dispuesta las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana para ti sin que tengas que esforzarte por ello?

—¡Claro joder! ¡Una sumisa! Que yo le diga ¡aquí! Y ella me coma la polla. Es el sueño de todo hombre, una esclava sexual. ¿Es o no?

—Que gilipollas llegas a ser —Leo miró a John, que se había quedado callado de nuevo y le dio un toque en el brazo para hacerle reaccionar—. ¿Se puede saber qué te pasa John? Llevas semanas muy raro.

—Perdón chicos, lo siento —se disculpó levantándose del banco donde habían estado sentados todo ese rato tomando un refresco—. Tengo que irme.

—¿Te vas? —preguntó con preocupación Leo.

—¡Claro que sí joder! Ahora a por la morena —le animó Liam a voz en grito.

La locura se había instalado de manera permanente en su mente y ya no solo podía pensar, sino que tenía que actuar y valerse de esos impulsos primarios que le instaban a no dejar de obsesionarse en lo prohibido, en todo aquello que la sociedad decía que estaba mal. ¿Quién dictaba esas encorsetadas normas? Él quería romperlas todas. Empezando por la de «no fornicarás con la mujer del prójimo», esa pensaba saltársela en cuanto Angélica le diera ocasión, y si no la encontraba, él mismo se crearía su propia oportunidad, la vida estaba para vivirla no solo para verla pasar, y si el destino la había puesto en su camino, no pensaba dejarla escapar. Solo un idiota lo haría.

—Estoy loco —susurró a la nada—. Estoy loco y lo peor es que me encanta.

No pudo evitar soltar una carcajada, mientras caminaba con las llaves en la mano dirección a su coche para volver a casa.

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