Iona

Iona


CAPÍTULO VII

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CAPÍTULO VII

A la mañana siguiente desayuné con mis padres y comentamos las noticias del periódico como hacíamos siempre.

-Iona, hija, en la página de sucesos han encontrado a una joven estrangulada y tirada al Támesis.

-Vaya, pobrecilla.

Papá, ¿dice algo más de la noticia?

-No se sabe quién ha podido matarla. Era una muchacha que trabajaba en una taberna en el muelle. Fue la noche pasada cuando debieron de arrojarla al río.

-¡Qué horror querido! Os dejo con vuestras conversaciones, me voy un rato al jardín, quiero plantar unos rosales blancos.

Le dimos un beso y se marchó.

Mi madre es muy sensible para los temas tan escabrosos que a mi padre y a mí nos gustan.-¿No describe como era la muchacha y la edad?

-Sí, es curioso. Hum, bueno podría ser cualquier joven inglesa. Dice que tenía el pelo negro muy largo, de piel muy blanca y ojos azules. Delgada y alta y tendría dieciséis años.

-Podría ser casi hasta yo misma. Menos en el color de los ojos, que los míos son violetas, por la descripción…

-Sí, es cierto. Bueno, vayamos a practicar tus clases de esgrima y boxeo. Luego debo ir un rato al Parlamento.

¿Has quedado con Edmund en el salón de té?

-Sí, nos veremos sobre las cuatro. ¿Quieres que le dé algún recado?

-No es nada; ya me pasaré un momento por la comisaría por si le hace falta algún papel para el enlace.

Noté a mi padre un poco preocupado, no sé si sería por la noticia de la chica asesinada o por mi próximo enlace.

Me cambié de ropa y bajé al sótano donde practicábamos todos los días.

-Eres una magnífica luchadora de esgrima; cualquier día me ganas.

Nos reímos, era imposible que pudiera vencerle. Mi padre es muy buen atleta y competidor.

-Papá, en lo único que puedo ganarte es en una carrera de caballos.

-Cierto, mi nenita. Como no pesas nada y los manejas tan bien que contigo los animales vuelan más que corren.

Pongámonos los guantes de boxeo. Es importante el juego de piernas, y como tú has saltado mucho a la comba, te es más fácil la agilidad con la que te mueves y puedes esquivar un golpe.

Estuvimos un buen rato practicando.

Mi padre tenía mucho interés para que supiera defenderme ante cualquier malhechor.

Y a mí me encantaba hacer ejercicio.

Me refresqué y salí a cabalgar un rato. No me alejé demasiado. Me encontré con otros jinetes por Hyde Park y nos pusimos a conversar del tiempo y de caballos.

Una cara familiar se paró para saludarme. No sabía quién era. Se presentó como el embajador francés.

Me ruboricé, porque no le traté muy bien en el baile ofrecido en su honor.

-¡Qué grata sorpresa, señorita Iona! Me alegra encontrarme con tan bella dama.

¿Viene a diario a montar a caballo al parque?

-Únicamente los días que hace buen tiempo.

No sabía de qué hablar con el embajador. No me gustaba la manera en la que me observaba tan descaradamente. Era un hombre atractivo, rubio, con los ojos verdes, alto y joven. Pero había algo en él que me hacía desconfiar.

-Si me lo permite, mi bella dama; podríamos quedar a tomar el té en su casa, para conocernos mejor.

-Lo siento caballero, tengo otros compromisos y si me disculpa debo regresar a mi hogar.

-La acompañaré con mucho gusto.

-¡No! Quiero decir que si no le importa, tengo mucha prisa y no sería una buena compañía.

Le dejé con la palabra en la boca y salí a todo galope.

 

 

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