Janet

Janet


Capítulo CINCO

Página 9 de 17

Capítulo CINCO

 

M

ás tarde, esa noche, cuando Celine comenzó a hacerme preguntas sobre lo que había leído del libro de ballet, me sentí como si ya estuviera asistiendo a un colegio nuevo. Se comportaba como una maestra, corrigiéndome, explicándome y asignándome más lecturas. Quería asegurarse de que aprendiera los nombres de todos los ballets famosos.

—No le he contado nada a madame Malisorf sobre tu pasado, Janet. Ella no tiene por qué saber que te has criado en un orfanato —me dijo—. Podrías ser una pariente lejana a quien he adoptado.

Era la primera ocasión en que Celine decía algo que me hiciera sentir avergonzada de mis orígenes. Recordé la primera vez que oí a alguien referirse a mí como una huérfana. Ocurrió en el patio de la escuela, durante el recreo. Yo estudiaba en cuarto curso. Había una especie de acera que las niñas usábamos para jugar a la rayuela, y a menudo competíamos por parejas. Cuando a una de las niñas, Blair Cummings, le tocó ser mi compañera, se quejó.

«Yo no quiero ir con ella. Es demasiado pequeña y, además, es huérfana», comentó, y las demás niñas se quedaron mirándome como si tuviera una verruga en la nariz. Recuerdo que me puse colorada y que las lágrimas que asomaban a mis ojos parecían abrasármelos, como si fuesen gotas ardientes. Di media vuelta y salí corriendo. Después, cuando nuestra maestra, la señorita Walker, me encontró acurrucada sola en un rincón del patio, me preguntó si me encontraba mal.

«Sí, me duele la barriga», le respondí. Era una manera cómoda de huir de más burlas y desprecios.

Me envió al despacho de la enfermera y ésta me dijo que me quedara tumbada tranquilamente un rato después de tomarme la temperatura, aunque vio que no tenía fiebre. Supongo que por eso la gente me consideraba una niña enfermiza. Siempre que me sentía excluida, me daban esos «dolores de estómago» y me alegraba de tener la excusa para desaparecer. Ser huérfana hacía que quisiera ser invisible.

—La mayoría de las alumnas y alumnos de madame Malisorf —continuó Celine— proceden de las mejores familias, de gente culta y refinada que ha criado a sus hijos en un mundo de música, arte y danza. Ellos te llevan ventaja, pero no te preocupes, querida —añadió, acariciándome la mejilla—. Tú me tienes a mí, y ésa es una ventaja mucho mejor que la que tiene cualquiera de los más afortunados.

Después de la cena me senté con ella y con Sanford y escuché las descripciones que me hizo de algunas de las representaciones de ballet en las que había bailado.

—Madame Malisorf me comparaba con Anna Pavlova. ¿Has oído hablar de ella alguna vez? —me preguntó Celine.

Por supuesto, yo no había oído hablar de ella. Celine sacudió la cabeza y suspiró.

—Es un crimen, un crimen que a alguien como a ti, a alguien que es un diamante en bruto, se le haya privado de tantas cosas, se le haya negado cualquier oportunidad. Gracias a Dios que te vi aquel día —aseveró.

Nadie había insinuado jamás que yo tuviera talento alguno, y mucho menos me había considerado un diamante en bruto. Cuando le di las buenas noches a Celine y fui a mi dormitorio, me puse delante del espejo de cuerpo entero, vestida con mi maillot y mis zapatillas de ballet nuevos, y contemplé mi pequeño cuerpo con la esperanza de ver algo que me convenciera de que yo era especial. Lo único que vi fue una niñita poco desarrollada con grandes ojos asustados.

Esa noche me deslicé en la cama sintiéndome aterrada de lo que se avecinaba.

A la mañana siguiente, después de desayunar, Sanford me llevó al colegio Peabody, una escuela privada. La directora se llamaba señora Williams. Era una mujer alta pero no demasiado delgada, con el cabello castaño pulcramente peinado. Pensé que tenía una sonrisa muy cálida y agradable, y que no se parecía en nada al director de mi colegio anterior, el señor Saks, que siempre daba la impresión de estar malhumorado, refunfuñaba por todo y aprovechaba la menor ocasión para castigar a los alumnos por haber infringido alguna norma. A menudo se quedaba en los pasillos, como un halcón al acecho. Siempre estaba irrumpiendo en los lavabos con la esperanza de cazar a alguien fumando.

Peabody era un colegio mucho más pequeño, y también mucho más limpio y nuevo. Me quedé sorprendida cuando me acompañaron a un aula donde sólo había ocho estudiantes, tres chicos y cinco chicas. Mi curso tenía una profesora, la señorita London, que nos daba clases de lengua y de historia, y otro profesor, el señor Wiles, que enseñaba matemáticas y ciencias. Nuestra profesora de educación física, la señora Grant, también daba clases de higiene. Descubrí que sólo había 257 alumnos en todo el colegio.

—Las clases tan reducidas aseguran que cada alumno reciba una atención especial —me dijo Sanford.

Tenía razón. Todos mis profesores eran muy amables y se tomaron su tiempo para explicarme lo que debía hacer para ponerme al día con mis demás compañeros de curso.

Lo que más me gustó fue, sobre todo, que fui matriculada y presentada a los demás alumnos como Janet Delorice, y a nadie se le dijo que me habían adoptado ni que antes había sido huérfana. Todos simplemente dieron por sentado que hasta entonces estudiaba en otro colegio privado, y yo no dije nada para que pensaran lo contrario.

La mayoría de las chicas me parecieron muy esnobs, al igual que la mayor parte de los niños. Pero uno de los chicos, llamado Josh Brown, que apenas era más alto ni grande que yo, me saludó con una agradable sonrisa y se mostró muy simpático cuando me senté a su lado durante mi primera clase. Después, mientras caminábamos juntos, me habló del colegio y de los profesores. El color de su pelo era tan similar al mío que podríamos haber sido hermanos. Pero por lo demás, él no se parecía a mí. Tenía los ojos de color marrón oscuro y la cara redonda, con los labios más firmes y una nariz respingona. Cuando sonreía me parecía guapo, aunque no me atrevía a decírselo.

—¿Tus padres acaban de trasladarse aquí? —me preguntó entre una clase y la siguiente.

—No. Mi padre tiene una fábrica de cristal —contesté mientras procuraba que se me ocurrieran maneras de evitar decirle que venía de un orfanato.

Se quedó pensando un momento y entonces asintió con la cabeza.

—Sí, sé dónde está.

Pareció darse por satisfecho con mi respuesta y me alegré de poder cambiar de conversación.

Más tarde, ese mismo día, las chicas me hicieron más preguntas, y me di cuenta de que una de ellas, Jackie Clark, sospechaba algo.

—Tú no ibas antes a un colegio privado, ¿verdad que no? —inquirió.

—No —reconocí, vacilante. Realmente iba a tener que mejorar en eso de inventarme un pasado.

—¿Eras una niña difícil? —me preguntó rápidamente Betty Lowe.

—No —contesté.

—¿No te meterías en algún lío? —dijo Jackie.

Negué con la cabeza.

—¿Y tus notas? Serán bastante malas, ¿verdad? —inquirió Betty, al tiempo que asentía sonriente, como si esperara que lo fuesen.

—Qué va. Tengo buenas notas —le dije.

Ambas intercambiaron una mirada de escepticismo, desconcertadas.

—Entonces, ¿por qué no has estudiado en un colegio privado hasta ahora? —quiso saber Jackie.

Encogí los hombros.

—Simplemente lo decidieron mis padres —dije vagamente.

—Yo preferiría ir a una escuela pública —admitió Betty.

—Pues yo no —replicó Jackie, y seguidamente se enzarzaron en una discusión y de momento se olvidaron de mí.

Entonces fue cuando Josh se ofreció a enseñarme el colegio y dejamos a los otros. Disfruté tanto de mi primer día en mi nuevo colegio, tal vez gracias a Josh, que casi me olvidé de que madame Malisorf estaría esperándome en casa cuando regresara.

Cuando acabaron las clases, Sanford me aguardaba delante del colegio para llevarme a casa.

—A lo mejor habrá veces en que tendré que encargarle a uno de mis empleados que venga a recogerte, Janet. Pero quien sea que venga será agradable —me tranquilizó—. Ah, será mejor que no se lo digas a Celine. Ella nunca entiende por qué en ocasiones el trabajo tiene que ser lo primero. Me gustará tomarme un descanso para venir a buscarte, pero la verdad es que no lo podré hacer todos los días. No te preocupes, Celine no se enterará, será nuestro pequeño secreto.

Intenté no preocuparme por compartir otro secreto más con él, otro secreto del que Celine estaba excluida, y procuré disfrutar del trayecto en coche. Estaban de obras en la carretera que iba del colegio a nuestra casa, y cuando apenas habíamos recorrido dos kilómetros nos quedamos atrapados en un atasco de tráfico. A mí no me pareció tan grave, pero Sanford empezó a ponerse muy nervioso. No hacía más que murmurar: «Maldita sea, maldita sea», y reprocharse a sí mismo no haber dado un rodeo. Al cabo de un rato, los coches finalmente — empezaron a circular de nuevo. Sanford condujo mucho más de prisa y no pude evitar acordarme del terrible accidente que él y Celine habían tenido. Los neumáticos del coche chirriaron al enfilar el camino de acceso y al frenar bruscamente delante de la casa.

Cogí mis libros nuevos y corrí con Sanford hacia la puerta principal. Celine aguardaba en el vestíbulo, sentada en su silla de ruedas y mirándonos con el entrecejo fruncido, como si llevara horas esperando ante la puerta.

—¿Por qué llegáis tan tarde? —bramó en cuanto entramos.

—Había obras en la carretera —empezó a explicar Sanford—. Resulta que...

—No tengo tiempo para tus excusas, Sanford. Ya puedes largarte otra vez a tu preciosa fábrica —espetó con los dientes apretados, y entonces volvió su rostro furibundo hacia mí—. Janet, madame Malisorf está esperando en el estudio. Deja tus libros por ahí y ven conmigo.

Puse los libros sobre la mesa de la entrada, miré con expresión atemorizada y los ojos muy abiertos a Sanford, y me apresuré a seguir a Celine. El corazón me latía con fuerza cuando entré en el estudio. Lo primero que me dejó asombrada fue lo pequeña que era madame Malisorf. Por el modo en que la había descrito Celine, me imaginaba que sería una mujer altísima y de aspecto al menos tan imponente como la señora McGuire. Madame Malisorf no mediría más de metro y medio. Tenía el cabello cano y el rostro surcado de arrugas, pero su cuerpo era tan esbelto y atlético que parecía una persona joven que hubiera envejecido prematuramente. Sus ojos me escrutaron de arriba abajo mientras yo seguía a Celine hasta el centro de la sala.

Madame Malisorf llevaba el pelo recogido en un enorme moño enroscado. Iba vestida con maillot y leotardos negros y calzaba unas zapatillas de punta como las que Celine me había comprado. Llevaba los labios pintados de rojo escarlata y sus ojos, con sombra negra, eran como dos tiznajos de carbón que destacaban en su cara de tez muy pálida.

—Janet, ésta es madame Malisorf —dijo Celine, y comprobé con asombro que ya no parecía enfadada. Era como si al cruzar el umbral del estudio se hubiera transformado.

—Hola —dije, y sonreí débilmente.

Ella se limitó a mirarme con atención y entonces se volvió hacia Celine.

—Sabes perfectamente que no me gusta que las chicas empiecen el trabajo de puntillas hasta que tienen trece años, Celine, por mucho tiempo que lleven estudiando.

—Cumplirá los trece dentro de muy poco, madame —repuso Celine.

Madame Malisorf esbozó una mueca de escepticismo.

—Pues no aparenta más de nueve o diez años.

—Lo sé. Aunque sea pequeña, es una joya y tiene mucho talento —arguyó Celine.

—Eso ya lo veremos. Quiero que vayas hasta la pared de enfrente y vuelvas —me dijo madame Malisorf.

Miré a Celine, quien sonrió y asintió con un ademán alentador. Entonces caminé hasta la pared, me di la vuelta y volví de nuevo.

—¿Y bien, madame? —preguntó Celine al instante. Saltaba a la vista que esperaba que madame Malisorf se mostrara de acuerdo con lo que acababa de decirle de mí.

—Realmente tiene buena postura y equilibrio. El cuello parece un poco flojo, pero eso lo corregiremos rápidamente. Ponte de puntillas —me ordenó, y obedecí. Cuando hice ademán de bajar los talones, ella bramó—: ¡No, quédate así hasta que yo te diga lo contrario!

Hice lo que me decía y esperé. Las pantorrillas empezaron a temblarme y a dolerme, pero me mantuve de puntillas. Noté cómo el rostro se me enrojecía.

—Extiende los brazos hacia delante —me ordenó.

Obedecí.

—Mantén la cabeza erguida, con los ojos mirando al frente.

Era un auténtico suplicio, pero como Celine me observaba con aquella sonrisa, me obligué a aguantar. El cuerpo entero comenzó a temblarme. Esperé que me resultase más fácil mantenerme de puntillas calzada con las zapatillas de punta.

—Descansa —dijo madame Malisorf—. Tiene fuerza y buen equilibrio para alguien sin ningún tipo de preparación. Quizá tengas razón, Celine —afirmó—, pero requerirá un gran esfuerzo. Respecto al trabajo de puntillas, ya veremos cuánto tiempo hará falta para prepararla. —Se volvió hacia mí—. Ve a ponerte la ropa de entrenamiento y vuelve dentro de diez minutos —me ordenó.

Ya estábamos con lo de los diez minutos otra vez. Celine me hizo un ademán con la cabeza y salí a toda prisa para subir a mi habitación y ponerme el maillot y los leotardos.

Madame Malisorf impartió la clase exactamente como me había explicado Celine. Primero me mostraba lo que quería que hiciera y luego me hacía repetir un ejercicio tras otro en la barra. La palabra mágica era «repetición». Me daba órdenes en voz desabrida y esperaba que la obedeciera de inmediato. Si me detenía un instante para tomar aliento, ella dejaba escapar un profundo suspiro y me decía: «¿Y bien?» Entonces Celine tosía discretamente desde la puerta, donde estaba sentada mirando. No me había dicho que se quedaría a ver las clases, y su presencia me ponía aún más nerviosa. Repetí cada movimiento tantas veces que pensé que haría los ejercicios incluso dormida. Finalmente, madame Malisorf me dijo que me apartara de la barra y me hizo colocarme con los talones juntos y los pies en línea recta, formando un ángulo de 180 grados.

—Por diversas razones que tienen que ver con la estructura de la articulación de la cadera —me explicó—, una bailarina puede lograr la máxima extensión con la rotación de la pierna hacia fuera en vez de mantenerla en la posición habitual. Esa rotación te permitirá desplazarte hacia un lado con la misma facilidad que hacia delante o hacia atrás. Esta posición se conoce como...

—Posición girada o abierta —me apresuré a decir. Quería impresionarla con mis conocimientos.

—Sí —repuso ella, pero no se mostró sorprendida ni muy complacida que digamos. Por el contrario, pareció molestarle que hubiera acabado la frase por ella.

Reflejada en el espejo, vi la mirada de advertencia de Celine y me coloqué rápidamente en la posición descrita en el libro de ballet.

—¡No, no! —gritó madame Malisorf—. No se empieza por los tobillos. No hay que forzar los pies a tomar esa posición y luego dejar que el resto del cuerpo la adopte. La posición girada comienza por la articulación de la cadera.

Me agarró bruscamente por la cintura y me hizo colocarme bien una y otra vez hasta que le satisfizo la posición. Era demasiado pronto para empezar con los saltos, así que volvimos a realizar más ejercicios en la barra.

—Haré que desarrolles la fuerza suficiente para que intentes ejecutar todos los movimientos que te enseñe —afirmó con confianza.

Al finalizar la clase me dolía el cuerpo entero, sobre todo las caderas y las piernas. El dolor era tan intenso en algunos puntos que se me saltaban las lágrimas, pero no me atreví a pronunciar una sola palabra de queja. Durante todo el rato que estuve trabajando con madame Malisorf, Celine observaba desde su silla de ruedas, sonriendo y asintiendo a cuanto ella decía.

—Será maravillosa, absolutamente maravillosa, ¿verdad, madame Malisorf? —dijo Celine, cuando se acabó la clase.

—Ya veremos —repuso madame Malisorf, con una mirada fría y crítica.

—Ya le he comprado unas zapatillas de punta.

—No podemos forzar la marcha ni apurarla, Celine —espetó madame Malisorf—. Tú, mejor que nadie, deberías saberlo.

—No lo haremos, pero ella progresará rápidamente —replicó Celine, sin dejarse desalentar—. De eso me encargo yo. Practicará y practicará, madame Malisorf.

—Eso espero —dijo ella, volviéndose hacia mí—. No puedes esperar convertirte en una gran bailarina sólo con nuestras clases. —Se quedó pensativa un momento y entonces añadió—: Creo que la próxima vez traeré a otro alumno conmigo. —Miró a Celine—. Le irá bien trabajar con alguien a su lado.

—Sí, sí, estupendo —repuso Celine—. Gracias. Entonces, ¿nos veremos mañana?

—Sí, mañana —contestó madame Malisorf, y empezó a recoger sus cosas.

¿Mañana? ¿Tendré clase todos los días?, me pregunté. ¿Cuándo tendría mi pobre cuerpo ocasión de recuperarse?

En cuanto se marchó madame Malisorf, Celine se me acercó en la silla de ruedas, con los ojos destellando de entusiasmo.

—Le gustas. Sé que le gustas. Hace mucho que la conozco. Si no creyera que tienes posibilidades, se habría negado a ser tu profesora de danza. No malgasta su tiempo con estudiantes mediocres, ¡y para que ella se haya ofrecido a traer otra de sus alumnas aventajadas...! Me parece que no comprendes lo que eso significa, Janet. Será por eso que no estás tan ilusionada como deberías. Tienes razones para estar entusiasmada, Janet. ¿No te das cuenta? Madame está de acuerdo conmigo. Vas a ser una primera bailarina. Esto es maravilloso, maravilloso —dijo, dando palmas.

Traté de sonreír pese al dolor y los calambres. Eso hizo reír a Celine.

—No te preocupes por los dolores, Janet. Tómate un baño bien caliente y descansa antes de la cena. Después de unas cuantas sesiones más, no te dolerá tanto. Ya lo verás. Ay, me muero de ganas de contarle a Sanford cómo ha ido la clase. Yo tenía razón. Lo sabía. Tenía razón —dijo al tiempo que giraba la silla de ruedas y se dirigía hacia la puerta.

¿Qué había hecho yo para que confiara tanto en mí, me pregunté, aparte de cruzar el estudio, ponerme de puntillas, mantener el equilibrio y hacer unos cuantos ejercicios que me habían dejado tan baldada que tenía la sensación de haber sido atropellada por un camión?

Seguí a Celine fuera del estudio y subí a mi cuarto mucho más despacio de lo que había hecho el día anterior. Hasta que entré en mi dormitorio y cerré la puerta, no me permití dejar salir el primer gemido. Entonces llené la bañera y me sumergí en el agua caliente para aliviar mis doloridos músculos. Más tarde, durante la cena, Celine tan sólo quiso hablar de mi clase con madame Malisorf. Sanford intentó preguntarme varias veces por mi primer día en el colegio, pero ella no hacía más que interrumpirle para darme consejos sobre tal o cual ejercicio en la barra.

—Ojalá hubieras estado aquí para verla, Sanford. Ha habido momentos en que me parecía estar viéndome a mí misma en el espejo, como cuando mi madre venía a verme durante alguna clase —afirmó.

Me pregunté cuándo conocería a mis nuevos abuelos, pero no se hizo mención alguna de que vendrían a visitarnos o nosotros a ellos.

Celine quiso que me quedara con ella después de la cena para continuar hablando de danza, pero Sanford le recordó que aún me quedaba una buena cantidad de trabajo escolar por hacer para ponerme al día.

—Trabajo escolar —dijo ella en tono desdeñoso—. Algún día, y no tardará mucho en llegar ese día, Janet estudiará con un profesor particular, igual que hice yo.

—¿Quieres decir que dejaste de ir al colegio? —le pregunté.

—Por supuesto. La danza lo era todo para mí, y también lo será para ti, Janet. Ya lo verás —vaticinó.

Sólo la danza y un profesor particular a todas horas, pensé. Pero ¿y las amigas, las fiestas y, sobre todo, los novios? Supongo que no parecí muy entusiasmada con la idea. Celine frunció los labios en una mueca.

—¿Qué te ocurre? —inquirió rápidamente.

—Está muy cansada, Celine —contestó Sanford por mí—. Ha sido un día muy intenso, uno de los más intensos de su vida, imagino.

Celine me escrutó con la mirada un momento y entonces sonrió.

—Sí, seguro que es eso. Ve a hacer tus deberes, querida, y después acuéstate temprano para estar bien guapa.

Me dieron permiso para retirarme y me fui a mi habitación. Me quedé un rato sentada ante el escritorio, contemplando el montón de lecturas que debía hacer. Tener una familia y un hogar nuevos no estaba resultando tan fácil como siempre había soñado que sería.

Cuando me recosté contra el respaldo de la silla, sentí punzadas de dolor en los riñones y en las pantorrillas. Me miré en el espejo y gemí. Tenía una noticia para mi pequeño cuerpo agotado.

«Aún te espera mucho más dolor.»

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page