Israel

Israel


Cita

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Le apartó el cabello de la cara y atrapó su barbilla, levantándole el rostro para que lo mirara.

—Estás muy segura de ello.

—Es como actuó mi padre conmigo cuando me marché de casa —confesó—. Sus hijas lo necesitamos, por lo que ya regresaremos. —Hizo una mueca—. Su tiempo es tan valioso que no le permite preocuparse por intentar hacer que volvamos.

Le acarició la mejilla sin apartar sus ojos de los de ella.

—Es estúpido y un egoísta.

Le ofreció una triste sonrisa.

—Ese es mi padre —indicó con sorna.

Israel pasó sus manos por el cabello negro y le rodeó la cara con cariño.

—Sé que duele… —Ella fue a negar con la cabeza, pero le impidió hacerlo—. Es duro que un padre no te quiera a su lado, que no acepte cómo eres e incluso que intente cambiarte. —Le acarició las mejillas y los labios con lentitud—. Lo que menos esperamos es que aquellos que te dieron la vida se comporten como los monstruos de los que debemos escapar, pero, por desgracia, la vida no está escrita como un cuento de hadas, y a veces nos mete en pesadillas de las que queremos huir.

Lucía cerró los ojos sintiendo como sus palabras envolvían su corazón.

—¿Qué se puede hacer ante eso? —le preguntó volviendo a fijarse en sus ojos celestes.

—Vivir… —susurró para sorpresa de ella—. En muchas ocasiones la familia no es la que te rodea, sino la que tú consigues crear al vivir. Elsa, tu tía Rosi, son parte importante de tu vida, pero Lucas y… —dudó por un segundo— yo, siempre estaremos a tu lado. —Señaló su corazón—. Aquí, para lo que nos necesites.

Los ojos negros brillaron al escucharlo y le sonrió.

—Isra, yo…

—Chicos, la cena se enfría. —El padre del joven apareció de pronto, interrumpiendo lo que Lucía le iba a decir y provocando que se separaran de golpe, como si tuvieran un resorte entre los dos que los llevó hasta cada extremo del sofá.

—Ya vamos —anunció su hijo levantándose pasados unos segundos.

Roger asintió divertido.

—Por si se os olvida, la cocina está detrás de esta puerta. —La señaló y se rio.

—Papá…

El hombre levantó las palmas de las manos hacia arriba.

—Ya me voy, pero… —abrió la puerta y movió la cabeza— estamos aquí.

Israel tomó un cojín del sofá y se lo tiró, errando al golpear la madera. Negó con la cabeza y se pasó la mano por la nuca.

—Payaso…

—Un payaso adorable —indicó Lucía divertida.

La miró y le ofreció la mano, que ella no dudó en agarrar.

—¿Tienes hambre?

—Un poco —respondió al mismo tiempo que sus tripas resonaban por la habitación.

—Ya veo que un poco —repitió divertido mientras tiraba de ella hacia la cocina—. No comprendo cómo estás tan delgada con lo que comes.

Ella se encogió de hombros.

—Quizás tenga un agujero negro en el estómago.

Israel se carcajeó, la despeinó y la empujó dentro de la cocina.

—Ya, un agujero negro…

Capítulo 5

El sol comenzaba a salir por detrás de los árboles. Una neblina rodeaba el verde paisaje y un viento helado se había levantado con el amanecer. La joven, sentada en una butaca del porche, se envolvió mejor con la manta. Se había levantado de la cama hacía un par de horas, por temor a despertar a su hermana, y, sin saber muy bien qué hacer, había decidido esperar el nuevo día sumida en sus pensamientos, rodeada de los sonidos de la naturaleza.

Tras la cena que habían compartido, Israel las había llevado hasta uno de los dormitorios de la planta superior. Una habitación en la que una gran cama de matrimonio destacaba en el centro.

—Tendréis que compartirla —les indicó el joven.

Elsa se tiró sobre el colchón y agarró una de las dos almohadas.

—No hay problema. —Lucía e Israel la observaron divertidos.

—Ya la has escuchado —indicó su hermana—. No hay problema.

Él asintió.

—De acuerdo. —La miró sin saber qué decir, dudando en si añadir algo más, hasta que al final lo hizo—: Si tenéis frío, en ese mueble hay alguna manta. —Señaló una cómoda de madera con los cajones pintados de diferentes colores.

—Gracias. Estaremos bien.

Israel movió la cabeza de manera afirmativa.

—Vale, pues me marcho… —Pero no se movió de la puerta.

Lucía asintió sin apartar la mirada de él.

—Descansa.

El silencio los envolvió.

—Chicos… —los llamó Elsa —. Si empiezo a roncar, no os asustéis.

Ambos se rieron.

—Será mejor…

—Sí, será mejor… —repitió él—. Hasta mañana —se despidió desapareciendo por el pasillo.

Ella cerró la puerta y observó la espalda de Elsa, quien, hecha un ovillo sobre el colchón, tenía los ojos cerrados.

—¿Duermes?

Su hermana emitió un ruido extraño.

—Lo intento.

Lucía tomó la colcha que había a los pies de la cama y la tapó. Apagó la luz, se quitó los vaqueros en medio de la oscuridad y se echó al lado de su hermana sin demora. Pensó que iba a tardar en dormirse, pero no fue así. En cuanto cerró los ojos se vio sumida en un profundo sueño hasta que una pesadilla la despertó.

Había intentado volver a dormirse, pero la intranquilidad que le trajo el mal sueño se lo impidió. Buscó el móvil entre sus pertenencias y salió de la habitación haciendo el menor ruido posible. Se había acostado solo con la ancha camiseta que llevaba cuando llegó al pueblo y no pensó que a esas horas pudiera encontrarse con alguien, por lo que, para no molestar a su hermana, ni se preocupó por buscar un pantalón.

Acabó en el porche, sentada en la misma butaca de madera que ocupaba en ese momento, arropada por una vieja manta de cuadros que había tomado prestada del salón.

El silencio la envolvió y con ello la tranquilidad que su cuerpo reclamaba.

Se acordó de la primera vez que sintió que la vigilaban. Estaba en el Starbucks de al lado de su casa, tomándose un caramel macchiato mientras echaba un vistazo a la página web de la universidad en su portátil. Debido al gasto que suponía tener a su hermana en casa, y hasta que esta encontrara un trabajo, no tenía recursos para matricularse de todas las materias que le correspondían en el nuevo curso; debía decidir por cuáles decantarse. Absorta como estaba con el lenguaje académico algo complicado, de pronto notó una sensación extraña en la nuca. Se la rascó, pero seguía molestándole, por lo que se volvió brevemente, observó al resto de la clientela que estaba en la cafetería, y retomó lo que hacía. Se regañó mentalmente por pensar en tonterías y bebió del café hasta que, pasados unos minutos, regresó esa sensación.

Se levantó de la silla con rapidez y miró lo que la rodeaba, pero no encontró nada extraño. Observó la calle que se veía a través del cristal del local, pero siguió sin hallar nada que le llamara la atención. Se pasó la mano por la cara y, soltando el aire que retenía en su interior, decidió marcharse a su pequeño apartamento.

Esa vez fue la primera de muchas.

Los sitios fueron variando: la universidad, la tienda de ultramarinos o la misma calle. Sabía que algo le ocurría y, cuando decidió contárselo a Elsa, fue quien puso en palabras lo que podía estar sucediendo.

—¿Te pueden estar acosando?

Negó con rapidez

—Ni de coña.

Su hermana la miró con rostro serio.

—Entonces son mi marido o nuestro padre.

Lucía volvió a negar con la cabeza.

—No es su estilo. Se habrían presentado delante de la puerta exigiendo que regresaras, antes de jugar conmigo. Además, conozco demasiado bien a padre y él espera que vuelvas con el rabo entre las piernas.

Elsa se sentó en el suelo y cruzó los brazos delante de ella.

—Pues que espere sentado.

La otra se carcajeó.

—Que espere… —Ambas se rieron—. Además, si fueran ellos, tú también tendrías la misma sensación y no ha sido así, ¿no?

—No, a mí no me sigue nadie.

—Descartamos entonces esa posibilidad.

La mayor asintió conforme.

—Solo nos queda que sea un acosador.

Lucía levantó su ceja incrédula.

—No soy tan famosa como para tener a alguien obsesionado por mí.

Elsa estiró las piernas, embutidas en un pantalón de pijama azul, y le indicó:

—Cuando estuve estudiando, en una de las asignaturas de la carrera, tuve un profesor que nos habló de los acosadores. Te puedo garantizar que, para tener un acosador, no hace falta que seas «famosa» —explicó haciendo unas comillas imaginarias con los dedos.

Lucía se echó hacia atrás en el pequeño sofá rojo en el que estaba sentada y abrazó sus piernas, apoyando la barbilla sobre las rodillas.

—¿Crees que puede ser eso?

—Tienes que tener cuidado —le dijo como única respuesta—. Si va a mayores, habrá que tomar medidas.

A partir de esa conversación, Lucía estuvo más pendiente de lo que la rodeaba. Observaba a cada persona que había cerca de ella, volvía sobre sus pasos por si podía pillar in fraganti a quien la estuviera vigilando, e incluso llegó a cambiar los lugares que frecuentaba para despistar a su supuesto acosador.

Todo fue en vano.

Una tarde, al abrir el buzón de su casa, llegó la primera nota anónima. Tras esta vinieron más, y con ellas las preocupaciones de Lucía aumentaron.

No supo qué hacer hasta que Elsa le propuso ir a la policía.

Allí la escucharon, tomaron nota de sus sospechas, se quedaron las notas que había recibido para examinarlas y le prometieron que lo investigarían.

Aun así, Lucía no estaba nada cómoda. No se sentía segura ni en su propio hogar, por lo que, tras consultarlo con su hermana, decidieron que lo mejor era irse de su casa por unos días.

—Serán como unas vacaciones de hermanas —indicó Elsa intentado quitar hierro al tema que las preocupaba y así alegrarla.

La pequeña se rio, pero en su risa no había ni gota de diversión.

—Unas vacaciones —repitió mientras metía algo de ropa en una bolsa de viaje—. Espero que mi jefe me guarde el trabajo para cuando regrese.

La mayor le dio un beso en la mejilla y le quitó la maleta de la mano.

—No pienses en ello ahora. —Lucía asintió no muy convencida—. Además, lo que sí nos urge en este momento es saber adónde nos vamos.

Lucía suspiró mientras le abría la puerta de la entrada y soltó sin pensar:

—Donde Isra.

No quiso analizar con detenimiento por qué había decidido que al lado de Israel estarían bien. Fue la primera persona que le vino a la cabeza, en vez de Lucas, y fue la decisión que tomó en cuanto se sentó en su viejo Ibiza: irían a buscarlo.

Y allí se encontraban, rodeadas de silencio y de naturaleza.

Tembló levemente y tiró de la manta que cubría su cuerpo, intentando recuperar el calor que había perdido con los recuerdos.

—¿No has descansado? —le preguntó la persona que ocupaba en ese instante su cabeza y que salía de la casa con gesto de no haber dormido nada.

—No mucho —respondió sonriéndole con pesar, observando como le echaba otra manta por encima—. Gracias.

Isra le guiñó un ojo.

—No hay por qué darlas. —Se alejó de su lado y le dio la espalda sin apartar la vista del bosque que crecía delante de la casa.

El silencio volvió a aparecer al poco de la llegada del joven, pero, en esta ocasión, se sintió acogida por él.

—¿Tú tampoco has dormido mucho? —se interesó, atrayéndolo de nuevo hacia ella mientras negaba con la cabeza.

—No he podido. Tenía mucho en lo que pensar. —Se sentó en el escalón que llevaba hacia el jardín y apoyó la espalda en el poste de madera del porche.

—Espero que no haya sido por mi culpa.

Él se rio.

—¿No lo creerás en serio?

Lucía se mordió el labio inferior y sintió como sus mejillas enrojecían.

—Yo no… —dudó— no quería molestar.

Él le golpeó la pierna con cariño y negó.

—No molestas.

Se callaron de nuevo hasta que la joven se atrevió a preguntar:

—¿Y en qué pensabas?

Israel la observó, dejando que su mirada se centrara en su rostro, en cada uno de los delicados rasgos que lo conformaban.

—En lo que me has contado. La razón por la que estáis aquí Elsa y tú —explicó.

—¿Solo? —insistió esperanzada.

Sus ojos celestes buscaron los oscuros de ella, y movió la cabeza de lado a lado.

—No —respondió.

Capítulo 6

El corazón de Lucía comenzó a latir desbocado. Desconocía si era por la esperanza que nacía con timidez en su interior o por el temor a que su sueño no se pudiera alcanzar. Una situación que le era extraña, ya que ella solía ser la misma personificación de la seguridad. Tenía las cosas claras, nada la alteraba ni nadie la afectaba tanto como para convertirse en una enamoradiza en plena edad del pavo hasta que…

Llegó a su vida un demonio con ojos de ángel que conseguía alterarla con un simple saludo, una simple sonrisa o una mirada… La ponía nerviosa y ese era el motivo de sus desavenencias cada vez que estaban juntos.

Se toleraban por Lucas, su amigo, pero no se soportaban o… De eso se había autoconvencido al conocerlo; de que para compartir la amistad de Lucas, debía aguantar el insoportable carácter de Israel. El médico era un gran amigo, un confidente, podía contar con él siempre que lo necesitara, y si debía tolerar al acoplado de Israel, lo haría aunque tuviera que morderse la lengua en más de una ocasión.

Callarse… Le costaba.

Saltaba a la mínima y eso… Eso lograba superarla todavía más.

Y él, el demonio de ojos angelicales, no se lo ponía nada fácil. Los dos eran como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer al amo.

Estaba resignada…

Se autoengañaba a sí misma… Se dio cuenta con el tiempo de que lo que en realidad no soportaba era lo que él conseguía hacerle sentir.

—¿Y qué es lo otro que te ha impedido conciliar el sueño? —susurró la pregunta para el cuello de su camisa, casi con temor de que él la escuchara.

Isra sonrió divertido.

—¿Y ese interés? ¿Te has levantado con síndrome de cotilla?

La cara de Lucía se sonrojó.

—No seas tonto —dijo eludiendo contestarle—. Es solo por si puedo ayudarte a encontrar una solución. No vaya a ser que esta noche tampoco puedas dormir. —Le guiñó un ojo travieso intentando camuflar sus sentimientos.

Isra la observó en silencio como si estuviera analizando la verdad de sus palabras.

—No sé si podrías ayudarme —indicó mientras atrapaba uno de sus desnudos pies y comenzaba a acariciárselo.

—Prueba… —lo tentó, sintiendo miles de escalofríos recorrerla de arriba abajo gracias a sus manos.

La miró de lado, dejando que sus dedos pasaran por el empeine del pie, por el tobillo, hasta ascender por la pantorrilla sin encontrar ninguna resistencia, robándole el aliento.

—Hay una chica…

Lucía emitió un leve grito atrayendo su atención por unos segundos.

—Perdona, ha sido un calambre —mintió.

Él, tras sonreírle, prosiguió con las caricias.

—Hay una chica —repitió— que me gusta mucho, pero…

—¿Pero? —preguntó de golpe, interrumpiéndolo.

Israel la miró con intensidad.

—Tiene pareja. —Se encogió de hombros y siguió pasando sus dedos por las piernas desnudas de ella.

La joven observó su cabello rubio, fascinada por esos rizos que no seguían un orden determinado. Acercó la mano hasta ellos, tentada por la suavidad que conocía tan bien, pero en el último momento se arrepintió. La retiró con rapidez, sin llegar a tocarlos, y la escondió debajo de la manta.

Él, atraído por sus movimientos, la miró extrañado.

—¿Estás bien?

Asintió.

—Solo es que estoy destemplada —mintió de nuevo.

Israel achicó los ojos, calibrando si creerla o no.

—Eso tiene fácil solución.

—¿Cuál? —se interesó.

—Siéntate a mi lado y te daré más calor —dijo sin apartar sus ojos de los de ella.

Lucía lo observó sin saber muy bien si hacerle caso o no, hasta que tomó una decisión. Se levantó de la butaca que ocupaba, se echó una de las dos mantas sobre los hombros, y se sentó al lado de Israel en las escaleras.

Él echó por encima de sus piernas la otra manta y pasó el brazo por sus hombros, atrayéndola un poco más hacia él.

—¿Mejor? —preguntó mientras enredaba sus dedos entre los negros mechones del largo cabello de Lucía.

Ella solo movió la cabeza de manera afirmativa, dejando que su cabeza se apoyara sobre el hombro masculino a los pocos segundos.

El silencio los arropó.

El canto de un pájaro se escuchó no muy lejos de ellos y el sol comenzó a verse por el horizonte.

—¿Has hablado con ella? —lo interrogó al poco tiempo.

Israel detuvo las caricias que le prodigaba en el pelo durante un instante, sorprendido por la pregunta.

—¿Con quién?

Lo pellizcó en el brazo.

—Con esa chica, tonto.

El joven sonrió mientras la obligaba a que ocupara el mismo lugar que antes, sobre su hombro.

—Hablar, no hemos hablado…

—En una relación lo importante es hablar. Debes saber si esa chica te corresponde —comentó.

—Existe la química —soltó divertido.

Lucía no pudo evitar también sonreír al escucharle.

—No te negaré que es importante, pero no es lo único.

Los dedos del joven descendieron por el cuello femenino con lentitud.

—También hay mucho de físico en nuestra relación.

Ella se apartó de su lado y le golpeó en el hombro, haciendo que él emitiera un grito de dolor.

—Te lo mereces —le señaló mientras se colocaba de nuevo en la misma posición.

Israel se rio, pero no añadió nada más, retomando sus caricias.

Pasados unos minutos, Lucía volvió a la carga.

—¿Sabe ella que te gusta?

Él se carcajeó.

—Eso espero o, si no, no se habría acostado conmigo… —Puso los ojos en blanco como si estuviera recordándolo y luego soltó—: Dos veces.

Lucía se apartó de nuevo de él con rapidez para golpearlo otra vez en el mismo sitio que antes.

—¿Insinúas algo?

Levantó las palmas de las manos hacia arriba en son de paz, riéndose.

—Solo espero que fuera tan increíble para ella como lo fue para mí.

Lo miró asombrada y algo abochornada por su comportamiento. Pasó su mano por el lugar donde lo había golpeado y apoyó la frente en su brazo, evitando que le viera la cara.

—Perdona, yo…

Isra siseó acallándola. Tomó su barbilla y la obligó a mirarlo.

—¿Por qué?

—Por el golpe, por interrumpirte cada dos por tres cuando necesitas una amiga que te escuche, por…

—Lucía, no necesito una amiga que me escuche —la cortó, posando las manos en su cara—. Necesito solo que me respondas con la verdad a una pregunta. —Fijó sus azules ojos en los negros de ella y esperó a que asintiera—. ¿Sigues con Fátima?

Ella observó la seriedad de su rostro, su nariz de corte patricio, sus gruesos labios y su recia mandíbula. Devolvió la atención a su mirada angelical, que en ocasiones solía brillar como si fuera la del mismísimo diablo, y negó con la cabeza.

—El último día que estuvimos juntos fue también el último día que estuve con ella.

Israel soltó el aire que retenía en su interior sin saberlo.

—¿Por qué?

La joven levantó su dedo índice con rapidez.

—Dijiste que solo sería una pregunta.

Le sonrió como si acabara de pillarlo haciendo una travesura.

—Esta mañana tengo el mismo síndrome de cotilla que tú.

Se rieron a la vez.

—Respóndeme tú a una pregunta y yo saciaré tu vena cotilla.

Israel simuló que se lo pensaba para asentir de inmediato.

—De acuerdo, dispara.

—¿Por qué no me llamaste?

Le acarició la mejilla con reverencia y se incorporó, internándose en el jardín que había en la parte trasera de la casa, limitado por los árboles. Sabía a qué se refería, sabía que le preguntaba por qué no volvió a contactar con ella tras la primera noche que compartieron y sabía que, aunque debía llegar ese momento, su cabeza todavía no encontraba una razón convincente a su comportamiento.

—Por cobarde —espetó de golpe sorprendiéndolos a ambos.

Lucía se arrebujó en la manta y sin dudarlo fue tras él.

—No te entiendo —insistió buscándole la mirada.

Los ojos celestes la miraron, y ella pudo jurar que un halo de tristeza navegaba por sus iris.

—Aquella noche fue… —buscó la palabra exacta que describiera lo que vivieron— increíble. Pensé que iba a ser un simple encuentro sexual. Acostarme con alguien por la que me sentía atraído. —Le acarició la mejilla—. Pero cuando nos acostamos… Sentí… —dudó—. Sentí…

—Que podías alcanzar las estrellas a mi lado —terminó la frase por él.

Isra asintió, posó la mano en su cara y se acercó hasta ella, apoyando sus frentes.

—Las estrellas nunca brillaron con tanta intensidad hasta aquella noche.

Ella sonrió al escucharlo. Se sentía identificada. Esa noche fue especial para ambos y al oírle decirlo, se sentía feliz de verse correspondida.

—Pero no me llamaste, no volvimos a vernos hasta que…

—Lucas nos reunió de nuevo. —Ella asintió recordando ese momento.

Una tarde como cualquier otra quedó con Lucas para tomar algo y ahí apareció Isra. Al principio los dos se miraron sorprendidos de verse allí. Su amigo no les había informado de que estaría el otro, pero luego…

—Hablabas como si no hubiera ocurrido nada entre nosotros. Te comportabas como si todo siguiera…

—Igual —acabó por ella.

La pareja se acordaba de ese día como si fuera ayer.

Ninguno supo reaccionar. Ninguno supo acortar las distancias que sus miedos les habían llevado a crear. Solo supieron hacer una cosa: ignorar lo compartido.

—Aquella noche lo importante era el presente, no quisimos pensar en el futuro. No creíamos en los cuentos con finales felices… —recordó Israel.

Ella asintió posando las manos en sus caderas, donde se asentaba el pantalón del pijama.

—Éramos «amigos»… —Levantó sus manos haciendo unas comillas imaginarias con los dedos.

—«Amigos». —Imitó sus movimientos, interrumpiéndola.

Le sonrió y lo golpeó en el estómago, haciéndole reír al mismo tiempo.

—Sabes a lo que me refiero.

Israel asintió.

—Te entiendo… —Le acomodó un mechón negro del cabello detrás de la oreja y le acarició la mejilla—. Por favor, continúa.

Movió la cabeza de manera afirmativa.

—Temía que lo nuestro se rompiera al compartir cama y…

—¿Por eso lo de pensar en el momento? —Asintió—. Seré tonto —soltó de pronto sorprendiéndola, alejándose de su lado—. Tonto, tonto… —repetía mientras se golpeaba la frente.

—Isra, ¿qué ocurre? —Fue detrás de él, atrapando su brazo y obligándolo a detenerse.

—Antes, cuando me has preguntado la razón por la que no te llamé… —Movió la cabeza de forma afirmativa—. Te dije que porque fui un cobarde…

—Sí, pero no lo entiendo —lo cortó.

Él atrapó su cara con ambas manos y enfrentó su mirada.

—No te llamé, no volví a comentarte nada de lo que vivimos porque pensé que era lo que tú querías —confesó—. Pensé que solo buscabas estar conmigo una noche…

Lucía llevó la mano hasta su mejilla y negó con la cabeza.

—Yo pensé lo mismo de ti.

Los dos se miraron comprendiendo por primera vez que se habían comportado como un par de tontos.

—No queríamos creer ni en príncipes ni en princesas…

—Y acabamos escribiendo nuestro propio cuento de hadas.

La pareja volvió a reírse al recordar las palabras que compartieron aquella noche.

—Vaya par de bobos —señaló ella.

Isra asintió y le dio un beso en la boca sorprendiéndola.

—Unos bobos muy listos.

Ella levantó una ceja incrédula al escucharlo.

—¿Unos bobos listos?

Él asintió de nuevo.

—Listos porque estamos enamorados el uno del otro, y bobos porque ha tenido que pasar tiempo para darnos cuenta de ello.

Lucía se carcajeó.

—Muy seguro de ti mismo estás para decir que estoy enamorada de ti.

Se le acercó veloz y la abrazó por la cintura.

—¿Por qué rompiste con Fátima cuando regresamos de casa de tu padre? —La joven enrojeció ante el escrutinio de Israel, que no apartaba la mirada de su cara—. Una pregunta por otra, ¿te acuerdas?

Ella intentó zafarse de su agarre, pero, al no lograrlo, se rindió. Posó las manos en sus brazos y lo miró a los ojos.

—Por ti.

Le regaló una gran sonrisa.

—Ves, estás enamorada de mí hasta las trancas.

Lucía no pudo evitar carcajearse al escucharlo.

—¿Hasta las trancas? —Él movió la cabeza de manera afirmativa—. Y tú, ¿cómo estás enamorado de mí?

Sus ojos buscaron su negra mirada, lo que le permitió comprobar como las estrellas brillaban en su interior.

—Sueño contigo a todas horas, oigo tu voz aunque no estés cerca de mí y tu aroma… —acercó la nariz hasta su cuello para inhalar su olor— me persigue allá por donde vaya. No duermo, no como…

La risa de ella lo interrumpió.

—No exageres, que no me creo que no hayas alimentado ese buche en estos días. —Le tocó la tripa y le sonrió.

Él le guiñó un ojo travieso.

—Creí que un poco de poesía vendría bien para este momento.

Lucía volvió a reírse.

—Para ya de poesía y bésame.

Isra se llevó la mano hasta la sien, imitando un saludo militar, y sin demora se abalanzó sobre su boca, donde los labios femeninos lo recibieron con un gemido de bienvenida.

Capítulo 7

Los besos aumentaron entre la pareja.

La manta con la que se tapaba Lucía cayó al suelo sin que ninguno de los dos le prestara atención, permitiéndole colar las manos por debajo de la camiseta del joven y dejando que sus dedos acariciaran su piel, delineando cada uno de sus músculos mientras los labios de Israel se apoderaban de su boca y su lengua jugaba con su gemela.

Él la abrazó, llevó las manos hasta su trasero y la elevó unos centímetros, obligándola a enrollar sus piernas alrededor de sus caderas. Sin despegar sus labios, saboreando sus besos, dejando que sus lenguas se enlazaran en una danza sensual, los dos se alejaron de todo lo que los rodeaba. Solo existían el uno para el otro y las sensaciones que compartían.

Miles de temblores comenzaron a recorrer los cuerpos de la pareja, escalofríos que partían de lugares dispares y que circulaban con gran rapidez hasta las terminaciones nerviosas mientras los latidos de sus corazones se aceleraban.

Las respiraciones aumentaron y la necesidad de acortar la escasa distancia que los separaba crecía.

Israel se separó reticente de su lado a pesar de las quejas de ella. Atrapó su cara y la miró a los ojos, observando la pasión que los desbordaba; la misma pasión que anidaba en los suyos.

—Si no paramos ahora, no podré hacerlo más adelante.

Ella lo observó, descendió la mirada hasta sus labios y, sin previo aviso, atrapó el inferior con los dientes, para pasar de inmediato al superior. El joven no pudo evitar emitir un gruñido que le supo a gloria a Lucía.

—No pares —le exigió, ofreciéndole una sugerente sonrisa.

Él le acarició el cabello y dejó que sus manos pasaran por su rostro, dando vía libre a sus dedos, que le acariciaron la boca con veneración.

—Aquí nos pueden ver…

Lucía miró a su alrededor y, tras cerciorarse de que tenía razón, le indicó:

—Pues vamos a otro sitio.

Israel no pudo más que reírse al escucharla. Atrapó la manta que se había caído al suelo y se acercó al porche, donde estaba la otra tela, sin soltarla de la mano.

—Corre al piso de arriba y ponte tus zapatillas —le ordenó.

Ella lo miró sin comprender.

—¿Para qué?

—Nos vamos de excursión —señaló echándose la ropa de abrigo sobre un hombro.

Lucía no lo dudó ni un segundo más. Se internó con rapidez por la casa para aparecer de inmediato de nuevo delante de él con las deportivas ya puestas y un pantalón corto que asomaba por debajo de la enorme camiseta que había utilizado para dormir.

Él asintió conforme con su vestuario.

—¿Has sido rápida?

Le regaló una sonrisa cómplice.

—Me dijiste que corriera, y es lo que he hecho.

El joven se rio, atrapó su mano otra vez y se dirigió hacia el bosque que había delante de la casa.

Ella no dudó en seguirlo.

En cuanto llegaron al linde del bosque, se adentraron por un pequeño camino que a primera vista era casi invisible. Delante de ella iba Israel, guiándola, agarrándola de la mano como si temiera que pudiera huir de su lado. Lucía andaba tras él, pendiente de lo que pisaba, con cuidado de no tropezar y, en cuanto podía, levantaba la mirada atenta a todo lo que los rodeaba.

Los árboles eran muy altos, tan altos que impedían que la luz del sol traspasara su follaje. Los pocos rayos que lograban asomarse por las verdes hojas imprimían al ambiente un halo etéreo que se alejaba de la realidad, a la par que los pasos de la joven pareja, que, según se internaba entre la espesura, se distanciaba cada vez más del mundo real.

—¿Estás bien? —le preguntó mirándola de reojo.

Asintió.

—Sí, pero ¿queda mucho?

La risa masculina se escuchó entre los árboles, silenciando los pocos trinos de los pájaros que comenzaban a despertar.

—Poco... —Tiró de su mano y la puso a la par de él, justo cuando el camino se ensanchaba unos metros y la luz del sol aumentaba.

Delante de ellos se abría una escalera construida de manera rudimentaria, con una barandilla algo inestable de madera, y que utilizaba piedras de diferentes tamaños para dar forma a los escalones.

—Esto es precioso —dijo Lucía mirando lo que los envolvía para a continuación comenzar a bajar por la escalinata.

Israel, con cuidado de que no tropezara, la agarró de la mano deteniéndola. Atrapó su cara y la besó.

—Tú sí que eres preciosa.

Las mejillas de la joven enrojecieron ante el piropo. Le golpeó en el estómago y giró sobre sus pies para continuar andando, no sin antes regañarlo:

—No seas bobo.

—Bobo pero listo —añadió haciéndola reír, mientras sus manos le acariciaban el cabello suelto.

—No me convence mucho eso —indicó Lucía volviéndose de nuevo hacia él cuando descendió el último escalón.

Israel la abrazó por la cintura sin que su sonrisa desapareciera y la empujó, obligándola a caminar marcha atrás.

—¿Cómo crees que podríamos calificarnos? —preguntó siguiéndole el juego.

Ella apoyó las manos sobre sus brazos y se dejó guiar por él mientras buscaba cómo podrían describirse.

—Un par de tortugas carey…

—¿Tortugas qué? —la interrogó extrañado.

—Carey —repitió divertida.

—Aaah… No te puedo negar que suena mejor que dos bobos muy listos.

Lucía le pellizcó el brazo haciendo que se quejara teatralmente de dolor.

—No seas tonto.

La miró divertido.

—A ver, en qué quedamos, ¿tonto o tortuga carey?

La joven no pudo evitar carcajearse, viéndose de inmediato acompañada por él.

—¿No decías que preferías otro nombre? —Se encogió de hombros e hizo un puchero con la boca.

Israel cesó de caminar, deteniéndola al mismo tiempo, y llevó sus manos hasta ambos lados de su cara.

—Me gusta lo de tortuga carey, pero vas a tener que explicármelo. —Le guiñó un ojo.

—Claro. —Intentó darse la vuelta para continuar andando, pero él se lo impidió.

—Aquí está bien.

Lucía lo miró extrañada, pero comenzó a explicarle por qué se le había ocurrido ese nombre.

—Tortugas porque hemos sido muy lentos en reaccionar…

—Muy muy muy lentos —la cortó en broma recibiendo un nuevo pellizco por su parte—. ¡Eh! Que soy muy delicado y luego me salen cardenales.

Lucía, aunque se rio al escucharlo, pasó su mano con delicadeza por la zona dañada.

—Perdona… —se disculpó sin perder la diversión que compartían—. ¿Mejor?

Isra se encogió de hombros.

—Un beso ayudaría…

Ella se acercó hasta el brazo donde le había infligido dolor e hizo lo que le pedía.

—¿Mejor?

—Bueno… Yo hablaba de otro tipo de beso.

La ceja morena se elevó incrédula.

—¿Otra clase de beso?

Él asintió al mismo tiempo que atrapaba su boca para devorarla con una pasión renovada.

Lucía se apoyó en sus hombros para evitar perder el equilibrio y abrió los labios dando la bienvenida a la lengua masculina en un ardiente beso que consiguió subirles la temperatura.

—Mejor —indicó con una amplia sonrisa Israel al separarse de ella.

—Me alegro —respondió algo cohibida.

—Y ahora, ¿me explicas lo de carey?

La risa femenina los envolvió.

—Hay un estudio realizado en las islas Seychelles que habla de que estas tortugas mantienen una relación exclusiva durante el período de reproducción y crianza.

Israel elevó su ceja dorada.

—¿Exclusividad?

Lucía sintió como su cara adquiría un tono de rojez que hasta ahora no había experimentado.

—Ya sé que es pronto para hablarlo, que en realidad acabamos de comenzar…

La boca del joven se cernió sobre la de ella acallándola, la agarró de los hombros y, tras finalizar el beso, le acarició la mejilla con adoración.

—Me parece bien, si es lo que tú quieres. —Ella asintió convencida sin decir ninguna palabra más—. Y ahora… —Le besó la punta de la nariz—. Cierra los ojos.

Lucía arrugó el ceño ante su petición.

—¿Para qué?

La despeinó con cariño e insistió:

—Confía en mí. Cierra los ojos.

Observó la diversión de sus iris azules y, tras pensárselo durante unos segundos, hizo lo que le pedía.

Israel posó sus manos en su cintura y la obligó a girar sobre sus pies. Sin separarse de ella, la hizo andar hacia delante unos pocos metros y, cuando creyó que era conveniente, la soltó.

—Abre los ojos.

Lucía hizo lo que le solicitaba de inmediato, quedándose sin palabras ante el paisaje que se abría frente a ella.

Acababan de llegar a un pequeño banco de arena en forma de abanico, cercano a un gran lago donde las tranquilas aguas azules brillaban gracias a los rayos del sol. Los árboles del otro lado del estanque la saludaban desde la lejanía con el movimiento del viento, y unos pocos pájaros volaban en forma de V, atravesando el cielo sin nubes.

—Es increíble.

Israel, que no había apartado la mirada de ella, empapándose de los miles de sensaciones que aparecían en su rostro con las vistas que tenían delante, asintió feliz de que le agradara su pequeño rincón especial.

—Me alegro de que te guste.

Ella lo miró.

—¿Gustarme? Me apasiona. —Se quitó las deportivas que llevaba y se deshizo de los cortos pantalones que se había puesto con las prisas. Se acercó hasta la orilla del lago y metió los pies en el agua.

—¿Qué haces? —le preguntó divertido al ver como saltaba cada vez que el escaso movimiento del líquido llegaba hasta ella.

—Probar el agua —dijo lo evidente.

Israel se carcajeó, soltó las dos mantas que llevaba sobre la arena y se deshizo de su propio calzado.

—¿Y cómo está? —se interesó sin poder evitar seguir riéndose.

Lucía se volvió para verle la cara.

—Buena. —Se deshizo de la camiseta para sorpresa de Israel y se sumergió en el agua llevando como única prenda unas braguitas negras.

El joven se quedó mudo ante lo que acababa de presenciar y hasta que no vio como sacaba la cabeza de debajo del agua no volvió a respirar.

—¡Estás loca!

—Una loca tortuga carey —le gritó riéndose.

Él negó con la cabeza entre divertido y excitado, absorto en lo bella que se la veía con el cabello mojado y en como las gotas de agua se deslizaban por su piel. Se llevó la mano hasta el cabello y tomó una decisión: se deshizo de los pantalones y la camiseta, y se adentró en el agua tras ella.

Capítulo 8

—Hola —lo saludó Lucía cuando llegó a su altura, abrazándole del cuello.

—Hola —repitió él, agarrándola por la cintura.

Estaban solos, en mitad del lago, rodeados por la naturaleza que comenzaba a despertar a esas horas tan tempranas. Absortos en los ojos del otro, mientras el agua los acariciaba al son de sus movimientos.

Israel pasó su dedo por el cuello de ella, reteniendo una pequeña gota que se deslizaba por la piel femenina, y ascendió con lentitud hasta las oscuras cejas para delinear a continuación los rasgos que conformaban su rostro.

Lucía abrió la boca con intención de decirle algo, pero al sentir como le acariciaba los labios, instintivamente sacó la lengua provocándole.

Sus miradas seguían prendadas la una de la otra.

Sus respiraciones se enlazaban.

El dedo dibujó de nuevo la curva rosada y la boca de ella se abrió con lentitud, atrapándolo con suavidad. La lengua saboreó su piel, tentándolo.

Una de las manos de Israel se deslizó por su trasero, bordeando las braguitas negras hasta que se coló por su interior.

Ella no pudo evitar dar un salto por la intromisión, y el joven respondió con una atrevida sonrisa.

Lo miró de lado y, sin previo aviso, le mordió el dedo que seguía en el interior de su boca provocando que Isra lo sacara de inmediato.

Se apartó de ella y se lo chupó con mimo, intentando aliviar el dolor.

—Oye, que duele.

Ella le devolvió la misma sonrisa que él le había dedicado segundos antes, se le acercó mordiéndose el labio inferior y atrapó su mano. Miró el dedo y comprobó como resaltaban en rosado las marcas de sus dientes, arrepintiéndose de pronto de lo que había hecho.

—Perdona… Me has puesto nerviosa… —Besó la zona dañada y la lamió con reverencia.

La mano libre de él se posó sobre su mejilla, dejando que su pulgar la acariciara con dulzura.

—No pasa nada —susurró, recuperando la posición que tenía con anterioridad—. Si no quieres jugar…

Ella lo miró y negó con la cabeza para, a continuación, asentir con rapidez.

Israel se carcajeó, acercó su rostro al de ella y le acarició los labios con su lengua al mismo tiempo que Lucía seguía lamiendo su dedo. Ambas se encontraron con delicadeza, los labios se unieron y un gemido salió del interior de la pareja.

La mano masculina descendió con demasiada lentitud por el cuerpo de ella, rozando brevemente su pecho, para avanzar en su escrutinio por el plano estómago hasta el linde de tela. Se apartó de ella y fijó su mirada en los ojos negros, coló el dedo índice por debajo de la braguita y acarició la tersa piel.

Lucía retuvo la respiración sin decir nada.

Un nuevo dedo de Israel traspasó la prenda, consiguiendo bajar la lencería un poco por la presión ejercida.

La joven avanzó un par de pasos hacia él. Dejó la mano apoyada en su cadera y apretó sutilmente las uñas sobre su piel, instándolo a continuar.

Isra sonrió de nuevo, acercó su boca hasta la de ella y, sin previo aviso, dejó que sus dedos acariciaran los labios genitales.

Lucía ahogó un gemido.

Israel adoró la piel húmeda.

Los dos se miraron y sus bocas se reencontraron. Sus lenguas salieron urgentes buscándose, conocedoras de lo que les hacían sentir a sus dueños y ansiosas por repetir sus caricias.

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