Israel

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Cita

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La joven se agarró a su cintura y deslizó las manos hacia su trasero, obligándolo a que se acercara aún más. Israel no dudó en hacerle caso, pero sin descuidar la atención que prodigaba a su zona más íntima.

—Isra… —lo llamó como si se encontrara en mitad de un desierto y estuviera sedienta de sus caricias y sus besos, de sus atenciones y mimos… Sedienta de él.

Este la miró y, sin dudarlo un segundo más, se deshizo de las bragas y de sus propios calzoncillos. La elevó sobre sí misma y la obligó a enrollar sus piernas alrededor de su cintura.

Lucía no lo dudó, encontrándose, para su sorpresa, el erecto pene dispuesto a internarse en su interior.

—Estoy sano —anunció descolocándola—. He donado hace poco sangre y los análisis están bien.

Lucía, de pronto, comprendió su confesión.

Allí, en mitad del lago, no tenían posibilidad de usar protección alguna, por lo que agradecía la información que le ofrecía.

—Yo también estoy bien. —Le acarició la cara—. Y tomo la píldora para regular la regla.

Asintió feliz por su explicación.

—Entonces…

—Entonces… —repitió Lucía abrazada a él por las piernas y los brazos, sintiendo sus manos en el trasero.

Con una estocada limpia, Israel introdujo su duro miembro en el interior de ella, arrancándole un grito de satisfacción.

Los dos se miraron sonrientes.

—Se está bien —indicó él.

Ella le acarició la boca y asintió.

—Muy bien.

Él miró a su alrededor y devolvió la atención a la joven que tenía entre sus brazos.

—¿Y ahora qué?

No pudo evitar reírse ante la pregunta.

—¿Es difícil? —se interesó, sabiendo que, aunque estaban lo más cerca que cualquiera pudiera estar, no era la mejor posición para alcanzar lo que ambos necesitaban.

Israel asintió con la cabeza mientras avanzaba con lentitud hacia la orilla.

—Un poco, pero… —le mordió la barbilla— lo estoy solucionando y… —detuvo su caminar brevemente, moviendo sus manos por las pantorrillas de ella, para comenzar a andar de nuevo— está siendo gratificante esta caminata.

Lucía se carcajeó, callando de pronto cuando sintió como el pene ahondaba más profundamente en su interior. Se agarró a uno de sus hombros y expulsó el aire que retenía sin saberlo.

—Sí… Es una experiencia… —gimió— interesante.

Israel se detuvo, atrapó su labio inferior para pasar a continuación al superior y, sin separarse de ella, la tumbó sobre la arena en cuanto llegaron a la orilla.

Sus miradas se reencontraron de nuevo.

—¿Mejor? —le preguntó moviendo sus caderas.

Ella asintió, arqueándose.

—Mejor.

Se besaron de nuevo y sus movimientos aumentaron.

Solo importaban ellos dos. Lo que compartían. Sus sensaciones. Sus cuerpos. El uno para el otro en su propio mundo.

El agua lamía sus cuerpos.

La arena los arropaba.

Todo bajo su particular banda sonora, donde los resuellos se entrelazaban y los gemidos eran miel para sus oídos.

Una nueva estocada.

Un nuevo envite.

Y su mundo estalló en miles de estrellas fugaces.

Los dos se miraron. Compartieron un nuevo beso y una sonrisa los acogió.

—¿Estás bien? —le preguntó él apartando su cabello de la cara.

Lucía asintió, dejó que sus dedos delinearan su recia barbilla y le dio un nuevo beso.

—Con arena en el culo, pero por lo demás… —Ambos se carcajearon.

Israel le dio otro beso y se apartó de ella, levantándose todo lo largo que era. Le ofreció una mano y la ayudó a levantarse.

—Habrá que bañarse otra vez.

Ella asintió, le dio un beso y salió corriendo hacia el agua, no sin antes gritarle:

—Bobo el último.

Él la miró sorprendido, se lanzó tras ella y, cuando atrapó uno de sus pies, tiró de su cuerpo hasta abrazarla.

—¿No hemos quedado en lo de tortugas carey?

Ella se rio.

—Confiesa que te ha gustado.

—Bueno…

Lucía comenzó a hacerle cosquillas en el estómago.

—¡Confiesa!

Israel se abalanzó sobre su boca y le robó un beso con ardor.

—Me gusta ser tu tortuga carey —espetó volviéndola a besar.

Capítulo 9

La pareja regresaba a la casa entre risas y juegos que los obligaban a detenerse cada poco tiempo, robándose besos y caricias, alternando con carreras o cosquillas.

—Si no hubieras perdido la ropa interior… —le recriminó divertida Lucía una de las veces.

Israel le palmeó el trasero, juguetón.

—No habríamos hecho lo que tú y yo sabemos.

Ella se sonrojó, corriendo delante de él justo cuando avistaban la casa, pero no pudo ir muy lejos. Israel atrapó su mano, deteniéndola a escasos metros del final del camino que atravesaba el bosque, y le pasó un brazo por los hombros.

—Espera un segundo… —la reclamó.

Lucía lo miró divertida mientras le apartaba los mechones rubios que le caían sobre la cara.

—¿Para?

La abrazó, acercándola aún más a su cuerpo.

—Estoy disfrutando del poco tiempo que nos queda de tranquilidad.

—¿Por qué dices eso? —Levantó una de sus cejas, confusa.

Él atrapó su cabello con los dedos y se lo llevó a la nariz para olerlo. No se cansaba nunca de su aroma.

—Está mi hermana en casa, y Lucas…

—¿Lucas? —preguntó ansiosa, intentando darse la vuelta para comprobar lo que indicaba.

Israel se lo impidió, tirando de ella, y colocó sus manos en sus caderas.

—¿Ves? Por eso te lo decía.

Lucía arrugó el ceño y llevó las manos hasta su cara.

—¿No estarás celoso?

Se carcajeó negando con la cabeza.

—¿De Lucas? —Ella asintió—. Nunca.

—¿Entonces? —Se puso de puntillas y lo besó. Se alegraba de que la amistad que compartían con el médico no entorpeciera lo que comenzaba a nacer entre ellos dos.

Israel pasó sus manos por el negro cabello sin apartar la mirada de sus ojos.

—Son unos pocos minutos de tranquilidad, antes del interrogatorio.

—¿Interrogatorio? —No sabía muy bien a qué se refería hasta que comenzó a comprender—. ¿Crees que…? —Se señaló a sí misma y luego a él, varias veces. No habían hablado de si tenían o no intención de hacer público que estaban juntos y quizás él… no quería.

Lucía sintió un golpe seco en el corazón al pensar en esa posibilidad. Era feliz al lado de Israel y estaba como loca por gritarlo a los cuatro vientos, pero… ¿y si él no lo deseaba?

—En cuanto nos vean juntos, sabrán que escondemos algo.

—Pero pueden pensar que como amigos hemos ido a dar una vuelta.

—Va a ser imposible que no lo noten —indicó dándole un beso en la punta de la nariz—. Si antes me era imposible alejar mi mirada de ti, de cada uno de tus movimientos… —le acarició los labios—, ahora que he disfrutado de tu sabor, que he adorado tu piel y he intentado saciarme de tus besos… —Posó su boca sobre la de ella y le robó una nueva caricia—. Ahora necesito que todos sepan lo que siento por ti.

La cara de Lucía enrojeció al escucharlo.

—A mí no me importa, si es lo que tú deseas.

La elevó sobre sus pies, feliz de escucharla.

—¿Tú quieres?

Asintió muda y le dio un beso, demorándose en la caricia en demasía.

—No quiero que sea un secreto —confesó al separarse.

Israel asintió conforme, atrapó su mano con fuerza y comenzó a caminar en dirección a la casa. De pronto sentía la urgencia de reunirse con su familia para anunciarles que Lucía y él tenían una relación.

En cuanto salieron al jardín, Lucas y Mónica, que estaban en el porche, los vieron. El médico desvió su atención por unos segundos hacia el lugar en el que las manos de la pareja estaban unidas, para observar de inmediato a sus dos amigos. La sonrisa que les ofreció fue más que suficiente para la tranquilidad de ambos.

—Habéis madrugado —señaló Mónica lo evidente en cuanto los tuvo cerca.

—No teníamos mucho sueño —dijo Israel dándole a su hermana un beso en la mejilla. Saludo que repitió la rubia con la chica que acompañaba a este.

—¿Estáis bien? —preguntó Lucas ofreciéndole la mano a su amigo a modo de saludo.

—Mejor que bien —indicó Israel contento.

Lucía, que de pronto sintió como la invadía una desconocida timidez, solo pudo asentir.

—Lucía… —la llamó Lucas—, ¿todo bien?

La joven lo miró, observó al chico que seguía agarrándola de la mano, y de nuevo devolvió su atención al médico.

—Mejor que bien —repitió las palabras de Israel, provocando que todos se rieran.

Lucas tiró de ella, separándola de su amigo, y la abrazó.

—Estoy feliz de que estés aquí.

Ella correspondió a su abrazo.

—Y yo…

Los dos hermanos intercambiaron sendas miradas. Israel sonrió a Mónica y esta le golpeó el brazo. Fue la única conversación que tuvieron sobre el tema. La joven sabía que algo había sucedido entre su hermano y Lucía. Se los veía a ambos felices y para ella era suficiente.

—¿Habéis desayunado? —les preguntó, echándose a un lado y dejando visible la mesa, en la que había gran variedad de alimentos.

El estómago de Lucía rugió como respuesta, arrancando carcajadas otra vez.

—Anda, sentaos y me contáis por qué mi mejor amiga y su hermana están hospedadas en la casa de mi novia. —Lucas le guiñó un ojo a Mónica y tomó una silla que había libre para sentarse, esperando que los otros lo imitaran.

Israel no dudó en ocupar un asiento, tirando de Lucía para que se acomodara cerca de él. Sentía que no podía tenerla muy lejos.

—Lo mejor es que ella te lo explique. —Movió la cabeza hacia la izquierda, donde se encontraba la joven.

Lucía agarró una manzana que mordió de inmediato, ya que estaba más hambrienta de lo que pensaba, y fue a hablar, pero de repente el tono de llamada de un móvil se lo impidió.

—¿Qué es eso? —se interesó Mónica mientras se servía café.

—Mi teléfono —respondió la morena, levantándose de la silla que había ocupado para acercarse hasta los escalones del porche, desde donde le llegaba la música.

—¿Lo cogiste esta mañana? —preguntó Israel.

Ella asintió.

—Elsa estaba durmiendo plácidamente y pensé que, hasta que se despertara, podría entretenerme cotilleando las redes sociales —explicó mientras lo cogía y leía en la pantalla el nombre de alguien que no esperaba.

—¿Sucede algo? —se preocupó Israel al verle la cara.

—Es Estefan —anunció extrañada.

—¿Qué Estefan? ¿Tu ex? —interrogó Lucas.

—¿Al que dejaste porque no te convencía la relación? —preguntó Israel sin esperar respuesta de ella.

La joven volvió a mover la cabeza de manera afirmativa. No le extrañaba en absoluto que Lucas le hubiera contado a su amigo lo sucedido con Estefan, o por lo menos lo poco que ella le había explicado al médico, ya que no quería preocuparlos.

—Le iba el sado y buscó… Insistió mucho para que tuviéramos ese tipo de relación.

—¿Y qué sucedió? Porque no puedes negarnos que algo ocurrió. —Le acarició la mano y se la llevó a la boca para darle un beso, ante el asombro de su hermana y de Lucas—. No te quedas tan pálida por una relación rota.

Lucía miró al chico del que comenzaba a enamorarse y sintió por primera vez que, si no hubiera sido tan cobarde, no habría conocido a Estefan. Esa etapa de su vida no la habría experimentado.

—Al… —dudó—, al decirle que no era de ese tipo de personas… —Sintió como su mano temblaba, mientras se sentaba en la silla sin fuerzas.

—¿Te hizo algo? —preguntó con tono brusco Israel. Desde que Lucas le explicó que Lucía había roto con ese tipo, cuando apareció buscando un «novio ficticio», sospechaba que no le había contado a su amigo las verdaderas razones que la llevaron a hacerlo.

Lucía lo miró sin decir nada.

El joven golpeó la mesa con fuerza.

—¡Joder! —espetó levantándose.

Mónica tomó la mano de Lucía, intentando darle su apoyo.

—Lu, estamos aquí para lo que necesites —le dijo Lucas con cariño.

La joven asintió.

—Fue… —le costaba recordar—, fue solo una bofetada…

—¡Solo una bofetada! —gritó Israel alzando los brazos al aire.

Mónica siseó intentando tranquilizarlos a todos sin soltar la mano de la chica.

—Lu, ¿seguro? —se preocupó Lucas por ella.

Ella asintió.

—En cuanto sucedió, rompí con él y no lo volví a ver.

—Bien hecho —confirmó la chica rubia, recibiendo una mirada de agradecimiento por parte de ella.

—Te juro que como lo vea… —gruñó en voz alta el hermano de Mónica.

—Tranquilos, de verdad. Estoy bien. Eso es el pasado y esto es el presente. —Tiró de la mano de Israel y buscó su mirada.

Ambos se observaron en silencio hasta que él se acercó hasta su cara y le dio un beso.

Justo en ese momento el teléfono volvió a sonar.

—No entiendo qué querrá… —dijo Lucía a media voz mientras el nombre de Estefan parpadeaba en la pantalla—. No he vuelto a verlo desde que nos separamos.

Lucía no sabía qué hacer. Por alguna extraña razón presentía que no debía descolgar el móvil.

—¡Deja que hable yo con él! —exigió Israel, intentando agarrar el teléfono, pero no pudo.

Lucas se levantó con rapidez y se interpuso en su camino. Puso las manos en sus hombros y enfrentó su mirada.

—Tranquilízate. Tu estado no ayuda.

El joven observó a Lucía, que seguía con la vista fija en el móvil, y soltó el aire de su interior.

—Tienes razón —indicó resignado.

El médico se separó de él, dejándole espacio para que se acercara hasta la chica morena.

—Lu…

Ella lo miró preocupada, absorta en sus propios pensamientos, e incluso se podría decir que ni se había percatado del breve encontronazo que había existido entre sus amigos.

Israel le devolvió la mirada, dejando que su mano le acariciara con adoración la mejilla, y el teléfono dejó de sonar.

—Quizás solo quiera ver cómo te encuentras —comentó Mónica, intentando quitar importancia al asunto.

Lucía la miró esperanzada y, de inmediato, al contrario que la otra vez, comenzó a resonar la melodía del móvil.

Sin dudarlo ni un segundo más, descolgó.

—Hola, Estefan…

Los tres jóvenes la observaron en silencio.

—Buenos días, princesa. ¿Qué tal te has levantado hoy? —le preguntó su ex desde el otro lado de la línea.

—Bien, bien… ¿Quieres algo? —dijo de forma brusca.

—¡Eh! Vaya tono…

Lucía se apartó el cabello de la cara y suspiró.

—Perdona, perdona… —Miró a sus amigos—. Es que no es un buen momento.

—Mejor momento este que cuando estabas en el lago… —El silencio se hizo en la línea telefónica.

—¿Qué has dicho? —preguntó nerviosa.

—Me has oído muy bien, puta.

La joven se levantó de la silla, tirándola al suelo ante las miradas de los otros. Agarró el teléfono con más fuerza y comenzó a observar lo que los rodeaba.

—¿Dónde estás, Estefan? ¿Estás aquí?

La risa del chico le llegó nítida por el teléfono, provocando que un escalofrío la recorriera de arriba abajo.

—Busca, busca, princesita —canturreó—. Quizás me encuentres en el fondo del mar, matarile, rile, rile…

Lucía arrugó el ceño al escucharlo.

—Estefan…

—Lucía… —la imitó con tono lúgubre.

—¿Estás loco?

—Loco por ti, mi princesa —respondió bajando el tono de voz—. Ahora mismo estás confundida, pero en cuanto vuelvas conmigo, todo regresará adonde es debido.

El tono de fin de llamada le impidió decirle que estaba equivocado.

Capítulo 10

Lucía miró la pantalla del móvil con pánico y sin darse cuenta lo dejó caer al suelo, al mismo tiempo que ella lo seguía. Se sentó sin fuerzas en la tarima de madera del porche, sin comprender muy bien la conversación que acababa de mantener con Estefan.

—¡Lu! —la llamó Israel, corriendo hasta ella para abrazarla.

—Lucía… —Mónica y Lucas se acercaron también preocupados.

Ella los observó, pestañeó un par de veces, buscando apartar unas pocas lágrimas que acababan de aparecer en sus ojos, y se abrazó a sí misma intentando darse el calor que le había desaparecido de golpe del cuerpo.

—Lu, cariño… —Israel se puso a su altura y le acarició el cabello—, ¿qué sucede?

—Es él, siempre ha sido él…

—¿Qué pasa con Estefan? —interrogó Lucas.

Israel miró a su amigo para devolver la atención a la joven.

—¿Crees que es quien te ha enviado los anónimos y te ha seguido?

Lucía asintió y lo abrazó.

—Israel, nos ha visto en el lago.

El joven la arropó entre sus brazos.

—Tranquila, que todo se va a resolver.

—¿Anónimos? ¿Alguien seguía a Lucía? —preguntó Mónica agarrándose del brazo de Lucas, preocupada.

Su hermano movió la cabeza de manera afirmativa sin separarse de la chica morena.

—¿Y es Estefan?

Lucía miró a Lucas y asintió.

—Está aquí.

—¿Aquí?

La joven se separó de Israel y observó el bosque.

—Eso me ha dicho.

El médico siguió su mirada.

—No veo nada.

—Quizás ya se ha marchado, pero por si acaso… —Descendió los escalones que llevaban al jardín—. Chicas, meteos dentro de la casa. Mónica, explícale a papá lo que ha sucedido para que avise a la policía.

—Isra, ¿adónde vas? —le preguntó Lucía.

Él la miró.

—A buscarlo…

—¡Ni se te ocurra! —le gritó yendo tras él—. No sabes de lo que es capaz…

Israel la sujetó de los brazos y enfrentó su mirada.

—No pasará nada. Tranquila. —La besó en la boca—. Además, no tardaremos…

—Solo iremos a mirar por los alrededores —añadió Lucas, acercándose a ellos.

Lucía observó a los dos chicos y asintió.

—Prometedme que tendréis cuidado. —Los jóvenes asintieron a la vez.

—En cuanto oigamos las sirenas del coche de policía, vendremos —confirmó el médico.

Ella miró a Israel.

—Júramelo.

Él asintió.

—Tendré cuidado. —La besó de nuevo—. Ahora entrad en casa y buscad a mi padre.

Mónica, que se había aproximado a ellos, agarró de la mano a la morena y tiró de ella hacia la vivienda, no sin antes rogarles que tuvieran cuidado.

*   *   *

No había pasado ni una hora cuando los agentes aparecieron ante ellos.

El padre de Israel y Mónica tomó el control en cuanto las chicas le informaron de lo que había sucedido. Llamó a la policía por teléfono, con la suerte de que un amigo de la infancia estaba de guardia ese domingo y fue él el que les indicó cómo proceder.

Les ordenó que no salieran de la vivienda, que ellos no tardarían en acudir, pero mientras tanto les insistió mucho en que no debían abandonar la casa.

Eso le preocupó mucho a Lucía. Israel y Lucas estaban ahí fuera, y no sabían lo que podría sucederles.

Roger, tras colgar el teléfono y prometer al agente que le obedecerían, se puso a cocinar para sorpresa de sus invitadas. Sugirió a Elsa y a Lucía que se acomodaran en el sofá del salón mientras él preparaba unos gofres.

—¿Queréis helado de vainilla o de nata con ellos?

Mónica no pudo evitar estallar en carcajadas cuando observó el rostro de las chicas.

—Cuando mi padre está nervioso, cocina —les explicó.

Elsa sonrió divertida, pero la sonrisa de Lucía apenas llegó a su mirada.

—Yo no tengo hambre…

Roger se acercó hasta la joven y le acarició la mejilla con ternura. Fue un gesto que le recordó mucho a su hijo.

—No te preocupes, que todo se solucionará —intentó tranquilizarla.

Lucía asintió tratando de controlar el llanto, pero al final no pudo evitar echarse a llorar, siendo acogida entre los brazos del padre de la persona que más amaba y cuya vida, en ese instante, podía estar en peligro.

—Respira, mi niña… —le susurró al oído mientras le acariciaba el cabello, y no pudo evitar sonreír al escuchar el mismo consejo que tanto le repetía Israel.

Se sorbió la nariz y, apartándose de él, se limpió con las manos el rastro de lágrimas que anidaban en su cara.

—Gracias… —le dijo mirándolo a los ojos, tan diferentes a los de Mónica e Isra por la tonalidad de estos, pero tan acogedores como los de sus hijos.

El hombre le dio un beso en la frente y le sonrió.

—Y ahora, ¿vainilla o nata?

Las tres chicas estallaron en carcajadas.

—Vainilla —respondió Lucía al mismo tiempo que Elsa y Mónica, provocando que las tres volvieran a reír sin poder evitarlo.

El padre de Israel asintió conforme al escucharlas.

—Pues me voy a la cocina, para cualquier cosa…

—Te avisaremos —le prometió su hija.

Él le guiñó un ojo y desapareció por la puerta que conducía a su habitación favorita.

Mónica observó a las hermanas y señaló el sofá.

—Estaremos más cómodas sentadas allí.

Elsa asintió e hizo lo que le aconsejaba.

En cambio, Lucía se acercó hasta la puerta de cristal y se cruzó de brazos mientras observaba el exterior. No se movió de ese lugar hasta que la policía entró por la puerta y detrás de ellos, Israel y Lucas.

La joven se abalanzó a los brazos de su amado en cuanto lo vio aparecer. No reparó en que su corazón latía desbocado ni en que en su cabeza giraba una única idea: estaba enamorada de Israel y su preocupación aumentaba. El miedo a que le pudiera suceder algo la aterrorizaba, ya que no sabía cómo podría sobrellevarlo.

Mónica también se acercó a Lucas en cuanto traspasó la puerta, le dio un beso y le preguntó:

—¿Todo bien? —Este asintió con la cabeza.

—No lo hemos encontrado —indicó Israel respondiendo por su amigo.

—¿Qué le he dicho a tu padre, Isra? —le reprendió uno de los policías, que había saludado al dueño de la casa y que miraba al joven con cara de pocos amigos—. No quiero héroes.

—No estaba aquí cuando hablamos, Samuel —le indicó Roger—. Y si llego a saber antes lo que pretendía, se lo habría prohibido. —Miró a su hijo dejándole claro que tenían una conversación pendiente.

El policía asintió conforme con lo que escuchaba, señaló a su compañero y le indicó con un gesto que saliera afuera por si encontraba al supuesto sospechoso o alguna pista que los pudiera conducir hasta él.

Cuando se quedaron solos, Samuel sacó una libreta y un bolígrafo y observó a los chicos.

—¿Quién me explica qué está sucediendo?

Todas las miradas se centraron en Lucía, que, de repente, se vio sobrepasada por la situación. Se pasó una mano por el cabello, notando que esta le temblaba demasiado, y sintió como la respiración se le alteraba.

Israel le pasó un brazo por la cintura y apoyó la barbilla en su hombro.

—Adelante, estoy aquí contigo.

Ella tomó aire con profundidad y, sin apartar la vista del policía, comenzó a relatar todo lo que había vivido desde la primera vez que tuvo la sensación de ser vigilada hasta la llamada de Estefan.

Le explicó cómo comenzó a cambiar los sitios a los que acudía normalmente por si esa «sensación» desaparecía; de cómo creyó que habían sido ilusiones suyas hasta que de pronto empezó a recibir cartas anónimas, donde la insultaban o le detallaban lo que querían hacer con ella…

—Ahí fue cuando acudimos a comisaría —intervino en la conversación Elsa, dándole un poco de respiro a su hermana.

El policía, que apuntaba todo lo que le indicaba, levantó los ojos de la libreta cuando escuchó a la otra joven.

—¿Qué os dijeron mis compañeros?

—Que lo iban a investigar —respondió de nuevo Elsa.

—Se quedaron con todas las notas para estudiarlas —añadió Lucía.

Samuel asintió conforme.

—Tendré que hablar con ellos, por si han llegado a alguna conclusión…

—El culpable es Estefan —lo cortó de golpe Israel, atrayendo la atención de todos.

—Isra… —lo llamó Lucía en voz baja, intentando calmarlo.

Este soltó a la joven, levantó los brazos al aire y los dejó caer de golpe.

—Samuel, Estefan es quien ha llamado a Lucía. Estaba aquí. Nos ha seguido…

—Hijo, por favor —lo regañó su padre.

Lucía se acercó a él y lo besó sutilmente.

—Tranquilo. Estoy bien —le dijo, aunque no era verdad.

Él observó sus ojos negros y suspiró.

—De acuerdo, de acuerdo… —Miró al amigo de Roger—. Perdona, Samuel. Estoy algo nervioso.

El policía negó con la cabeza quitando importancia a la intromisión y, mientras escribía en la libreta de nuevo, comentó:

—Entonces, ¿el tal Estefan fue tu novio?

Lucía asintió.

—Lo dejamos hace ya un tiempo…

—¿Por qué? —interrogó, pero al ver que ella no respondía de inmediato, levantó la vista y la observó—. ¿Qué sucedió, Lucía?

Esta sintió como Israel la abrazaba de nuevo y fue su cercanía la que le ofreció la fuerza necesaria para contestar.

—Me pegó…

—¿Lo denunciaste? —inquirió de golpe el hombre.

Ella negó cabizbaja.

—Fue solo una bofetada y como rompí con él…

El policía la observó pensativo, comprobando el temor que subyacía en ella, y supo que mentía. Su experiencia le indicaba que no había sido una simple bofetada y que debería decirle que siempre había que denunciar, nunca callarse ante actos así; pero, al ver su estado, sabía que ya era suficiente que hubiera conseguido rehacer su vida y alejarse de ese malnacido.

Cerró la libreta de improviso e indicó:

—Está bien. Es todo lo que necesito de momento…

—¿Solo eso? —preguntó Israel alarmado.

—Israel, por favor —lo amonestó su padre de nuevo.

Samuel palmeó la espalda de su amigo.

—Tranquilo, es normal —lo tranquilizó—. Isra, hablaré con los policías que abrieron la investigación de Lucía y daré aviso para que los compañeros estén atentos por si ven a algún sospechoso. —El joven gruñó. Creía que no era suficiente, pero no lo indicó. El policía se dirigió a la joven por la que estaban allí en ese momento, y dijo—: Tú, jovencita, necesitaré una foto de Estefan, si la tienes. —Ella asintió—. Y, sobre todo, no vayas sola a ningún sitio…

—No lo hará —volvió a intervenir Israel, recibiendo en esta ocasión un gesto afirmativo por parte del policía.

—Y si veis algo raro, cualquier cosa —miró a todos los allí reunidos—, no hagáis ninguna tontería y avisadme.

Roger le pasó un brazo por los hombros a su amigo y lo acompañó hasta la puerta.

—Así lo haremos, Samuel —corroboró—. Gracias por venir tan rápido y por tu ayuda.

—Es mi trabajo…

Los dos hombres salieron al exterior.

El otro policía no se encontraba muy lejos. Negó con la cabeza, indicándole a su compañero que no había encontrado nada, y se dirigió al coche patrulla.

Samuel se volvió hacia su amigo y le aconsejó:

—Vigila a tu hijo. Está demasiado nervioso y no quiero que le suceda nada malo.

Roger suspiró y asintió.

—Es por Lucía. Creo que está enamorado.

El policía no pudo evitar reírse.

—Crecen demasiado deprisa.

—Así es, viejo amigo. Así es…

Capítulo 11

—¿Alguien quiere gofres? —preguntó el padre de Israel nada más regresar al interior de la vivienda.

Los jóvenes lo miraron y, aunque ninguno tenía verdadero apetito, poco a poco fueron moviendo la cabeza de manera afirmativa. Con todo lo que había ocurrido, ninguno había desayunado y a esas horas sus estómagos ya se quejaban.

Se prepararon los desayunos tardíos y se sentaron alrededor de la mesa de la cocina en completo silencio. Aunque en sus cabezas todavía se repetían las advertencias del policía —debían tener cuidado y avisarle si veían algo sospechoso—, todos estaban preocupados por Lucía. La chispa que siempre la acompañaba y que la convertía en el centro de cualquier reunión se había evaporado, siendo reemplazada por una timidez impropia de ella.

Estaba sentada en una de las sillas que rodeaban la mesa y se la veía aún más pequeña de lo que era. Encogida, con la cabeza baja, jugaba con el tenedor y la comida. El helado de vainilla que le había puesto encima del gofre el padre de Mónica e Israel ya estaba deshecho, y se podría asegurar que no había probado bocado alguno.

—Tengo que pediros perdón —comentó en voz baja. A pesar del silencio que reinaba en la habitación, apenas se la escuchó, y si no hubiera sido porque todos estaban atentos a ella, no la habrían oído.

Israel apretó el tenedor con fuerza, pero no habló.

El padre de este observó a su hijo y, al comprobar que no iba a hacer nada, se interesó por su invitada.

—¿Perdón por qué, Lucía?

Ella levantó la mirada, donde comenzaban a aparecer algunas lágrimas.

—Todo esto es culpa mía… Si yo no hubiera venido… Si no hubiéramos aparecido…

—Lu, somos tus amigos y siempre estaremos aquí para lo que necesites —la cortó Lucas.

Mónica, que estaba sentada al lado de la joven, atrapó su mano y añadió:

—No nos conocemos desde hace mucho, pero las amigas de Lucas y de mi hermano son también mis amigas y por tanto… —miró a su novio—, estoy aquí para lo que necesites.

—Pero…

Elsa se levantó del asiento que ocupaba y se acercó hasta su hermana para abrazarla.

—Te queremos y estaremos aquí para lo que necesites. Siempre.

Lucía sintió como las lágrimas corrían con libertad por su rostro tras escuchar las palabras de los allí reunidos. Miró al dueño de la casa, que le guiñó un ojo y le ofreció una cariñosa sonrisa.

—Ahora déjate de tanta tontería y come algo. Estás demasiado delgada…

Las carcajadas estallaron en la habitación, una diversión que contagió a Lucía hasta que la interrumpió el ruido de la puerta cerrándose.

—Isra, ¿dónde vas? —preguntó Mónica, pero no le respondió.

Iba a ir tras él, pero Lucas la detuvo.

—Necesita un tiempo…

Lucía suspiró y también intentó ir tras él, pero Roger no la dejó.

—Come primero y luego ya hablarás con mi hijo.

La joven asintió reticente, se sentó y tomó los cubiertos para comer el nuevo dulce que le acababa de poner en la mesa tras retirarle el primer plato, que ya no estaba en buenas condiciones.

El padre de Mónica le revolvió el cabello con ternura y movió la cabeza asintiendo cuando comprobó que le hacía caso. Miró al resto de los chicos que lo observaban y levantó una de sus cejas, único gesto que necesitó para que todos imitaran a Lucía.

Bebieron café, leche o zumo, dependiendo de los gustos de cada uno, y se comieron más de uno de los gofres que había hecho el dueño de la casa.

Lucía no tardó en vaciar su plato. Se limpió la boca con la servilleta y cuando tuvo el visto bueno de Roger, salió corriendo de la cocina para buscar a Israel.

Lo encontró fuera de la casa, en el porche. Estaba sentado en uno de los escalones, con la cabeza hundida entre los brazos.

No dudó en sentarse a su lado en silencio.

Pasó el tiempo y ninguno dijo nada hasta que la joven se atrevió a hablar.

—¿Te arrepientes?

Él la miró confuso. No sabía muy bien a qué venía esa pregunta.

—¿Qué quieres decir?

Lucía fijó la vista en el bosque y se dio cuenta de que no muy lejos de ellos un pájaro carpintero taladraba el tronco de un árbol.

—Quizás prefieres que no esté aquí, que…

Israel se volvió hacia ella con brusquedad y atrapó su cara.

—No digas eso. Ni siquiera se te ocurra pensarlo.

Fijó sus ojos negros en los celestes, pudiendo observar la furia que anidaba en ellos.

—He llegado aquí y he trastocado tu vida.

Isra le acarició la mejilla y apoyó la frente sobre la de ella.

—Mi vida ya estaba trastocada antes de que llegaras.

Lo miró sin comprenderlo.

—Creo que una chica entrometida que viene con un acosador como único equipaje puede perturbarla todavía más de lo que imaginas —dijo con ironía.

Israel le sonrió.

—No te puedo llevar la contraria en eso.

—Te lo dije. —Le golpeó el hombro separándose de él, pero no pudo ir muy lejos.

Israel fue tras ella. Estaban en mitad del jardín, solos.

—Desde que nos separamos, no he vuelto a ser el mismo —le confesó para sorpresa de ella—. Le dije a Jaime…

—¿Jaime?

Él sonrió.

—El chico con el que estaba cuando apareciste en el bar de Ceci.

Lucía asintió de inmediato.

—Sí, pero ¿qué tiene que ver en esto Jaime?

Se rascó la nuca y la miró algo tímido.

—Era la única persona con la que podía desahogarme y le hablé de ti…

—¿De mí? —lo interrumpió.

Movió la cabeza de forma afirmativa.

—No podía borrarte de mi cabeza… —Dudó—. No puedo ni quiero borrarte de ella —rectificó.

Lucía lo miró asombrada.

—¿Y hablaste con él?

—Le conté todo lo nuestro. Lo pasado y lo presente, y, aunque le dije que eras agua pasada…

Se acercó a él y le atrapó las manos.

—Seguía martilleándote la cabeza.

Israel se rio al escucharla.

—Yo lo habría dicho de otra forma, pero… sí.

Le sonrió.

—A mí me pasaba… me pasa lo mismo —se corrigió—. Además, si le sumas una hermana muy pesada que sus buenos días y sus buenas noches eran «llama a Isra, habla con Isra, tienes que decirle a Isra lo que sientes…».

Los dos jóvenes estallaron en sendas carcajadas.

—Ha sido un infierno —señaló divertido.

Ella asintió, pero en el último momento cambió de opinión.

—No, porque ha sido un infierno necesario.

Israel elevó su ceja dorada.

—¿Y eso?

—Cuando todo se complicó con lo de las notas…

Israel gruñó al escucharla.

—No quiero hablar de eso. —Se volvió para alejarse de ella, pero Lucía se lo impidió, agarrándolo del brazo.

—Isra, mírame…

Este hizo lo que le pedía. Sus ojos celestes habían adquirido una tonalidad más oscura y la tensión de su mandíbula reflejaba lo que sentía.

—No sabes lo impotente que me siento ahora mismo…

—¿Por? —susurró pasando sus dedos por la mejilla masculina, intentando tranquilizarlo.

—Por no haber estado a tu lado cuando todo eso comenzó. —Hizo referencia a lo de sentirse vigilada o a las notas recibidas—. Si hubiera estado a tu lado… —Buscó sus ojos negros—. Si no hubiera sido tan cobarde y te hubiera confesado todo lo que llevaba aquí dentro… —Se señaló el corazón.

Lucía posó su mano sobre la de él en ese mismo lugar.

—Debemos agradecerle a Elsa…

—¿A tu hermana?

Ella asintió.

—Si Elsa no te hubiera mencionado todos los días y a todas horas desde que se vino a vivir conmigo —explicó—, no habrías sido la primera persona en la que pensé para pedirle ayuda…

La miró sorprendido y le acarició la mejilla.

—¿No pensaste en Lucas?

—No, porque de Lucas no estoy enamorada —confesó dejándolo con la boca abierta.

Israel le agarró la cara con rapidez y se acercó a ella.

—¡¿Qué has dicho?!

Ella sonrió divertida al escuchar su urgencia.

—Que si mi hermana no hubiera…

—No, no, no… —Chascó la lengua al mismo tiempo que movía la cabeza de lado a lado con fuerza.

Lucía se rio al observar su comportamiento y se apiadó de él. Posó sus manos a ambos lados de sus mejillas y buscó su mirada de ángel.

—Te quiero, mi tortuga carey.

Israel sonrió poco a poco y sin previo aviso plantó su boca sobre la de ella, para elevarla unos centímetros sobre sí misma y así comenzar a dar vueltas de alegría.

La joven no pudo evitar reírse acompañada de las carcajadas de él.

—Bájame, bobo, que nos vamos a marear.

Él no tardó en hacerle caso. La dejó en el suelo, con cuidado de que no perdiera el equilibrio, y la tomó de la barbilla para mirarla bien.

—Tortuga carey…

Ella tragó como pudo al escuchar la seriedad del tono que usaba y asintió con la cabeza.

—¿Sí?

—Yo también estoy enamorado de ti.

La sonrisa que apareció en el rostro de ella fue de pura felicidad. Lo abrazó con fuerza y le dio un beso que fue correspondido con rapidez.

—Menos mal que estáis aquí —dijo una voz interrumpiéndolos.

Capítulo 12

La pareja se separó, encontrándose delante de ellos a Jaime.

—¿Ocurre algo? —lo interrogó Israel al verlo en tan mal estado.

Estaba sudoroso y despeinado y se le notaba que le faltaba el aire. La bicicleta con la que iba a todos los sitios estaba tirada a un lado en el jardín, lo que evidenciaba en parte su presencia, pero Israel lo conocía muy bien y sabía que había algo más.

La puerta de la casa se abrió y salieron por ella el resto de las personas que la habitaban en cuanto apareció el recién llegado, clara prueba de que habían estado pendientes de la conversación que habían mantenido Lucía e Isra.

—Jaime, ¿qué haces aquí? —preguntó preocupada Mónica.

Este los miró a todos y se sentó en el césped agotado.

—Os he estado llamando, pero no he conseguido contactar con vosotros —dijo intentando coger aire.

—Ha sido una mañana algo extraña —explicó Lucas, siendo ratificadas sus palabras por movimientos afirmativos de cabeza de algunos de los presentes.

—¿Qué sucede? —repitió Israel.

Jaime se subió las gafas y tomó aire.

—Raquel y Tony llegan hoy…

—¿Hoy? —preguntó de golpe Mónica.

Él asintió.

—Ayer hablé con Raquel y me dijo que no quería contaros nada para daros una sorpresa, pero…

—¿Pero? —preguntó divertido el padre de Mónica e Israel, que no entendía, si su sobrina le había pedido al joven que no lo contara, por qué lo hacía. Nunca comprendería la mente de los adolescentes.

—Me llamó Martín…

—El amigo de Tony, ¿no? —dudó Mónica.

Jaime volvió a mover la cabeza de manera afirmativa.

—Eso es. Martín y Miguel.

—¿Qué pasa con ellos? —se interesó Lucas.

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