Iris

Iris


Capítulo 18

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Monty ya se había vestido incluso ya había salido de la tienda cuando Iris se despertó. La sensación de bienestar que la embargaba se transformó en pánico. Se vistió deprisa. No se sentía segura si él no estaba a su lado.

Lamentó por un instante que la magia de su primera noche juntos no hubiera durado más tiempo. Debería haber concluido en medio de un escenario emocional completamente distinto. Deberían haber despertado al nuevo día abrazados, con sus almas transformadas para siempre. Pero no podía preocuparse por eso en aquel momento, pues se encontraba sola en una aldea comanche. En aquel momento lo único que le importaba era encontrar a Monty.

Lo encontró a escasos tres metros de la entrada del tipi, hablando con los intérpretes apaches. Sintió un alivio tan profundo que no pudo permanecer de pie sin apoyarse en algo. Habría debido saber que él no la dejaría allí. Si se negaba a confiarla a Frank, de ninguna manera la confiaría a los indios.

A Iris le agradaba saberlo. Nunca se había sentido desamparada cuando sus padres estaban vivos, pero por alguna razón sus cuidados no habían tenido el mismo efecto que los de Monty. Con ellos siempre se había sentido segura y respaldada. Ahora se sentía protegida y valorada. No podía exponer la diferencia con mayor claridad, pero la percibía. Y le gustaba esa sensación.

Monty se acercó a ella en cuanto la vio.

—Prepárate. Vamos a regresar al campamento. Han aceptado dejarnos pasar si les damos dos cabezas de ganado ahora y tres después.

—¿Tendremos que comer con el jefe de nuevo?

—No —dijo Monty, asegurándole con una sonrisa de oreja a oreja que todo saldría bien—. Espera a que regresemos. Estoy seguro de que Tyler preparará algo completamente irreconocible.

Iris sintió un gran alivio al saber que regresaría al campamento sin más preámbulos.

—No deberías quejarte de la comida de Tyler. Es un estupendo cocinero.

—Entonces que abra un restaurante. Yo sólo quiero comer un trozo decente de tocino frito.

Iris concluyó que Monty se sentiría muy a gusto en Wyoming. Al menos hasta que la civilización llegara allí. También resolvió que deseaba que la media docena de guerreros pieles rojas que habían aparecido de la nada para seguirles de cerca, encontraran algo mejor que hacer. Seguramente debía de haber al menos un búfalo que había sobrevivido a la matanza. O por lo menos podrían limpiar el campamento. Si no lo hacían, tendrían que mudarse en cuestión de días.

Iris tuvo que soportar una última visita al jefe, y otra larga conversación en español. Juró para sus adentros que aprendería a hablar ese idioma si alguna vez regresaba a vivir en el sur de Texas. Odiaba sentirse excluida.

La desazón de Iris aumentó cuando ocho indios se montaron en sus ponis y se prepararon para marcharse con ellos.

—¿Por qué necesitan tantos hombres para traer esas vacas? —preguntó Iris, echando un vistazo a la fila de guerreros pieles rojas que los seguían al salir de la aldea.

—Sólo dos de ellos vienen a buscar las vacas —dijo Monty—. He contratado a los otros seis para que nos ayuden hasta que lleguemos a Dodge.

Iris apenas podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Contrataste a esos indios, a esos comanches?

Monty se rió. Ella no entendía por qué le parecía tan gracioso llenar su campamento de comanches, pero empezaba a darse cuenta de que Monty siempre se reía en los momentos más inoportunos.

—Necesito más ayudantes. No puedo remplazar a Frank y a los demás hasta que lleguemos a Dodge. Además, mientras estos comanches estén con nosotros, no creo que otros indios se atrevan a atacarnos o a exigir vacas. Creo que Frank aún anda por aquí cerca. Espero que al ver a los seis comanches rondando por el campamento, lo piense dos veces antes de intentar robar nuestras vacas.

Iris sabía que Monty tenía razón, pero dudaba de que la cuadrilla mostrara mucho entusiasmo de tener que trabajar con comanches. Sin embargo, dejaría que Monty se ocupara de ese asunto. Él siempre le estaba pidiendo que le permitiera encargarse de todo. Pues bien, éste era un problema que ella no tenía la más mínima intención de quitarle de las manos.

—Hay algo más.

Monty estaba actuando de forma extraña, como si no quisiera tener que decirle aquello que estaba a punto de revelarle. Iris estaba sorprendida. Él nunca había vacilado ni un instante para hacer los comentarios más demoledores. Se preguntó si iría a decir algo agradable, y la novedad de la situación le había hecho perder los papeles.

—Voy a tener que mantenerme alejado de ti por un tiempo. Esto te puede parecer algo extrañó… después de lo que sucedió anoche… pero no quiero que los hombres empiecen a hablar.

No se atrevía a mirarla. Ella no podía recordar haberlo visto nunca tan incómodo.

—No esperaba que hicieras otra cosa.

Estaba mintiendo. Esperaba que todo fuese diferente: el sol, la luna, el universo entero. Sentía que había vuelto a nacer, y que no quedaba nada de la antigua Iris. Ya no veía las cosas de la misma manera ni sentía de la misma manera. Era como si hubiera estado viviendo en un sueño toda la vida y acabara de despertar a la realidad. Para ella, el mundo entero se había transformado. Evidentemente, a Monty no le sucedía lo mismo.

—Lo sé. Lo que sucede es que es una situación algo difícil en un viaje para arrear ganado —la miró—. No querría hacer nada que arruinara tu reputación.

Iris no creía que aún tuviera mucha reputación, y habría renunciado a la poca que le quedaba por Monty. Pero él no estaba dispuesto a hacer eso por ella. Quizás nunca lo estuviese.

* * *

—¿Por qué te has traído a esos indios? —preguntó Zac cuando Monty e Iris entraron en el campamento.

—Para que nos ayuden hasta que lleguemos a Dodge —respondió Monty—. Salino, ayuda a estos hombres a eliminar el novillo que está cojo y también a la vaca que tiene las patas doloridas. De todos modos, no creo que hubieran logrado llegar a Wyoming.

Tyler se limitó a decir:

—Tendrán que prepararse ellos la comida.

Y esa fue toda la discusión. Algunos hombres parecían algo molestos, pero nadie protestó.

Iris concluyó que no entendía a los vaqueros.

* * *

No había nadie en el campamento al mediodía, momento en el que Hen llegó al galope.

—¿Dónde está Monty? —preguntó mientras se apeaba y le entregaba su caballo a Zac.

—Está revisando el paso por el que cruzaremos el riachuelo —contestó Zac, señalando el caballo de Monty, que muy cerca de allí, chapoteaba al cruzar la rápida corriente de un arroyo poco profundo.

Hen caminó hacia donde se encontraba su hermano. Se encontraron al otro extremo del corral de caballos.

—¿Cuánto tuviste que pagar? —preguntó Hen mientras Monty se bajaba de un saltó de su montura.

—Dos vacas y los salarios de seis guerreros hasta que hayamos salido de territorio indio —le respondió Monty.

Hen frunció el ceño y le lanzó a Monty una mirada severa al verlo sonreír de oreja a oreja.

—¡Imbécil! —exclamó furioso—. ¿Por qué tenías que acostarte con ella?

El inesperado arrebato de ira de Hen borró la sonrisa del rostro de Monty.

—¿Qué te hace pensar que yo…?

—No pierdas el tiempo contándome mentiras —dijo Hen entre dientes—. Ahórratelas para los vaqueros. Si uno de ellos llega a adivinar lo que has hecho, se va a armar la de Dios es Cristo.

Monty notó que su mal genio se disparaba como un cohete chino.

—Sólo porque pasamos la noche…

—Creí que después de todo lo que dijiste acerca de mostrarle a George que dejarías de actuar como un idiota cada vez que se te presentara la oportunidad, podrías lograr aguantar una noche sin meterte en la cama con la única mujer en todo el mundo capaz de causar suficientes estragos para hacer que este viaje fracase. ¿Por qué no te abalanzaste sobre una india? Eso no nos causaría tantos problemas.

Monty sabía que a Hen no le caía bien Iris —la única mujer que le agradaba era Rose—, pero nunca habría esperado un arranque de ira como aquél. Esto lo asustó, pero también lo enfureció que Hen fuera tan injusto. Tal vez Iris no fuese perfecta, pero era bastante buena en todo lo que hacía, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo a Helena de madre.

También le enfadó ser tan transparente. Él nunca sabía qué le estaba pasando a Hen por la cabeza.

—Traté de no hacerlo —dijo Monty, sin intentar negar la acusación de su hermano.

—¡Maldición! Habría preferido que dijeras que habías tomado la decisión de seducirla en cuanto se te presentara una oportunidad. Al menos así habría creído que habías empezado a madurar, pero eres el mismo tonto de siempre.

Monty notaba que empezaba a perder los estribos.

—El hecho de que tú seas un demonio insensible no significa que el resto de nosotros podamos vivir como eunucos.

—Ve a buscar una puta cuando necesites calmar la picazón, pero no te acerques a mujeres como Iris.

A Monty se le agolpó la rabia en el estómago como el agua que hierve. Notaba cómo los músculos de los brazos se le hinchaban y se le ponían tensos, y que querían golpear algo. Dio media vuelta y se fue sin decir palabra, pero Hen lo siguió.

—Pasaste un año tratando de convencer a George de montar el nuevo rancho. Yo te he apoyado siempre. Jeff reclamó el terreno, construyó y amuebló una cabaña. Zac dejó la escuela antes de tiempo. Nos llevó meses planear este viaje, y tú estas dispuesto a hacer peligrar todo sólo porque no puedes controlar el picor de la entrepierna.

—¡Basta ya! —exclamó Monty—. El hecho de que seas mi hermano gemelo no te da derecho a decir todo lo te dé la gana.

—Puedo llamarte zopenco si me apetece —le gritó Hen—. Lo diría aunque no fueras mi hermano.

—Te lo advierto…

Monty podía sentir que una rabia ciega se agitaba en su interior, le nublaba la razón, ahogaba su resistencia. Intentó reprimirla, pero ésta lo envolvió como la marea que sube.

—No me asustas —se burló Hen—. Ya te he dado una paliza antes. Y si sigues dejando que tu entrepierna mande sobre tu cabeza, lo haré de nuevo.

Monty se abalanzó sobre su hermano con la violencia de un toro furioso. Hen le hizo frente, y los dos hombres cayeron al suelo. Sus cuerpos formaron una maraña de brazos y piernas, y sus imprecaciones se oyeron por toda la pradera.

—¡Monty y Hen están peleando! —le gritó Zac a Tyler mientras corría hacia el carromato de provisiones.

—Siempre están peleando —le respondió Tyler.

—Esta vez es en serio. Es por Iris. —Zac quitó la tapa al barril del agua, llenó un cubo con el líquido y luego lo cerró de un golpe—. ¡Vamos! —gritó mientras salía corriendo—. ¡Date prisa, o se matarán el uno al otro!

Aparentemente ignorando a su hermano, Tyler se dirigió a la fogata y metió un dedo en una olla de alubias. Satisfecho con la temperatura, cogió la olla y siguió a Zac.

—Nada de lo que he dicho ha servido para convencerlos de que dejen de pelear —dijo Zac, y le tiró el cubo de agua a sus hermanos.

Eso no los detuvo ni un instante.

—Necesitas algo que no escurra tan fácilmente —dijo Tyler mientras levantaba la olla de alubias. Empezó a verter aquella masa espesa y viscosa sobre los dos luchadores, y ésta cayó sobre sus cuerpos en forma de un chorro ininterrumpido y caliente.

La violencia de las maldiciones que lanzaron aquellos dos hombres rasgó el aire, pero al menos dejaron de pelear.

—¡Te voy a cocinar en una de tus ollas! —gritó Monty.

—No podrás hacerlo si yo lo atrapo primero —amenazó Hen.

Tyler regresó a la fogata a paso lento.

—En cuanto a ti… —gritó Monty, volviéndose hacia Zac.

Pero éste, que apreciaba altamente que su pellejo se mantuviera intacto y libre de magulladuras, ya se dirigía hacia el campamento todo lo deprisa que podía.

—Todo esto es culpa tuya, y también de esa estúpida mujer —dijo Hen, ardiendo de indignación mientras se quitaba los pegotes de alubias de la camisa y los tiraba haciendo girar la muñeca.

—¡No llames estúpida a Iris! —gritó Monty. Usando su dedo índice, cogió una pizca de aquel viscoso estofado de su mejilla. La probó y decidió que era de todo su gusto.

—Ya nunca más tendrás que preocuparte por cómo la llame delante de ti.

—Pero sí me preocupa. Es verdad que no hablas mucho, pero nunca te quedas callado cuando algo no te gusta.

—Eso ya no tendrá importancia si no estoy aquí para que oigas lo que digo.

Monty se quedó paralizado.

—¿Te marchas?

Nunca se le había ocurrido que Hen podría abandonarlo. Habían peleado por una cosa o por otra desde que tenía memoria, pero siempre habían sido inseparables.

Las palabras de Monty parecieron producir un impacto semejante en Hen.

—No. Le dije a George que te ayudaría a llevar este hato a Wyoming, y no faltaré a mi palabra.

—No te molestes —respondió Monty. Le hería profundamente que la lealtad de Hen a George fuera mayor que a su propio hermano gemelo—. Puedo llevarlo allí sin tu ayuda.

—Me quedaré.

—Haz lo que te dé la gana, testarudo hijo de puta. Pero limítate a hacer tu trabajo. Yo me encargaré del resto.

—Será mejor que así sea —replicó Hen—, o de lo contrario, volveré a sacudirte de lo lindo.

Monty aún estaba furioso, y le llevó un momento dominar el impulso de atacar a Hen de nuevo.

«¿Por qué no? —se dijo—. En cualquier caso, todo el mundo piensa que no eres más que un tonto impulsivo. Podrías ahorrarles muchos problemas a todos probándoles que tienen razón».

Pero Monty no quería pelear con Hen. No quería pelear con nadie. Sólo quería deshacerse de la sensación de vacío que tenía, de aquella horrible sensación de fracaso que lo acosaba como un demonio cada vez que no estaba a la altura de lo que George esperaba de él.

Nunca había necesitado la aprobación de su padre. Había despreciado tanto a aquel viejo cabrón que no le había dado ninguna importancia a lo que él pensaba. Pero con George era diferente. George sacrificaría su propio éxito si eso sirviera para ayudar a Monty.

Eso hacía que todo fuera peor, pero era Rose quien lo convertía en aún más terrible. A ella le desgarraba el corazón ver a George alterado a causa de sus hermanos. Monty aún podía recordar aquella vez que lo miró con lágrimas en los ojos, lágrimas que derramaba por George y por él. ¡Demonios! Esto lo hacía sentir tan mal que habría querido pegarse un tiro.

¿Las cosas cambiarían alguna vez?

Pero cuando empezó a tranquilizarse, reconoció que no se habría puesto tan furioso si Hen no hubiera dicho exactamente lo que él se había estado diciendo a sí mismo. Sabía que Iris lo estaba llevando a hacer cosas que no debía, pero no parecía poder evitarlo. No podía pensar con claridad cuando de Iris se trataba.

Y puesto que habían hecho el amor, probablemente todo sería aún más difícil a partir de aquel momento. Normalmente una noche de pasión lo llenaba de energía, hacía que deseara regresar al rancho, al hato y a su trabajo. Lo liberaba temporalmente de su necesidad de estar con una mujer.

Pero no sentía que se hubiese liberado de Iris. No había logrado agotar la fascinación que sentía por ella. Si acaso, la había aumentado.

Incluso en aquel momento el recuerdo de la noche anterior era tan vívido, que parecía que lo estuviera viviendo todo una vez más. La sensación de la piel de Iris contra la suya era más intensa que el olor de las alubias calientes o que su pesado espesor al secarse en sus ropas.

Pero había algo aún más importante. Él no pensaba en ella sólo cuando su cuerpo le pedía satisfacer sus apetitos. Nunca lo había hecho. Ella siempre había sido alguien muy especial: tanto cuando era una adolescente tan perdidamente enamorada de él que lo seguía a todos lados, como cuando se convirtió en una mujer despampanante que intentaba camelarlo para que la llevara a Wyoming. Él siempre había procurado que ella no corriera ningún riesgo, que se sintiera a gusto y que fuera feliz, aunque no había querido hacerse personalmente responsable de ella.

Esto había cambiado. Ahora pensaba en ella antes que en sus vacas, lo que en sí mismo era una mala señal. Ya no creía, como aquella Navidad en que la vio por primera vez, que fuese como su madre, se parecía tanto a Helena que casi habría podido ser su doble. Había contado con el tiempo suficiente para darse cuenta de que Iris era muy diferente.

Ciertamente había intentado convencerlo de hacer algo que no quería, algo que a él no le convenía en absoluto y que sólo la beneficiaba a ella. Pero lo había hecho porque estaba muy asustada, no porque fuese una mujer egoísta o cruel.

Era una persona bastante sincera. Ya había dejado de tratar de utilizar sus encantos y sus palabras lisonjeras para convencerlo de hacer lo que ella deseaba. Ahora, cuando quería algo, lo pedía. Era posible que se enfadara si no lo conseguía, pero no se enfurruñaba ni confabulaba para obtenerlo.

Monty se dio cuenta de que, además de gustarle Iris, de sentirse fuertemente atraído por su belleza física y de interesarse por su bienestar, estaba empezando a admirarla. Era una mujer muy distinta de lo que él había esperado, y se descubría a sí mismo comparándola con Rose y con Fern, pensando en estar con ella el resto de su vida.

La deducción lógica de este pensamiento asustó tanto a Monty que estuvo a punto de pedir que le trajeran su caballo para empezar a separar los hatos en aquel mismo momento y lugar. Había estado cerca de George y Madison el tiempo suficiente para saber que lo que sentía no era simple lujuria. Algo más estaba sucediendo, algo que atrapaba a un hombre y no lo soltaba, hiciese lo que hiciese.

Monty no estaba preparado para eso. No estaba preparado para pensar en nada distinto a llegar a Wyoming y ganar la batalla personal que había entablado con George. Una vez que hubiera logrado eso, quizás pudiese pensar en su futuro. Pero aquel no era el momento.

No obstante, sabía que independientemente de cuán alterado estuviese en aquel instante, olvidaría su determinación en el segundo mismo en que viera a Iris. Aquella mañana le había parecido aún más preciosa que la noche anterior. Al principio sólo le molestaban las miradas que los hombres le lanzaban cuando se acercaba a la fogata. Después de lo sucedido anoche, dichas miradas le disgustaban. No quería que los vaqueros miraran a Iris de aquella manera. Sabía qué pensamientos cruzaban por su cabeza —también habían cruzado por la suya—, y no le gustaban.

Pero no podía hacer nada al respecto. No podía ocultarla en su carromato ni forzarla a viajar en el de las provisiones, cuando prácticamente la había obligado a cabalgar junto al hato para que aprendiera a manejar las vacas. Tampoco podía mandarla a dormir en un hotel todas las noches. No había más que tiendas indígenas a cientos de kilómetros a la redonda. No podía ordenarles a los hombres que no la miraran sin parecer aún más tonto de lo que ya era.

¡Demonios! Las consecuencias de haberle permitido a Iris hacer aquel viaje junto a él parecían no tener fin. Si cuando se encontró con ella en el camino hubiera sabido lo que en aquel momento sabía, la habría llevado de regreso a su casa a rastras, aunque ella se hubiera puesto a patalear y a gritar. Pero ya no podía hacer nada. Tendría que cuidar de ella hasta que llegaran a Wyoming.

Monty maldijo. Ella había conseguido lo que quería, sólo que ahora él lo estaba haciendo por voluntad propia. No se echaría atrás ni aunque ella se lo pidiese. Hen tenía razón. No podía pensar con claridad cuando estaba cerca de Iris.

Debía empezar a guardar las distancias, tanto por Hen como por él mismo. Hen era el amigo más íntimo que tenía. Nada se había interpuesto jamás entre ellos. Siempre habían sido la conciencia, el guardián y el compañero del otro. ¡Demonios! Hen arriesgó la vida para salvarlo el día en que los cuatreros estuvieron a punto de ahorcarlo. Casi podía sentir la cuerda apretándole el cuello.

Monty tenía que cerciorarse de que los vaqueros actuaran de forma respetuosa. Haber despedido a Crowder les había hecho entender que no toleraría ninguna insolencia, pero no sería una mala idea que permanecieran completamente alejados. Eso sería lo mejor para todos. Unas cuantas palabras contundentes se ocuparían de ello.

Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar qué excusa le daría a Iris.

* * *

Iris se sentía herida y confundida. También estaba enfadada. Esperaba que Monty se mostrara distante, pero no que prácticamente pasara de ella.

Durante días había cabalgado junto al hato, que no dejaba de mugir. Nubes de polvo le cubrían el cuerpo de tierra, el ruido agredía sus oídos hasta que sentía que sus sesos estaban a punto de estallar. Le dolía todo el cuerpo tras pasar horas cabalgando, intentando aferrarse a su caballo mientras éste perseguía a una vaca que se había salido del camino y la llevaba de regreso al hato. Le parecía que sus piernas se habían arqueado, tenía callos en lugares que no se atrevería a mencionar delante de un hombre, y mucho menos a exponer, y el incesante viento le había agrietado los labios y le había abierto las puntas del pelo. Y por si fuera poco, se había puesto más morena que una india. Sin embargo, Monty no había hecho ningún comentario sobre lo duro que había trabajado ni sobre cuánto había mejorado. Casi no le había hablado.

Al ver su carromato bajo la sombra de un árbol que se encontraba junto al riachuelo, pensó con nostalgia en su cama, pero éste era un sueño que se había vuelto casi inalcanzable. Cinco vacas, todas suyas, habían parido la noche anterior. Sabía que le convenía salvar a todos los terneros que pudiera. A Monty también, pero ahora actuaba como si lo que ella hacía no fuera nada del otro mundo. Le irritaba que él diera tan fácilmente por sentado los sacrificios que estaba haciendo. Únicamente había dicho: «Se te va a arrugar la ropa en esa cama». Afortunadamente Tyler tenía espacio para guardar su baúl en el carromato de provisiones, o de lo contrario, habría podido pegarle un tiro a Monty en lugar de a los terneros.

Además, la hacía trabajar como si fuera un vaquero más. La hija mimada de un rico hacendado estaba haciendo el mismo trabajo que unos jóvenes iletrados que ganaban treinta dólares al mes. Ella solía gastar mucho más en un vestido que posiblemente sólo se ponía una sola vez. Pensó en la exigua reserva de monedas que había vuelto a ocultar en el compartimiento secreto de su carromato. Pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a gastar todo ese dinero en un vestido, aunque planeara ponérselo con frecuencia.

Mientras Iris recibía las riendas que Zac le entregaba y se montaba en su caballo, comprendió que no era el trabajo ni el dinero, ni tampoco la pérdida de su carromato lo que la había puesto en un estado semejante. Como siempre, era Monty.

Ocho semanas viajando por aquel camino le habían dado una perspectiva completamente diferente del hombre por el que primero se había derretido hacía cinco años. Pero aunque sabía que Monty apenas tenía más delicadeza y sensibilidad que un búfalo macho, había esperado que la noche que pasaron juntos cambiara radicalmente su relación, pues había transformado su vida para siempre.

Pero Monty siguió ocupándose de su trabajo como de costumbre. Excepto que ahora parecía mirarla sin verla.

No podía entender qué estaba sucediendo. En los últimos tres días casi no le había hablado. Ni una sola vez habían comido juntos en medio de aquel cordial silencio que tanto le agradaba. Al principio pensó que la estaba rehuyendo, pero siempre permanecía cerca de ella. Era como si la hubiese rodeado de un cerco de protección tan hostil que ninguno de los vaqueros se le acercaba. Parecía estar enfadado con ella. Sabía que aún se encontraba disgustado con Hen, pero no tenía ni idea de por qué estaba molesto con los demás hombres.

Iris oyó a Zac hablando con Tyler.

—Nunca antes habían permanecido enfadados tanto tiempo —dijo Zac después de que Hen y Monty tomaron el desayuno sin dirigirse la palabra—. Casi no se han hablado en toda la semana.

Tyler miró brevemente a Iris, pero no había expresión alguna en su rostro y no dijo nada.

—Incluso cuando pelean son uña y carne. Si haces que uno de ellos se enfade, tienes que enfrentarte con los dos, lo cual no es muy justo —apuntó Zac, recordando al parecer alguna injusticia pasada—. Yo puedo cuidarme de uno de ellos, pero nadie puede defenderse de los dos. Y menos de Hen, quien puede moverse tan sigilosamente como un indio. A Monty por lo general puedes oírlo llegar a un kilómetro de distancia.

—Si tuvieras cuidado con lo que dices, no tendrías que andar mirando por encima de tu hombro —le dijo Tyler.

—Si Monty no tuviera el gemelo de una pantera herida, yo no tendría que preocuparme de nada.

Zac fue a desmontar su corral de cuerdas, y a prepararse para llevar la caballada y el ganado al lugar donde pasarían la noche.

No hacía falta que nadie dijera a Iris que ella era la dificultad que se había interpuesto entre Hen y Monty. Podía verlo en la dureza con que Monty la trataba. Era evidente en el comportamiento de Hen. Ni un leproso se sentiría más rechazado.

Sin embargo, Monty aún debía de preocuparse por ella. Rara vez la perdía de vista. Organizaba las labores de tal manera que Iris siempre pudiera estar junto a él. Ella dormía cerca del carromato de provisiones de los Randolph: Monty, Tyler y Zac formaban un cerco de protección en derredor suyo. Iris empezó a sentirse como una prisionera demasiado valiosa que era necesario vigilar todo el tiempo, pero que no era digna de amistad.

Iris no podía entender aquellos sentimientos tan contradictorios. Cuando a ella le gustaba alguien, le gustaba sin importarle lo que pasara. No tenía ningún sentido querer a una persona y odiarla al mismo tiempo. Pero obviamente para Monty eso sí tenía sentido, y a ella le había tocado lo peor de ambas partes.

No podía seguir soportando aquella situación. Tenía que hablar con Monty. Cada vez que pensaba en hacer el amor con él y en las ilusiones que se había hecho aquella noche, se sentía profundamente decepcionada. Estaba convencida de que Monty la quería, pero algo que ella ignoraba estaba pasando dentro de él. Esto la afectaba de alguna manera, y obstaculizaba el camino de su felicidad. Iris sabía qué necesitaba para ser feliz. No era el ganado, tampoco tener dinero suficiente para regresar a San Louis. No era siquiera encontrar un esposo que la adorase e hiciera todo lo que estuviera a su alcance por complacerla.

Necesitaba a Monty. Al irascible, cascarrabias, temperamental, guapo, encantador y fiable Monty.

Nada más.

Tras haber tomado su decisión, Iris se sintió mucho mejor. Sus ansias de hablar con Monty hicieron que la tarde transcurriera lentamente. Por lo tanto, le molestó llegar al campamento y encontrar a casi todos los vaqueros de la cuadrilla reunidos en torno al carromato de provisiones. La presencia de tanta gente haría casi imposible que pudiera hablar con Monty a solas. Necesitaba tener algo de privacidad. Pensó que tal vez Tyler estuviese cocinando el plato favorito de aquellos hombres, pero no pudo percibir ningún olor de comida. Fue directamente al corral de cuerdas. No vio a Zac por ningún lado. Después de bajarse del caballo y atarlo a un arbusto, se dirigió al campamento. Cuando alzó la vista, un desplazamiento de los hombres le permitió ver qué estaba ocasionando aquel alboroto.

Una chica estaba hablando con Monty.

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