Isis

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Isis

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Isis olvidó de inmediato todos sus malos pensamientos. Se puso en pie, se echó un poco de perfume y dejó a Horus que fuera primero para avisar a Anubis de que podían entrar. Ahora estaba impaciente. Cuando Isis entró en la sala aún no había nadie. A pesar de que había luz suficiente ya estaban encendidas las lámparas de aceite en una mesa alargada en el lateral donde iban a cenar. Isis se sentó en una silla plegable junto a las columnas que daban acceso al patio de sus aposentos, justo enfrente de los vanos por donde Horus había salido para ir a buscar a su sobrino.

En apenas unos minutos le vio acercarse del lado de su mujer, que llevaba de la mano a su hija. Isis se levantó y se mantuvo en pie hasta que él se acercó. Estaba tal como le recordaba. Era de su misma altura, delgado, con las mismas facciones que Neftis. Su mujer y su hija se quedaron unos pasos atrás cuando él se acercó para saludarla. Isis respiró hondo al tenerlo a unos pasos de ella. No había podido evitar sonreírle también. Estaba tan contenta de verle. La última vez le había dejado en Abydos. Ella se había marchado llorando con Toth para preparar su viaje a El Oasis y él no había sabido decirle otra cosa que un simple adiós.

Isis le abrazó fuerte antes de darle tiempo a arrodillarse ante ella o mostrarle cualquier muestra de respeto que exigía a sus súbditos. Él siempre había cumplido el protocolo en público y también se sentía en la obligación de mantenerlo en privado. Isis nunca se lo permitía si estaban a solas. Anubis la abrazó también.

–  ¿Qué tal el viaje? – le preguntó Isis en voz baja, separándose de él pero agarrándole fuerte de las manos y mirándole a los ojos. Eran marrones como la tierra.

–  Horus se ha portado muy bien – contestó.

–  ¿Y tú? ¿Qué tal estás?

–  Muy bien – pero en ese momento, bajó la mirada y empezó a disculparse por haberse marchado de Abydos.

–  No quiero que hablemos de eso – le cortó Isis.

Le acarició la cara y volvió a hacer que sonriera. Su manera de hablar siempre le recordaba a Neftis.  

–       Preséntamela – le susurró.  

Anubis se hizo a un lado y le extendió una mano a Anput para que se acercara. Bajó levemente la cabeza, y ella la observó un momento. La conocía de las veces que había pasado por Saka con Osiris. Conocía más a su padre, ella apenas había acudido a los actos públicos, tan sólo la recordaba de las cenas a las que les invitaron. Llevaba un vestido de lino de tirantes, atado con un cinturón, una peluca larga y se había descalzado, como Anubis, antes de entrar en la sala. Al acercarse tan sólo sonaron las pulseras de su muñeca al sostener la mano de Anubis.

–  Anput de Saka – dijo Anubis.

Isis asintió y la recibió con un beso, le dijo lo mucho que se alegraba de que fuera ella la esposa de su sobrino, pero de inmediato volvió la mirada a su hija. La llamo por su nombre. La niña atendió y se quedó mirándola a los ojos. Isis se sorprendió de que le mantuviera la mirada. No se asuntó, vio que estaba fascinada por el brillo que siempre emitían sus ojos verdes. Se sentó en la silla y le dijo que se acercara. La niña no se movió. Se mantuvo en pie donde estaba, sosteniendo en brazos un cachorro de color negro. Iba desnuda, adornada únicamente con collares, pulseras y tobilleras, y todo su pelo recogido en una trenza en el lado izquierdo de la cabeza.

–  Quebenut – le llamó de nuevo, intentando que su voz sonara amable. Sabía que a veces su tono, aunque no lo pretendiera, era demasiado autoritario. 

Anubis le hizo un gesto con la mano. Ella le miró de reojo y al final se acercó.

–  No se encuentra bien – le dijo él –. Por el viaje, el calor.

Isis se mantuvo con la mirada fija en ella. Estaba pálida. Cuando estuvo a su alcance estiró la mano y del brazo la acercó un poco más a ella. La agarró con las dos manos por los hombros y mirándola a los ojos dejó que su magia se introdujera en ella. Al instante empezó a reírse.

–  Me haces cosquillas – sonrió.

–  Ya está – le dijo Isis al final –. ¿Ya estás bien?

–  Sí.  

Quebenut no se separó de ella mientras Isis empezó a preguntarle por el perro que llevaba con ella, lo guapa que estaba y si le había gustado ese palacio. Ella se quedó contenta, y durante el resto de la noche quiso estar siempre a su lado. Isis atendía a todo lo que le decía. Al tenerles allí añoró los años, primero en los que había cuidado de Anubis, y después en los que pasó como nodriza del hijo menor de Astarté. Con Horus había sido diferente, no había podido disfrutar de él. Por primera vez pensó en lo que hubiera ocurrido si hubiera tenido una niña. Todo hubiera estado perdido. Desde que se quedó embarazada, incluso antes de entrar a la sala de Osiris y resucitarlo, dio por hecho que el hijo que tendría sería un niño. Debía ser así.

Cuando el sol se ocultó y dejó en el cielo los brillos anaranjados y rosáceos de la tarde en mitad de la canícula constante de aquella época del año, Bes se acercó para decirle al oído que la cena ya estaba preparada. En ese tiempo habían salido a pasear al patio de entrada mientras Isis le preguntaba a Anubis sobre él desde la última vez que se habían visto. Primero le preguntó por su mujer, que él mismo le contara cómo la había conocido, sus viajes a Saka cuando se había quedado en Khemnu, y después sobre su vida allí. Cuando empezaron a servirles la mesa pasaron a la sala y siguieron hablando de ello, mientras Isis se entretenía de vez en cuanto enseñándole a Quebenut lo que más le gustaba y a lo que solía jugar cuando Neftis y ella eran pequeñas. A peinarse, a pintarse, a cómo hacer maquillajes y perfumes. Quebenut iba y venía al patio entreteniéndose con su mascota y con las flores que Isis le iba diciendo para que ella pudiera hacerse collares, adornos para el pelo y colonias. Cuanto más caso le hacía, más estaba a su lado preguntándole aún más cosas. Isis se dio cuenta que Anubis le había contado a su hija muchas cosas de ella.

Al final de la cena, cuando su mujer quiso retirarse y se llevó a Quebenut, sólo entonces, le preguntó por los años que siguió cuidando de Osiris hasta que se marchó a Khemnu, y él le pidió que le hablara de su madre. Mandó a los sirvientes que recogieran todo y que les dejaran a solas. Rellenaron las lámparas con aceite para que les duraran un par de horas más. En la mesa sólo dejaron unos vasos y las jarras de agua, cerveza y los zumos. Isis se recostó un poco más sobre los cojines y Anubis se juntó un poco más a ella. Pensó en como empezar. Isis habló primero.

Le contó todo lo que sabía de Neftis, lo que había sufrido nada más llegar a Nubt después del nacimiento de Horus, y la carta que le había mostrado Seshat hablándole del trato de Seth y su deseo de tener con ella un heredero. Le contó también lo que ella decía de él, que Anubis era el único hijo que ella quería tener.

Anubis la miró al decirle aquello. Isis notó su tristeza. Él también suponía que si esa carta era de hacía casi veinte años, ahora la situación habría empeorado.

–  Ella no se lo merece – le dijo él tras un silencio, pensando en las palabras que Neftis había escrito, aunque ella creyera que ese trato estaba justificado –. Quiero que todo esto termine sólo para verla. No entiendo por qué no se quedó aquí. Podría haber venido conmigo a Saka. ¿Qué tiene Seth para que siempre vuelva con él?  

Isis comprendió su desesperación a pesar de que ya se lo había explicado. Neftis consideraba que ella debía estar allí, con Seth, a pesar de todo, porque era el lugar que le había tocado. Además, él siempre lograba hacer con su voluntad lo que quisiera. Ella le temía, pero cuando Isis pensó en su estancia en El Oasis, tras la rebelión, recordaba la facilidad de Seth para convencer a cualquiera cuando uno mismo dudaba. Si eso no funcionaba utilizaba la fuerza para imponerse.

Tras la paz que sus hermanos habían firmado después del juicio de Khemnu, tras la rebelión de Seth y Hathor, él les había invitado a pasar unos meses en su palacio para demostrarles que estaba arrepentido por haberse levantado contra ellos. Osiris aceptó. Siempre se le dio mejor que a ella olvidar rápidamente una ofensa y creer en la buena voluntad de las personas. En esa ocasión Seth fue sincero y Osiris el que se equivocó. Isis no supo ver que al pasar los días el cariño que Osiris y Neftis se mostraban fue convirtiéndose en algo más. Neftis era demasiado dulce, cariñosa. Osiris tenía facilidad para tratar bien a todo el mundo, siempre correcto, educado.

Habían ido a El Oasis enfadados. Isis no quería acudir porque aún se sentía molesta porque Seth hubiera vetado su asistencia al juicio, y sobre todo no consideraba adecuado ir cuando era la persona que se había atrevido a cuestionar su trono. Osiris había insistido y al final ella cedió. Consideró al menos que sería una buena ocasión para estar con su hermana, y a pesar de estar en el desierto, ese palacio siempre le fascinó. Seth y Neftis habían levando en mitad del lecho seco de un río, sobre un acuífero que aún quedaba bajo la tierra, un verdadero oasis, custodiado por unas murallas que lo hacían infranqueable incluso a las arenas del desierto.

Isis se sentía bien allí, pero sólo pensaba en el día que pudieran regresar. Habían planeado estar allí dos meses, los últimos dos meses del año. Ella se aisló de todo el mundo y se dedicó durante el primer mes a recorrer sola todos los rincones del palacio intentando imaginarse que estaba en Egipto. Era fácil, todas las pinturas, el agua, la vegetación y los animales le recordaban al Valle. Era un palacio mucho más inmenso que la Isla de las Llamas. Durante el día lograba olvidar incluso que en aquel lugar vivía alguien más. Sólo lo recordaba por la noche, cuando volvía a su habitación y encontraba a Osiris ya dormido o esperándola despierto, o las pocas veces que acudió a cenar o a comer con sus hermanos porque se lo pidieron. Había días que ni siquiera recordaba que Osiris hubiera acudido a dormir. No le dio importancia. Cuando Osiris insistió en quedarse un mes más, ella aceptó. Había acabado gustándole ese tiempo que jamás había tenido. Sólo para ella.  

Pero Osiris encontró en Neftis todo lo que a ella le faltaba. Siempre se habían llevado bien, eran muy parecidos, y Neftis siempre le había querido. Él acabó por dejarse querer por ella. A él no le fue difícil. Isis siempre pensó que Neftis era alguien muy fácil de querer. Una tarde, después de dos meses, Seth fue a buscarla. Le contó que Neftis estaba embarazada, que Osiris se lo acababa de decir. Isis estaba sentada en un banco, y le estaba escuchando inmóvil, con los ojos fijos en él. Seth le ofreció ser Reina del Desierto. Isis lo deseó, y dejó que durante ese mes que Osiris le había pedido que se quedaran sufrieran todos sus desprecios, los dos, Osiris y Neftis.

Mientras Anubis le estaba contando sobre las partidas que Seth había mandado mientras él aún estaba cuidando de la tumba de Osiris, ella recordaba también esos meses que había estado en El Oasis. No podía evitarlo cuanto tenía a Anubis delante. Seth también le había traicionado, pero de él podía vengarse y devolverle todo lo que le había hecho sufrir. El dolor por la traición de Osiris y Neftis aún no había desparecido. Anubis lo había mitigado, él le había hecho pensar a veces que sólo por todo lo que le había ayudado quedaba justificado el engaño de sus hermanos. Sabía que no era así. Que sólo necesitaba un motivo para justificar el no haber renunciado a Osiris porque le quería, y sí al orgullo que siempre pensó que antepondría en una situación como aquella. Era lo que Horus le criticaba. Por él era por quien más lo sentía.

En ese momento, nada más enterarse, sólo pudo apoyarse en Seth. Le dio el amparo que sólo podría haber obtenido de él. Cada noche después de aquello acudió a sus aposentos, se entregó a él por rabia, por celos, y él le respondió con toda la pasión que le decía que sólo podría encontrar en el desierto; y esperando una respuesta, intentando convencerla, para que fuera ella su reina. Cada día le recordó que debía ser ella su compañera, que la quería más que a nadie, que junto a ella no necesitaría a otra para gobernar el mundo, que unieran entre los dos el Nilo y el Desierto. Seth había convertido sus encuentros en una obsesión para ella. Si los primeros días habían significado una manera de desahogarse del dolor, al final sólo acudía por él. Todos sus besos y sus caricias, le habían mostrado un ardor que jamás había sentido. No le fue difícil saber que todo aquello lo había practicado ya con Hathor. Tú lugar es conmigo, le solía decir cada vez que ella intentaba negarse en vano, cuando intentaba dominarle o simplemente se rendía a él. Vuelves porque me necesitas. Isis quiso creerse todo aquello, estuvo a punto de decirle que sí, pero después de un mes, cuando Osiris fue a buscarla y le suplicó que regresara con él y que ayudara a Neftis, supo que en realidad con quien quería estar era con Osiris. Seth juró vengarse de Neftis y matar a Anubis el día que lo tuviera delante de él.

Anubis le hablaba de esa venganza al explicarle que habían corrido rumores de que él guardaba la tumba de su padre en los desiertos al oeste de Abydos. Seth no había dudado en mandar a sus hombres a buscarle. Isis asentía, consideraba que había sido lo más prudente alejarse de allí, y le explicó lo mismo que Seshat le había contado. Isis aún tenía en la cabeza aquellos meses en El Oasis, hacía mucho que no había pensado en ello. Era consciente de que si marchaba al Sur debían primar sus objetivos. Ahora sin embargo, tenía muy claro lo que deseaba, y era que su hijo ocupara el trono de las Dos Tierras. No se había arrepentido de haberse negado a Seth y de haber seguido hasta el final del lado de Osiris. Por la única que lo lamentaba era por su hermana. Pero sabía que algún día también ella estaría bien, aunque eso significara permitir que estuviera con Osiris en el Amduat. Ya no le importaba. En todos los años que habían venido después, aunque sus celos no habían desaparecido nunca, ni jamás hubiera podido perdonarles del todo, Osiris le había mostrado que ella siempre estaría la primera en su corazón. Deseaba ser la única, pero a veces le hacía sentirse orgullosa que él no pudiera prescindir de ella a pesar de haber tenido a otra, por mucho que fuera su hermana.

Anubis terminó por volver a hablarle de lo feliz que había sido esos últimos cinco años. Isis acabó sonriendo contenta de que al menos él estuviera bien dentro de aquella situación. Ya había anochecido hacía un buen rato, había perdido la noción del tiempo y justo cuando fue a darse la vuelta para mirar a la clepsidra que se situaba al otro lado de la sala vio a su hijo entrar en la sala desde el patio de entrada. Isis se quedó parada un momento al ver que Horus se detenía al verles allí, contuvo la respiración de repente y tensó todos los músculos de su cuerpo. Horus, después de mirarle a ella, se quedó con la mirada fija en Anubis. Sabía que estaba leyéndole sus pensamientos, analizándole. Isis vio que él bajaba la mirada y aguantaba en silencio.

–  Salúdale al menos – le interrumpió Isis dirigiéndose a su hijo, aún sorprendida y evitando cualquier enfrentamiento entre los dos.

–  Yo no tengo nada que hablar con él.

Y antes de retomar su camino Isis se levantó, enfadada.

–  Trátale con el respeto que se merece – le obligó, poniéndose delante de él. Le dolía que le tratara así –. Es tu hermano y ha hecho mucho por nosotros.

–  Por mí en absoluto – le contestó con reproche.

Horus intentó no seguir a sus provocaciones, pero tampoco iba a ceder. Intentó mantenerse tranquilo, respondiendo a su madre con contestaciones secas deseando ir a su habitación. Era lo único que había deseado, y después de todo el día no se había acordado de que estaría cenando allí con él. No quería perder los nervios como le ocurría con ella cuando discutían, porque sobre todo ante Anubis quería mostrarse como un rey.

–  A mí me guardará lealtad porque soy su rey – continuó en voz alta, para que también lo escuchara él –, si no, yo no me opongo a que se una a Seth.

–  Horus – le suplicó Isis.

Horus miró un momento a Anubis de reojo, aún sentado entre los cojines, nervioso. Era la primera vez que le veía en persona. Sabía que su madre seguiría insistiendo y él no tenía ganas de continuar. Le interrumpió antes de que siguiera hablando.

–  ¿Es tu hijo? – le preguntó en voz baja, haciendo referencia a Anubis.

–  No – contestó ella.

–  Entonces no es mi hermano. 

Isis no respondió. No hubiera sabido qué decirle. Dejó que se marchara. Anubis se levantó después de que Horus se hubiera ido. Isis también le dejó que se marchara a los aposentos que habían preparado para él y su familia cerca de las habitaciones de Seshat.

Al día siguiente estuvo con ellos y le dijeron que iban a regresar a Saka a la mañana siguiente. Isis lo único que había querido había sido volver a verle antes de marcharse de allí. Sabiendo que estaba bien les permitió volver cuando quisieran.

Con Horus todo aquello quedó como si no hubiera ocurrido. Ninguno de los dos volvió a mencionar el tema, y volvieron a encargarse de los asuntos de la guerra que era lo primordial en los días previos a continuar su viaje. Sólo necesitaron dos días más para organizar su partida al Sur.

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Isis se levantó y, como cada mañana, Bes estaba a los pies de la cama esperándola para darle los buenos días, con ropa limpia y con la bandeja del desayuno. Le miró y pensó en la noche en que Tueris se lo regaló. Hacía poco de aquello, pero a ella le resultaba que había sucedido hacía casi una década. Ahora se veía diferente a como se había sentido los primeros días tras regresar a Khemnu. Cada mañana Bes lograba sacarle una sonrisa simplemente con su presencia y su actitud. Le gustaba esa devoción infinita que mostraba por ella. Nada más levantarse se quedó sentada en la cama con las piernas cruzadas, le pidió un vaso de agua y se quedó con él en la mano mirando el lago. No se escuchaba otra cosa que el sonido de los pájaros en el patio, en el cielo no había ni una sola nube y el calor del verano ya inundaba su habitación. Se había despertado por ello, y en cuanto terminó el vaso de agua se dirigió hasta el estanque mascando unas hojas de menta que cogió de la bandeja de su desayuno.

Era pronto, acababa de salir el sol, y el reflejo de los rayos sobre el agua le invitó a sumergirse en ella por última vez. Ese día marchaban al sur. Ya lo tenían todo preparado, durante dos días habían organizado y cargado barcos con las provisiones. La tarde anterior mientras ella había estado comprobándolo por última vez, Horus se había encargado de pasar revista al ejército.

Al sumergirse en el agua intentó apartar sus preocupaciones de la cabeza. Había pasado mala noche, se había dormido tarde por el calor y los nervios del viaje. Tenía todavía muy presente la discusión con Horus, y también lo sentía por Anubis. Le había alegrado mucho volver a verle, a él y a su familia, pero lamentaba que Horus estuviera tan obcecado por negarle y no querer entender. Pero al momento lo olvidó todo sintiendo sólo el agua a su alrededor.

Al verla salir Bes se acercó corriendo con una túnica para ella, y mientras se vestía junto al lago volvió a mirar al cielo. En el tejado vio a Horus sentado en el borde, con el sol iluminándole por completo, con Nubneferu a su lado, y con la mirada perdida en algún punto del este. Le soprendió verle allí, pero de inmediato quiso subir con él. Si iban a marcharse esa misma mañana no tendría otra oportunidad como aquella para estar con él a solas.

Mandó a Bes a que recogiera su habitación y ella se dirigió hacia las escaleras que conducían al tejado, por una puerta que se disimulaba con la pared entre su habitación y la de su hijo. Era un pasillo estrecho, con peldaños altos, pero que conocía muy bien. A la vez le resultó extraño, hacía mucho que no había subido allí. La última vez había sido con Osiris.

Horus estaba de espaldas a ella y supo que no la había notado llegar. El tejado de sus aposentos abarcaba toda la parte superior de sus habitaciones y el resto de las que formaban el patio. Durante un rato se quedó a su espalda, quieta, intentando adivinar lo que podría estar pensando. Miró lo que él estaba mirando. Las montañas sobre las que acababa de salir el sol. Estaba segura que como ella, también estaría nervioso por verse al fin a punto de comenzar. Él aún mucho más. Sobre él recaía toda la responsabilidad.

Isis le miró un momento más. Le observó detenidamente. Desde que regresaron no le había visto sin joyas, sin adornos, sin peluca. Ese día todavía no se había vestido y únicamente llevaba un faldellín, como en Sais. De espaldas por un momento le recordó a Seth. Miró sus brazos, fuertes, y su espalda, en la que se revelaba toda una vida de entrenamiento. Sus impulsos, su manera de comportarse, sobre todo el enfrentarse a ella cuando ambos intentaban demostrar que tenían razón, el poder que ejercía sobre todos aquellos que se presentaban ante él, todo aquello también era propio de su hermano. Isis respiró hondo. Y de ella sobre todo, pero la diferencia era que, como Osiris, era capaz de actuar de manera sensata.

Isis se acercó un poco más hasta ponerse a su altura. Se apoyó con las manos en el muro, al lado de donde él estaba sentado. Horus no la miró, pero le vio respirar hondo al darse cuenta de que estaba allí. Isis miró al frente, mirando al sol, más allá de los muros del palacio.

–  ¿Estás bien? – le preguntó Isis, volviendo los ojos a él.

Le vio apretar los labios, pensar. Se giró un instante hacia ella antes de volver a mirar al sol. Isis no dejó de observar su rostro.

–  Estoy viendo amanecer – le contestó.

–  Lo eché de menos en Sais – le dijo al cabo de un rato.

–  El día y la noche, la oscuridad, la luna, fue lo único que aunque sabía que existía, aunque lo había visto, me fascinó al cruzar a Egipto – Horus siguió hablando sin mirarla –. Me gusta que el sol vuelva a salir, volver a ver la luz, puede que algún día no salga más.  

–  Ra sabe guiar la barca.

Horus asintió. Sabía que cada noche él conducía el sol por los subterráneos de la tierra, cruzando los lagos por los que nadaba la serpiente Apofis entre el caos que había surgido de la separación de los elementos cuando comenzó a ordenarse el mundo. Ra siempre ganaba, aunque a veces la serpiente lograra arrebatárselo durante unos minutos, incluso horas. Él nunca lo había visto, pero su madre le habló de una vez que Apofis había logrado subir a la barca de Ra sin que se diera cuenta y durante el día se había comido el sol hasta que él lo recuperó y devolvió a la serpiente a los lagos subterráneos.

Isis lo recordaba como uno de los momentos de más incertidumbre en toda su vida. Creyó que todo iba a acabar. En ese momento, al mirar a Horus se sintió igual. No sabía por cuanto tiempo estarían fuera, si ganarían, si perderían, si jamás lograrían regresar. Horus se había pasado la noche en vela con una única imagen en su cabeza. Tebas. Si Toth había insistido tanto en esa ciudad, era porque tenía la certeza de que la guerra les conduciría allí.

–  Amón es a quien más temo – le confesó Horus, en voz baja, como si le diera vergüenza reconocerlo.

Isis estaba perdida en los tejados de Khemnu y más allá en los barcos que esperaban en el embarcadero, pensando en su inminente salida y repasando en su cabeza todo aquello que se llevarían. Al decir aquello la miró y le delató lo preocupado que estaba.

–  Tebas – continuó –. No podremos tomarla si se refugian allí. Es una fortaleza dentro de otra fortaleza. Su palacio, con unos muros que incluso superan el alto de la muralla que rodea la ciudad, el de su mujer, y el harén. Si logramos superar la primera línea de defensa, quedan las otras tres. Van a ser tres puntos de resistencia dentro de Tebas igualmente infranqueables.

En todos esos días, con la certeza de que se encontraría ante esa ciudad que debía tomar, no había pensado en otra cosa que en encontrar un punto débil. Cuanto más miraba los mapas y los planos más se daba cuenta de que no había ninguno.

–  Y Amón… – suspiró –, mi padre le nombró príncipe. Ha sido el hombre más poderoso del sur. Tú le conoces. Neith me enseñó cosas de él. Encuentra toda la información que necesita sin que nadie sepa cómo lo hace. Puede saber ahora mismo lo que estoy pensando y jamás sabré cómo lo ha hecho. Y con Montu, tan buen general. Y Seth, que luchará hasta el final.

–  Amón nos decía que el viento le hablaba de lo que sucedía en todos los rincones de la tierra.

–  Es un hombre muy peligroso – le advirtió.

–  Y tú para ellos también.

Isis intentó animarle, pero sabía que todo lo que le decía su hijo era verdad. Amón siempre les fue muy útil cuando le tuvieron a su favor. Osiris le había dado ese título como recompensa a sus buenos servicios. Él gobernaba desde el sur y siempre les ofreció todo incluso antes de que ellos se lo ordenaran. Siempre cumplió puntualmente con los tributos, con las ofrendas, e incluso acertaba con los regalos cuando les visitaban en Tebas. Ella había estado allí, y era un lugar que podría rivalizar con Khemnu, Mennefer, incluso Abydos y Busiris. Le respetaba incluso ahora, por su poder, porque como le había dicho, sabía entender todo lo que contenía el viento del Norte, y porque a pesar de estar junto a Seth, Amón sabría dirigir el ejército como el mejor estratega, y podría hacer muy difícil una victoria para ellos. Él no cometería ningún error, Montu también era muy inteligente, y sólo confiaba en que al tener Seth el mando, se olvidara de sus consejos, le cegara el odio cuando vieran cerca una victoria, y echara a perder todos sus planes.

Isis escuchó a Horus mientras le hablaba de todo aquello, porque aunque era consciente de que él también representaba una gran amenaza para Seth, la principal, mucho más que su madre o cualquier hombre del Norte, no dejaba de cohibirle su poca experiencia. Horus se pasó las manos por la cara y la miró, consciente del peligro.

–  Amón puede hacer de esto un abismo.  

Al volver a mirar los barcos a la orilla del río, y mientras los hombres empezaban a congregarse allí, él se dio la vuelta, tomó a Nubneferu con la mano e intentó olvidar todas sus dudas. Isis le siguió, se vistieron cada uno en su habitación, y fueron a la sala del trono donde les estaban esperando Toth, Seshat y otros muchos funcionarios de palacio y sirvientes para acompañarles hasta los embarcaderos.

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