Isis

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Isis

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–  La primera vez que lo vi era una cría – le explicaba, viendo en sus ojos lo importante que había sido para él. Para ella era la muestra de que todas las promesas que le habían hecho se estaban cumpliendo –, no medía más de un palmo. Cuando vine aquí no había nada de esto. Tus guardias estaban aún viviendo en tu cabaña. Cuando Neith les dijo que se apartaran de ti comenzamos a construir las tiendas y todo lo demás. Ella lo organizó todo nos dio todo lo que necesitamos. Nada más llegar aquí lo vi volar, me quedé mirándolo. Me gustó, y al momento lo tenía conmigo, como ahora cuando ha venido a mí. Hemos crecido juntos – le sonrió, encogiéndose de hombros al recordar ese momento que le acababa de contar.    

Aún lo tenía sobre sus dedos, y con la otra mano la agarró a ella de la muñeca para adelantarse a recibir a sus guardias. Les vieron desde lo lejos entre una nube de polvo. Aún tardarían unos minutos y dudaba que se hubieran dado cuenta de que ella estaba allí. Isis al mirarles se impacientó por tenerlos ante ella, sobre todo a Horus. Lamentaba pensar que durante todo ese tiempo se hubiera sentido culpable por todo lo que había sucedido con su hijo. Para ella aquel día era el último que recordaba y todavía lo seguía teniendo muy presente. Por momentos se olvidaba que para los demás habían pasado diez años.

–  Quiero que te reciban como una reina – le susurró Horus.

–  Ellos siempre me han tratado como tal – contestó quitándole importancia.

–  Pues precisamente por eso.

Se irguió un poco más mostrándole orgullo, pero su tono exigente le hizo sonreír. Más que una orden le había sonado a reproche, como cuando de pequeño se esforzaba por salirse con la suya. Al mirarle de nuevo supo que aún le quedaban para madurar algunos años. Tenía que desaparecer en él todos aquellos rasgos que le delataran la más mínima muestra de su niñez. Necesitaba presentar a Egipto a su hijo, pero también al hombre que sería su rey.   

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Isis observaba en pie, con los brazos cruzados, las flechas que surcaban el aire desde el arco que sostenía su hijo, que se iban clavando el mismo centro de la diana. Era la quinta vez seguida que acertaba. Como las veces anteriores Horus se giró para mirarla. Él sonrió con orgullo, e Isis asintió en silencio.

–  Déjame probar.

Ella nunca había tenido buena puntería. No se le daban bien todos aquellos juegos de guerra, ella prefería planear la estrategia. El pensar que su hijo se pudiera reír de ella le había hecho reprimir las ganas que tenía de volver a sostener un arco o acompañarle como auriga durante una cacería. Como alguna vez lo había hecho con Osiris. 

Horus levantó una ceja y sonrió. Isis se acercó con la mano extendida para que le pasara el arco.

–  Quiero disparar una flecha – le insistió –. ¿No vas a permitir a tu madre ese capricho?

–  Claro que sí – se rió.

–  No te rías. Puede que acierte.

Ambos rieron. Horus le ofreció el arco mientras él se desabrochaba la muñequera de cuero para atársela a Isis. Ella le observó en silencio mientras se la ataba en el antebrazo izquierdo.

–  Ya está. Toma – le ofreció una flecha.

Isis se colocó en una marca negra sobre la arena, tensó el arco y apuntó a la diana que estaba a dos varas de ella. Conocía la teoría a la perfección. Esperaba que diera resultado. Soltó la flecha, la cuerda rebotó en la muñequera de cuero, y al instante la flecha pasó rozando la estaca de madera y cayó al suelo. Isis apretó el arco con fuerza, con rabia, mirando a lo lejos. Cuando miró a Horus de reojo sonrió. Él parecía haberlo imaginado.

–  No pasa nada – le dijo Horus mientras le quitaba el arco de las manos –. El que va a luchar contra tu hermano soy yo.

Cogió otra flecha del carcaj que llevaba a la espalda y en un instante estaba clavada en el centro de la estaca junto a las otras cinco. Isis la observó pensando en lo que había dicho. En ese momento se quedó seria. Desde que había comenzado a instruirle de nuevo, enseñándole todo lo que se encontraría en Egipto, a comportarse, el protocolo que debía seguir, hablándole sobre el contacto con otras gentes, y sobre todo hacerle ver que cuando regresara debía someterse también a la voluntad y al consejo de muchos; pensó en lo que se encontrarían a su vuelta. Tenía que ser consciente de que Egipto llevaría veinte años gobernado por Toth en el Norte y por Seth en el Sur. Eso si las cosas no habían cambiado y si los gobernadores locales no se habían rebelado contra alguno de los dos. Esperaba que de ser así fuera en beneficio de Toth.

Horus le había contado que Neith a menudo le había dejado ver el presente de las Dos Tierras. La situación era según se la imaginaba. Se había alcanzado un cierto equilibro entre el Valle y el Delta que estaban a punto de romper. Tueris había roto las relaciones con Seth en cuanto regresó a la Región de las Cataratas, y Nejbet había seguido guardando aparentemente su lealtad a Seth.

Desde que Isis había vuelto, Neith ya no había ido a buscarle diariamente como hasta entonces. Horus lo echaba de menos, incluso había veces que hubiera hecho lo que fuera por pasar unos momentos con ella. Sin embargo, ahora tenía otras formas de entretenerse y había aprendido a no depender de todo lo que Neith le ofrecía. Habían recogido lo que Isis había guardado en la cabaña en un par de días y se había trasladado a la tienda de su hijo mientras se construía con su ayuda y con la de sus guardias un nuevo pabellón para ella junto al de Horus. Y ahora en vez de estar con Neith estaba con Isis aprendiendo directamente de ella todo lo que implicaba ser rey en Egipto. A pesar de que su madre insistía en ello, él sabía que no le iba a costar relacionarse con otras personas que hasta el momento en que él regresara habían tenido en sus manos el control de Egipto. Si era cierto todo lo que Isis le decía, le respetarían, y él les escucharía y se dejaría aconsejar por ellos. Sobre todo tenía ganas de conocer a Toth, del que tanto le habían hablado sus guardias y su madre. También lo conocía por las veces que Neith se lo había mostrado. Aunque se veía por encima de cualquiera, también era consciente de que todos ellos llevaban viviendo allí mucho más tiempo que él y necesitaba de su ayuda. Deben respetarte a ti y no por lo que tu padre o yo hicimos en el pasado, le había dicho Isis, intentado que entendiera lo que le estaba diciendo, uno de esos días en que se veía demasiado confiado de su triunfo. Él le había dicho que quería volver ya. Isis se negó, y él le criticó que no tendría ningún problema en imponerse porque era su hijo y que pasara lo que pasara debían obedecerle. Claro que mi autoridad o la mención de tu padre pesa muchísimo, pero gánatelo. Sé digno de ese honor. Nunca más volvió mostrar su vanidad.  

–  Seth sabe que existo – le dijo Horus una vez que volvió de estar con Neith. 

Esa vez había sido la segunda que Neith le había ido a buscar en los cinco años desde que Isis estaba con él. De la primera resultó la conversación que había hecho a Isis enfrentarse a él. Volver a estar con Neith le hizo regresar altivo y pensando que podía hacer frente a cualquier cosa por el simple hecho de ser él. Eso le demostró a su madre que aún necesitaba mucho que aprender del mundo que se extendía más allá de Sais.

Esta vez Isis no se atrevió a preguntar nada. Al escuchar el nombre de su hermano se quedó parada en la silla donde estaba, dentro de su tienda. Neith le había ido a buscar por la mañana y ella no había salido de sus estancias en todo el día. Estaba preocupada, sin saber cómo regresaría. Isis había retomado sus escritos, había llenado el vacío de esos diez años, y ese día se había levantado contenta al apuntar el día en que su hijo cumplía veinte años. Durante los cinco años que habían pasado desde que despertó se había dedicado por completo a supervisarlo todo y a preparar su vuelta. Llevaba ya varios días pensando en el momento adecuado para decirle a su hijo que era el momento de regresar. Llevaba todo el día sola y pensar que Neith podía estropearlo todo le ponía aún más nerviosa. Cuando escuchó eso de la boca de su hijo no reaccionó.

Horus había entrado directamente allí, se lo dijo de repente, sin ninguna anticipación. Al mirarla, demostrándole una mezcla de curiosidad y temor, adivinó que a pesar de su silencio quería saber. Se tomó un momento para descalzarse y quitarse las túnicas hasta quedarse únicamente con el faldellín corto. Se sentó en la silla justo enfrente de donde estaba recostada su madre bajo su mirada atenta. La miró un momento antes de continuar. 

–  Neith sabe que quieres volver a Egipto. Me refiero a que quieres volver ya. Yo también suponía que sería pronto – hizo una pausa y se miró sus manos sosteniendo uno de los dátiles que había cogido de la bandeja. Isis no dejó de mirarle. Estaba preocupado y lo entendía. Tras unos segundos volvió a mirarla a los ojos –. He visto a Seth, estaba en Nubt. Tiene un ejército. Lleva años preparándose contra mí. En estos veinte años le ha dado tiempo a reunir todos esos recursos. Aunque ya no tiene el oro de Tueris, tiene las minas de Hammamat y el apoyo de los reinos extranjeros. Ha pasado algo en Biblos… Ahora le apoyan a él.

Isis se inclinó hacia delante, nerviosa, no dijo nada, pero Horus le respondió a lo que estaba pensando.

–  No sé lo que ha pasado – contestó –. No he podido saber por qué, pero ahora Biblos y el resto de la costa le apoyan a él.

–  No debe ser nada nuevo para ti que mi hermano sepa de tu existencia – le habló Isis, cambiando de tema, pensando en lo primero que le había dicho al entrar.

–  Tomará el Norte de un momento a otro. Regrese yo o no. Tiene el ejército en Nubt listo para atacar.

–  No lo hará porque no podrá vencer.

–  ¿Por Toth?

–  Sí – asintió –. Pero cuando él te deje el mando del Norte las cosas van a ser distintas. Aprovechará el cambio de poder para dirigir su ejército contra ti. Está esperándote. Él no quiere enfrentarse a Toth.

Horus no lo había pensado de esa manera. Creía que iba a regresar a un país dividido y en guerra. Cada día se daba cuenta que su madre sabía mucho más de estrategia que él. Se había creído muy superior por el hecho de poder acceder a toda la sabiduría del universo con desearlo. Se daba cuenta que más allá de Sais el mundo se regía de otra manera.

Horus volvió a quedarse callado antes de contarle de lo que de verdad quería hablarle.  

–  Yo ya sabía que Seth estaba enterado de que había nacido un heredero legítimo de Isis y Osiris – recordó los momentos que Neith le iba mostrando imágenes de Egipto para completar el mosaico que le había construido hasta ese mismo día, encajando cada pieza en su lugar hasta conocer exactamente la situación por la que atravesaba su país. Había sido continuo hasta el momento en que su madre regresó. Después fueron un par de pinceladas que le hicieron intuir esos cinco años. Ese día le mostró a lo que se debería enfrentar –. Hoy ha sido la primera vez que Neith me ha mostrado todo lo que él siente por mí. Sabía que nos odiaba, pero no busca sólo destruirnos. Es…

–  Dilo – le obligó Isis con resignación al ver que dudaba. Ahora él también debía saber lo que significaba. 

–  Condenarnos. Quitárnoslo todo. Destruir nuestra memoria después de morir. Eliminar nuestro nombre.    

Isis asintió, recordando en un instante todo su pasado. Ahora ya podía hacerlo sin confundirse en sus recuerdos. Respiró hondo, sintiendo con detalle las palabras que había dicho su hijo. Era exactamente eso. Lamentaba verse en esa situación, tener que ser ella la que actuara primero para evitarlo. Incluso en ese momento era incapaz de asimilar que su hermano pudiera llegar tan lejos.

–  ¿Cuándo quieres volver? – le preguntó. 

–  ¿Crees que estoy preparado?

–  Eso es lo que te estoy preguntando.

–  Sí.

Ya no dudaba. Ahora que sabía a lo que tendría que hacer frente era el momento de volver. Ya no era únicamente como un deber a ella, o como una responsabilidad para pagar las deudas de su familia. Acababa de verse implicado en todo aquello de una manera muy directa. Se puso en pie e Isis le miró todavía sentada en su sofá. Respiró hondo, conteniendo su rabia.

–  Volveremos y seré yo quien venza – le juró –. Yo no condenaré su memoria. Haré que le recuerden como el hombre al que derroté. Haré que me coronen a mí como el unificador del Norte y del Sur.  

Isis se levantó, orgullosa por lo que le había dicho, pero sin decir nada. Le miró durante un rato a los ojos con la misma soberbia que él había utilizado al hablar. Horus no le apartó la mirada. Reforzó así su juramento.

–  Ahora vete a prepararlo todo. Anuncia a tus escorpiones que regresamos. Desde este momento tú nos guías.

Isis acababa de otorgarle el derecho a gobernar, incluso sobre ella. Ya siempre la última palabra la tendría él. Aún así, esperaba que la siguiera escuchando como hasta entonces. Horus asintió, y ella le hizo una leve reverencia, le besó en la mejilla y se volvió a sentar. Le observó salir de su tienda, y ella se quedó allí repasando sus papiros hasta que se fue a acostar. Estaba aún en el sofá, con la idea de irse a la cama. En el momento en que se puso en pie Horus, su guardia, entró en la tienda. Isis le miró pidiéndole una explicación.

–  Sé que es tarde – se disculpó –. Neith está con vuestro hijo. Acaba de llegar.

Isis dudó. No había sentido nada. Estaba acostumbrada a que cuando ella estaba cerca todo a su alrededor se volvía confuso.

–  ¿Otra vez? – se extrañó. Acababan de estar juntos hacía unas horas –. ¿La has visto?

–  Sí – le contestó muy seguro –. Estaba con los demás recogiendo la caza de hoy y limpiando los carros, y vi que entraba en la tienda de Horus.   

–  Entonces esperaremos a que terminen.

Se volvió a sentar y le indicó a Horus un sitio a su lado en el sofá. Le sirvió una copa de agua y le ofreció algo de comida de la bandeja. Cogió un trozo de queso y un poco de pan, pero en vez de llevárselo a la boca, volvió a dejarlo en la bandeja.

–  Vamos a volver – suspiró tras un silencio. Horus ya se lo debía haber contado todo.

–  En cuanto esté todo preparado – le confirmó –, pero ahora me preocupa lo que pueda estar haciendo Neith ahí.

Isis señaló con una mano hacia uno de los laterales de su tienda, donde justo al otro lado se encontraba la de su hijo. No se escuchaba nada. Bebió un poco de agua y retomó los pensamientos que Horus le había interrumpido. Estaba tan nerviosa que llegó a dudar de que fuera el momento. Pensó en retrasar un poco más su vuelta.

–  Horus – le llamó. Los dos se habían quedado con la mirada puesta en el tapiz blanco de la tienda –. ¿Qué opinas? – se volvió hacia ella sin saber muy bien a qué se refería –. Sobre volver, qué piensas – pero no le dejó responder, sólo fue una manera para empezar a contarle todas sus dudas –. Yo creo que ya está preparado. En los últimos meses me has dicho muchas veces que estaría listo para dirigir un ejército incluso contra las fuerzas de Seth. ¿Te ha contado mi hijo lo último que le ha enseñado Neith? ¿Justo hoy?

–  Sí.

–  Por eso he decidido que era el momento, pero ahora… no sé… tengo miedo de que no sea suficiente. Puede que Seth se haya hecho demasiado fuerte y al final no podamos vencer. No lo sé… Me da miedo que a pesar de todo lo que me he esforzado por enseñar a mi hijo que Egipto no será como esto, no sea capaz de acostumbrarse a ello. Yo por mí misma no puedo tomar el trono. Es él quien debe reclamarlo. Le ayudaré incondicionalmente, pero si él falla, ya no me darán a mí la corona aunque me la merezca. Si no gana… Será Horus o Seth.

–  Eso es lo que teméis. 

Isis le miró un momento a los ojos, ni lo afirmó ni lo negó, pero él entendió ese silencio y su rostro tenso. Horus se había dado cuenta de que lo que más le preocupaba eran las intenciones de su hermano. No se podría llegar a un acuerdo. Ella siempre había tomado el pacto como una posibilidad, pero Seth había acumulado en esos años demasiado rencor hacia ella y a su hijo como para permitirles compartir el mundo con él. Prefería morir antes que cederles lo más mínimo, y eso mismo era lo único que ellos podían ofrecerle.   

Hacía cinco años, desde el momento en que regresó con ellos, cuando su hijo la había presentado de nuevo a sus escorpiones como su reina, Horus fue el primero en arrodillarse ante ella y besarle los pies. Al levantarse Isis le tomó de las manos y le susurró al oído que ahora más que nunca debía estar a su lado. Algunas veces habían hablado sobre los años en que había estado entrenando a Horus y sobre lo que vendría después. Desde que despertó el hecho de estar en Sais ya no le impedía pensar con claridad. Empezó a planificar con él todo lo que deseaba, pero se daba cuenta que no tenía todavía una estrategia perfectamente planificada en comparación con el ejército que tenía preparado su hermano. Le asustaba que al regresar nadie les apoyara en la guerra que veía como inminente.

–  ¿Mi hijo os ha dicho algo sobre lo que vamos a hacer?

–  Nos ha ordenado recoger todas las armas y los carros, organizarlo todo para marcharnos de aquí.

–  Me refiero en cuanto pongamos un pie en Egipto.

–  No.

–  Bien – miró un momento a su alrededor y en un instante lo decidió todo –. Escúchame. Le hablaré sobre esto, pero diga lo que diga es lo que vamos a hacer.

Isis no había olvidado que esa misma tarde le había ofrecido a él el poder para dirigirles, pero sabía que la escucharía. Se acercó un poco más a Horus y bajó la voz.

–  No sé si en Egipto sabrán que estamos pensando regresar. De todas formas en el Norte estamos seguros. Desde donde estamos ahora vamos a parar al desierto de occidente, así que viajaremos por él hasta llegar a Khemnu. Con todas las provisiones que tenemos y con los caballos de Neith es lo único que podemos hacer. Una vez allí lo organizaremos todo con detalle. 

Era un plan muy sencillo. Las pocas tardes en las que se habían quedado a solas habían hablado sobre las diversas posibilidades con las que se iban a encontrar a su vuelta. Habían tenido poco tiempo sin que apareciera su hijo reclamando a uno de los dos. Una de las posibilidades que habían tenido en cuenta fue que Seth tuviera preparado un ejército, la misma a la que ahora se tendrían que enfrentar. Fuera cual fuera la opción lo primero siempre había sido reunirse con Toth en Khemnu. Así que irían allí.

Él además le había contado los progresos durante los diez años que estuvo entrenándole, y en los cinco siguientes ella misma pudo ver que todos los halagos no habían sido en vano. Cuando entrenaban, bien con el arco, la espada o con los carros, ella solía quedarse a los pies de su tienda, viéndoles y pensando en el día en que su oponente fuera su hermano.

–  Cada día deseaba más que llegara este momento – continuó Isis –, a partir de ahora todo va a ser real. Has entrenado bien a mi hijo, Neith le ha enseñado cosas que espero que le sean útiles. Ojalá todo ello, y con todos mis consejos, basten para derrotar a Seth. Si les comparamos a los dos... ¿Qué va a poder hacer Horus al lado de Seth? Si al volver no tenemos los apoyos suficientes para reclutar un ejército superior al suyo, no seremos capaces.

–  Mi señora – le dijo de inmediato –, Horus es el legítimo rey de las Dos Tierras.

En eso tenía razón. Recordó cuando nació, y el simple hecho de que por ello Tueris hubiera cambiado su lealtad hacia él sin dudarlo. Se culpó por haberse sentido en un instante tan pesimista. Había visto a su hijo con la misma capacidad de mando que un día tuvo Osiris y una disciplina absoluta. De nuevo recordó que Seth carecía de constancia. Sus formas le perdían y su impaciencia siempre le había hecho cometer todo tipo de errores. Pero le asustaba que su odio fuera superior a todo aquello y fuera lo que le diera la victoria. Recordó cuando Neftis le dijo que cada día era más cruel. Habían pasado veinte años de aquello. Bajó un momento la mirada al pensar en ella. Horus, entre todas las cosas que le contaba que Neith le había permitido ver de Egipto, no había hecho la más mínima mención a su hermana. Junto a Seth podía haberle sucedido cualquier cosa. Dejó de pensar en ella al instante y al respirar hondo sintió absurdas todas sus dudas.

–  Tienes razón – sonrió –. Tengo ganas de volver.

–  Yo también.

Volvió a respirar hondo y se sintió segura. Al día siguiente comenzarían a desmantelar todas aquellas tiendas. Habían sido muy diferentes esos últimos cinco años de los cinco primeros en Sais. Ahora se sentía como en su casa, porque allí había tenido comodidades que le recordaban a Egipto. Ya apenas recordaba la cabaña que Neith había preparado para ellos al principio de su estancia. No había vuelto allí. Sabía que eso le había ayudado a olvidarse de que aquello también era Sais, pero sobre todo por su hijo. Cuando pensaba en que podía haberlo perdido, en ese momento en que creyó que había sido así, lo observaba y aún le valoraba mucho más. También pensaba en Osiris, y en todo lo que Toth le había prometido que haría por él. Era otro de los motivos por el que ansiaba regresar. En los últimos años había vuelto a pensar en él. No soñaba con él, ni con nada; esa era una de las cosas que se habían mantenido constantes, pero sus pensamientos muy a menudo solían evocarle a su hermano. Pero como también le sucedía en Sais, era tanto lo bueno como lo malo, y de ello, Isis aprendió a quedarse con las circunstancias a las que había llevado todo ello. A Horus.

Isis levantó la mirada hacia la entrada de su tienda al escuchar susurros y pasos en el exterior. Cesaron al rato, y aprovechó para dar la última orden a Horus. 

–  Cuando lleguemos a Khemnu planearemos la manera de enfrentarnos a Seth – concluyó.

Horus asintió y se levantó para marcharse. Cuando había hablado de ello, Isis le había dicho que formaría un ejército con todas aquellas provincias que le eran leales y con fuerzas extranjeras. Ahora el segundo apoyo estaba perdido. En realidad esa era la única salida a no ser que Toth tuviera otra solución. Por eso querían primero hablar con él. Isis primero quería contar de primera mano con información fiable. Aunque valoraba todo lo que Horus le contaba y sobre ello tenía la idea de qué estaba ocurriendo en su país, necesitaba comprobarlo por ella misma. Y lo primero era regresar con Toth que estaba rigiendo Egipto en nombre de su hijo, y allí donde tenía garantizado un apoyo absoluto.

Su guardia se despidió de ella con una reverencia con su mano izquierda sobre el hombro derecho, pero antes de llegar a la salida se detuvo en seco al ver a Horus entrar con una caja de alabastro sobre su cadera y sujetándola con un brazo. Él sólo miró a su madre. Isis se puso en pie de inmediato y bordeó la mesa que les separaba, reconociendo la caja que había visto al poco tiempo de estar ella en Sais. Tras un instante Horus la colocó a sus pies. 

–  Eso es tuyo – le dijo Isis.

Pero en vez de abrirla y tomar la corona roja que contenía, se arrodilló junto a la caja, con la mirada puesta en ella y en los pies de su madre.

–  Neith acaba de traérmela – le habló, sin levantar la mirada. Observó un momento las flores negras que Isis tenía pintadas sobre su piel desde los tobillos hasta los dedos de los pies –. Abrió la caja delante de mí. Me dijo que eligiera. Elige. Ha sido la única palabra que me ha dicho, sin ninguna explicación más. Pero la entendí. O tomar yo mismo la corona para imponerme como único rey de Egipto, para ser el único en el pasado y en el futuro, o ser coronado como heredero de Osiris.

Isis escuchaba en silencio, sin moverse, conteniendo la respiración. Si estaba allí era porque ya había elegido. La primera opción habría sido negarla a ella y a la tradición de Egipto. Lo mismo que pretendía hacer Seth y que ya había intentado junto a Hathor en el pasado. Reemplazarlo todo e imponer una nueva realidad.

–  Debes ser tú la que me corone – concluyó.

Isis asintió en silencio ante la única mirada de su guardia que se había quedado al umbral de la tienda. Se cruzó con sus ojos cuando sacó la corona roja de su caja. La estaba mirando fijamente, atónito, por todo lo que Horus acababa de decir. Isis le permitió que se quedara como testigo de la coronación de su hijo. 

–  Yo, Isis, Señora de las Dos Tierras, Señora de la Tierra Negra, hermana y esposa de Osiris, rey de Egipto, hija de Geb y Nut, reyes de Egipto, corono a mi hijo Horus como Señor del Norte.

Le puso la corona sobre su cabeza, le agarró de los hombros y le hizo ponerse en pie. 

–  Y pronto como Señor del Sur – sonrió, esta vez mirándole a los ojos, orgullosa de verle por fin con una de las dos coronas –. Pronto Nejbet te colocará la corona blanca y recuperaremos de Seth el flagelo y el cayado de tu padre. 

Horus respiró hondo. Eso era lo que deseaba, pero era consciente que para eso quedaba aún mucho tiempo. No sería tan sencillo ni tan rápido como quería creer. Ella también lo sabía. Se lo había dicho por ser el momento adecuado para ello. A él aún había algo que le preocupaba.

–  No voy a ser eternamente rey de las Dos Tierras – era lo único que le quedaba por decir de todo lo que había sabido comprender de la visita de Neith.

–  Que así sea con tal de verte en el trono – afirmó de inmediato.

–  He elegido el orden que tú has establecido.

Isis entendió perfectamente todo lo que implicaba lo que Horus le había explicado antes de coronarle. Él parecía preocupado porque la hubiera decepcionado. Era lo único que podría haber elegido, aunque tampoco negaba que se hubiera planteado por un instante tomar el poder absoluto eternamente. Pero había elegido lo correcto aunque eso implicaría ceder algún día, como ella lo había hecho. Neith de nuevo había sabido adelantarse a los acontecimientos. En realidad si era en la misma situación que ella, dejándolo a la persona adecuada, no tendría de qué preocuparse.

Isis sostuvo su cara en sus manos y le dio un beso, aceptando de esa manera todo lo que había hecho. Horus se quitó la corona y la volvió a guardar en su sitio. Con la caja de la mano salió de su tienda, y a un gesto de Isis hizo que su guardia le acompañara. Sabía que le vendría bien hablar con él antes de acostarse y planear su regreso como su primera responsabilidad como rey.

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