Iris

Iris


Capítulo 21

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Iris quería morirse.

Pensó en algunas de las cosas que había hecho, en las cosas que había dicho, y esperó no tener que encontrarse nunca más con ninguna de las personas que conocía. Sobre todo, esperó no tener que encontrarse cara a cara con Monty jamás.

—No entiendo. Mi p… padre —no pudo evitar trabarse con esta palabra— no se lo habría contado a nadie.

—Tu verdadero padre empezó a acosar a Richmond. Dijo que se lo contaría a todo el mundo en Austin y San Antonio si él no le daba veinte mil dólares. A Helena casi le da un ataque, pero Monty la ayudó a deshacerse de él. Nadie entendió por qué lo hizo, pues todos sabían que ella había estado tratando de conquistar a George.

—¡No te creo! —exclamó Iris. Cada revelación era como un golpe que Joe le asestaba, uno tras otro, hasta hacerla tambalear—. Me estás mintiendo. ¿Qué quieres?

Todo aquello era demasiado espantoso para ser verdad.

—¿Has oído hablar de esa pelea que Monty tuvo en México, aquella en la que mato a un tipo?

¡Dios santo! ¡Monty había matado a su padre para impedir que le dijera a todo el mundo que ella era su hija bastarda! Y en los últimos dos meses ella no había hecho más que acusarlo de toda fechoría insignificante que se le había ocurrido. Después que él había arriesgado su vida para proteger su reputación.

Iris estaba muerta de vergüenza.

¿Qué pensaría Monty de ella? Se había portado como una chica mimada y superficial que estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por conseguir lo que quería. Le había dicho que quería un esposo que estuviera tan perdidamente enamorado de ella que hiciera todo lo que le pidiera. Y para colmo de males, él la había oído decirle a Carlos que quería tener muchas casas y ropa, y dar innumerables fiestas, todas las cosas que una mujer tonta valora más que la honestidad, la seriedad y el coraje. Se había condenado a sí misma con sus propias palabras.

¡Y aquella noche en el tipi! Había querido que Monty le hiciera el amor. Prácticamente se lo había pedido. Se moría de vergüenza sólo de recordarlo. Mirando toda aquella situación con los ojos de Monty, podía entender que él pensara que ella haría cualquier cosa, por más deshonrosa que fuera, por conseguir lo que quería. Su madre y su padre lo habían hecho. ¿Por qué alguien habría de esperar que ella fuese diferente?

Iris dejó escapar un quejido y se alejó al galope. No se detuvo hasta llegar a los álamos dispersos y la maleza que se encontraban a orillas del riachuelo. Tras dejarse caer de su caballo, caminó tambaleándose a ciegas entre los árboles. Se apoyó contra un pequeño álamo y sintió unas ganas terribles de vomitar.

Toda su vida pasó tumultuosamente delante de sus ojos. Era una farsante, una impostora tan ordinaria como cualquiera de los borrachos o los vagabundos a los que tantas veces había mirado por encima del hombro. No les llegaba a la altura de los zapatos a los ignorantes criados mejicanos a los que su madre tanto había despreciado. No sólo era una bastarda, también era la hija de un chantajista.

Y Monty siempre lo había sabido.

Sintió que las náuseas volvían a estremecerla. Sumida en lo más profundo de una tristeza que nunca había conocido, Iris no sabía cómo podría volver a mirarlo alguna vez a los ojos.

Cuando las convulsiones finalmente dejaron de sacudirle el cuerpo, Iris se levantó. Su caballo había desaparecido. Se dirigió al campamento, pero cuando vio a Betty y a Tyler haciendo los preparativos para la cena, el pánico se apoderó de ella. No podía regresar allí. Si antes la gente la había eludido, ahora la rechazaría. Corriendo a tropezones, Iris fue al corral de los caballos. A ciegas cogió una bestia y empezó a ensillarla.

—No puedes montar a John Henry —le gritó Zac—. Ése es uno de los caballos de Monty.

Zac se golpeó la cabeza al levantarse de un salto del lugar en el que había estado dormitando bajo el carromato de provisiones. Soltó una sarta de maldiciones.

Iris se alejó del caballo como si esperase que éste la atacara. Cogió una mula parda. Era demasiado fea y pequeña para pertenecerle a uno de los Randolph. Agarrándose firmemente de su crin, se subió a su lomo. Luego, haciendo que girara hacia las cuerdas, Iris la aguijó en las costillas. La mula empezó a correr, saltó las cuerdas y se dirigió hacia la pradera a todo galope.

—¡Vuelve aquí! —le gritó Zac.

—¿Adónde va Iris? —le preguntó Betty Crane.

—No lo sé —dijo Zac—, pero traté de detenerla. Tienes que decirle a Monty que intenté detenerla.

—¿Por qué?

—Me desollará vivo por haber dejado que se marchara de esa manera. Está perdidamente enamorado de ella.

—No me había dado cuenta —dijo Betty.

—Monty tampoco se ha dado cuenta —dijo Tyler mirando a Iris. Su rostro, normalmente inexpresivo, en aquel momento dejaba ver toda su preocupación—. Ni Iris tampoco.

* * *

Monty estaba contento. Se encontraban a escasos dos días de distancia de Dodge. Ya había terminado la parte más difícil del viaje. Había pagado a los comanches y los había mandado de regreso a su aldea con suficiente carne de vaca para todo el invierno. Debido a la reputación que tenía Dodge de ser un pueblo sin ley, había decidido pasar a unos dieciséis kilómetros hacia el oeste. De modo que había enviado a Hen y a Salino a que contrataran otros vaqueros y compraran suficientes provisiones para llegar a Ogalalla.

Pero ésa no era la razón por la que estaba tan contento.

Su indecisión había quedado atrás. Se había convencido de que había sido un tonto al mantenerse alejado de Iris. Ésa no era la manera de solucionar nada. Tenía la sensación de que podía estar enamorado de ella. Aunque esa idea le producía un miedo espantoso, también lo emocionaba muchísimo. No sabía qué quería hacer con su vida, pero estaba seguro de que deseaba que Iris formara parte de ella. Se moría por decírselo.

* * *

—¿No dijo a dónde iba? —preguntó Monty. Se había sorprendido al enterarse de que Iris se había marchado del campamento. Le había advertido en varias ocasiones que era peligroso que fuera sola a cualquier lugar.

—No —le contestó Zac, teniendo cuidado de mantener una distancia prudente entre su hermano y él.

—¡Qué extraño!

—No pude hacer nada para evitarlo. Simplemente se subió de un salto a esa mula y salió de aquí como si una pantera la estuviera persiguiendo.

—¿Tienes alguna idea de a dónde iba? —preguntó Monty, volviéndose hacia Betty Crane.

—No. Parecía alterada, pero no me dijo nada.

—¿Tú sabes algo? —le preguntó Monty a Tyler.

—No fue Hen —dijo Tyler—. Él no haría algo así.

—Lo sé —independientemente de lo que Hen le hubiese dicho a Monty acerca de Iris, nunca le diría nada a nadie más.

—¡Podría haber indios en esa dirección! —exclamó Betty, visiblemente preocupada—. Yo fui por ese camino.

—Ya hemos salido de territorio indio. ¿Cuánto hace que se marchó?

—No hace mucho —dijo Zac.

—Hace cerca de media hora —lo corrigió Tyler.

Monty parecía preocupado.

—Si no regresa antes del mediodía, tendré que ir a buscarla.

Todos lo miraron sorprendidos.

—No puedes irte —dijo Zac, mirando a Monty como si estuviera loco—. Tú estás al frente de todo.

—Pero no podemos abandonar a Iris en la pradera —dijo Monty—. Conociéndola, si su intención era ir a Dodge, es muy posible que termine en territorio indio.

—Seguro que regresará pronto —dijo Tyler—. Es posible que no tenga mucho sentido de la orientación, pero es una chica muy sensata.

—Será mejor que vayas a ver a un oculista cuando lleguemos a Denver —le dijo Zac a Tyler.

—No necesito ir a un oculista —replicó Tyler.

—Sí que lo necesitas si crees que Iris parece una chica sensata.

Monty no intentó ocultar su mal genio. Caminaba impaciente entre el campamento y el corral de caballos. Cada minuto aproximadamente soltaba una sarta de maldiciones, o rompía, destrozaba o arrojaba algo al suelo, luego empezaba a caminar más frenéticamente que antes. Tyler no le prestaba atención, Betty lo observaba atemorizada, y Zac se mantenía tan lejos de él como podía. Nadie se atrevía a hablarle.

Estaba en un dilema para el cual no encontraba solución. Tenía que ir a buscar a Iris, pero si lo hacía, se vería obligado a abandonar sus responsabilidades con el hato. No había manera de que pudiera hacer las dos cosas.

No podía esperar hasta que alguien fuera a Dodge a buscar a Hen y a Salino. Y no había nadie más que tuviera la experiencia suficiente para dirigir el hato. En aquel momento habría incluso aceptado con agrado que Frank volviera a trabajar con ellos.

«Esto sólo demuestra cuán desesperado estás. Hen dijo que esa mujer sería tu perdición. ¿Por qué no le pides a otra persona que vaya a buscarla? ¿Por qué no se lo pides a Carlos?»

Pero no podía quedarse en el campamento sin saber qué estaba sucediendo. Era posible que pasaran varios días antes que alguien la encontrara.

¿Por qué se habría marchado? Iris tenía un temperamento volátil, pero no hacía tonterías. Sabía cuán peligrosa era la pradera. Razón de más para que Monty se preocupase. Fuera lo que fuera lo que estuviese pasando, con seguridad se trataba de algo serio.

Esto hizo que volviera a considerar el problema inicial. Tenía que ir a buscarla en aquel mismo instante, pero no podía hacerlo sin descuidar el hato. Monty soltó una nueva sarta de maldiciones y empezó a caminar más rápido.

Poco después se paró en seco. No había ninguna decisión que tomar. Desde el principio había tenido la certeza de que iría a buscar a Iris. ¿Por qué perdía su tiempo reflexionando sobre una decisión que ya estaba tomada, cuando debería estar pensando en cuál era el siguiente paso a dar?

Monty sintió que se quitaba un gran peso de encima. Luego recordó algo que Rose había dicho alguna vez y se sintió aún mejor. «Todo hombre puede hacer un buen trabajo cuando las soluciones son fáciles. Un hombre sólo se mide por cómo se comporta cuando no hay más que decisiones difíciles que tomar». Pues bien, aquella era una decisión difícil, probablemente la más difícil de toda su vida, pero era la única posible. Si él podía aceptarla, todos los demás también tendrían que hacerlo.

Volviendo a ser el de antes, Monty fue a decir a Tyler que había sido ascendido a arriero.

—Pero yo no quiero dirigir el hato —protestó Tyler—. Yo vine a cocinar, no a supervisar este viaje.

—Déjame hacerlo —suplicó Zac—. Yo puedo.

—Carlos te ayudará —dijo Monty, desoyendo a Zac—. Según Iris, una cuarta parte del hato será suya en poco tiempo.

Varios hombres se volvieron para mirar a Carlos con renovado interés y curiosidad. Tyler ignoró a Carlos y le lanzó a su hermano una mirada severa.

—Eso a ti no te incumbe, y lo sabes.

—Carlos debería ponerse al frente del hato —dijo Joe.

—Estamos arreando el ganado de los Randolph —dijo Monty, clavando la mirada en Joe de una manera desconcertante—. Y sólo un Randolph puede supervisar una empresa de los Randolph.

—¿Aun si se trata sólo del cocinero? —preguntó Betty algo escéptica.

Monty se volvió hacia Betty.

—No dejes que Tyler te engañe. Puede parecer un monje, pero es tan fuerte como el cuero de un zapato.

—¿Y qué dices de mí? —preguntó Zac.

—Tú tienes la cabeza más dura que el tocón de un roble seco, pero aún es posible que cambies. ¿Ya has preparado esa comida? —preguntó Monty volviéndose hacia Tyler. Su hermano le paso las pesadas alforjas—. ¿Qué guardas aquí?

—Judías y tocino —dijo Tyler—. Hasta tú puedes cocinar eso.

—Eso espero —dijo Monty con una fugaz sonrisa—. Pues es muy probable que Iris no sepa.

—¿Estás seguro de que no puedes esperar hasta que regresen Hen y Salino?

—Aunque enviara a alguien a buscarlos ahora, Hen no llegaría aquí antes de la madrugada. No puedo dejar a Iris sola en mitad de la noche.

—Podrías pedirle a uno de los vaqueros que fuera a buscarla —sugirió Betty.

—Yo debería ir —dijo Carlos—. Ella es mi hermana.

—Sí, él debería ir —asintió Joe—. Yo puedo encargarme del hato en su lugar.

Monty se volvió hacia aquellos dos hombres. Para su propia sorpresa, no sintió la rabia que normalmente se apoderaba de él cuando alguien cuestionaba sus decisiones. Tampoco la acostumbrada irritación que lo dominaba cuando recordaba que Iris le había hecho cargar con dos hombres en quienes no confiaba y a los que no respetaba. Se encontraba frente a una situación muy difícil. La había estudiado detenidamente y había tomado la única decisión que podía. Los demás tendrían que aceptarla.

—Yo iré a buscar a Iris, y Tyler será la persona responsable de la manada. Si alguien no está de acuerdo con esto, será mejor que ensille su caballo y se marche ahora mismo. ¿Entendido, Carlos?

—Supongo que sí, pero no me gusta la idea.

Monty no quiso perder el tiempo con Joe.

—Te hago responsable de tu amigo —le dijo a Carlos mientras se subía a su caballo. Había escogido a Pesadilla—. No sé cuándo regresaré. Hen y Salino deben volver mañana en la tarde. Si tengo suerte, estaré aquí antes que ellos.

—¿Y si no la encuentras? —preguntó Betty.

Monty no se había permitido pensar en ello. Era una posibilidad que no podía aceptar.

—La buscaré hasta que la encuentre.

* * *

Monty se había marchado hacía apenas cinco minutos cuando oyó un caballo acercándose a él a todo galope. Cuando se volvió, vio que se trataba de Carlos. Perplejo, se detuvo para esperarlo.

—He descubierto por qué se ha marchado Iris —dijo Carlos cuando estuvo junto a Monty.

—¿Por qué no me lo has dicho antes? —preguntó Monty, molesto de que Carlos hubiera esperado tanto tiempo.

—Acabo de enterarme.

—¿De qué te has enterado?

—Joe le ha contado a Iris lo que sucedió con su padre, su verdadero padre.

La rabia se apoderó de Monty con la velocidad del viento del norte, pero no era una rabia explosiva. Era fría y mortal. Resistió la tentación de regresar al campamento y golpear a Joe hasta que pidiera clemencia. Tenía que encontrar a Iris. En el estado en que debía encontrarse podría hacer cualquier cosa.

—Gracias —dijo Monty—. Ahora será mejor que regreses. Sé que Reardon es tu amigo, pero puedes decirle que si aún está en el campamento cuando yo regrese, tendrá que responder ante mí por lo que ha hecho.

—Joe no quiso…

—También puedes decirle que no tengo la intención de aceptar sus razones, sean las que sean.

Monty se volvió y siguió su camino. Una nueva premura cabalgaba con él. No sabía qué clase de ideas le había tratado de inculcar Helena a Iris, pero habría apostado su hato a que le había hablado una y otra vez acerca de la importancia de la familia, el nacimiento y la posición social. El enterarse de que era la hija bastarda de un vendedor normal y corriente podría llevar a Iris a hacer una locura.

Monty la encontró media hora después del atardecer. Estaba cabalgando en la cima de una cadena de colinas. Su silueta se perfilaba contra el cielo y la podría divisar perfectamente cualquier persona que se encontrara a unos cuantos kilómetros a la redonda, fuera amigo, forajido o indio.

Puesto que Monty había estado muy preocupado por ella toda la tarde, tenía los nervios a punto de estallar y se le había formado un nudo en el estómago. Había pasado ocho horas espantosas imaginando todas las cosas terribles que habrían podido sucederle, desde una mordedura de serpiente de cascabel hasta caerse de la mula parda. Sintió un alivio casi físico, al igual que rabia de que ella hubiera hecho algo tan increíblemente peligroso.

Iris parecía estar siguiendo los rastros que había dejado en la hierba para encontrar el camino de regreso. Estaba tan concentrada haciendo eso que no se percató de su presencia hasta que él se encontró a cincuenta metros de distancia. Cuando se volvió, por un instante pareció no reconocerlo. Luego soltó un grito e hizo que su caballo bajara la colina hasta llegar a la pradera.

¡Maldición! ¿Qué pretendía hacer al huir de él? ¿Acaso no sabía que había ido a ayudarla? Las largas y fuertes zancadas de Pesadilla salvaron la distancia que los separaba con asombrosa rapidez.

—¡Vete! ¡Déjame en paz! —gritó Iris cuando Monty llegó al lado de ella.

Monty alargó la mano para coger la brida de la mula de Iris. Hizo que ésta se detuviera de una manera tan brusca que ella estuvo a punto de caerse. Iris intentó arrancarle las riendas de la mano. Cuando comprendió que no podía luchar contra Monty, se bajó y empezó a correr a través de la hierba que le llegaba a la cintura. Monty la siguió en su caballo hasta llegar junto a ella. Se inclinó hacia un lado desde su silla de montar, le pasó el brazo por la cintura y la levantó del suelo.

—¡Bájame y vete! ¡No quiero hablar contigo! —Iris daba patadas y le pegaba con los puños, pero no logró soltarse.

—¡Basta ya, maldita sea! —gruñó Monty, apretando la mandíbula debido al esfuerzo físico que estaba haciendo al levantarla con un solo brazo. Con un fuerte tirón, sus poderosos músculos lograron subirla frente a él en la montura.

—Tenemos que hablar, pero no podremos hacerlo si sigues corriendo por la ladera.

—No puedes querer hablar con la hija bastarda de un chantajista —dijo Iris entre sollozos. Dejó de oponer resistencia y se dejó caer contra su pecho—. Los Randolph no se relacionan con esa clase de gente.

—Eso sólo muestra lo poco que me conoces —dijo Monty, y la estrechó entre sus brazos—. Me gustan las pelirrojas guapas, independientemente de todo lo demás.

—No es posible que yo te guste sabiendo quien era mi padre.

Monty hizo un sonido que parecía una mezcla entre un resoplido de desprecio y una risa llena de amargura.

—Mi padre era una persona muy cruel cuando se emborrachaba, perdió en el juego la fortuna de la familia, sedujo a no sé cuántas mujeres, mató al menos a un hombre en un duelo y, además, se rumoreaba que robó una nomina de medio millón de dólares durante la guerra. Comparado con él, tu padre no hizo más que unas cuantas travesuras.

—¿Es verdad que mató a un hombre? —preguntó Iris, dejando de llorar momentáneamente.

—Sedujo a la hermana de su mejor amigo, y luego obligó a éste a batirse en duelo con él.

—Pero no eres hijo ilegítimo.

—Preferiría ser el hijo bastardo de un vaquero honesto que la prole de ese hijo de puta. ¿De quién crees que heredé este infernal carácter, o Hen su disposición para matar? La sangre infecta de ese hombre está en todos nosotros.

Iris quería desesperadamente creer a Monty, pero ¿y todas las demás cosas de las que se había enterado?

—Eso no fue todo lo que Joe me dijo.

Monty hizo que Pesadilla se detuviera.

—¿Qué más te dijo?

—Me dijo que algo sucedió entre mi madre y George.

Monty suspiró como si supiera que se estaba metiendo en más líos al hablar que guardando silencio.

—Supongo que tendrás que saberlo tarde o temprano.

—Entonces es verdad.

—No lo sé. Depende de qué te dijo Joe.

—Que mi madre trató de conquistar a George, y que tú mataste a mi padre.

Monty se dirigió hacia la mula de Iris, que se encontraba pastando a unos cien metros de distancia.

—¡Maldición! Parece que ese cabrón no se calló nada.

¡Dios santo! ¡Era verdad! Confiaba en que no lo fuera. Todo el día había intentado pensar en una razón por la que Joe habría querido mentirle. Pero no le había mentido. La reacción de Monty lo demostraba.

Monty suspiró de nuevo.

—Hace un par de años me encapriché con Helena —empezó a decir—. No había nada extraño en esto. Casi todos los hombres se enamoraban de Helena sólo con verla.

Iris sintió un malestar en la boca del estomago. ¿Cómo podía amar a un hombre que había estado enamorado de su madre?

—¿Te enamoraste de ella?

—¡Dios, no! —exclamó Monty aterrorizado.

Iris sintió un gran alivio. Nunca había esperado ser la única mujer a la que Monty hubiera amado en su vida, pero no habría podido soportar que la otra mujer fuera su madre.

—Pero Helena no hacía más que perseguirme. Me hacía toda clase de preguntas acerca del rancho y acerca de George y Rose. Fui un tonto al no darme cuenta de lo que estaba buscando.

—¿Qué estaba buscando?

—Helena se enteró mucho antes que todo el mundo de que tu padre se estaba quedando sin dinero. Estaba buscando otro marido, y tenía la mira puesta en George.

Iris sintió que su cara se encendía de vergüenza. Casarse con Robert Richmond para darle un nombre a su hija era una cosa, pero intentar separar un matrimonio feliz para poder casarse con un hombre rico era algo completamente distinto.

La mula tenía la cabeza oculta entre las altas hierbas cuando se acercaron a ella. Monty silbó, y el asustado animal alzó la cabeza. Monty cogió las riendas, las ató a su silla de montar y prosiguió.

—Rose siempre ha querido tener una casa llena de niños. Hace un par de años se puso muy contenta al enterarse de que estaba embarazada nuevamente. Pero desde el principio todo pareció ir mal. Enfermaba mucho. El bebé nació antes de tiempo y murió. Para Rose fue muy difícil superar esa pérdida. Tardó casi un año. Ella nunca fue tan guapa como Helena, pero quedó bastante demacrada después de esto. Al ver a Rose tan enferma y paliducha, supongo que Helena pensó que George sería una presa fácil.

Iris se preguntó si sus padres habrían hecho alguna otra cosa que la hiciera sentir aún más despreciable y bastarda.

—Helena solía ir a la casa fingiendo estar muy preocupada por la salud de Rose, pero realmente estaba tratando de ganarse el favor de George. No le sirvió de nada, pues George sólo tenía ojos para Rose. Pero Helena dijo algunas cosas que hirieron a Rose. Un día la encontré llorando. Me puse tan furioso que habría podido quemarle el pelo a Helena. Fui a su casa y le dije que si volvía a decirle algo a Rose que la hiciera llorar, yo iba a contarle a Robert lo que ella estaba haciendo.

»Fui un tonto al pensar que se sentiría avergonzada de que alguien hubiera descubierto su juego y que allí terminaría todo. Apenas terminé de decir esas palabras, ella empezó a gritar como si los apaches la estuvieran atacando. Todos los de la casa acudieron de inmediato. Le dijo a Robert que yo había intentado seducirla, allí mismo en el salón principal, ¡imagínate!, y el pobre tonto le creyó. Me echó de la casa apuntándome con una escopeta. Me dijo que si alguna vez regresaba me llenaría el cuerpo de perdigones.

—¿Qué paso después?

—Nada. Yo nunca regrese a la casa y tiempo después Rose se mejoró.

—¿Qué pasó con mi padre?

Monty miró a Iris con inquietud.

—Yo no conocía a tu padre. Cuando me encontré con él en México, él no era para mí más que un desconocido que estaba buscando camorra. No debí darle semejante paliza, pero él dijo algunas cosas terribles de Rose y de George. Dos días después me fui de México. Aquel mismo día lo asesinaron en una pelea con cuchillos. A Helena le gustaba decir a la gente que yo estaba tan perdidamente enamorado que lo maté por ella. Algunas personas siguen creyéndolo.

Iris se avergonzó al recordar haber acusado a Monty alguna vez de matar a un hombre en una pelea. Le parecía que todo lo que le había dicho en su vida ahora adquiría un nuevo e insospechadamente cruel significado.

—Ahora entiendo por qué me tuviste antipatía durante tanto tiempo.

—Nunca te tuve antipatía.

Todas las reservas de Monty se disiparon. Era una vez más un hombre deseoso de convencer a una mujer de lo que sentía por ella.

—Entonces, ¿por qué te alejaste de mí la noche del baile?

Volvió a sentirse intranquilo. Su mirada rehuyó el contacto directo.

—Temía que fueras como tu madre. Te pareces mucho a ella.

Iris lo miró perpleja.

—La Iris que yo conocía era una niña poco femenina que me seguía a todas partes y no hacia más que estorbarme todo el tiempo. No pude reconocerla en la femme fatale que vi esa noche.

Ahora era ella quien no podía mirar a Monty a los ojos. Sus padres habían intentado hacerle daño, y ella había querido aprovecharse de él, sin embargo, él seguía cuidando de ella. Había incluso abandonado su hato para ir a buscarla. ¿Qué había hecho ella además de traerle problemas desde el primer día?

—¿Alguna otra pregunta?

Iris negó con la cabeza.

Monty se tranquilizo.

—Entonces quiero que olvides toda esta historia —le dijo él—. Pertenece al pasado.

—¿Cómo podría olvidarla? Mi padre trato de matarte y mi madre intentó acabar con el matrimonio de tu hermano. Deberías odiarme.

—No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que no te pareces en nada a tus padres. Cada vez que has tenido que enfrentarte a un problema, has hecho algo que Helena jamás haría.

Si ella pudiera estar segura de que él no estaba diciendo aquello para que ella se sintiera mejor… Nunca había visto a Monty como una persona amable —siempre había sido muy brusco con ella—, pero ahora veía esa parte de él. Veía que no había sido más que un dechado de amabilidad desde el principio. Había estado demasiado abstraída en sí misma para darse cuenta.

«Nada ha cambiado. Sigues pensado únicamente en ti misma, y él sigue desatendiendo sus responsabilidades para cuidar de ti».

—Deberías seguir tu camino y dejar que siga viajando sola a Wyoming —dijo Iris—. Yo sólo te he traído problemas.

—Creía que querías regresar a San Louis.

Iris se asustó. No había pensado en San Louis en tanto tiempo que difícilmente podía recordar que había jurado regresar allí.

—Así era. Quería demostrarles a todos que yo valía tanto como cualquiera de ellos —pensó en Anna, Jane, Lloyd, Tom y Calvin, toda la gente cuya opinión le parecía tan importante hacía nueve meses. A ellos no les parecería bien que ella estuviera haciendo aquel viaje, no les parecería bien sobre todo que estuviera sola con Monty en medio de la pradera. Sin embargo, ni aunque pudiera habría cambiado nada de lo que había hecho—. Ya nada de eso me importa. Justo después de que me oíste hablando con Carlos me di cuenta de que no quería regresar. Es mejor así. Nadie en San Louis me volvería a hablar después de saber quién fue mi verdadero padre.

—Eso no tiene ninguna importancia.

—Sí la tiene.

—Para mí no.

Iris quería creerle, pero Monty nunca había vivido en una ciudad. No conocía el poder que tenía la sociedad ni la importancia de lo que las otras personas pensaban. No tenía ni la más mínima idea de que las opiniones de los demás podían basarse completamente en la naturaleza del nacimiento de una persona.

No tenía ni idea de que ser una bastarda era casi tan terrible como ser una prostituta.

—A lo mejor no la tiene cuando te encuentras a cientos de kilómetros de cualquier sitio —dijo Iris—, pero tu familia no pensaría lo mismo. Tú tampoco si esto tuviera algo que ver con tu familia y tus hijos.

—Tienes mucho que aprender acerca de los Randolph —dijo Monty—, pero sobre todo una cosa.

Estaban descendiendo a una hondonada que se encontraba entre dos cadenas de colinas. Iris vio que empezaba a aparecer una maleza bastante tupida a poca distancia. Un poco más allá, una franja de árboles en el fondo del valle anunciaba la presencia de un riachuelo. Por lo visto, Monty tenía la intención de acampar allí durante la noche, en lugar de intentar regresar al lugar donde se encontraba el hato.

Ella se había estado preguntando qué pensaría hacer él. Iris había descubierto que volver sobre sus pasos era prácticamente imposible, aún a plena luz del día. Ahora que ya era de noche no lograba imaginar cómo podría él encontrar el camino de regreso al campamento. El paisaje le parecía siempre igual.

—A nosotros no nos importa lo que la gente piense —estaba diciendo Monty—. George se casó con Rose a pesar de que su padre combatió con los yanquis y todos nosotros queríamos que la echara de casa. Madison se casó con Fern aunque sabía que no podría regresar a Boston.

—¿Y tú?

—Yo no hecho más que decirle a la gente que se vaya al diablo desde que aprendí a hablar.

La oscuridad se hacía cada vez más profunda a medida que se internaban en el valle situado entre las cadenas de colinas. Los colores salmón y morado azuloso surcaban el cielo, pero la tenue luz no llegaba al lugar donde ellos se encontraban. Parecían estar sumergiéndose en la bruma gris verdosa que se cernía sobre la hierba. Ella podía distinguir el débil sonido del agua proveniente de un manantial que corría lentamente sobre grava y entre las hierbas para luego convertirse en un riachuelo. Algún pájaro aislado trinaba al ser molestado en su rama. Aunque el aire del atardecer se encontraba completamente en calma, los álamos de Virginia susurraban ruidosamente.

Iris se apoyó en la curva que formaba el brazo de Monty. Él pensaba que aquello no le importaba, pero ella estaba segura de que en algún momento esto cambiaría. Tarde o temprano tendría que importarle. Sería agradable poder ignorar el mundo. Ella se sentía muy a gusto entre sus brazos. Por primera vez desde que hicieron el amor se sentía segura.

Él quería que ella sintiera su apoyo, quería darle confianza en sí misma, pero sabía que esto era temporal. Tarde o temprano el mundo se lo arrebataría. Ni siquiera Monty podía protegerla de él.

—¿Qué dijo Betty cuando se enteró?

—No lo sabe. Nadie lo sabe.

—¿Cómo te enteraste tu?

—Carlos me lo dijo cuando salí del campamento.

—Pero si no sabías nada, ¿por qué viniste a buscarme?

Monty la miró sorprendido.

—No podía dejarte aquí en medio de la noche. Es peligroso.

—No veía más que kilómetros y kilómetros de hierba.

Habían llegado al fondo del barranco. Un bosquecillo había brotado en medio del terreno arenoso en el que dos manantiales se encontraban para formar una pequeña charca. En el otro extremo nacía un arroyo. Hacía fresco bajo los árboles. Después de todo el calor que sintió en las llanuras de arriba, Iris empezó a tiritar de frío. Monty se bajó de un salto de Pesadilla. Ella se dejó caer en la silla de montar mientras él ataba su mula.

—No has respondido a mi pregunta.

Monty regresó para ayudarla a desmontar. Ella lo miró a los ojos y se preguntó por qué había tardado tanto en darse cuenta de que amaba a aquel hombre. Durante todos aquellos años en que había estado coqueteando con colegiales, en que había sido mimada por hombres de porte y de buena posición económica, nunca había estado en peligro de enamorarse porque no se había olvidado de Monty ni un solo instante. Ningún hombre estaba a su altura. Quizás los demás fuesen más guapos o más ricos —todos eran más expertos en el arte del galanteo—, pero ninguno podía hacer que se sintiera tan segura. Nunca había pensado en acudir a ellos cuando tenía un problema o se preocupaba por su futuro. Siempre pensaba en Monty.

Ahora se encontraban refugiados en aquella fresca cañada a kilómetros de distancia del resto de la humanidad. Estaban solos, protegidos del mundo, y Monty la miraba con ojos que parecían rebosar amor. A ella ya no le importaba que él no respondiera a su pregunta. Si pudiera quedarse allí para siempre, resguardada en el consuelo y la seguridad que le ofrecían sus brazos, prometería no volver a pedir nada nunca más.

Pero sabía que eso era imposible. El mundo finalmente los encontraría y la alejaría de él. Ella ya no tenía un futuro. Se lo habían arrebatado. Independientemente de cuánto lo amara, siempre habría un abismo entre ellos. Agradecía el consuelo y la seguridad que él le brindaba, pero aquello no cambiaba nada. Ella no lo merecía. Tarde o temprano él le diría adiós.

Monty la ayudó a apearse. Haciendo caso omiso del deseo de arrojarse entre sus brazos y llorar amargamente, Iris se dejó caer de la silla de montar para ser recibida en los brazos abiertos de Monty.

—He venido por muchos motivos —dijo Monty sin mostrar indicio alguno de querer bajarla—. Supongo que el más importante es que te amo.

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