Ira

Ira


CAPÍTULO VI

Página 35 de 47

—Lo siento —me disculpo tragándome mi osada vanidad.

—Déjate de disculpas y siéntate, coño —me ordena brusco, y me incorporo de golpe. Me lleva un buen rato comprender que el gran momento ha llegado.

—No es necesario que…

—Cállate. ¿No querías que pusiéramos las cartas sobre la mesa? —me dice enfadado cortándome las palabras—. Pues pongámoslas y terminemos con este circo de una vez por todas. Lo sé todo de ti y de tu incatalogable coeficiente intelectual —agrega hiriente. Yo lo miro atónita—: Es increíble, según la psicóloga que te atendió en Madrid, ni James Sidis se atrevería a jugar contigo una partida de chapas.

¡Lo ha descubierto! Mi equipo lleva meses limpiando nuestros rastros intelectuales de todos los archivos informáticos que nos han evaluado a Lucas y a mí. ¿Cómo lo habrá…?

—¿Cómo lo has sabido?

Se reclina sobre el respaldo de la silla y se lleva los dedos a la boca, pasando el dedo índice por el labio inferior para después frotarse la barba.

—No me hagas preguntas de niña estúpida cuando no lo eres —me espeta arrugando la nariz y mirándome de arriba abajo—. ¿No te resulta duro tener que estar haciéndote pasar por una mocosa común y corriente todo el rato? Debe de resultar bastante jodido tener que descender a la más vulgar de las normalidades todos esos decibelios de rebeldía intelectual.

—Pues sí. Lo cierto es que es una auténtica pesadilla —respondo arisca. Él me mira más enfadado aún.

—¡La que hablaba de mentiras! Quizá tengas que añadir el embuste a tu lista de pecados.

Ahora entiendo lo de tu odio acérrimo al amor. No te interesa ningún contacto con otro ser que no seas tú misma, ¿verdad?

—Diego, no me has contestado. Borramos todos los archivos que María tenía en el ordenador. ¿Cómo lo averiguaste?

—A veces hackear un ordenador no sirve tanto como colarse en una casa, princesa. Un cerebrito tan avanzado como el tuyo debería haber previsto una cosa tan sencilla como esa. —Se mueve y estira la mano para coger la botella y beber un trago de cerveza. Luego la deja otra vez en el suelo—: Encontramos la copia de una tesis que estaba realizando sobre vosotros en su caja fuerte. Y

tu hermano es igual que tú.

—¿Una tesis?

—Pareces sorprendida. ¿Acaso no lo sabías?

No, no lo sabía. ¡Qué hija de puta! Me obligaron a acudir a su consulta por mis problemas de inadaptación escolar. Solo encontramos anotaciones chorras en su ordenador. Trago saliva y bajo la cabeza. Por mucho que me joda reconocerlo, tengo que admitir que me ha descubierto por ser poco eficiente.

—¿Qué es lo que quieres saber? —le pregunto tratando de suavizar la conversación.

—Lo que quiero es que me hables de tu padre —me dice frío—. Dime una cosa, ¿todo esto lo haces porque te lo ha pedido él? Sé lo de su paso por el ejército.

¡Mierda! ¿Qué más cosas habrá averiguado?

—¿Quieres saber si lo hago por papá? —oronizo mirándolo con gesto irritado a los ojos. Él ladea la cabeza y su mirada se desliza por mi cara con una determinación imperial, una máscara bella que, como siempre, no me revela nada, salvo dureza—. Sí, lo hago por papá. ¿Y ahora qué? ¿Puedo irme de esta casa de una puñetera vez?

Él eleva los brazos con manifiesta acritud y noto como su energía bélica cambia.

—¿A dónde? ¿Piensas salir corriendo para alertarlo? ¿Tal vez para alertar a tus primos? ¿O

a tu hermano? ¿Piensas que sería tan gilipollas como para dejar que hicieras una cosa tan descabellada? —Guarda silencio un instante antes de continuar—: Has cruzado el límite, Leia, en todos los sentidos. No puedes jugar a ser la diosa de la indignación sin tratar antes con el diablo del apaciguamiento. Y ahora escúchame bien, hay una facción de tu organización, la que tú misma diriges, que se está radicalizando y operando por su cuenta. ¿Me vas a negar que no has venido a Sevilla para intentar arreglar este problema?

¡Puf! Si tú supieras para lo que he venido a Sevilla…

—¿A qué has venido tú?

Hace el amago de elevar la comisura de los labios pero el gesto se le queda a medio camino de una sonrisa, un gesto carente de humor que no me gusta nada.

—Estoy aquí por muchos motivos. El principal era encontrarte y detenerte, como te habrás imaginado. —Hace una pausa y me pregunta—: ¿Ha sido tuya la genial idea de extenderte por Europa?

Sonrío disfrutando del momento. La primera parte de la partida está saliendo tal y como la planifiqué con Lucas. Esto era lo que quería que él creyera desde un principio y lo he conseguido.

La segunda parte de la función comienza ahora…

—Vaya, ya veo que os estáis poniendo muy nerviosos, ahí arriba, en lo alto de vuestra pirámide.

—Dices que sabes quién soy pero no tienes ni puta idea de qué terreno pisas. —Se pasa la mano por el pelo y me pregunta—: ¿Qué sabes en realidad sobre mí?

¿Se lo digo? ¿No se lo digo? Qué coño, se lo digo:

—Diriges los servicios de inteligencia europeos, y además eres un código 666. Eres un jodido elitista, un asesino de masas. Perteneces a una de las familias más influyentes de este planeta.

¿Quieres más detalles Señor del Mal?

Suelta una sonora carcajada.

—Ay, niña, qué divertida eres —murmura ronco. Se lleva la mano a la cara y se tapa la boca para ocultar una sonrisa maliciosa—. Sí, es cierto —reconoce—, soy un jodido cabrón elitista. Y

para tu información no solo dirijo los servicios de inteligencia europeos, los dirijo todos. —De repente se queda serio mirándome—. Estás usando ER como pantalla para exterminar a los míos, ¿no es así? Dime, ¿tienes una lista Falciani para elitistas cabrones guardada en el bolso o lo haces al azar? —Chasca la lengua y se apoya en los codos tratando, con premeditado descaro, de intimidarme —. Para tu información te diré que tan solo te estás cargando a los extractos más visibles de nuestra Sociedad. Y esos, cariño, no son ni de lejos los que mandan en este planeta. Los que lo hacen de verdad, los que gobiernan el mundo, son tan invisibles como yo. Por no saber, no sabes ni siquiera a qué clan pertenezco. Tampoco mi nombre.

Me quedo patatún. ¿Clan? ¿Qué mierda es esa del clan? ¿Se referirá a la familia a la que pertenece? Joder, espero no haber metido la pata.

—Me da igual a qué clan pertenezcas, eres lo que eres y eres quién eres.

Se reclina hacia atrás y vuelve a ponerse serio.

—Estás muy equivocada con respecto a lo que es la élite —asevera—. Muy equivocada. No somos los malos de la película.

¡Lo que me faltaba por escuchar!

—¿No me digas que hay una entidad superior venida de la Pléyades que os obliga a jodernos?

Se le transforma el semblante.

—¡No seas absurda, joder! No insultes mi inteligencia. No se trata de nada de eso.

Ya te lo explicaré todo en su justo momento.

—¿Por qué no me lo explicas ahora?

—Porque ahora no tengo tiempo para perderlo con chorradas. Tengo que proponerte algo importante y, además, no me sale de los cojones seguir hablando de este tema.

—¿Y qué es lo que me tienes que proponer?

—Algo que nos atañe a los dos.

—Soy toda oídos, profesor.

—Cierra el pico y escúchame de una puta vez, joder. Uno de mis agentes me ha pasado una información relevante. Los atentados de la estación estaban previstos para el día siguiente al que tuvieron lugar. Por supuesto, doy por hecho que ya lo sabes. Pero lo que no sabes es que lo hicieron para quitarte del medio. ¿Lo que me pregunto es por qué matar a su líder?

¡Glup! ¡Glup!

—¿No se lo has podido sacar a Miguel? —le pregunto con ironía.

—Miguel es un policía infiltrado que no sabe un carajo de nada de lo que está pasando. Ni siquiera sabe quién eres en realidad. Para él eres una viajera elegida al azar a la que le colocaron algo en la ropa que ahora andan buscando con desesperación. Por cierto, estoy intrigado, ¿sabes qué puede ser?

Sacudo la cabeza. Continúo detectando sarcasmo en su tono de voz.

—¿Por qué tengo que hablar de todo esto contigo?

—No me vaciles, coño. Ambos estamos buscando a la misma persona. Pienso dar con el hijoputa que está tratando de matarte. Desconozco si tiene relación o no con lo que anda buscando Miguel, pero ya lo descubriré. Después me contarás con pelos y señales lo que ocurrió durante el secuestro.

—¿Después?

—Sí, después. —Me mira, estira las piernas y las abre en una pose de total superioridad.

Abro la boca para decir algo pero levanta la mano para que me calle—. Escucha… —y me dice de repente—: quiero que investigues para mí.

—¿Qué?

—No te confundas, no tiene nada que ver con esto. Bueno, un poco sí. Pero se trata de otra cosa.

¡Hostia! Ahora sí que me deja descolocada. ¿Qué querrá que investigue?

—¿De qué se trata?

—Lo que quiero es que me ayudes con algunas cuestiones de carácter personal. —Suspira y me mira a los ojos. Los suyos parecen auténticas esmeraldas—. A estas alturas sabrás que además de elitista y de gestor en asuntos internacionales, soy uno de los mayores corporativistas armamentísticos del globo. —¡Mi madre! Pues no, no lo sabía—. ¿Qué conoces de esta industria? — Me encojo de hombros pestañeando como una loca.

—No… no mucho, la verdad. Sé, por lo que leí en el último informe del SIPRI, que España se ha convertido en el séptimo exportador de armas del mundo.

—¿Nada más? ¿Solo dispones de datos nacionales?

Asiento con la cabeza…, mintiendo.

—Leia, una parte importante de mis empresas operan en este ámbito industrial. Soy dueño de la mayoría de las corporaciones globales en venta de armamento. —Me quedo ionizada—. Necesito que realices para mí una investigación.

—¿Cómo quieres que lo haga? ¿No tienes gente para hacer ese tipo de trabajos? ¿Por qué yo?

—Tengo gente pero no quiero involucrar a nadie en esta historia. Mi prioridad es descubrir quién trata de matarte y porqué. No puedo perder el tiempo buscando un arma por medio mundo y tratando de encontrar a la persona que la porta y mucho menos tener que justificar un montón de mierda relacionada contigo que no quiero justificar. No quiero fisuras bajo mi mando.

—¿La investigación trata de eso? ¿De encontrar un arma y a una persona?

—En resumen, sí, se trata de eso.

—¿Y por qué es tan importante para ti, si puede saberse?

—Porque dicha arma ha salido de una de mis fábricas y está matando a un montón de gente que no tendría que morir. Gente importante, Leia. Y necesito saber quién es el responsable de ello.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Mi informante.

—¿Qué pasa con tu informante?

—Ha encontrado un vínculo entre el arma de la que te hablo y la escisión de tu organización que trata de quitarte de en medio. Por lo visto la están usando para financiarse. —Mis ojos se abren hasta atrás—. ¿No lo sabías?

Niego con la cabeza. Después lo miro a los ojos.

—¿Cuándo has sabido…?

—Hace pocas horas. ¿Quieres colaborar?

¡Y tanto!

—No sé nada de la industria armamentística. ¿Por dónde empiezo? Al menos ponme al corriente de lo que has averiguado hasta ahora. —De pronto me noto cansada, agotada, como si toda la energía se me hubiera ido rebotando por las paredes de mi yo.

—¿Qué te pasa, Leia? ¿Es imaginación mía o estás decepcionada por algo?

—Estoy decepcionada porque al final es evidente que me manipulas y que me quieres solo por interés.

Me mira inexpresivo.

—Sí, te manipulo —y se encoge de hombros—, tanto como tú me manipulas a mí. Pero esto no cambia las cosas entre nosotros.

—Pues yo creo que las cambia bastante. No tienes por qué continuar fingiendo que me…

—¡No empieces otra vez con la mierda de siempre! Ya sabes lo que siento por ti y es inamovible. Aunque me estoy dando cuenta que tienes un problema muy gordo, cariño, y es que no escuchas... —Y me confiesa algo incuestionable, pero no menos sorprendente—: Reconozco que estoy en posesión de conocimientos que nadie más en este planeta tiene, aspecto que me permite controlarlo todo; de ahí radica parte de mi fuerza, pero eso no tiene por qué asustarte. No a alguien como tú, no a alguien que va a compartir la vida conmigo.

Ya, la vida. Bajo la cabeza. No estoy asustada por eso coño, estoy asustada porque no tengo claro lo que sientes por mí, digas lo que digas. Y es cierto, rabio de ganas de continuar preguntándole más cosas. Alzo la cara otra vez, con determinación y, qué coño, se las pregunto: —Todo lo que ha ocurrido hasta ahora entre nosotros… ha sido para controlarme, ¿cierto?

—Joder, Leia, todo lo que ha ocurrido entre nosotros ha sido real.

—¿Todo?

—Todo —me asegura—. ¿Crees que te hablaría de todo esto si no fuera así?

—Lo sé todo sobre ti, Diego, a pesar de lo que digas.

Él sacude la cabeza, se levanta de la silla y se sienta a mi lado.

—No, no todo. De hecho no sabes ni una mínima parte de quién soy ni de cómo soy. No bajes los ojos y mírame. —Me coge por la barbilla para alzarme la cara. Me da un beso antes de continuar —: Security Tecnologics. En resumen te puedo decir que es la mayor corporación sectorial en suministro de armamento y servicios afines del globo. Y es mía. El propio Ministerio de Defensa Español es uno de mis múltiples clientes. ST es una de las diez grandes del planeta. Tiene activos y acciones de EADS, de INDRA, de Navantia, y de muchísimas otras. A nivel local, tan solo estas tres empresas suponen el setenta y cinco por cien del suministro armado del país. Mi gerencia al respecto es absoluta, global, y está amparada por una pantalla de protección que ni te imaginas. Lo que significa que nadie de la competencia sabe a ciencia cierta quién soy y qué otras corporaciones dirijo… entre otras cosas. En ST hay incorporados otros muchos consorcios como Lockheed Martin, Boeing, Bae Systems, General Dynamics… El negocio se rige por normas muy especiales y, además, está sujeto a muchísimas particularidades. Una de ellas es que el veintiséis por cien del gasto militar mundial se concentra en ese pequeño número de empresas. Para que te hagas una idea, cada año, solo en ST muevo algo más del cuatro con ocho por ciento del PIB mundial. En esta industria nos servimos de los Tratados de Comercio de Armas para operar como nos da la gana, en concreto como me da la gana a mí. Lo que quiero que entiendas es que, a pesar de que existen leyes que prohíben la venta de armamento a cualquier hijo de vecino chungo, la mayoría de ellas están guardaditas en un cajón. La realidad es bien distinta, princesa. La mayoría de los acuerdos que llevamos a cabo son secretos y no están ni verificados ni auditados.

Alzo la mano para que se detenga. Necesito preguntarle algo que no entiendo.

—Has dicho que los Estados son vuestros principales clientes, pero entonces, ¿cómo puede ser posible que la mayoría de ellos limiten la venta de armas a otros países y que además castiguen estas prácticas corruptas?

—Yo no he dicho eso exactamente. Tú estás pensando, como la mayoría de la gente poco entendida suele hacer, que el negocio se centra en la venta de ametralladoras e insignificantes cachivaches balísticos, cuando lo cierto es que se trata de un negocio muy diversificado. Para que lo entiendas mejor, el groso del sector se centra en productos como: aviones, submarinos, buques de guerra, helicópteros, tanques y hasta satélites. Pero hay más, en las mismas empresas en las que fabrico cazabombarderos, fabrico también ascensores e incluso cortacéspedes.

—¡Joder!

Sonríe.

—Y hay más, la mayoría de los gobiernos, con independencia de su presupuesto general, invierte en innovación militar y en investigación.

—Cosa que te resulta muy lucrativa, por lo que veo. ¿No te afecta la crisis?

Cruza los brazos sobre el pecho.

—El negocio armamentístico es bastante estable y es independiente del crecimiento económico. Digamos que depende de otros factores, ya sabes, revueltas populares, amenazas terroristas, ese tipo de cosas. —Sonríe y me da un golpecito con el dedo en la nariz.

—Ya —mascullo—. Cosa que también te resulta muy lucrativa.

Estira las piernas y se recuesta sobre los codos. Luego continúa: —Princesa, tienes que entender que el armamento es un comodín diplomático pistonudo.

—¿Igual que el petróleo?

—Como el petróleo. Al fin y al cabo es un bien canjeable. —Sonríe y me mira—. Algunas potencias cambian sus materias primas por el último de mis misiles tierra aire; incluso cuando un país trata de comprar los favores de otro…

—… Recurre a ti —alego yo. Él asiente sin ningún pudor, y levanta las cejas como dándome a entender que al fin y al cabo es el puto amo del mundo.

—¿Y los Derechos Humanos…?, ¿también los tienes encerrados en un cajón?

Se encoge de hombros.

—La realidad es la que es, Leia. Las normas las pongo yo y las hago por y para mí; pero quiero que entiendas bien una cosa… —Por lo visto ahora vamos a ir al grano de verdad—… respecto a Security, como te decía, es una de las más de treinta corporaciones que dirijo. Te estoy hablando del setenta y nueve por cien del control de empresas relacionadas con la industria del armamento global.

Pero Security tiene una cosa que no tienen las demás, es la única que engloba todos los sectores adscritos a la división armamentística. Me refiero al aeronáutico, al tecnológico y al industrial. Chey Tac es una de las muchas empresas de Security con este hándicap, y por ahí es por donde quiero que comiences a investigar. CT fabrica muchos tipos de armas, pero la que me interesa es una CheyTac M200 CIV —y me aclara—: un fusil para interdicción de objetos a larga distancia, a muy larga distancia —matiza— que alguien con una habilidad cojonuda se ha tomado la molestia de modificar para cargarse a un montón de opositores más que molestos.

Abro los ojos y la boca.

—¿¡Me tomas el pelo!? ¿¡Se financian de esta manera!?

—Sí.

¡Asombroso! ¡De cómic!

—¿Qué fue de las drogas o de la trata de blancas?

—¿Cómo te financias tú?

Ja, ja. A ti te lo voy a decir.

—Ya lo sabes, a lo Hood. ¿Qué más puedes decirme del arma?

—Poco más. Algunos de tus amigos han estado operando en el este de África y también en Asia.

Frunzo el ceño pensando que, el hecho de que se financien de esta manera, implica que el traidor de mi organización no es un individuo común. Tiene que ser un gestor muy hábil y tiene que tener conocimientos elevados en micro y en macro economía; alguien con la capacidad de dominar el análisis de consumo y la teórica monetaria. Su forma de pensar es compleja, pero efectiva. Sea quien sea, posee una psique brillante y tiene alguien cercano a mí que lo ayuda, lo que significa que hay un topo en ER. Hago un repaso a todo el personal que he evaluado en los últimos años, pero ninguno me encaja en el perfil descrito por Diego. Marta es la persona que más se aproxima… Me froto las manos nerviosa mientras rebobino. ¿África? ¿Asia? Y le pregunto: —¿Opositores?, ¿qué significa?

—Significa que hay gobiernos que no tendrían que haber caído y que lo han hecho, y que hay lugares en los que se han producido revueltas de proporciones apocalípticas en los que no tendría que haber ocurrido absolutamente nada. Y todo gracias a los servicios extracurriculares de tus amigos. —Toma aire y me mira—. Y no veas hasta qué punto me toca los huevos toda esta mierda.

¿Sabes quién era Mohamed Sidi Nan?

—¿La esperanza del pueblo negro?, ¿el único opositor respetable y limpio capaz de cambiar el semblante del pueblo somalí?

Asiente.

—Asesinado a la puerta de su casa. Llevaba a su hijo pequeño de dos años en brazos cuando le dispararon. Muertos los dos de un único disparo efectuado a poco más de setecientos metros de distancia. ¿Quieres que continúe? Porque la lista es larga de cojones.

—Pero… ¡es absurdo! Nuestra ideología parte de la base de ensalzar la figura de estas personas, no de liquidarlas. ¡Es ilógico, Diego! Piénsalo.

Me mira como si fuera gilipollas.

—Ilógico sería no tener un puto euro para comprar la dinamita con la que hacer estallar una bomba que cambie el rumbo de Europa. ¿No te das cuenta? Tú pequeña facción de amiguitos se está pasando por el forro de los cojones vuestros bonitos ideales.

De momento la dinamita que han usado es la nuestra. Me pregunto si estarán preparando algo más gordo. Diego baja la mirada un instante como si necesitara un momento de descanso. Me mira de reojo y se acomoda mejor. Parece pensativo.

—Diego…

—Antes de que decidas implicarte en esto quiero encargarte algo más.

Joder…

—¿Qué? —pregunto intrigada.

—Quiero que elabores para mí un decálogo con las diez doctrinas cívicas que consideres fundamentales para un nuevo mundo. Sorpréndeme. Sé que tienes un intelecto abierto.

Tardo un buen rato en procesar lo que me acaba de pedir. ¿Lo habré escuchado bien? Suelo tender a pensar que soy algo estúpida, pero tener delante a un elitista en carne y hueso me acaba de convertir de sopetón en una mujer más sabia. Desde luego la estupidez verdadera siempre vence a la inteligencia real.

—En efecto, tengo un intelecto abierto y tú tratas de colarte en él para poner dentro tus cosas extrañas. ¿Me estás pidiendo que te entregue una tablilla con los nuevos mandamientos?

Se ríe.

—Sí, eso es justo lo que te estoy pidiendo. Creo que pronto nos van a hacer falta. —Se gira y me besa en los labios con los ojos brillando de diversión—. Mandamientos. Tienes una imaginación despampanante, cariño.

—Es la que me hace humana, rey —le digo alzando las cejas—. Te dije que me gustaba aprender. De hecho aprender es la cosa que más me gusta en este mundo, y universalizar mi intelecto muchísimo más, me hace progresar como persona.

—¿No me digas que aspiras a progresar hacia la grandeza más que hacia al conocimiento?

—Me recuerdas a mi hermano. Cuando os conozcáis os vais a llevar de puta madre. Siempre filosofando con las cosas más triviales de la vida.

Observo que se toca la barba y que arruga la nariz un segundo. Por un momento entreveo que trata de ocultarme algo.

—¿El progreso es para ti una cosa corriente?

Ya estamos.

—Pues no.

—¿Y la grandeza?

—¿La…? Diego, yo aspiro a progresar en ambos sentidos, si es eso lo que quieres saber.

—Y soy sincera—. ¿Es acaso malo que alguien como yo quiera adquirir un poquito de conocimiento extra? ¿Tal vez resulte peligroso para la élite?

Me mira con orgullo.

—No si supone evolucionar. Aunque para ambas cosas se necesita ser muy humilde.

—¡Mira quién fue a hablar de humildad!

Se ríe.

—Te ayudaré en todo, pero a cambio quiero pedirte algo más.

—¿El qué?

—Que me dejes pintarte.

—Ya me has pintado.

—Quiero pintarte desnuda.

—Venga ya.

—¿Me dejarás?

—Está bien, pero solo si me dices cómo te llamas realmente.

—Todavía no. Antes prométemelo.

—Te lo prometo.

—Prométeme otra cosa.

—¿Otra más? ¿No son muchas promesas para un solo día?

—Habrá un día en el que me prometas muchísimas más —me dice enigmático. Y añade—: Puede que no te guste lo que te voy a decir, pero, asegúrate de abrir bien los ojos con todo el mundo, ¿estamos?

—¿Qué quieres decir?

—Que no te fíes de nadie, ni siquiera de los más allegados. Es muy probable que todo esto desemboque en algo que no te guste nada. Prométeme que tendrás cuidado.

—Te lo prometo.

—Bien, ahora dime todo lo que sepas de tu división rebelde de amiguitos.

Suspiro.

—No tenemos ni idea de quienes pueden ser los que están dinamitándonos los planes, pero las contraórdenes vienen de aquí, de Andalucía. Quizá se trate de nuestro técnico de apoyo, pero tan son solo sospechas. Hace más de dos meses que no sabemos nada de él.

—Escucha, Leia, necesito desviar el foco de atención para que no recaiga sobre ti. Te busca todo el mundo. Es su cabeza o la tuya. Y tengo que entregar a alguien para calmar al gallinero. Tienes que darme todos los detalles que puedas de ese tipo. Es más que evidente que quiere tomar el mando operativo de ER, pero también quiere quitarte del medio. ¡Joder!, han matado a diecinueve personas en la estación y herido a casi ciento cincuenta nada más que para deshacerse de ti. ¿Entiendes por qué no quiero dejarte ir sin más? No pienso permitir que te enfrentes a esto tú sola. Y hazte a la idea de que a partir de ahora las cosas van a cambiar para ti de manera radical. Tendrás a un pelotón de escoltas pegados las veinticuatro horas del día al culo. He redoblado tu seguridad. No darás un solo paso sin que mis hombres te vigilen. Y esta es una medida que se mantendrá para siempre.

¿Entendido?

—¿Cómo que para siempre? Diego…

—He dicho para siempre. —El calor de sus ojos me empapa por dentro—. Si piensas que voy a quedarme de brazos cruzados mientras pretendes lanzarte tú solita de cabeza al peligro, estás muy equivocada. Quiero encontrar a ese hijo de puta para asegurarme de que estarás a salvo el resto de tu vida.

—Si lo encuentras ya me aseguraré yo de...

—¡Si lo encuentro lo mataré! —me corta tajante—. Tienes diecinueve años, cojones. Eres una niña. No sabes a lo que te enfrentas, y yo, sencillamente no voy a permitir que continúes poniéndote de forma innecesaria en peligro. Ahora háblame del secuestro. ¿Fue cosa tuya?

Resoplo y pestañeo un momento. Después niego con la cabeza.

—No —le digo desalentada—. Como te decía, llevábamos mucho tiempo rastreando sus pistas, pero hasta la fecha no hemos encontrado nada. Respecto a Miguel, he conseguido ponerle un chip de seguimiento en su móvil. Escondí su teléfono en la furgoneta. Es el único que puede llevarnos hasta nuestro objetivo principal. Espero que no lo hayas jodido todo confiscándoselo.

—¿Le conseguiste poner un imán cuando te estaba secuestrando? —Parece sorprendido.

—Sí. No me resultó difícil. No se dio ni cuenta. Mi padre los diseña cojonudamente bien: son transparentes. Ni se dará cuanta.

—¿Y tu teléfono?

—Lo tiré para que no lo encontrara. Aún debe de estar en el suelo de la discoteca. Y

también me deshice del bolso.

—Mandaré a alguien a buscar tu teléfono y tu bolso. ¿Tienen información relevante?

Ladeo la cabeza.

—Alguna.

—El móvil de Miguel… Dime, ¿qué modelo era?

—Un Samsung. Serie E.

—¿Segura?

—¿Segura por qué?

—El teléfono no quedó en la furgoneta. Lo encontró. Lo llevaba encima.

—¿¡Lo encontró!?

—Sí, pero tranquila, no es importante. ¿Qué más pasó?

¡Joder, que no es importante! Ahora no podremos seguirles la pista.

—Tuve que improvisar sobre la marcha. Todos los miembros de la organización usamos los mismos móviles. Me di cuenta que el suyo era diferente, aunque di por sentado que podrían estar utilizando el mismo sistema de comunicación que nosotros y, por tanto, que podríamos encontrarlos con facilidad. No me dio tiempo a pensar en nada más. Pero ahora…

—Ahora tenemos que obtener los dígitos de sus emails y cotejarlos con los de sus cómplices —determina—. ¿Crees que usarán teléfonos de la misma serie? Se diferenciarían en pocos dígitos.

—Es lo que hemos hecho hasta la fecha. ¿Has dejado que Miguel se lleve el teléfono aposta?

Sonríe.

—Nos llevará hasta ellos.

—¡Menos mal! —exclamo aliviada.

Me coge por la barbilla y me mira a los ojos.

—¡Eres una zorra muy mala y muy lista! Usas el mismo método de comunicación que han usado los talibanes.

Esta vez sonrío yo.

—Hay que copiar de los mejores.

—Ay, Leia… —Se inclina y me vuelve a besar—, cada vez me gustas más. Necesitamos a alguien que pueda hacer el trabajo. —Parece pensativo—. Necesitamos un técnico…

—Mi primo es la persona ideal. Cuantos menos de los tuyos involucres en esto, mejor, ¿no era eso lo que querías?

Asiente, aunque no sé si está muy por la labor de involucrar a mi primo en esto.

—¿Sabes si tu primo puede acceder a las bases operativas de la UKUSA?

—Si mi primo no puede no puede nadie. ¿Estás pensando en usar la red Echelon?

Vuelve a asentir y dice:

—Necesitamos capturar cualquier comunicación que realicen por radio, satélite, teléfono, fax o correo electrónico… Cualquier señal que nos pueda llevar a ellos. Pero nos harán falta más analistas para interceptar las comunicaciones.

—¿Tienes gente de confianza que pueda encargarse de esa cuestión?

—¿Tú que crees? —masculla como diciéndome: «Estás hablando con el puto amo del mundo, nena»—. ¿Puede tu primo acceder también al programa PRISM? Necesitamos capturar cualquier contacto que hagan a través de Google y Facebook.

—¡Claro!

—Bien. Pondré un par de hombres de confianza a trabajar con él. ¿Piensas que puedan cambian pronto de móviles?

—Si siguen el mismo patrón que hemos usado hasta ahora, tenemos como mucho una semana. Cada lunes cambiamos de teléfono. Por cierto, no te ha servido de nada clonarme el mío. Me di cuenta enseguida.

Frunce el cejo.

—¿Tienes un solo teléfono, Leia? Juraría que te he clonado unos cuantos. También has puesto inhibidores por todas partes y gracias a eso casi te matan: no pude localizarte hasta que fue demasiado tarde.

—¿Me tenías vigilada, profesor? Por cierto, ¿cómo conseguiste entrar en mi casa? Tenemos detectores.

Por un momento parece no comprender la pregunta.

—¿Hablas del día que te hice el amor?

—Sí, hablo de ese día precisamente —respondo poniéndome roja.

—¿Piensas que no soy lo bastante habilidoso como para forzar una cerradura?, ¿o lo suficiente atlético como para no poder colarme por una ventana abierta a través de una azotea de mediana altura? Quizá no has reparado en que necesitas sistemas de seguridad un poquito más avanzados que una simple cerradura eléctrica basada en detectores de movimiento por infrarrojos.

—Nunca hubieras entrado en mi casa, si yo no te hubiera dejado hacerlo.

—¿Ah, sí? ¿Estabas esperándome?

—Tal vez. ¿De qué me serviría vender el alma al diablo si el diablo no acude a socorrerme cuando lo necesito?

Sonríe pícaro.

—Te socorrí bien a fondo esa noche, ¿eh? Aunque más bien creo que lo que hice fue rescatarte de ti misma. Estabas a punto dejar de jugar.

—¿Jugar? ¿No me decías que tú no estabas jugando?

—A pesar de todo lo que dices haber averiguado sobre mí, ¿piensas que sería el tipo de persona que te jodería los planes? Juego con tus mismas cartas, cielo. Si fuera al revés, si fueras tú la que jugaras con las mías, te habrías perdido en el tablero desde el principio de la partida.

—Eres un arrogante. Y por fin reconoces que estás jugando conmigo.

—No te desvíes del tema. ¿Lo conocías?

—No cambies de tema tú.

—Cariño, lo único que haces con tu falta de confianza hacia mí, es empeñarte una y otra vez en perder. Respóndeme. ¿Lo conocías?

—¿A quién?

—¿Al técnico de apoyo?, ¿quién sino?

—No personalmente, pero mi primo sí. Yo elaboro los perfiles de los candidatos y valoro su entrada o no en la organización. Evalúo sus características, sus cualidades, sus virtudes, sus defectos, ese tipo de cosas…, entre otras muchas. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Tienes algo en mente?

—Me pregunto por qué quieren matarte y si a estas alturas de la película alguno de los que te han secuestrado sabe quién eres o si todo continúa siendo una casualidad. Solo se me ocurre pensar que Miguel tuvo que confundirte con otra. ¿Había alguien en el tren que se parecía a ti?

Repaso las caras de la gente y reparo en la chica rubia y delgada que estaba sentada delante de la jugadora de baloncesto, la que se pasó todo el viaje durmiendo.

—Puede.

—¿Conoce alguien tu rostro, aparte de los íntimos?

—No, nadie. Aunque Miguel sabe lo de mi familia, te ha mentido.

—No. Miguel solo sabe que tu padre y tu hermano viven en Ginebra y que compartes piso con tus primos. No sabe nada más. Si supiera quién eres realmente le daría un ataque al corazón.

Metió la pata al ponerte en el tren lo que sea que te haya puesto. Le estoy agradecido, Leia, porque, aun con el poco margen de maniobra que tenía para operar, sin ser descubierto, te salvó la vida.

¿Supiste en aquel momento quién era?

—Lo sospeché, pero no lo supe hasta más tarde…, por descarte —le digo pensando justo en el día en que descubrí quién era Él.

—Pues no tardará en sumar dos más dos, princesa. No después de lo que le hemos hecho en ese cuarto, y para cuando lo haga, se verá obligado a compartir la información con el resto de su equipo. Es un alivio cojonudo saber que está infiltrado entre esos cabrones. Vendrán a matarte y tenemos muy poco tiempo para evitarlo. ¿Qué crees que pueden estar buscando? ¿Documentos clasificados?

—No lo sé.

—¿Qué información importante guardas en casa?

Pestañeo.

—¿Aquí en Sevilla?

—Claro.

—Nada.

—Los datos personales de vuestros miembros, los activos que os ayudan, las misiones…

¿dónde lo guardáis?

—Todos los datos están a resguardo fuera del país —le aclaro. No soy tan tonta, joder.

—¿A resguardo?

Alzo las cejas.

—Contamos con un protocolo de seguridad, Diego. En caso de que alguien trate de acceder a la información…

—El único protocolo válido sería destruirlos —me corta con rotundidad—. ¿No tienes ninguna copia aquí?

¡Ni que fuera gilipollas!

—No confío tanto en mi buena estrella como para arriesgarme a dar rienda suelta a tal estupidez —le respondo molesta.

Él suspira.

—Bien. Se terminó ya. No quiero que te preocupes más por esta historia. Habla con tu primo y ponlo al corriente de lo que hemos estado hablando. Puedo conseguir apoyo logístico, equipos operativos, de evacuación… Pero me gusta trabajar con poca gente. Reuniré tan solo a un pequeño grupo de técnicos, gente de confianza. A partir de ahora yo tomo el mando de esta historia y en cuanto pueda te traslado a un lugar seguro. No quiero que nadie en absoluto tenga opción de hacerte responsable de esta mierda. La historia de ER se termina, aquí y ahora. ¿Entendido?

—Hay mucha gente que está bajo mi mando, Diego, no puedo romper así sin más.

—¡Aquí y ahora! —repite alzando la voz—. Si tú tienes mucha gente bajo tu mando yo te puedo asegurar que tengo un puto ejército de asesinos ahí afuera a mi entera disposición. Y ya estás rompiendo relaciones diplomáticas contigo misma para dedicarte en exclusiva a mí, y a ayudarme con el tema que te pedí. Bien, ahora explícame mejor lo del teléfono. ¿Cómo cojones lo hiciste?

Me encojo de hombros.

—Le saqué el móvil del bolsillo y le puse el dispositivo. Después lo guardé en mi ropa interior.

—¿Cómo?

—Me dejaste el culo molido, ¿recuerdas? No pude ponerme los vaqueros esa noche. Por eso llevaba la falda de puta que tanto te gustó. No tuve otro sitio donde meter el teléfono que no fuera en mis bragas.

De repente se abalanza sobre mí y me coge por la cintura. Me levanta y me sienta a horcajadas encima de él. Nuestros pechos se rozan y su olor me penetra de golpe. Últimamente soy como Vermin, siempre con el sentido olfativo aumentado hasta el punto de la locura. Diego me agarra por el pelo y me tira fuerte hacia atrás, para morderme el cuello con ímpetu. Me sorprende su repentina reacción.

—¡De puta te voy a dar yo! Cuando te oigo hablar así… Basta de cháchara. Ahora, bésame, joder. Me has puesto cachondo con lo de las bragas. —Y antes de que me dé cuenta, está recorriéndome el cuello con la lengua.

Una oleada de fulminante deseo me atraviesa el pecho y crece de manera vertiginosa en mi interior. Y hago lo que me acaba de pedir, sin titubear; zambullo mi lengua en su boca, agarrándole la cara, y lo hago emitir un jadeo entre mis labios. Estoy que me muero de hambre por él. ¡Oh, Dios!

¿Por qué siento que este hombre forma parte de mi vida de una manera tan profunda? ¿Por qué siento que lo necesito más que el aire que respiro? Nuestros alientos se saborean con cada roce de nuestras salivas. Nos devoramos el uno al otro con la fuerza de un huracán y no tardo en notar que sus dedos se deslizan por mi espalda hasta quedar posados sobre mis nalgas.

—Es jodidamente maravilloso saber que me deseas —masculla contra mi boca.

Oh.

—Es jodidamente frustrante saber que no puedo dejar de hacerlo —le respondo yo, cada vez más excitada.

Una sonrisa triunfal se dibuja en su rostro mientras me alza y me coloca mejor sobre su regazo. Estoy desnuda. Él continúa con el pantalón en su sitio pero con una erección de campeonato.

Se mueve un poco y baja la bragueta para liberar su miembro. Trago saliva intentando contener los escalofríos de placer que me recorren de pies a cabeza. Esto no puede estar bien. No ahora. No ahora que sé que me manipula sin tapujos.

—¿Leia? —Me mira con cara de preocupación mientras me apartaba un mechón de la cara —. ¿Estás bien, cariño?

—Sí.

Pero es mentira. Tengo los ojos otra vez llenos de lágrimas. Me está obligando a entregarme a su dominio, a pesar de que ha reconocido hace tan solo un momento la jodida verdad. Y yo no quiero que lo haga más. Me trago las lágrimas.

—No, no lo estás. Debería darte una zurra por mentirme. Sé sincera conmigo. ¿Qué te pasa?

Bajo los ojos.

—Siento que... que… Es que… me duelen mucho tus mentiras, me queman.

—¡Mi puta madre! —Me aparta con brusquedad a un lado y se sube la bragueta. Se pone en pie enfadado. —¡Lo eres todo para mí! —exclama sin ni siquiera mirarme—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo para que te lo creas?

Le da una patada a la silla que cae contra el suelo rompiendo en dos trozos la botella de cerveza. Suspiro temblorosa mientras lo veo darme la espalda frunciendo el ceño y pasándose las manos por la nuca. Estoy demasiado abrumada por su repentina reacción.

—Diego…

Me señala con el dedo índice.

—¡Cállate, joder! No digas ni una puta palabra más. —Su tono es bajo pero amenazante.

—Diego…

Y por su expresión sé que me va a resultar imposible tranquilizarlo.

—Estoy conteniendo las ganas de arrastrarte hasta el cuarto de tortura, colgarte de la misma cuerda en la que colgué a Miguel y follarte hasta que se te meta en la puta cabeza lo que siento por ti.

¡Dios! suena casi hasta romántico. Quisiera creerme sus palabras pero no puedo, no puedo.

Me parece imposible que diga la verdad.

—Dudo que te crea alguna vez.

¡Oh, no! ¿Lo he dicho en alto?

Diego se mueve en mi dirección y se me planta delante con la cara de un tigre.

—¡Ya está bien! ¡Levántate de la cama!

—¿Qué?

—¡Levántate ahora mismo y arrodíllate en el suelo!

Ir a la siguiente página

Report Page