Insomnia

Insomnia


VEINTISÉIS

Página 27 de 33

 

Veintiséis

Luego de discutir por veinte minutos, finalmente convencí a mamá de que se fuera a casa. No había dormido allí desde el accidente.

–¿Seguro que vas a estar bien? –me preguntó, estrujándose las manos, y luego miró al señor Patrick, que bostezó y se recostó contra la pared.

–Seguro. Ahora vete a descansar –me volví hacia el señor Patrick–. ¿Puede decirles a Finn y Addie que los llamaré mañana?

–Claro, me alegro de verte despierto y sintiéndote mejor. Tenías a mucha gente preocupada.

–Sí, yo soy de acaparar así la atención.

El señor Patrick rio. Se parecía mucho a Finn cuando sonreía.

Hubo silencio durante un minuto; levanté las cejas y observé a mamá. Estaba inquieta y volvió a mirar el televisor.

–¿Mamá? ¿Ya te vas?

–Está bien, está bien... me voy… –respondió, pero no se apartó de la cama.

–Va a estar bien. Probablemente mañana lo envíen a casa, y entonces podrás estar con él todo lo que quieras –dijo el señor Patrick. Inclinó la cabeza hacia la salida y le sostuvo la puerta. Él también parecía exhausto.

Mamá me dio un beso en la frente y salió por fin, seguida de cerca por el señor Patrick. Suspiré, aliviado, al saber que al menos iban a dormir.

* * *

 

Todo era silencio salvo por el bip ocasional de las máquinas y el tableteo que sonaba cada varios minutos al inflarse la manga del tensiómetro. El televisor seguía encendido pero sin sonido. La luz inconstante me hacía doler los ojos. Estiré los brazos y las piernas. Sentía todo tieso, pero me hizo bien moverme. Y no estaba cansado, ni un poquito. Al ponerme de pie, me até la espalda de la bata para que no se me viera el trasero en mi caminata. Mientras estaba inconsciente, alguien me había puesto en los pies esos horribles escarpines azules de hospital. Me quedaban ridículos, pero al menos no se me enfriaban los pies.

Me quité la manga del brazo, desconecté los monitores cardíacos y las máquinas empezaron a emitir alarmas. Miré la pantalla con disgusto, y probé pulsar un par de teclas hasta que encontré el interruptor de encendido. Cuando exhalé y giré, di un respingo. Había tres siluetas de pie en la puerta abierta.

–¿Vas a alguna parte, Parker? –preguntó la enfermera menuda, al tiempo que rodeaba la cama y se acercaba a tomarme el pulso. Por primera vez observé su placa de identificación: Patti. Finn y Addie me saludaron desde la puerta pero no dijeron nada.

–Sí. A caminar un poco. Necesito estirar los músculos, creo –esperé hasta que me soltó la muñeca y me examinó–. ¿Está bien?

Patti frunció los labios y asintió lentamente.

–Sí, pero quiero que vayas despacio. Tus amigos y tu suero se quedan contigo.

–No hay problema –dijo Finn y tomó el soporte del suero.

–Nos encargaremos de que vuelva pronto –añadió Addie, mientras se acercaba y enlazaba su brazo con el mío, con expresión preocupada. Eché un vistazo a Finn pero no dijo nada.

–Gracias.

Empecé a caminar hacia el pasillo, arrastrando los pies. Me dolía todo, pero mis músculos no tardaron demasiado en relajarse y las contracturas se aflojaron.

–¿Qué película fueron a ver?

Todavía no quería hablar de nada que importara, pero sabía que era cruel hacerlos esperar mucho.

–Ella no quiso ir a ver Kung Fu –Finn miró a Addie con enojo–. Ni Terminator.

–No hables como si me hubiera salido con la mía –replicó ella, sosteniéndole la mirada, y él se encogió de hombros.

–Y ¿qué fue? –reí–. ¿Vieron algo que no les gustaba a ninguno de los dos?

–Vimos esa nueva de extraterrestres. –Finn me miró y sonrió–. No te preocupes, ganan los humanos... otra vez.

–Qué alivio –giré los hombros, tratando de aflojar la tensión.

Addie movió la cabeza simulando tristeza.

–Los pobres extraterrestres ni siquiera se la vieron venir.

–Sí, en realidad fue una sorpresa. Estaban a punto de ganar y entonces usamos la astucia para dar un giro asombroso al final –explicó Finn. Giró el soporte del suero en círculo y luego en el sentido contrario para que el tubo no se enredara.

–Creo que ya la vi... unas cien veces –dije y reí.

Addie me apretó el brazo.

–Exacto –dijo.

Llegamos al final del primer pasillo largo hasta que la inquietud de Finn se hizo tan obvia que decidí empezar a hablar y dejar de hacerlo sufrir.

–Sé que ustedes tienen como un millón de preguntas sin responder; ¿quieren que les explique o prefieren preguntarme?

Se miraron por un momento.

–Todavía no –respondió Addie–. No es necesario hablar de eso ahora.

Al mismo tiempo, Finn me sonrió como avergonzado.

–Pues, ya que lo mencionas...

Reí entre dientes, pero el movimiento me produjo dolor, de modo que la risa no duró mucho. Addie se aferró a mi brazo y miró a su hermano con el ceño fruncido.

–De veras, Addie. Me siento mejor y ustedes llevan varios días esperando.

Inhalé larga y profundamente, y les conté lo que había pasado, desde mi conversación con el doctor Freeburg y su sueño pervertido, hasta que subí al auto con la intención de confrontarlo. Omití la parte en que estuve en su casa y pasé directamente al accidente con el roble. No mencioné a Oscuridad ni que había atacado a Freeburg en su sueño; no tenía sentido contarles que había soñado con matarlo y luego lo había encontrado muerto. No cuando aún no estaba seguro de lo que había pasado. La realidad era confusa, y al menos algunas de las cosas que había visto eran imposibles. Si había estado alucinando, tal vez el doctor Freeburg ni siquiera estaba muerto. El hueco que sentía en la boca del estómago me decía otra cosa, pero me aferré a la esperanza con la fuerza de una morsa.

Por suerte, a mis amigos les interesaba algo totalmente distinto.

–Espera... ¿entonces los sueños de Mia no son sueños en realidad? ¿O qué? –preguntó Finn, confundido.

–No estoy seguro. Empiezan con una especie de autohipnosis –me encogí de hombros–. Que yo sepa, es la única diferencia entre sus sueños y los de todo el mundo... entonces debe tener algo que ver con que yo pueda dormir en ellos. El doctor Freeburg dijo que el cerebro funciona de manera distinta cuando está en estado de hipnosis, así que tiene que haber alguna relación.

–¿Las pesadillas, también? –preguntó Addie.

–No lo sé. Las pesadillas pueden ser repetitivas, pero estoy seguro de que ella seguía tratando de crear los sueños serenos –solté una bocanada de aire–. No está teniendo esas pesadillas voluntariamente, créanme.

Quedamos en silencio un momento.

–Entonces, ¿teóricamente, podrías dormir en los sueños de cualquiera... siempre que hiciera autohipnosis? –preguntó Addie; me miró brevemente y enseguida apartó la vista.

–Tal vez... supongo que sería lógico. No estuve en los sueños de nadie desde el accidente; creo que el golpe en la cabeza fue tan fuerte que me arregló como por arte de magia. De haberlo sabido, me habría estrellado contra un árbol hace tres años. Hasta tuve algunos sueños propios desde que estoy aquí.

–¿Tus propios sueños? –Finn levantó las cejas tan alto que casi le tocaron el cabello–. ¿Quién fue la última persona con quien hiciste contacto visual antes del accidente?

Ahora que el efecto de los medicamentos estaba disminuyendo, intenté recordar e hice una mueca al comprender por qué no había visto los sueños de otros. Tenía que ser porque el doctor Freeburg ya no estaba soñando. O sea que podía dormir en los sueños de Mia, o cuando la última persona con quien había hecho contacto visual, mi Soñador, estaba muerto. Perfecto. Era justo lo que necesitaba mi mente morbosa: otra excusa para hacer daño a la gente.

Me aclaré la garganta y me encogí de hombros.

–No me acuerdo. Los recuerdos son borrosos –mentí–. Supongo que también podría ser por los medicamentos.

–¿Así que estás durmiendo de verdad? –Addie echó un vistazo a mi cara y frunció los labios–. Con razón tienes tan buen aspecto.

Finn tosió y rio a la vez, y Addie se ruborizó.

–Tan sano, quise decir –murmuró.

Dejé de caminar al sentir una oleada de náuseas. Encontré una sala de espera a un costado y me senté.

–¿Y el doctor Freeburg? –preguntó Finn. Levanté la cabeza para mirarlo.

–¿A qué te refieres? –al instante empezaron a sudarme las palmas de las manos, y me las enjugué contra la delantera de mi bata de hospital.

–Su sueño era perverso. –Finn esperó que yo respondiera, de modo que asentí–. ¿Crees que sea él quien ha estado amenazando a Mia?

–No.

En el sueño lo había pensado, pero no tenía mucho sentido una vez que desperté. Tal vez no podía culpar de nada al hombre a quien quizás había asesinado. De todos modos, si era él quien había enviado los mensajes, el problema ya estaba resuelto.

Tragué... con fuerza.

Addie me observaba atentamente, con los labios curvados.

–¿Por qué no?

–Yo... no creo que haya sido él. ¿Cómo podría saber mi nombre y mi número del fútbol para la dirección de correo electrónico?

–Tal vez ella le habló de ti, de que estabas siguiéndola –sugirió Finn; se frotó la muñeca con la mano izquierda y, con la derecha, sostuvo el soporte del suero.

Me puse de pie.

–Creo que debería volver a la habitación.

–Espera... ¿cómo supiste lo de la dirección? –preguntó Addie, mientras se paraba.

–Mia me puso en la mano uno de los mensajes cuando traté de contarle sobre mi maldición.

Volvieron a mirarse, pero simulé no darme cuenta.

–Disculpen, chicos, pero creo que mejor me voy a descansar.

Me dirigí hacia mi habitación y esperé que me acompañaran. Ambos asintieron y dijeron que entendían, pero yo sabía que no podían comprenderme, no de verdad. Necesitaba que se fueran. Necesitaba tiempo para pensar en todo, para encontrar respuestas que me convencieran tanto a mí como a ellos.

A mitad del pasillo, sonó el celular de Finn, que hizo una mueca al atender. Era la voz de su padre, y no se lo oía contento. Miré a Addie y se encogió de hombros.

–No le dijimos que vendríamos a verte después del cine. Pensamos que todavía estaría aquí.

Entonces Finn respondió:

–Está bien, está bien. Ya vamos –luego cerró el celular–. Papá está en casa. Dice que dejemos en paz a Parker.

–No se preocupen. Vayan. Voy a tratar de dormir un poco.

–No –Addie tenía el ceño fruncido–. Finn puede ir a buscar el auto mientras yo me aseguro de que llegues bien a tu habitación. No tardaremos mucho más, y le prometimos a la enfermera que nos quedaríamos contigo.

Abrí la boca para discutir, pero Finn le pasó el soporte del suero a su hermana.

–Hasta mañana, amigo. Mejórate pronto, ¿OK? La comida de hospital es pésima –hizo como si me diera un puñetazo en el hombro y pasó a mi lado en dirección al elevador–. Cinco minutos, Addie.

Presionó el botón de llamada y a los pocos segundos se abrieron las puertas. Apenas se perdió de vista, tomé el soporte del suero. Addie suspiró y me aferró el brazo con más fuerza.

–Estoy bien, en serio. Puedo caminar sin que me sostengas.

Se ruborizó pero no me soltó. Por esa razón no deberían dejarme estar con gente normal: no había sido mi intención avergonzarla.

–Lo sé –respondió luego de un largo silencio.

Avanzamos callados casi todo el camino, pero no fue incómodo. Me sentía muy bien al estar cerca de ella. Me agradaba el modo en que sus mejillas se sonrojaban un poco cuando me miraba. La tibieza de sus manos en mi brazo. Addie hacía que yo me sintiera mejor. Incluso mis problemas parecían un poco más lejanos cuando estaba con ella.

Con todas las cortinas cerradas, la habitación estaba casi a oscuras cuando entramos. Solo había una gota de luz que se filtraba por la hendija debajo de la puerta del baño e impedía que la negrura fuera total.

Empujé el soporte al costado de la cama y giré cuando oí que la puerta se había cerrado. Entorné los ojos en la oscuridad para ver, pensando que Addie se había marchado. Me sorprendió la intensa oleada de desilusión que sentí.

Pero entonces vi unos movimientos rápidos y silenciosos en las sombras, y ella estaba frente a mí. Su sonrisa suave le curvaba hacia arriba un costado de la boca. Cuando yo también le sonreí, rio. Apoyó su mano tibia en mi pecho y me dio un leve empujón con un dedo.

–Ahora deberías acostarte.

La tomé de la mano y me senté en la cama del hospital. Por un momento, no se movió. El corazón me palpitaba en los oídos, con un sonido casi ensordecedor. Me sentía vivo otra vez.

Ella estaba muy cerca, su mano en la mía. Deseé que la luz estuviera detrás de mí para poder verle los ojos. Más que nada me tentaba extender la mano y... pero no. Finn me mataría.

Con un pequeño suspiro, retiró la mano y se dirigió a la puerta. Encendió la luz y regresó al costado de mi cama. Me clavó los ojos, y me sorprendió la intensidad de su mirada.

–Necesito que me prometas algo.

–Claro –la palabra salió antes de que pudiera pensarla siquiera.

–Duérmete apenas me vaya.

–¿Por qué?

–Si todavía ves sueños, quiero que sean los míos. Me da cierta curiosidad...

Por más que lo intenté, no pude contener la sonrisa burlona que se extendió por mi rostro.

–Ah, ¿sí? ¿Y no vas a sentirte invadida ni nada de eso?

La comisura de su boca se levantó en una sonrisa pícara.

–No. Si te invitan, es diferente.

Concordé en eso, levanté las piernas sobre la cama y me las tapé con las cobijas. No era un pedido difícil. Ahora que ella no estaba tan cerca, mi corazón aminoró su frecuencia y me tranquilicé. El cansancio me arrolló como un camión. Mi cabeza pesaba una tonelada. Solo la expresión en el rostro de Addie me impedía reclinarme sobre la almohada y cerrar los ojos. No supe cómo, pero la conocía lo suficiente para ver lo angustiada que estaba. Me invadió una extraña mezcla de culpa y un intenso deseo de hacerla sentir mejor.

Extendí la mano y le tomé los dedos.

–¿Qué tienes?

Con un movimiento rápido, se sentó en mi cama y me rodeó el cuello con ambos brazos. Sin siquiera pensarlo, la abracé y la estreché con fuerza. Se me quedó el aliento en la garganta, y me sentí sumamente consciente de su cuerpo contra el mío. Le temblaban los hombros; la abracé con más fuerza. Habría hecho cualquier cosa con tal de verla feliz otra vez.

–¿Addie? ¿Qué pasa?

–No tienes idea. Pensé... todos pensamos... que ibas a morir.

Aparentemente, le hizo bien decirlo, porque dejó de temblar. Sus dedos se aferraban a mis hombros como si fuera la salvación. No supe qué decir, de modo que le acaricié la espalda y la dejé continuar. Su aliento me entibiaba la piel mientras hablaba contra la fina bata de hospital.

–Y entonces despertaste, y yo estaba aquí, y parecías estar bien. Y después tú... tú... –movió la cabeza y no terminó la frase.

–Estoy bien. Todo está bien.

No tenía idea de cómo hacerla sentir mejor. Aquello era territorio desconocido para mí y no me sentía preparado.

Addie respiró profundamente varias veces, y mi cuerpo se movió con cada inhalación. Su aroma, fresco y cítrico, me rodeaba. No quería soltarla jamás.

–Por favor, cuídate. Necesitas... necesito que estés aquí.

No supe qué responder. Abrazarla me parecía increíble, natural. Me estremecí de entusiasmo al oír sus palabras, pero a la vez me dio cierto temor. Era la hermana de Finn: eso era una traición grave. ¿Cómo podía resolverlo? No quería lastimar a ninguno de los dos. Ni a mí mismo, para ser sincero. Respiré hondo, vacilante.

–No me iré a ninguna parte.

Ella se apartó, sonrió y me dio un beso en la mejilla. No podía pensar correctamente. Sus labios eran muy suaves. Aún podía sentirlos contra mi piel mientras la observaba levantarse de la cama, apagar las luces y salir de la habitación.

–Buenas noches.

En el silencio, empecé a darme cuenta de mi idiotez. En las últimas semanas, Addie se había convertido en otra mejor amiga. Esto, fuera lo que fuese, probablemente arruinaría ambas amistades. Ya era difícil obligarme a no pensar en estar otra vez cerca de ella. ¿Cómo no preguntarme qué se sentiría al besarla? Tal vez podría hablar con Finn. ¿Realmente le importaría?

Sí. Sí, le importaría.

Me presioné la frente con las manos y rezongué. Me recliné otra vez sobre la almohada y cerré los ojos. A medida que mi mente se dejaba llevar, la atravesaron algunas imágenes de Oscuridad y del doctor Freeburg, como una avalancha que subía por mi espina dorsal.

Me incorporé en la cama, sabiendo lo que tendría que hacer. No podía arriesgarme con Addie. De algún modo, tenía que poner fin a lo que fuera que estaba sucediendo entre nosotros antes de que realmente empezara.

En mi mente vivía una especie de monstruo y no merecía nada de Addie. En realidad de nadie: de Finn, de Mia, ni siquiera de mi madre. No merecía su confianza, cuando ni siquiera yo mismo podía confiar en mí.

No debía poner en peligro a ninguna de las personas que más significaban para mí, no hasta estar seguro de lo que había ocurrido con Freeburg. No hasta saber que estar conmigo no era peligroso para ellos.

 

Ir a la siguiente página

Report Page