Isis

Isis


Isis

Página 25 de 34

Isis bebió un poco de agua, y con la mirada fija en la bandeja de comida pensó en que dos años atrás tenía tanto miedo por la guerra como ahora. Durante todos los preparativos y mientras marchaban al sur lo olvidó todo con el único deseo de embarcarse en lo que creía una victoria inmediata. Ahora estaba hastiada de tanta sangre. Si seguían como su hijo quería no harían más que alargar las batallas sin un final para nadie.

Cuando hablaba delante de Horus y de todos sus oficiales sabía que de alguna manera ellos también habían comprendido que no tenía sentido continuar así por mucho tiempo. Pero ellos también querían seguir luchando hasta el final. Horus le había reprochado alguna vez en esos años por buscar la paz.

Nadie sabía que viajaban a Khemnu. A medida que fueron ascendiendo no salieron a saludarles como estaba acostumbrada cuando viajaba con Osiris en la barca real cada dos años recorriendo el río. Osiris, pensó de nuevo. Sólo quería terminar por él. Desde Ipu notó las tierras más fértiles, la inundación había llegado más lejos que en el Sur. En la orilla de las aldeas volvió a ver a gente pescando en barcas de papiro, sin prestarles atención a ellos.

Sólo Toth supo que llegaban. Volvió a sentir su presencia en ella al amarrar en el embarcadero de Khemnu. Un par de hombres les estaban esperando para conducirles con él. Habían llegado al día siguiente de zarpar de Nubt, por la tarde. De camino a palacio, uno de los hombres le informó de todo lo que había ordenado Toth. En cuanto se cambiara quería hablar con ella en privado en su sala. Isis asintió.

Recorrió el camino a su habitación de manera instintiva, aliviada de volver a estar allí. Sonrió al ver a Bes dentro de ella, como antes de irse. Se arrodilló a sus pies para saludarla, le dio la bienvenida, y le dijo que Toth le había dicho que tuviera todo preparado para ella porque iba a regresar. Isis no dejaba de pensar en que tendría que irse de nuevo, que su estancia en Khemnu sería breve. Era la misma sensación que cuando había regresado para hablar con Toth y marcharse a Sais.

Se cambió de ropa y en cuanto cayó el sol caminó hacia las estancias privadas de Toth. Se quedó mirando la persea sagrada en el patio que daba a la habitación donde la había convocado. Observó entre las últimas luces de la tarde las marchas que Seshat había hecho desde las raíces hasta las ramas desde que el mundo había sido creado. Intuyó las veintidós que se ordenaban en la parte superior del tronco, los años de su hijo que coincidían con los de su reinado.

–  Isis – le llamó Toth. Ella volvió la mirada y le vio a su lado. No le había sentido llegar. Se había quedado un rato parada allí porque no había visto luz dentro de la sala –. Me ha sorprendido que vinieras.

–  Quiero que se juzgue a Seth – le dijo de inmediato. 

Toth asintió en silencio, serio, sin mostrar en su rostro nada que le indicara si estaba negando o aceptando. Le pasó una mano por la espalda y la dirigió hasta la sala. Encendió todas las luces y le señaló con la mano hacia los cojines del fondo de la sala. Sobre la alfombra había tan sólo una bandeja con una jarra y un par de copas.

–  Quiero terminar con esto – comenzó Isis –. Horus se niega a aceptar otra cosa que no sea enfrentarse a él en una batalla.

–  Ya se lo sugerí – le recordó Toth –, pero él es quien manda.

–  Tiene que haber alguna manera.

Isis no sabía cómo intentar convencerle. Al verle tan tranquilo, sirviendo sus copas, bebiendo del vino como si estuvieran hablando de cualquier asunto trivial, no podía comprender por qué se negaba a hacer nada cuando se había implicado tanto en los preparativos. Cuando ella insistió él acabó sonriendo.

–  Sí que hay una manera – Isis fue a decir algo, pero él la detuvo –. Por supuesto que hay una forma de que Horus y Seth no tengan más remedio que aceptar el fin de la guerra de inmediato.

Isis se irguió en el sitio. Fue a reprocharle por qué no se lo había dicho antes, le criticó por saber que eso era lo que ella más deseaba, que habría sido lo mejor para todos. Toth le dejó que hablara hasta que terminó. Él le agarró del brazo para que se tranquilizara.

–  Pero también puede ser que Seth no lo acepte. O tu hijo.

–  Dime qué es – le exigió.

Odiaba cuando le dejaba suponer a ella todo lo que él daba por evidente.

–  Escribiré a Neith – le dijo –. Ella dará un veredicto y se deberá aceptar su palabra. Si aceptas que recurra a ella me reuniré de inmediato con Ra y que Neith decida lo que hay que hacer.

Isis sintió un escalofrío al escuchar su nombre, pero al momento sonrió irónica. Toth tenía razón al decir que quizá Seth no lo aceptaría. A él siempre le habían dado igual las leyes, incluso la palabra de Neith que debía ser aceptada por todos. Aún así debían correr el riesgo, como ella de enfrentarse a su hijo.

–  Horus te lo reprochará – le confirmó Toth, adivinando sus pensamientos.

–  Casi me preocupa eso más que la reacción de mi hermano – le sonrió levemente.

Toth le sonrió también. Sabía que no era así, pero odiaba estar siempre discutiendo con él. Toth le dio un momento antes de continuar. Isis se había quedado con la mirada en él, en sus ropas, el lino tan fino con el siempre vestía, sus joyas, y en la mano que agarraba su brazo.

–  Antes de un mes sabremos qué ha decidido.

Isis le miró a los ojos al hablar. Era el tiempo en el que Horus quería lanzar su ataque a Tebas. Le tranquilizó su mirada, sus ojos negros que, como los de Seshat, siempre le aportaban calma y seguridad. Todo tenía que salir bien. No quería tener que volver para luchar, caminar entre los cientos de heridos, teniendo que curar sus heridas y momificar a los que habían muerto. Esperaba que en un mes fuera su hijo quien volviera como rey de las Dos Tierras.

Toth se levantó y la dejó sola. Había sido rápido. Le había aportado la solución más adecuada, pero no dejaba de incomodarle que fuera Neith la que decidiera. Incluso su nombre le aportaba una cierta confusión. Jamás supo si realmente estaba del lado de su hijo o del de Seth. A ella tenía la certeza de que no la apreciaba, pero a su hijo le había ofrecido mucho a pesar de que no había sido a quien hubiera deseado tener a su lado. Era Seth a quien había querido enseñar personalmente. Dudaba. Luego la había ayudado y le había regalado un estanque con las aguas del Nun para el mundo del Amduat. Neith. Había pasado tanto tiempo con ella y nunca logró acostumbrarse. Para su hijo había sido la persona más importante en su vida.

Recurrir a ella era mucho más rápido que cualquier juicio. Si tenía esa opción no entendía por qué Toth se había implicado tanto. Recordaba cómo lo había preparado todo a su lado en los meses que estuvieron en Khemnu, y cuánto había trabajado en ello durante veinte años. Fue él quien declaró la guerra. Miró a su alrededor. Todo era perfecto, cada cosa estaba ordenada. La mesa principal, donde había cenado alguna vez, estaba decorada con un centro de flores. Las sillas ocupaban una distancia exacta entre unas y otras. El resto de la sala olía a incienso, el perfume que Toth había dejado al marcharse. Era la primera vez que estaba sola en esa sala. Como le había dicho Neith, ella no intervenía si no se lo pedían. Lo mismo hacía Toth, ayudaba a las decisiones que los demás habían tomado. Pero siempre tenía alternativas.

Isis se levantó y miró a su alrededor antes de marcharse. Si Horus o Seth no lo aceptaban volverían a empezar donde lo habían dejado. Ella no podía continuar una lucha eternamente. Al estar allí, en la seguridad de palacio, supo lo mucho que lo había echado de menos. No quería volver. Mientras estuvo en el sur con su hijo el día a día le había hecho olvidar que había algo más que todo aquello. Estar en esa sala le recordaba la última vez que acudió, para hablar con Toth antes de marcharse a Sais. Neith, suspiró de nuevo. Pensó que al regresar ya nunca tendría que depender de ella. Horus aceptaría todo lo que viniera de Neith. Esperaba que lo hiciera en su favor. 

 

 

V

e

i

n

t

i

t

r

é

s

 

 

 

Neftis estaba apoyada en el vano de la ventana oeste de su habitación. Acababa de amanecer y el palacio daba sombra a toda aquella parte del patio hasta las murallas exteriores. Tenía la mirada perdida en el camino del wadi y en los riscos que encajonaban el antiguo lecho del río. Cada mañana se asomaba con la incertidumbre de ver a alguien regresar. Hacía dos años que no veía a nadie volver o marchar por ese camino. Dos años sin que Seth hubiera vuelto. Por las tardes también se quedaba allí mirando el sol desaparecer hasta que se hacía de noche. Deseaba quedarse en esa soledad para siempre.

Durante los últimos veinte años se había pasado la mayoría del tiempo allí, salvo algunas tardes que bajaba con sus doncellas, y siempre custodiada por un par de guardias, a pasear por el patio y bañarse en el estanque que se situaba justo debajo de su ventana. Ahora tenía mucha más libertad. Se dio la vuelta al escuchar la voz de Siny, una de sus doncellas que siempre venía a traerle el desayuno y a vestirla. Neftis asintió y mientras Siny dejaba la bandeja sobre una mesita ella se quitó el vestido y se sentó en la alfombra junto a las columnas que daban al balcón del este. Sintió las manos de su doncella sobre su espalda mientras le echaba agua caliente con resina de incienso y aloe vera. Respiró hondo oliendo ese aroma que siempre le recibía por las mañanas, una de las recetas de su hermana para curar las heridas de la piel. Ya sólo tenía cicatrices, pero le calmaba el dolor. Mirando el sol a través de las columnas del balcón, cada mañana recordaba todos los latigazos que había recibido de Seth o de los hombres a sus órdenes.

–  ¿Os duele, mi señora? – le preguntó su doncella en voz baja, deteniéndose un momento.

Ella negó en silencio. Cualquier cosa le hacía llorar. Siny lo sabía, era quien más tiempo pasaba con ella, quien la servía desde hacía cinco años, pero siempre le hacía la misma pregunta cuando no podía evitar alguna lágrima en cualquier hora del día. Cuando la veía llorar siempre le preguntaba que si le dolía algo y ella siempre decía que no.

Cuando terminó de lavarla se puso en pie y le vistió con un vestido de lino, le peinó y le trenzó el pelo, le pintó los ojos con kohl, comió algo y le ordenó retirarse. Neftis esperó a que cerrara la puerta antes de salir al balcón. La incertidumbre porque su hermano volviera en cualquier momento le hacía mantenerse en una tensión constante. Pero los días pasaban y nadie regresaba. Desde allí, podía ver todo el palacio, había quedado casi desierto tras la marcha de Seth, salvo por aquellos que trabajaban allí y los cien guardias que había dejado para vigilarla.

Ella siempre había sido la señora de aquella casa, y ahora podía ejercer como tal. Había sufrido mucho entre aquellas paredes, y ahora que podía evitarlas sólo regresaba para dormir. Siny volvió al cabo de un rato con un par de guardias que ese día les tocaba acompañarla. Bajaron las escaleras de los cinco pisos hasta un pasillo que iba a parar a una sala. De ahí pasearon a través de los patios y las calles de El Oasis por los almacenes, los talleres y todas las casas de los trabajadores al borde de la muralla del norte. Ella siempre había intentado tratar a todos bien, ser amable, justa. Todos aceptaban su palabra sin decir nada. Como en los primeros años, había vuelto a organizar los asuntos privados de palacio. Ahora era ella la única con autoridad para mandar. Cuando se había decidido a retomar esos asuntos, después de tres meses en que Seth no volvió, había visto que la administración de El Oasis durante más de cuarenta años había sido un desastre. Cuando Seth se marchó, los trabajadores acudieron a ella para pedirle que se repartieran las raciones de comida, que se organizaran los talleres, y los mayordomos le habían pedido permiso para hacer un nuevo inventario de todas las provisiones con las que contaban.

Cuando ella vigiló de primera mano las cuentas vio lo mucho que se había derrochado y que apenas se había llevado un orden para mantener el palacio. Seth había desviado prácticamente todo a los gastos de guerra y antes de ello, a sus estancias habituales en Nubt. De las grandes cantidades de oro y marfil que habían recibido de Tueris tras la muerte de Osiris no quedaba nada. Con ella, después de dos años, todo había vuelto a la normalidad. La reconocían como la que había vuelto a poner orden y se lo agradecían con regalos en ropa, pelucas, joyas y pasteles, cada vez que visitaba los talleres, los almacenes o las cocinas. Sin embargo, temía el regreso de su hermano que viera que ella había sido mucho más eficaz a la hora de administrar el palacio. Temía que pensara que le había desautorizado.   

Sabía que todos la respetaban. El harén le había causado un poco más de problemas. Casi todas las mujeres que vivían allí habían sido traídas de Dendera. Todas ellas eran regalos de Hathor, y alguna que otra de Amón de Tebas. Seth le había dicho muchas veces que cualquiera era mejor mujer que ella, y que no había ninguna que no dijera que todo lo que hacía con ella era lo que se merecía una traidora. Lo hacía para humillarla, pero también sabía que eran los rumores que corrían en el harén y más allá de El Oasis. Pero ahora estaban contentas con ella por haber reorganizado sus dependencias. Siny le confesó que ahora vivían mejor. Al menos no nos falta comida a diario, le dijo hacía unos meses.

Después de pasear por el barrio de los trabajadores, vigilando que cada uno recibía su ración, se dirigió hasta el harén, en el sur. Ahora ninguna se atrevía a decir que era incapaz de hacer otra cosa que conjurar contra Seth. Neftis recorrió las estancias vigilando que estuvieran limpias y ordenadas. Había organizado turnos para la limpieza y vigilar los almacenes y las provisiones que les tocaban a ellas. Regresó a sus estancias a la hora de comer, se quedó en la sala de entrada y esperó a que le trajeran su comida.

Pero al ver traer la bandeja, en seguida mandó que se la llevaran. No tenía hambre. Llevaba años en que apenas comía. Siny le decía que tenía que hacer un esfuerzo pero ella se negaba. Cada vez que llegaba la hora de la comida o la cena siempre le recordaba los días en que se lo traía Seth como excusa para verla y hacer con ella todo lo que quisiera.

Neftis se tumbó entre los cojines a punto de echarse a llorar. Todo había sido culpa suya. Todo había cambiado desde el día en que Osiris le contó a Seth que estaba embarazada. Seth le había dicho que si no la mataba era porque no quería empezar una guerra con su hermano. Había dejado que se marchara con Isis y Osiris, él mismo le dijo que se marchara si no quería que ese hijo muriera nada más nacer, pero cuando volvió todo fueron torturas. Más aún cuando regresó de haber ayudado a Isis. Y cada día se volvió más cruel con ella. Pero no quería marcharse, ese era su hogar. Anhelaba la vida que Toth le ofreció hacía veintidós años, cada día echaba de menos la Isla de las Llamas, pero ella debía estar ahí. Le gustaba ese palacio, ese oasis en mitad de las arenas del desierto, el calor constante, los paisajes yermos que se extendían a su alrededor. Sólo por Osiris se hubiera quedado en Egipto. Y por Anubis. No le había vuelto a ver desde el día en que se marchó de Busiris al mes de dar a luz. Su hermana siempre le decía que estaba bien.

–  Mi señora – le llamó Siny desde las columnas –, ha llegado un mensajero. Dice que quiere hablar con vos.

Neftis sintió como el corazón empezó latirle con fuerza. Desde que Seth se marchó no había vuelto nadie a El Oasis, tan sólo las caravanas del este que una vez al mes les traían provisiones. Notó que su doncella también estaba nerviosa.

–  ¿Dónde está? – le preguntó mientras dio la orden a sus guardias de seguirla y a Siny de que le acompañara.

–  Está esperando justo a las puertas del oeste – le dijo, mientras la conducía hasta allí –. No ha querido decir más. Ha insistido en que tenía que veros de inmediato.

–  ¿Ha dicho de parte de quien viene?

–  No.

Neftis sólo podía pensar en que le traía la noticia de la victoria o de Horus o de Seth. Todos esos años había suplicado que fuera su sobrino quien venciera, pero al ver al hombre esperando en la puerta reconoció que era el mismo que le había llevado el mensaje a su barco cuando pasó por Khemnu. Tuvo la esperanza de que sus deseos se hubieran cumplido.

–  Mi señora – le saludó el hombre, agachando levemente la cabeza –. Toth me ha mandado venir hasta aquí. Neith os manda un mensaje. Es el mismo que está recorriendo Egipto proclamando el trono de las Dos Tierras para el rey Horus.

Neftis tomó el papiro que le entregó. Sonrió mientras lo abría delante de él, con las manos temblando. Antes de empezar a leer le miró un momento. No sabía cómo había llegado solo hasta allí. Toth siempre encontraba la manera de encontrarla si lo deseaba. Ahora había sido más sencillo que la última vez que recibió una misiva de Neith, cuando Seth había tomado primero el mensaje antes de entregárselo a ella. Neftis le ofreció quedarse ese día en palacio antes de regresar. Estaba cansado, lleno de polvo y arena del viaje, pero los nervios le habían hecho olvidar su hospitalidad.

–  Tengo orden de volver de inmediato – le dijo –. Pero os acepto algo de beber hasta que me deis una respuesta.

–  Siny, acompáñale – le ordenó.

En cuanto se quedó sola se alejó unos pasos de sus guardias. Las puertas estaban cerradas y se resguardó a la sombra para leer. Seguía temblando, y a cada palabra no pudo evitar reír y llorar a la vez. Releyó la carta hasta cuatro veces para convencerse de que era cierto. Como le había dicho el mensajero, Neith proclamaba a Horus como el legítimo heredero de Osiris para el trono de las Dos Tierras. Había condiciones, pero le eran mínimas al leer la nota que Toth le había dejado al final. Le decía que tenía guardado un sitio para ella junto a Osiris. Era mucho más de lo que hubiera esperado.

Neith había confirmado a Horus como rey de Egipto, pero también quería compensar a Seth por renunciar a la guerra y a un futuro enfrentamiento. Le ofreció el doble de posesiones que tenía en Egipto, como señor de todos los países extranjeros del norte. Pero debía marcharse a vivir a Biblos y no regresar nunca a Egipto. Anat y Astarté ya le habían reconocido. Hammon había regresado a Biblos y había permitido a sus padres volver del exilio. La convocaba a ella, como a todos los señores de Egipto a acudir a Tebas donde se iba a coronar a Horus. Toth le ofreció su protección ante su hermano.

Neftis miró un momento las murallas que se extendían sobre ella. Horus había ganado, y ella estaría con Osiris. Sin embargo, al instante, pensó en su hermana. No había vuelto a cruzar las murallas de palacio desde que había vuelto de estar con ella tras el nacimiento de Horus. Toth había sido escueto y no le había explicado nada más. Respiró hondo y se secó la cara con las manos. Con un gesto de la mano ordenó a sus guardias que la acompañaran dentro. Vio esperar en el vestíbulo de palacio al mensajero de Toth y le pidió que le explicara la situación en Egipto. Estaba sentado en una silla plegable, se había lavado y estaba comiendo un poco de pan de una bandeja que habían traído para él. Ella acercó otra silla y se sentó a su lado.

–  Isis está ahora en Khemnu – comenzó –. Cuando me marché estaban preparando el viaje a Tebas. Allí se va a hacer oficial la orden de Neith. Aún el ejército del rey Horus está acantonado en Nubt y Gebtu y allí se van a reunir todos los nobles del Norte antes de ir a Tebas. Si aceptáis tengo la orden de conduciros a Nubt. Llegaremos al tiempo que Toth. 

–  Iré contigo – le confirmó.

–  Seth, Amón, Montu y Hathor están en Tebas con todo su ejército. Abrirán las puertas en cuanto Horus se presente allí.

Neftis respiró hondo. A pesar de todo tenía miedo. Había pasado mucho tiempo con Seth como para confiar en él. Era la palabra de Neith y todos debían respetarla. Seth era el único capaz de desobedecerla. Ir a una ciudad como Tebas, con todo un ejército en su interior, mandado por su hermano. Podía ser una trampa. No quiso decir nada. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en la noche en que Seth encerró a Osiris en el sarcófago. También entonces había aparentado buenas intenciones. Miró a su alrededor, sabiendo que aún así acudiría. Cuando Osiris había estado en ese palacio habían pasado allí muchas tardes. Siempre había buscado un momento para estar con ella a solas. La idea de volver a verle le hacía correr el riesgo.

Estaba atardeciendo, y por las columnas del oeste le llegaban los últimos rayos del sol. La estancia estaba pintada con escenas del Nilo que le hacían recordar los años en que habían vivido de pequeños en Khemnu. Había tenido la oportunidad de quedarse, pero ella siempre quiso volver porque consideraba ese su lugar. Habían sido pocos los momentos que había sido feliz allí. Los primeros años Seth la trató como la reina que era, contaba con ella, la trataba bien, como había sido su relación toda la vida. Neftis estaba orgullosa de haber estado con él. Habían planeado juntos la construcción de ese palacio, lo habían visto levantarse hasta el día que lo inauguraron cuando fueron coronados como reyes del Desierto. Estaba orgullosa, pero con el tiempo fue incapaz de continuar bajo tanta presión. Anhelaba la vida de su hermana. Ella era capaz de hacer frente a cualquier situación, incluso a Seth. Estar con él siempre le exigió demasiada responsabilidad y guardar en todo momento su imagen y sus palabras para estar a su altura. Osiris siempre le ofreció mucho más que Seth. Con él estaba a gusto, se sentía tranquila, como cada vez que estaba con su hermana. Lamentaba todo lo que había ocurrido sólo por ella.

–  Partiré mañana por la mañana si vos me acompañáis – le dijo el mensajero.     

Por un momento había olvidado su presencia. Ella asintió y le ofreció quedarse allí esa noche. Del vestíbulo donde estaban se accedía a la sala del trono. No había entrado allí desde que Seth se marchó. No le gustaba ese lugar, pero consideró que era el momento de comunicar allí el mensaje que le habían traído. Mandó a sus guardias que anunciaran a todos los que vivían allí que se reunieran en la sala antes de la caída del sol. Al abrir las puertas sus pasos retumbaron por toda la sala, encendió las antorchas y las lámparas mientras se iba congregando toda la gente y esperó sentada en el trono que le correspondía. Su hermana había jurado allí mismo destruir a Seth y derrumbar los muros de ese palacio. Ahora iba a aceptar una paz. Vamos a ir a una trampa, pensó de nuevo.

Miró a los pies del atrio. Siempre que se sentaba allí recordaba el instante que había desencadenado aquella situación. En ese momento sólo tenía en la cabeza el sarcófago en el que Seth había encerrado a Osiris, su propio silencio, y los gritos de Isis.

El mayordomo de palacio fue de los últimos en llegar, se acercó a su lado y le dijo al oído que ya podían empezar. Veía a todos nerviosos, sin saber por qué se les había llamado con tanta urgencia. En cuanto se puso en pie todos se quedaron en silencio mirándola a ella. Aún tenía el papiro en su mano. Lo abrió y lo leyó ante todos. Al volver a mirar al frente nadie se movió. Aprovechó además para dejar el palacio aorganizado durante su ausencia. Dejó El Oasis a cargo sus funcionarios para que todo continuara como si ella estuviera allí, pero se dio cuenta que si Seth se iba a Biblos y ella se marchaba, ese lugar caería en el olvido en unos cuantos años. Si en Egipto reinaba la paz todos acabarían mudándose allí. Bajó la mirada cuando terminó. Al final se cumpliría lo que Isis había prometido y a la vez lo lamentaba. Era lo único importante que ella había creado en su vida, aunque fuera junto a Seth. Miró a su alrededor, esa sala que era la más grande de todo Egipto, sostenida por cientos de columnas. Nunca se había llenado del todo incluso en los días en que tuvieron más invitados.

Salió cuando no quedó en la sala nadie más que ella y sus guardias. Siny esperó también hasta el final y con ella se fue a preparar lo poco que se iba a llevar. Seth había prohibido que pusiera un pie al otro lado de las murallas. Cuando todos escucharon las palabras de Neith nadie se atrevió a cuestionar sus órdenes. Se llevaría a la mitad de sus guardias con ella y los otros cincuenta se quedarían para cuidar El Oasis. Eran pocos para cuidar de un sitio como aquél, pero allí la guerra ya no llegaría y las murallas eran suficientes para protegerles de las noches del desierto.

Neftis se mantuvo en pie en la habitación, con los brazos cruzados, mirando como Siny y otro par de sirvientas iban guardando en varios baúles lo que ella les iba diciendo. Guardaron sus mejores ropas, joyas, pinturas, perfumes, sandalias, pelucas. Mientras iban guardándolo todo se dio cuenta que hacía décadas que no usaba nada de aquello. Ahora simplemente le gustaba llevar un vestido sin adornos, se había dejado crecer su propio pelo que siempre lo llevaba en una trenza a la espalda e iba descalza a casi todos los lados. Seth ya nunca la obligaba a arreglarse y ella con el tiempo dejó de hacerlo. 

Temblaba ante la idea de volver a ver a Seth. A pesar de que Toth había jurado protegerla, aunque estuviera su hermana, no podía pensar en otro trato que el que había recibido los últimos años. Miraba la cama sobre la que estaban doblando sus vestidos y sus túnicas. Tuvo que sentarse en una silla que tenía a su lado. Apoyó el codo en el tocador con la cabeza sobre su mano.

–  Mi señora, ¿estáis bien? – le preguntó Siny al verla así –. ¿Os duele la cabeza?

–       Tráeme un vaso de agua – le pidió.                   

Ir a la siguiente página

Report Page