Insomnia

Insomnia


CATORCE

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Catorce

Desde el mismo instante en que comenzó, el sueño de Mia me estremeció hasta lo más profundo. Ya no estaban las escenas tranquilas ni la entrada apacible. Las capas de su sueño vibraban a mi alrededor con tanta intensidad que sentí como si me hubiese golpeado con ellas. El impacto me sacudió hasta hacerme doler los dientes.

Traté de orientarme en medio de la locura. La pesadilla giraba a mi alrededor como un caos. Mia y yo estábamos de negro, vestidos de sombras. Ella estaba sentada en el suelo a mi lado, abrazando sus rodillas, sollozando y meciéndose hacia adelante y atrás. A nuestro alrededor giraban otros niveles del sueño: fragmentos de visiones, pesadillas y recuerdos en una sopa retorcida de confusión. Cada ruido reverberaba mil veces.

Mi mente se replegó ante aquel ataque a mis sentidos, resistiéndose a aceptar la pesadilla que se había apoderado de mi santuario. Sus sueños no eran así. Allí no había nada pacífico ni bello. Me arrodillé en el suelo a su lado y apreté los puños contra mis oídos para tratar de recuperar un poco de cordura. Yo no estaba provocando todo aquello... ¿o sí?

Los ruidos se acallaron hasta que no oí más que un leve crepitar. Percibí un fuerte olor a quemado. Sentí alivio hasta que los sollozos de Mia se intensificaron y sus emociones me golpearon. Eran como trenes idénticos de angustia y miedo, que me dejaron jadeando y con los ojos dilatados. Mi cerebro no podía pensar ante tanto dolor y tanta locura. ¿Qué estaba ocurriendo?

La escena dejó de girar, y nos encontramos en un patio delantero cubierto de césped. Seguramente los otros niveles se habían separado por el momento. La casa que teníamos ante nosotros estaba a oscuras, pero vi que el fuego se extendía rápidamente por todas las ventanas. En lo que me parecieron segundos, me vi envuelto en llamas.

Entonces oí los gritos.

Pensé que era Mia, pero luego me di cuenta de que provenían de la planta alta. Ella se acomodó de costado y se rodeó la cabeza con los brazos. Mientras su angustia aumentaba, me invadía poco a poco. Lo único que importaba era ponerle fin. Sin poder cerrar los ojos ni bloquear realmente el sonido, ella empezó a agitar los brazos y las piernas, tratando de apartarse.

En la casa, los gritos se hicieron más fuertes, y me obligué a enfrentar el incendio. Si Mia tenía que presenciarlo, yo también lo haría.

Dentro había figuras que se movían. Vi caras en la ventana de la planta alta: un hombre y una mujer, ambos mayores. La mujer tenía cabello castaño largo, y el hombre, ojos azules, oscuros, penetrantes. Tenían que ser sus padres. Los observé golpear la ventana. El hombre forcejeaba con el cerrojo, intentando abrirla.

El humo nublaba la escena y no se podía ver bien. Luego las dos figuras volvieron a ser visibles cuando las llamas las rodearon. Abrazadas, se fundieron con el fuego, y en cuestión de segundos todo quedó en silencio.

La respiración agitada de Mia rompió la quietud, y me incliné a su lado. Sentí que se me retorcían las tripas. Sabía que mis lágrimas igualaban a las que empapaban su rostro. Cuánto sufrimiento. Esperé con ansias que no se tratara de un recuerdo, pero en el fondo sabía que lo era. La claridad del cielo, las estrellas, la vividez del calor, el olor... todo estaba demasiado bien definido para ser solo un sueño. Era real. Ninguna pesadilla común era así de sólida, así de terrible.

Mia había visto a sus padres morir quemados.

Sentado a su lado, hundí la cara en las manos, sabiendo cuánto había hecho yo por empeorar sus problemas. Con razón ella nunca respondía mis preguntas sobre su pasado. Jamás, ni en un millón de años, me habría imaginado que había sido testigo de algo tan horroroso.

Sabía que no podía tocar a Mia en un sueño, pero aquello era demasiado. No podía limitarme a mirarla, sola con tanto dolor. Extendí ambos brazos y abracé sus hombros temblorosos. Ahogué una exclamación al palpar la tela suave de su camiseta; ella se relajó contra mí y sollozó contra mi pecho. Luego me abrazó y me aferró con tanta fuerza que me costaba respirar. Pude sentir cómo su dolor se apaciguaba. Era muy extraño y no tenía sentido, pero de algún modo, estaba ayudándola a pasar por la pesadilla. Por alguna razón, mis manos no pasaron a través de ella.

Pasé horas abrazándola, mientras las capas del sueño iban y venían. Estábamos sentados en el pasto, y Mia lloró contra mi pecho hasta que las llamas convirtieron la casa en cenizas. Absorbí su tristeza y le acaricié el cabello suave. Olía a sal y a flores. Al tratar de consolarla, se calmaba también mi sentimiento de culpa, aunque no lo mereciera.

Una vez que las llamas se apagaron, la casa y el jardín quedaron a oscuras. Ella seguía aferrada a mí, pero ya no sollozaba. Respiraba con resoplidos silenciosos, que eran cada vez más lentos a medida que recuperaba el control. Las otras capas de su sueño se fueron desvaneciendo, y supe que debería tratar de dormir, pero no podía, no quería dejarla. No la dejaría sola en aquella pesadilla. Se lo debía. Especialmente ahora que ella podía sentirme allí.

–Gracias –susurró Mia.

Sus manos pequeñas me frotaron la espalda y me estremecieron. Estaba tratando de descubrir quién era yo. Sus manos subieron hasta mis hombros y bajaron por mis bíceps hasta que apartó la cara de mi pecho y me miró a los ojos.

Su expresión pasó de la curiosidad al horror, y en una fracción de segundo se puso de pie. Me tendí en el suelo mientras su pánico recorría hasta el último nervio de mi cuerpo y lo transformaba en algo crudo y horrible. Apenas interrumpió el contacto físico conmigo, puso cara de confusión. Giró hacia uno y otro lado, con ojos escrutadores, y extendió los brazos por delante para protegerse. Me di cuenta de que ya no me veía. Me paralicé, tratando de respirar a pesar del miedo. Había tenido la esperanza de poder mostrarle cómo era en realidad, aunque fuese tan solo en sus sueños. Pero era inútil. La culpa era mía. Mis actos habían provocado su terror. No me resistí, a pesar de que era como si un bisturí me cortara las entrañas. Cada corte estaba justificado.

Antes de que pudiera reaccionar, el sueño cambió y empezó a girar a nuestro alrededor como una tela al viento, hasta que nos encontramos en el interior de nuestra escuela. Una tormenta eléctrica hacía vibrar el edificio. Mia corrió hasta la pared y accionó el interruptor de la luz. No pasó nada. Típico de una pesadilla. Mis músculos se tensaron, presintiendo que aquel sueño no iba a mejorar.

Desde el extremo del corredor llegó una risita grave y espeluznante, seguida por el sonido de pasos. Entorné los ojos tratando de ver. Mia se detuvo y quedó inmóvil como una estatua; los dos intentábamos distinguir quién estaba allí. La figura se mantenía en las sombras.

Los pasos se aceleraron y el aire vibró con un gruñido gutural. El instinto de huida de Mia hizo que se me erizara el cabello, y ella echó a correr por el pasillo, tratando de alejarse de la figura. Me vi arrastrado tras ella hasta que pude recuperar el equilibrio y correr a su lado.

El pasillo parecía interminable, y quien la perseguía se acercaba más y más con cada respiración. Mia corrió hasta aferrarse el costado, jadeante. El corazón me latía en los oídos por el esfuerzo. Llegamos al final del pasillo, pero en lugar de las puertas que daban al estacionamiento, había otra pared de armarios... un callejón sin salida.

Mia buscó algo con qué defenderse, pero no había nada. Trató de abrir un locker para esconderse dentro, pero todos estaban cerrados con llave.

Ahora fluían otras emociones junto con el miedo: ira y confusión. Mi propio temor se mezcló con el de ella. Ansiaba ayudarla, protegerla del dolor. ¿Además de haber visto morir a sus padres, tenía que soportar que yo la siguiera a todas partes y la asustara? Ya había sufrido bastante. Si alguien merecía tener sueños pacíficos, era Mia.

Los pasos se hicieron más lentos, y volvió a resonar aquella risa inquietante.

–Por favor... déjame en paz –gimió Mia.

–Sabes que no puedo hacer eso –la voz que provenía de las sombras era profunda, distorsionada y ronca–. Ya te dije lo que siento por ti.

–Amenazar a alguien no es amor –replicó ella, como escupiendo las palabras.

–Tal vez no sabes lo que es el verdadero amor.

Ahora el otro estaba a pocos metros, y la conversación me dio escalofríos. Ya no estaba seguro de querer ver quién era. Encendió un fósforo, y quedé sin aliento al ver a una versión más oscura y fría de mí, que levantaba una antorcha y la encendía. No, aquello no podía estar sucediendo.

La mueca de desdén en mi rostro y el brillo helado de mis ojos eran más oscuros que lo que había visto jamás en un espejo, casi inhumanos. Mia me conocía mejor de lo que yo creía, y mejor de lo que debería. Ella veía la Oscuridad dentro de mí, y esa parte había cobrado vida en sus pesadillas.

Yo ni siquiera podía intentar controlarla.

El miedo de Mia se irradiaba como pulsaciones mientras trataba de apartarse de las llamas de la antorcha y Oscuridad seguía acercándose. No quería ver de qué me creía capaz Mia, pero tampoco lograba apartar los ojos. De pie en el rincón, todo mi cuerpo temblaba con el miedo que había inspirado en ella.

Oscuridad extendió una mano y le tocó la cara. Mia trató de apartarse y él la sujetó por el cabello, y le aplastó la cabeza contra el armario. Mi cráneo estalló con su dolor. Mia gritó y la sangre empezó a correr por el costado de su cabeza.

–Vas a aprender a amarme... a mí y a nadie más.

Ya no era la voz ronca y distorsionada de antes, esta vez era la mía. Pero no tenía sentido... no podía ser yo. Nunca le había dicho nada como eso, nada acerca de “amarla”. A menos, claro, que el mensaje amenazador dijera esas cosas, el que ella creía que yo le había enviado. Me sentía enfermo, abrumado por todas las emociones e imágenes que me rodeaban. Quizá yo no fuera el del sueño, pero provenía de la realidad que le había creado. Mis actos le hacían creer que yo era aquel tipo.

Mia susurró algo que no alcancé a oír, y Oscuridad le acercó la antorcha a la cara. Ella se paralizó, sin poder moverse con las llamas tan cerca. Mi espalda se tensó al sentir su miedo tan crudo. Al haber visto la pesadilla sobre la muerte de sus padres, entendí por qué. Con razón se había negado cuando Jeff había intentado llevarla más cerca de la fogata en la playa.

Me observé –lo observé– tomar un mechón del cabello de Mia y acercarlo al fuego. Ella chilló cuando la llama se elevó, casi llegando a su cabeza, hasta que Oscuridad la apagó entre sus dedos. Rio. Disfrutaba torturándola.

Sabía que tenía que detenerlo, pero no podía. Mis puños pasaban a través de él. Aparentemente, podía afectar al Soñador (al menos así era con Mia), pero en lo que respectaba al sueño en sí, era tan impotente como en cualquier otro. Un trueno sacudió el edificio desde afuera, como un reflejo de toda la frustración que sentía.

Oscuridad, mi otro yo, abrió un armario y sacó una especie de base de metal. Maldije por lo bajo y di un paso atrás. Ese armario había estado cerrado con llave un momento antes, cuando Mia había intentado abrirlo. Oscuridad apoyó la antorcha en la base, con la llama ubicada demasiado cerca del rostro de Mia. Todo su cuerpo temblaba con tanta fuerza que el armario que tenía detrás hacía un extraño sonido metálico que resonaba en el corredor vacío.

Con una mano, Oscuridad la aferró por el cabello detrás de la cabeza y le aplastó la cara contra la de él. Su otra mano recorrió libremente su cuerpo, y Mia gritó.

Me estremecí y retrocedí para alejarme de la escena. No podía hacer eso, sentir eso; no podía ser parte de esa locura.

Hiciera lo que él hiciera, parecía que Mia no podía moverse. Tenía los ojos clavados en el fuego, paralizada. Mis peores temores estaban desarrollándose ante mis ojos, y sentí el terror de Mia... el terror de mi víctima. ¿Cómo había podido permitirme llegar a ser semejante monstruo en su vida? ¿Acaso estaba dentro de mí, ansioso por salir a la superficie?

No, era peor que eso. Sabía que ya había ganado cierto control sobre mí.

Oscuridad volvió a estrellar la cabeza de Mia contra el armario, y gruñó:

–Bésame o haré que desees haberlo hecho.

Ella no parpadeó. No apartaba los ojos de la llama, pero seguía allí, resistiéndose por resistirse. Con ira, abrió la boca y unió los labios hacia dentro hasta que solo quedó una fina franja rosada. Era fuerte. Seguía siendo ella misma.

Oscuridad rugió: un sonido de furia como nunca había oído. Volvió a golpear la cabeza de Mia de lleno contra el armario. La sangre goteaba hacia el suelo. Lo hizo otra vez. Y otra. Y otra más. Ella seguía con los ojos abiertos, pero parecían desenfocarse a medida que el sueño se desdibujaba.

–¡Basta! –sentí que mi voz se arrancaba de mi garganta. Mi cerebro se aplastaba bajo una oleada tras otra de dolor–. ¡Deja de lastimarla!

Nada cambió; nadie me oyó. Seguí gritando hasta que me ardió la garganta, y golpeando las manos contra el armario hasta hacerlas sangrar, pero no producían ningún sonido. Me acurruqué más en el rincón, temblando y sollozando mientras me observaba moler a Mia a golpes. Ella tenía el rostro irreconocible, salvo por sus ojos de un azul oscuro. Ya no miraban la llama. Más bien parecían estar mirando directamente hacia mí. A mi verdadero yo. Y con un último golpe demoledor contra el armario, se cerraron, y me liberaron de mi propio infierno.

 

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