Iris

Iris


Capítulo 27

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—No nos casaremos hasta que te hayas recuperado por completo —dijo Iris a Carlos—. Quiero que seas tú quien me entregue en matrimonio.

Habían llevado a Carlos al rancho del Círculo Siete. Fern estaba encantada de poder renunciar a su siesta matinal para que él pudiera tener una cama.

—Además, así daremos tiempo a George y a Rose para llegar aquí desde Texas —dijo Madison, sonriendo a Fern de una manera pícara—. No querrás casarte sin la aprobación del jefe del clan.

—Ya basta, vas a matar de miedo a la pobre chica. Es un hombre verdaderamente amable —le dijo a Iris—. Si me aceptó a mí, seguro que tú pasarás airosa la prueba.

—Es de Rose de quien tengo miedo —confesó Iris—. Según Monty, ella nunca hace nada mal.

—Rose es la persona más adorable del mundo —le aseguró Fern a Iris—. Fue la primera amiga que tuve. Tengo que admitir que es casi perfecta, pero en todo caso la querrás.

—Y si no es así, no importa —apuntó Madison—. Vivirás a más de 3.000 kilómetros de distancia.

Fern le dio un codazo a su marido. Él se rió y le pasó el brazo por la cintura.

—Rose piensa que todos los chicos deberían estar casados, de modo que te recibirá en la familia con los brazos abiertos —dijo Fern a Iris—. Sólo recuerda una cosa. George es la persona más importante en todo el mundo para ella. Si llegas a hacer algo que lo haga infeliz, ella te arrancará el corazón con sus propias manos. De lo contrario, te querrá con toda el alma.

—¡Todo lo que has dicho es espantoso! —dijo Madison a su esposa.

—No, entiendo perfectamente —afirmó Iris—. Ninguna de las cosas que me habían dicho sobre ella había logrado que me agradara tanto como ahora, excepto aquella historia sobre el bebé que perdió.

—Rose nunca será feliz hasta que no tenga al menos otro bebé —dijo Fern—. Quizás le de mi próximo hijo —añadió, volviéndose hacia su esposo—. Este monstruo me dijo que no estaba obligada a tener niños si no quería. Antes de que pudiera decir bueno, pues tal vez, ya estaba embarazada. Yo creo que dos chiquillos traviesos son suficientes, ¿no crees? Es más fácil seguir la pista a todo un hato que a ellos.

—Se parecen mucho a su madre —dijo Madison, estrechando con fuerza a Fern—. Sólo están contentos cuando se encuentran sobre un caballo.

—Ése es un problema que yo no tendré —dijo Iris, mirando a Monty con tristeza—. Él no quiere tener hijos.

—Eso no lo sabemos —dijo Monty—. Todo ha sido tan rápido que no sé lo que quiero. Podría querer tener niños, pero en este momento un toro de pura casta me vendría muy bien.

Iris sacó a Monty de la casa para protegerlo de los enérgicos ataques de Fern.

—Probablemente querré tener niños que me ayuden con el rancho —dijo Monty. Luego se sentó en las escaleras. Iris se dejó caer a su lado. Él la abrazó y ella se apoyó contra su cuerpo. Su pelo rojo contrastaba perceptiblemente con la blancura del cabello rubio de Monty—. Sería más barato contratar cuatro o cinco vaqueros, pero los hijos llenarán de felicidad a la familia.

—Creo que Wyoming sería un lugar estupendo para criar a tus hijos —añadió Iris con un brillo pícaro en sus ojos verdes—. La naturaleza les dará muchos compañeros de juego. Debe haber por lo menos cien osos, panteras y toros salvajes en la región.

Monty mordió la oreja de Iris.

—Desde luego que no llevarán más que pieles de borrego y mocasines. Hay suficientes piedras tiradas por ahí para hacer armas.

Monty le mordisqueó el cuello.

—Debe haber por lo menos una caverna en esas colinas donde puedan vivir. Me pregunto si harán dibujos en los muros.

Monty mordisqueo el labio inferior de Iris.

—Pero no sé qué haremos con ellos cuando Rose y George vengan a visitarnos.

—Los mandaremos a Colorado —murmuró Monty mientras seguía mordisqueando el labio superior de Iris—. Allí hay muchas más cavernas y osos que aquí.

Iris se rió.

—Habla en serio. ¿Quieres tener una familia?

—Probablemente, pero por ahora me conformo contigo.

Iris se estremeció de placer. Monty le estaba haciendo cosas fantásticas en el oído.

—¿Estás seguro? Sé que no soy la clase de esposa que querías.

—No quería ninguna clase de esposa.

—Nunca aprenderé a cocinar como Tyler, ni sé ocuparme de una casa como Betty.

—Entonces es una buena cosa que yo no espere que hagas nada de eso.

Los besos que le dio en el cuello hicieron que ella quisiera derretirse en sus brazos.

—Y es probable que discuta contigo con frecuencia.

—Me gusta tener una buena pelea de vez en cuando.

Monty le besó la nuca. Iris se vio obligada a apartarlo para no hacer el ridículo en aquellas escaleras.

—Querré ir dondequiera que tú vayas. No quiero quedarme en casa a hacer las camas.

—Te construiré un nuevo carromato de viaje. Así no tendremos que hacer el amor en el monte.

Monty intentó desabrochar el botón de arriba de su blusa, pero Iris le apartó la mano.

—Tampoco haremos el amor en las escaleras, así que será mejor que te incorpores y te portes bien.

—Sólo si me dices que no me amas.

—Nunca podré decirte eso.

Monty volvió a lanzarse sobre Iris. Ella respondió con un chillido.

Dentro de la casa, Fern alzó la vista para preguntarle a Madison:

—¿Crees que debo salir?

—No.

Fern quiso levantarse de su silla.

—Tampoco te acerques a la ventana.

—No confío en que Monty no se aproveche de ella allí mismo en el porche.

—Sólo las vacas los verán si lo hace. —Madison le pasó a su esposa el brazo por la cintura y le llenó de besos las mejillas—. Además, creo que él ha tenido una idea estupenda. Hay más de una habitación en esta casa.

—Eres un caso perdido —dijo Fern—. Todos los Randolph son un caso perdido.

—Lo sé, pero somos muy complacientes.

—Pero yo estoy embarazada —protestó Fern. Madison llevó a su esposa a la habitación.

—Sí, pero no mucho.

Se sentaron en el porche abrazados a mirar la puesta de sol. No era nada extraordinario, sólo un naranja normal y corriente surcado de manchas azules, pero a Iris le pareció maravilloso.

—¿Te importa si le doy el rancho a Carlos? —preguntó ella.

—Pensé que ya lo habías hecho.

—Sólo le di la mitad. Quiero dárselo todo.

—Por supuesto. Pero ¿por qué?

—Robert Richmond no era mi padre, pero me dio un nombre. Ésa es la única manera que tengo de devolverle el favor.

Monty empezó a reír entre dientes.

—Y después de todo el trabajo que nos costó traer ese hato aquí.

—Sí, fue mucho trabajo, ¿verdad?

—No me había dado cuenta.

Iris le dio un puñetazo a Monty. Él se rió quedamente.

Permanecieron en silencio durante un tiempo. Luego Iris empezó a reírse.

—¿Te fijaste en cuán desesperada estaba por conservar ese hato? Y ahora lo regalo como si nada. Ya no me queda un solo céntimo. Esto era lo que más temía en el mundo —volvió a reírse—. Estoy tan loca como los Randolph.

—Bienvenida a casa —dijo Monty y la besó dulcemente.

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