Isis

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Isis

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Seth le había ordenado darle un hijo. Ella intentó convencerle cientos de veces de que era imposible, pero siempre le echaba a ella la culpa. Incluso cuando él no estaba en palacio se despertaba en mitad de la noche imaginándose sus pasos subir por las escaleras. Si no era él, era Hathor. Lo peor era si venían los dos. Respiraba tranquila cuando la que veía era Mut. Al menos ella siempre había acudido para sanarla. Se había quedado embarazada quince veces y las quince lo había perdido tan sólo un mes después. Aún sentía el fuego en su vientre. La sangre salía hirviendo de su interior, y aún tenía los restos de las quemaduras entre sus piernas. Mut había hecho que el dolor no fuera tan intenso. Mantenía una de sus plumas sobre las quemaduras durante toda la noche y le daba pócimas para dormir. Al instante dejaba de sentir su cuerpo, tan solo permanecía la imagen de su hermana, la llamaba, la veía a ella en el momento en que estuvo a punto de morir al dar a luz. La llamaba para pedirle ayuda pero al despertar siempre se encontraba a Seth para castigarla, a veces con sus látigos y otras veces solamente le pegaba. Cada día le torturaba con Anubis, jurándole que llegaría el día en que lo mataría delante de ella como hizo con Osiris delante de su hermana.

El dolor de su cuerpo era constante, no recordaba un solo día en que no estuviera agotada nada más levantarse. Le torturaba también el miedo por saber que jamás se haría realidad lo que Seth se esforzaba en exigirle. Cada mañana lamentaba el no haberse quedado en Khemnu, pero luego era consciente de que ella debía estar allí, que todo había comenzado por su culpa, por haberle traicionado con Osiris.   

–  Mi señora, ya está todo listo.

Neftis vio que los baúles ya estaban cerrados. Había uno grande a los pies de la cama donde habían guardado todas las ropas y otros dos más pequeños en un lado, uno para las joyas y perfumes y otro para las sandalias y las bolsas con las pelucas. Ya era de noche y la estancia estaba iluminada con unas cuantas velas colocadas en su tocador. La luz era tenue, pero a ella la penumbra siempre le había gustado. Le hacía sumirse en sus pensamientos, que aunque la mayoría de las veces la atormentaban, también lograba recordar entre ellos los buenos. Le gustaba el atardecer, el saber que el día había terminado.

Los dos últimos años le habían ayudado a recordar algo más que sus penas, pero la incertidumbre nunca la abandonó. Todavía seguía levantándose en mitad de la noche. Aquel día apenas durmió. No quería marcharse. Quería prolongar esos dos años eternamente. Nadie la había vuelto a pegar, Seth parecía haberla olvidado, no había mandado a nadie para vigilarla. No quería volverles a ver. A nadie. Pensó en el día, que se repetiría durante muchos años, nada más volver de Nubt cuando Hathor entró en su habitación diciéndole que Seth quería tener un heredero para ocupar el trono del Desierto mientras él fuera el Señor de las Dos Tierras.

De una mano llevaba una vela y de la otra una bolsa de cuero. Se incorporó de repente, y lo único que pudo decirle fue que eso era imposible. Hathor rió y se acercó a su lado. Dejó la vela en la mesilla y la bolsa a los pies de la cama. Neftis la temía. Toda su belleza era la imagen del poder que poseía. Su hermana la odiaba porque se había atrevido a desafiarla como reina, pero ella conocía mucho más de cerca todas sus habilidades. No era sólo su físico, que era el primer arma que utilizaba con los hombres. Todo en ella era atractivo, sus ojos, su sonrisa, su voz, su manera de moverse, de hablar. Lograba convencer a todo aquél con el que hablaba. Con ella había utilizado mucho más, pero no fue suficiente para cambiar el destino de su hermano. Seth estaba demasiado confiado de que podría. Hathor le había hecho beber pócimas con todo tipo de ingredientes. También le introducía ungüentos para que su vientre fuera fértil, la cubría de aceites y le escribía palabras y dibujos en el vientre, en el pecho y en las piernas. Al menos Hathor nunca le hacía daño. Todo lo hacía con delicadeza. Era su manera de mirarla, de saber lo que vendría después. Seth siempre se esforzó por hacerla sufrir lo máximo posible.        

Neftis se dio la vuelta en la cama intentando apartar todos aquellos momentos de su cabeza. Le era imposible porque había sido su vida durante veinte años. Se quedó mirando el cielo de la noche a través de las columnas, estaba sudando a pesar del fresco que entraba por el balcón. Un par de veces miró hacia la puerta creyendo escuchar pasos. Luego recordaba que estaba sola. No quería marcharse de allí, a pesar de todo lo que le había prometido Toth. Va a ser una trampa, se repitió. Ahora ya no quería cambiar nada en su vida. Había tenido una pizca de esperanza cuando leyó la nota de Toth, el volver a estar con Osiris. Ahora le parecía simplemente una ilusión.

Estaba cansada. Esos dos años habían sido un alivio que no quería romper por una alternativa incierta. Cuando llegaba la noche y volvía a su habitación, repasaba todo lo que había sucedido durante el día. Estaba bien estando sola y quería seguir así para siempre. Sin embargo, cuando se hizo de día y su doncella vino a buscarla supo que al menos tenía que intentarlo. Volvió a pensar en Osiris. En volver a ver a Anubis. Seth debía aceptar lo que Neith había dicho.

Tomaron la ruta del wadi de Hammamat hacia Gebtu. Neftis se sintió extraña al cruzar las puertas, pero en todo momento mantuvo la vista al frente. Adoraba las vistas de El Oasis desde lo alto de los riscos, sobre todo al atardecer cuando la piedra parecía estar ardiendo sin consumirse. Ahora al amanecer el sol despuntaba por el este dejándose ver entre los tejados más altos de palacio. No quiso mirar atrás. Había acudido muchas veces con Seth cuando aún estaba en construcción. Lloró en silencio recordando la tarde anterior antes de que se mudaran allí para ser coronados como reyes del Desierto.

Le había acompañado hasta lo alto de uno de los riscos a media hora de palacio, justo donde la piedra empezaba a convertirse en un desfiladero más profundo. Llevaban todo el día repasando cada estancia de palacio. Hacía una semana que habían adecuado para ellos una de las casas de los futuros funcionarios al borde de lo que sería el harén. Le dijo que quería estar con ella y llevarla al lugar que siempre había sido su favorito. Neftis lo adivinó en seguida. Le siguió sonriendo, contenta. Él también estaba feliz. Desde que eran niños habían sido conscientes de la parte del mundo que les tocaría gobernar a cada uno. Seth siempre intento quitarle a Osiris lo que era suyo, se había enfadado muchas veces, pero desde que comenzaron con las obras, después de que vio que era mucho el territorio que iba a ser suyo, pareció cambiar de opinión. Fue la única vez que escuchó de sus labios que estaba orgulloso de ella.

Fue poco el tiempo que estuvo conforme. Después apareció Hathor que también le apoyó en sus pretensiones. Un año después de ser coronados como reyes del Desierto y sus hermanos en el Nilo, empezó a discutir con él por sus continuas visitas a El Oasis. Tenía celos de ella porque sabía que estaba ocupando su lugar como mujer. Seth empezó a apartarla, pero aún la respetaba. Ella jamás pensó que estuvieran planeando reemplazar a sus hermanos en las Dos Tierras, y menos aún acabar con todos los hombres que poblaban la tierra. Se escribió mucho con Isis es en esos dos años que precedieron a la rebelión. Ella tan sólo le contaba lo ofendida que se sentía e Isis le respondía con lo mucho que la odiaba.

Todo se supo en el juicio. Hathor había extendido por toda la tierra enfermedades que asolaron los campos y que estuvieron a punto de matar de hambre y de sed a todos los hombres. Durante un mes el agua del Nilo se convirtió salada y en la tierra se perdieron todas las cosechas. Pero Osiris volvió a hacer fértil los campos e Isis curó a todos los hombres con su magia y sus conjuros recorriendo todos los pueblos y ciudades. Fue entonces cuando Isis comenzó a enseñar a todos aquellos en los que confiaba algunos secretos del arte de la curación. Amón y Mut fueron los que más les ayudaron. Apresaron a Hathor mientras huía al desierto desde Dendera, y mandaron fuerzas a Min para retener a Seth antes de que pudiera regresar a El Oasis.

Neftis recordaba la conversación que había tenido con Osiris el día en que fue llamada para ir a Abydos. Su hermano la había escrito diciéndole que Seth y Hathor ya habían sido detenidos y que en un mes se celebraría el juicio en Khemnu. Osiris le dijo que Isis había montado en cólera y que había jurado condenar a Seth con destruir su corazón. Sabía que tenía el poder de hacerlo. La había visto enfadada y en esos momentos tenía que apartar la mirada de sus ojos porque le hacían daño. Seth vetó su asistencia, y Toth y Ra consideraron adecuado al pensar que Isis pudiera cometer alguna locura.

Idos, les había dicho a su hermano y a ella cuando fueron a despedirse. Y haced justicia. Jamás la había visto así. Estaba sentada en el suelo sobre unos cojines, tenía el rostro tenso, agarraba una copa con fuerza y había pronunciado cada palabra en voz alta y con ironía. Fue la única vez que había temido por su reacción. Entendía a Osiris cuando le había dicho que sería incapaz de llevar acabo un juicio justo. Él siempre había logrado controlar sus nervios en cualquier situación e incluso Isis le reprochó mientras se marchaban que no estaba siendo sensato por mantenerse tan calmado. Osiris no le hizo caso y se marchó sin decir más. Su hermana era incapaz de controlarse cuando se referían a asuntos que la afectaban a ella directamente.

Durante todo el día viajó sentada en el carro junto a sus pertenencias, con la mirada perdida pensando únicamente en su pasado. No sabía qué se encontraría a su llegada. Iban a Nubt, allí estaba su sobrino con sus tropas. También su hermana, Toth, y todos los que acudirían al juicio en Tebas. El juicio por la rebelión de Seth y Hathor era el único al que había acudido en toda su vida. Ante la incertidumbre se le venían a la cabeza todos esos días en que cada uno defendió sus causas, las discusiones, el cansancio de pasarse días enteros sentada en una silla, para que al final Seth saliera impune y Ra defendiera a su hija. Esta vez al menos la condena ya había sido hecha. Sólo iban para ratificarlo. Pero si Seth no aceptaba… Esta vez Amón se había rebelado también, y él era uno de los hombres más poderosos de Egipto. Osiris le había nombrado príncipe reconociéndole su ayuda en la rebelión, como el primero de todos los nobles de Egipto. Ahora iban a Tebas y Amón también se estaba jugando sus intereses. Y Hathor. Sentía que no iban a ceder, que había algo más detrás de la fácil rendición de Seth.

Cuando sólo les quedaba un día de viaje Neftis mandó a un par de sus soldados a comunicar su llegada a Gebtu. Habían pasado cinco días de viaje, el ir con carros les había ralentizado un poco más, en un trayecto que solía ser de tres días. No se habían encontrado a nadie, los caminos secundarios que daban a las rutas del norte y del sur y hacia las minas de oro y cobre estaban desiertos. Hasta hacía poco habían estado en guerra y viajar por el desierto había sido inviable. Aún así ella no había pensado en ningún momento en su inseguridad. Ahora estaba más protegida de lo que lo había estado en mucho tiempo.

Cuando vio el Nilo a través de las lonas del carro sonrió levemente. Respiró hondo. Hacía veintidós años que tan sólo lo había visto en pinturas, a las que ya no prestaba atención. Pero lo recordaba mucho más caudaloso la última vez que había viajado allí, para coger un barco a Mennefer por orden de Neith. La arena ahora casi llegaba hasta la misma orilla, mezclándose con los barcos que portaban el estandarte de Abydos. Un trono azul sobre fondo dorado. Horus. De repente se puso nerviosa al ver un grupo de hombres armados esperando al fondo del camino, donde comenzaban las casas de la ciudad. No distinguió a la persona vestida de blanco que estaba al frente de ellos. Ella había mandado a un par de sus hombres que se adelantaran, era lógico que hubieran salido a recibirles.

Se rehizo la trenza ella sola, se alisó el vestido y mientras se quitaba un poco el polvo de sus piernas sintió una presencia en ella que la inundó por completo. Era Toth. Se sintió bien y dejó que permaneciera en ella hasta que detuvieron el carro. Al bajar le reconoció de inmediato.  

Estaba serio, no se movió. Mantuvo la mirada fija en ella hasta que se quedó a unos pasos de él. Neftis apretó los labios esperando que dijera algo. Quiso marcharse, teniendo la certeza de que había hecho mal al venir. Toth extendió una mano y ella la agarró. Al sostenerla le transmitió calma. Recordó que cuando estaba nervioso o preocupado se mantenía más distante de lo normal.

–  Dame un beso – le dijo en voz baja.

Neftis sonrió al darle un beso en la mejilla, y mientras la conducía a los barcos para cruzar a Nubt volvió a tratarla como siempre. Toth había leído en su corazón sus últimos veinte años. Por eso estaba preocupado.

–  No te merecías eso – le hablaba mientras cruzaban el Nilo.

Neftis no contestó. Simplemente bajó la mirada y se encogió de hombros. No le recordó que podía haberlo evitado. Toth no insistía cuando lo único que iba a conseguir era que se sintiera aún más culpable. Neftis cambió de tema preguntándole por su hermana, por su sobrino y por todos los que ya estaban en Nubt. No le preguntó por Anubis, pero Toth adivinó que era lo que de verdad quería saber.

–  Él no ha venido – le contestó a sus pensamientos –. Pero está Isis.

A ella era a la que más quería ver. Neftis perdió la mirada en la corriente del río hacia el norte, sintiendo la brisa fresca que llegaba desde el Mar Verde. Era muy diferente a la brisa seca de las noches en el desierto. Toth le habló también de Osiris. Le contó todo lo que había enseñado a Isis antes de marchar a la guerra. Ella le escuchaba mirando a su alrededor, contenta porque todo aquello se hiciera realidad, mientras el aire del Nilo parecía devolverle la vida. Sin embargo, al desembarcar en Nubt y caminar hacia el palacio que había sido de Seth quiso detener sus pasos. Caminaba de la mano de Toth, pero antes de cruzar el pilono de entrada tiró de él sin querer cruzar. Aún sabiendo que Seth no estaría allí sentía pavor al recordar su última estancia allí. De nuevo él le aportó calma. 

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Cada mañana desde que regresó a Nubt Isis intentaba pensar que había hecho lo correcto. Horus se había enfadado con ella al enterarse de que había forzado la paz. No quería la ayuda de Toth de aquella manera. No quería ceder a Seth lo más mínimo. Aunque Neith lo hubiera decidido y lo creyera justo por ser su palabra. Él necesitaba una victoria completa. Isis intentó convencerle de que nadie tenía por qué enterarse de que había sido idea suya sin haber contado con él. Ella diría a todos que había tratado aquellos asuntos a sus órdenes. A él eso no le servía. A ello se había añadido la llegada de Neftis.

Isis se levantó temprano. Vio a su hermana todavía dormida a su lado. Esta vez se había llevado con ella a Bes cuando marcharon de Khemnu. Él ya estaba allí esperando para darle los buenos días. Isis le hizo un gesto con el dedo para que no hiciera ruido mientras ella salía de la cama.

–       Déjala dormir todo lo que quiera – le dijo a Bes en voz baja –. Y cuidala por si necesita algo. 

Isis la había dejado quedarse con ella porque no quería que estuviera sola. Se asustó cuando Toth la había llevado con ella nada más llegar. Estaba a punto de ponerse a cenar, justo allí. Se puso en pie. Sabía que iba a llegar ese día y le pidió a Toth que quería ser la primera en recibirla. Estaba mucho más delgada que la última vez que la vio, el vestido aún le marcaba más los huesos. Tan solo se había pintado la raya del ojo, estaba pálida, tenía ojeras, y se dio cuenta que era por mucho más que el cansancio del viaje. Se quedó un rato mirándola a los ojos, y supo de todo su sufrimiento. Toth se lo dijo en un instante al darse cuenta de cómo la miraba. Isis aún se quedó perdida unos segundos más en sus ojos rojos y su pupila granate. Con ella le era muy fácil leer sus pensamientos. Neftis empezó a llorar cuando supo que estaba viendo todo lo que había vivido los últimos veintidós años.

Isis la abrazó cuando se quedaron solas y dejó que se desahogara. Se sentaron en la mesa, le ofreció agua, zumos y algo de comer, mientras ella le hablaba de Anubis. Esa noche en la cama no soltó ni un instante su brazo. Isis se quedó mirando al techo sin saber si había logrado quedarse dormida o no. Sólo recordar lo que había visto en su hermana, sintiéndolo como suyo. También había visto las sospechas de Neftis respecto al juicio al que iban a marchar en unos días aunque no le dijo nada.

Isis salió de la sala para ir a buscar a su hijo, pensando aún en esa primera noche con ella hacía una semana. Ella misma empezó a dudar pero tampoco dijo nada. Temía estar obsesionándose por lo que sólo era el temor de su hermana que le resultaba lógico. Luego se le venían a la cabeza las veces que no había hecho caso a sus sospechas. En Sais. Ahora su hijo también podría estar a punto de morir. Creyó conveniente decírselo. Marcharían al día siguiente y ya había discutido demasiado con él como para también ocultarle lo más mínimo aunque no lo creyera de importancia. Al menos quería que estuviera avisado.  

Le encontró en su tienda del campamento. Estaba con Herishef, Anhur y Horus ultimando la marcha al sur. Isis se quedó esperando junto a la entrada al pasar, esperando que se dirigiera a ella. Horus la miró al terminar de hablar sobre la ubicación de su ejército en Tebas Oeste.

–  Me gustaría hablar a solas contigo – le pidió.

Horus asintió e Isis esperó a que los demás se retiraran para acercarse. Isis le miró a los ojos antes de hablar. Había notado que desde que regresó había intentado distanciarse de ella. Esta vez ya no sabía si iba lograr confiar en ella otra vez.

–  Dime – le habló en un tono seco.

Se levantó de la silla en la que estaba sentado, junto a una mesa en la que había repartidas copas y jarras. Isis miró a su alrededor. Ya habían recogido las armas que solían estar colocadas en torno a la sala, como Neith las había tenido en su cabaña. Sólo quedaban las alfombras que cubrían el suelo y una mesa con sillas.

Ella se acercó un poco más y le agarró del brazo.

–  Horus – le pidió.

Cada vez que le veía intentaba arreglar las cosas con él, hacerle entender que el pacto que debía aceptar no era tan malo.  Él se apartó con un gesto brusco. Isis respiró hondo y mirándole a los ojos, le habló de la misma manera que él la había recibido.

–  Cuando lleguemos a Tebas no permitas que haya ni un solo hombre armado en la ciudad – le exigió –, igual que nosotros vamos a dejar el ejército en Tebas Oeste, que Seth deje a sus hombres a una distancia prudente de la ciudad. Que durante el juicio no haya una sola arma en la ciudad. Ni una sola.

–  ¿Qué está ocurriendo?

–  Hazme caso. Seth es peligroso. Nos ha traicionado muchas veces.

Isis notó de inmediato que él también había comenzado a sospechar. Esta vez le hizo caso. Le aseguró que pondría esas condiciones antes de cruzar las murallas de Tebas y sin decirle más la dejó sola para avisar a todos de sus nuevos planes. Cuando Isis salió fuera vio a Horus, su guardia, esperando solo en la puerta. Isis le miró un momento, pensativa.

–  ¿Has escuchado todo? – le preguntó, sabiendo que había estado custodiando la entrada.

–  Sí, mi señora.

Isis sonrió mirando al frente, a todos los hombres que estaban entrenando, a otros llevando armas hacia los embarcaderos, otros recogiendo, poniendo a punto los carros, limpiando los caballos. Pensaba que su hermana exageraba, pero esta vez no cometería el mismo error que en Sais. No tenía por qué suceder nada, pero no podía fiarse de Seth. Era lo único en lo que aquellos días su hijo y ella estaban de acuerdo.   

–  Aunque mi hijo lo prohíba – le habló a su guardia sin ni siquiera mirarle –, tú lleva un arma contigo.

–  Sí, mi señora – le contestó en voz baja, apenas audible.

La comprendía y sabía que era sensato. También había entendido que ese asunto sería algo confidencial entre los dos. Horus se inclinó levemente.

Marcharon al día siguiente al amanecer. Se reunieron en el embarcadero de Nubt después de despedir al ejército que iría por tierra al mando de Herishef. Isis y Horus fueron custodiados por sus escorpiones y sus sirvientes hasta allí. Por el camino le dijo que esa mañana acababa de mandar a un mensajero para poner a Seth las condiciones que ella le había sugerido. Cuando llegaron solamente estaban los remeros y los supervisores vigilando los barcos y preparándolos para partir. Acababa de amanecer y todavía quedaba en el aire el fresco de la noche. El río estaba bajo, estaban en la época de la sequía, pero sería suficiente para llevarles hasta Tebas.

Horus se paseó por los embarcaderos comprobando personalmente las cinco embarcaciones que había ordenado tener listas. Cuando volvió del lado de Isis se quedó mirándola en silencio, adelantada un poco a sus guardias, y que había estado observándole en todo ese tiempo. En cuanto se puso de su lado se quedó mirando la ciudad de Nubt, esperando para recibir a todos los demás. Le molestaba encontrarse en esa situación y sobre todo la presencia de su madre. A veces le había demostrado que era demasiado débil para enfrentarse a una guerra, y ahora ya no le quedaba ninguna duda. Le guardaba rencor por haber actuado sin su consentimiento. Los acuerdos no le parecían justos. Comprendía que Neith quisiera favorecer a Seth, pero de esa manera siempre seguiría siendo una amenaza para él. Desde que recibió una de las cartas con su palabra, había intentado buscar la manera de modificar su decisión. La conocía demasiado bien como para desobedecerla. Respiró hondo y apretó las manos recordando ese momento. Había roto el papiro, lo había hecho pedazos, pero eso no sirvió para eludir su palabra. Todos debían aceptarlo. Esperaba que Seth no lo hiciera y tener un motivo para seguir enfrentándose a él por las armas.

Horus miró a Isis de reojo y ella al darse cuenta le miró también. Cada vez que se cruzaba con ella le recorría la misma impotencia que el día en que regresó con Toth y Seshat a Nubt. El saber que no podía hacer nada. No dejaba de lamentarse por haberla dejado participar tan de cerca. En un principio había deseado apartarla del centro de la batalla. Su sitio era el palacio. Recordó las grandes expectativas que tenía sobre ella el día que la vio despertar en Sais y saber que podía volver a contar con ella. Le había decepcionado en algunas ocasiones, pero se dio cuenta lo mucho que la necesitaba. Durante dos años había vuelto a confiar en ella.

Había sentido la carta de Neith como una traición de su madre y aún más que hubiera recibido a su hermana en Nubt. Todavía temía que Isis cometiera alguna locura en el juicio. Aún le quedaba la incertidumbre de que mirara más por su hermano que por él. 

–  Recuerda que estás conmigo – le susurró al ver a Toth y a Ra acercarse seguidos de todos aquellos que les acompañarían.

Isis asintió, con la mirada perdida en la calle que unía el palacio con el embarcadero. A pesar de que creía haber hecho lo correcto no dejaba de sentirse culpable por su hijo. De inmediato volvió a pensar en lo que le llevaba obsesionando desde que Neftis llegó a Nubt. Temía que tuviera razón.

Ella navegó en un barco junto a Neftis y Maat. Iban detrás del de Horus, y desde cubierta se quedó mirando a su hijo junto a Toth y Ra. De vez en cuanto echaba un vistazo a los que le seguían, Ptah, Nejbet y Tueris, Seshat y Anhur, pero de todos ellos a quien más había anhelado tener ante ella había sido a Ra. Había llegado con Maat hacía dos días. Jamás le había conocido en persona y de pequeña había soñado con poder hablar con él. Esa situación había sido diferente a las muchas que había imaginado. Su hijo se encargó de darle la bienvenida en el patio de Nubt y ella se había mantenido a una prudente distancia mientras le vio pasar de largo hasta el interior de palacio. Era alto, fuerte, llevaba la cabeza afeitada, y lo que más destacaba de su rostro eran sus ojos delineados con kohl. A Isis le había llamado la atención toda su ropa bordada en oro, y sus joyas que brillaban más que cualquiera de las que ella había visto. Sólo recordaba esa intensidad en el metal precioso de la punta del obelisco de Khemnu. Cuando se lo dijo a Seshat esa noche se echó a reír. Le dijo que él sabía contener en el oro todo el brillo del sol.

Pero al verle también le había notado arisco, molesto, había caminado al interior sin dirigirse a nadie salvo a Horus y Toth, con los que apenas había cruzado un par de palabras después de darle la bienvenida. Sintió cierta decepción. Escuchó a Maat decir que odiaba que le hubieran implicado en los asuntos de la tierra, y que sólo acudía allí por Hathor, para que se le tratara con justicia. Isis suspiró apartándose de la barandilla del barco. También tendría que verla a ella.

Se sentó con Neftis en una de las tablas de madera de la popa. Ella aún estaba nerviosa. Antes de dormir había estado llorando diciéndole que no quería ir, y cuando se levantó por la mañana todavía tenía los ojos hinchados. Le apretó su mano al sentarse con ella, pero no dijo nada. Estaban a punto de llegar.

Isis estuvo atenta al ver levantarse las murallas de la ciudad y en ese momento Maat les dio la orden de prepararse para llegar. Se pusieron en pie y se acercaron a la proa. Al mirar hacia el oeste vio al ejército por la carretera a un kilómetro de distancia de la orilla. Horus ordenó detener los barcos cuando un carro se acercó a la orilla. Isis vio a Horus y a Herishef intercambiarse gestos con los brazos y la cabeza para que cumpliera con lo que habían establecido en los últimos días. En cuanto el ejército tomó el camino hacia Tebas Oeste ellos se acercaron al canal que llevaba al borde de las murallas de Tebas. Había un par de guardias en lo alto y al instante apareció Amón entre ellos. Les observó un momento y dio su consentimiento para que abrieran las puertas que unían el canal con el embarcadero del palacio.

En cuanto pasó a través de ellas, Isis se quedó con la mirada fija en el lago. Todos los que les esperaban eran sirvientes de palacio, el patio seguía tan impresionante como lo recordaba, rodeado de palmeras, árboles y flores, como si la guerra allí no les hubiera afectado. De inmediato recordó que Hathor estaba allí. Cuando terminaron de desembarcar Mut salió a recibirles por la avenida que llevaba al pilono del este que daba acceso a las zonas públicas del palacio de Amón.

Horus se dejó atender por todos los que le ofrecían agua y comida. Recelaba de todos, miraba a su alrededor sin olvidar un instante que se encontraba en la ciudad que no había logrado tomar durante dos años. Bebió y comió con temor de que estuviera envenenado. Dio un poco a Nubneferu, que como siempre, se mantenía sobre su hombro, tranquilo. Como le había sucedido en Dendera, toda aquella perfección parecía anunciarle un desastre inminente. Su halcón siempre parecía adelantarse a una situación de peligro y le había tranquilizado que esta vez no se pusiera nervioso, pero las advertencias de su madre le habían dejado inquieto. Intentó desecharlas al pensar que eran los temores de Neftis. No quiso salir a recibirla cuando supo que llegaba a Nubt. Se había cruzado con ella un par de veces en palacio. Se habían quedado mirando. Ella intentó hablar con él, pero como le había sucedido cuando supo de ella en Sais, no le produjo una buena sensación.

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