Iris

Iris


Capítulo 5

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Las estrellas empezaban a apagarse cuando un débil resplandor apareció sobre el horizonte de la oscura bóveda de la noche. Momentos después los primeros rayos del sol, parecidos a delgadas y diminutas saetas de fuego, se abrieron paso entre los árboles. Todos habían regresado ya al campamento. Los hombres se encontraban agotados y el ganado se arremolinaba nerviosamente. Con el fin de mantener el hato en un grupo compacto, ninguno de los vaqueros se bajó de su montura. Las vacas estaban cansadas, pero cualquier cosa podía hacerlas salir en estampida de nuevo. Los hombres se apeaban de dos en dos para ir a tomar un rápido desayuno y regresar a toda prisa.

Iris no comió nada. No tenía hambre.

—¿Cuántas vacas hemos perdido? —le preguntó a su capataz.

—Creo que no hemos perdido ninguna.

Pero estas palabras no tranquilizaron a Iris. La manada parecía más pequeña. No sabría decir por qué, pues no podía contar tantas vacas y tampoco tenía la experiencia de Frank para calcular cuantas había. Quizás no fuera más que una sugestión.

—Cuéntalas.

—No tenemos tiempo. Monty está justo detrás de nosotros. Después de todo el tiempo que hemos perdido reuniendo las vacas, pronto estará pisándonos los talones. Las contaré cuando crucemos el siguiente río.

—¿Entonces no será demasiado tarde para volver a buscar las que se hayan quedado?

—No. Sólo habrá pasado un día. Las vacas perdidas, si es que las hay, no tendrán ningún problema en alcanzar a la manada.

Iris no entendía por qué seguía teniendo la sensación de que había perdido algunas vacas. Los dos vaqueros a los que les había preguntado antes le habían respondido lo mismo.

De repente pensó que le gustaría hablar con Monty. Con sólo echar un vistazo, él sabría si había perdido alguna vaca. También sabría si algo malo estaba sucediendo. Recordó que su padre decía que Monty podía oler los problemas antes de que ocurrieran. Esta era la razón por la cual siempre estaba en medio de alguno.

Ella cabalgaba junto al rebaño cuando empezaron a alejarse del campamento. Bombardeaban su cabeza sentimientos que no podía entender, pensamientos fugaces que no podía captar. Tal vez estaba demasiado cansada para pensar con claridad. Después de todo, había estado despierta casi toda la noche tras su primer día de trabajo continuo sobre un caballo. No había podido ayudar en nada, pero al menos ahora sabía que cuando los longhorns salían en estampida, no había poder humano que lograra detenerlos. Correrían hasta que estuvieran tan cansados que ya no pudieran dar un paso más.

—Será mejor que hoy se quede en su carromato —le dijo Frank, acercándose a ella—. Los animales todavía están muy nerviosos.

Iris no tenía ninguna intención de viajar en su carromato, pese a que su cuerpo le dolía terriblemente, estaba exhausta y se moría por darse un baño caliente y dormir en una cama blanda. Algo estaba sucediendo, y tenía la intención de descubrir qué era. También quería aprender todo lo que pudiera acerca de arrear un hato y así poder convertirse en una persona útil en lugar de ser un estorbo.

—Dile al carretero que siga sin mí.

Frank frunció el ceño. Iris sabía que estaba haciendo las cosas más difíciles al decidir cabalgar como si formara parte de la cuadrilla de vaqueros, pero Frank y los demás hombres simplemente tendrían que acostumbrarse.

—Estará exhausta antes del mediodía —le advirtió Frank—. No está usted acostumbrada a pasar todo el día sobre un caballo.

—Si es por eso, tampoco estoy acostumbrada a pasar todo el día en un carromato —le respondió Iris, con mucha más dureza de la que había querido expresar—, pero voy a quedarme junto al hato. Si un ternero puede hacerlo, yo también.

A Frank no le gustó en absoluto esa respuesta, pero dio media vuelta y siguió cabalgando. Iris se dirigió hacia la parte posterior de la manada. El aire estaba tan lleno de polvo que decidió ponerse un pañuelo sobre la nariz. Podía sentir la arenilla cayendo en sus ojos y sobre su piel, pero decidió hacer caso omiso de ello. Era parte del trabajo, y estaba resuelta a someterse a todas sus exigencias.

Le aliviaba ver que la manada se tranquilizaba poco a poco a medida que avanzaban hacia el norte. Frank dijo que los animales posiblemente habían perdido entre veinticinco y cuarenta kilos en la estampida. A pesar de que no sabía mucho de vacas, sí estaba enterada de que un novillo gordo se vendía mucho mejor que uno flaco.

Iris llegó a la cola del hato. Cuando el último animal rezagado finalmente pasó, no pudo resistir la tentación de mirar atrás. Detrás de aquellas colinas, del otro lado de más de 160 kilómetros de monte, enredaderas espinosas, cactus y suelo rocoso, estaba su hogar. Un hogar que ya no le pertenecía. Pese a que había pasado los diez primeros años de su vida en Austin y los últimos cuatro en San Louis, consideraba el rancho como su verdadero hogar. Era allí donde había crecido. El calor sofocante y los largos y secos veranos, el cactus y el roble del monte eran tan familiares para ella como el tráfico y los calientes salones de San Louis. Ahora estaba dejando todo aquello atrás para cambiarlo por las desconocidas, frías e inhóspitas colinas de Wyoming.

Un escalofrío de aprensión recorrió su cuerpo. Estaba sola. Iba sola.

Por un momento Iris se sintió agobiada. Estaba rodeada de dificultades que nunca había experimentado, de las que nada sabía. Las únicas cosas que la separaban de la indigencia eran aquel hato y el dinero que había ocultado en su carromato.

Monty. Susurró su nombre a pesar de haber jurado que nunca volvería a pedirle ayuda. Era un bravucón y un bruto, pero era el único hombre en el que confiaba. Él defendería por igual a un vaquero que a un hacendado. Estaba tan dispuesto a luchar por un ternero no marcado como por ocho mil hectáreas de tierra de pastoreo. Haría…

Los pensamientos de Iris se vieron interrumpidos cuando un novillo apareció en el camino, a poca distancia de donde ella se encontraba.

Monty. Tenía que ser su hato.

Iris sintió que los músculos de su cuerpo se ponían tensos. Se pondría furioso por tener que detenerse para dejar que el hato de ella ganara una distancia prudente. Sería mejor que ella le hablara. Si Frank lo hacía, era muy probable que hubiera una pelea. No podría llegar a Wyoming si Monty le rompía la cabeza a su capataz.

Pero cuando Iris se acercó al novillo, quedó desconcertada. Éste iba prácticamente corriendo. Una cosa que había aprendido era que se debía llevar el ganado a un paso cómodo para que pudiera ganar peso.

¿Acaso Monty estaba tratando de atropellarlos con su hato? Sabía que estaba enfadado con ella, pero no creía que estuviera tan furioso como para hacer algo así. Si el hato de él se lanzaba contra el suyo, tendrían problemas y ella no podría hacer nada para evitarlo.

Era Monty. Lo reconoció desde el instante mismo en que apareció. Media docena de novillos lo acompañaba. Iris espoleó su caballo. Tenía que detenerlo.

—¡Saca a tu hato del camino! —gritó ella tan pronto como estuvo cerca de él.

—¿Por qué demonios estás gritando? —le preguntó Monty cuando detuvo su caballo junto al de ella.

—Tuvimos una estampida anoche. Es por eso por lo que te estamos obstruyendo el paso. Si puedes esperar aquí sólo un momento, adelantaremos camino rápidamente.

—Esta no es mi manada.

—No puedes atropellarnos. Tú…

El novillo que iba a la cabeza se acercó a Iris, quien al verlo quedó boquiabierta, llevaba la marca del Doble D. Era suyo. Con sólo echar un rápido vistazo comprendió que todos los demás longhorns también eran suyos.

Tenía razón al creer que había perdido algunas cabezas en la estampida. De hecho, parecía que había perdido cientos.

—¿Dónde los has encontrado? —finalmente logró preguntar.

—Oímos la estampida. Me dirigí hacia aquí con dos de mis chicos para ver si necesitabas ayuda. Nos topamos con este grupo de novillos que iba camino al sur.

—¿Al sur? —exclamó Iris—. Pero el hato se dirigía hacia algún lugar entre el norte y el oeste.

—Alguien hizo que tu ganado saliera en estampida para poder dividirlo. Había unos hombres con estos novillos, pero se fueron en cuanto me vieron llegar. Sin embargo, pude reconocer a uno de ellos. Era Quince Honeyman —Monty sonaba impaciente, molesto de verse inmiscuido en sus problemas.

—No tengo ni idea de quién es.

Esperaba que él le dijera que regresara a casa, que era obvio que no podía dirigir su manada, que le estaba obstruyendo el paso. En lugar de esto, dijo:

—Un hombre de tez morena, hijo de irlandeses e indios. Tiene una barba rala con la que intenta ocultar la cicatriz de bala que tiene en una de sus mejillas. ¿Lo has visto alguna vez?

A Iris se le heló la sangre. Nunca había oído el nombre de Quince Honeyman, pero tenía la sensación de que había visto al hombre que Monty describía. Le entró un gran deseo de decírselo, pero se contuvo. Él le diría que debió haberlo escuchado cuando le dijo que se quedara en casa.

Iris negó con la cabeza.

—Ya no tienes que preocuparte por él. Le pegué un tiro en el hombro. No volverá a dividir hatos durante una buena temporada.

Hablaba como si lo hubiera hecho por ella, para protegerla de una futura estampida. Pero no actuaba como una persona enamorada, al menos no como ninguno de los hombres que se habían enamorado de ella.

Los novillos alcanzaron al hato principal, y la cuadrilla de vaqueros de Iris hizo que se unieran a éste.

—Gracias por traerlos de vuelta. Frank pensaba que no habíamos perdido ninguno. No iba a contarlos hasta que llegáramos al río.

—El río está a cuatro días de viaje —Monty parecía incrédulo, como si ella debiera saber eso—. Para entonces Quince ya estaría llegando a México.

Iris abrió la boca para contradecirlo, pero volvió a cerrarla. No sabía de qué arroyo o riachuelo le había hablado Frank, pero si Monty le decía que el próximo río estaba a cuatro días de viaje, así debía ser.

—Vas a tener que apostar unos vigías de más durante unas cuantas noches. Si se produce otra estampida antes de que la manada se haya tranquilizado, es muy posible que salgas herida.

Nadie podría acusar a Monty de intentar camelarla, pero definitivamente había algo en él que la seducía. Había estado preocupado por ella. El sólo hecho de saberlo hacía que Iris se sintiera mucho mejor de lo que se había sentido en semanas. Ahora tenía que lograr despertar un interés más vivo en él.

—Además, la próxima vez también podrían provocar una estampida con mis animales.

Esto era lo que se merecía por ponerse tan sentimental respecto a Monty. Debería saber que a él sólo le interesaban sus vacas. Nunca le había importado otra cosa. Y aunque había dejado claro que ella le parecía muy atractiva, también era evidente que sus vacas estaban antes que todo lo demás. Y especialmente antes que ella.

Frank llegó en ese preciso instante, impidiendo que Iris pudiera darle la acalorada respuesta que tenía en mente.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí de nuevo? —le preguntó con ira—. Aleja a tus hombres de este hato.

—Ha traído de vuelta las vacas que perdimos anoche —le indicó Iris, apresurándose a hablar antes de que Monty respondiera—. Monty dice que unos cuatreros provocaron una estampida para dividir la manada.

—Esa es la insensatez más grande que he oído en mi vida —dijo Frank furioso.

Iris no entendía por qué Frank estaba tan enfadado. Sabía que no le agradaba ver a Monty de nuevo, pero anoche se había estado riendo como si hubiera olvidado todo lo sucedido en su encuentro anterior. Obviamente estaba mucho más molesto de lo que ella había imaginado.

—Dos de los mejores vaqueros que tenemos estaban cabalgando junto al hato cuando todo empezó —dijo Frank—. Habrían visto a cualquier persona que intentara acercarse a ellos sigilosamente. Debió haber sido una pantera, o a lo mejor un lobo.

Frank hizo que su caballo se interpusiera entre Iris y Monty. Tal vez pensó que estaba protegiendo a Iris, pero sólo logró enfurecer a Monty.

—O te has quedado dormido mientras debías estar trabajando o estás encubriendo a tus hombres —le gritó Monty.

—¿Por qué tú, cobarde hijo de…?

Frank no pudo terminar su frase. Monty se abalanzaba con su caballo contra la montura de Frank. Su enorme y enjuta bestia atropelló al poni de este último. Saltando de su cabalgadura, Monty agarró a Frank mientras intentaba ponerse de pie y le dio un fuerte golpe en el cuello que lo hizo caer al suelo tocándose la garganta del dolor y respirando con gran dificultad.

—La próxima vez no seré tan indulgente contigo.

Iris quedó horrorizada con aquella imprevista pelea. Actuando de manera puramente instintiva, se bajó de un salto de su caballo y sacó el fusil de la funda que colgaba del poni caído de Frank.

—Monty Randolph, detente en este mismo instante o te pego un tiro.

Ella le estaba apuntando con el fusil, pero él no se sobresaltó. Simplemente se volvió y la miró como si ella hubiera perdido la razón.

—Será mejor que guardes eso antes de que alguien resulte herido —dijo Monty, señalando el rifle.

La enfureció el hecho de que él no mostrara nada de miedo. Deseaba tener el valor de dispararle entre los pies, pero nunca había tenido un fusil entre sus manos y temía herirlo.

—No te bastó con negarte a ayudarme. Tampoco con poner a mis vaqueros tan nerviosos como antílopes al saber que tú y tu hermano el pistolero nos estaban pisando los talones. También tenías que tratar de matar a mi capataz.

—Dispara ese rifle, y tendrás otra estampida —dijo Monty, señalando a los longhorns que miraban a Iris con los ojos muy abiertos.

—Ojalá todos te pasen por encima —dijo Iris—. Me encantaría ver cómo te trituran contra el suelo.

—Eso nunca pasaría —dijo Monty, esbozando una vez más en sus labios una irritante sonrisa—. Yo estaría montado en Pesadilla antes que tú pudieras siquiera parpadear, y te arrojaría sobre mi silla para llevarte conmigo —añadió.

Los ojos de Iris centellearon y las ventanas de su nariz se estremecieron.

—Ningún hombre, pero mucho menos tú, James Monroe Randolph, me arrojará sobre una montura. Antes te pegaría un tiro.

—No podrás hacerlo a menos que quites el seguro primero —dijo Monty, arrancándole el fusil de las manos con la mayor desfachatez—. Ahora guardemos esto antes de que te hagas daño.

—Tú serás la única persona a la que yo le haga daño.

—Sería aconsejable que te ocuparas de tu capataz. No tiene muy buen aspecto.

—Gracias a ti.

—A lo mejor la próxima vez lo piense mejor antes de llamarme cobarde.

Iris estaba demasiado enfadada para detenerse a pensar en las palabras que iba a pronunciar. Dijo lo primero que se le ocurrió.

—Y a lo mejor tú pienses antes de actuar —le respondió ella bruscamente—. Si no lo haces, podrías matar a alguien más a golpes.

Monty se puso blanco.

—Nunca he matado a nadie a golpes.

Iris deseó haber podido morderse la lengua. En la vida había visto a Monty indefenso, nunca se había dado cuenta de que era posible hacerle daño. Él siempre había parecido estar fuera del alcance de toda emoción humana normal. No obstante, una sola frase dicha sin pensar había sido suficiente para despojarlo de toda la fuerza y la seguridad que lo caracterizaban.

—Deberías preocuparte más por tu hato que por mí —dijo Monty, recobrando un poco el color—. Y no hace falta que te irrites, no te volveré a molestar. La próxima vez que vea a alguien robando tus vacas, te escribiré una carta. Seguramente te llegará por la época en que estés en territorio indio.

Había vuelto a hablar como el Monty de siempre, pero a ella le pareció, mientras se subía a su caballo, que él aún estaba bastante afectado. La rabia de Iris se desvaneció. Frank no estaba realmente herido, y además, él mismo se había buscado aquella paliza. Pero sus palabras habían herido a Monty en lo más profundo. Le había lanzado una acusación sin pensar, sólo porque había recordado algo que le habían dicho. Pero su reacción le dejaba saber que aquello era muy importante para él. Tendría que descubrir por qué.

—Te agradezco que me hayas traído mis vacas —le dijo Iris—. Lo que pasa es que no quiero que ataques a mi capataz.

—Entonces mantenlo alejado de mí.

Monty aguijoneó a su montura con los tacones de sus zapatos. El caballo se marchó dando saltos, dejando a Iris maravillada de cómo se veía Monty de bien sobre su corcel. Cabalgaba erguido sobre su silla, con sus anchos hombros echados hacia atrás y sus fornidos muslos agarrando con fuerza las quijadas de la bestia. Podía recordar con toda claridad cómo sus fuertes manos la habían sujetado contra el carromato sin que ella pudiera hacer nada. Se quedó mirándolo hasta que desapareció en el horizonte. No era difícil recordar por qué había estado tan perdidamente enamorada de él. Aquel hombre aún lograba hacer que le hirviera la sangre y que el corazón le latiera con más rapidez. Era irresistiblemente guapo. Era una verdadera pena que tuviera un carácter tan difícil.

Mientras miraba a Frank ponerse de pie y levantar a su poni, comprendió que no sentía ninguna animadversión hacia Monty. Irritación, sí. Rabia, también, pero al parecer aún quedaba algo de su enamoramiento de adolescente. Por desgracia, ya era legendaria la manera como él evitaba a las mujeres decentes. Sólo le interesaban las prostitutas y las vacas.

—La próxima vez que Monty aparezca, déjame a mí tratar con él —le dijo a Frank—. Si no puedes hablarle sin pelear, será mejor que no te le acerques.

—Ese hombre me exaspera —dijo Frank, quitándose el polvo de la ropa, pero una mancha de hierba permaneció en los fondillos de sus pantalones.

—A mí también, pero no ayuda en nada que la cuadrilla de vaqueros te vea tirado en el suelo a sus pies. Aún tenemos un largo camino que recorrer, y no podremos hacerlo a menos que los hombres te respeten.

—Lo tengo todo bajo control —dijo Frank de muy mal genio—. Tanto la cuadrilla como el hato. Ahora debería regresar a su carromato.

—¿Cuándo piensas contar la vacada?

La expresión de la cara de Frank se ensombreció.

—Ya se lo dije, en un día.

—Monty dijo que el río está a cuatro días de camino.

Iris pensó que Frank estallaría en cualquier momento. Nunca lo había visto tan enfadado.

—El río Brazos está a cuatro o cinco días de viaje, pero el riachuelo Dogleg está un poco más adelante. ¿Por qué quiere contar el hato? Él ya trajo todas sus vacas.

—¿Cómo puedo saber eso? Antes pensabas que no habíamos perdido ninguna. A lo mejor aún faltan otras.

—Eso nos hará aminorar la marcha todavía más.

—No importa. Monty no puede ponerse más furioso con nosotros de lo que ya está.

Mientras Iris regresaba a su carromato, se percató de que no quería que Monty estuviera enfadado con ella. Él era la única persona en la que realmente podía confiar. Cuanto más se alejaba de la civilización, más importante se volvía esto para ella. Especialmente si los cuatreros aún la estaban siguiendo.

Pensó que los había dejado en el condado de Guadalupe, pero era obvio que los ladrones aún estaban tratando de robar sus vacas. No sabía si querían sólo unas cuantas o si tenían la intención de llevarse toda la manada.

Ese pensamiento hizo que se le helara la sangre en las venas.

Iris se devanó los sesos, pero no pudo recordar dónde había visto a Quince Honeyman. No obstante, tenía que hacerlo. Él podía ser la clave que la conduciría a los hombres que intentaban robarle el hato.

* * *

Por segunda vez en menos de una semana, Monty maldijo para sus adentros en el camino de regreso al campamento, pero esta vez había algo diferente. Ya no se trataba de las maldiciones afables de un hombre que había perdido los estribos momentáneamente, ni de las maldiciones de resignación lanzadas contra alguien que lo había obligado a cambiar de planes.

Éstas eran maldiciones amargas y desesperadas dirigidas contra él mismo.

Una de las condiciones que George le puso a Monty antes de aceptar darle el control del rancho fue que Salino fuese su capataz. Monty no puso ninguna objeción. Salino era su candidato principal para este trabajo. Lo que le enfadaba era que Salino estaba allí para vigilarlo, para ejercer sobre él la misma clase de control que George ejercía. Pero lo que más enfurecía a Monty era que se lo tenía bien merecido. Acababa de demostrarlo de nuevo.

Apartó de su mente el recuerdo de aquella pelea en México. No sabía que Iris había oído hablar de eso. El hecho de que se lo echara en cara de una manera tan imprevista había sido un golpe muy fuerte para él, pero lo necesitaba. Necesitaba que algo le recordara que se estaba volviendo cada vez más como su padre.

Habría querido estrangular a cualquier persona que hubiera dicho eso, pero era tan honesto consigo mismo como despiadadamente franco con los demás. Tenía el carácter de su padre: una cruel y violenta veta de furia irracional que atacaba de forma tan imprevista como una pantera, y con la misma rapidez. Y era igual de mortífera.

Podía recordar la primera vez que habló con George de Wyoming. Había tenido la certeza de que su hermano se emocionaría tanto como él. Necesitaban más tierras. Sus hatos habían crecido demasiado. Wyoming significaba que tendrían que recorrer menos distancia para llegar a los mercados que empezaban a surgir alrededor de las minas. También significaría la adquisición de nuevas tierras a precios irrisorios. Monty era la persona indicada para dirigir el nuevo rancho.

Pero George había dicho que él era inmaduro, que hacía juicios demasiado precipitados y era demasiado impulsivo para confiar en que pudiera encargarse de una operación de esa escala. George no se refirió a ello, pero todos aún tenían fresca en la memoria la pelea de México.

Monty podía recordar la rabia que hizo que le gritara a su hermano hasta que Hen tuvo que sacarlo a rastras de la casa y obligarlo a meterse en el riachuelo.

Después de tranquilizarse, y tener que soportar los sermones de Hen, Rose y Zac —el impertinente retoño—, decidió ponerse en la tarea de probar que era lo suficientemente maduro para que le confiaran el nuevo rancho.

Había tenido éxito en su misión durante todo un año. Sólo había perdido los estribos dos veces con el capataz de Iris.

Pero el problema no era Frank. Era ella.

Cabalgó a la cima de una colina para volver a mirar el hato de Iris. Los hombres ahora lo tenían bajo riguroso control, pero eso no sería por mucho tiempo. Una supervisión poco estricta y una mala administración eran los sellos distintivos de Frank Cain.

Pero más que eso, Monty no confiaba en Frank, y le enfurecía que Iris dependiera de él. Ella no sabía nada de los hombres como Frank. Monty no podía esperar que lo hiciera: había sido una chica muy protegida y mimada. Además, estaba acostumbrada a que los hombres hicieran todo lo que ella quería. Probablemente nunca se le había pasado por la cabeza que un conocido pudiera querer robarle.

Tal vez le pediría a Salino que fuera a hablar con ella. Preferiría mandar a Hen, pero dudaba de que su hermano aceptase ir a verla. Pensándolo bien, Salino tampoco era la persona indicada. Se cohibía cuando estaba en presencia de chicas guapas. Rose era la única mujer que no hacía que saliera corriendo a buscar su caballo.

Alguien tenía que ocuparse de ella. Ya habían intentado robarle el hato una vez, y con seguridad tratarían de hacerlo de nuevo. Quizá no tuviesen intención de hacerle daño, pero nunca se sabía qué podía pasar cuando las balas empezaban a volar por el aire. Podrían matarla.

Una sensación extraña recorrió sus terminaciones nerviosas. Iris no hacía más que causarle problemas y fastidiarle, y era demasiado ignorante en lo relacionado con la manada para dejarla sola, pero le gustaba. No sabía porqué, pero lo cierto era que él había sido una persona díscola toda su vida. Si había salido a su padre en alguna cosa, era muy probable que también se pareciera a él en muchas otras. Según George, su progenitor había perseguido a una mujer a lo largo de todo el camino de Virginia a Charleston.

Monty no tenía la intención de perseguir a Iris por tres estados. Simplemente quería cerciorarse de que nada le ocurriera. Quizás aceptase incluso su invitación a cenar. Nada de lo que ella le ofreciera podría ser peor de lo que Tyler le servía.

Tyler se había convertido en un buen cocinero. Monty tenía que reconocerlo. Pero cuando Tyler terminaba de preparar los alimentos, nadie podía distinguir qué estaba comiendo. Y Monty odiaba comer algo cuando no podía saber lo que era.

* * *

Durante el resto del día, no había podido sacarse de la cabeza la descripción que Monty había hecho del cuatrero. Intentó recordar dónde había visto a aquel hombre, pero nada le refrescó la memoria. Estuvo a punto de ir a ver a Monty para preguntarle si podía recordar algo más, pero finalmente decidió no hacerlo. Considerando el humor en el que se encontraba cuando se marchó de allí, era muy probable que la enviara de regreso a su campamento atada sobre la silla de su caballo.

Pese a la discusión que habían tenido, a Iris le enterneció que Monty hubiera dejado su propio hato para ir a ver si ella necesitaba ayuda. Habría podido dejar que esos cuatreros se marcharan con los novillos o quedarse con éstos. Pero había ahuyentado a los bandidos y había devuelto los animales, arriesgándose a que le pegaran un tiro.

Por otro lado, si Monty realmente quisiera ayudarla, podría haberla llevado con él. Esto habría sido más fácil que perseguir a sus vacas y combatir a los cuatreros. Ningún delincuente intentaría meterse con su hato sabiendo que Monty y Hen estaban cerca.

A la hora de la cena, Iris estaba muerta de hambre, pero perdió el apetito con sólo mirar el plato de judías con tocino que el cocinero le pasó. Nunca había comido nada así. No obstante, recibió el plato. Tenía que comer algo, y lo mejor sería que aprendiera a comer lo mismo que sus hombres. Con seguridad en Wyoming no le darían comida francesa.

Estaba tan cansada que casi no podía mantenerse de pie. Pero cuando encontró un lugar donde sentarse, descubrió que su cuerpo estaba demasiado entumecido y dolorido para agacharse. Regresó a su carromato caminando despacio para estirar los músculos.

Había dejado que el cocinero decidiera qué comida preparar debido a lo que Monty le había dicho, y los hombres parecían estar disfrutándola mucho más que los platos que ella había ordenado que les hicieran. Probó las judías. ¡Puaj! Eran asquerosas. Era como comer cascarillas. Sólo sabían a la melaza que les echaban, y ella odiaba la melaza.

La carne de cerdo curada en salmuera no estaba mal, pero se negaba a tocar siquiera el pan frito en grasa de tocino. Se le revolvía el estomago sólo de pensar en llevárselo a la boca. Al menos había tenido el tino de traer algo de vino. No podía reemplazar la comida, pero le quitaría de la boca el sabor de la melaza.

Tan pronto como decidió ir a buscar el vino que se encontraba en su carromato, recordó dónde había visto a Quince Honeyman. Había estado hablando con uno de los hombres de su cuadrilla uno o dos días antes de emprender el viaje.

Iris se olvidó del vino y del sabor de la melaza, y regresó a toda prisa a la fogata para alertar a Frank. Creía que el nombre del vaquero era Bill Lovell, pero no estaba segura. Aún no se había aprendido los nombres de todos sus empleados.

Ni Frank ni Bill Lovell estaban en el campamento. Le pasó al cocinero el plato de comida que apenas había tocado.

—¿Dónde está Frank?

—Salió en esa dirección la última vez que lo vi —dijo uno de los ayudantes, señalando hacia el lugar donde habían llevado al hato a pasar la noche—. Pero yo no iría allí. Nunca se sabe con qué podría uno encontrarse.

Iris estuvo tentada de responderle con brusquedad, pero la manera descarada en que la miraba aquel chico la hizo cambiar de opinión. Si así era como los vaqueros se portaban con las mujeres, no le sorprendía que su madre hubiera guardado las distancias. Hablaría con Frank. No dejaría que los hombres la tratasen de aquella manera, cuando era ella quien les pagaba el jornal.

Empezaba a anochecer, e Iris se sentía nerviosa de tener que alejarse de la fogata. Le resultaba difícil dominar el miedo que sentía a que hubiera algo ocultándose en la oscuridad. No había salido muchas veces de noche en San Louis, y en cualquier caso nunca lo había hecho sola. No le tranquilizaba en lo más mínimo ver las siluetas de las vacas acostadas o pastando aún. Su corta experiencia con los longhorns no le permita confiar en ellos. Recordaba las historias que su padre le contaba acerca de toros salvajes y peludos, dispuestos a atacar a los hombres que cabalgaban por las praderas.

Después de rodear unos arbustos, Iris vio a Frank a menos de treinta metros de distancia conversando con uno de los vaqueros. Justo en el momento en que abría la boca para llamarlo, se dio cuenta de que el hombre con el que estaba hablando era Lovell.

Se paró en seco. Frank no estaba precisamente reprendiendo a Lovell. Hablaba en voz baja. Los dos hombres parecían estar conversando en secreto.

Un pensamiento horrible se le pasó a Iris por la cabeza. Retrocedió tambaleándose, volviendo a rodear los arbustos para salir del campo visual de aquellos hombres. ¿Y si Frank estuviera confabulado con los cuatreros? ¿Y si fuera el responsable de la estampida?

Esto no parecía posible, pero explicaba varias cosas que ella no había entendido, especialmente porqué los cuatreros siempre sabían cuándo y dónde atacar sin que nadie se diera cuenta.

También podía explicar porqué Frank se había disgustado tanto cuando ella decidió ir a Wyoming. Podía explicar porqué no quería que Monty se acercara, porqué se puso furioso cuando éste apareció con el ganado perdido.

Iris intentó detener sus alocados pensamientos. Frank no tenía por qué ser necesariamente el informante. Sus órdenes no eran secretas. Los vaqueros siempre conocían todos los planes, pues desempeñaban un papel fundamental en éstos. Era posible que Lovell fuera el soplón. Frank podría estar contándole algo confidencial sin saber que le estaba hablando a un traidor.

Pero Iris no estaba segura de ello. Tenía que reflexionar antes de decidir qué hacer.

Al dar media vuelta para regresar al campamento, tropezó con la raíz de un arbusto. Logrando apenas mantener el equilibrio, siguió su camino. Estaba totalmente confundida. ¿Qué iba a hacer? Aún le parecía difícil creer que Frank fuera cómplice de los cuatreros. Había sido el capataz de su padre durante años. Su padre había depositado su confianza en él. Incluso dejaba el rancho a su cuidado durante meses enteros.

Fue entonces cuando el rancho dejó de producir dinero. Hasta ese momento ni siquiera las extravagancias de Helena Richmond habían logrado agotar los ingresos.

Sin embargo, Iris no tenía ninguna prueba y, por lo tanto, no podía acusarlo de nada. Además, ¿quién lo reemplazaría? Si uno de los vaqueros estaba implicado en el asunto, era probable que otros también lo estuvieran, incluso el insolente chico que le había hablado cerca de la fogata. Sintió un irresistible deseo de ir a ver a Monty. Era posible que fuera un brutal e insensible bravucón, pero él sabría qué hacer.

Iris volvió a tropezar con otro arbusto. Justo en el momento en que se estaba diciendo que debía prestarle más atención al camino, oyó un berrido quejumbroso y vio a un ternero que yacía oculto tras la mata. Debía de haber nacido cuando el hato se detuvo a pasar la noche en aquel lugar. Era muy pequeño y tierno.

Pero antes de que un segundo pensamiento pudiera cruzar su mente, Iris oyó un siniestro mugido detrás de ella y se volvió para ver a una vaca longhorn de ojos desorbitados corriendo hacia ella. La madre del ternero estaba a punto de atacarla. Una rápida mirada en torno suyo le reveló que el único lugar donde podría esconderse era el pequeño arbusto que ya acogía al asustado becerro.

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