John

John


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Seguía mirándole fijamente, cerró un segundo los ojos para después volverlos a abrir, John tragó saliva de manera instintiva, no había imaginado que su reencuentro sería así. En realidad, no se había permitido el lujo de soñar con ello, ni había fantaseado con que ella abriera sus brazos y lo perdonara. Desde que Lena se había marchado todo había sido un descontrol, ya no tenía rumbo, ni Norte ni Sur. Había perdido la cabeza y el sentido de la vida en general.  

—La idea de que pudieras quererme —dijo ella con un hilo de voz haciéndole regresar al presente, del cual se había evadido por un instante— hizo que me quedara, cuando descubrí que todo estaba en mi cabeza, que tú jamás lo harías, eso fue lo que me hizo abandonar.

Y con esas palabras John sintió como todo su mundo se derrumbaba, si no lo estaba ya. Todo a su alrededor carecía de sentido, ella era lo último a lo que podía aferrarse, la última bala que le quedaba en la recámara para matar sus miedos, antes de dispararse a sí mismo. Tragó saliva sintiendo como casi se atragantaba al hacerlo, y se atrevió, por primera vez en todo ese rato, a alzar la mirada hasta conseguir clavarla en ella. El rostro de Lena permanecía sereno e impasible, mientras que sus propios ojos hacía ya un rato que se habían empañado de humedad. Se sintió pequeño, minúsculo, encogiéndose más y más a cada palabra suya.

—Siento todo el daño que te hice. Por eso he venido, necesito pedirte perdón… Yo solo… —trató de explicarse.

—No John, no lo sientes porque jamás lo hiciste. No te confundas, no es mi perdón lo que buscas, solo quieres aligerar tu carga para poder dormir por las noches con la conciencia tranquila. ¿Quieres que te diga que no pasó nada? ¿Que solo fue una estupidez sin importancia? ¿Que no me odio? ¿Que nada más fue un juego al que me presté para jugar? —comenzó a decir ella.

—Lena —intentó interrumpirla.

—¿Quieres que te mienta o quieres la verdad? Si no recuerdo mal, eres un gran defensor de aquello que tú crees que es lo correcto, y enarbolas la verdad por bandera, así que no voy a mentirte para evitar que sufras. Me duele. Me duele todo el rencor que tengo dentro —le espetó señalándose el pecho—. No puedes tener ni la más remota idea, de lo que me duele acostarme cada noche maldiciendo el día en que te cruzaste en mi vida, me duele recordar cada beso que me diste, cada caricia, cada noche que me dormí abrazada a tu cuerpo pensando que por fin mi vida iba a mejorar, que podría ser feliz, y ¿sabes qué? Lo que más dolor me causa, es recordar lo estúpida que fui, pensando que podrías llegar a amarme… ¡Ja! Tú no puedes amar a nadie, eres incapaz —le escupió. Lena aguardó a que sus palabras calaran en él, y cuando comprobó que así había sido, pues John había vuelto a clavar la mirada en el suelo recorriéndole un escalofrío por todo el cuerpo, decidió continuar. No quería hacerle más daño, sin embargo necesitaba decirle toda la verdad—. Un día no muy lejano dejará de doler, te olvidaré y será como si jamás hubieses existido. No serás ni siquiera ese efímero recuerdo que me desvele por las noches, no serás nada —sentenció sin quebrársele la voz.

Lena le observó por última vez antes de marcharse. No sabía ni de dónde había sacado las fuerzas para soltarle todo lo que acababa de decirle, por lo que se sintió por un segundo, orgullosa de sí misma.

John quiso llamarla, hacer que se detuviera, agarrarla del brazo y aferrarse a su cintura, necesitaba llorar con ella y por ella, anhelaba que estuviese a su lado, sin embargo, Lena se fue alejando sin ni siquiera echar una mirada atrás, como supuso que tampoco había hecho el día que se marchó. Se quedó parado en medio de esa calle, una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, donde todo a su alrededor seguía su ritmo, todo bullía con aparente normalidad ajeno a que él estaba ya, más muerto que vivo. Lo había tenido, lo había rozado con la punta de los dedos y lo había perdido. Ahora, todo carecía de sentido. Moverse de ese punto concreto en el que ella le había dejado, fue el mayor esfuerzo que tuvo que hacer nunca, sin embargo lo hizo, ese último sacrificio que exigía su vida. Entró en un bar y dejó un billete sobre la mesa. El primer trago quemó su garganta, whisky mezclado con dolor, así era el sabor amargo de la derrota; el miedo lo tragó con el segundo, la tercera copa, tiró abajo todos los momentos felices, que también los había habido, aunque su mente ya mermada con los vapores del alcohol, se empeñaba en no recordarlos. Y así logró descender hasta lo más profundo de su ser, todo lo que se le atragantaba en la garganta desde hacía tiempo. Lena solo era esa página incompleta que había querido terminar de escribir. En el libro de su vida, ella era el capítulo que marcaba el inicio del final, pero sin duda, el desenlace venía de la mano de esa otra mujer de ojos fríos y movimientos calculados. Solo evocando su nombre, todo su cuerpo se estremecía y el corazón se le encogía.

Habría querido poder decirle a Lena que ahora la entendía, que le habían pagado con su propia moneda, o usando una analogía más propia del campo médico, ese que ya jamás sería el suyo, había probado su propia medicina. Había amado y le habían usado, para él el amor, era una auténtica estupidez. Él le había partido el corazón a Lena, para poco después ser él quién tuviera el corazón roto. ¿Qué sentido tenía todo eso? ¿Qué cruel broma del destino era esa? ¿Quién se había empeñado en jugar con ellos para no dejarles ser felices? Podría haberla querido, de hecho, a veces lo pensaba, debería haberla amado, si se hubiera enamorado de ella, todo habría sido más sencillo si él también hubiese sentido lo mismo. Se maldecía por no haber sido capaz de quererla. Ahora ella estaba rota, aunque sabía que podía tener solución, Lena podía dejar que alguien reparara su maltrecho corazón, aunque el suyo estaba roto sin remisión.

Tomó un último trago e intentó levantarse, cosa que hizo con mucha dificultad. Él había sido siempre un buen tío, con un gran porvenir, sin embargo en algún punto del camino se había desviado de su objetivo.

—¡Eh amigo! —gritó un hombre a su espalda—. Será mejor que llames a alguien, no estás en condiciones de conducir.

Claro que iba a hacer una llamada, la última. Esperaba que no fuese demasiado tarde.

La noche era fría, las fiestas navideñas habían quedado atrás, pero lejos de molestarle, ese frío le reconfortó. Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y entre brumas, buscó su número en la agenda. Sabía que lo había cambiado, pues no quería saber nada de nadie, no obstante no le había sido difícil conseguirlo. Marcó y rezó para que fuese el contestador lo que le diera paso y sonrió cuando fue así, al menos al final, el destino se ponía un poco de su parte. Esperó a que el pitido le diera turno para poder hablar. Tenía la lengua dormida, la voz pastosa, la mente nublada y las palabras se negaron a salir con fluidez, aun así consiguió formular la frase que llevaba horas creando en su cabeza.

—Tienes que lograr arreglar lo que nosotros jodimos. Sé que la quieres. Solo tú puedes hacerla feliz.

Colgó. Tiró el teléfono en la primera papelera que se cruzó a su paso. Caminó errante, pero con rumbo fijo. Esperaba, al menos, haber hecho una última cosa buena. 

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