Iris

Iris


Capítulo 24

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Iris sintió envidia cuando vio las instalaciones del Círculo Siete. La barraca había sido hecha con troncos y argamasa, pero la casa había sido construida con tablas de madera, probablemente traídas de Laramie. El techo de tejas no dejaría que una capa de polvo se extendiera sobre todos los objetos de la casa, y las numerosas ventanas eran de vidrio auténtico. La estela de humo que salía de un tiro de metal le revelaba que la cocinera preparaba las comidas en una cocina igual a la que Monty le había regalado.

Un hombre salió al porche en el momento en que Iris se acercó a la casa.

—Buenos días —dijo—. Usted debe ser Iris Richmond.

Iris enmudeció de la impresión. Fern no le había dicho que George Randolph estaría en el rancho. No estaba preparada para encontrarse cara a cara con el hombre que era la causa de la mayoría de los problemas de Monty, tampoco para el arranque de rabia que sintió contra George. Seguramente se encontraba allí para vigilar a Monty. Tendría unas cuantas cosas que decirle antes de marcharse.

También le sorprendió que no se acordara de ella. Supuso que esto demostraba que, si no tenía vestidos bonitos y alguien que le arreglara el pelo, no había en ella nada extraordinario que mirar. Esto no era precisamente lo que quería oír cuando estaba a punto de ver a Monty por primera vez en dos meses.

—Me sorprende encontrarlo aquí —dijo ella—. ¿Ha venido usted con Rose?

El hombre se rió con desenvoltura.

—Siempre he sabido que me parezco mucho a George, pero aún no logro acostumbrarme a que me confundan con él. Yo soy Madison Randolph. Mi esposa fue a verla ayer. Entre. ¿Le gustaría tomar un café? Hace mucho frío esta mañana.

Iris sintió un gran alivio. La idea de encontrarse con George y su perfecta esposa le producía un miedo espantoso.

—¿Fern ya está lista? —preguntó Iris, intentando ocultar su impaciencia—. Le prometí a mi hermano que regresaría antes del anochecer.

—Eso no será un problema, pero lamentablemente Fern no podrá acompañarla.

—¿Por qué? —Iris contuvo el pánico que empezaba a apoderarse de ella. Después de esperar tanto tiempo, de armarse de valor y hacerse ilusiones, tenía que ir a ver a Monty aquel mismo día. No creía que pudiera soportar una espera más larga.

—Dejaré que ella misma se lo diga.

Iris encontró a Fern recostada en una cama de verdad en una habitación de verdad.

—Estoy embarazada de nuevo —le reveló Fern, mirando a su esposo más que a Iris—. Traté de ocultárselo a Madison todo el tiempo que pude, pero tuve un ataque de náuseas a la hora del desayuno.

—Y yo le ordené que se acostara.

—Esperaba tener unos días más de libertad, pero mientras este monstruo de egoísmo siga empeñado en hacerme tener hijos, tengo que pasar el tiempo descansando y fingiendo que me gusta.

—Si se lo permitiera, mi esposa seguiría montando a caballo hasta que la Asociación de Mujeres en favor de la Decencia la sacara a la fuerza de su silla de montar.

—Por desgracia, él es un bruto chapado a la antigua a quien le gusta tiranizar a las mujeres, especialmente a su esposa.

Por la manera tan afectuosa como Fern miraba a su marido, Iris podía adivinar que ella en realidad no tenía ningún reparo en que él la tiranizara. Iris pensó que a ella tampoco le importaría. Ciertamente era mucho mejor que salir a cabalgar en una mañana fría a buscar vacas que no querían ser encontradas y que, por principio, le pondrían reparos a cualquier cosa que ella quisiera que hiciesen.

—Ya basta de hablar de mí —dijo Fern—. ¿Acaso no puedes ver que Iris está ansiosa de ir a ver a Monty?

Iris hubiera esperado que su ansiedad no fuera tan evidente, pero parecía que sí lo era.

—Yo estaré bien —le aseguro Fern a su esposo—. Salino ha prometido cuidarme. Ya he pasado por esto antes, ¿recuerdas?

—Lo sé, pero…

Fern se volvió hacia Iris.

—Este hombre piensa que dejarme sola en un rancho durante una tarde es peor que abandonarme durante semanas enteras cuando hace algún viaje de negocios al este.

La sonrisa de Madison delataba que no se sentía culpable de nada. Al parecer, aquella inquebrantable seguridad en sí mismos era un rasgo propio de todos los hermanos Randolph.

—Prométeme que no saldrás de la cama —dijo Madison.

—No saldré de la casa. Me volveré loca si me quedo en la cama.

A Iris le daba envidia ver cómo Madison mimaba a su esposa. ¡Cómo deseaba que Monty hiciera lo mismo con ella!

—¿Así que te has enamorado de Monty? —dijo Madison cuando se montaron en sus caballos.

—S… sí —respondió Iris, que no esperaba una pregunta tan directa.

—No sé qué te habrá llevado a enamorarte de un cabeza dura tan escandaloso como él, pero hay que decir que al menos tiene buen gusto. Eres una chica muy guapa.

Iris agradeció el cumplido de Madison, pero le enfadó que criticara a Monty.

—No es verdad que él sea así. Yo estuve a punto de volverlo loco, y él en ningún momento perdió los estribos. Bueno, no en muchas ocasiones.

Madison se rió.

—Recuerda que soy su hermano, sé que tiene muy mal genio. Defiéndelo todo lo que quieras, pero no es necesario que lo hagas ante mí.

Iris se compadeció de Monty.

—¿Nadie en tu familia lo quiere?

A Madison pareció sorprenderle esta pregunta.

—Admiramos sus cualidades. Es un hombre muy trabajador, fiable e indiscutiblemente el mejor vaquero de la familia.

—Pero ¿no lo quieres? George no lo estima mucho, y Hen se enfadó tanto con él que casi no le habló durante todo el viaje.

—Será mejor que entiendas algo si piensas casarte con Monty —dijo Madison. La expresión de su rostro era ligeramente paternal—. Somos una familia difícil. Supongo que nos queremos, pero peleamos unos con otros casi tanto como lo hacemos con los desconocidos.

—Eso no lo entiendo.

—Fern dice que todos estamos locos, y creo que eso también resume la opinión de Rose, pero lo cierto es que así son las cosas. De cualquier manera, Monty es tan duro como todos nosotros.

Ahora Iris entendía en parte las razones por las que a Monty le costaba tanto trabajo dar algo de sí mismo. Debía de ser terrible que el acto de amar a la propia familia también lo hiciera a uno vulnerable a los ataques. Suponía que era mejor ser querido así que de la manera tan excesivamente indulgente en que sus padres la habían amado, pero a Iris le alegraba no haber nacido con el apellido Randolph. El amor de sus padres la había hecho sentir protegida y segura. Amar a alguien en la familia de Monty era como intentar sentir cariño por una serpiente de cascabel. Por más que uno la quisiera, el temor a su mortal abrazo hacía que no se atreviera a acercarse a ella.

No sabía si Fern estaba en lo cierto al decir que Monty la amaba, pero debía de ser así, o de lo contrario, nunca le habría hecho tantos obsequios. Iris le enseñaría que el amor no tenía que hacer daño. Le enseñaría que sabía dar, no sólo recibir. Había tantas cosas que quería enseñarle… Si al menos él le diera una oportunidad.

* * *

Monty no hacía más que decirse a sí mismo que aún no era el momento de ver a Iris.

Se había prometido que tendría su propio rancho antes de pedirle que se casara con él. Ahora era dueño de un terreno y de un hato, pero no tenía nada más. Se había propuesto construir una barraca, pero dormía en una tienda porque su casa aún era un montón de maderas. Ni siquiera tenía un corral. Ataba sus caballos a un poste para que pastaran, y los maneaba por las noches. Se sentía como un ocupante ilegal en medio de una vasta llanura.

En varias ocasiones había ensillado a Pesadilla con el propósito de ir al Círculo Siete, pero siempre se arrepentía. Había prometido que montaría y administraría el rancho, y tenía la intención de cumplir su promesa. Pero cada vez que iba al Círculo Siete tenía que combatir la terrible tentación de ir a ver a Iris. Era más fácil quedarse donde estaba. Además, Salino era más que capaz de encargarse del rancho solo.

Monty se había comprometido con George por un año, y tenía la intención de llevar todo a buen término. Esto significaba que no podría pasar más de un par de días a la semana en sus tierras, pero no importaba. Se las arreglaría de alguna manera.

Sin embargo, no pensaba esperar tanto tiempo para ver a Iris. Había llegado al terreno de su rancho hacía apenas tres días, y ya tenía tantas ganas de verla que difícilmente podía concentrarse en su trabajo. Pero no podía pedirle que se casara con él hasta que no tuviera una casa a la que pudiera llevarla.

No podía decidir qué clase de casa quería construir. Todo dependía de si Iris había cambiado de opinión respecto a él. Después de todos esos meses en que le había hecho creer que no quería tener nada que ver con una mujer como ella, suponía que se requeriría mucho más que un carromato cargado de muebles para convencerla de que deseaba hacerla su esposa.

Monty tenía la cara dura, pero se mostraba reacio ante la idea de llevar a cabo una campaña semejante bajo la mirada escrutadora de Betty y de Carlos. Y probablemente también bajo la de Joe. Este hombre parecía ser la sombra de Carlos.

Pero no podía esperar demasiado tiempo. Tan pronto como ese carromato llegara a casa de Iris, ella sabría que él se encontraba en Wyoming. Si no iba a verla pronto, pensaría que no la amaba.

Pero ¿no sería demasiado pronto aún?

Quería darse con la cabeza contra la pared por revelarle a Fern sus sentimientos cuando se encontraron en Cheyenne. Los había mantenido ocultos durante mucho tiempo. Fern había aparecido cuando menos la esperaba y empezó a hacerle preguntas como si estuviera al tanto de todo. De improviso, él le confesó aquello de lo que había sido incapaz de hablar desde el día en que llegó a Dodge y descubrió que Iris se había marchado.

Pero le alegraba que fuera Fern la persona con la que había hablado. Odiaría que alguno de sus hermanos supiera que estaba actuando como un tonto por una mujer. Aún tenía la carta de Iris. Se torturaba a sí mismo leyéndola al menos una vez al día.

Independientemente de lo que intentara hacer, su cabeza no dejaba de pensar en Iris. Hablar con Fern le había permitido derribar todas sus barreras. Ya no podía volver a levantarlas.

Tenía que ver a Iris antes de que se volviera loco.

Monty decidió abandonar el combate. Cogió su silla de montar y fue a buscar a Pesadilla. Iría a ver a Iris. Pasara lo que pasara, y así estuvieran Betty o Carlos presentes, iba a averiguar si aún había una oportunidad de que ella lo amara.

En el instante mismo en que Monty se estaba preparando para ir a ver a Iris, ella llegaba a la cima de una colina azotada por el viento que se encontraba a unos cien metros de distancia y lo divisó desde allí. Sintiéndose insegura de sí misma, hizo que su caballo se detuviera.

—Te equivocas si piensas que voy a quedarme esperando aquí, castañeteándome los dientes de frío, mientras tú te armas de valor para hablarle —dijo Madison, y luego le dio una palmada en las ancas al caballo de Iris—. ¡No te detengas!

El animal reanudó la marcha de un salto, e Iris estuvo a punto de perder el equilibrio. El ruido de unos cascos de caballo acercándose hizo que Monty alzara la vista. Se quedó mirándola incrédulo. Luego dejó caer la silla de montar y empezó a correr hacia ella.

Iris espoleó su caballo. Ya no tenía ninguna duda. Se acercaron en medio de un tumulto de cascos centelleantes y de piedras que volaban por los aires. Sin esperar que él hablara, Iris se arrojó en sus brazos.

—Apuesto a que tu madre nunca te enseñó a hacer algo así —dijo Monty.

—Pero me enseñó a conseguir lo que quería, y te quiero a ti.

—¿Aunque sea un tipo terco a quien nunca se le ocurren las palabras adecuadas que decir?

—Aun así. Si Madison pudo cambiar lo suficiente como para que una dama tan amable como Fern esté contenta de haberse casado con él, tú también puedes hacerlo.

—Nosotros no nos parecemos en nada —le advirtió Monty—. Madison es inteligente y ambicioso. Algún día será más rico que todos nosotros juntos. Todo lo que yo quiero es tener unas cuantas vacas, montar un buen caballo y amar a una mujer guapa.

—Y que cuando vuelvas a casa encuentres un plato de comida que puedas reconocer.

—Eso también —dijo Monty riéndose. Abrazó a Iris con fuerza—. Ahora hablemos en serio. Tengo que saber si piensas que puedes soportarme como soy. Te amo, pero soy una persona tosca, desconsiderada y de muy mal genio. Supongo que así me hicieron.

—Tendré que correr ese nesgo.

—¿Ya habéis decidido qué pensáis hacer? —preguntó Madison mientras detenía su caballo junto a ellos—. No pienso quedarme aquí con este tiempo.

—Madison está tan acostumbrado a vivir en una mansión, que ya no le gusta el aire libre —dijo Monty, cogiendo la brida del caballo de Iris.

—Nunca me ha gustado, ni siquiera cuando estaba en Texas y hacía ese calor tan tremendo. —Pasó a Monty las riendas del caballo de Iris—. Voy a ver a Fern. No me extrañaría que intentara dar un último paseo a caballo mientras yo no estoy. Tenéis una hora para resolver las cosas entre vosotros. Si Iris no ha regresado a la casa en ese tiempo, mandaré a Salino a buscarla. No pienso volver a dejar a Fern sola hoy.

—No puedo creer que él sea tan duro como todo el mundo dice —dijo Iris mientras miraban a Madison alejarse de aquel lugar—. No ha hecho más que hablar de Fern toda la mañana.

—A lo mejor usa los negocios como un antídoto contra todo el cariño que le prodiga a su familia. —Monty ató el caballo de Iris a un poste—. Nunca te trataré como Madison y George lo hacen con Fern y Rose. Pese a que admiro mucho a Rose, también le tengo un miedo espantoso. Y no me sentiría a gusto cerca de Fern, porque siempre pensaría que tal vez ella pudiese cabalgar y enlazar mejor que yo.

Iris se soltó de los brazos de Monty.

—De modo que sólo puedes amarme porque sabes que puedes hacerlo todo mucho mejor que yo.

Monty volvió a estrecharla entre sus brazos y la besó ardientemente.

—Me gustas tal y como eres. Sé que algunas veces me enfado contigo, pero no me casaría con nadie que no me gustara lo suficiente como para sentirme libre de gritarle.

—¿De verdad me amas?

—Te amo más de lo que jamás pensé que fuera posible.

—¿Y no te importa que haya tenido unos padres tan espantosos?

—Eso nunca me ha importado.

—Pruébamelo.

Monty no parecía muy seguro de lo que ella quería decir.

—Tenemos toda una hora.

Monty no precisó que se lo pidiera por segunda vez. Cargando a Iris en sus brazos, la llevó a la tienda. Hicieron el amor con ímpetu y premura. Ya tendrían tiempo más que suficiente para amarse lentamente en los años que vendrían. En aquel momento no podían hacer más que ceder a la imperiosa necesidad que tenían el uno del otro.

—¿Estás seguro de que quieres casarte conmigo? —preguntó Iris acurrucada entre sus brazos—. Sigo siendo un desastre para las tareas de un rancho.

—Por supuesto que lo estoy. ¿Por qué me lo preguntas?

—Después de lo que me dijiste cuando me pediste que fuera a Dodge, no podría estar segura.

—Supongo que me merezco el reproche, pero en aquel momento tenía muchas cosas que resolver. No podía encargarme de todo a la vez.

—¿Ya las resolviste?

—En su mayor parte. Supongo que siempre tendré que tener presentes los deseos de George. Él ha sido un padre para mí, más de lo que lo fue papá. Pero no necesito su aprobación para vivir mi vida. Preferiría tenerla, pero no la necesito. Madison, en cambio, siempre la ha buscado.

—¿Y Hen?

—Hen es diferente.

Iris sintió que su estómago se tensaba.

—Fue Hen quien me dijo que era un tonto al dejarte ir.

Iris dio la vuelta en los brazos de Monty para mirarlo a la cara.

—Pero Hen me odia.

—No, eso no es así. Se enfadó porque creyó que yo estaba permitiendo que me convencieras de hacer todo lo que no debía, pero no te odia. Me dijo que si era tan tonto como para dejarte ir, entonces debía buscarme otro hermano gemelo.

—No entiendo a tu familia —dijo Iris, volviendo a acomodarse en el cálido y reconfortante cuerpo de Monty—. No creo que nadie pueda.

—Nadie entiende a Hen. Es como si fuera dos personas diferentes y nunca supieras con cuál de ellas estás hablando.

—¿Por qué decidiste montar tu propio rancho? No quiero interponerme entre tu familia y tú.

—Tú me hiciste comprender que necesito tener algo que de verdad sea mío, algo por lo que no tenga que responder ante nadie.

—Puedes dirigir mi rancho.

—Carlos es tu capataz.

—Lo sé, pero él trabajaría para ti.

—Hay una pregunta más importante, ¿puedes ser feliz siendo la esposa de un ranchero?

—No puedo decir que enloqueceré de alegría si nunca vuelvo a ver una ciudad, pero eso ya tampoco me importa mucho. Me empiezo a sentir como en casa aquí. Me gusta estar rodeada de todo este espacio y también la tranquilidad. Ni siquiera me importa tener que trabajar duro. También me gusta el hecho de no tener que fingir lo que no soy. Sólo después de hacer este viaje logré comprender que no soy en absoluto lo que mi madre esperaba que fuera. Probablemente se sentiría muy desilusionada conmigo —su expresión se tornó triste por un instante, pero luego deleitó a Monty con su encantadora sonrisa de suficiencia—. Además, Betty me está enseñando a cocinar.

—¿Estás aprendiendo a cocinar? ¿Tú?

Iris le dio una bofetada.

—De acuerdo, es verdad que no soy muy buena en la cocina, y de ninguna manera soy tan buena como Tyler, pero al menos puedo comer lo que prepare. Y cuando miras mis platos puedes distinguir lo que hay en ellos.

—¿Haces salsas?

—Betty no sabe preparar salsas.

—Muy bien.

Hicieron silencio un momento.

—¿Cuándo supiste que querías casarte conmigo? —preguntó Iris.

Monty estrechó a Iris.

—Cuando llegué a Dodge y me di cuenta de que te habías marchado. Supongo que antes también quería hacerlo, pero había demasiadas cosas que me preocupaban para entenderlo. Pero cuando me dejaste, en lo único que podía pensar era en encontrarte. Supe en ese mismo instante que ninguna de las demás cosas importaba si tú no estabas conmigo.

Iris sintió que se le soltaba el nudo que se le había hecho en el estómago. En el amor de Monty había encontrado un puerto en el que anclar. Había llegado a casa. Estaba a salvo.

—Dime qué planeas hacer con el rancho —dijo Iris, arrimándose aún más—. ¿Piensas vivir aquí o en el Círculo Siete?

—Eso depende de ti.

—¿Por qué?

—Podemos vivir en tu Rancho, en el Círculo Siete o en mi rancho. Tú eliges.

—¿Tienes una casa?

—No. Estaba esperando a tener la seguridad de que te casarías conmigo.

—Entonces viviremos en el Círculo Siete hasta que hayas construido una. No creo que pueda decirse que el sitio donde he estado viviendo sea una casa.

—Quiero que te mudes inmediatamente. Hoy. Ya mismo.

—No puedo dejar a Carlos.

—Sí puedes. Pero en cualquier caso debes alejarte de Joe Reardon.

—Eso no me molestaría en absoluto. Ese hombre no me cae nada bien.

—Perfecto. Al menos estás aprendiendo a desarrollar tu capacidad de discernimiento.

—Nunca me agradó Reardon —dijo Iris algo molesta—. Pero no podía hacer nada al respecto.

—Hoy no quiero discutir —dijo Monty. Luego se levantó y cogió sus ropas—. Si no te llevo al rancho ahora, Madison enviará a Salino a buscarnos.

Pero la tentación de reñir era demasiado fuerte. Cuando llegaron al Círculo Siete estaban discutiendo.

—¡Ya están peleándose otra vez! —dijo Fern. Madison y ella se encontraban en el porche cuando ellos llegaron—. ¿Estáis seguros de que queréis casaros?

—Hemos discutido durante tanto tiempo que ya no sabemos hacer nada más —dijo Iris.

—Más vale que estéis seguros —les aconsejó Madison—. Cuando os caséis, realmente tendréis motivos para pelear.

Fern miró a su marido con el ceño fruncido.

—No le hagáis caso. Está enfadado porque aún no quiero regresar a Denver.

—Apenas caiga la primera nevada vendré a buscarte —dijo Madison.

—Me alegra que te quedes —dijo Monty—. Le he pedido a Iris que se mude a esta casa hasta que nos casemos.

—Lo sabía —dijo Fern, volviéndose hacia su esposo, feliz de haber acertado al hacer sus predicciones—. Ahora tendré compañía, y también la oportunidad de conocer a Iris.

—Apenas caiga la primera nevada —repitió Madison.

—Será mejor que te des prisa si quieres que tomemos juntos algo más que una taza de café —dijo Fern, mirando el cielo gris—. Parece que el invierno va a llegar temprano este año.

—Será mejor que regrese al rancho —dijo Iris—. Le prometí a mi hermano que estaría en casa antes del anochecer.

—Yo te acompañaré —se ofreció Monty.

—Es mejor que no. A Carlos no le gustará. Quiero contárselo yo misma.

—¿Por qué?

—Sabe que no lo aprecias mucho. Tiene miedo de que mi futuro esposo le quite la mitad del rancho que le he dado.

—En lo que a mí concierne, puedes dárselo todo —dijo Monty.

Iris dio un salto para besarlo.

—Gracias. Estaba esperando que me dijeras eso.

—Creo que acabas de perder tu dote —dijo Madison.

—No importa —dijo Monty con una expresión algo aturdida en el rostro—. Me llevé el primer premio.

* * *

—Aun así no me gusta —dijo Carlos, enfrentándose a Iris desde el otro lado de la pequeña mesa que se encontraba en la cabaña. Los tazones vacíos indicaban que una vez más habían tenido sopa para la cena.

—Pero a mí sí. He estado deseando casarme con Monty prácticamente toda mi vida. Por favor alégrate por mí.

—Lo intentaré. Después de todo lo que has hecho por mí, sería un canalla si no lo hiciera.

Iris extendió su mano para ponerla sobre el brazo de Carlos.

—Tú también has hecho mucho por mí. El saber que tenía un hermano me ayudó a sobrellevar ese interminable viaje.

Carlos adoptó una expresión grave.

—Tienes claro que no soy realmente tu hermano, ¿verdad?

—Sí, pero espero que pienses en mí como tu hermana.

Carlos asintió con la cabeza.

—Me alegra. Nunca antes había sido consciente de cuán terrible es estar solo.

—Tú tenías a Monty.

—Eso era diferente. Hay algo acerca de los lazos familiares que es completamente único. Nunca antes había entendido esto. Supongo que ésa es la razón por la que los Randolph pueden pelear todo el tiempo y aun así seguir queriéndose.

—¿Estás segura de que Monty no se opondrá a que me des la mitad del hato?

—Dijo que podía darte todo el rancho si quería.

—Bueno, si está hablando en serio, lo menos que yo puedo hacer es tratar de que me caiga bien.

—Así será —dijo Iris, dándole un tímido abrazo a Carlos—. Ahora tengo que decidir qué llevar conmigo. Quiero salir a primera hora de la mañana. ¿Estás seguro de que Joe y tú estaréis bien solos?

—Hemos estado solos antes. Estaremos bien.

* * *

—No lo haremos —le gritó Carlos a Joe—. Nunca he pensado que sea una buena idea. Pero después de todo lo que ella ha hecho por mí, sería un canalla de marca mayor si la secuestrara.

Había estado esperando a Joe en la barraca. Sabía que discutirían, y no quería que nadie los oyera.

—No sería un secuestro —dijo Joe—, sólo la estaríamos reteniendo aquí hasta que Randolph nos entregue el oro. Tu hermana me agrada. Nunca le haría daño.

—Mira, Joe, tenemos un buen lugar donde vivir. Tenemos trabajos estables, y a mí me han dado cerca de dos mil cabezas de ganado. En unos cuantos años podremos tener una muy buena posición económica.

—Yo no tengo nada —dijo Joe.

—Sí tienes. Sabes que lo compartiré todo contigo. Así es como siempre hemos hecho las cosas.

Joe señaló la barraca con la mano.

—Esto no es nada comparado con el oro.

Los troncos necesitaban ser calafateados, no había chimenea y las camas no eran más que tablas cubiertas con una manta.

—No tenemos ese oro. Ni siquiera sabemos si los Randolph lo tienen…

—Yo lo vi. Tú también lo viste.

—… pero tenemos este lugar. Es nuestro, estamos aquí y podemos quedarnos. Lamento mucho que ella no haya querido casarse contigo en lugar de Randolph, pero no tocaremos a Iris.

—De acuerdo —dijo Joe—. Entonces será mejor que le pidas algo de dinero antes de que se marche. Tenemos el rancho, pero no tenemos dinero para comprar nada, ni siquiera café.

—Hablaré con ella, pero olvídate de ese oro y de casarte con Iris.

—No pienso olvidarme de ese oro —dijo Joe en voz alta cuando Carlos salió de la barraca—. Si no quieres tener nada que ver con eso, perfecto. Pero yo no pienso conformarme con unas cuantas vacas que se encuentran en la región más fría de toda la tierra, cuando puedo tener suficiente oro para vivir como un rey en el lugar que quiera.

* * *

—No sé por qué insistes en devolverle todas estas cosas —dijo Betty—. Él te las regaló, y la cocina y las camas le habrían sido muy útiles a Carlos.

—No me parece bien dejarle todo a Carlos y a Joe sabiendo que Monty les tiene antipatía. Le daré a Carlos la mitad de mi dinero tan pronto como pueda ir a un banco en Laramie. Eso debería ser más que suficiente para que compre lo que necesite. En cuanto a los muebles y todo lo demás, Monty no tiene nada para su propia casa. Creo que él debería tener estas cosas.

—Supongo que tienes razón, pero me parece que es una descortesía devolverle a un hombre sus regalos. Dará la impresión de que no los quieres.

—Pero no es así —se rió Iris—. Esta es mi dote. Como le he dado la mitad de todo lo que tengo a Carlos, ya no me queda mucho que aportar al matrimonio.

Betty conducía el carromato e Iris montaba su propio caballo. Al menos había podido llevarse su bestia y su silla de montar. Avanzaban lentamente. No había un camino que comunicara a los dos ranchos. Aunque era un terreno completamente despejado, no era fácil subir y bajar colinas ni cruzar riachuelos con un carromato, pese a que la mayoría de los lechos se encontraban secos. Iris se ofreció a conducir durante un tiempo, pero Betty no aceptó.

—Mi familia nunca pudo permitirse el lujo de viajar a caballo, pero he estado conduciendo carromatos desde que tenía la edad suficiente para sostener las riendas. Puedo conducir bueyes, mulas, caballos…, da igual.

De modo que prosiguieron su camino. Mientras Betty cruzaba el campo con cuidado, Iris intentaba mitigar su aburrimiento identificando tantas plantas y hierbas como podía y subiendo a todas las cimas de las colinas para contemplar aquellas tierras.

—Si voy a vivir aquí, debo conocer bien la región.

—Supongo que no tardareis en mudaros a Laramie o a Cheyenne.

—A lo mejor durante la peor parte del invierno, pero he decidido que no le pediré a Monty que vaya a vivir a un lugar que no le guste. Madison llevó a Fern a la ciudad, y es obvio que ella aún añora la libertad del campo. Monty moriría si no pudiera tenerla.

—¿Y que pasará cuando tengáis hijos? No puedes educarlos aquí.

—Ya me preocuparé por eso cuando llegue el momento. Ni siquiera me he casado aún.

—Me pregunto qué habremos olvidado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Iris.

—Joe nos está siguiendo. Hemos debido olvidar algo.

—Espero que no le haya pasado nada a Carlos —dijo Iris, y fue a encontrarse con Joe.

—¿Sucede algo? —preguntó ella.

—No —le respondió Joe. Éste extendió las manos y cogió las riendas del caballo de Iris, quien estaba tan sorprendida que a Joe no le costó ningún trabajo arrebatárselas. Ella intentó recuperarlas, pero en ese momento perdió el equilibrio. Tuvo que agarrarse con fuerza de la perilla de su silla de montar para no caer.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó ella.

—Tengo un recado que quiero que Betty lleve a Monty Randolph.

—Yo puedo llevárselo —dijo Iris—. Ahora devuélveme las riendas.

Joe se acercó al carromato. Betty lo miraba con aprensión.

—Dile a Monty Randolph que tengo a su novia —dijo Joe a Betty—. Dile que si quiere casarse con ella, todo lo que tiene que hacer es darme cien mil dólares de ese oro que su padre robó. No tiene que preocuparse por ella, no le pasará nada. La cuidaré con gran celo. Claro que si él no la quiere, yo podía prendarme de ella.

—Estás loco —dijo Iris—. Esa historia del oro no es cierta. Todo el mundo lo sabe.

—No todo el mundo lo ha visto dando monedas de oro a Frank y a su pandilla.

—Ése era mi dinero —dijo Iris.

—Buen intento, pero Carlos me contó que el banco se llevó todo lo que tenías, excepto las vacas. Dile que dé el dinero a Carlos —agregó Joe—. En cuanto lo haga le devolveré a su damisela.

—No puedo darle ese recado —gritó Betty mientras Joe se alejaba—. No conozco el camino a su rancho.

—¡Maldición! ¿Acaso tendré que ir a dárselo yo mismo? No tienes más que seguir avanzando en esa misma dirección. Si no llegas allí pronto, él mandará a alguien a buscarte.

Dicho lo cual, Joe se marchó al galope mientras Iris hacía todo lo que podía por no caerse de su montura.

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