Isis

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Isis

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En la segunda hora, antes de tomar una barca, debían derrotar a una serpiente para demostrar que eran capaces de enfrentarse al caos. Los que lo hicieran podrían continuar navegando hacia la siguiente puerta. Esto se repetiría en todas las puertas de las seis primeras horas. En la tercera hora, tras cruzar la puerta en la barca, había pintado un lago de fuego del que emergían serpientes que escupían llamas por la boca. Los que fueran justos las llamas les servirían de alimento, los que no, se consumirían por ellas. En la quinta hora se situaba un lago en el que estaba escrito Lago de la Vida. Si el lago de fuego había dado de comer a los justos, éste les calmaría la sed. Los injustos que aún quedaran, este agua se convertiría en arena en sus gargantas y desaparecerían. Isis se quedó mirando a aquellos hombres en sus barcas llevándose las manos en la garganta al faltarles el aire para respirar. Luego a los otros que bebían con ansia del lago. Y de inmediato Toth siguió con las explicaciones en la escena que a Isis le interesaba más.

–  En la sexta hora los que hayan logrado superar todas las pruebas se someterán a un juicio. Osiris lo presidirá, él decidirá quién formará parte del Reino de Occidente y quién será condenado – le explicó.   

Isis volvió a observar cada detalle de la sala a la que había llamado la de las Dos Verdades. La verdad justa y la injusta. Osiris estaba elevado en un trono separado del suelo por nueve peldaños vigilando los platillos de la balanza. Allí se pesaría el corazón.

–  Maat te ha ofrecido su pluma para pesar con ella el corazón – le indicó.

Isis le miró con una sonrisa. Estaba contenta por ver todo aquello. Le había dicho antes de marcharse que quería que sólo los que de verdad se lo merecieran podían formar parte del Reino de Occidente, de un Egipto perfecto, y por tanto sólo aquellos con un corazón excelente podrían pertenecer a él. Quería para Osiris todo lo que no habían podido tener en la vida y Toth lo estaba consiguiendo.

–  Yo apuntaré todo aquello que contienen los corazones – continuó. Isis le vio dibujado a los pies de la balanza con un papiro y un cálamo. Anubis también estaba allí del lado del difunto, tras haber colocado el corazón en un platillo –. Osiris será quien decida si es digno de acceder a una vida eterna en su reino. Tú y tu hermana le aconsejaréis.

–  ¿Neftis? – le interrumpió, en voz baja, mirando su imagen junto a la suya a cada lado detrás del trono de Osiris.

–  Después de esta guerra, ¿qué es lo que quieres hacer con ella?

Isis le miró confundida. No quería que ella estuviera al lado de Osiris al mismo nivel que ella. Sintió celos al pensar que las dos serían iguales para él. Ella estaba creando todo aquello sola, con la ayuda de Toth. Neftis no había hecho nada por él, tampoco podía, pero con su última pregunta le hizo pensar en el futuro que le esperaba a su hermana después de la guerra. Si ellos vencían, con Seth derrotado, y el poco afecto que parecía demostrar su hijo por ella, no podría mantenerse en la tierra. Ella tampoco podría estar pendiente de Neftis. Sabía que ese sería el lugar donde ella querría estar. Recordó su última visita a El Oasis y cuando ella la atendió en el nacimiento de Horus. Sabía que su hermana la admiraba y que siempre había dependido de ella como su único apoyo. Más aún después de la muerte de Osiris. También era consciente de que Neftis se consideraba en deuda con ella. A pesar de todo, Isis seguía apreciándola, se sentía bien a su lado, y no le deseaba ningún mal. Cuando se marchó de El Oasis se había dado cuenta de que la protegería siempre. Ahora de nuevo se sintió con esa obligación. Ella era la única capaz de hacerlo. Toth ya había pensado en todo ello.

–  Estoy de acuerdo – aceptó, dándose cuenta de que era la mejor solución –. Yo estaré en los juicios durante esa hora. Que ella también esté conmigo, quiero que esté. Yo no podré estar siempre junto a Osiris. Horus también me necesitará. Cuando yo no esté, que al menos ella le haga compañía.

Mirando el dibujo se resignó a sus celos, poniendo ante ellos sus obligaciones y lo mejor para sus hermanos. Y para su hijo. Recordó lo primero que hablaron, cuando ella escuchó su voz después de diez años, y le vio esperando en la arena junto a Neith. Después de que ella se fuera, Horus le había pedido que le ayudara a vengar a su padre y a recuperar el trono de las Dos Tierras. Le había prometido que le ayudaría a conseguir lo que se merecía. Una vez que lo consiguiera ella misma quería estar a su lado viendo todo lo que habían conseguido juntos. Ciento diez años, pensó. Al menos durante el tiempo de su reinado quería disfrutar junto a Horus de lo que había jurado desde que murió Osiris.        

–  ¿Y cuando mi hijo deje el trono? – le preguntó por él, no pudo evitarlo.

–  Él decidirá lo que quiere hacer. Y cada uno de nosotros también decidiremos dónde pasar la eternidad.

Isis asintió, mientras Toth volvía a centrarse en sus explicaciones de la Sala de las Dos Verdades. Ese sería el punto crucial, que tras una selección previa de los difuntos, decidiría quien accedería al Reino de Occidente. Los difuntos justificados, todos aquellos que su corazón no hubiera testificado contra ellos, que eliminaran cualquier conjuro que hubiera utilizado el muerto para superar las pruebas anteriores ocultando la verdad en su corazón, los únicos que Osiris aceptara, tras leer lo que Toth había escrito sobre el testimonio del corazón, serían los que vivirían para siempre en Occidente y recibirían en las horas siguientes el aliento de la vida y cientos de ofrendas para una vida plena. En los que encontraran un corazón injusto serían devorados por un animal en que se mezclaban los animales más peligrosos de Egipto.

–  Ya lo he creado – le dijo Toth, señalándole el dibujo. Vio a un monstruo sentado a los pies de las escaleras del trono. Tenía cabeza de cocodrilo con las fauces abiertas, el cuerpo delantero de león, y sentado sobre la parte trasera de hipopótamo. Estaba esperando acechante a devorar cualquier corazón culpable –. Ammit. Lo tengo escondido en los subterráneos de palacio, en una celda al final de todos los almacenes del vino. Lo he mantenido en secreto, cada día le doy un ánfora de vino para mantenerlo aturdido. Es muy peligroso. Horus lo ha visto. También he creado las cadenas que le mantendrán atado en la esquina de la sala. Cuando con tu magia levantes este mundo que ahora yo he pintado sobre papiro, lo colocaremos en su sitio.

Isis lo miró. Estaba satisfecha. Y si Maat les regalaba su pluma que contenía en ella toda la verdad, la justicia, el orden, nadie podría escapar a un juicio justo. Era lo que quería. Miraba el primer papiro anhelando que se hiciera realidad cuando antes. Osiris se lo merecía. Quería volver a estar con él, ayudarle, verle aunque fuera sólo durante una hora al día.

–  Osiris accederá directamente a la sala por la falsa puerta de su tumba – le indicó. Podrá entrar al juicio y de ahí a Occidente y volver a dormir a su tumba.

Isis asintió, volviendo a recordar la última vez que había estado con él, cuando le había devuelto la vida.

–  Tras el juicio podrán atravesar las puertas, coger una barca para cruzar el lago e ir con Heket para que les de el aliento de la vida en la séptima hora. Querías que ella se ocupara de ello, ¿no es así?

–  Igual que ella da la vida a los recién nacidos, todas estas personas están volviendo a nacer – reconoció –, y yo no puedo ocuparme de todos ellos. Confío en ella y quiero devolverle el favor que me hizo cuando nació Horus. Cuando venga mañana se lo diremos.

Toth asintió antes de continuar.

–  Todos aquellos que superen el juicio, durante la octava hora, recibirán las ofrendas que les simbolizarán como justificados, y se les dará un collar con una figura de la pluma de Maat. Les gustará, les hará sentirse orgullosos – Isis contempló la escena, un grupo de personas estaban recibiendo el collar de unos soldados que cuidaban los sacos llenos de collares.

Toth continuó explicándole la novena escena, dándose cuenta del nombre que había escrito sobre una figura sentada al otro lado de un lago. Neith. Por un momento contuvo la respiración, nerviosa. Había creído que ya nunca tendría nada que ver con ella.     

–  Neith también ha querido ofrecerte un regalo – le dijo Toth. Isis le miró de reojo un momento antes de volver a fijarse en el dibujo. Dudaba –. Me ha ofrecido un estanque con las aguas primordiales del Nun. Todos los hombres se purificarán ahí antes de entrar en el reino de Osiris y recibir sus ofrendas.

Isis se calmó al recordar todo lo que ella sintió cuando estuvo sumergida en el Nun. Gracias a ello también había obtenido toda la magia que ahora poseía. Recordó la energía que había fluido en ella. Al final asintió.

–    En la décima hora recibirán las ofrendas de pan, cerveza, carne, vestidos… – continuó Toth, mostrándole la décima escena donde todos los difuntos cargaban sus barcas con las ofrendas repartidas por guardias –. Todo lo que sus familiares les hayan dejado en su tumba se les dará ahora. En la undécima hora se les dará una cuerda para medir sus campos, y en la duodécima dejarán sus barcas y montarán otra para que los remeros de Occidente les lleven a la última puerta, donde estarán los mayordomos de Osiris para conducirles a cada uno al lugar que ocuparán allí.

Toth terminó su explicación e Isis alargó el silencio valorando todo lo que le había contado. Respiró hondo. Era mucho más de lo que hubiera esperado. Era justo lo que quería.  

–  ¿Y Occidente? – le preguntó al final.

–  Osiris y tú os encargaréis de ello.

Isis sonrió sin dejar de mirar los papiros. Se imaginó volver a hacer cosas con él, como antes, recorriendo ese mundo, haciéndolo esta vez perfecto. Allí no habría nadie que se lo impidiera. Sintió los ojos húmedos, pero respiró hondo cuando Toth la miró un momento sonriéndola.

–  Ayúdame a recoger – le pidió.

Mientras volvían a enrollar los papiros Isis pensó en lo que le había contado Seshat sobre su madre. Le preguntó a Toth lo que estaba ocurriendo.

–  Se han roto muchas normas – le dijo –. En realidad yo comencé a saltarme las leyes cuando Nut me pidió ayuda para que naciérais. Es cierto que la he vuelto a ayudar para que pudiera visitar a Osiris en su tumba. Me parecía justo que quisiera cuidar de su hijo. Maat también está en todo esto y sabes que nos apoya. Le dije que convenciera a Ra para que perdonara a tus padres del exilio. No consintió, su sentencia duraría eternamente. Jamás podrían unirse de nuevo, por haberle desobedecido, y no está dispuesto a retirar su palabra.

Isis lo sabía, había pedido muchas veces a Toth y Seshat que le hablaran de sus padres. Maat y Hathor habían pedido a su padre que creara la primera pareja para que les ayudara a continuar con la creación. Él les concidió ese capricho. Ellas, además, acababan de crear a los hombres y necesitaban un lugar sobre el que pudieran vivir y alguien que les gobernara. Habían visto que su padre no podía hacerse cargo a la vez del sol y del gobierno de los hombres. Maat y Hathor le convencieron para que dejara los asuntos de los hombres a unos nuevos hijos, y que él siguiera gobernando el resto del mundo.

Toth había soñado en el instante en que Ra creó a Geb y Nut, que sus cuatro hijos reemplazarían a sus padres y dominarían todo lo que le pertenecía a él. Ra entonces les prohibió unirse y tener descendencia. Por ellos el cielo y la tierra se habían separado. Geb había formado la tierra fértil sobre la que los hombres pudieron vivir y Nut organizó el espacio que separó el cielo de la tierra. Con ellos se ordenó definitivamente el mundo. Pero desobedecieron a Ra y él les había castigado con el exilio. Toth había ayudado a Nut a traer al mundo a sus cuatro hijos creando cinco días fuera del tiempo de Ra. Era lo que él había sentenciado para que sus hijos no nacieran nunca. Prohibió que Nut pudiera dar a luz en cualquier día del año. Toth había modificado el orden sin revocar su sentencia. Ahora había hecho lo mismo.

–  Pero yo he sabido cambiar la situación sin anular su orden – le dijo orgulloso –. Él les condenó en este mundo, en uno nuevo ya no tiene validez. Maat me dijo que Ra había montado en cólera. No puedo hacer nada, yo le di a Ra un poder igual que el mío, y no puedo deshacer nada que él haya creado. Les ha condenado en la tierra. Occidente es un mundo diferente. Como en Egipto, Geb dará una tierra y Nut un cielo sobre el que Osiris gobernará, pero su tumba sigue perteneciendo a la tierra, aunque sabes que Nut le va a ver a cada atardecer. Yo he creado un tiempo diferente ahí para que pudiera visitarle.

Isis estaba escuchando mientras recogían y guardaban todo en su sitio. Ahora se habían quedado hablando junto a las estanterías, en pie. Toth le estaba demostrando toda la decisión por encaminar una situación que se le había escapado de las manos desde hacía muchísimos años. Sabía que se había implicado tanto porque para él significaba una manera de conseguir todo lo que no había logrado. Había comenzado a equivocarse con Seth. Todo lo que hacía era para demostrarse a sí mismo que podía superar cualquier reto. Isis se alegraba porque eso le había favorecido siempre a ella, y a la vez le comprendía porque también sus objetivos habían sido siempre inaccesibles. Y siempre los había logrado. Se miraron un momento y reconoció por qué siempre se habían entendido tan bien.  

–  Osiris le ha dicho a Nut que en Occidente quiere tener lo mejor de Egipto. Una vez le dijo que si tú querías su palacio sería una imagen de este, de la Isla de las Llamas.

–  ¿Seshat te cuenta todo eso? – adivinó.

–  Sí.

–  Haré todo lo que él quiera – dijo de inmediato.

Toth asintió levemente y le vio sonreír mientras se daba la vuelta para salir de allí. Isis suspiró y le siguió mientras hizo desaparecer la bola incandescente que les había iluminado la sala. Por un momento se dejó guiar únicamente siguiendo los pasos de Toth. La inmediata oscuridad la había cegado y tardó un momento en acostumbrarse hasta que salieron al exterior de la biblioteca. Les estaban esperando un par de guardias y ese día la acompañó hasta su habitación. Caminaron en silencio, tenía demasiadas cosas en la cabeza, y aparte de todo lo que Toth le había mostrado esa noche, en cuanto salieron al exterior empezó a recordar todo lo que había sucedido ese día, la pérdida del Sinaí, la llegada de Horus en una semana, el posible asedio de Tebas y el deseo de conocer el nombre de Ra.

La dejó en la puerta de su habitación, donde Bes la estaba esperando sentado en el suelo. Isis le miró mientras se ponía en pie y le indicó con la mano que esperara un momento. Se volvió a Toth que aún estaba a su lado. Le agradeció que la hubiera acompañado.

–  Ahora que ya lo sabes – le susurró –, que me lo llevabas pidiendo desde que regresaste, quiero que te centres en la guerra. Si yo he cumplido ahora te toca a ti.

Isis asintió. Sus ojos le demostraron su decisión y ella misma se sintió completamente segura para seguir adelante. Ahora más que nunca.

–  Sólo se hará realidad si ganamos – comprendió.

Y ahora que sabía con certeza todo lo que tenía que perder, mucho más que su vida y la de su hijo, de su memoria, y de Egipto; no tendría piedad en esa guerra.  

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Horus había viajado por tierra junto a su ejército. Habían salido a recibirles por la mañana a la puerta del norte. Isis esperó del lado de Toth mientras le veía orgullosa dirigir a los cinco mil hombres que le seguían. De un lado iba Herishef y del otro Anhur, y en el cielo, sobre ellos, Nubneferu como si se tratara de su propio sol que les seguía. Hacía dos días se había adelantado Petet contándoles lo que había ordenado Horus para su llegada a Khemnu y las últimas novedades. Su mensajero le había contado que había dejado a Horus, su guardia, dirigir el traslado de las armas y provisiones por río, y que se iban a detener en Saka para llegar a Khemnu por la tarde. Isis intuyó que su hijo se había negado a viajar por río porque entonces tendría que recibir a Anubis. Había cumplido su palabra de no encargarse de él.

Les estaban esperando bajo unos parasoles junto a sus sirvientes que habían traído agua y comida. Horus llevaba el casco azul y con él la maza cubierta de pan de oro. Isis le miró a la cara mientras se acercaba, custodiado por Herishef, Anhur y su halcón que se había posado sobre su hombro al detener el carro. Detrás de ellos iban sus guardias al mando de Nuhef. Caminaba con decisión, orgulloso, con la cabeza alta, también mirándole a ella. Isis le notó muy diferente. Iba vestido con un faldellín de lino cubierto con tiras de cuero, al igual que la coraza que le cubría el pecho, con grebas y muñequeras, pero también con sandalias adornadas de oro, y collares y brazaletes. Sus ojos verdes brillaban delineados con el kohl, y se había dejado crecer una perilla que llevaba trenzada con hilos de oro y plata.

Era la primera vez que sentía admiración por él. Primero la saludó a ella, le dio un beso e Isis se tomó un momento para mirarle un poco más de cerca. Sus ojos le mostraban soberbia, pero estaba justificada. Sólo él podría estar al frente de todo aquello. Horus le hizo una leve reverencia con la cabeza y pasó a saludar a Toth y a Seshat.

Isis le observaba de reojo mientras recibía al resto de los hombres. Ella les ofrecía agua y algo de comer y les iba indicando que condujeran al resto de las tropas al campamento que habían preparado al oeste de la cuidad, justo al borde del agua donde había llegado la inundación. A ella Horus no le había dicho nada, pero con Toth, Seshat y Nefertum se entretuvo mucho. Escuchó que hablaban de todo lo que tenían preparado para ese día, de la comida y del recibimiento de la tarde para el resto de la comitiva que viajaba por río. Horus se disculpó por no poder acudir esa tarde con la excusa de estar ocupado con los últimos entrenamientos de sus hombres y por concluir las estrategias que seguirían en el Sur.

En ese momento se giró hacia Isis que había estado atenta a todo lo que decían mientras organizaba con Herishef y Anhur la estancia del ejército en esos días, y le hablaban sobre todas las provisiones que habían enviado Maat y Ptah.

–  Madre – le llamó Horus, mientras se acercaba a donde ella estaba. Isis había intentado disimular su enfado al escuchar que no estaría esa tarde –. Oa vais a encargar tú y Nefertum de los barcos que lleguen hoy. Me voy ahora al campamento. Puedes venir a comer si quieres.     

Isis asintió. Sería mejor así. Aunque le molestaba, no quería discutir más, y le hubiera incomodado la idea de estar con él mientras daba la bienvenida a Anubis, sabiendo que no le toleraba.

Ese día comieron todos en la tienda de Horus. Ella, Toth, Seshat, Nefertum, Herishef, Anhur, sus guardias, y para el resto de su ejército repartieron también raciones extra. Horus fue prácticamente el único que habló durante toda la comida, explicándoles todo ese mes y medio en Henen-Nesut. Isis escuchó cada detalle. Estaban sentados alrededor de una mesa baja, sentados en el suelo, los sirvientes estaban alrededor de la tienda, un par de hombres a la entrada, y ya les habían servido el postre. Isis le interrumpió preguntándole sobre lo que más le interesaba a ella y que no había mencionado.

–  ¿Y los médicos? – le preguntó –. Por mucho que contemos con las mejores armas, habrá bajas. No sabemos con qué nos encontraremos en Nubt, en Tebas, o en todos los lugares donde luchemos en el Sur. Tengo que saber con qué personal contaré yo para curar a todos tus hombres.

Heket había acudido hacía una semana a Khemnu y había aceptado todo lo que ella le propuso. Había vuelto a Heror a recoger todo lo que necesitaría para viajar. Llegaría esa tarde junto al resto de los hombres que viajaban en barco. Le había dicho que podía traerse con ella a los que considerara adecuados para ayudarles. Le dijo que dos de sus aprendices estarían dispuestos a acompañarles.

Mientras hablaba vio que Horus tomó su pregunta con naturalidad, aunque no habían hablado explícitamente, ni había sido él quien le había pedido personalmente que fuera con ellos al Sur. Asintió en silencio. Había esperado mantenerla alejada de la batalla, pero la necesitaba. Ahora la veía con mucha más decisión que los primeros días que habían pasado allí, y durante el tiempo que convivieron en Sais. Aún así quedaba en él la duda. No dejaba de ser su hermano contra el que se iba a enfrentar, y se había dado cuenta de la debilidad que mostraba Isis con su familia. Con Neftis, con Anubis. Temía que algún día perdonara también a Seth y que el hecho de tenerle cerca le hiciera mostrar piedad.

Horus la miró y alargó el silencio antes de contestar. Lo había hablado con Toth antes de marcharse y se había dado cuenta de que su magia era necesaria para ayudarles a vencer. Si Seth les dirigía a un asedio en Tebas, que cada vez lo veía más real, su ejército sería insuficiente. Se enfrentaban a otro igual de poderoso en un territorio hostil. Tenían que contar con la ventaja de poder mermar sus fuerzas mientras las suyas se mantuvieran intactas.    

–  Tú conoces a los mejores médicos de Egipto – le dijo –. A muchos de ellos tú les has instruido personalmente. Podrás elegir a todos aquellos que creas conveniente.

Isis se quedó satisfecha, tranquila de que ya no quedara ninguna duda de que iría con él. Terminó de comer los pasteles de nata y dátiles, en silencio, bebiendo de vez en cuando algún sorbo de hidromiel y mientras seguía escuchando a Horus hablar.

Nada más terminar, mientras se estaba lavando las manos en un cuenco que le había acercado uno de los sirvientes, un mensajero de palacio vino a buscarla a ella y a Nefertum. Los barcos acababan de salir de Heror y en una hora estarían allí.

Isis se levantó de inmediato y con Nefertum se fueron a preparar todo a los embarcaderos. Hacía una semana del comienzo del año, y las aguas habían inundado todos los terrenos alrededor de la ciudad. Khemnu estaba protegida del agua por las murallas, y aún así el embarcadero de verano, en un punto más alto que el de invierno, salpicaba agua en la orilla. Isis se había adelantado cuando vio el barco de Horus acercarse. Escuchó su voz elevarse sobre todas las demás mientras dirigía a los marineros para amarrar. Nefertum se había quedado junto al mayordomo de palacio, el jefe de los almacenes, el del tesoro, y los escribas militares y de palacio que también habían acudido con ellos. Tenían que inspeccionar los barcos para comprobar que todo lo que habían embarcado en Henen-Nesut era lo que había llegado.

Isis sonrió impaciente al ver a Horus bajar el primero por la rampa de madera que unía el barco con el embarcadero. Le abrazó y le preguntó por Anubis.

–  Viene conmigo – le contestó –. Heket también. Vienen en ese barco – le señaló hacia uno que llevaba en la vela la cabeza de un perro como símbolo de la ciudad de Saka –. El padre de Anput se negó a utilizar nuestros barcos. Decía que era lo mínimo que podía ofrecernos para no abusar de las naves del rey. Creo que no quiere tener problemas con Horus.

–  Esperaré entonces.

–  Mi señora – le sugirió –, tardaremos un buen rato, los escribas tienen que inspeccionar cada barco a medida que vayan amarrando. Sería mejor que esperarais en palacio. Hace mucho calor.

–  Me gustaría quedarme – pero sabía que Horus tenía razón.

–  Ha sido un honor que vinierais a recibirnos.      

Isis sonrió y le despidió con un beso. Respiró hondo al darse la vuelta. Era cierto que hacía mucho calor, y la canícula, que sólo le hacía recordar que cada día el desierto se acercaba un poco más al Valle. Quería que su sobrino la viera arreglada y sobre todo recibir a su mujer y a su hija como ella estaba acostumbrada a presentarse ante la gente. Le gustaba causar una buena impresión, y sobre todo en momentos que ella consideraba importantes. Había estado esperando mucho desde que Seshat le habló sobre ellos.   

–  Dile a Anubis que vengan a verme a mi sala privada – le pidió –. Cenaré con ellos.

Isis ya tenía preparado uno de los salones cerca de sus aposentos. Antes de dirigirse allí se pasó por las cocinas para vigilar que todo lo estaban preparando como había ordenado. Había dejado a Bes encargado de supervisar a los sirvientes que les llevarían los platos y en cuanto la vio se acercó a ella con una reverencia diciéndole que todo estaba como ella quería. Asuit, el jefe de las cocinas, también le enumeró todos los platos que había pedido y que estaban preparando. Perca, pato, ternera, verduras cocidas para las guarniciones, ensaladas de lechuga y melón, granadas, vino, cerveza, zumos, miel, pan. Toda una mezcla de olores se extendía en el aire junto al calor de los fuegos y las hierbas aromáticas para especiar los platos. Un par de mujeres estaban amasando pan en una esquina, y otra metiendo la masa en el horno. Tres hombres estaban cortando las verduras y echándolas a las cazuelas, y otros preparando la carne y el pescado. Las ánforas de la bebida ya estaban colocadas sobre unas maderas en el pasillo subterráneo que conducía a los almacenes, junto con todo lo que había sobrado del almuerzo ese mediodía para el ejército. Antes de irse, Isis recordó a Asuit que todo estuviera listo para su cena.

–  Sí, mi señora – contestó.   

Ella asintió y fue a su habitación para arreglarse. Al entrar en el patio agradeció la soledad, ni un solo ruido que no fueran sus pasos y los pájaros que constantemente volaban entre las ramas de los árboles. Se dio un baño en el lago para quitarse el sudor de todo el día y la arena que en aquella época del año era constante. Se vistió con uno de sus vestidos favoritos, de lino blanco plisado, atado a la cintura con una cinta de color rojo y con una túnica de manga corta ajustada con una fíbula de oro por debajo del pecho. Se cambió de peluca y cogió una parecida, una corta que apenas le llegaba a los hombros y con flequillo. Encima se puso la cinta de oro que Seshat le había regalado el día que llegó.

Cuando terminó de vestirse se sentó en el tocador para preparar los cosméticos, los perfumes y las joyas. El día de año nuevo había ido a recoger el colgante de turquesa que Seshat había querido regalarle. Ahora lo llevaba siempre. Lo consideraba un objeto que le daba suerte. Se puso también pulseras y brazaletes, se pintó los ojos con sombras azules y kohl, y los labios rojos. Cuando se puso las sandalias se pintó con lo que le había sobrado de kohl unas flores de loto en los tobillos y se quedó mirándose los pies mientras se secaban. Sería de las últimas veces que tendría tiempo para arreglarse antes de marchar al Sur. Pensó en las adversidades a las que se enfrentarían. Deseó que Toth también pudiera ir. Él sabría adelantarse a todo lo que pudiera suceder. Quizá Horus también. Se lo había demostrado en más de una ocasión. También pensó en la posibilidad de ser vencidos.

–  Mi señora – Isis levantó la mirada. Vio a Horus, su guardia, en el umbral –. Anubis os está esperando en el otro patio.  

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