Isis

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Isis

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Isis sintió un escalofrío al escuchar su nombre, pero al momento sonrió irónica. Toth tenía razón al decir que quizá Seth no lo aceptaría. A él siempre le habían dado igual las leyes, incluso la palabra de Neith que debía ser aceptada por todos. Aún así debían correr el riesgo, como ella de enfrentarse a su hijo.

–  Horus te lo reprochará – le confirmó Toth, adivinando sus pensamientos.

–  Casi me preocupa eso más que la reacción de mi hermano – le sonrió levemente.

Toth le sonrió también. Sabía que no era así, pero odiaba estar siempre discutiendo con él. Toth le dio un momento antes de continuar. Isis se había quedado con la mirada en él, en sus ropas, el lino tan fino con el siempre vestía, sus joyas, y en la mano que agarraba su brazo.

–  Antes de un mes sabremos qué ha decidido.

Isis le miró a los ojos al hablar. Era el tiempo en el que Horus quería lanzar su ataque a Tebas. Le tranquilizó su mirada, sus ojos negros que, como los de Seshat, siempre le aportaban calma y seguridad. Todo tenía que salir bien. No quería tener que volver para luchar, caminar entre los cientos de heridos, teniendo que curar sus heridas y momificar a los que habían muerto. Esperaba que en un mes fuera su hijo quien volviera como rey de las Dos Tierras.

Toth se levantó y la dejó sola. Había sido rápido. Le había aportado la solución más adecuada, pero no dejaba de incomodarle que fuera Neith la que decidiera. Incluso su nombre le aportaba una cierta confusión. Jamás supo si realmente estaba del lado de su hijo o del de Seth. A ella tenía la certeza de que no la apreciaba, pero a su hijo le había ofrecido mucho a pesar de que no había sido a quien hubiera deseado tener a su lado. Era Seth a quien había querido enseñar personalmente. Dudaba. Luego la había ayudado y le había regalado un estanque con las aguas del Nun para el mundo del Amduat. Neith. Había pasado tanto tiempo con ella y nunca logró acostumbrarse. Para su hijo había sido la persona más importante en su vida.

Recurrir a ella era mucho más rápido que cualquier juicio. Si tenía esa opción no entendía por qué Toth se había implicado tanto. Recordaba cómo lo había preparado todo a su lado en los meses que estuvieron en Khemnu, y cuánto había trabajado en ello durante veinte años. Fue él quien declaró la guerra. Miró a su alrededor. Todo era perfecto, cada cosa estaba ordenada. La mesa principal, donde había cenado alguna vez, estaba decorada con un centro de flores. Las sillas ocupaban una distancia exacta entre unas y otras. El resto de la sala olía a incienso, el perfume que Toth había dejado al marcharse. Era la primera vez que estaba sola en esa sala. Como le había dicho Neith, ella no intervenía si no se lo pedían. Lo mismo hacía Toth, ayudaba a las decisiones que los demás habían tomado. Pero siempre tenía alternativas.

Isis se levantó y miró a su alrededor antes de marcharse. Si Horus o Seth no lo aceptaban volverían a empezar donde lo habían dejado. Ella no podía continuar una lucha eternamente. Al estar allí, en la seguridad de palacio, supo lo mucho que lo había echado de menos. No quería volver. Mientras estuvo en el sur con su hijo el día a día le había hecho olvidar que había algo más que todo aquello. Estar en esa sala le recordaba la última vez que acudió, para hablar con Toth antes de marcharse a Sais. Neith, suspiró de nuevo. Pensó que al regresar ya nunca tendría que depender de ella. Horus aceptaría todo lo que viniera de Neith. Esperaba que lo hiciera en su favor. 

 

 


Veintitrés

 

 

 

Neftis estaba apoyada en el vano de la ventana oeste de su habitación. Acababa de amanecer y el palacio daba sombra a toda aquella parte del patio hasta las murallas exteriores. Tenía la mirada perdida en el camino del wadi y en los riscos que encajonaban el antiguo lecho del río. Cada mañana se asomaba con la incertidumbre de ver a alguien regresar. Hacía dos años que no veía a nadie volver o marchar por ese camino. Dos años sin que Seth hubiera vuelto. Por las tardes también se quedaba allí mirando el sol desaparecer hasta que se hacía de noche. Deseaba quedarse en esa soledad para siempre.

Durante los últimos veinte años se había pasado la mayoría del tiempo allí, salvo algunas tardes que bajaba con sus doncellas, y siempre custodiada por un par de guardias, a pasear por el patio y bañarse en el estanque que se situaba justo debajo de su ventana. Ahora tenía mucha más libertad. Se dio la vuelta al escuchar la voz de Siny, una de sus doncellas que siempre venía a traerle el desayuno y a vestirla. Neftis asintió y mientras Siny dejaba la bandeja sobre una mesita ella se quitó el vestido y se sentó en la alfombra junto a las columnas que daban al balcón del este. Sintió las manos de su doncella sobre su espalda mientras le echaba agua caliente con resina de incienso y aloe vera. Respiró hondo oliendo ese aroma que siempre le recibía por las mañanas, una de las recetas de su hermana para curar las heridas de la piel. Ya sólo tenía cicatrices, pero le calmaba el dolor. Mirando el sol a través de las columnas del balcón, cada mañana recordaba todos los latigazos que había recibido de Seth o de los hombres a sus órdenes.

–  ¿Os duele, mi señora? – le preguntó su doncella en voz baja, deteniéndose un momento.

Ella negó en silencio. Cualquier cosa le hacía llorar. Siny lo sabía, era quien más tiempo pasaba con ella, quien la servía desde hacía cinco años, pero siempre le hacía la misma pregunta cuando no podía evitar alguna lágrima en cualquier hora del día. Cuando la veía llorar siempre le preguntaba que si le dolía algo y ella siempre decía que no.

Cuando terminó de lavarla se puso en pie y le vistió con un vestido de lino, le peinó y le trenzó el pelo, le pintó los ojos con kohl, comió algo y le ordenó retirarse. Neftis esperó a que cerrara la puerta antes de salir al balcón. La incertidumbre porque su hermano volviera en cualquier momento le hacía mantenerse en una tensión constante. Pero los días pasaban y nadie regresaba. Desde allí, podía ver todo el palacio, había quedado casi desierto tras la marcha de Seth, salvo por aquellos que trabajaban allí y los cien guardias que había dejado para vigilarla.

Ella siempre había sido la señora de aquella casa, y ahora podía ejercer como tal. Había sufrido mucho entre aquellas paredes, y ahora que podía evitarlas sólo regresaba para dormir. Siny volvió al cabo de un rato con un par de guardias que ese día les tocaba acompañarla. Bajaron las escaleras de los cinco pisos hasta un pasillo que iba a parar a una sala. De ahí pasearon a través de los patios y las calles de El Oasis por los almacenes, los talleres y todas las casas de los trabajadores al borde de la muralla del norte. Ella siempre había intentado tratar a todos bien, ser amable, justa. Todos aceptaban su palabra sin decir nada. Como en los primeros años, había vuelto a organizar los asuntos privados de palacio. Ahora era ella la única con autoridad para mandar. Cuando se había decidido a retomar esos asuntos, después de tres meses en que Seth no volvió, había visto que la administración de El Oasis durante más de cuarenta años había sido un desastre. Cuando Seth se marchó, los trabajadores acudieron a ella para pedirle que se repartieran las raciones de comida, que se organizaran los talleres, y los mayordomos le habían pedido permiso para hacer un nuevo inventario de todas las provisiones con las que contaban.

Cuando ella vigiló de primera mano las cuentas vio lo mucho que se había derrochado y que apenas se había llevado un orden para mantener el palacio. Seth había desviado prácticamente todo a los gastos de guerra y antes de ello, a sus estancias habituales en Nubt. De las grandes cantidades de oro y marfil que habían recibido de Tueris tras la muerte de Osiris no quedaba nada. Con ella, después de dos años, todo había vuelto a la normalidad. La reconocían como la que había vuelto a poner orden y se lo agradecían con regalos en ropa, pelucas, joyas y pasteles, cada vez que visitaba los talleres, los almacenes o las cocinas. Sin embargo, temía el regreso de su hermano que viera que ella había sido mucho más eficaz a la hora de administrar el palacio. Temía que pensara que le había desautorizado.   

Sabía que todos la respetaban. El harén le había causado un poco más de problemas. Casi todas las mujeres que vivían allí habían sido traídas de Dendera. Todas ellas eran regalos de Hathor, y alguna que otra de Amón de Tebas. Seth le había dicho muchas veces que cualquiera era mejor mujer que ella, y que no había ninguna que no dijera que todo lo que hacía con ella era lo que se merecía una traidora. Lo hacía para humillarla, pero también sabía que eran los rumores que corrían en el harén y más allá de El Oasis. Pero ahora estaban contentas con ella por haber reorganizado sus dependencias. Siny le confesó que ahora vivían mejor. Al menos no nos falta comida a diario, le dijo hacía unos meses.

Después de pasear por el barrio de los trabajadores, vigilando que cada uno recibía su ración, se dirigió hasta el harén, en el sur. Ahora ninguna se atrevía a decir que era incapaz de hacer otra cosa que conjurar contra Seth. Neftis recorrió las estancias vigilando que estuvieran limpias y ordenadas. Había organizado turnos para la limpieza y vigilar los almacenes y las provisiones que les tocaban a ellas. Regresó a sus estancias a la hora de comer, se quedó en la sala de entrada y esperó a que le trajeran su comida.

Pero al ver traer la bandeja, en seguida mandó que se la llevaran. No tenía hambre. Llevaba años en que apenas comía. Siny le decía que tenía que hacer un esfuerzo pero ella se negaba. Cada vez que llegaba la hora de la comida o la cena siempre le recordaba los días en que se lo traía Seth como excusa para verla y hacer con ella todo lo que quisiera.

Neftis se tumbó entre los cojines a punto de echarse a llorar. Todo había sido culpa suya. Todo había cambiado desde el día en que Osiris le contó a Seth que estaba embarazada. Seth le había dicho que si no la mataba era porque no quería empezar una guerra con su hermano. Había dejado que se marchara con Isis y Osiris, él mismo le dijo que se marchara si no quería que ese hijo muriera nada más nacer, pero cuando volvió todo fueron torturas. Más aún cuando regresó de haber ayudado a Isis. Y cada día se volvió más cruel con ella. Pero no quería marcharse, ese era su hogar. Anhelaba la vida que Toth le ofreció hacía veintidós años, cada día echaba de menos la Isla de las Llamas, pero ella debía estar ahí. Le gustaba ese palacio, ese oasis en mitad de las arenas del desierto, el calor constante, los paisajes yermos que se extendían a su alrededor. Sólo por Osiris se hubiera quedado en Egipto. Y por Anubis. No le había vuelto a ver desde el día en que se marchó de Busiris al mes de dar a luz. Su hermana siempre le decía que estaba bien.

–  Mi señora – le llamó Siny desde las columnas –, ha llegado un mensajero. Dice que quiere hablar con vos.

Neftis sintió como el corazón empezó latirle con fuerza. Desde que Seth se marchó no había vuelto nadie a El Oasis, tan sólo las caravanas del este que una vez al mes les traían provisiones. Notó que su doncella también estaba nerviosa.

–  ¿Dónde está? – le preguntó mientras dio la orden a sus guardias de seguirla y a Siny de que le acompañara.

–  Está esperando justo a las puertas del oeste – le dijo, mientras la conducía hasta allí –. No ha querido decir más. Ha insistido en que tenía que veros de inmediato.

–  ¿Ha dicho de parte de quien viene?

–  No.

Neftis sólo podía pensar en que le traía la noticia de la victoria o de Horus o de Seth. Todos esos años había suplicado que fuera su sobrino quien venciera, pero al ver al hombre esperando en la puerta reconoció que era el mismo que le había llevado el mensaje a su barco cuando pasó por Khemnu. Tuvo la esperanza de que sus deseos se hubieran cumplido.

–  Mi señora – le saludó el hombre, agachando levemente la cabeza –. Toth me ha mandado venir hasta aquí. Neith os manda un mensaje. Es el mismo que está recorriendo Egipto proclamando el trono de las Dos Tierras para el rey Horus.

Neftis tomó el papiro que le entregó. Sonrió mientras lo abría delante de él, con las manos temblando. Antes de empezar a leer le miró un momento. No sabía cómo había llegado solo hasta allí. Toth siempre encontraba la manera de encontrarla si lo deseaba. Ahora había sido más sencillo que la última vez que recibió una misiva de Neith, cuando Seth había tomado primero el mensaje antes de entregárselo a ella. Neftis le ofreció quedarse ese día en palacio antes de regresar. Estaba cansado, lleno de polvo y arena del viaje, pero los nervios le habían hecho olvidar su hospitalidad.

–  Tengo orden de volver de inmediato – le dijo –. Pero os acepto algo de beber hasta que me deis una respuesta.

–  Siny, acompáñale – le ordenó.

En cuanto se quedó sola se alejó unos pasos de sus guardias. Las puertas estaban cerradas y se resguardó a la sombra para leer. Seguía temblando, y a cada palabra no pudo evitar reír y llorar a la vez. Releyó la carta hasta cuatro veces para convencerse de que era cierto. Como le había dicho el mensajero, Neith proclamaba a Horus como el legítimo heredero de Osiris para el trono de las Dos Tierras. Había condiciones, pero le eran mínimas al leer la nota que Toth le había dejado al final. Le decía que tenía guardado un sitio para ella junto a Osiris. Era mucho más de lo que hubiera esperado.

Neith había confirmado a Horus como rey de Egipto, pero también quería compensar a Seth por renunciar a la guerra y a un futuro enfrentamiento. Le ofreció el doble de posesiones que tenía en Egipto, como señor de todos los países extranjeros del norte. Pero debía marcharse a vivir a Biblos y no regresar nunca a Egipto. Anat y Astarté ya le habían reconocido. Hammon había regresado a Biblos y había permitido a sus padres volver del exilio. La convocaba a ella, como a todos los señores de Egipto a acudir a Tebas donde se iba a coronar a Horus. Toth le ofreció su protección ante su hermano.

Neftis miró un momento las murallas que se extendían sobre ella. Horus había ganado, y ella estaría con Osiris. Sin embargo, al instante, pensó en su hermana. No había vuelto a cruzar las murallas de palacio desde que había vuelto de estar con ella tras el nacimiento de Horus. Toth había sido escueto y no le había explicado nada más. Respiró hondo y se secó la cara con las manos. Con un gesto de la mano ordenó a sus guardias que la acompañaran dentro. Vio esperar en el vestíbulo de palacio al mensajero de Toth y le pidió que le explicara la situación en Egipto. Estaba sentado en una silla plegable, se había lavado y estaba comiendo un poco de pan de una bandeja que habían traído para él. Ella acercó otra silla y se sentó a su lado.

–  Isis está ahora en Khemnu – comenzó –. Cuando me marché estaban preparando el viaje a Tebas. Allí se va a hacer oficial la orden de Neith. Aún el ejército del rey Horus está acantonado en Nubt y Gebtu y allí se van a reunir todos los nobles del Norte antes de ir a Tebas. Si aceptáis tengo la orden de conduciros a Nubt. Llegaremos al tiempo que Toth. 

–  Iré contigo – le confirmó.

–  Seth, Amón, Montu y Hathor están en Tebas con todo su ejército. Abrirán las puertas en cuanto Horus se presente allí.

Neftis respiró hondo. A pesar de todo tenía miedo. Había pasado mucho tiempo con Seth como para confiar en él. Era la palabra de Neith y todos debían respetarla. Seth era el único capaz de desobedecerla. Ir a una ciudad como Tebas, con todo un ejército en su interior, mandado por su hermano. Podía ser una trampa. No quiso decir nada. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en la noche en que Seth encerró a Osiris en el sarcófago. También entonces había aparentado buenas intenciones. Miró a su alrededor, sabiendo que aún así acudiría. Cuando Osiris había estado en ese palacio habían pasado allí muchas tardes. Siempre había buscado un momento para estar con ella a solas. La idea de volver a verle le hacía correr el riesgo.

Estaba atardeciendo, y por las columnas del oeste le llegaban los últimos rayos del sol. La estancia estaba pintada con escenas del Nilo que le hacían recordar los años en que habían vivido de pequeños en Khemnu. Había tenido la oportunidad de quedarse, pero ella siempre quiso volver porque consideraba ese su lugar. Habían sido pocos los momentos que había sido feliz allí. Los primeros años Seth la trató como la reina que era, contaba con ella, la trataba bien, como había sido su relación toda la vida. Neftis estaba orgullosa de haber estado con él. Habían planeado juntos la construcción de ese palacio, lo habían visto levantarse hasta el día que lo inauguraron cuando fueron coronados como reyes del Desierto. Estaba orgullosa, pero con el tiempo fue incapaz de continuar bajo tanta presión. Anhelaba la vida de su hermana. Ella era capaz de hacer frente a cualquier situación, incluso a Seth. Estar con él siempre le exigió demasiada responsabilidad y guardar en todo momento su imagen y sus palabras para estar a su altura. Osiris siempre le ofreció mucho más que Seth. Con él estaba a gusto, se sentía tranquila, como cada vez que estaba con su hermana. Lamentaba todo lo que había ocurrido sólo por ella.

–  Partiré mañana por la mañana si vos me acompañáis – le dijo el mensajero.     

Por un momento había olvidado su presencia. Ella asintió y le ofreció quedarse allí esa noche. Del vestíbulo donde estaban se accedía a la sala del trono. No había entrado allí desde que Seth se marchó. No le gustaba ese lugar, pero consideró que era el momento de comunicar allí el mensaje que le habían traído. Mandó a sus guardias que anunciaran a todos los que vivían allí que se reunieran en la sala antes de la caída del sol. Al abrir las puertas sus pasos retumbaron por toda la sala, encendió las antorchas y las lámparas mientras se iba congregando toda la gente y esperó sentada en el trono que le correspondía. Su hermana había jurado allí mismo destruir a Seth y derrumbar los muros de ese palacio. Ahora iba a aceptar una paz. Vamos a ir a una trampa, pensó de nuevo.

Miró a los pies del atrio. Siempre que se sentaba allí recordaba el instante que había desencadenado aquella situación. En ese momento sólo tenía en la cabeza el sarcófago en el que Seth había encerrado a Osiris, su propio silencio, y los gritos de Isis.

El mayordomo de palacio fue de los últimos en llegar, se acercó a su lado y le dijo al oído que ya podían empezar. Veía a todos nerviosos, sin saber por qué se les había llamado con tanta urgencia. En cuanto se puso en pie todos se quedaron en silencio mirándola a ella. Aún tenía el papiro en su mano. Lo abrió y lo leyó ante todos. Al volver a mirar al frente nadie se movió. Aprovechó además para dejar el palacio aorganizado durante su ausencia. Dejó El Oasis a cargo sus funcionarios para que todo continuara como si ella estuviera allí, pero se dio cuenta que si Seth se iba a Biblos y ella se marchaba, ese lugar caería en el olvido en unos cuantos años. Si en Egipto reinaba la paz todos acabarían mudándose allí. Bajó la mirada cuando terminó. Al final se cumpliría lo que Isis había prometido y a la vez lo lamentaba. Era lo único importante que ella había creado en su vida, aunque fuera junto a Seth. Miró a su alrededor, esa sala que era la más grande de todo Egipto, sostenida por cientos de columnas. Nunca se había llenado del todo incluso en los días en que tuvieron más invitados.

Salió cuando no quedó en la sala nadie más que ella y sus guardias. Siny esperó también hasta el final y con ella se fue a preparar lo poco que se iba a llevar. Seth había prohibido que pusiera un pie al otro lado de las murallas. Cuando todos escucharon las palabras de Neith nadie se atrevió a cuestionar sus órdenes. Se llevaría a la mitad de sus guardias con ella y los otros cincuenta se quedarían para cuidar El Oasis. Eran pocos para cuidar de un sitio como aquél, pero allí la guerra ya no llegaría y las murallas eran suficientes para protegerles de las noches del desierto.

Neftis se mantuvo en pie en la habitación, con los brazos cruzados, mirando como Siny y otro par de sirvientas iban guardando en varios baúles lo que ella les iba diciendo. Guardaron sus mejores ropas, joyas, pinturas, perfumes, sandalias, pelucas. Mientras iban guardándolo todo se dio cuenta que hacía décadas que no usaba nada de aquello. Ahora simplemente le gustaba llevar un vestido sin adornos, se había dejado crecer su propio pelo que siempre lo llevaba en una trenza a la espalda e iba descalza a casi todos los lados. Seth ya nunca la obligaba a arreglarse y ella con el tiempo dejó de hacerlo. 

Temblaba ante la idea de volver a ver a Seth. A pesar de que Toth había jurado protegerla, aunque estuviera su hermana, no podía pensar en otro trato que el que había recibido los últimos años. Miraba la cama sobre la que estaban doblando sus vestidos y sus túnicas. Tuvo que sentarse en una silla que tenía a su lado. Apoyó el codo en el tocador con la cabeza sobre su mano.

–  Mi señora, ¿estáis bien? – le preguntó Siny al verla así –. ¿Os duele la cabeza?

–       Tráeme un vaso de agua – le pidió.                   

Seth le había ordenado darle un hijo. Ella intentó convencerle cientos de veces de que era imposible, pero siempre le echaba a ella la culpa. Incluso cuando él no estaba en palacio se despertaba en mitad de la noche imaginándose sus pasos subir por las escaleras. Si no era él, era Hathor. Lo peor era si venían los dos. Respiraba tranquila cuando la que veía era Mut. Al menos ella siempre había acudido para sanarla. Se había quedado embarazada quince veces y las quince lo había perdido tan sólo un mes después. Aún sentía el fuego en su vientre. La sangre salía hirviendo de su interior, y aún tenía los restos de las quemaduras entre sus piernas. Mut había hecho que el dolor no fuera tan intenso. Mantenía una de sus plumas sobre las quemaduras durante toda la noche y le daba pócimas para dormir. Al instante dejaba de sentir su cuerpo, tan solo permanecía la imagen de su hermana, la llamaba, la veía a ella en el momento en que estuvo a punto de morir al dar a luz. La llamaba para pedirle ayuda pero al despertar siempre se encontraba a Seth para castigarla, a veces con sus látigos y otras veces solamente le pegaba. Cada día le torturaba con Anubis, jurándole que llegaría el día en que lo mataría delante de ella como hizo con Osiris delante de su hermana.

El dolor de su cuerpo era constante, no recordaba un solo día en que no estuviera agotada nada más levantarse. Le torturaba también el miedo por saber que jamás se haría realidad lo que Seth se esforzaba en exigirle. Cada mañana lamentaba el no haberse quedado en Khemnu, pero luego era consciente de que ella debía estar allí, que todo había comenzado por su culpa, por haberle traicionado con Osiris.   

–  Mi señora, ya está todo listo.

Neftis vio que los baúles ya estaban cerrados. Había uno grande a los pies de la cama donde habían guardado todas las ropas y otros dos más pequeños en un lado, uno para las joyas y perfumes y otro para las sandalias y las bolsas con las pelucas. Ya era de noche y la estancia estaba iluminada con unas cuantas velas colocadas en su tocador. La luz era tenue, pero a ella la penumbra siempre le había gustado. Le hacía sumirse en sus pensamientos, que aunque la mayoría de las veces la atormentaban, también lograba recordar entre ellos los buenos. Le gustaba el atardecer, el saber que el día había terminado.

Los dos últimos años le habían ayudado a recordar algo más que sus penas, pero la incertidumbre nunca la abandonó. Todavía seguía levantándose en mitad de la noche. Aquel día apenas durmió. No quería marcharse. Quería prolongar esos dos años eternamente. Nadie la había vuelto a pegar, Seth parecía haberla olvidado, no había mandado a nadie para vigilarla. No quería volverles a ver. A nadie. Pensó en el día, que se repetiría durante muchos años, nada más volver de Nubt cuando Hathor entró en su habitación diciéndole que Seth quería tener un heredero para ocupar el trono del Desierto mientras él fuera el Señor de las Dos Tierras.

De una mano llevaba una vela y de la otra una bolsa de cuero. Se incorporó de repente, y lo único que pudo decirle fue que eso era imposible. Hathor rió y se acercó a su lado. Dejó la vela en la mesilla y la bolsa a los pies de la cama. Neftis la temía. Toda su belleza era la imagen del poder que poseía. Su hermana la odiaba porque se había atrevido a desafiarla como reina, pero ella conocía mucho más de cerca todas sus habilidades. No era sólo su físico, que era el primer arma que utilizaba con los hombres. Todo en ella era atractivo, sus ojos, su sonrisa, su voz, su manera de moverse, de hablar. Lograba convencer a todo aquél con el que hablaba. Con ella había utilizado mucho más, pero no fue suficiente para cambiar el destino de su hermano. Seth estaba demasiado confiado de que podría. Hathor le había hecho beber pócimas con todo tipo de ingredientes. También le introducía ungüentos para que su vientre fuera fértil, la cubría de aceites y le escribía palabras y dibujos en el vientre, en el pecho y en las piernas. Al menos Hathor nunca le hacía daño. Todo lo hacía con delicadeza. Era su manera de mirarla, de saber lo que vendría después. Seth siempre se esforzó por hacerla sufrir lo máximo posible.        

Neftis se dio la vuelta en la cama intentando apartar todos aquellos momentos de su cabeza. Le era imposible porque había sido su vida durante veinte años. Se quedó mirando el cielo de la noche a través de las columnas, estaba sudando a pesar del fresco que entraba por el balcón. Un par de veces miró hacia la puerta creyendo escuchar pasos. Luego recordaba que estaba sola. No quería marcharse de allí, a pesar de todo lo que le había prometido Toth. Va a ser una trampa, se repitió. Ahora ya no quería cambiar nada en su vida. Había tenido una pizca de esperanza cuando leyó la nota de Toth, el volver a estar con Osiris. Ahora le parecía simplemente una ilusión.

Estaba cansada. Esos dos años habían sido un alivio que no quería romper por una alternativa incierta. Cuando llegaba la noche y volvía a su habitación, repasaba todo lo que había sucedido durante el día. Estaba bien estando sola y quería seguir así para siempre. Sin embargo, cuando se hizo de día y su doncella vino a buscarla supo que al menos tenía que intentarlo. Volvió a pensar en Osiris. En volver a ver a Anubis. Seth debía aceptar lo que Neith había dicho.

Tomaron la ruta del wadi de Hammamat hacia Gebtu. Neftis se sintió extraña al cruzar las puertas, pero en todo momento mantuvo la vista al frente. Adoraba las vistas de El Oasis desde lo alto de los riscos, sobre todo al atardecer cuando la piedra parecía estar ardiendo sin consumirse. Ahora al amanecer el sol despuntaba por el este dejándose ver entre los tejados más altos de palacio. No quiso mirar atrás. Había acudido muchas veces con Seth cuando aún estaba en construcción. Lloró en silencio recordando la tarde anterior antes de que se mudaran allí para ser coronados como reyes del Desierto.

Le había acompañado hasta lo alto de uno de los riscos a media hora de palacio, justo donde la piedra empezaba a convertirse en un desfiladero más profundo.

Llevaban todo el día repasando cada estancia de palacio. Hacía una semana que habían adecuado para ellos una de las casas de los futuros funcionarios al borde de lo que sería el harén. Le dijo que quería estar con ella y llevarla al lugar que siempre había sido su favorito. Neftis lo adivinó en seguida. Le siguió sonriendo, contenta. Él también estaba feliz. Desde que eran niños habían sido conscientes de la parte del mundo que les tocaría gobernar a cada uno. Seth siempre intento quitarle a Osiris lo que era suyo, se había enfadado muchas veces, pero desde que comenzaron con las obras, después de que vio que era mucho el territorio que iba a ser suyo, pareció cambiar de opinión. Fue la única vez que escuchó de sus labios que estaba orgulloso de ella.

Fue poco el tiempo que estuvo conforme. Después apareció Hathor que también le apoyó en sus pretensiones. Un año después de ser coronados como reyes del Desierto y sus hermanos en el Nilo, empezó a discutir con él por sus continuas visitas a El Oasis. Tenía celos de ella porque sabía que estaba ocupando su lugar como mujer. Seth empezó a apartarla, pero aún la respetaba. Ella jamás pensó que estuvieran planeando reemplazar a sus hermanos en las Dos Tierras, y menos aún acabar con todos los hombres que poblaban la tierra. Se escribió mucho con Isis es en esos dos años que precedieron a la rebelión. Ella tan sólo le contaba lo ofendida que se sentía e Isis le respondía con lo mucho que la odiaba.

Todo se supo en el juicio. Hathor había extendido por toda la tierra enfermedades que asolaron los campos y que estuvieron a punto de matar de hambre y de sed a todos los hombres. Durante un mes el agua del Nilo se convirtió salada y en la tierra se perdieron todas las cosechas. Pero Osiris volvió a hacer fértil los campos e Isis curó a todos los hombres con su magia y sus conjuros recorriendo todos los pueblos y ciudades. Fue entonces cuando Isis comenzó a enseñar a todos aquellos en los que confiaba algunos secretos del arte de la curación. Amón y Mut fueron los que más les ayudaron. Apresaron a Hathor mientras huía al desierto desde Dendera, y mandaron fuerzas a Min para retener a Seth antes de que pudiera regresar a El Oasis.

Neftis recordaba la conversación que había tenido con Osiris el día en que fue llamada para ir a Abydos. Su hermano la había escrito diciéndole que Seth y Hathor ya habían sido detenidos y que en un mes se celebraría el juicio en Khemnu. Osiris le dijo que Isis había montado en cólera y que había jurado condenar a Seth con destruir su corazón. Sabía que tenía el poder de hacerlo. La había visto enfadada y en esos momentos tenía que apartar la mirada de sus ojos porque le hacían daño. Seth vetó su asistencia, y Toth y Ra consideraron adecuado al pensar que Isis pudiera cometer alguna locura.

Idos, les había dicho a su hermano y a ella cuando fueron a despedirse. Y haced justicia. Jamás la había visto así. Estaba sentada en el suelo sobre unos cojines, tenía el rostro tenso, agarraba una copa con fuerza y había pronunciado cada palabra en voz alta y con ironía. Fue la única vez que había temido por su reacción. Entendía a Osiris cuando le había dicho que sería incapaz de llevar acabo un juicio justo. Él siempre había logrado controlar sus nervios en cualquier situación e incluso Isis le reprochó mientras se marchaban que no estaba siendo sensato por mantenerse tan calmado. Osiris no le hizo caso y se marchó sin decir más. Su hermana era incapaz de controlarse cuando se referían a asuntos que la afectaban a ella directamente.

Durante todo el día viajó sentada en el carro junto a sus pertenencias, con la mirada perdida pensando únicamente en su pasado. No sabía qué se encontraría a su llegada. Iban a Nubt, allí estaba su sobrino con sus tropas. También su hermana, Toth, y todos los que acudirían al juicio en Tebas. El juicio por la rebelión de Seth y Hathor era el único al que había acudido en toda su vida. Ante la incertidumbre se le venían a la cabeza todos esos días en que cada uno defendió sus causas, las discusiones, el cansancio de pasarse días enteros sentada en una silla, para que al final Seth saliera impune y Ra defendiera a su hija. Esta vez al menos la condena ya había sido hecha. Sólo iban para ratificarlo. Pero si Seth no aceptaba… Esta vez Amón se había rebelado también, y él era uno de los hombres más poderosos de Egipto. Osiris le había nombrado príncipe reconociéndole su ayuda en la rebelión, como el primero de todos los nobles de Egipto. Ahora iban a Tebas y Amón también se estaba jugando sus intereses. Y Hathor. Sentía que no iban a ceder, que había algo más detrás de la fácil rendición de Seth.

Cuando sólo les quedaba un día de viaje Neftis mandó a un par de sus soldados a comunicar su llegada a Gebtu. Habían pasado cinco días de viaje, el ir con carros les había ralentizado un poco más, en un trayecto que solía ser de tres días. No se habían encontrado a nadie, los caminos secundarios que daban a las rutas del norte y del sur y hacia las minas de oro y cobre estaban desiertos. Hasta hacía poco habían estado en guerra y viajar por el desierto había sido inviable. Aún así ella no había pensado en ningún momento en su inseguridad. Ahora estaba más protegida de lo que lo había estado en mucho tiempo.

Cuando vio el Nilo a través de las lonas del carro sonrió levemente. Respiró hondo. Hacía veintidós años que tan sólo lo había visto en pinturas, a las que ya no prestaba atención. Pero lo recordaba mucho más caudaloso la última vez que había viajado allí, para coger un barco a Mennefer por orden de Neith. La arena ahora casi llegaba hasta la misma orilla, mezclándose con los barcos que portaban el estandarte de Abydos. Un trono azul sobre fondo dorado. Horus. De repente se puso nerviosa al ver un grupo de hombres armados esperando al fondo del camino, donde comenzaban las casas de la ciudad. No distinguió a la persona vestida de blanco que estaba al frente de ellos. Ella había mandado a un par de sus hombres que se adelantaran, era lógico que hubieran salido a recibirles.

Se rehizo la trenza ella sola, se alisó el vestido y mientras se quitaba un poco el polvo de sus piernas sintió una presencia en ella que la inundó por completo. Era Toth. Se sintió bien y dejó que permaneciera en ella hasta que detuvieron el carro. Al bajar le reconoció de inmediato.  

Estaba serio, no se movió. Mantuvo la mirada fija en ella hasta que se quedó a unos pasos de él. Neftis apretó los labios esperando que dijera algo. Quiso marcharse, teniendo la certeza de que había hecho mal al venir. Toth extendió una mano y ella la agarró. Al sostenerla le transmitió calma. Recordó que cuando estaba nervioso o preocupado se mantenía más distante de lo normal.

–  Dame un beso – le dijo en voz baja.

Neftis sonrió al darle un beso en la mejilla, y mientras la conducía a los barcos para cruzar a Nubt volvió a tratarla como siempre. Toth había leído en su corazón sus últimos veinte años. Por eso estaba preocupado.

–  No te merecías eso – le hablaba mientras cruzaban el Nilo.

Neftis no contestó. Simplemente bajó la mirada y se encogió de hombros. No le recordó que podía haberlo evitado. Toth no insistía cuando lo único que iba a conseguir era que se sintiera aún más culpable. Neftis cambió de tema preguntándole por su hermana, por su sobrino y por todos los que ya estaban en Nubt. No le preguntó por Anubis, pero Toth adivinó que era lo que de verdad quería saber.

–  Él no ha venido – le contestó a sus pensamientos –. Pero está Isis.

A ella era a la que más quería ver. Neftis perdió la mirada en la corriente del río hacia el norte, sintiendo la brisa fresca que llegaba desde el Mar Verde. Era muy diferente a la brisa seca de las noches en el desierto. Toth le habló también de Osiris. Le contó todo lo que había enseñado a Isis antes de marchar a la guerra. Ella le escuchaba mirando a su alrededor, contenta porque todo aquello se hiciera realidad, mientras el aire del Nilo parecía devolverle la vida. Sin embargo, al desembarcar en Nubt y caminar hacia el palacio que había sido de Seth quiso detener sus pasos. Caminaba de la mano de Toth, pero antes de cruzar el pilono de entrada tiró de él sin querer cruzar. Aún sabiendo que Seth no estaría allí sentía pavor al recordar su última estancia allí. De nuevo él le aportó calma. 


Veinticuatro

 

 

 

Cada mañana desde que regresó a Nubt Isis intentaba pensar que había hecho lo correcto. Horus se había enfadado con ella al enterarse de que había forzado la paz. No quería la ayuda de Toth de aquella manera. No quería ceder a Seth lo más mínimo. Aunque Neith lo hubiera decidido y lo creyera justo por ser su palabra. Él necesitaba una victoria completa. Isis intentó convencerle de que nadie tenía por qué enterarse de que había sido idea suya sin haber contado con él. Ella diría a todos que había tratado aquellos asuntos a sus órdenes. A él eso no le servía. A ello se había añadido la llegada de Neftis.

Isis se levantó temprano. Vio a su hermana todavía dormida a su lado. Esta vez se había llevado con ella a Bes cuando marcharon de Khemnu. Él ya estaba allí esperando para darle los buenos días. Isis le hizo un gesto con el dedo para que no hiciera ruido mientras ella salía de la cama.

–       Déjala dormir todo lo que quiera – le dijo a Bes en voz baja –. Y cuidala por si necesita algo. 

Isis la había dejado quedarse con ella porque no quería que estuviera sola. Se asustó cuando Toth la había llevado con ella nada más llegar. Estaba a punto de ponerse a cenar, justo allí. Se puso en pie. Sabía que iba a llegar ese día y le pidió a Toth que quería ser la primera en recibirla. Estaba mucho más delgada que la última vez que la vio, el vestido aún le marcaba más los huesos. Tan solo se había pintado la raya del ojo, estaba pálida, tenía ojeras, y se dio cuenta que era por mucho más que el cansancio del viaje. Se quedó un rato mirándola a los ojos, y supo de todo su sufrimiento. Toth se lo dijo en un instante al darse cuenta de cómo la miraba. Isis aún se quedó perdida unos segundos más en sus ojos rojos y su pupila granate. Con ella le era muy fácil leer sus pensamientos. Neftis empezó a llorar cuando supo que estaba viendo todo lo que había vivido los últimos veintidós años.

Isis la abrazó cuando se quedaron solas y dejó que se desahogara. Se sentaron en la mesa, le ofreció agua, zumos y algo de comer, mientras ella le hablaba de Anubis. Esa noche en la cama no soltó ni un instante su brazo. Isis se quedó mirando al techo sin saber si había logrado quedarse dormida o no. Sólo recordar lo que había visto en su hermana, sintiéndolo como suyo. También había visto las sospechas de Neftis respecto al juicio al que iban a marchar en unos días aunque no le dijo nada.

Isis salió de la sala para ir a buscar a su hijo, pensando aún en esa primera noche con ella hacía una semana. Ella misma empezó a dudar pero tampoco dijo nada. Temía estar obsesionándose por lo que sólo era el temor de su hermana que le resultaba lógico. Luego se le venían a la cabeza las veces que no había hecho caso a sus sospechas. En Sais. Ahora su hijo también podría estar a punto de morir. Creyó conveniente decírselo. Marcharían al día siguiente y ya había discutido demasiado con él como para también ocultarle lo más mínimo aunque no lo creyera de importancia. Al menos quería que estuviera avisado.  

Le encontró en su tienda del campamento. Estaba con Herishef, Anhur y Horus ultimando la marcha al sur. Isis se quedó esperando junto a la entrada al pasar, esperando que se dirigiera a ella. Horus la miró al terminar de hablar sobre la ubicación de su ejército en Tebas Oeste.

–  Me gustaría hablar a solas contigo – le pidió.

Horus asintió e Isis esperó a que los demás se retiraran para acercarse. Isis le miró a los ojos antes de hablar. Había notado que desde que regresó había intentado distanciarse de ella. Esta vez ya no sabía si iba lograr confiar en ella otra vez.

–  Dime – le habló en un tono seco.

Se levantó de la silla en la que estaba sentado, junto a una mesa en la que había repartidas copas y jarras. Isis miró a su alrededor. Ya habían recogido las armas que solían estar colocadas en torno a la sala, como Neith las había tenido en su cabaña. Sólo quedaban las alfombras que cubrían el suelo y una mesa con sillas.

Ella se acercó un poco más y le agarró del brazo.

–  Horus – le pidió.

Cada vez que le veía intentaba arreglar las cosas con él, hacerle entender que el pacto que debía aceptar no era tan malo.  Él se apartó con un gesto brusco. Isis respiró hondo y mirándole a los ojos, le habló de la misma manera que él la había recibido.

–  Cuando lleguemos a Tebas no permitas que haya ni un solo hombre armado en la ciudad – le exigió –, igual que nosotros vamos a dejar el ejército en Tebas Oeste, que Seth deje a sus hombres a una distancia prudente de la ciudad. Que durante el juicio no haya una sola arma en la ciudad. Ni una sola.

–  ¿Qué está ocurriendo?

–  Hazme caso. Seth es peligroso. Nos ha traicionado muchas veces.

Isis notó de inmediato que él también había comenzado a sospechar. Esta vez le hizo caso. Le aseguró que pondría esas condiciones antes de cruzar las murallas de Tebas y sin decirle más la dejó sola para avisar a todos de sus nuevos planes. Cuando Isis salió fuera vio a Horus, su guardia, esperando solo en la puerta. Isis le miró un momento, pensativa.

–  ¿Has escuchado todo? – le preguntó, sabiendo que había estado custodiando la entrada.

–  Sí, mi señora.

Isis sonrió mirando al frente, a todos los hombres que estaban entrenando, a otros llevando armas hacia los embarcaderos, otros recogiendo, poniendo a punto los carros, limpiando los caballos. Pensaba que su hermana exageraba, pero esta vez no cometería el mismo error que en Sais. No tenía por qué suceder nada, pero no podía fiarse de Seth. Era lo único en lo que aquellos días su hijo y ella estaban de acuerdo.   

–  Aunque mi hijo lo prohíba – le habló a su guardia sin ni siquiera mirarle –, tú lleva un arma contigo.

–  Sí, mi señora – le contestó en voz baja, apenas audible.

La comprendía y sabía que era sensato. También había entendido que ese asunto sería algo confidencial entre los dos. Horus se inclinó levemente.

Marcharon al día siguiente al amanecer. Se reunieron en el embarcadero de Nubt después de despedir al ejército que iría por tierra al mando de Herishef. Isis y Horus fueron custodiados por sus escorpiones y sus sirvientes hasta allí. Por el camino le dijo que esa mañana acababa de mandar a un mensajero para poner a Seth las condiciones que ella le había sugerido. Cuando llegaron solamente estaban los remeros y los supervisores vigilando los barcos y preparándolos para partir. Acababa de amanecer y todavía quedaba en el aire el fresco de la noche. El río estaba bajo, estaban en la época de la sequía, pero sería suficiente para llevarles hasta Tebas.

Horus se paseó por los embarcaderos comprobando personalmente las cinco embarcaciones que había ordenado tener listas. Cuando volvió del lado de Isis se quedó mirándola en silencio, adelantada un poco a sus guardias, y que había estado observándole en todo ese tiempo. En cuanto se puso de su lado se quedó mirando la ciudad de Nubt, esperando para recibir a todos los demás. Le molestaba encontrarse en esa situación y sobre todo la presencia de su madre. A veces le había demostrado que era demasiado débil para enfrentarse a una guerra, y ahora ya no le quedaba ninguna duda. Le guardaba rencor por haber actuado sin su consentimiento. Los acuerdos no le parecían justos. Comprendía que Neith quisiera favorecer a Seth, pero de esa manera siempre seguiría siendo una amenaza para él. Desde que recibió una de las cartas con su palabra, había intentado buscar la manera de modificar su decisión. La conocía demasiado bien como para desobedecerla. Respiró hondo y apretó las manos recordando ese momento. Había roto el papiro, lo había hecho pedazos, pero eso no sirvió para eludir su palabra. Todos debían aceptarlo. Esperaba que Seth no lo hiciera y tener un motivo para seguir enfrentándose a él por las armas.

Horus miró a Isis de reojo y ella al darse cuenta le miró también. Cada vez que se cruzaba con ella le recorría la misma impotencia que el día en que regresó con Toth y Seshat a Nubt. El saber que no podía hacer nada. No dejaba de lamentarse por haberla dejado participar tan de cerca. En un principio había deseado apartarla del centro de la batalla. Su sitio era el palacio. Recordó las grandes expectativas que tenía sobre ella el día que la vio despertar en Sais y saber que podía volver a contar con ella. Le había decepcionado en algunas ocasiones, pero se dio cuenta lo mucho que la necesitaba. Durante dos años había vuelto a confiar en ella.

Había sentido la carta de Neith como una traición de su madre y aún más que hubiera recibido a su hermana en Nubt. Todavía temía que Isis cometiera alguna locura en el juicio. Aún le quedaba la incertidumbre de que mirara más por su hermano que por él. 

–  Recuerda que estás conmigo – le susurró al ver a Toth y a Ra acercarse seguidos de todos aquellos que les acompañarían.

Isis asintió, con la mirada perdida en la calle que unía el palacio con el embarcadero. A pesar de que creía haber hecho lo correcto no dejaba de sentirse culpable por su hijo. De inmediato volvió a pensar en lo que le llevaba obsesionando desde que Neftis llegó a Nubt. Temía que tuviera razón.

Ella navegó en un barco junto a Neftis y Maat. Iban detrás del de Horus, y desde cubierta se quedó mirando a su hijo junto a Toth y Ra. De vez en cuanto echaba un vistazo a los que le seguían, Ptah, Nejbet y Tueris, Seshat y Anhur, pero de todos ellos a quien más había anhelado tener ante ella había sido a Ra. Había llegado con Maat hacía dos días. Jamás le había conocido en persona y de pequeña había soñado con poder hablar con él. Esa situación había sido diferente a las muchas que había imaginado. Su hijo se encargó de darle la bienvenida en el patio de Nubt y ella se había mantenido a una prudente distancia mientras le vio pasar de largo hasta el interior de palacio. Era alto, fuerte, llevaba la cabeza afeitada, y lo que más destacaba de su rostro eran sus ojos delineados con kohl. A Isis le había llamado la atención toda su ropa bordada en oro, y sus joyas que brillaban más que cualquiera de las que ella había visto. Sólo recordaba esa intensidad en el metal precioso de la punta del obelisco de Khemnu. Cuando se lo dijo a Seshat esa noche se echó a reír. Le dijo que él sabía contener en el oro todo el brillo del sol.

Pero al verle también le había notado arisco, molesto, había caminado al interior sin dirigirse a nadie salvo a Horus y Toth, con los que apenas había cruzado un par de palabras después de darle la bienvenida. Sintió cierta decepción. Escuchó a Maat decir que odiaba que le hubieran implicado en los asuntos de la tierra, y que sólo acudía allí por Hathor, para que se le tratara con justicia. Isis suspiró apartándose de la barandilla del barco. También tendría que verla a ella.

Se sentó con Neftis en una de las tablas de madera de la popa. Ella aún estaba nerviosa. Antes de dormir había estado llorando diciéndole que no quería ir, y cuando se levantó por la mañana todavía tenía los ojos hinchados. Le apretó su mano al sentarse con ella, pero no dijo nada. Estaban a punto de llegar.

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