Iris

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Orlewen » Capítulo 22

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Orlewen consiguió sus primeros reclutas después de la muerte del viceadministrador. Al principio, cuando se encontraba solo, operaba desde la ciudad, pero en el momento en que sintió que tenía un grupo, que podía confiar en un entorno dispuesto a dar su vida por las ideas que defendía, se refugió con su gente en las cuevas de uno de los valles que rodeaba a Megara, de cielos manchados por nubes bajas y esporádicas. Debió rechazar a algunos que por problemas físicos no podían desplazarse fácilmente, pero, siguiendo el modelo de SaintRei en las minas, aceptó a otros que, pese a sus dolencias, podían ser útiles al movimiento. Zama lo acompañaba y se había convertido en uno de sus asesores principales, al igual que Ankar, una mujer pendiente de la logística del grupo, la provisión de alimentos y municiones, la red de contactos en la ciudad.

Orlewen había sido Ankar y sabía que podía confiarle todo. Ankar tenía trece aros en el cuello, parte de una promesa que había hecho de niña para entregarse a Xlött. Tenía diez años cuando un kreuk visitó el újiàn de Kondra en el que se encontraba. Había sentido el llamado desde mucho antes, pero los voluntarios del újiàn le hicieron ver que debía esperar. El kreuk llevaba un gewad naranja y su piel era tan blanca que Ankar se distraía viendo el curso inquieto de las venas por sus brazos. El kreuk le dijo que se fuera con él y esa misma noche se escapó del újiàn con una amiga. Fueron a vivir a la orilla de un río de aguas pestilentes, en casuchas de materiales precarios habitadas por los seguidores del kreuk.

Una tarde el kreuk las hizo subir a una tarima y les marcó los hombros con la lengua de la xie, una dushe venenosa usada para ceremonias de curación porque se creía que su veneno limpiaba el organismo de sustancias tóxicas. El dolor hizo que Ankar se desmayara. Al despertar se encontró con queloides en los brazos. Era la marca de su pertenencia a la secta del kreuk, dedicada a la Jerere.

Fueron esos recuerdos los que motivaron a Ankar a crear un rito de iniciación para los seguidores de Orlewen. Se metía al valle y volvía después con un puñado de dushes de todos los tamaños y colores entre sus manos y reptando en torno al cuello. Ponía todas las dushes junto a una estatua pequeña de Malacosa. Las dushes envolvían la estatua y mostraban sus colmillos inquietas. Ankar decía a los seguidores que sólo una de las dushes era venenosa y que debían atrapar a una con las manos; quienes tuvieran miedo de la dushe venenosa no podían quedarse en el grupo.

Irisinos arrojados metían la mano junto a la estatua y en menos de diez segundos la sacaban orgullosos con una dushe envuelta entre sus dedos, sin que les hubiera ocurrido nada. Los más temerosos se demoraban lo suficiente como para hacerse morder; si tenían suerte la mordedura no les hacía nada, pero si se trataba de la dushe venenosa, no tardaban en desplomarse, lívidos, y Ankar debía traer una xie y hacer que ésta los mordiera para que su mismo veneno contrarrestara el de la dushe.

Otros ni siquiera lo intentaban y debían partir ese mismo día.

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