Insomnia

Insomnia


VEINTICINCO

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Veinticinco

La Paz era una bruma. Era mi nuevo hogar. No recordaba mucho sobre mi antiguo hogar. Solo que era malo... era el dolor. La Paz era calma. Era mansa y perfecta.

Parecía prolongarse varios días, semanas, meses. Continuó hasta que el tiempo ya no importaba. En realidad, el tiempo no era parte de la Paz. El tiempo era algo distinto a lo que se le daba demasiada importancia.

A veces había palabras que iban y venían. Yo intentaba no hacerles caso. Me traían recuerdos de dolor y tormento. Arruinaban la Paz. Había solo dos voces que quería oír, dos voces que no provocaban aquel tormento, sino que traían recuerdos de felicidad, de veranos cálidos y poblados de risas. Las voces de Finn y Addie no perturbaban la Paz. Eran buenas. Cuando las oía, quería más. Eran los únicos momentos en los que me sentía a salvo, los únicos momentos en los que me acercaba un poquito más a la conciencia y me alejaba de la Paz. A la larga, me acerqué lo suficiente para entenderlas. Sus palabras no eran zumbidos de fondo. Eran claras.

No sabía si quería hacerlo, pero estaba despertando.

–No, todo era verdad –la amargura y la ira en la voz de Addie me dio deseos de volver a replegarme hacia la Paz, pero no pude... ya me había alejado demasiado–. Tú no lo conoces... Nunca lo conociste.

–¿Por qué dices esas cosas? –la voz de Mia inmediatamente evocó en mi mente una serie de imágenes aterradoras. Cerré los ojos con más fuerza, deseando no haberme acercado tanto a la superficie–. Y ¿por qué habría de creerles? Finn volvió a mentir para traerme aquí. No puedo creer que le hayas permitido decirme que habías tenido un accidente, Addie.

–De otro modo no habrías venido, eres demasiado terca –rezongó Addie, y luego prosiguió–. Y sí, Finn mintió, pero lo que te dijo Parker era la verdad.

–Pero ¿cómo puede ser verdad?

La voz de Mia sonaba extrañamente aguda. Aquello estaba lastimándola.

–No lo sabemos. Ni siquiera él lo sabe. –Finn no parecía mucho más contento que su hermana, pero sí mucho más sereno–. No te mentimos al decir que Parker es buen tipo. Él nunca te haría daño, ni a ti ni a nadie. No es tu acosador.

Más recuerdos del doctor Freeburg atravesaron mi Paz como cuchillos, y me replegué a un rinconcito de mi mente, deseoso de que pararan. Aquello había sido un error. Lo único que quería era que la Paz regresara.

–Bueno, está bien. Pero todo esto es muy raro. –Mia parecía resignada pero cauta–. Quienquiera que sea, obviamente quiere que piense que es Parker. ¿Por qué alguien haría algo así?

–¿Por qué dices eso? –seguramente Addie había cambiado de lugar, pues se la oía mucho más cerca que antes. A pesar de los recuerdos dolorosos, algo en su voz hizo que me alegrara de haber vuelto.

–Los mensajes eran de Chipp8@gmail.com. Ocho es su número en el equipo de fútbol, ¿no?

Una sombra obstinada de duda se mantenía sobre un rincón de mi Paz como una nube nefasta. La apuñalé con mis pensamientos, ordenándole que se marchara y que me dejara tranquilo, pero como con cualquier nube, apuñalarla no servía de nada.

–Sí –Finn soltó el aliento de golpe–, es su número, pero no su dirección de correo electrónico. Él la creó hace un par de años, cuando su número era el dieciocho. Es exactamente igual, pero con un dieciocho en lugar de un ocho. ¿Ves? Te dijimos que no era él.

La habitación quedó en silencio un momento hasta que Addie finalmente habló.

–Esto no es bueno, Finn –dijo, en voz baja, con preocupación–. ¿Quién querría que pareciera que es Parker?

–Si lo supiera, sabría quién los envió –repuso Mia, con voz temblorosa.

Entonces alguien entró a la habitación y los hizo salir. A juzgar por lo que dijo, seguramente era una enfermera.

Por mi mente, pasó el recuerdo del roble gigantesco acercándose más y más, y por un momento me pregunté cuánto me había lastimado.

 

* * *

 

Pasé un rato flotando, acercándome a la conciencia y volviendo a alejarme, oscilando entre mis propios sueños y la nada inducida por los fármacos. Traté de dilucidar por qué y cómo era que otra vez tenía sueños propios, pero mi mente no parecía capaz de sostener una misma corriente de pensamiento el tiempo suficiente para llegar a una conclusión.

La cama presionaba mi cuerpo de maneras anormales. Me dolía todo, y el dolor me arrastraba inexorablemente hacia la concien-cia plena. Pero parecía que mi cerebro estaba peor que cualquier otra parte de mi cuerpo. Parecía que alguien me lo había sacado, lo había agitado un poco y había vuelto a colocarlo al revés. Cuando abrí los ojos, la luz y la oscuridad estaban invertidas, como si en el hospital hubiesen liberado uno de esos programas raros de edición de imágenes.

Parpadeé varias veces hasta que mi cerebro pareció corregir la imagen. Algo me daba comezón en la cara, así que levanté las manos para tratar de rascármela. Mi mano derecha siguió las instrucciones, pero la izquierda estaba sujeta a la cama. Cuando intentaba rascarme la mejilla con la mano derecha, encontré un tubo de oxígeno de plástico claro. Lo aparté y giré mi cabeza hacia el costado, tratando de entender por qué mi mano izquierda no se movía.

Estaba enredada en una maraña de cabello castaño rojizo y dedos. Las dos manos de Addie envolvían la mía con fuerza, y su cabeza se encontraba apoyada en la cama junto a ellas. Estaba dormida. Sacudí mi cabeza, tratando de cerciorarme de que estaba viendo bien.

Sentí los dedos sudorosos cuando, por mi mente, pasó un recuerdo de cuando mis manos no respondían al querer usar el teléfono en el auto. Los flexioné con cuidado, para asegurarme de que aún podía moverlos. Al hacerlo, Addie abrió los ojos. No había sido mi intención despertarla, pero la idea de no poder, una vez más, controlar una de mis manos era perturbadora.

Addie se incorporó y me miró, parpadeando, y luego me apretó los dedos con tanta fuerza que me dolieron.

–¡Estás despierto! ¿Te sientes bien? Hace tres días que nos tienes muertos de miedo.

Intenté hablar, pero mi garganta seca no soltó palabra alguna hasta el tercer intento.

–Creo que sí. ¿Qué pasa?

–Finn y tu mamá están afuera, en el pasillo. Sufriste una conmoción bastante grave y estuviste en coma, pero no estaban seguros de cuándo recuperarías la conciencia. Se lo pasaban hablando de hacerte un agujero en el cráneo y cosas por el estilo, pero tu mamá no lo aceptó a menos que pudieran garantizar que te haría bien. Te subía la presión y sonaban los monitores, y todo el mundo se preocupaba, y... y...

En algún punto del relato, Addie se puso a llorar, no con sollozos, pero le caían lágrimas por las mejillas. Ni siquiera estaba seguro de que se diera cuenta. Con cada lágrima, yo percibía una punzada en el fondo del pecho. Me sentía responsable, y no sabía qué hacer para verla mejor.

–Lo siento, Addie.

Lamentable. Lo único que se me ocurrió decir era absolutamente inútil.

Ella me apretó los dedos un momento, hasta que de pronto se percató de lo que estaba haciendo. Sus mejillas se ruborizaron y miró mi mano, pero no la soltó... y en realidad, yo no quería que lo hiciera.

–¿Cómo te sientes?

Me desperecé y el dolor corrió por mis músculos.

–Como si me hubiera estrellado contra un árbol. Eso fue lo que pasó, ¿verdad?

–Sí. ¿Te quedaste dormido?

La imagen vívida de Oscuridad, mirándome con una sonrisa burlona desde el medio del camino, atravesó mi mente y no pude contener una mueca.

–Este... sí. Seguramente.

En el silencio de la habitación, mi mente giraba en torno a un pensamiento tortuoso tras otro. Me pareció riesgoso que Addie estuviera allí. Recordé la sensación del pisapapeles en mi mano. Yo era un peligro. Necesitaba que ella saliera un momento para poder concentrarme en lo que había ocurrido.

–Addie, ¿podrías conseguirme un poco de agua o algo, por favor? Tengo mucha sed.

–Claro. Enseguida vuelvo. Y le avisaré a tu mamá que estás despierto.

–Gracias. Te lo agradezco mucho.

Todo lo que había pasado antes del accidente inundó mi mente. El doctor Freeburg. La sangre. Oscuridad. Yo nunca había llamado al 911. Me pregunté quién lo habría encontrado. ¿Sabía la policía que yo había estado en su casa? ¿Ya habrían encontrado su cadáver?

Con el pánico descendiendo como una serpiente por mi espina dorsal, busqué el control remoto de la cama y oprimí una tecla para llegar a una posición de semisentado. El cambio de elevación me hizo dar vueltas la cabeza, y las imágenes empezaron a girar como en un huracán. La manga de tensiómetro que tenía en el brazo se tensó, y me hizo doler más de lo que creí posible. Una de las máquinas que había junto a la cama empezó a emitir una alarma y sentí que mi cerebro estaba a punto de estallar.

Una enfermera entró a la habitación, seguida por mamá, Finn, Addie y un policía. Mi cerebro trató de comprender la situación: ¿un policía? Tal vez Oscuridad estaba en lo cierto. Pensaban que yo había matado al doctor Freeburg. Sentía como si mi corazón estuviera a punto de abrir un agujero en mi pecho. ¿Era verdad? ¿Lo había matado? Había mucha sangre brillante en aquel pisapapeles. Podía imaginarlo en mi mano. Pero yo estaba dormido en mi cama cuando lo tenía en la mano. No entendía nada.

Había una ventana que daba al pasillo y allí lo vi, observándome: Calavera Ciega. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos, pero no vi en ellos ninguna emoción. Eran como mi espacio sin sueños: vacíos. Me pregunté si los demás me veían así.

La enfermera se movió con una rapidez que hizo que todos los demás parecieran estatuas. Mi mamá, mis amigos, el policía y el extraño del pasillo, todos se quedaron paralizados mientras mi vida se alejaba flotando. Tal vez Calavera Ciega ni siquiera era real; tal vez ninguno de ellos lo era.

Eché un vistazo a la máquina. En uno de los monitores se veía un número rojo que iba en aumento: 138... 142... 150... 154. Boqueé, intentando obligar al aire a atravesar el fuego que sentía en el pecho y entrar a mis pulmones, a detener el dolor que me devoraba. La enfermera pulsó un botón para reclinar la cama nuevamente y volvió a colocarme el tubo contra la nariz.

–Respira lenta y profundamente y trata de prestarme atención, Parker.

–¿Parker? ¿Se encuentra bien?

Era la voz de mamá, pero no creo que nadie le respondiera. Addie estaba junto a ella, con la cabeza hundida en el hombro de Finn.

Sentí como si me hubieran colocado una maza dentro del cráneo, y con cada bip del monitor, me daba un golpe. Gemí y levanté una mano para aferrarla, para arrancarla. La enfermera dijo algo acerca de mi tensión arterial y mi frecuencia cardíaca, pero no logré centrarme lo suficiente para oírla. Alguien jaló la vía que tenía en el brazo, y en cuestión de segundos todo se calmó.

La Paz volvió a abrazarme y los bips se acallaron. La gente hablaba a mi alrededor, pero ya no entendía lo que decían. Y no me importaba.

 

* * *

 

La voz de mamá siempre estaba presente. Estoy casi seguro de que no volvió a salir de la habitación. Flotaba conmigo como una balsa, a la cual yo podía treparme cuando estuviera listo para salir del río de inconsciencia que me rodeaba.

Cuando volví a abrir los ojos, afuera ya era de noche. Mamá estaba sentada junto a mi cama, con su mano fría apoyada sobre la mía. Todo olía a medicamentos y vendas, y lo único que oí fue a alguien roncando.

El padre de Finn y Addie, el señor Patrick, estaba dormido en el sofá de aspecto verdaderamente incómodo que estaba al otro lado de la habitación. Tenía una de sus piernas dobladas en un ángulo extraño para caber en él; la otra colgaba de un extremo del sofá hasta casi tocar el suelo.

Mamá estaba mirando las noticias por televisión, pero tenía el sonido silenciado. Por un segundo, me concentré en los subtítulos que corrían por la pantalla, pero al hacerlo me mareé. El titular decía “Viernes Negro1”, y se veía muchísima gente tiritando en la entrada del Centro Comercial de Oakville.

¿Hoy era Viernes Negro? ¿Había pasado el Día de Acción de Gracias inconsciente? No solíamos celebrarlo mucho, con pavo y todo eso, pero aun así era un pena.

Eché un vistazo a mamá. A la luz inconstante del televisor, sus ojeras se parecían a las mías.

–¿Mamá?

Su cabeza giró al instante, y me susurró:

–¿Parker? –se inclinó sobre la cama, con los ojos enormes–. ¿Sabes dónde estás, mi vida?

–Si estoy en casa, no me gusta cómo redecoraste.

Mi voz salió como un resuello, y traté de sonreír para ella.

Mamá rio y me apretó la mano, pero en sus ojos vi un asomo de pánico.

–No estabas tan bien cuando te despertaste hoy, más temprano. ¿Cómo te sientes ahora?

–Estoy bien, mamá –aterrado de volver a sentarme después de lo que pasó la última vez, casi seguro de que soy un asesino, y ¿mencioné que estoy volviéndome loco? Pero, fuera de eso, estoy bien–. ¿Había un policía antes o tengo alucinaciones?

Hay que estar enfermo para esperar que dijera que tenía un tumor cerebral y estaba viendo cosas... ¿Quién espera tener un tumor cerebral?

–Sí. El oficial Evans dejó un par de formularios para que completes.

Respiré hondo y lentamente varias veces y simulé que el comercial de detergente que estaban pasando por televisión me resultaba de lo más interesante, hasta que mi corazón accedió a desacelerarse.

–¿Sabes qué quiere?

–Nada importante. El árbol contra el que chocaste estaba en la propiedad de un club de golf o algo así, y quiere los detalles para el informe del accidente –torció la cabeza y me apretó la mano–. Sé que fue un accidente, Parker, pero fue irresponsable que condujeras estando tan cansado. Habrías podido lastimarte mucho más o lastimar a otra persona.

Tragué en seco. Las palabras “lastimar a otra persona” resonaron en mi mente, acompañadas por imágenes de mis manos cubiertas de sangre. No podía pensar en eso ahora, estando acompañado. Quizá nunca podría.

–Además, eh... –mamá se aclaró la garganta y bajó la vista–. Quería pedirte perdón.

–¿Perdón? –me volví hacia ella.

Acercó su silla y susurró:

–Por nuestra pelea, y por haberte acusado de consumir drogas. Cuando pensé que tú tal vez no... Cuando pensé en todas las cosas que dije...

Le temblaron los hombros y me abrazó.

–No te preocupes, mamá –la abracé y le palmeé el hombro, deseando que mi peor acción hubiera sido consumir drogas–. ¿Ahora me crees?

–Sí –respondió con voz apagada–. Después del accidente, te hicieron análisis de sangre. Supongo que es de rutina o algo así. Estabas limpio, tal como me dijiste. Lo siento mucho.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando se puso a llorar.

–Está todo bien, mamá –traté de encogerme de hombros y eché un vistazo a la figura que roncaba en el sofá, dispuesto a cambiar de tema–. ¿Qué hace aquí el señor Patrick?

Se apartó y se enjugó las lágrimas con una sonrisa.

–Finn y Addie no querían irse. Quiso sacarlos un poco del hospital. Les prometió que él mismo te cuidaría mientras ellos iban al cine. Tienes suerte de tener tan buenos amigos.

–Lo sé.

Entró una enfermera menuda de cabello negro y corto, preguntó cómo me sentía y desconectó algunas de las máquinas con las que me tenían controlado. Luego otra enfermera de mayor edad trajo una bandeja con un poco de sopa para ver “si puedes retenerla en el estómago, querido”.

Mamá volvió a mirar el televisor cuando se reanudó el canal de las noticias, y permanecimos sentados en silencio.

No me atraía mucho la idea de comer, pero supuse que sería, más que nada, por los pensamientos que no dejaban de pasar por mi cabeza. Presioné la muñeca contra la mesa para que mis manos dejaran de temblar el tiempo suficiente para llevarme unos sorbos de caldo a la boca. Sabía que no me dejarían salir del hospital hasta que no comiera, y había algo en el hecho de estar allí que me hacía sentir acorralado e impotente.

Todo lo que había pasado en los días previos al accidente parecía irreal. Mi cerebro finalmente empezaba a abandonarme. Lo único que me hacía sentir mejor era que no había visto a Oscuridad ni había tenido noticias suyas desde el choque. Aunque había visto a Calavera Ciega, y empezaba a pensar que quizás él también era una alucinación. Addie dijo que tal vez lo había visto, pero tal vez no.

Lo único de lo que estaba seguro era que en los días que llevaba en el hospital había dormido bastante, y por alguna razón ya no estaba observando los sueños de otros. Hasta había visto los míos... al menos, eso creía. Era difícil saberlo cuando todo estaba tan borroso por los medicamentos.

Tal vez se había terminado.

Tal vez ahora todo sería distinto.

 

1 N. de la E.: ”Black Friday” es el viernes de las grandes ofertas y descuentos, esperado por todos. Tiene lugar luego del día de Acción de Gracias, que se celebra el cuarto jueves de noviembre.

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