Isis

Isis


Isis

Página 11 de 20

Al salir del agua, y mientras Bes se acercó corriendo a ella con su vestido y una toalla, se sintió aún más cansada. Tenía mucho sueño. Le dijo a Bes que nadie la molestara. Él asintió y se marchó. Al tumbarse en la cama pensó que dormiría bien, pero con los ojos cerrados se le venía a la cabeza la imagen de Seshat ante ella una y otra vez, y la magia que había surgido de su corazón en un instante para sanarla. Hasta entonces utilizó su magia sin sentirla por completo, haciendo uso de ella mediante las palabras y las pócimas que permitían emerger su poder. En las marismas ni siquiera la poseía aunque estuviera contenida a su alrededor. Sais le había anulado todas sus facultades. Los últimos cinco años mientras vivió en el desierto había logrado llevar una vida más adecuada a lo que echaba de menos. Pero ahora sé que ha merecido la pena, pensó. Ella ya poseía ese poder y lo había estado utilizando durante toda su vida junto a sus otras habilidades, pero Sais le había ofrecido la magia plena.

No distinguió el momento en que se quedó dormida, sus sueños fueron una continuación de sus pensamientos. Soñó que estaba en Sais, como antes, hasta que le despertó su hijo en mitad de la oscuridad. Por un momento imaginó ver su tienda y las lonas blancas por las que se filtraba la luz continua fuera de día o de noche. En vez de eso le vio entre las sombras de una vela que había dejado sobre la mesilla, sentado al borde de su cama y con la mano aún sobre su brazo. A su lado estaba Bes de pie con un bulto entre las manos. Más allá de las columnas que daban al patio veía la luz que salía de la habitación de Horus y que iluminaba levemente el patio.

–  Tienes que vestirte – le dijo Horus –. Tienes que venir a cenar. Hoy despedimos a los gobernadores de las provincias.   

Isis se incorporó en la cama, y le miró en silencio. Horus no se movió. Con sus ojos fijos en los suyos notó que la estancia se iluminaba aún más. Escuchó los pasos de Bes mientras caminaba para encender muchas más velas. Después de lo ocurrido la noche anterior no sabía qué decirle, y menos sin haber salido de sus estancias durante un día entero.

–  Esta mañana he hablado con Toth antes de la audiencia – le dijo de repente –. Hoy ha habido un juicio por unos altercados que hubo ayer en el mercado. Yo les he juzgado. Me respetan, me consideran el legítimo rey. Estos días que he estado con Toth sé que me estaba valorando. Hoy me ha dicho que valgo por un millón de hombres, y que ocuparé el trono de mi padre porque es donde merezco estar. Y después… viendo cómo toda aquella gente se arrodillaba ante mí, cómo me trataba, sé que todos desean verme como Señor de las Dos Tierras, y yo también quiero esa posición. Haré la guerra hasta el final. Para eso me necesitabas, ¿no es así? Antes de lo de la otra noche… es verdad que le conté todo lo que habían sido para mí estos veinte años. Quería hacerlo. Él me dijo que para ti el hecho de tenerme había sido mucho más que una responsabilidad, y sin embargo eso es lo único que siempre he visto en ti.

Recordó en un instante, con la mirada puesta aún sobre el colchón, ese último día que habían estado en Sais, cuando leyó en ella el odio por algo que no había querido saber. Era lógico que odiara por las situaciones que había vivido, pero había intuido en el fondo de su corazón algo mucho más complejo. A la vez se sorprendió por estar contándole todo aquello que no había planeado. 

–  Porque también le hablé de todo lo que tú fuiste para mí – continuó, Y calló otra vez, pensado la manera exacta de decirle lo siguiente que le iba a decir –. Y fue entonces cuando me contó que estaba esperando que le dieras alguna muestra de lo que Neith había dejado en ti. Él lo había visto nada más mirarte a los ojos. Estaba decepcionado. Desde que murió Osiris has perdido las prioridades. Éste es mi tiempo ahora, soy yo el que ocupo el trono, y tú tienes otras obligaciones que no son las de una reina. No influyas en esta guerra a no ser que te lo pida. Te voy a necesitar, siempre quise que volvieras conmigo y aquí estás, pero para ser mi ayuda. Siempre pensé que a pesar de todo tienes muchas debilidades. Toth me ha hecho entender cosas que no sabía cómo explicarlas, y creo que tu lugar no son las Dos Tierras si no está Osiris en ellas.  En Sais, conmigo, siempre intentaste hacerlo a tu manera. No me puedes reprochar que Neith haya influido más en mí que tú.  

Isis le escuchó en silencio. Tenía la garganta seca, sentía un nudo que le impedía tragar, y sin querer se le llenaron los ojos de lágrimas. Había acabado mirándola a los ojos, pero sobre todo le había dolido que hubiera sido tan claro. Había hablado con firmeza, orgulloso por cada una de las palabras que le decía, y ella quiso reprocharle con cualquier excusa que le quitara la razón. Fue a hablar, pero él la silenció con la mirada fija en sus ojos. Fue el mismo escalofrío gélido que había sentido cuando su hijo intentó ver más allá, pero esta vez sólo duró un instante.

Al mirarle ahora, a medio metro de ella, con el rostro tenso, sus ojos verdes brillando a la luz de las velas. Siempre le recordó a Osiris, pero en ese momento le resultó una persona ajena. Horus había venido preparado para la cena, con un faldellín largo, un cinturón de cuero y oro, y una túnica trasparente que dejaba ver su cuerpo y las joyas que lo adornaban. Como rey, llevaba el nemes sobre su cabeza, un pañuelo a franjas doradas y azules. No sabía si había venido con la única intención de decirle todo aquello. Fuera como fuese era lo que él pensaba. Le dolió que también Toth creyera que ella no estaba preparada para esa situación. Sin embargo, era lo que siempre había deseado desde que Seth se lo arrebató todo. 

Le había dicho que había perdido las prioridades. Ella quería devolverle a Horus todo lo que una vez fue de su padre, pero en ese momento quiso que desapareciera, que todo aquello nunca hubiera ocurrido. Quiso que realmente fuera Osiris y no él quien estuviera con ella. Se pasó las manos por la cara sin poder contener las lágrimas, respiraba hondo intentado calmarse. No quería que la viera así. Y antes de darle tiempo a darse la vuelta y levantarse de la cama, Horus la rodeó con un brazo sobre los hombros y con el otro le abrazó fuerte por la espalda. Isis apretó la mandíbula, lloró en silencio, y le sujetó fuerte de la túnica apretando los puños sobre su pecho. 

Horus respiró hondo mirando la pared que tenía enfrente de él. Isis y Neftis jugando al senet. Estaba incómodo por todo lo que le había dicho, por verla así, pero una vez que empezó hablar se sintió en la obligación de decirle toda la realidad. Al estar a solas con ella no pudo callárselo. Estaban en guerra y necesitaba ganar. Su madre, como le había dicho Toth, parecía estar ajena al que era su objetivo. Cuando estaban en la biblioteca habían estado planeando Toth y él sobre los movimientos de su ejército hacia el sur, mientras Nefertum les iba mostrando todos los efectivos con los que contaban, y el diseño del carro que sería suyo. Le gustó el modelo que le había enseñado. Cuando el primer día había paseado con Toth y Herishef por los almacenes y las casas de los animales, había visto en las cuadras los mejores caballos de Siria. Dos de ellos los había seleccionado Toth para él. Fue el último tributo que les enviaron Malkart y Astarté antes de la rebelión de Hammon.

Estaban planeando la guerra, y su madre sólo podía pensar en el Reino de Occidente. Él le había preguntado a Toth por su padre, y le dijo que estaba bien. El lugar que habían elegido para él estaba resguardado de cualquier peligro, a pesar de que Abydos marcaba la frontera entre los dominios de Seth y los suyos. Isis no se da cuenta que él estará siempre allí, le dijo Toth. No quiso hablarle de él porque Abydos se había despoblado completamente. Ni siquiera Anubis había permanecido allí. Era Min el que desde Ipu cuidaba de que a Osiris no le faltara de nada en su tumba. Toth lo había organizado así, y sabía que Isis no estaría de acuerdo. Cuando él le preguntó, le dijo que aún era pronto para contarle nada, aunque también había planeado todo y mucho más de lo que Isis le había pedido. Iban hablando de ello al dirigirse la tarde anterior a la biblioteca, y antes de ir a ver a Nefertum le había enseñado los papiros que contenían el mundo del Amduat.

No esperaba encontrarse con ella justo esa noche. Mirando el dibujo de su madre en la pared, pensó en el momento en que la vio ante Toth sometiéndose a sus preguntas. Se sintió mal al verla tan confundida. Toth le dijo esa mañana que lo había hecho porque ya no quería seguir esperando más, porque tenía que darse cuenta de todo lo que había ganado esos años y lo mucho que la necesitaban ahora. Aunque eso hubiera significado arriesgar a Seshat. Confío en ella hasta ese punto, le dijo Toth justo antes de la audiencia. Sabía que no le iba a pasar nada, pero él tenía pensado demostrárselo de otra manera. Hablando con ella en privado, no de manera tan drástica. No le hubiera gustado implicar a Seshat.

Dejó que Isis se refugiara en él hasta que ella misma se calmó, cuando notó que sus manos ya no le apretaban tan fuerte. Se separó unos centímetros y necesitó decirle una última cosa más. Él también estaba disgustado por lo que había sucedido, pero quiso dejárselo claro también.      

–  Será la última vez que te vea llorar – le advirtió.

Isis contuvo la respiración. Le hablaba en el mismo tono en el que había mantenido toda la conversación. Se levantó de la cama y antes de salir se dio la vuelta.

–  Dentro de tres días llegarán Horus y la partida que salió a recibirnos al desierto – continuó –. Mañana se marcharán todos los gobernadores menos Herishef. Cuando regrese Horus organizaré mi nueva guardia y me marcharé con Herishef a Henen-Nesut. Mientras estés aquí compórtate como todo el mundo espera de ti.

–  Por supuesto – dijo con orgullo. Eso mismo le había dicho ella una vez.

–  Vístete, y ven a la sala del trono.

Horus se marchó, y ella esperó un rato después de que hubiera desaparecido en la oscuridad del patio. Al volver la mirada a su habitación vio a Bes a los pies de la cama, con la vista en el suelo, aún sosteniendo sus ropas y encima de ellas una corona de cobras. Estaba asustado. Isis se sintió culpable por todo lo que había ocurrido. En su cabeza aún se repetían las palabras de su hijo. Por la que más lo sentía era por Seshat. Le debía mucho pero siempre se dio cuenta de los celos que de vez en cuando sentía por ella, por el lugar que ocupaban las dos para Toth. Esa noche le hubiera gustado ir a verla. Sabía que no acudiría al banquete.

–  Bes – le llamó.

–  Sí, mi señora.    

Y con la ropa de la mano se acercó unos pasos. Isis la cogió y le ordenó retirarse. Ella misma podría vestirse, peinarse y pintarse sin ayuda de nadie. Una vez que estuvo lista sostuvo la corona de cobras portando coronas del sol entre dos cuernos. En el cajón de la mesilla guardaba la de la cobra y el buitre que le había regalado Toth el primer día. Ahora le regalaba esa otra, idéntica a una de las muchas que había utilizado en el pasado como Señora de las Dos Tierras. Se la colocó encima de la peluca delante del espejo de bronce del tocador para ajustárla bien. Al mirarse a sí misma a los ojos recordó de nuevo todo lo que le había dicho Horus hacía unos minutos. En el momento reconoció que todo lo que le había dicho era verdad. Ahora estaba molesta por no creerla capaz. No podían asegurar que sus preocupaciones fueran vanas, ni siquiera su hijo.

Al mirar sobre la mesita del tocador cogió el frasco de perfume que había dejado apartado de todo el maquillaje que ya había utilizado. Se echó todo lo que quedaba por el cuello y los brazos y con el frasco vacío volvió a pensar en su magia. Había muchas promesas que había dejado sin cumplir. Recordó el día que vio a Seth por última vez, en su palacio. Horus no podía apartarla de esa guerra. Le dejaría luchar a él, pero ella también ordenaría. Respiró hondo, nerviosa. Volvió a convencerse de que no había perdido sus prioridades. Seth. Al pensar en él, el frasco de vidrió estalló entre sus manos, derramándose los cientos de pedazos de cristal azul por el suelo. Miró a sus pies. Sabía bien que igual que podía favorecer la vida también podría destruirla. Ya lo había hecho en más de una ocasión.

La cena le resultó muy incómoda. Tan sólo estaban Toth, Horus y ella en la mesa principal. Ninguno dijo nada en toda la noche, ocupados en atender las continuas interrupciones de los gobernadores que se iban despidiendo y que les garantizaban una vez más su apoyo en la guerra. Sin embargo, sintió a Toth leer en ella continuamente. No le importó. Creyó que le diría algo o que le contestaría a sus pensamientos. Ella tampoco se atrevió a preguntarle nada sobre la noche anterior ni a pedirle explicaciones. Ya no le hacían falta. Seshat no había acudido y lo agradeció. Miraba a Horus de vez en cuando, de reojo. Parecía ajeno a ella, y a cualquier cosa que no fuera la comida, la música, los bailarines y todos aquellos que se acercaban a él.

Los tres días hasta que regresaron su guardia Horus y el resto de la comitiva que habían viajado por tierra hasta Khemnu, pasaron en una tensión constante. Salieron a recibirles a la puerta norte de la ciudad. Isis aguardaba del lado de Toth y de Horus con su halcón sobre el hombro, bajo los parasoles y mientras un par de hombres les abanicaban a cada lado. Detrás de ellos la guardia de palacio y sirvientes con agua, bebida y comida. Sonrió al ver al resto de sus escorpiones al frente junto a Nuhef. Se sintió aliviada al ver a Horus y aún más cuando le saludó de nuevo. Le hubiera gustado contar con su compañía sobre todo en aquella semana. Isis se retiró pronto, cuando vio que ya había cumplido con el recibimiento. La acompañaron dos de sus guardias, unos cuantos sirvientes, y Horus. Le había indicado con un gesto de la mano que fuera con ella.

La puerta del norte daba a una de las calles trasversales que iba a parar a mitad de camino de la avenida que unía el palacio con el embarcadero. Al verla pasar muchos se arrodillaban y otros simplemente bajaban la mirada en silencio. Ella se mantuvo callada hasta que tomaron la gran avenida. Se sintió mucho más segura entre las esfinges de ibis que la protegían.

–  Déjame que me agarre a ti – le pidió a Horus.

Él asintió con una sonrisa e Isis se aferró a su brazo.

–  ¿Qué tal todo desde que llegasteis? – le preguntó él. Sabía que cuando se acercaba a él y le tomaba de esa manera, era que quería hablar.

–       Han pasado muchas cosas.

Isis mantuvo la mirada fija en los muros y el pilón que daba acceso a la Isla de las Llamas, ante el que ondeaban cuatro estacas de madera con los estandartes de Khemnu. La punta del obelisco brillaba tras ellos tanto como siempre. Hacía siete días que había hecho ese mismo camino sobre uno de los carros junto a su hijo. Ese día se fijo en las pinturas que decoraban la muralla. La creación del mundo.

–       Por primera vez me he sentido mal aquí – comenzó.

Después le confesó cada detalle de lo que había ocurrido, de todo lo que había sucedido en Egipto durante el tiempo que estuvieron ausentes, del ejército, de la situación en el Sur, de su hermana, de Bes, de Seshat. Pero también sus dudas, y la desconfianza de su hijo y de Toth. Al entrar en palacio caminaron hacia una de las salas privadas que había junto a las estancias de sus aposentos, ordenó que le trajeran agua para lavarse, ropa limpia y algo de comer. Sus dos guardias y el resto de los sirvientes se habían quedado en el patio de entrada esperando a todos los demás que estaban llegando de la puerta del norte. Ellos terminaron de hablar allí. En realidad Isis fue la única que le habló en todo ese tiempo. Horus se mantuvo en silencio, asintiendo y mirándola de vez en cuando.

–  ¿Y tú como me ves? – le preguntó al final.

Horus se entretuvo un momento comiendo un poco de pan pensando en cómo decirle las palabras adecuadas.

–  Vos fuisteis una gran reina – reconoció –, y ahora tenéis mucho más poder que entonces. Creo que debéis aprovecharlo. Dejad a vuestro hijo que se ocupe de luchar, sabrá hacerlo, y en su día que gobierne las Dos Tierras como hicisteis vos y vuestro hermano.

–  ¿Y yo? – le insistió. Se había dado cuenta que había evitado responderle lo que quería.

–  Antes debéis tener claro lo que más deseáis.

–  Ver a mi hijo con la doble corona – le contestó de inmediato.

–  Entonces ayudadle a ganar.

–  Eso es lo que voy a hacer – pero en realidad había algo que le preocupaba aún más –. ¿Pero tú crees que me lo va a permitir? Se cree demasiado seguro para dejarme que haga cualquier cosa.

–  Mi señora – se inclinó hacia delante y negó en silencio –, eso no es así. Todos los años que he estado con él siempre quiso que le acompañarais hasta aquí.

–  Sí, pero una vez que hemos llegado ahora quiere continuar solo.

–  Vos debéis ocuparos de lo que mejor sabéis. La guerra es suya, pero vos tenéis la capacidad para dirigirla en su favor. Podéis curar, incluso devolver la vida. Utilizad ese poder en beneficio de vuestro hijo. Eso es lo que os está pidiendo. Es lo que Toth quiso que entendierais.

Tenía razón. Ella no lo había visto tan claro hasta que él se lo dijo. Le miró de reojo y de nuevo deseó haberle tenido a su lado esa semana. Isis bebió un poco de agua y se quedó en silencio pensando en algo más. Le habló entonces de lo que aún estaba por llegar, dando por hecho que su hijo ganaría la guerra, del tiempo en que él tuviera el dominio sobre Egipto como una vez lo tuvieron ella y Osiris. 

–  Y después de todo esto… – suspiró, con la copa de agua entre sus manos –, ¿después qué?

–  Eso es lo que me habéis dicho que deseabais – le recordó él.

–  Es lo que más deseo para mi hijo – le confesó. En un instante lo entendió todo por sí misma gracias a esa pequeña ayuda de Horus –. Por eso Toth cree que he perdido las prioridades. ¿Pero cómo cree que voy a olvidar a Osiris si todo lo que hecho ha sido para recuperarle? He recorrido el mundo durante siete años para devolverle a la vida, he tenido un hijo por él, he sufrido más que nadie, y siempre he seguido adelante sola, por mi hermano, y aún así ya nunca podré tenerle. No me lo merezco. Él era para mí. Osiris también me hizo mucho daño, como Neftis, y como Seth. Siempre, antes de su muerte, quise pensar que en la eternidad las cosas malas se compensarían con las buenas, porque se suponía que íbamos a estar para siempre juntos. Y yo quiero tenerle conmigo. Si no puedo, al menos quiero cuidar de que tenga todo lo que se merece, quiero esa eternidad para él y procurar que sea perfecta. Y Toth es lo que no entiende. Si lucho esta guerra es por Osiris. Horus debe ganar por él.

Tras un silencio, Isis cambió de tema. Le preguntó a su guardia sobre su viaje de vuelta, y él simplemente le habló sobre ello y lo mucho que había extrañado estar de nuevo en Egipto. Quería distraerse con otras cosas, pero al final, como todos esos días, siempre volvía al asunto por el que estaban así. Isis se levantó y le dijo a Horus que volviera con los demás, que querrían recibirle y hablar con él. Sobre todo su hijo tendría que concretar con él su viaje a Henen-Nesut. Estaba segura que se llevaría a sus escorpiones con él.

En cuanto se marchó ordenó a unos sirvientes que esperaban en una de las esquinas que recogieran todo y ella se fue a su habitación. Como todos esos días, Bes estaba allí. Hasta esa mañana, desde la cena de despedida de los gobernadores no había acudido a ningún acto oficial. Sabía que Toth y Horus habían realizado audiencias por la mañana y que por las tardes planeaban todos los asuntos de la guerra. Ella había estado esos tres días en las estancias y los patios privados. Veía a Horus por la mañana marcharse y volver después de que hubiera caído el sol. Simplemente la saludaba y le deseaba buenas noches. Cuando se iba a meter en la cama siempre pensaba en ir a ver a Seshat. Esa tarde estuvo con Bes jugando en el patio, sentados a la sombra de un árbol, y cuando ya no quedó ni un rayo de sol, se dio un baño en el estanque mientras él le iba a buscar la cena.

Isis, al salir del agua, pasó un momento por la habitación que ahora utilizaba su hijo. Aún había luz suficiente, y pudo ver con claridad las pinturas del interior. Se quedó mirando la imagen que había justo enfrente de la entrada. Osiris y Seth compartiendo la mesa. Se quedó apoyada en el umbral, con los brazos cruzados, sintiendo la brisa de la tarde sobre su piel aún húmeda. Pensó en lo que había hablado con Horus esa mañana. Él había estado con ellos desde el principio, había sido creado por su madre como un hermano más para ella y Osiris, para que siempre les protegiera. Después ellos mismos formaron al resto de su guardia y le pusieron a él como jefe. Eligieron a los seis entre los hombres que Toth había seleccionado de las mejores familias de Egipto.

Se detuvo observando la imagen de Osiris, sentado en una silla, con una mano cogiendo una copa que había en la mesa. Ni siquiera ella había podido evitar su muerte. Al mirar a Seth, sentado enfrente, en la misma posición y con el mismo gesto, pensó en los años en que creyó que todo saldría bien. Había confiado demasiado en él, a pesar de que jamás le dio motivos para ello. En ese momento se decidió a ir a hablar esa noche con Seshat. Alguna vez ella le advirtió de que tuviera cuidado. Tras la rebelión, Toth le había negado por completo. Él mismo también les dijo que Seth deseaba tanto poseer las Dos Tierras que haría lo que hiciera falta para conseguirlas. Había tenido razón. Quiso imaginarle en esos momentos, en Nubt, pensando quizá también en ella.

Isis se dio la vuelta cuando le llegó un olor a pan caliente desde su habitación. Al mirar hacia allí vio que había luz y al acercarse vio a Bes con la bandeja de comida en la mesita y él en pie esperándola. Al verla entrar le acercó una túnica limpia y cuando se sentó en el suelo sobre la alfombra a los pies de la cama él le acercó la bandeja. Le había traído panes triangulares con salsa de frutas y un plato de pescado con cebolla y lechuga. Le sonrió y empezó a comer en silencio. Al rato olvidó incluso su presencia. Todavía pensaba en Seth, y también en lo que había hablado con Horus esa mañana. Se había dado cuenta que al final era lo único que le importaba y fue lo que siempre le dijo a su hijo. Debía volver para vengar a su padre, para ocupar su lugar. Él siempre estuvo de acuerdo en eso, pero quería luchar por sí mismo. Horus quería sentarse en el trono que ahora era suyo, porque era la herencia que le había dejado.

Comió poco, deseando marcharse de inmediato a buscar a Seshat. Necesitaba saber cómo estaba. Desde la noche que la había dejado en la biblioteca no la había vuelto a ver, ni a ella ni a Nefertum, ni nadie le había dicho nada. Si estaban en guerra, si su hijo se iba a marchar, no era conveniente que ellos mismos estuvieran distanciados.  


Diecisiete

 

 

 

Isis se dejó guiar por palacio buscando la presencia de Seshat. La había sentido cerca de sus estancias privadas, pero al asomarse a su sala, al patio, y al final a su habitación, no vio a nadie. Todavía quedaba un cierto aroma a incienso en sus aposentos, que le delató que hacía poco que había estado allí. Subió por las escaleras que daban al tejado y la encontró en uno de los extremos sentada en el suelo ante un papiro, una paleta de tintas y con un cálamo en la mano, con la mirada fija en el cielo. Se quedó un momento observándola hasta que ella se giró para mirarla.

–  Isis.

Su voz carecía de cualquier tipo de emoción. Isis dudó un momento entre quedarse o marcharse. En silencio se acercó a ella mientras la observaba.

–  Creí que tenía que hablar contigo.

–  Esperaba que vinieras el primer día después de lo que pasó – le contestó –. Siéntate.

Seshat apartó la paleta y el trapo con el que limpiaba el cálamo e Isis se sentó en su lugar. Miró un momento el papiro pensando en qué decirle, si pedirle perdón o preguntarle cómo estaba. Su bienvenida tan fría le había hecho olvidar lo poco que se había preparado por el camino para decirle. Estaba dibujando el cielo de esa noche, aparecía una pequeña descripción en columnas en el lateral izquierdo, y en el resto de la hoja, las constelaciones y la posición exacta de las estrellas.

–  Cada noche, a la misma hora que Toth me clavó su puñal, lo siento como si de nuevo estuviera ocurriendo – le habló Seshat de repente. Isis la miró a los ojos –. Dudabas en venir a disculparte. Se suponía que él te quería demostrar que ahora eres mucho más poderosa de lo que has sido nunca. Podría haberlo demostrado con tu hijo.

En sus reproches vio que aún estaba resentida. Isis no le tuvo en cuenta que hiciera referencia a Horus, y aunque en un instante le hiciera recordar el día en que estuvo a punto de morir. Lo olvidó de inmediato concentrándose lo que le había traído allí. De nuevo le demostraba los celos que de vez en cuando sentía por ella. Isis se sentía mal. Estaba orgullosa porque Toth la tuviera en tan alta estima, pero siempre había sabido que jamás podría ocupar el lugar de Seshat. Aunque ella tampoco dudara de ello, ya se había sentido muchas veces en segundo lugar. 

–  Lo hizo contigo porque tú eres lo más importante para él – le recordó.

Al sonreírle vio que aún así seguía molesta. 

–  Deberías haber venido mucho antes – le repitió –. Aún me duele. Quiero que lo hagas desaparecer. Te fuiste sin curarme del todo.   

Isis bajó la mirada a su vientre. Ese día llevaba una túnica de lino casi transparente y a través de él pudo ver la herida sobre su piel. Seshat le agarró la mano y se la puso sobre ella. En ese momento, tan sólo con pensar que desapareciera, cuando Seshat soltó su mano, vio que ya no quedaba nada. Le había recorrido desde su corazón hasta la palma de su mano el mismo cosquilleo que había perdurado después de que se marchara la última vez. Sin embargo, era la primera que lo hacía siendo consciente, y aunque había pensado en ello durante toda esa semana, se sorprendió de que no le hiciera falta pronunciar ninguna palabra o utilizar ungüentos o hierbas.

–  No eres la única que está preocupada por esta situación – le habló Seshat tras un silencio –. Toth ha venido a verme todas las tardes. Sé que no quería hacerme esto, pero estaba seguro de ti. Te necesitamos en esta guerra. Desde que volvisteis me ha dicho un par de veces que no estás concentrada. Espero que a partir de ahora sepas lo que debes hacer. Toth también me ha dicho que está cansado de cuidar de ti. Tienes que demostrar a Egipto que sigues siendo la reina que fuiste, porque Horus también lo necesita. Eres la primera persona que debe estar ahí para cuidar del país en su nombre. Él debe estar tranquilo de que eres capaz de gobernar hasta que toda esta lucha termine. Sé todo lo que te dijo, lo que Toth piensa, y que no te gustó. Y también sé qué es lo que te preocupa. Toth te hablará de Osiris en su momento, y te enseñará todo en lo que ha estado trabajando durante estos veinte años.

Isis escuchó en silencio, con la mirada puesta en el papiro que Seshat había estado dibujando. Desde que llegó a Khemnu todo el mundo le recordó sus obligaciones. Ella misma había asentado sus ideas al hablar con Horus, su escorpión, y sabía lo que debía hacer. Las palabras de Seshat le sonaron sensatas y le hablaba tranquila. No le estaba presionando, como le había ocurrido con Toth y su hijo, sólo le estaba ayudando a hacerse responsable de lo que debía.

–  Me ha costado volver – reconoció.

–  Sé lo que puede implicar Sais. Y Neith.

–  Para Horus ha sido fácil.

–  Sí.

Toth y Seshat habían sido los primeros que habían surgido de las aguas primordiales del Nun, cuando ya existía Neith. Jamás había pensado que ella también había pasado por eso. Se lo dijo con sólo mirarla un momento de reojo, dejando que entendiera sus pensamientos. Como Horus, ellos también estuvieron mezclados con Neith, compartiendo su energía, y aunque les hubiera sido más sencillo que a ella, tuvieron que acostumbrarse a lo que acababa de separse de Sais. Egipto y el orden.

Al final Seshat sonrió y durante un rato volvió a sumirse en los dibujos de su papiro y en observar el cielo, como si ella no estuviera presente. Isis la miraba, deseando saber lo que estaba haciendo. Cuando eran pequeños muchas veces se habían quedado con ella en los tejados de palacio o en lo alto de los pilonos mientras les explicaba el firmamento. Decía que las estrellas también podían hablar y que lo hacían a través de su brillo. A ella y a sus hermanos les gustaba que le contara sobre ello. Aquellas eran las palabras de su madre, que podía hablarle a través de las almas de los que vivían allí, que se habían marchado al cielo cuando se habían hecho viejos. Nut les cuidaba, y en su exilio, era la única manera que podía comunicarse con ella. Seshat era la única que podía entenderla, y al igual que los signos con los que escribían, podía plasmar sus palabras copiando el cielo tal cual lo veía una noche.

Eran historias que ella les había contado de niños, y que a medida que crecieron dejaron de preocuparles. Seshat les había dicho que Nut les preguntaba por ellos, porque ella sólo podía observarles por la noche. Durante el día, mientras Ra llevaba al sol en su barca sobre la tierra, ella acompañaba a las estrellas para llevar la noche al mundo inferior y vigilar que la serpiente Apofis se mantuviera confinada en los estanques donde aún permanecían el caos y las aguas del Nun. 

Algunas noches de verano, cuando estaba con Osiris en los tejados de su palacio, en Abydos o en Busiris, en las noches en que sólo estaban ellos durmiendo bajo un pabellón cubierto con telas transparentes, y recordaban cuando eran niños, alguna vez él le había dicho que ojalá pudiera entender también el lenguaje de las estrellas. Me gustaría haber conocido a nuestra madre, le decía a veces. Él pensaba que realmente podía verles.

Isis miró al cielo y al papiro un par de veces, y después a Seshat imaginando que eran las palabras de su madre lo que estaba dibujando. Seth siempre les había quitado a todos la ilusión por creer en lo que solía decir que eran tonterías. Si su madre podía comunicarse con Seshat, su padre también debería poder hacerlo. Seth se lo preguntó una noche a Seshat. Ella le contestó que lo hacía manteniendo la tierra viva, pero que ya no estaba entre sus capacidades entenderlo. Isis le acompañó al día siguiente a preguntárselo a Toth. Les dijo que él les hablaba a través del agua del Nilo que nacía del lugar donde vivía en los confines del Sur, más allá de Punt, y por los terremotos que de vez en cuando movían las tierras del Norte.

Cuando creció, a ella dejó de importarle porque aprendió a ver que lo único que hacía Seshat era estudiar el cielo para poder contar el tiempo y la historia, y aprender a ver en ello presagios del futuro. Sus padres habían sido exiliados, ella al cielo, y él a sostener la tierra. Desde hacía muchos años habían pasado cosas que nunca creyó posibles. Ahora le pareció evidente.

–  ¿Era verdad? – le preguntó Isis mientras observaba el cuidado con el que Seshat apuntaba cada detalle del cielo en el papiro.

Seshat se volvió sin comprender.

–  Lo que nos contabas cuando te acompañábamos a mirar el cielo – le explicó –. Lo de nuestra madre. 

Seshat asintió.

–  Yo nunca os he mentido.      

Se quedaron mirándose a los ojos. Isis se había dado cuenta que había obviado muchísimas cosas. Seshat le mostraba seguridad, e Isis le pidió que le hablara sobre ello. Le pidió un momento para terminar de apuntar todo lo que necesitaba. En ese tiempo se quedó mirando al cielo, con el único sonido de los grillos y del cálamo sobre el papiro. Siguió pensando en Osiris, en las tantísimas noches que habían visto un cielo como aquél.

–  No culpes a Toth por todo lo que ha ocurrido, ni porque esté tan pendiente de Horus – le habló Seshat.

Al mirar vio que estaba en pie

–  Vamos abajo a la habitación.

–  Prefiero quedarme aquí – le pidió Isis.

Estaba muy cómoda y no quería moverse de allí. Seshat volvió a sentarse y a mirar a su alrededor, al horizonte escarpado  sobre el cielo.  

–  Necesita que esta vez salga todo bien – continuó Seshat. Sabía que se refería a Toth –. Desde lo de Seth, y después de la muerte de Osiris… está decepcionado. Cree que Horus es la única manera de arreglar las cosas. Le entiendo, porque yo también quiero que sea así. Si gana Horus, todo volverá al equilibro. Antes de irte diste un regalo a Egipto que le ha hecho mucho bien. Pero aunque el Nilo sigue siendo tan abundante como siempre, el desierto está avanzando hacia el río. Hay muchas menos tierras cultivables y se suceden enfermedades continuamente, en los hombres y en los animales. Te estaban esperando a ti y a tu hijo con la esperanza de que todo eso remitiese. Te apoyarán para que todo vuelva a ser como en vuestros años de reinado, pero en el Sur apoyan a Seth porque creen que tu hijo no es el legítimo heredero y es él el causante de todas sus desgracias.

Respiró hondo, sin entender por qué Toth no le había contado todos esos detalles. De nuevo comprendió que consideraba que ahora era su hijo con el que debía compartir los asuntos de gobierno. Seshat le confirmó que él ya estaba enterado, que en las audiencias diarias a las que había acudido los últimos días, múltiples hombres de la región habían acudido para pedirle que resolviera los problemas que afectaban a sus tierras y a sus ganados. Tras explicarle todo aquello, volvió a mirar donde había dejado el papiro extendido. Se estiró para cogerlo y lo puso delante de ellas.

–  Pero tú lo que quieres es que te hable de Osiris – comprendió. Le sonrió con una mirada cómplice y volvió a mirar unos segundos el papiro en silencio. Isis sólo la miraba a ella. El corazón le había empezado a latir con fuerza, esperando por lo que llevaba pidiendo todos esos días –. Toth no quería decírtelo hasta estar seguro de que ibas a comprenderlo. Yo creo que después de esta noche hay cosas que ya puedes saber. Él te enseñará  todo lo que ha planeado y que tiene guardado en su archivo privado. Yo quiero contarte algunas cosas.

Isis seguía sin decir nada. Se había preocupado cuando le había advertido de aquella manera, y más aún tras contarle por la situación que realmente atravesaba Egipto. Habría cosas que no le iban a gustar, y sobre todo temió que hubiera ocurrido algo en Abydos. Aquélla era una zona fronteriza.

–  Al menos, antes de nada, dime que Osiris está bien – le pidió.

–  Sí – le confirmó –. Min se está ocupando de ello.

–  ¿Min? – le cortó extrañada –. Se suponía que Anubis debía cuidar de la tumba.

–  Sí – y con un gesto de la mano le pidió que la dejara explicarse –. Min se está ocupando de la frontera del Sur. Tiene además la tarea, tranquila, porque nadie más que él lo sabe, de procurar que a Osiris no le falte de nada. Seth empezó a mandar partidas a Abydos. Los pocos habitantes que ya quedaban abandonaron la ciudad y se refugiaron en otras más al norte. Tres años después de que te marcharas Anubis empezó a contarnos que cada vez veía más a menudo soldados de Seth en los alrededores de la ciudad y en el desierto. Le dijimos que se marchara. Estuvo un año más en Abydos hasta que Min prometió hacerse cargo de la tumba de Osiris.

A cada palabra Isis sentía todo su cuerpo más tenso. Sabía que si Seth se encontraba alguna vez con Anubis no dudaría en matarle.

–  ¿Y ahora dónde está?  

Con aquella pregunta Seshat se relajó y se acercó un poco más a ella.

–  Se ha casado, y tiene una niña. Hace cinco años.

Isis rió sin querer. Por un momento olvidó todo lo demás.

–  ¿Y quién es ella?

–  Anput.

–  De Saka – continuó Isis –. Cuánto me alegro, es una buena mujer. Su padre siempre nos trató muy bien. Me alegro. 

Era la primera buena noticia que recibía desde hacía mucho tiempo. Estaba contenta por él, porque además era algo que no se hubiera imaginado. 

–  Su hija se llama Quebenut. Viven en Saka. Se conocieron porque Anubis solía pedirle a su padre de vez en cuando que le enviara perros para cuidar tumba. Allí crían los mejores de Egipto. Cuando se marchó de Abydos estuvo aquí con nosotros, pero cada año iba a Saka, primero porque le invitaron a pasar unos días allí y ver todos los perros que estaban criando. Él siempre agradeció mucho todos los que le enviaron a Abydos. Después sólo iba para ver a Anput. Nunca nos lo contó hasta que Toth le dijo un día que si quería podía casarse con ella.

–  Siempre solía guardarse las cosas para él – recordó Isis.

Anubis se había criado con ella y con Osiris. Siempre fue una persona demasiado reservada, como Neftis. Sólo se abría a aquellos que de verdad significaban algo para él. No le gustaba estar con otros niños, prefería jugar sólo con sus animales. Le recordaba en palacio siempre cuidando de algún perro, pero sobre todo se acordaba del chacal que encontró en la colina donde realizaron la tumba de Osiris y que siempre vigiló la entrada junto a él. Con ella había sido la única con la que había hablado un poco más, a Osiris siempre le mostró el respeto que le debía como su padre, pero nunca encontró a nadie más que pudiera considerar un amigo o una relación más allá del protocolo. Se alegraba de que hubiera encontrado a la mujer adecuada. Era lo que necesitaba. Isis siempre le había valorado más allá de ser su sobrino o haberle tenido siempre con ella. Él le había devuelto todos los favores que había hecho por él de una manera totalmente desinteresada.

–  ¿Y por qué no han venido a vernos? – le preguntó al final, después de haber estado comentando todo ello. Isis comprendió la respuesta antes de que Seshat pudiera decírselo –. Por Horus.

–  Sí.

–  Porque no hubiera sido adecuado que justo ese día estuviera presente otra persona que también es hijo de Osiris.

Seshat asintió. Anubis había renunciado al trono cuando Isis se lo pidió. Sabía que él jamás sería una competencia para su hijo. Pero a Horus quizá tampoco le agradara la idea de verle, y Anubis se hubiera sentido demasiado incómodo. Había sido mejor así de cara al país. 

–  Aún así me hubiera gustado verle – reconoció Isis –. Le diré a Horus que cuando vuelvan de Henen-Nesut le recojan en Saka, a su mujer y a su hija. Quiero conocer a Quebenut.

–  Deberías preguntarle antes a Horus. Yo estaré encantada de tenerlos aquí. Toth también. El único que pude poner algún inconveniente es Horus.

–  Es su hermano.

–  Habla con él.

Seshat dejo notar en su voz una advertencia. Por su mirada, le estaba diciendo que Horus ya estaba enterado de todo ello y que no había dado muestras de aceptarles o interesarse por ellos. Seshat leyó en su pensamiento, dejó que comprendiera la situación, y asintió levemente. Aún así Isis estaba decidida a que les trajera con él. Si no, ella misma viajaría a Saka. Horus no le iba a prohibir nada.  

–  ¿Y Neftis? ¿Lo sabe?

–  No.

–  Ojalá lo supiera. Sería lo poco que le haría feliz. ¿Y Osiris?

–  Sí, él sí.

Isis bajó la mirada, volviendo a recordar su infidelidad. Pocas veces podía olvidarlo cuando tocaban ese tema. Pero no quería disgustarse en ese momento.  

–       Osiris… ¿cómo se enteró?

–       A eso te voy a contestar con lo que precisamente me has preguntado antes – le sonrió –. Nos hemos distraído con esto de Anubis. 

Seshat se puso de rodillas, tocó con cuidado la superficie del papiro para comprobar que la tinta ya estaba seca y se colocó en un lado para explicarle.

–  También tu madre está con él – le dijo, refiriéndose a Osiris –, hablo con ella a menudo. Cuando murió y cuando vosotros estuvisteis preparándole para resucitarlo, ella me dijo simplemente que quería cuidar de él. Toth ha creado el Amduat para juzgar a todos aquellos hombres que han muerto después de Osiris, antes de pasar al Reino de Occidente. El primero es aún un mundo de pinturas sobre papiros, y el segundo ni siquiera eso. Necesitábamos de ti para darle vida. De tu magia. Pero en la tumba donde sigue viviendo Osiris, Toth hizo un cielo para él antes de empezar con lo demás. Tan sólo son estrellas pintadas sobre un fondo azul, como tú lo viste cuando estuviste allí, pero Toth hizo que se convirtieran en un cielo de verdad en un momento concreto del día. Nut le hace una visita a través de un cielo nocturno como el que podemos ver aquí. Está con él tan sólo unos minutos cada día, antes de que amanezca en el mundo subterráneo y cuando aquí está a punto de que se oculte el sol.

Aquella era una de las cosas que sólo podría haber realizado Toth. Sólo él podía crear tiempo donde no existía. Si en su tumba había creado eso, estaba impaciente por ver el Amduat que había planeado durante su ausencia. Le había sorprendido también que su madre hubiera estado pendiente de ellos. Jamás pensó que ella pudiera influir en sus vidas. Siempre la creyó fuera de su alcance. Osiris sin embargo tuvo la esperanza de poder conocerla algún día y lo había conseguido. 

–  Nut le cuenta lo que va sabiendo de lo que ocurre más allá. Se alegró de saber lo de Anubis.

Isis asintió. Seshat bajó un momento la mirada al papiro y pareció estar leyendo en él.

–  Esta noche sólo hemos hablado de mí, me preguntó cómo estaba – le dijo, con la mirada aún puesta sobre los puntos de tinta que representaban estrellas y constelaciones ordenadas en columnas representado la división del cielo que hacía Seshat para ordenarlo –. Al verte me ha dicho que aún tienes que aprender a no ser la reina de las Dos Tierras.

Isis asintió. Eso era difícil, y más aún cuando el resto del mundo la seguía tratando como tal. Pero que se lo dijera Seshat no le hacía tanto daño como cuando lo había hecho Horus. De ella lo aceptaba, siempre sabía decirle las cosas de manera que no la molestaban. Seshat se puso en pie mientras enrollaba el papiro.

–       Podrás ir a verlo cuando Abydos sea seguro – le prometió.

Isis se levantó también. Deseaba volver a ver a Osiris, y más aún cuando le había dicho que su madre le visitaba cada día. Tenía curiosidad, simplemente por saber cómo era. También quería volver para crear el mundo que Toth aún no le había enseñado, tras la falsa puerta de su tumba que uniría ambos lados.

Cuando se levantó por la mañana Bes estaba como siempre esperando en su habitación a los pies de la cama con la ropa y sus sandalias, y habiéndole traído ya el desayuno. Le gustaba despertar con el aroma del pan y pasteles recién hechos. También le traía las noticias que habían sucedido antes de que ella se levantara.

Bes le colocó las sandalias cuando ella se sentó al borde de la cama, se las ató, y mientras le pedía que le contara qué estaban haciendo en palacio todos los demás, se sentó en el tocador y desayunó alguno de los pasteles de miel y manzana, y un vaso de leche. Horus se había levantado antes del amanecer y había convocado una audiencia para toda la guardia de palacio y de la ciudad. Isis recordaba que le había dicho que iba a organizar toda la seguridad de palacio antes de marcharse, y de todos aquellos que le acompañarían en su viaje. En las cocinas estaban preparando todo para la comida de ese día y cuando Bes se marchó para ir a esperar a que se despertara, muchos de los sirvientes ya estaban saliendo para recibir a todos los hombres que habían sido convocados.

Isis aún seguía pensando en lo que había hablado con Seshat la noche anterior, y cuando Bes terminó de contarle las novedades de esa mañana, le pidió que retirara la bandeja de la comida y que le trajera una tablilla de barro y un cálamo para escribir. Cuando se quedó a solas miró un momento el patio, y se quedó escuchando el sonido de los pájaros. Seshat siempre le había ofrecido todas las sirvientas que quisiera para que la atendieran. Ella prefería vestirse y arreglarse sola, porque salvo cuando la preparaba Seshat, nadie la dejaba como ella quería. Se miró al espejo mientras se cepillaba el pelo. Las cosas habían cambiado mucho más de lo que pensaba. Y no todas habían sido malas. Se hizo una trenza y la ató con un lazo. Sonrió mientras echaba los polvos azules, verdes y negros en una tabla de mezclas. En cada uno de ellos echó unas gotas de aceite hasta formar una masa uniforme moviéndolos cada uno con un pincel. Primero se echó las sobras azules en la base del ojo, lo mezcló con verde, y después lo perfiló con el kohl negro. Parpadeó un par de veces y volvió a mirarse al espejo. Por último se pintó los labios de color rojo, se vistió y se puso sus joyas, y justo cuando terminó vio a Bes esperando en la puerta.

Traía todo lo que le había pedido junto a su sello y una tela para envolver la tablilla. Se lo dejó en la mesa y ella lo cogió y se sentó con las piernas cruzadas sobre la alfombra.

–  Coge uno de esos vasos y ve a llenarlo de agua – le pidió a Bes, señalándole hacia una de las mesitas. El barro no estaba lo suficientemente húmedo.

Bes cumplió de inmediato. Isis se mojó los dedos y los pasó por la superficie de la tablilla. Pensó un momento antes de escribir. Tan sólo quería decirle a Anubis que fuera a verla, pero también le explicó que sería Horus quien le recogería. Mientras escribía, Isis le contó a Bes sobre su sobrino. Cuando levantaba la mirada y le veía escucharla tan atento, con tanta admiración, como siempre que estaba con ella, no podía evitar reír.

Ir a la siguiente página

Report Page