Israel

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Cita

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«Te odio porque a todas horas pienso en ti y tú ni siquiera me recuerdas.»

Gil Junger, 10 razones para odiarte

Llegaron al apartamento de Lucía pasadas dos horas de viaje en completo silencio. Los acontecimientos vividos habían sumido a los tres en una especie de estado de ingravidez donde cada uno analizaba los acontecimientos por si hubieran podido desarrollarse de otra manera.

Fue un trayecto largo, pero necesario para que, en cuanto llegaron al piso de Lucía, alcanzaran la misma conclusión: el pasado no se podía cambiar.

Israel las ayudó a subir las maletas de Elsa al apartamento y, tras dejar a la joven instalándose en la que sería su nueva morada, él y Lucía decidieron dejarla sola. Tomaron el ascensor que los llevaría a la calle y, delante del Camaro, ambos sintieron que su energía se evaporaba.

El fin de semana los había dejado agotados.

Lucía apoyó la cabeza en el pecho de Isra y él le abrazó la cintura, dándole un beso en la cabeza.

—Respira… —le repitió el mantra que llevaba escuchando desde que habían llegado a la boda el día anterior.

Ella sonrió y lo miró.

—Es lo que hago, si no tendría un problema.

Se carcajeó y le acarició la mejilla.

—Un gran problema.

Los dos se observaron, dejando sus miradas fijas la una en la otra. Los ojos de un azul celestial que podrían pasar por los de un ángel y los negros que escondían miles de estrellas en su interior.

—Tengo que irme —anunció Isra pasados unos segundos rompiendo lo que compartían.

Ella asintió y se separó un poco de él.

—Tienes que regresar a tu casa.

Le pasó la mano por el cabello y agarró su barbilla.

—¿Estaréis bien?

Lucía movió la cabeza de forma afirmativa.

—O por lo menos lo intentaremos. —Le guiñó un ojo.

Le atrapó la cara y le dio un leve beso.

—Llámame si necesitáis ayuda.

—No hará…

—Lucía, avísame si es necesario —la cortó insistiendo.

Suspiró y asintió.

—De acuerdo.

—Así me gusta. —Sonrió—. Dócil y sumisa.

Le golpeó el estómago y se apartó de él.

—Conque dócil y sumisa…

Se rio atrapando una de sus manos para acercarla de nuevo a él.

—Echaba de menos a esta fierecilla.

Apoyó las manos en su pecho y lo miró con las mejillas algo rosadas.

—Tenemos que hablar…

Movió la cabeza conforme con sus palabras y le dio un lento beso.

—Ya habrá más momentos para hacerlo. —Levantó la cabeza hacia el edificio de apartamentos que había detrás de ella—. Ahora hay cosas más importantes.

Lucía asintió también.

—Voy a hacer todo lo posible para ayudarla.

La miró con admiración.

—Lo sé, pero si por algún motivo, alguna causa…

—Te avisaré.

Asintió complacido con su respuesta. Atrapó de nuevo su cara, observó su mirada, descendió hasta sus labios y le anunció:

—Voy a besarte.

—Lo estoy deseando.

—¡Lu! ¡Lu!…

El beso no llegó a producirse.

Lucía se separó con rapidez de él, al reconocer a quien la llamaba.

Israel la observó extrañado al principio y molesto después, cuando la chica rubia que acababa de acercarse le dio un beso en la boca.

—Hola, Fátima.

—Hola, no sabía que habías regresado.

La chica miró al joven que seguía pendiente de cada una de sus palabras y devolvió la atención a la otra chica.

—Un cambio de planes de último momento.

—Me alegro, así podremos pasar el día juntas.

Lucía asintió reticente.

—Yo me tengo que ir —anunció Israel abriendo la puerta del coche para adentrarse en su interior.

—Isra, espera… —lo llamó golpeando el cristal de la ventanilla, solicitándole que la bajara. Miró a Fátima y le dijo—: ¿Puedes ir subiendo al piso? Ahora voy yo. —Tomó las llaves que le ofrecía y se alejó de ella, dándole antes un nuevo beso de despedida, pero en esta ocasión en la mejilla.

Lucía se volvió hacia el coche en cuanto escuchó un gruñido que salía del interior de este y se apoyó en la ventanilla.

—No te vayas así…

La miró elevando su ceja.

—¿Cómo quieres que me vaya? —preguntó con brusquedad—. Lucía, no soy amigo de estos juegos…

—Hablaré con ella —indicó.

Él apretó el volante, dejando constancia de la tensión que sufría su cuerpo al quedarse blancos sus nudillos. Negó con la cabeza, arrancó el motor del coche y la miró.

—Creo que será mejor que olvidemos lo que ha ocurrido.

La joven se irguió, separándose un poco del automóvil como si acabara de recibir una bofetada. Se cruzó de brazos y tensó la mandíbula.

—Está bien.

—Si necesitas cualquier cosa…

—Llamaré a Lucas —lo cortó.

Él la miró desde el asiento del conductor, achicando los ojos, y asintió.

—Sí, creo que será lo mejor. Todo esto ha sido… —dudó por unos segundos hasta que encontró la palabra exacta— un error.

—Yo no lo habría definido mejor —indicó mordaz—. Que tengas buen viaje —se despidió.

Israel asintió sin apartar la mirada mientras ella lo observaba impasible.

Ninguno era capaz de romper el contacto visual, ninguno quería romper su relación…

Lucía tomó aire y se dio la vuelta. Se dirigió al portal de su edificio y, cuando le faltaban unos pocos pasos para alcanzar la puerta, escuchó como un coche se alejaba de la acera. Con rapidez se volvió, comprobando como el Camaro amarillo torcía la esquina de su calle.

—Imbécil… —dijo en voz alta, sin saber muy bien si se refería a Israel o a ella.

Abrió la puerta de cristal y madera, y desapareció en el interior con gesto abatido.

PARTE 6ISRAEL

Capítulo 1

El bar de Ceci estaba lleno de gente. Era el último sábado antes de que los jóvenes comenzaran las clases y se notaba que todos querían aprovechar las últimas horas de libertad que les quedaban.

El verano terminaba… Bueno, oficialmente y según el calendario, ese año la nueva estación no comenzaría hasta el 23 de septiembre, pero para los habitantes del pequeño pueblo donde residían Israel y Jaime, el fin de la etapa estival venía de la mano del comienzo del nuevo curso escolar.

Los dos habían llegado al establecimiento hacía ya un par de horas y se habían instalado al final del mismo, para jugar una partida de dardos mientras bebían, comían y conversaban de todo un poco.

—Si te gano esta partida, empataríamos —señaló Jaime arrancando los dardos de plástico que había anclados en la diana.

Israel se rio mientras se recolocaba la camiseta negra de manga corta que llevaba.

—Tú lo has dicho: si me ganas. —Le guiñó un ojo y, sin muchas prisas, lanzó uno de sus dardos dando en el centro de la diana.

Jaime se quedó con la boca abierta.

—No seas abusón —le recriminó con guasa tras empujarlo, riéndose a la par que él.

El joven rubio se sentó en una de las sillas que había cerca de la mesa donde tenían su comida y bebió de la jarra de cerveza. Su amigo no tardó en imitarlo, echándose hacia atrás con la silla y columpiándose al dejar las patas delanteras sin apoyo, mientras comía las patatas con kétchup que quedaban en su plato.

—¿Sabes algo de Raquel y Tony?

Jaime dejó caer la silla de golpe y negó con la cabeza.

—Poco más de lo que te pueda decir tu hermana.

Se restregó los ojos con la mano y suspiró.

—Apenas veo a Mónica por casa desde que llegó de Londres, por lo que no tengo nuevas noticias de ellos.

—¿Y eso? —preguntó mientras se colocaba el cuello de la camisa en la que el azul y el verde conformaban diferentes siluetas poco definidas.

—El amor…

Jaime elevó una de sus cejas.

—¿El amor?

—Ella y Lucas están viviendo una especie de «luna de miel». —Movió los dedos imitando unas comillas imaginarias.

Su compañero se rio ante la explicación.

—No seas malo. —Mordió una patata y se chupó los dedos manchados de salsa de tomate—. Están recuperando el tiempo perdido.

Los ojos de Israel se achicaron al escucharlo al mismo tiempo que su cuerpo temblaba ante lo que sugería.

—Acabo de poner imagen a tus palabras y… —Emitió un sonido exagerado y puso cara de asco.

Jaime se carcajeó.

—Creí que estabas de acuerdo con su relación.

—Y lo estoy —confirmó sin dudarlo—. Creo que deberían haber estado juntos hace mucho tiempo…

—¿Entonces? —preguntó intrigado subiéndose las gafas negras de pasta que llevaba esa noche, debido a que las lentillas habían sufrido un pequeño percance con la grasa de sus manos, algo habitual en él. Los chicos de la óptica ya ni le preguntaban qué había sucedido cada vez que aparecía por la tienda.

Israel le sonrió de forma traviesa.

—Aunque me alegre de que sean novios… —se detuvo brevemente en esa palabra como si tuviera que asimilar que su mejor amigo y su hermana estuvieran juntos—, Mónica sigue siendo mi hermana pequeña y…

—No quieres pensar en lo que debe de estar haciendo en este momento con Lucas —terminó la frase por él, riéndose al mismo tiempo.

Israel negó y, rendido, apoyó la cabeza en su mano.

—Mejor que no —afirmó con una débil sonrisa.

Jaime no pudo evitar carcajearse de nuevo al verle la cara.

—Raquel y Tony regresarán en octubre —respondió a la pregunta que había ocasionado que acabaran hablando de la reciente relación de Mónica y Lucas.

Isra asintió, tomó su jarra de cerveza y comprobó que apenas quedaba bebida. Miró hacia los lados hasta que uno de los camareros que tenía contratados la dueña del bar lo vio. Levantó la jarra y le indicó que trajera otra más.

—¿Quieres otro refresco? —preguntó a Jaime, que sin pensárselo mucho asintió con la cabeza, obligando a Isra a que atrajera de nuevo la atención del empleado para que añadiera al pedido una Coca-Cola—. ¿Cuándo te tomarás una cerveza conmigo?

—Ya sabes que el alcohol y yo no somos muy buenos amigos. —Bebió el poco líquido negro que le quedaba en el vaso—. Además, si quieres que siga jugando contigo a los dardos, no debería beber otra cosa.

Isra le revolvió el cabello y se rio, mientras Jaime se encogía de hombros resignado.

—¿Por qué en octubre? —lo interrogó de pronto.

—¿Tony y Raquel? —El rubio movió la cabeza de manera afirmativa, confirmando que se refería a sus amigos—. Prevén que será cuando acaben con la grabación del disco.

El hermano de Mónica movió la cabeza de nuevo, al mismo tiempo que recordaba que ese era el motivo por el que la pareja había viajado hasta la capital de Inglaterra.

—Ya no queda nada para que regresen.

Jaime asintió, tomó el vaso que le acababa de traer el camarero y lo levantó en el aire para brindar con la nueva jarra de cerveza que tenía Israel.

—Dentro de nada estaremos la pandilla al completo.

Su compañero asintió mientras bebía.

—¿Y lo llevarás bien?

Jaime dejó el vaso sobre la mesa y se quitó las gafas para limpiar los cristales con los extremos de su camisa.

—Sí —respondió sin dudar—. El tiempo que hemos estado Raquel y yo separados ha servido para que comprenda que en realidad lo que nos unía era nuestra amistad.

Israel asintió feliz al escucharle. Debido a la ausencia de Raquel y Tony, y de la reciente relación de Lucas y su hermana, Jaime y él habían pasado bastantes horas juntos, las suficientes para que ambos llegaran a conocerse muy bien.

Jaime, en una de las muchas noches en que habían quedado, había terminado confesándole los sentimientos que había profesado hacia su mejor amiga y cómo se había sentido cuando apareció el músico en la vida de ella. Israel, animado por su confianza, también compartió con él su propia experiencia, hablándole de Lucía.

—Pero aun así será duro verlos juntos —le indicó con pesar.

Jaime se colocó las gafas y se encogió de hombros.

—Hemos ido hablando por Skype y el nombre de Tony aparecía en más de una ocasión —explicó—. Aunque al escucharlo al principio sentía como si alguien estrujara mi pequeño corazón… —se calló por unos segundos, recordando cómo se había sentido cuando había retomado el contacto con su amiga—, con el paso de los días me he resignado.

—Jaime…

Este negó con la cabeza.

—Está enamorada de él y la hace feliz. —Sonrió—. Para mí eso es suficiente.

Israel le revolvió el cabello de nuevo en un gesto cariñoso.

—Sabes que si necesitas hablar…

—Lo tendré en cuenta.

Israel movió la cabeza de manera afirmativa y dio un mordisco al perrito caliente que reposaba en su plato desde hacía bastante tiempo.

—¡Está frío! —espetó de golpe soltando la comida.

Jaime se carcajeó.

—Normal. Nos hemos olvidado de la comida con los dardos. —Señaló la diana que colgaba en la pared de ladrillo visto a su espalda.

—¿Quieres comer algo más? —Empujó la silla hacia atrás con intención de acercarse hasta la barra del bar.

Jaime negó y se señaló el estómago:

—Estoy lleno.

Israel asintió, se alejó hasta detener a Ceci, la dueña del local, que con el tono rosado de su cabello resaltaba entre la gente que allí se encontraba, y habló con ella brevemente.

—Ya está —indicó en cuanto se sentó de nuevo en su silla.

Su amigo le sonrió.

—Gracias, Isra.

—¿Por qué? Mira que, como me has dicho que no querías comer, no le he pedido nada a Ceci para ti. —Se levantó de la silla de nuevo con rapidez—. ¿Has cambiado de idea? Me acerco en un momento y…

Negó con la cabeza.

—No, no he cambiado de idea.

Se sentó de nuevo y lo miró confuso.

—Entonces, ¿por qué me das las gracias?

—Por ser mi amigo.

Isra le dio en el hombro, moviéndolo un poco.

—Ahora no te pongas moñas…

Se carcajeó.

—Ni se me ocurriría. —Bebió de su refresco—. Solo digo, y acabo esta conversación, que también estoy aquí por si me necesitas.

Él asintió sonriente.

—Gracias, pero mis problemas son más fáciles de eludir que los tuyos.

—¿Y eso? —se interesó apoyando los codos en la mesa, en el momento en que una de las camareras, vestida con el uniforme oficial que Ceci obligaba a llevar a sus empleadas, un vestido pin-up además de un delantal blanco, dejaba una gran hamburguesa delante de su compañero.

Israel atrapó la comida con ambas manos y le guiñó un ojo.

—Es muy difícil que vuelva a ver a Lucía, pero tú, a Raquel, en cuanto regrese, te la puedes encontrar por cualquier sitio del pueblo —señaló como si fuera algo muy evidente para a continuación morder la hamburguesa.

Jaime lo observó por unos segundos para desviar su mirada hacia la entrada del local. Se apartó de la mesa y comenzó a columpiarse sobre las patas traseras de la silla.

—Es más complicado que te encuentres a Lucía —repitió regalándole una sonrisa traviesa.

Isra asintió mientras intentaba atrapar un par de servilletas de papel para limpiarse la cara.

—Claro, Raquel vive aquí y Lucía… —tragó la comida que masticaba y bebió un poco de la cerveza—, a saber dónde estará en este momento.

—Sí, a saber dónde se encontrará —insistió divertido para confusión de su amigo.

Lo observó extrañado, asintió a sus palabras y justo cuando mordía la hamburguesa de nuevo, una voz femenina los saludó.

—Hola, chicos.

Israel tragó como pudo la comida y miró a la recién llegada.

—¿Lucía? ¿Qué haces aquí?

La joven, vestida con una camiseta azul oscuro dos tallas más grande que ella y unos vaqueros negros ajustados, le sonrió divertida.

—Yo también me alegro de verte.

Capítulo 2

Jaime tosió atrayendo la atención de los dos jóvenes.

—Hola, Lucía…

Lo miró confusa.

—¿Nos conocemos?

Asintió regalándole una tímida sonrisa.

—Nos presentaron la última vez que estuviste por aquí. Soy Jaime, amigo de Mónica.

Durante unos segundos lo observó sin saber muy bien quién era hasta que por sus negros ojos pasó un destello de reconocimiento.

—Sí, sí… Perdona. —Se acercó hasta él y le dio dos besos—. Ese encuentro fue bastante breve y apenas tuvimos oportunidad de charlar.

Jaime se rio.

—Sí, bueno… —Se quitó las gafas y la miró—. Las circunstancias llevaron a que ni cruzáramos dos frases.

—Quizás podamos resolverlo…

El sonido de una silla al arrastrar sus patas por el suelo los interrumpió. Miraron al causante, que se incorporaba todo lo grande que era y los observaba con cara de pocos amigos.

—¿A qué has venido, Lucía? —la interrogó Israel de forma brusca.

La joven, si se sorprendió por el tono usado para dirigirse a ella, no lo demostró. Encogió uno de sus hombros, por donde asomaba la tira morada de su sujetador, y le regaló una enigmática sonrisa.

—¿No puedo visitar a un viejo amigo?

Las rubias cejas se arquearon con incredulidad y se cruzó de brazos.

—¿Amigo? No sabía que seguíamos siendo amigos.

Lucía se rio, le golpeó el hombro y se sentó en una de las sillas que había cerca de la mesa que ocupaban sin esperar a que la invitaran.

—Claro, tonto… —Frotó las manos como si buscara darse calor, algo ridículo en las fechas en que se encontraban, y comentó—: Tengo hambre. ¿Qué me recomendáis para comer?

Los dos chicos se miraron sin comprender muy bien lo que sucedía mientras ocupaban de nuevo sus respectivos asientos.

—Las hamburguesas están buenas —le recomendó Jaime pasados unos minutos en los que comprobó que su amigo no iba a hablar.

—Pues no me importaría probarlas… —dijo, pero no hizo intención de moverse, dejando que el silencio se posara otra vez sobre la mesa.

Israel gruñó mientras llevaba su mano hasta la nuca.

Jaime sonrió divertido pasando sus ojos verdes de uno a otro y pensó que esos dos tenían más de una conversación pendiente.

—Voy a pedírtela —se ofreció levantándose de la silla, en un intento de dejarlos solos.

—Gracias, Jaime. Eres…

Israel gruñó de nuevo y se levantó.

—No, Jaime. Siéntate —ordenó—. Ya voy yo. ¿Qué quieres para beber?

Lucía se encogió de hombros y se apartó el cabello de la cara.

—No sé. Sorpréndeme.

Él apretó su puño con fuerza y se alejó de la mesa rumiando.

Jaime se rio atrayendo la atención de la joven.

—Eres mala.

—No sé a qué te refieres. —Puso cara de no haber roto un plato nunca, arrancándole una nueva carcajada.

—Seguro.

Le guiñó un ojo para buscar a continuación al protagonista de la conversación.

—¿Está muy enfadado? —preguntó pasados unos minutos.

Jaime suspiró y observó a su amigo.

—No sabría qué decirte. —Lo miró—. Ya sabes cómo es Isra. Amigo de sus amigos, confidente de tus penas y compañero en tus alegrías, pero cuando algo le afecta…

—No exterioriza sus verdaderos sentimientos —terminó por él y apoyó la cara en su mano sin apartar la mirada del causante de sus desvelos.

El joven se quitó las gafas, miró los cristales y se preguntó para sí mismo cómo podían estar tan sucios si los acababa de limpiar.

—Parece que no se entera de nada, pero en el fondo es solo una fachada para protegerse —describió a su amigo mientras atrapaba la tela de su camisa e intentaba solucionar lo de sus lentes, pero en el último momento le fueron arrebatadas.

—Así las vas a rayar —le regañó Lucía. Dejó las gafas sobre la mesa y buscó en la pequeña mochila que llevaba un pañuelo para poder limpiarlas.

—No te preocupes. Es una causa perdida…

Le chistó acallándolo mientras se ponía con la tarea.

—¿Crees que es un buen momento para que hable con él? —preguntó retomando la conversación.

Jaime observó a Israel, quien hablaba con Alfredo, uno de los camareros, que en ese instante se encontraba detrás de la barra del bar.

—Puede… —Lucía lo observó con curiosidad tras devolverle sus gafas—. Hasta hace un rato estaba contento.

—Hasta que he llegado yo.

El joven elevó sus cejas y sonrió.

—Tenéis temas pendientes que debéis solucionar.

Suspiró rendida.

—Lo sé y para eso he venido, pero si es mal momento…

Una hamburguesa con plato incluido aterrizó delante de ella, sobresaltándola. Israel acababa de llegar y, sin muchos miramientos, dejó un refresco al lado de la comida y ocupó su silla de nuevo.

—Si no necesita nada más, milady… —señaló con retintín.

Lucía se apartó el cabello y lo miró con sonrisa mordaz.

—No sé si agradecer tu generosidad.

—Es lo menos que debes hacer por ir a por tu comida y tu bebida mientras descansabas —replicó resaltando el posesivo con demasiada vehemencia.

La chica se estiró todo lo larga que era simulando un bostezo para a continuación atrapar la hamburguesa con ambas manos.

—Si en realidad vas a ser más listo de lo que pareces —indicó con chanza y mordió su comida, dejándola sobre el plato a continuación. Se le escapó un gemido de puro placer y lamió sus labios con la lengua intentando quitarse un poco de mahonesa que se había quedado prendida en ellos.

Los ojos azules de Israel siguieron sus movimientos con puro deleite, provocando que su dueño atrapara con demasiada fuerza la jarra de cerveza cuando acabó, buscando saciar una sed imprevista.

Jaime no pudo evitar carcajearse, atrayendo la atención de la pareja.

—Creo que me marcho.

—¿Crees? —preguntó Lucía extrañada.

—¿Adónde te vas? —saltó Israel al mismo tiempo.

El joven de la camisa de colores se levantó de su silla, le dio un beso de despedida en la mejilla a Lucía y le guiñó un ojo a su amigo.

—Sed buenos —les indicó sin responderles, alejándose de ellos.

—¿Cómo llegarás a casa? Recuerda que has venido en mi coche. —le detuvo Israel. Por el tono usado, entre nervioso e implorante, se podría jurar que temía quedarse a solas con Lucía.

Jaime se volvió brevemente, los miró a ambos y se encogió de hombros.

—Iré andando.

—Pero, Jaime…

Le sonrió.

—Nos vemos —se despidió de los dos, les dio la espalda de inmediato y despareció por la puerta del establecimiento dejándolos solos entre los parroquianos que se reunían en el bar de Ceci.

Capítulo 3

El silencio rodeó a la pareja.

Al principio intercambiaron miradas, alguna sonrisa o un gesto nervioso, pero no se dirigieron la palabra. Ninguno de los dos sabía qué decirse. Habían compartido tanto y habían metido la pata tantas veces en su relación… Eran tan iguales y al mismo tiempo tan diferentes que ambos temían que, si hablaban, pudieran acabar hiriéndose una vez más. Cualquiera de los reunidos en el bar de Ceci podría pensar que se trataba de dos extraños, que no compartían amistad o incluso sentimientos recíprocos. Dos desconocidos que acababan de ser presentados y que no tenían ningún lazo de unión.

Todo lo contrario a la realidad.

El miedo los tenía presos y ninguno era tan valiente como para romper las cadenas que los apresaban.

Lucía se refugió en la hamburguesa, notando que, a pesar de que al principio había sentido un enorme placer al saborearla, de pronto el estómago se le había cerrado y era como si estuviera masticando arena.

Israel, tras observar un rato como ella comía, decidió sacar su móvil y cotillear un poco lo que se cocía por las redes.

Pasó casi media hora en la que el ruido de fondo fue la única banda sonora que los acompañó. Las conversaciones de los jóvenes que habían quedado para festejar el final del verano, con los nervios típicos del comienzo del curso, se repetían a su alrededor. Un grupo de cuatro chicos que ocupaban la mesa cercana a la de ellos charlaban sobre la universidad. Iba a ser su primer año y dos de las chicas comentaban su temor al comienzo de las clases, si serían duros o no los profesores, y si volverían a encontrarse.

—¿Te acuerdas? —le preguntó Lucía a su compañero.

Isra apartó la vista de la pantalla del móvil y la observó confuso hasta que ella señaló con la cabeza la mesa de al lado.

—¿Cuando éramos jóvenes? —Se pasó la mano por el cabello y le regaló su sonrisa a lo James Dean—. Yo no sé tú, nena, pero yo sigo considerándome joven.

Lucía se rio al escucharlo y lo empujó levemente.

—No, tonto. Me refería a cuando hablábamos de la universidad, de los profesores y las clases.

—Creo que la memoria te falla. De esas cosas hablabas con Lucas, no conmigo.

Negó con la cabeza mientras pasaba su dedo índice por la salsa que quedaba en el plato ya vacío, y a continuación se lo llevaba a la boca.

Israel siguió cada uno de sus movimientos hasta que se topó con sus ojos negros, que lo observaban. Un brillo travieso se reflejaba en los iris femeninos, consiguiendo retorcerle el estómago.

—Hasta donde abarca mi memoria —indicó divertida y señalando con el dedo a los jóvenes—, la mayoría de las veces que hablábamos sobre ese tema, tú estabas con nosotros.

Él se acomodó en la silla y apoyó los brazos en la mesa.

—Me acuerdo de esas conversaciones, de cómo los dos terminabais poniendo a caldo a… —dudó por unos segundos— la Torre por el último examen sorpresa que os había puesto.

Lucía se carcajeó.

—Todavía no sé por qué le pusimos ese mote.

—Porque según Lucas era tan alto como una torre —señaló divertido.

Ella asintió con la cabeza con efusividad.

—Es verdad. —Se rio al recordarlo—. Todavía opino que habría sido un gran jugador de la NBA.

Israel le sonrió, acercó su cara hasta ella y le dijo:

—Pero no recuerdo estar nervioso por comenzar la universidad. Nervioso por comenzar una carrera o por saber qué profesores podría tener, ya que yo nunca estudié nada más allá del instituto.

Lo observó sorprendida por el tono usado y observó como se terminaba la cerveza que le quedaba en la jarra.

—Isra, yo… Perdona… No sabía que…

Se levantó de la silla y la miró.

—Me voy a casa. ¿Necesitas que te acerque a algún sitio?

Al principio no supo cómo reaccionar, pero al ver la manera en la que él golpeaba impaciente el respaldo de la silla, esperando su respuesta, negó con la cabeza.

—No, yo…

—Está bien —la cortó—. Pues ya nos veremos —le indicó a modo de despedida y se alejó de su lado con rapidez.

Lucía observó la espalda masculina y, sin previo aviso, tomó su mochila y fue tras él. En cuanto traspasó la puerta del local, lo llamó a gritos:

—¡Isra, espera!

Este apretó sus puños con fuerza y se volvió para enfrentarla.

—¿Qué quieres ahora, Lucía?

Se acercó poco a poco hasta él y buscó su mirada azul, aunque con la escasa iluminación que había en el porche no podía verla bien.

—Hablar…

Él elevó sus ojos al techo de madera.

—¿Hablar? —Asintió muda—. ¿Ahora? —Volvió a mover la cabeza de manera afirmativa—. ¿No has tenido tiempo de hacerlo en el rato que hemos estado ahí dentro? —Señaló la puerta por la que acababan de salir.

—No vi el momento…

Las risas de Israel la interrumpieron.

—No viste el momento —repitió de forma brusca, sacó el móvil que llevaba guardado en el bolsillo del vaquero y comprobó la hora que era—. Lucía, es tarde. Mañana tengo que madrugar y lo que menos me apetece es conversar contigo —dijo escupiendo la última palabra con asco.

—Isra —lo llamó al mismo tiempo que marchaba tras él—, por favor… —le imploró sujetándolo del brazo y deteniéndolo cuando llegaron hasta el Camaro amarillo.

Él la observó en mitad de la oscuridad.

—Lucía…

—Lu… —la llamó una voz que Israel reconoció de inmediato. Se volvió hacia el Seat Ibiza que había aparcado no demasiado lejos de donde se encontraban, y observó a la persona que salía de su interior.

—Elsa…

—Hola, novio ficticio —lo saludó.

Pasó la mirada de una a otra hermana sin comprender muy bien lo que sucedía.

—Lucía, ¿qué hace aquí tu hermana?

Ella dejó caer sus hombros, rendida ya, y le ofreció una triste sonrisa.

—Necesitamos tu ayuda.

Capítulo 4

Acababan de llegar a la casa de Israel.

Sin pedir ninguna explicación tras el anuncio de Lucía de que necesitaban su ayuda, se subió al coche y les indicó a las dos hermanas que lo siguieran en su Ibiza.

En cuanto dejaron el pueblo atrás, y con cuidado de no perderlas de vista gracias al espejo retrovisor, se metió por el camino de arena que los llevaría hasta su destino.

La carretera estaba a oscuras. Sin ningún alumbrado público que facilitara la conducción, los faros de los coches eran la única iluminación que los guiaba. Para Israel no suponía ningún problema conducir por ese camino, ya que se lo sabía de memoria, pero decidió reducir la velocidad para asegurarse de que las hermanas no se perdieran.

Fueron unos pocos kilómetros hasta que la vivienda apareció delante de ellos, con la luz del porche dándoles la bienvenida.

Israel aparcó el coche delante de la casa, pensando que ya lo metería en el garaje más tarde, y las chicas no dudaron en imitarlo.

—Pasad dentro —les señaló mientras subía los tres peldaños que conducían a la puerta. La abrió con rapidez y, sin comprobar si lo seguían, se adentró en el interior de la vivienda de dos plantas.

Elsa miró la espalda del joven con el que apenas había cruzado dos frases desde que le había visto para observar confusa a su hermana a continuación.

—¿Has hablado con él?

—Bueno… —Se mordió el labio y cerró la puerta del coche evitando enfrentar su mirada.

—¡Lu!

Ella elevó sus manos al cielo y le ofreció una sonrisa inocente.

—No ha habido tiempo.

Un gruñido poco femenino se escuchó en mitad de la noche. Elsa cerró la puerta del coche con demasiada fuerza y se acercó al porche rumiando:

—No ha habido tiempo —repitió con retintín.

—Elsa, te prometo que lo haré… —comentó su hermana siguiéndola.

La joven negó con la cabeza y apoyó la mano en el picaporte de la puerta, pero no la abrió. Miró a su hermana y le dio un beso en la mejilla.

—Prométemelo.

Hizo la señal de la cruz sobre su corazón.

—Te lo prometo.

Elsa suspiró, negó con la cabeza rendida, y le susurró al oído:

—Llevas mucho tiempo callando lo que sientes. —Le señaló el corazón y le sonrió con ternura—. Tenéis que arreglar las cosas.

—Lo sé…

Justo en ese momento la puerta de la casa se abrió, interrumpiéndolas.

—¿A qué estáis esperando? —las recriminó Israel.

—Ya vamos, ya vamos…, enanito gruñón —murmuró Lucía sin intención de que nadie la escuchara, pero no fue así.

Elsa traspasó la entrada intentando contener una carcajada e Israel gruñó en cuanto la joven pasó por su lado.

—Hola, bienvenidas —las saludó un hombre mayor con gafas negras de metal al adentrarse en la casa.

Las dos chicas se agarraron de la mano y le ofrecieron una tímida sonrisa.

—Lucía, Elsa… —Señaló al hombre—. Este es mi padre, Roger.

—Un placer, señor —dijo Elsa.

—No querríamos ser un estorbo… —comentó Lucía, atrapando con más fuerza la mano de su hermana.

El hombre negó con la cabeza.

—Nada, niñas. Los amigos de mis hijos siempre son bien recibidos y más cuando tienen problemas.

—Gracias —indicaron a la vez.

El hombre asintió y dio una palmada al aire.

—Y ahora, ¿tenéis hambre? Ha sobrado algo de la ternera semiasada que había preparado para la cena…

—No me digas que es con salsa coreana —saltó Israel en cuanto lo escuchó.

Su padre lo miró.

—Tu hermana y tú me habéis dejado solo esta noche, por lo que me he dado un capricho.

El joven se rascó la nuca y miró sus deportivas negras y rojas.

—Pero ¿habrás hecho de más, verdad?

La risa los envolvió.

—Por supuesto. —Pasó el brazo por los hombros de su primogénito—. No te iba a dejar sin tu plato favorito.

—Gracias, padre…

Roger le revolvió el rubio cabello y se dirigió hacia la puerta que llevaba a la cocina.

—Chicas, si me seguís probaréis un manjar de dioses.

Las dos jóvenes intercambiaron sonrisas y observaron a padre e hijo para seguir de inmediato al primero.

—Lucía, espera. —Israel la retuvo, sujetándola del brazo.

Elsa detuvo su caminar y miró a su hermana, que le indicó:

—Ahora voy. —La joven asintió y desapareció, dejándolos solos.

Israel le soltó el brazo y se alejó de ella un par de pasos. Metió sus manos en los bolsillos traseros del vaquero para sacarlas a continuación. Se acercó hasta el ventanal desde donde se podían ver las estrellas y se pasó las manos por la cabeza. Estaba nervioso y sus movimientos lo delataban.

Lucía lo observó en silencio, escondiendo sus manos en los bolsillos delanteros del vaquero ante el temor de que el joven viera cómo le temblaban.

—Gracias… —Se volvió al escucharla—. Gracias por ayudarnos —repitió.

—No tiene importancia.

Asintió con la cabeza.

—Sí, sí la tiene. —Se mordió el labio inferior—. No nos despedimos en las mejores condiciones la última vez que nos vimos… —Buscó su mirada—. Hubiera entendido que te negaras a echarnos una mano.

Israel gruñó mostrando lo que pensaba de sus palabras.

—Siempre estoy para mis amigos… —Lucía sonrió esperanzada al escucharlo—. Además, Lucas me mataría si supiera que no lo he hecho.

La joven asintió decepcionada con lentitud.

—Lucas… —Atrapó su cabello y comenzó a jugar con él—. De todas formas, gracias.

Israel asintió sentándose en un pequeño taburete que había cerca de la ventana.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó cambiando de conversación—. ¿Tu padre?

Ella se acercó hasta los sofás azules que había enfrente de Israel y apoyó las manos en uno de sus suaves respaldos.

—No… Sí… —Suspiró—. En realidad, no lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

Negó con la cabeza dejando caer sus brazos inertes a ambos lados de su cuerpo.

—No sé quién está detrás —confesó sin fuerzas.

Israel observó su rostro, donde se reflejaba la impotencia que vivía su dueña.

—Venga, Lucía, siéntate y explícame qué sucede.

Le hizo caso sin rechistar. Se acomodó en el centro del gran sofá, justo el que había delante de él, y sintió como los cojines la arropaban. Observó por primera vez con detenimiento la estancia donde se hallaban y comprobó que de las paredes colgaban numerosas fotografías de la familia que habitaba la casa. En la mayoría de ellas salían los dos hermanos en las diferentes etapas de su vida, a veces solos y otras rodeados de su padre y la que supuso, por el parecido con ellos, sería la madre de Israel y Mónica.

Una gran mesa rodeada por seis sillas a juego, donde reposaba un jarrón con flores silvestres, mostraba el paso del tiempo con orgullo. No hacía funciones de adorno. Los arañazos de su superficie de madera, además de todas las variopintas cosas que había sobre ella, sin relación alguna con la utilización de la habitación, evidenciaban que era un mueble que se usaba mucho.

—Lucía, ¿qué os ha sucedido? —repitió su anfitrión.

Lo miró avergonzada de que la hubiera pillado registrando su casa y escondió las manos entre sus piernas al mismo tiempo que sentía como sus mejillas se sonrojaban.

—No sé muy bien cómo explicarlo… —dudó.

—Desde el principio.

Ella asintió y fijó sus ojos en la tela de sus vaqueros.

—No hace mucho comencé a sentir que me seguían, pero nunca conseguía verificarlo. Un día estaba en la secretaría, con el papeleo de la universidad, cuando un escalofrío me recorrió la espalda. Me volví con rapidez para ver si pillaba a quien se había convertido en mi sombra, pero lo único que conseguí fue asustar a la chica que estaba detrás de mí en la fila.

—¿A Elsa también la siguen?

Negó con la cabeza.

—No… En realidad no lo sabe —indicó—. No conoce la ciudad y, aunque se ha movido buscando trabajo, con diferentes entrevistas, la acompaña una constante sensación de inseguridad.

Israel movió la cabeza de manera afirmativa y apoyó sus manos sobre las rodillas sin apartar la mirada de ella.

—¿Solo te siguen?

Movió la cabeza con lentitud de lado a lado.

—He comenzado a recibir notas anónimas —susurró sin apenas voz.

—¿Notas? ¿Qué te dicen?

Se llevó las manos hasta el cabello para dejarlas caer a continuación.

—No es importante.

Israel se levantó del taburete y se sentó a su lado, atrapando sus manos.

—Si no fuera importante, no habrías empalidecido. —Le apartó un mechón del cabello del rostro, dejándolo detrás de su oreja, y le sonrió con cariño—. ¿Qué pone en esas notas?

Lucía observó sus ojos celestes, sintiéndose protegida.

—Insultos… Me llaman puta…

Le apretó la mano y le acarició la mejilla con ternura.

—¿Algo más? —le preguntó con tranquilidad, aunque por dentro sentía como su sangre hervía al escucharla.

—Que… —dudó—. Que me va a reeducar para que sea una buena niña —dijo a media voz.

Israel se levantó de golpe del sofá y observó el paisaje que se veía desde la ventana, dándole la espalda a su invitada. Sentía cómo cada vez estaba más enfadado, cómo aumentaba la necesidad de venganza en su interior por descubrir al culpable del estado de desasosiego en que Lucía se encontraba en ese momento.

La miró de nuevo y observó que parecía más pequeña de lo que era en realidad. Su delgadez y su corta estatura acompañaban a un carácter fuerte, que contradecía lo que a primera vista se pudiera pensar de ella, pero hoy, esa noche, se la veía delicada e indefensa.

Apretó su puño con fuerza y tensó la mandíbula al pensar en el causante de ese estado.

—¿No sabes quién ha podido enviarte las notas?

Negó con la cabeza.

—Al principio pensé en mi padre o en Enric, mi querido cuñado, pero de inmediato deseché la idea. No serían capaces de hacer algo así.

El joven se sentó a su lado de nuevo y atrapó sus manos.

—Podrían haber contratado a alguien para que os asustara.

Lucía lo miró y negó.

—No actúan de esa manera.

—¿Seguro? —insistió.

Asintió.

—Consideran que estamos jugando y que, cuando necesitemos dinero, volveremos. No merecemos ni un ápice de su preocupación.

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