Apuntes sobre la distancia

Apuntes sobre la distancia

Jv

April 30, 2020

Las distancias de está cuarentena duelen hasta entre quienes tenemos cerca, un abrazo es sinónimo de peligro, pero el codazo convenido saca una sonrisa y canaliza la emoción, ese recuerdo de hace unos días nomás cuando nos tomábamos en un abrazo tibio. Imagínate la turba de emociones padecidas entre quienes nos vemos del otro lado de la pantallita digital de una aplicación que dicen, es mejor que otra, pero nunca de los nuncas va a generar eso real.

Ese abrazo tan normal para quienes lo acostumbran gratuitamente y muchos no conocen lo valioso y se lo pierden o lo reprimen. Rodearse recíprocamente mientras nos decimos, estoy con vos, ya va a pasar, lloremos juntos, que alegría verte, felicitaciones, lo lograste, te quiero tanto, gracias…

Si la emoción es una reacción del cuerpo producida por estímulos internos conectados a los externos, la distancia juega un papel. Recordar momentos lejanos compartidos con alguien, recuperar el tiempo de quienes siempre tuvimos a mano y no valoramos, reencontrarnos con nosotros mismos, la pucha si estuvimos sordos de tanto dejar de escucharnos, entender que hay que separarse de algo que estábamos empecinados, reconocer errores pasados por tener la mirada tan corta que el árbol no nos permitía ver el bosque, desear con más fuerzas eso de lo cual dudábamos. Las distancias juegan muchos papeles, siempre.

Mirar por la ventana, y advertir este mecanismo llamado sociedad, encontramos al vecino del otro lado de la calle, a quien saludamos menos veces de los que una mano tiene dedos, para preguntarle si a él también se le cortó la luz o si vio pasar al camión de la basura, pero juzgamos por los cuentos de una vecina chusma atando cabos de versiones fantasiosas llegándole a sus oídos. Al lado, otro vecino y pegado a este, vecinas con hijos, yernos y nietos, todos extrañando a quienes no ven hace un mes y mirando hacia la casa de enfrente.

Desear salir a caminar por el mundo, sujetar la bicicleta y de un salto subirse y pedalear para ir, sentir el viento acariciar la cara, esquivar las grietas del asfalto, respetar los dientes del perro saliendo de repente por la derecha, salpicarnos en charcos mientras las casas se mueven para atrás. Anhelar subirse a un micro, ver campos y rutas repletas de altos postes de luz como palitos en una coreografía perfecta, respirar otro aire, otra energía, saludar gente con otra tonada, conocer, nutrirse de ese folklore, encontrarlo acá en nuestras venas, pero perdido en lo profundo de varias capas mensurables de estupidez. 

Pero las fantasías llenan los huecos del conocimiento y mientras más grandes los cráteres de lo conocido, más lo colmamos de pensamientos mágicos. Desear que todo vuelva a la normalidad lo intuimos poco posible. A mayores distancias entre nuestro deseo y lo conocido, más hacemos planes en el aire. Mas confundidos y trastornados nos volvemos. Estar informados es más que un ejercicio de memorizar y repetir, es una gimnasia neuronal acostumbrándose a contactar para sacar conclusiones. ¿Cómo volver a la normalidad cuando recién comienzan los días fríos aumentando las proyecciones del contagio, los formadores de precios aprovechan su omnipresencia para aumentar los precios y nuestro costo de vida, las pymes sigan funcionando sin quebrar y sin dar aumentos, la producción de alimentos siga degradando el ambiente y nuestros organismos?


Tomarse un vino, prenderse otro pucho, mirar las estrellas desde el patio e imaginarse mirando desde allí, cuando el mecanismo funcionaba y los autos eran mareas de aquí para allá, nerviosas, cumpliendo horarios, llevando personas comprometidas con cada eslabón de la cadena. Sucesión de hechos detestable antes y hoy a la distancia también. Personas llegando tarde a las explotaciones, camiones retirando mercancías, en un sinfín, detenido como jamás lo hubiéramos imaginado. Una foto, un desierto, esclavos irrespetuosos ante la mirada de la élite, que detesta no dominar.

Sentir a la naturaleza tan cerca de nuestra percepción al acariciar una hoja de un rosal y ver los ríos un poco más claros o limpios por no verterles venenos, los lobos marinos tomando de un salto las costas, los monos corriendo por Tailandia, nos alivia la vida. En las antípodas del sueño, verificar que en este pequeño lapso el cielo curó en parte el ozono faltante, el aire se alivianó de smog por la poca acción del ser humano, pero desespera los bolsillos gordos de quienes especulan con las energías no renovables por caer a precios negativos y por sus barcos petroleros varados en los océanos por baja demanda.

Acercarse y alejarse de alguien, necesitar estar cerca, tomar lo bueno y luego perderse en búsqueda de otros contactos, como una danza de giros y contragiros repeliendo o conquistando al compás de un tambor. Relacionarse, aparejarse entre seres vivos, poniendo el cuerpo y los sentidos para crear el sustento diario con las manos. Los núcleos familiares y sociales a distancia componiendo tantos interrogantes como nuevas formas de saltar obstáculos. Confiando en que la fuerza de los amores o de los odios ha devastado familias, países y luego traído nuevos tiempos para todos y todas. Abstraerse al recorrido histórico de las generaciones luchando por cambiar estereotipos de familias y avanzando a relaciones más libres de mandatos parentales y sociales. Acelerarse ante nuestros ojos los cambios como tropiezos cortos de las últimas décadas concibe tanto asombro como acostumbramiento al cambio continuo, nada es anómalo cuando la sociedad va mutando en tiempos breves. Ni la extroversión abierta y descarada, ni las ganas de la élite de conservar su status quo, controlarnos con un chip a todes, con quién estamos, de qué hablamos, cuántos hijos podemos tener, cuantos van a comer, cuántos debemos morir, con quién cogemos, etc.

La comunicación masiva, único contacto cercano con la realidad, invade a la corteza prefrontal de estímulos atemorizantes y coartan las decisiones. Y el virus parece ser lejos la carta que mata de miedo, miedo, miedo a todas las noticias. Es un deber sentir miedo. No se dio tanta trascendencia a las muertes por dengue, ni los feminicidios, ni de la economía global en default, ni los despidos prohibidos, ni de los discapacitados, ni de la deuda con los centros de diálisis, ni de los laboratorios imponiendo sus programas de salud, ni del narcotráfico, ni de los grandes formadores de precios, ni las depresiones que llevan a suicidios, ni de los perjuicios del 5G, ni de las muertes de hambre que es pedir peras al olmo, ni demás injusticias prevenibles como la de este virus. Los paraísos fiscales, silencio hospital, los agroquímicos en nuestra mesa, mutis por el foro, la cría de animales a base de antibióticos fabricando virus superfuertes, de eso no se habla. La noticia es la prevención, el miedo miedo y encerrarse, justo cuando los pueblos despertaban, justo cuando sobraban trabajadores en el mercado y podríamos trabajar menos horas, justo cuando la crisis dejaba a sólo dos bloques en guerra por la torta global.

Es "un antes y un después de" y sin embargo no hay distancia entre ayer y hoy en cómo se comunica las causas por no tocar intereses, tan dueños de medios y de bancos y de campos y de periodistas. Hay un mientras de pobres conociendo el precio de un barbijo y el de un kilo de pan y sin embargo se deja el cuidado a sus propios anticuerpos y al Espíritu Santo. Hay un mientras de jubilados bancando a sus hijos y viceversa. Hay un mientras de papás y mamás changueando para los cuales el #quedate en casa es ilusorio y tan distante como los gigantes de wall street lo están de reconocer que sus especulaciones financieras son en base a trabajo real y ajeno. Más cortos serían los informativos si se fuese al punto de origen en vez del entretenimiento y la manipulación de subjetividades. 

Las distancias se acortan frente a la aceleración de los acontecimientos. Ya no hay lugar para reformas ni estados benefactores. Todo es nuevo y no hay visionario que se anime a decir qué va a venir ni qué hacer. Más tangible es la demostración práctica de quienes se endilgaron el derecho a gobernar y sus fracasos develan en forma creciente el poco respeto que se les tiene cuando marcan lo debido o lo posible o lo vergonzoso. ¿Vergüenza ante quién? ¿Desde qué lugar pueden decir qué no es posible? ¿Ustedes? ¿Los que invaden, contaminan y saquean? ¿Se les caerá alguna idea que borre las diferencias sociales y poder cumplir un aislamiento tranquilo con la alacena llena o solo esperarán a que la democracia del virus lo haga por ellos? ¿Seguirán fracasando en sus políticas bajadas por el poder antes que la gente se arremangue y lo haga por si misma? ¿Vendrá enhorabuena la propuesta desde los pueblos pase lo que pase?

Así como se separan las realidades entre quienes tienen y no tienen. No podemos seguir llenándonos de sueños, cuentos y esperanzas.

La distancia entre generaciones puede darnos muchas claves. No todo es nuevo. Tenemos tiempo ahora para preguntarle a los abuelos su opinión de lo hecho para mal en estas últimas décadas y tomarnos este tiempo en algo constructivo hacia adelante, pero sacando conclusiones desde atrás, sin saltar directo al deseo ilusorio, ese que de apurado choca con la pared de la ignorancia.

Las piezas están distanciadas pero unidas de algún modo. Pensarnos dentro de un sistema, ya no es más una frase. Despertares en las ciudades más acomodadas se quejan y golpean y buscan otras alternativas, incluso aquellas descartadas hace un siglo por señalarlas utópicas, pero más utópico es pretender seguir en la estructura actual. ¿Que el sistema es enorme? si, ¿Que podríamos tomar cada uno un fragmento? sí. Pero no nos puede llevar a seguir pensando en arreglarlo por partes, porque cada engranaje está ligado a otro. Y al tocar uno, quizá giramos otro. El covid 19 da muestras de que las enormes distancias en el planeta están unidas. De China hasta Cuba y de EEUU a Argentina. La industria, la tierra, el ser humano, el comercio, las enfermedades, la ganancia, el trabajo, todo está ligado entre sí.

La última distancia que necesitamos es la de la indiferencia y el oportunismo, ya sea por mí, por mi familia, mi barrio, mi club, mi país, es ingenuo pensarlas por separado. Hacé el ejercicio de levantar la cabeza y mirar a tu alrededor, si, ahora, ¿Que ves? ¿Estás solo o sola? ¿Cuánto necesitas de lo que ahora te rodea y cuántos de los que te rodean necesitan de vos?

Vernos lejos de nosotros por no observar el funcionamiento perdiendo la armonía, las universidades pensando, los médicos curando, lo comercios alcanzando productos, las docentes enseñando, los cocineros alimentando, pero con una dirección que acumula en un puñado de glotones lo robado al mundo entero. Se saca de acá y se guarda allá.

Se saca el sudor trabajado, los minerales, la comida, la salud, el saber, la niñez, el tiempo, la vida, la paz y se la hace recorrer distancias con una sola dirección, las cajas fuertes del 1 %. Se acercan las mareas a las ciudades, los témpanos a las costas, las pestes a los poblados, las clases medias a la pobreza, los justos a la corrupción, las empresas a su abismo...

Damos por hecho que va a cambiar pero seguimos haciendo lo mismo o lo que es peor, pretendemos que les toque a otros. Nada va a quedar como estaba ni vos ni yo tampoco y lo mejor que podemos hacer es utilizar estás distancias para pensar debatir y planear el siguiente paso. Hay quienes piensas y quienes son pensados, y algunos lo vienen haciendo desde siempre.

Las religiones prometiendo vidas eternas y ulteriores, sumergida en los mismos pecados que prohíbe, susurra a los oídos de los pocos fieles que buscan un Dios para solucionar solo su vida; pero las pocas respuestas frente a los nuevos paradigmas ahuyentan más que suman.

¿Qué vamos a hacer de aquí en más con las escuelas, con el trabajo, con los bancos, con los medios, con nuestras vidas?

Rogaremos por subsidios magnánimos, por la salvación eterna de los bancos, por la resurrección de los campos de soja, por el perdón a los explotadores y por los infieles que depositan sus impuestos off shore. Aunque seremos los pobres los únicos ganadores del cielo por padecer las injurias de las asignaciones familiares.

Entender que nos tocó esta generación del planeta destruido, la pobreza y el sistema con el último respiro, pero también tenemos adelante el júbilo de patear el tablero. Esta situación nunca pasó y no estamos preparados. Pasamos de las antiguas guerras por hambre a las guerras por sobreproducción. Vivimos esta adrenalina cayendo al abismo de lo nuevo. ¿Quién aprendió a ser padre antes de serlo? ¿Quién no aprendió a existir cuando la guerra invadió su pueblo?¿ Quién no salió a buscar cartón cuando sus hijos estaban hambrientos? Estamos en medio de una oportunidad y un punto limite a la vez. Un agotamiento del poder que esclavizaba a la totalidad de la especie. Un presente donde las máquinas danzan al compás de la fabricación y los softwares aprenden tanto del cerebro humano que ya nos suplantan en casi todos los ámbitos. Podríamos disfrutar del oficio que más nos agrade, compartir el crecimiento de nuestros hijos, tener salud, alimentación, vivienda y educación calificada, viajar por el mundo y aun así crear todo lo indispensable para vivir. La ciencia lo hizo posible, el cerebro humano lo logró, la sociedad entera lo sostuvo con millones de manos. Todos lo hacemos y a la vez somos ajenos. 

Las distancias de clase se achican. Por más que trasladen los riesgos a quienes lo desconocemos y se rescatan entre ellos; por más que especulen con el dinero creado con el sudor de la gente; por más que ese 1% devore las cuentas de profesores, médicos y cuentapropistas, aun así, se funden minuto a minuto. La elite está en problemas, su sistema está en quiebra, las propuestas se les acaban y el planeta que compartimos, también.


Los poderosos presionan para levantar este paréntesis a su lucro y la necesidad de los asalariados los lleva a coincidir, aunque todos presentimos la necesidad de prolongarla. La comprensión de la cuestión está en primer plano, pero bombardean con argumentos y mentiras sutiles a nuestra ignorancia. Preguntarse es sano, ignorar no es malo. Yo me preguntaría por qué se llegó a esto. Yo me preguntaría si siempre fue así esta sociedad. Yo me preguntaría cuán lejos estamos de ver que quienes piensan solo en ganar se maten entre ellos y nos arrastren o cuan cerca estamos de crear una sociedad desde un nuevo paradigma.


La distancia moral descubierta durante este aislamiento es la que diferenciaba a los médicos bajo los futbolistas y demás creadores de espectáculos generando superganancias, papelitos verdes devaluados frente a la vida de una persona. Al fin ese manto oscuro desnuda a los supuestos vivos de tontos y son cada vez menos, medidos en términos de madurez social.

La naturaleza del ser humano no contiene el deseo de poder, eso más bien es una deformación creada por este sistema de acumulación, explotación y diferenciación clasista. Estamos bajo el sistema, sobre el sistema, dentro del sistema y cada paso que damos, cada mañana, cada beso y cada carrera lo reproduce. Ese es el verdadero enemigo invisible. Ese que unimos con nuestros actos cotidianos. 

Ver la semilla crecer, a un bebé nacer, la masa levar, un niño en la fila del colegio, un docente rural, cien trabajadores llegando compartir una fiesta, una médica curando un Qom, la noche dando lugar al amanecer, el sol empezando la nueva función.

No puede haber distancia entre naturaleza y ser humano, es la única naturaleza existente.














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