Ira

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CAPÍTULO VII

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CAPÍTULO VII

EL TERCER ESCALÓN

 

“Toda verdad atraviesa tres fases: primera, es ridiculizada; segunda, recibe violenta oposición y tercera, es aceptada como algo evidente”

Arthur Schopenhauer

 

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¿Era de esperar? No lo sé. Pero acaban de pasar ante mis ojos los peores días de mi vida.

Después del rotundo: «Levántate ahora mismo y arrodíllate en el suelo» todo empeoró. Nunca tuvimos una bronca tan fuerte como esa. Diego me arrastró hasta el cuarto de tortura y, al final de un largo calvario, logré que me dejara regresar a casa, aunque a regañadientes. No obstante, antes me advirtió:

—¿Sabes por qué te dejo ir? Para que tú solita te estrelles con la verdad, para que tú solita te quemes, para que tú solita sientas que alejarte de mí será lo más parecido a estar enterrada viva.

¿Quieres saber de lo que hablo? Te hablo de enfermar. Te hablo de dolor físico, Leia. Un dolor que te debilitará con el paso de los días. Te hablo de que a más de tres metros de distancia de mí comenzarás a sufrir los síntomas. Empieza con una subida de temperatura y un retorcijón de estómago insoportable.

Y así es como empieza. Doy fe de ello. Su lejanía, duele. ¡Vaya que si duele! Duele hasta límites indescriptibles. Ahora, después de haber pasado algo más de una semana sin él, entiendo que su maldita advertencia no era otra cosa más que una puñetera lección, la de un amo a su sumisa. ¡A la mierda con su desigual manera de entender el amor! En fin, consumada la maldad, el tembleque y la celebración a la oda agónica más atroz que un cuerpo humano pueda resistir, he de reconocer que su aviso ha estado a la melindrosa altura del mundo oscuro del que proviene. Literalmente hablando, he estado a punto de morirme. Y no es broma: fiebre, convulsiones, pérdida de conciencia, alucinaciones, temblores, vómitos, vértigo, retorcijones, sarpullido sanguinolento en la piel… Me duele todo y por todos lados, los brazos, los hombros, los parpados, el pensamiento entero. Pero, ¿qué demonios me habrá inoculado? ¿Algún tipo de virus?

Llevo dos malditos días tratando de explicarme por qué desde que me separé de él siento como si la vida hubiera dejado de tener sentido. No me lo explico y es que ya no puedo más. ¡Lo necesito! Maldita sea. Lo necesito para pensar, para dormir, para moverme, para abrir los ojos, para tragar saliva, para desplazarme, para comer, para respirar. Mi necesidad por él es como una vibración seductora, constante, como un goteo permanente de éxtasis en vena que se desliza por mi cuerpo como fuego. Y el maldito vacío emocional que supone estar sin él, me está afectando de tal manera, que daría lo que fuera con tal de sucumbir a la profiláctica ñoñez de gemir —cual chillido de pato de goma— aferrada al engañoso calor de sus brazos aunque fuera solo por una vez más. Por Dios, pero si todavía noto sus manos sobre mi piel y su sabor sobre mis labios; pero si con solo pensar en su nombre se me estruja el pensamiento y se me descontrola la razón. Y me odio por ello.

Pero sobre todo por no sentir ni una puñetera pizca de culpabilidad.

En parte es por ello, por lo que llevo llorando sin parar todos estos días. Es desesperante.

Tengo que hacer algo para sosegarme, pero no sé qué. Veamos, ¿me apunto a una sesión de Reiki?

¿Sustituyo el CrossFit por la meditación transcendental?, ¿o tiro del manual de autoayuda de los yoguis mongoles? Quizá esto último sea lo mejor ¿Tiro de manual? Pues tiro... Muy bien, pues entonces, paso uno: levantarme de la cama sin vacilar. Paso dos: encender el ordenador. Paso tres: mandarlo todo a la mierda. Paso cuatro: no hay paso cuatro. Me rodeo el cuerpo con los brazos y aprieto fuerte la barriga en un intento desesperado por borrar de la conciencia la tóxica sensación que me hace sentir, que estar lejos de él, es el último sitio en el que quiero estar. Nada, imposible, me tengo que poner en marcha y activarme. Así que lo hago. Aparto la sábana, me pongo el chándal, unos calcetines, me hago una coleta y me siento al escritorio. Enciendo el ordenador de Luis y lo conecto al mío. En ER usamos nuestra propia red para comunicarnos. Después envío un mensaje a Lucas:

 

*‘Por el pueblo, para todos, hasta el final’. ¿Comenzamos?*.

 

Tal vez sumergirme en la investigación del fusil me haga olvidarme de él. Necesito tener el cerebro entretenido. Ayer, en el poco tiempo que estuve consciente, averigüé bastantes cosas de la industria armamentística. Hoy me toca indagar en profundidad sobre el tema de los francotiradores, pero antes tengo que cubrirme las espaldas…

Suspiro hondo y, con gran esfuerzo, concentro toda mi atención en la tarea. La pantalla me da la bienvenida e introduzco la contraseña que Luis me pasó: 3351azTzimisce. No creo que esto me robe mucho tiempo. Lo primero que hago es unir fuerzas con mi hermano. Desde Ginebra, Lucas verá todo lo que yo vea desde aquí, y yo veré todo lo que él vea desde allí. A continuación, instalo señuelos de seguridad para evitar ser detectada: anexiono un par de servidores y accedo a los sistemas de la Unidad Ciento Veintiuno norcoreana haciéndome con el control de algunos de sus operadores. En caso de que haya problemas, que sean ellos los que carguen con el mochuelo. Y es que, estos puñeteros reclutas, son unos cracks en el arte de la ciberguerra. Actúan bajo la órbita de la Dirección General de Reconocimiento, una agencia de inteligencia dirigida por la casta militar que gobierna el país, lo que les confiere bastante seguridad. Es curioso comprobar como uno de los países más herméticos y anticuados del planeta cuenta con uno de los ejércitos de hackers más peligrosos de la web. Gracias a ellos podré entrar, con la seguridad de no ser vista, en una de las unidades criptológicas que el CNI esconde bajo la Finca del Doctor, en la Mancha. Suspiro hondo y tecleo otro código alfanumérico. Listo. Doy por sentado que Diego estará conectado con la agencia en alguna parte de Sevilla, y si lo está —y estoy segura de que lo está—, podré acceder sin problema a su ordenador, y por extensión, a todos sus datos sin necesidad de moverme de la silla. Necesito saber si oculta algo que pueda perjudicarme. Para ello sigo unos rutinarios pasos: Paso primero: tomo prestada la tecnología Nightsand custodiada por la unidad beta de la NSA. Esta unidad está especializada en espionaje tecnológico de alto nivel, y gracias a este sistema podré infiltrarme en cualquier computadora conectada a una WIFI sin ser descubierta. De esta forma me colaré en el ordenador de Diego, que debe ser lo más parecido a un bunker ultrasecreto. Le doy al intro y… todo activado: operadores norcoreanos controlados, unidad criptológica a la vista y descarga de ficheros en marcha.

Paso segundo: conecto con Berlín. El SVR ruso tiene una instalación oculta en el tejado de su embajada desde donde envían información a la central de Yásenevo, en Moscú. Gracias a ellos podré saber quién es el verdadero Diego y cuál es el alcance real de su poder (tengo la impresión de que me ha contado una mínima parte del total). Introduzco los códigos crackeados y ¡bingo!, conecto de inmediato con la Oficina X encargada de la inteligencia científica y técnica de la cual obtendré lo que necesito. Cuando termino, reabro otro enlace con la Oficina I, encargada del Servicio Informático. Gracias a ella podré acceder a los sumarios virtuales que le envían a Putin a diario.

Cualquier cosa que los rusos tengan de mi hombre la detectaré en cuestión de segundos. Pero hay un problema. Antes tengo que saber cuál es su verdadero nombre. Para ello necesito los códigos custodiados que tiene el CNI. Veamos: enlaces rusos activos, borrado de huellas, sniffers colocados… Ya estoy dentro de su sistema. Le doy a intro y a buscar. Sonrío y estiro los brazos por encima de la cabeza. La eficiencia del SVR es la hostia bendita, si hay alguien que pueda tener algo sobre son ellos.

Paso tercero: conecto con Bilbao, ahí el MSS chino tiene oculto el mayor centro de espionaje europeo. En caso de que los norcoreanos se pispen de mi intrusión, usaré cualquiera de sus virus cibernéticos para protegerme y atacar. Los malwares de bloqueo son los más efectivos. A ver, ¿cuál de todos activo? Mmm… ¿Qué tal si bloqueo la NSA o la Red Tor? Tor es the full, por eso no me gusta usarla. ¿Qué tal si me hago con el mando de alguna central nuclear para divertirme un ratito? No. ¿Qué tal si dejo sin agua y sin suministro eléctrico una ciudad pequeñita como Nueva York? Qué coño, activo las tres maldades a la vez y limpio mi conciencia pensando que esto es una ciberguerra por la libertad y la dignidad humana. Ejecutando…

Paso cuarto: consulto el georadar y observo que hay dos ondas operativas conectadas con el CNI dentro de un radio de menos de doce kilómetros. Por lo que veo, una de las ondas es móvil, la otra está localizada, como era de esperar, en la zona de Los Remedios. Esto significa que, como me temía, Diego no trabaja solo. Tuerzo la boca y de repente se me ocurre una idea. Me levanto de la silla y me acerco a la ventana. Observo con detenimiento la calle durante un buen rato.

¡Toc!, ¡Toc!

Miro hacia atrás. Luis asoma la cabeza por la puerta.

—¿Puedo pasar?

—Claro.

Se aproxima con un par de copas en la mano, una botella de vino que deja sobre el escritorio, y una camiseta que pone: «RedRun, RedRun». Sonrío y vuelvo a dirigir mis ojos hacia la calle.

—¿Necesitas ayuda, preciosa? —me pregunta vertiendo el vino en las copas. Después se coloca a mi derecha.

—Sí, no soy capaz de concentrarme. Observa allí… —Y le señalo una furgoneta verde que hay aparcada al lado de unos contenedores—. Por casualidad, no te habrás fijado si esa furgoneta lleva mucho tiempo ahí aparcada, ¿verdad?

Luis se queda callado, me entrega una copa de vino y mira hacia la calle. Al cabo de un rato niega con la cabeza.

—No lo sé seguro, tal vez la haya visto por el campus. ¿Crees que pueden estar vigilándonos desde hace tiempo?

—Yo también la he visto por la universidad, en un principio creí que podía ser de la policía, pero ahora tengo mis dudas. Lo comprobaremos.

—¿Quieres verificar la matrícula?

—Sí. —Y nos ponemos a ello. Nos sentamos frente a los ordenadores y descubrimos que, en efecto, se trata de una matrícula falsa cuyo propietario lleva muerto más de dos años.

—¿Era lo esperado, no?

—Lo era —digo yo—. Aunque no entiendo por qué Diego mantiene una unidad móvil de vigilancia si ya me ha colocado a todo su ejército a los pies de casa.

—Quizá estamos equivocados y son de la policía o del CNI.

—No son ni de los unos ni de los otros. Es alguien que trabaja para Diego. Quizá alguno de sus hombres.

Además, Diego ha insistido en que debo permanecer, para siempre, las veinticuatro horas del día vigilada por su equipo de seguridad hasta que tenga el mío propio. Antes de dejarme en casa, el otro día, me explicó que dicho equipo lo formaban cuatro operativos de fuerzas especiales integrados por diez hombres cada uno, y que destinaría, de momento, uno a mi entera protección. No los he visto por ninguna parte, pero sé que están ahí, escondidos, salvaguardando, desde alguna azotea o piso franco mi importante integridad física.

—Ya veo que has empezado con lo de los francotiradores. ¿Necesitas ayuda? —me pregunta Luis con los ojos fijos en el monitor.

Asiento con un gesto de cabeza y enseguida sus dedos comienzan a volar por el teclado en misión de ayuda. Me siento junto a él.

—El generador de ondas ya está operativo, lo voy a redireccionar. Avísame cuando lleguen las señales de la antena.

Fijo mis ojos en la pantalla.

—Ya están llegando —le digo en cuanto observo que aparece el mensaje de aviso—. ¿Has combinado el dispositivo de control remoto con el implante electrónico?

—Sí. Mira. —Y me señala una serie de dígitos—. Tenemos todos los dispositivos de destino conectados a la red, así que ahora ya puedes espiar a tu novio —señala. Yo me inclino hacia delante y observo absorta la cascada de datos que se van descargando del ordenador de Diego al mío —. ¿Quieres escuchar las conversaciones que haga desde su móvil? —me pregunta Luis echando un trago a su copa.

—¡Claro! —respondo.

—Bien, pues déjame tu teléfono nuevo. —Rebusco en el bolso y se lo doy.

Codifica algo rápido en el ordenador y después le hace… no sé qué al teléfono.

—Toma —me dice—. A partir de ahora sabrás cuándo habla y con quién lo hace. Podrás escucharlo y gravar sus conversaciones. He activado su micrófono. ¿Ya ha encontrado tu otro teléfono?

—Ni idea.

Luis arruga la frente y se queda con los ojos fijos en la pantalla. Clavo mis ojos para ver qué es lo que está mirando y observo unas lucecitas naranjas que parpadean en el plano de un diagrama.

—¿Qué coño es eso?

—Cámaras y micros —me informa—. Tu novio los ha colocado por todos lados. Qué pena que le hayas puesto bloqueadores. Se habrá quedado bastante chafado cuando se ha dado cuenta de que no podía verte.

¡Será cabrón!

—El otro día me echó en cara lo de los inhibidores. ¿Ha puesto también cámaras en mi cuarto?

—Sí —me confirma Luis, y señala la pared de mi derecha—. Ahí, justo detrás de esa rejilla, hay uno. —Sigo la dirección de su dedo con los ojos echando fuego ultrasónico y radiactivo por ellos. Más tarde los enfoco en mi pantalla.

—Y esto de aquí, no será mi cama, ¿verdad?

—Pues sí, lo es. —Y señala otro puntito parpadeante—. Y esto de aquí tu ducha. Tú novio te ama profundamente —añade irónico—. Está claro que no puede vivir sin ti.

—¡Será hijo de puta!

—Es hábil, Leia. Va en serio contigo.

Detecto algo extraño en su voz, como si supera algo que yo no sé.

—¿Lo dices por algún motivo en concreto?

—¿No te lo ha contado Marta?

—¿Contarme el qué?

—Que Diego estuvo aquí hace dos noches, cuando estabas jodida y casi en coma.

Lo miro flipada.

—¿¡Cómo!?

—Marta lo llamó cuando caíste inconsciente. De paso le echó la bulla. Estaba empecinada en llevarte al hospital, pero él se negó en redondo y se plató aquí enseguida. Por cierto, Marta me ha dicho que le ocurrió algo extraño cuando llamó. Por lo visto contestó al teléfono otro tío que no era él, y dice que no ha podido olvidarse de su voz desde entonces. Y puedo asegurártelo, prima, mi hermana está como idiotizada desde ese día. Te juro que es como si se le hubiera cortocircuitado el cerebro. ¿No te has dado cuenta? ¿No te ha contado nada? Conmigo no quiere hablar del asunto.

Yo debo de vivir en otra casa.

—No me he dado cuenta de nada. Sería Iñigo, el hermano de Diego —le explico—. No te desvíes del tema y desembucha. ¿Cómo es que Diego estuvo aquí?

—Yo estaba fuera, así que todo lo que sé es lo que Marta me contó. Vamos, que no lo vi. Me dijo que tu novio no estaba mucho mejor que tú, que tenía unas ojeras de aúpa y que sudaba mucho.

Por lo visto, apenas podía mantenerse en pie. Parecía enfermo. Incluso tuvo que ayudarlo a llegar a tu habitación.

—¿A mi habitación?

—Sí. Se tumbó a tu lado y se acurrucó junto a ti. Pasó toda la noche contigo. ¿Todavía no recuerdas nada?

¡Dios del amor bendito! ¡Qué coño…!

—Nada en absoluto —le digo pestañeando rápido.

Mi primo continúa:

—Cuando se fue a la mañana siguiente ya estaba más recuperado y tú… tú te levantaste como si tal cosa, salvo que no recordabas que había estado contigo. Diego le pidió a Marta que no te dijéramos nada y es lo que hemos hecho. Pero ahora que te veo tan jodida, me planteo si volver a llamarlo… ¿Tienes fiebre? Te veo fatal. ¿Quieres que lo haga venir para que te explique qué es lo que te pasa? Tal vez pueda volver a curarte.

—Déjate de recochineos. ¿No ves que me encuentro fatal?

—Pues, entonces lo llamo, ¿no?

—Ni de coña.

—¿De verdad no recuerdas nada?

—Nada de nada. Ni siquiera sabía que había estado tan mal.

Observo que mi primo introduce el nombre de Amon en el servidor ruso, y después los códigos de identificación que hemos robado al CNI. Suma dos coletillas adicionales: Diego y Villar.

—Introduce también Christopher —le digo en un repentino ataque de clarividencia. No sé por qué, pero tengo un buen presentimiento.

—¿Christopher? ¿Quién es ese?

—Es el nombre de su hermano. El oficial —le aclaro.

—¡Joder! ¿Cómo es que lo sabes?

—Me lo dijo él… en persona. —Tuerzo la cabeza y añado—: Le he caído bien. —Fijo de nuevo mis ojos en la pantalla, intranquila—. Bueno, ¿qué? ¿Tienen algo los rusos de Diego?

Mi primo hace un gesto afirmativo.

—Y tanto… ¡Fíjate en esto! —Señala de nuevo el monitor—. ¡Lo tienen fichado! —exclama eufórico—. Pleno al diez, prima.

Clavo los ojos en los datos encriptados que Luis va desglosando. Tengo el corazón a punto de salirme por la boca. No aguanto más. Me abalanzo sobre la pantalla y la giro para leer:

Roth. Clan. Nombre civil: Diego Amon. Varón. Alias: “Villar”. Treinta y un años. Natural de Córdoba. España. Fecha de nacimiento oficial: desconocida. Fecha de nacimiento civil: 08-02-1986. Hermanos: Christopher Roth, Elisabeth Roth.

Padres: datos desconocidos. Color ojos: verdes. Raza: caucásica. Altura: metro noventa y seis…

 

—¿Treinta y un años? Qué cabrón. Me dijo que tenía veintiocho. ¿Y qué diablos será eso de la fecha de nacimiento desconocida? ¿Qué pasa?, ¿que no se corresponderá con la civil?

—No lo sé. Es muy raro —dice Luis. Yo continúo leyendo para mí:

Ex director del Área de Relaciones y Servicios de Inteligencia Europea del FONTEX y del INTCEN. Impulsor de la SEAE.

Director de la SA (Security Agency).

 

Por lo visto la SA engloba la NSA, el Servicio de Inteligencia Británico, el ruso, el israelí, el francés, el alemán, el danés, el español..., y un sinfín de servicios más.

 

Gobernador de la UW (Union Western).

 

Toda la información al respecto indica que se trata del macroconsorcio formado por las diez empresas armamentísticas más importantes del globo. Esto no me pilla por sorpresa pero, aun así, no deja de sorprenderme.

 

 

Consejero delegado de la UA (Unión Africana) y Arconte mayorista de la RC (RAND Corporation).

 

¡Bueno! La RC es la madre de la organización comercial, gubernamental y militar de los EEUU. ¡Casi nada!

 

Gobernador de la FO (Fourfold “O”).

 

¡Hostia! La OTAN, la ONU, la OCDE y la OMC. ¡Todo junto!

 

Miembro arconte del TI (Tavistock Institude).

 

¡Cómo no iba a tener mi hombre, en los hilos de sus dedos, la agenda de control mental de la población, así como la insidiosa propaganda y la no menos manipulable opinión pública!

 

Director Jefe del BPI (Banco de Pagos Internacionales).

 

Pestañeo y lo vuelvo a leer otra vez:

Director Jefe del Banco de Pagos Internacionales.

 

Señalo la pantalla con el dedo porque soy incapaz de hablar. De repente me noto empujada por una sensación de horror y miedo, como si una mano invisible hubiera salido de una pared para desequilibrarme. Luis me mira con los ojos abiertos como platos.

—Sí, bonita, tu novio es, como puedes observar, el puto amo del mundo. —Y chasca la lengua acompañando el sonido de un movimiento incrédulo de cabeza. Lo miro atónita.

—¿Instituto Tavistock? ¿Gobernador de la FO? ¿Miembro de la Rand? ¿BPI? Creí que el BPI estaba formado por el Consejo de Administración de los veintiún magníficos, que solo tenían un Presidente. No tenía ni idea de que tuvieran un Director Jefe.

—Pues tu novio es el puto jefe de su Presidente y de paso de todos ellos —me dice Luis apoyando el mentón sobre los dedos entrelazados.

Me quedo rígida como un garrote, con la boca abierta, casi sin respirar. El BPI es el banco central de los bancos centrales. También operan con algunas organizaciones internacionales, aunque no rinden cuentas a ningún gobierno, por lo que, como es evidente, están a salvo de las leyes de todos los gobiernos nacionales. Se benefician de una inmunidad completa del fisco y de cualquier tipo de legislación. Vamos, que dominan el sistema político de cada país, además de controlar en secreto la masa monetaria del mundo en su conjunto. Lo más posible es que el BPI sea la institución más representativa de la conocida “Red de control corporativo mundial” formada por ciento cuarenta y siete mega-corporaciones unidas entre sí —instituciones financieras y bancos centrales en su mayor parte— y que, a puerta cerrada, controlan algo más del cuarenta por ciento del conjunto de la economía mundial.

El BPI es en esencia un banco no electo, cuyo objetivo principal es guiar y dirigir el centro planificado del sistema financiero mundial. El Consejo de Administración del BPI está formado por los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, EEUU, Italia, Reino Unido, Bélgica y Francia…, aunque en la actualidad hay unos cincuenta y ocho bancos más.

Por ende, Diego no solo dirige los servicios secretos occidentales y el sector armamentístico, sino también la economía global. ¡Genial! Los escalofríos se me propagan por todas partes.

—El BPI se reúne cada dos meses en Basilea. Si es verdad que Diego es su máximo responsable tendrá que acudir pronto a la reunión —le digo a mi primo.

—Jodidos cabrones. Ahí es donde toman todas las decisiones que nos afectan. Y sin embargo ninguno de nosotros puede decidir ni una mierda sobre lo que sucede.

—¿«A» Roth? —pregunto—. ¿Es que los rusos no saben cuál es su verdadero nombre?

Luis sacude la cabeza. Me siento decepcionada.

—Prima, este tío es hermético hasta para la propia élite. Me temo que esto es todo lo que tienen de él.

¡No! ¡No! Quiero saber más cosas. Tiene que haber más cosas.

—¿Roth? —le vuelvo a preguntar—. ¿Clan Roth? Diego aludió a ello el otro día. Me sorprendió. No dijo «familia», dijo «clan». Envía a Lucas un correo para que averigüe de qué se trata y que consiga también una biografía extensa de sus hermanos. Quiero saber todo de ellos. —Y

vuelvo a pensar… —Roth… No hay ninguna familia elitista conocida con este apellido. Esto de los clanes es algo nuevo. ¿Qué se sabe de los Roth?

Luis envía el correo a Lucas y después codifica unos algoritmos en clave que introduce en el servidor ruso. Obtenemos al momento muchas más respuestas. Me lee: —A. Roth . Clan financiero de los Roth. Clan embaucador primario. Dinastía sur europea de los Satanachios y los Astaroth. Descendencia: progenie directa Enkidiana. Estudios superiores en medicina y neurología realizados en el MIT y en las Universidades de Stanford y Princeton… —Mi primo me mira sin pestañear—. ¿Tu novio es neurólogo? —me pregunta sorprendido.

Me encojo de hombros y después asiento con una pesada inclinación de cabeza. ¡Vaya! Así que este dato sí es cierto. Por lo visto los rusos tienen información verídica sobre mi hombre. ¿Y qué coño será lo del clan embaucador primario? De repente me vienen a la cabeza los thuggee de la India (una red de fraternidades secretas —todavía operativas aunque a menor escala— más conocida como Los Estranguladores, que actuaron a principios del siglo diecinueve y que consideraban el asesinato religioso como una profesión sagrada y honorable en la que la ética no entraba en juego). Sus macabros miembros, más conocidos como los thug, realizaban un culto sangriento en honor a la “embaucadora” diosa Kali. Aunque, a estas alturas, estoy por apostar que la tal Kali era un miembro honorífico más de estos malditos clanes elitistas que parece que lo único que pretenden, desde tiempos inmemorables, es nutrirse de las desgracias humanas. Y ahora que recuerdo, Diego mencionó algo que podría conectarse con esta mierda: «La sangre humana sostiene el Universo ». Uf, se me ponen los pelos de punta. ¿Será Diego uno de esos dioses, demonios, extraterrestres, o lo que narices sean, que nos lanzan falsos mensajes con el propósito de embaucarnos? ¿O solo un simple mortal con la capacidad mayúscula de engañarnos a su antojo?

—¿Qué son los Satanachios y los Astaroth? —pregunto a Luis, y percibo un ramalazo eléctrico que me sube por la columna vertebral. Me aparto el sudor de la frente. Me percato de que me duelen mucho las rodillas, los brazos, las muñecas y que la quemadura del hombro me abrasa—.

¿Y lo de la progenie Enkidiana? —le pregunto frunciendo el ceño al recordar las advertencias de Lucas—. No me jodas que todo esto va a tener algo que ver con los Anunnakis porque me da un chungo y me vuelvo para Ginebra.

Luis sonríe y teclea algo más. Después frunce el ceño y su expresión se ensombrece al instante.

—Satanachios —me lee—: Descendientes directos del comandante en jefe Satanás. Otros descendientes: Pruslas, Amon, Barbatos y Astaroth.

—¿Sata… qué? ¿Será una broma, no? —La garganta comienza a picarme.

—Ya sabes que la historia ha sido modificada, y que nos han contado una película que no es.

Lo más probable es que cuando se refieren a un comandante en jefe se estén refiriendo a uno de un ejército real.

Un ejército real… Es posible. Hay muchos misterios en este planeta aún por resolver. Y mi cerebro empieza a procesar a toda máquina: Astaroth… Asta-roth… Roth… Roth-Schild…

Rothschild… Child: niño, encinta… ¡Descendiente! ¡Huy, huy! Ya voy entendiendo. Miro a Luis y se me cae la sangre al suelo. Observo que su cara tiene una expresión de perplejidad tan acusada como la mía.

—¿Y ahora qué?

—Pues que hay más —me dice mientras se toca la perilla, pensativo. Y vuelve a leer—: De acuerdo con el Gran Grimorio, cuando los Satanachios son autorizados para ello, tienen el poder de subyugar a todas las mujeres y niñas obligándolas a hacer lo que desean. Los Satanachios son la mano derecha de su padre en lo que respecta a la comandancia de su…

—… ejército —termino por él la frase. Luis suspira y asiente sin decir nada. Tengo la boca seca—. ¿Y los Astaroth? —pregunto ansiosa tratando de asimilar con rapidez todo esto—. ¿Qué información tienen los rusos sobre ellos?

—Astaroth —lee—: Duques. Descendientes de la Primera Jerarquía Enkidiana.

Habilidades: Capacidad de seducción por medio de su visión racionalista de ver el mundo.

Capacidad de pasar desapercibidos. Capacidad de respuesta matemática. Capacidad de retórica literaria. Capacidad de dominio de todas las lenguas. Capacidad de investigación. Capacidad de control mental y tortura. Protectorado: matemáticos, artesanos y pintores.

¿Pintores?

Sacudo la cabeza. Tiene que ser una casualidad.

—¿Y qué me dices de «Amon»?

Casi que prefiero no saberlo. Todo esto empieza a superarme con creces. Luis busca en el ordenador y después me vuelve a leer:

—Amon: Marqués. Cargo: Comandancia. Habilidades: Capacidad de ver el pasado y el futuro. Capacidad de reclamar y reconocer a sus pactadores. Capacidad de otorgar conocimiento a sus pactadores. Capacidad de vigilar a sus pactarores. Capacidad de inducir a la ira y al asesinato a sus pactadores.

Me levanto de la silla, la cual cae contra el parqué haciendo un ruido terrible. Me paseo nerviosa por la habitación. Tengo que apoyarme en las rodillas para poder respirar.

—Tranquila Leia… —me dice Luis—, es evidente que tu hombre es una máquina inequívoca de sabiduría andante, pero es una cuestión que ya sabías. —Señala otra vez la pantalla del ordenador—. Y no lo digo por lo que te acabo de leer, sino por esto otro.

—¡Joder! ¿Hay más? —Me acerco temblando al escritorio y recojo la silla del suelo. Clavo los ojos en el monitor: aparece una lista interminable de masters, postgrados y cursos que Diego ha realizado. ¡La lista es infinita! Por Dios, si incluso es experto en genética molecular. También observo otra cosa…—. ¿Se ha entrenado con los SEALS?

—No solo con los SEALS. Mira: Departamento de Guerra Psicológica de Israel. ¿Te suena de algo?

—¡La puñetera MOSSAD! —exclamo y me vuelvo a sentar en la silla con el corazón al borde de un ataque de histeria—. ¡Así que los Sayeret Matkal y el Shayetet 13! No lo entiendo, ¿para qué tantos cursos y tanto entrenamiento militar?

—Vete tú a saber.

Observo que también se ha adiestrado con otros comandos: los Alpha rusos, los kaibiles guatemaltecos, los SSG paquistaníes, los CAG estadounidenses, los SAS británicos, los ECO Cobra austriacos, el GSG 9 y el KSK alemanes… ¿Kaibiles guatemaltecos? ¡Mi madre! Un día de entrenamiento con uno de estos operativos sería lo bastante chungo de por sí, como para quedar traumatizado de por vida. ¡Y él se ha entrenado con todos!

—Déjame ver qué es todo lo que controla. —Y vuelvo a leer para mí.

 

Lucha cuerpo a cuerpo: Jeet Kune Do, Karate, Jiu-jitsu, Sayoc kali, Wing Chun…

Habilidades operativas: Detonación de explosivos, planificación estratégica, operativos de infiltración, interceptación de comunicaciones, alta resistencia en entornos hostiles, alta resistencia en situaciones de aislamiento, alta resistencia en contextos aversivos, alto control del estrés, alto control de la disonancia, alto control de la ansiedad, técnicas de vigilancia especializada, análisis operativos, manejo de armamento de todos los calibres, tratamiento de fuentes humanas de información…

 

¡Buf! La lista es inacabable. ¿Hay algo que no domine el especialista en antiterrorismo?

—¡Joder con los elitistas! Creí que estaban en casa fumando puros y riéndose todos de nosotros.

—¿Entiendes ahora por qué tu Dillard Johnson es un código 666? Me pregunto por qué un tío así habrá decidido hacerse visible solo para cazarte.

—Lo mismo me pregunto yo. —Hago una pausa para tomar aire y me tapo la boca con la mano para que no se me escape el miedo—. No me… no me esperaba una barbaridad de semejante magnitud, Luis. No como esta.

—Has dado en clavo en muchas cosas, a pesar de que creas que no es así. Le ha tenido que joder a base de bien tu estratagema de convertirte en un peligro para la estabilidad occidental, porque ha picado en el anzuelo. Lo de rebajarse a dar clases en una universidad pública para encontrarte, le ha tenido que joder a base de bien.

Sacudo la cabeza.

—Lo he subestimado. Esto es mucho más de lo que me imaginaba. Podría haber enviado a cualquier persona para hacer el trabajo y hubiéramos metido la pata de lleno. —Vuelvo a guardar silencio pensando en que Diego es mucho más que peligroso—. ¿Por qué arriesgarse a hacerse visible solo por mí?

—Por lo mismo que te has hecho visible tú. Sois iguales. ¿No lo querías hacer tú misma, en persona? ¿Acaso podría estar haciendo tu trabajo alguien más?

—No. Nadie podría estar haciendo este trabajo por mí.

De repente me suena el teléfono y mi corazón pega un bote hasta el cielo. Salto de la silla igual que si estuviera electrificada. Y antes de coger el móvil ya sé que es él. Se trata de un wasap:

*¿Ya estás recuperada? ¿No me necesitas ni me echas de menos un poquito? Hace un par de días gritabas mi nombre con desesperación. Supongo que ya te lo habrán contado… ¿Necesitas que vuelva a tu casa para que te cure otra vez?

¿Recuerdas lo que me dijiste mientras te abrazabas a mí la otra noche?*

 

¡Dios infinitesimal!

 

*Déjame en paz, Diego. No recuerdo nada y no quiero hablar contigo ahora. ¿Con qué coño me has envenenado? He estado a punto de morirme. ¿Es algún puñetero virus asesino patentado por tus amigos maníacos? Sabías que iba a estar jodida y no te importó. Te odio.*

 

«No hostigues a la oposición, Leia», me recuerda mi niña policía tirando del manual básico de espionaje.

 

*Te he envenenado con amor, cielo, no con ningún tipo de virus mortal. Aunque me encantaría que te murieras de amor por mí. ¿Te duele? Estoy seguro de que sí. Y yo soy el único antídoto que necesitas para curarte. ¿Necesitas alguna contraseña para descargar más archivos de mi sistema? Por cierto, los rusos tienen tan solo los datos que yo mismo les proporcioné*.

 

Me lo imaginaba.

—No te deja ni a sol ni a sombra, ¿eh, rubia?

—Sabe que estamos en su ordenador. De todas formas es lo que hay —respondo resignada —. Todo sea por la misión. Incluso él mismo reconoce que viene de un mundo machista. —Estiro la mano y cojo la copa de vino. Bebo—. Que el nuestro sea un reflejo del suyo enfatiza todavía más el hecho de que nada en este mundo es casual. Y total, ¿para qué? ¿Para seguir metiéndonos en la cabeza la histórica gilipollez de que la mujer es el género débil?

Luis alza las cejas y me sonríe con ironía. El teléfono suena. ¡Él!

—¡Vaya! Ahora te llama. ¿Se habrá mosqueado por lo del ordenador o por lo de los últimos objetivos que nos hemos cargado?

—¡Cállate! —Y descuelgo.

—¿Ya has conseguido lo que querías? —me pregunta con un tono de voz que no me presagia nada de nada. Es neutral como la lente de un fotógrafo.

—Aún no —respondo sin saber a qué atenerme.

—¿Necesitas también un ejército?

Huy… no es por lo del ordenador, es por lo de los cinco elitistas que nos hemos cargado.

—No.

—¿No? ¿Qué es lo que pretendes, Leia? ¿Qué más buscas?

—Algo peor.

—¿Algo peor, como qué? ¿Más cruel? ¿Más sangriento? ¿Más impactante?

¡Maldito manipulador de la mentira!

—No es fácil para mí ver a la gente sufrir tanto. Dos de cada tres niños están en el umbral de la pobre…

—¿Y crees que los míos no sufren por ello? ¿Es lo que piensas? ¿Que no tenemos corazón?

Me descoloca.

—Sois unos psicópatas egoístas.

—Sí, y ahora somos parte de tu vida y tú parte de la nuestra.

—¿Te gusta controlarlo todo, cierto?

—Controlarlo todo no, eso sería una equivocación y una locura, y a mí no se me permite ni equivocarme ni enloquecer; pero dominarlo todo, sí. Por tanto, déjalo estar, Leia, nunca estarás a mi altura.

—No pienso dejar nada hasta que no le digáis a la gente la verdad. Manipuláis la cabeza de las personas, su idea de lo que es la vida, la libertad. Todo. No pienso…

—Ya te hablé de cuál era la puta verdad —me corta tajante—. Tienes que estar más atenta cuando hablo.

Continúo ignorándolo.

—Nada cambiará entre nosotros mientras sigáis esclavizando al pueblo, mientras sigáis abusando de los débiles, mientras sigáis mintiendo y dañando. ¿Es que no tenéis límites para racionalizar las cosas?

—La debilidad no es perfecta, Leia, ya te lo dije. Pronto sabrás por qué estamos haciendo lo que hacemos. Te dije que no me juzgaras.

—La debilidad forma parte de la vida, jodido cabrón. ¿Cómo sino ibais a poder discriminar a los perfectos de los que no lo son? Dame una razón coherente, una sola para entenderos.

—Motivación.

—¿Qué?

—¿Cómo enseñarías a tu hijo a leer?

—Y yo que sé.

—Probemos de otra manera. ¿Qué ocurre cuando sufres, Leia?

—Que sientes dolor.

—¿Qué ocurre cuando sufres, Leia?

—¡Que sientes dolor!

—Vamos, Leia, no me hagas tener que explicarle la lección más obvia de todas. Una vez más, ¿qué ocurre cuando sufres, Leia?

—¡Que luchas para dejar de sufrir! —le grito—. ¡Que peleas! ¡Que buscas la forma de salir de la mierda!

—Bien, nena, bien... Has entendido la esencia de nuestra opresión. Ahora dime. ¿Qué haces con el dinero que robas?

¡Y una mierda te lo voy a decir!

—Yo no robo, Diego. El dinero me llega en forma de donaciones desinteresadas. Ya ves, yo también funciono como en Cáritas. No querrás que tribute unos fondos que he destinado al objetivo principal de la organización, ¿verdad?

—¿Lo haces por venganza?

—Lleváis miles de milenios de subyugación y tienes la osadía de insultarme diciéndome ¿que lo hago por venganza? Jugáis a ser dioses con todos nosotros. Quiero veros arrastrándoos como perros, postrándoos de rodillas, suplicándonos perdón —le grito.

—Estoy harto de tu ira, Leia.

—Y yo de tus mentiras. ¿No fuiste tú quién me dijo la semana pasada que no te importaba nada lo que hacía?

—Y así es.

—El día que tú me digas toda la verdad, será el día que yo te diga lo que he hecho con vuestro puñetero dinero.

Se calla.

—La verdad que tú crees es muy distinta de la real.

—¡Ja! Os creéis por encima de la ley, pero ahora mismo yo soy la ley, así que diles a los tuyos que se escondan todo lo que puedan porque no voy a dejar de darles caza.

—Te vas a llevar una sorpresa, cariño. Tu cólera asesina está operando en el bando equivocado.

—¡Y una mierda! —exclamo otra vez.

—No me retes, hostia —me alza la voz sin gritar, y me amenaza—: Podría hacer que las plagas de Egipto cayeran sobre la Tierra multiplicando por mil su atrocidad con solo levantar un dedo. Todo lo que hubiera ocurrido en el pasado sería cuestión de risa. ¡Así que no me provoques, joder!

—Podría matarte, Diego —lo amenazo yo.

—No podrías.

—Tus hombres no lo verían venir. Soy muy buena exterminando elitistas.

—No les haría falta ver nada. Son mejores que tú.

—No estoy negociando.

—Sé que no lo estás haciendo porque es algo que está fuera de tu alcance.

—¿De mi alcance? —Me río sarcástica.

—Sí, cielo, de tu alcance —repite alzando un poco más la voz—. Todo lo que afecta a miles de personas, incluida tú, está bajo mi puta comandancia. Y bien sabe Dios, que si no aceptas lo que te pido, pueden verse afectados a unos niveles que ni te imaginas. No tienes ni idea del mundo del provengo, no sabes quién soy en realidad y ni siquiera sospechas lo que quiero de ti. Estás a ciegas por completo, princesa.

—¿Me amenazas?

—Lo hago. Pero la elección es fácil. ¿O ellos o tú?

—¿Otra elección más, Diego?

—Tú eres el cambio que desea ver el mundo. La vida de los tuyos no mejorará por casualidad, mejorará cuando te desafíes a ti misma, cuando te aceptes, cuando superes tus miedos con coraje, cuando el sufrimiento choque frontalmente con tu forma de pensar. Hasta que no abras la puta cabeza para ver las cosas con los ojos de la realidad no podrás moverte del sitio ni yo puedo enseñarte lo que hay tras la cortina. Así que no, princesa, no se trata de otra elección, siempre ha sido la misma, desde el principio. Incluso antes de conocerte ya se trataba de una única elección.

Quien juega a cambiar el mundo es el precio que tiene que pagar, un precio muy caro, el más caro de su vida.

Guardo silencio y arrugo la frente. Comienza picarme la garganta. ¡Qué mal presentimiento!

—¿Antes de… conocerme? ¿De qué diablos…?

—¿De qué diablos hablo? ¿Por qué no se lo preguntas a tu hermano? Tal vez él tenga un montón de respuestas para ti —me interrumpe dejándome otra vez de piedra.

—¿Mi hermano? ¿Qué tiene que ver Lucas con…? ¡Dios! —Sabía que había algo raro en su puñetera bola de cristal. Diego guarda silencio—. ¡No te calles ahora y dime qué es lo que pasa con Lucas! —grito.

—No. No te voy a decir nada. No hasta que te lo ganes con honores —dice con la mayor de las parsimonias—. Cuando está en juego la evolución de la humanidad suelo retraerme como un cangrejo y no soltar ni un ruidito por el pico.

—Pero…

—Se terminó, ahora sal de mi puto ordenador.

—¡Maldito hijo de puta! —Y me cuelga el teléfono dejándome con la sensación de que aquí está pasando algo realmente extraño.

—Joder con el profesor —profiere Luis—. Toda una dictadura para amarrarte. Para tu tranquilidad tengo que decirte que algunos hombres estamos convencidos de que muchas mujeres podéis estar a nuestro nivel. Lo que no quita que no nos guste protegeros. Aunque no creo que ese sea tu problema.

Lo miro con los ojos entornados.

—El problema está cuando al convencimiento le patina el respeto, Luis. El respeto.

—¿Y te ha faltado al respeto, preciosa?

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