Iona

Iona


CAPÍTULO I

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CAPÍTULO I                                                                                    AÑO 1.888

 

 

No comprendo por qué mis padres me pusieron el nombre de Iona, como si fuera una joya, delicada, suave, una florecilla indefensa… Nada más lejos de la realidad, me encanta investigar crímenes sin resolver. Cada día voy a Bond Street en busca de noticias sobre casos que han sido archivados por no tener pruebas suficientes para capturar al asesino.

Tengo un amigo desde la infancia, que está dentro del departamento de investigación. Él me deja durante varios días documentos clasificados que no han sido solucionados, para que los analice y estudie.

Edmund, es un buen hombre, creo que siempre ha estado algo enamorado de mí y por eso me complace en todo lo que le pido. En estos tiempos una señorita de bien, es impensable que se dedique con ahínco a intentar resolver incógnitas a las que nadie ha podido llegar, ni los más sesudos investigadores de Scotland Yard.

Es algo de lo que no hablo con nadie. Ni siquiera mi propia familia sería capaz de entenderme. Vivo en una gran casa victoriana en Londres cerca de Central Park, mi padre es uno de los lores que está en la cámara de los comunes. Es un Conde muy respetado, aunque su título le otorga privilegios, es bastante liberal y promueve muchas mejoras e igualdad de condiciones para todos los trabajadores. Es un buen hombre, pero tiene muchos enemigos, que desean continuar con todos sus privilegios sin perder ni uno solo y ser superiores a los demás por cuna y no por sus logros personales o académicos.

Mi madre, se dedica exclusivamente a su jardín, tanto en verano como en invierno. Tenemos un hermoso invernadero, que hizo construir mi padre en los terrenos colindantes a la mansión, nada más casarse con la dulce y delicada Ann. Ella si que es una flor preciosa, menudita, tan frágil que con un soplo de aire se la podían llevar. Es muy cariñosa y amable con todo el servicio doméstico y nuestras amistades la adoran por su comprensión y el afecto con que trata a todos los seres humanos. Mi padre está loco por ella y el sentimiento es recíproco; se complementan y están tan unidos que a veces pienso que yo he nacido para incordiarlos.

Sé que me quieren con todo su corazón y hubieran deseado que tuviera hermanos, pero únicamente nací yo y he tenido que ser un poco femenina por el lado de mi madre y masculina por el de mi padre.

Me adapto a interpretar cualquier papel si estoy a solas con uno u otra. Soy muy elegante vistiendo y salgo de compras con Ann, muy a menudo para tener un vestuario de lo más dulce y delicado. Físicamente nos parecemos, las dos somos muy rubias con ojos color violeta, con la carita en forma de corazón, unos labios carnosos y rojos y la nariz un poco chatita. Somos muy blancas y siempre tenemos que salir con buen tiempo con nuestras sombrillas y sombreros, si no, enseguida nos quemaríamos. Soy un poco más delgada y alta que ella. Pero mi fuerza radica en mi interior. Mientras mi madre todo es dulzura, yo soy más parecida a mi padre, y veo las cosas tal y como son en realidad. Con él, he aprendido a hacer frente a los problemas que me surjan, a no temer a nada ni a nadie y a educarme en todas las materias que me hagan ser disciplinada y culta. Me encanta hablar de política con Michael, mi padre y de filosofía y sobretodo de los sucesos que comentamos todos los días, cuando leemos el periódico en el desayuno. A veces, si son asuntos demasiado escabrosos, esperamos a que mi madre no esté para enzarzarnos en una discusión sobre el presunto autor de los hechos, de cómo será ese sujeto y los motivos para incurrir en un crimen atroz.

Por supuesto no sabe nada de mis idas y venidas a Bond Street, o mis charlas con mi amigo Edmund.

Solemos quedar en una sala de té muy concurrida y mientras merendamos nuestros pastelitos, soy toda oídos para que me informe de los últimos y más recientes escalofriantes asesinatos.

A veces me mira embelesado. Le quiero mucho, pero creo que no me ha llegado el momento todavía de enamorarme, tengo ya diecisiete años y he sido presentada en sociedad hace un año. No me faltan pretendientes, pero los encuentro todos tan insulsos e hipócritas que ninguno me ha llamado la atención.

Hoy he salido de casa casi corriendo, me he entretenido más de la cuenta con mi madre y la modista. Nos han invitado a un baile para recibir a un embajador francés famoso por su estilismo y modales. Los vestidos son preciosos y Ann está encantada pensando que allí a lo mejor conozco al hombre de mis sueños.

Cómo si me importara mucho conseguir un marido, con lo bien que me lo paso a mi aire, sin dar explicaciones a nadie. Y con mi padre yendo a galopar por las mañanas con nuestros caballos de pura sangre, dejándonos llevar por la emoción de la velocidad y las carreras que echamos. Casi siempre le gano yo, ya que él es muy corpulento y fuerte sin estar gordo, es un hombre muy deportista, que hace boxeo y esgrima. Yo también lo practico, pero sin que lo sepa mi adorada madre. Ella quiere que sea la dama más refinada de todo Londres y no estaría bien visto que me ejercitara en cosas de hombres.

Casi no me he recogido el cabello con las prisas, menos mal que mi sombrero da el toque perfecto de elegancia. He cogido la sombrilla porque a las cuatro de la tarde, cuando he quedado con mi amigo y en esta época estival, hace un sol y un calor insoportable.

Con prisas y acalorada, llego hasta nuestro refugio diario.

Edmund ya me está esperando en la mesita que tenemos apartada de todos los días.

-Buenas tardes, mi querida Iona. Cada día estás más bella y hermosa.

Se levantó y besó mi mano.

-No digas disparates, Edmund. Soy la misma de siempre y además vengo con un espantoso calor. Hoy podemos tomar una limonada o un té helado.

Retiró mi silla para que me sentara y cogió mi sombrilla y la guardó en un paragüero que había en la entrada.

Se acercó Betsy, la joven bajita y rellenita que nos atendía.

- ¿Qué desea hoy, mi bella pareja de enamorados?

Yo puse los ojos en blanco. Creía que éramos dos amantes que nos reuníamos para hablarnos de la pasión que sentíamos. La verdad que como nos juntábamos mucho para que nadie oyera nuestras conversaciones, dábamos una imagen de dos prometidos a punto de casarse.

-Por favor, Betsy, ¿serías tan amable de traernos dos tés bien fríos y los pastelillos que tengáis del día?

-Ahora mismo, amable caballero. (Le guiñó un ojo).

Y Edmund la sonrió. No me gustó nada esas confianzas. Él era mío. Bueno, mi amigo y de nadie más; me pertenecía como siempre había sido desde que tenía siete años. Vivimos en la misma manzana de casas y su padre es el jefe de Scotland Yard, también posee título nobiliario; es un marqués, pero no lo quiere utilizar para nada. Es el mejor amigo de mi padre. Y los dos todos los días también quedan para comentar los asuntos que más les preocupa. Nuestras madres se pasan las tardes reunidas con otras damas, en busca de soluciones para pobres mujeres sin recursos y organizan eventos para sacar fondos y dárselos a los más desfavorecidos.

Edmund es cuatro años mayor que yo, acaba de cumplir los veintiuno. Es un hombre muy apuesto y varonil. Su pelo es negro como las alas de un cuervo y lo lleva muy corto, él no va con las modas, únicamente se ha dejado un fino bigote encima de su boca grande. Su mentón es fuerte y le da un aspecto un poco arrogante, pero el hoyuelo que tiene en él, le hace parecer más accesible. Sus ojos son azules oscuros rodeados de largas pestañas negras y las cejas un poco espesas, sus pómulos son pronunciados, y la nariz recta. Su piel es morena, de pasar tanto tiempo en la calle. Le gusta hacer más trabajo de campo, que el papeleo de la oficina. Es bastante alto y musculoso. Cuando no va de incógnito, el traje de policía le sienta muy bien.

-Iona, pequeña, hoy no dispongo de mucho tiempo para estar contigo. Tengo unos cuantos casos que redactar y pasárselos al Superintendente. Pero te he traído algo muy suculento para tu afán de curiosidad.

-Eso es maravilloso, Edmund. Lo leeré inmediatamente y esta noche en el baile podemos comentarlo.

-No sé si iré o me tocará estar de servicio. Tendré que convencer al Jefe y haber que dice.

-Te lo suplico, no me puedes dejar sola con tanto pomposo. No lo soportaría, te necesito. No hay nadie que tenga un poco de juicio entre los jóvenes de nuestra edad. Solamente piensan en mujeres y el juego. Me dan repelús, y no digamos los dandis que están todo el día mirándose al espejo.

Cogió mis manos y me miró a los ojos.-Iona, debes elegir un prometido, no puedes ser toda tu vida una chiquilla, que hace lo que le da la gana. Tus padres te adoran, pero te han consentido mucho.

Solté mis manos de las suyas y le miré enfadada.-No digas disparates. Soy la perfecta hija. Y disfruto de cada uno de mis progenitores con sus rarezas. Déjame al menos tener las mías y ser yo misma. Si piensas que no soy una buena dama porque me interesan los crímenes sin resolver, no te molestaré más y aquí nos despediremos.

Iba a levantarme y marcharme cuando apareció Betsy con nuestra merienda.

Me senté por no dar que hablar en el salón de té.

-Aquí tenéis jóvenes prometidos. Vuestro té con té. (Sonrió)

Os he estado observando y me ha parecido que estabais teniendo vuestra primera pelea de enamorados. Qué romántico y cuánto se os nota que bebéis los vientos el uno por el otro.

No podéis apartar la mirada y todos en el salón os admiran como una bella pareja que pronto serán desposados.

Edmund se reía ante el espanto de mi cara.

Se retiró  y nos dejó el servicio de té en una bandeja.

-No comprendo las tonterías que dice Betsy y no me gusta nada las confianzas que se trae contigo. A lo mejor deberíamos cambiar de sitio para reunirnos,  si todavía quieres seguir siendo mi amigo.

-Iona, Iona, cuando madurarás y te darás cuenta que el mundo no gira alrededor de ti y hay otras cosas más importantes para una joven dama, que pensar únicamente en una misión imposible de resolver.

Son asuntos turbios y no comprendo bien tu inteligencia que solamente la utilices para tu afán de descubrir criminales. Es un poco morboso y para una señorita no es lógico. Deberías pensar en formar una familia y comportarte como nuestras madres, cuidar de los suyos y hacer obras de caridad.

-Edmund, ¿has perdido el juicio? Acaso me ves a mí casada y soportando a un impresentable que jamás me comprendería. Necesito ser alguien más que un mero adorno en una casa o una esposa y madre. Me gusta investigar al igual que tú lo haces y nadie parece recriminarte por trabajar en hacer el bien social, investigando y apresando a los malos.

-Amiga mía, tú eres una mujer y no un hombre. Puedes tener la misma inteligencia, incluso más que muchos varones, pero no te veo persiguiendo por las calles a un maleante y capturarle con tu escasa fuerza.

-Para tu interés, estoy preparada para enfrentarme al más pintado de los canallas. Practico boxeo y esgrima con mi padre. Y monto a caballo mejor que cualquier caballero, podría perseguir al criminal y darle caza. Si mi apariencia es de una dama frágil y refinada, no tengo la culpa de haber nacido con este físico de porcelana. En mi interior todo es fortaleza y pasión, y en alguna cosa debo desbordar lo que hierve dentro de mí.

 

-Iona, ¿por qué no te buscas un amante y desahogas esas pasiones tan intensas que tienes?

-Edmund, ¿lo dices en serio? A lo mejor no es mala idea, ya que no pienso casarme nunca, también siento curiosidad por descubrir un encuentro pasional.

¿Conoces a un caballero discreto, que pudiera introducirme en las artes amatorias?

-Quién mejor que yo, mi querida Iona. Nadie lo sabría nunca y soy de confianza, aunque no sé si seré el hombre adecuado para despertarte alguna fuerte pasión.

Le observé atentamente. Desde luego era muy atractivo y con un cuerpo digno de admiración. Miré a los clientes que se hallaban a mi alrededor y todas las damas miraban embelesadas a mi amigo.

Como me descuidara llegaría una espabilada y me robaría al único hombre que merecía la pena en todo el reino.

¿De dónde había sacado esos pensamientos? Si es solamente mi amigo. ¿Por qué me disgusta tanto que otras mujeres le miren como si quisieran devorarlo?

Me acerqué todo lo posible a Edmund y le susurré.-Acepto tu ofrecimiento. Seré tu amante y aprenderé todo lo que pueda para complacer a un hombre y a mí misma.

Besó mi mejilla.-¿Estás segura de tu decisión? Una vez que comencemos la relación, no habrá vuelta a tras. ¿Comprendes el paso tan decisivo que vas a dar?

-Sí. No podría ser otro caballero, mi amante. Eres el único al que me podría entregar. Eso sí, nunca debes comentarlo con nadie, ni con tu propio padre, si no, nos obligarían a casarnos y eso no es lo que queremos ninguno.

Yo sí que quiero ser tu marido y te amo con toda mi alma. Si debo hacer alguna trampa para conseguirte, lo haré. En el amor y en la guerra todo vale.-Iona, seré un hombre prudente. No voy a contar mis intimidades a nadie, ni amigos, ni familiares. Imagino que tú tampoco serás capaz de hablar sobre la relación que vamos a empezar.

 

-Confío en ti, y sé que serás dulce y comprensivo conmigo.

¿Cuándo crees que debemos comenzar nuestro, hum…Asunto?

-Si lo deseas, esta noche nos escabullimos un rato del baile del embajador francés y buscamos algún lugar donde tengamos intimidad.

Poseo una casita a las afueras de Londres que heredé de mi tía. Nadie la utiliza y está en buenas condiciones. Será allí donde tendremos nuestros encuentros amorosos.

-Suena genial. Estoy deseando empezar la aventura. Quizás deberíamos ir por separado para que nadie sospeche de nosotros.

-No, Iona. No puedo permitir que por las noches andes sola por esos caminos. Y además ya están acostumbrados a vernos a todas horas juntos, en todas las reuniones a las que asistimos. Saben que somos amigos desde la infancia y nadie sospechará que hay algo más.

-Tienes razón, como siempre. Pero iremos a caballo para ir y venir más rápidamente. Así nos escaparemos por unas horas y regresaremos antes de finalizar el baile.

-Está bien. Ahora tomémonos el frío té, que debo marcharme en un instante. Si quieres puedes quedarte un rato más. Te dejaré la carpeta con el misterioso caso del relojero asesinado con la correa de un reloj.

-Suena maravilloso. Sería un usurero y habría hecho algún préstamo a un necesitado de dinero y luego quiso cobrar mucho más que lo que le había dado.

-Iona, tienes una imaginación fuera de serie. Serías una excelente escritora de novelas de misterio.

-Exacto. Ya las estoy escribiendo; por supuesto en mis ratos libres y bajo seudónimo. También quisiera que me aconsejaras sobre este asunto, me gustaría publicarlas, pero no tengo ni idea a quién dirigirme.

-¡Dios, Iona, no paras de querer meterte en más líos! Ya hablaremos esta noche y recuerda nuestro trato.

Se levantó y besó mis manos mirándome con intensidad. Pagó la cuenta a Betsy y con una sonrisa se despidió.

 

Terminé tranquilamente el té y los pastelillos. Y eché un vistazo a la documentación que Edmund me había dejado.

Miré el reloj de la pared, tendría que regresar a mi hogar, descansar un rato y más tarde arreglarme con esmero para la fiesta del embajador francés.

Betsy, sonriéndome pícaramente me acompañó hasta la salida y abrió mi sombrilla.-Señorita Iona, le tiene en el bote. Es muy afortunada, todas las mujeres desearían estar en su lugar. No sea tonta y aproveche a echarle el lazo. Está loco por usted y hay mucha espabilada que se lo intentará quitar.

-Gracias Betsy por tus consejos.

Lo que tenga que ser, será. Buenas tardes.

Riéndose se metió dentro del local. Me había puesto de mal humor. Y creo que era intencionado. Quería que reconociera que realmente Edmund me importaba más que un amigo. No deseaba saberlo, pero este sentimiento de celos y posesividad debía ser un claro ejemplo de mis sentimientos hacia él.

 

 

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