Insomnia

Insomnia


QUINCE

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Quince

Cuando mamá me oyó vomitar en el baño, me dijo que no fuera a la escuela. Era viernes, así que ya sabía que faltaría a un examen de Historia, pero no me importaba. No estaba realmente enfermo, claro; al menos, no exactamente, pero me alivió poder quedarme en casa. Cada vez que parpadeaba, veía imágenes de la pesadilla de Mia; me revolvían el estómago.

De modo que allí estaba yo, en casa durante el día. Otra vez solo. Había intentado dormir, ir a mi “nada blanca”, aunque fuera tan solo para huir de las imágenes que no dejaban de impactar en mi cerebro como perdigones disparados a quemarropa. Pero, por primera vez en años, no pude.

Lo último que quería hacer era revivir lo que había visto en la pesadilla de Mia, pero no lograba quitármela de la mente. Cada recuerdo me traía más preguntas y más preocupación. ¿Quién le había enviado ese e-mail? ¿Qué decía? ¿Qué había provocado el incendio en el que habían muerto sus padres?

Durante la primera semana de clases, Addie había dicho que Mia concurría a terapia. Eso era bueno. Si aquel incendio era un recuerdo, y especialmente si era reciente, necesitaría toda la terapia posible. Pero para responder todas las preguntas que tenía, tendría que conseguir que Mia me hablara, y las posibilidades de que eso ocurriera pronto eran nulas.

Además, el sueño me había traído más preguntas, no solo sobre Mia. Por ejemplo, ¿cómo había podido tocarla? ¿Acaso sería otro aspecto único de Mia? Hacía años que yo no intentaba tocar a un Soñador; ¿qué había cambiado? ¿Podría tocar a cualquiera? ¿Ella realmente me había visto? ¿Lo recordaría después?

Gruñí y le di un puñetazo al cojín del sofá. Me habría encantado que, por una vez, algo fuera fácil.

Llamaron a la puerta. Eché un vistazo al reloj del microondas. Había terminado el horario de clases, y supuse que, después de lo de la noche anterior, Finn aparecería en algún momento.

Cuando abrí la puerta, se le borró la sonrisa.

–Epa, ¿estás enfermo de verdad? Supuse que sería una excusa, pero se te ve muy mal.

–Enfermo no, pero me siento terrible.

Me recosté contra la mesada y me alegré de que todavía faltara tiempo para que mamá llegase a casa. Si a Finn le parecía que se me veía mal, ella se asustaría mucho más.

Finn acercó una silla y se sentó al revés, de frente a mí. Cruzó los brazos sobre el respaldo de la silla y frunció el ceño.

–¿Qué pasó?

–No lo sé. –Meneé la cabeza–. ¿Sabes qué les pasó a los padres de Mia?

–No. Addie quizá lo sepa, pero no me habla desde ayer. ¿Sus padres estaban en el sueño?

–En una parte, sí –me acerqué a la mesa y saqué una silla para mí. Mi cuerpo me pesaba demasiado para seguir sosteniéndolo. Crucé los brazos sobre la mesa y me dejé caer en la silla–. En el sueño, ella estaba sentada frente a la casa y vio a sus padres morir quemados en un incendio.

Finn apartó la mirada y no habló por un momento. Cuando lo hizo, fue con voz baja y sombría.

–¿Crees que eso haya sucedido realmente?

–Sí –no serviría de nada negarlo, pensé.

–Tiene que haber sido horrible.

Finn fue hasta el refrigerador y sacó un refresco. Me ofreció uno, pero negué con la cabeza.

–A partir de allí, el sueño fue de mal en peor.

Finn vaciló mientas destapaba la bebida y volvió a sentarse.

–¿Qué puede ser peor que ver eso?

–Verlo no fue tan terrible como sentirlo –murmuré.

Finn dejó el refresco sobre la mesa, delante de él.

–¿Eh?

–Yo podía sentir lo que ella sentía. Eso no es nada nuevo; siempre me ha sucedido eso con los Soñadores. Por lo general, no es tan malo –pasé los nudillos sobre la superficie de la mesa y levanté la vista–. Pero esta vez fue terrible.

–Ah –Finn bebió un sorbo, con los ojos como platos–. Caray.

Nos quedamos callados. Los grandes tragos de mi amigo resonaban en la habitación. El reloj de pared de la cocina marcaba los segundos. Ya no habría secretos. Ya no estaría solo en esto. Tenía que contarle todo.

–Alguien la perseguía por el pasillo de la escuela. Creo que le tiene miedo al fuego, lo cual es lógico, si realmente les pasó eso a sus padres –le conté todo de una vez, como si fuera un veneno que hubiese estado guardando, algo que pudiera matarme si no lo contaba–. El caso es que, cuando el tipo la alcanzó... era yo.

Finn hizo una mueca.

–¿Tú la perseguías? ¿Por qué?

–En realidad, no era yo. Ella soñó que era yo. Cree que fui yo quien le envió ese mensaje, por eso en su sueño... –tracé la veta de la mesa con el dedo–. Tuve que verme como el villano.

Finn bebió un sorbo y jaló su oreja. Se puso de pie y salió de la habitación. Regresó unos segundos más tarde con mi pelota de baloncesto.

–Vamos. Practiquemos mientras conversamos.

Me encogí de hombros y lo seguí al jardín. Se paró tras la línea de foul que habíamos pintado en la entrada cuando teníamos trece años. Lanzó la pelota y encestó.

–¿Y tu otro yo la alcanzaba?

–Sí.

–¿Y?

Recuperó la pelota y me la arrojó. Lancé, pero erré; no me importó. Mi mente se llenó de recuerdos de la pesadilla.

–Ella piensa que soy un monstruo. No sé qué decía ese mensaje, pero debe de haber sido malo.

Pasé las manos entre mi cabello y tiré de él. Por algún motivo, el dolor me hizo sentir mejor. Quizá porque lo merecía.

–Y ¿qué pasaba?

Finn sostenía la pelota con tanta fuerza que sus nudillos resaltaban, muy blancos, contra el resto de su piel.

Tomé aliento y respondí en voz baja, mirando a cualquier parte menos a él.

–En el sueño, yo le acercaba una antorcha al cabello y le golpeaba la cabeza contra un locker hasta que estaba tan ensangrentada que ya no podía verle la cara.

Me recorrió un escalofrío y moví los brazos para quitármelo.

Finn soltó un silbido grave antes de volver a lanzar la pelota.

–¿Tu otro yo decía algo?

Pensé, haciendo memoria.

–Algo acerca de hacer que Mia lo amara.

–Bien, entonces sabemos que el psicópata que le envió el mensaje probablemente haya dicho eso –Finn hizo rebotar la pelota entre sus piernas mientras hablaba–. Y con semejante violencia, podemos suponer que también incluyó algunas amenazas bastante feas –giró sobre un pie hacia mí–. ¿Tienes idea de quién pudo haber sido? ¿Alguien que haya estado antes en sus sueños?

–No, siempre estaba sola, hasta ahora. Antes de anoche, sus sueños eran bastante repetitivos.

–¿Eso es normal? ¿Tener los mismos sueños una y otra vez?

–Bueno, las pesadillas pueden repetirse por las emociones fuertes ligadas a ellas, pero nunca vi algo similar –tomé la pelota de las manos de Finn y volví a lanzarla desde el área de tiro libre... y erré–. Fíjate que anoche, ella lloraba durante el incendio, y yo la abracé. Nunca había podido tocar a un Soñador. Pero cuando lo hice, me sintió. Eso sí que es nuevo.

Parpadeé varias veces y me froté los ojos. Ya no querían enfocarse.

Una gran sonrisa se extendió por el rostro de mi amigo.

–Acción en sueños... genial.

Traté de reír, pero hasta a mí me sonó forzado.

–Sí, hasta que me vio la cara y se asustó. Entonces empezó la otra parte del sueño.

La sonrisa de Finn cedió un poco, pero siguió picando la pelota.

–Y ¿estás seguro de que nunca habías tocado a nadie en un sueño?

–No. Lo intenté, pero nunca dio resultado. Aunque hacía mucho que no lo hacía. Tal vez ahora haya cambiado algo.

–Pero ¿qué?

–Ni idea, pero ahora llevo más tiempo haciéndolo. ¿Será que puedo controlarlo más? –me encogí de hombros–. No hay manera de estar seguro.

Finn asintió y metió la pelota en el cesto. Luego la recogió y se volvió hacia mí.

–Y ¿cómo vamos a averiguar quién envió realmente el mensaje?

Me quedé mirándolo. En realidad, no había esperado que siguiera ayudándome. Después de la noche anterior, me sentía inútil; quizá todos estarían mejor si me marchaba, si huía y no regresaba jamás. Aunque, si el loco del mensaje hablaba en serio y trataba de lastimar a Mia después de que me hubiera ido, jamás me lo perdonaría.

Claro que era probable que pronto estuviera muerto... pero sería un fantasma muy enojado.

Le quité la pelota a Finn y por fin pude encestar.

–Tenemos que empezar por averiguar quién puede querer hacerle daño –hice picar la pelota un momento y luego me encogí de hombros–. Estuve siguiéndola y no descubrí nada. Los únicos con los que la veo son Jeff y Addie.

–Sí, tal vez necesitemos ayuda para resolver esto.

–En ese caso, tenemos dos opciones: preguntárselo a Mia, lo que en realidad no es una opción, o acceder de alguna manera a su compu-tadora. Si conseguimos el mensaje y vemos la dirección, sería un buen comienzo.

–Tres, en realidad –Finn recogió la pelota y la hizo picar un poco antes de lanzar un triple–. Podemos tratar de convencer a Addie de que nos ayude. Ellas están juntas todo el tiempo. Si logramos ponerla de nuestro lado, podría ayudarnos a averiguar quién lo envió, y tal vez hasta conseguir el mensaje.

Fruncí el ceño.

–No te habla ni siquiera a ti. ¿Por qué piensas que va a ayudarme?

–Es Addie. Si alguien puede convencerla, eres tú. Es amiga tuya desde hace casi tanto tiempo como yo. Créeme. Quiere creer que no eres malo.

Yo no estaba tan seguro, pero me encogí de hombros. A esa altura, valía la pena intentar cualquier cosa.

–¿Alguna vez observas sus sueños?

–No.

Tomó la pelota y la sostuvo, quieta.

–¿Por qué no?

Busqué en mi mente una razón mejor que la verdadera. Sabía que a Finn no le agradaría si le dijera que su hermana era la única chica que me había gustado de verdad, y no quería correr el riesgo de arruinar las cosas. Aunque no hubiera ido en contra del código de amistad, después de oír lo que pensaba Finn de que Jeff saliera con la hermana menor de Matt, era obvio que quedaba descartado.

–No lo sé –respondí por fin; luego le quité la pelota. Buena respuesta. Genial.

–Bueno, pues vas a tener que hacerlo... esta noche –Finn recuperó la pelota–. Así mañana puedes contárselo a ella también.

Me parecía una locura pensar siquiera en confesarle a alguien más que era un Observador. No era que no confiara en Addie, pero últimamente ella ya pensaba que estaba loco. Sería muy arriesgado hablarle de los sueños. Apreté y aflojé los puños varias veces, para liberar la tensión.

–Sin otra opción que entrar por la fuerza a la casa de Mia y hackearle la computadora, supongo que vale la pena intentarlo.

Miré a Finn a los ojos. Era perturbador verlo tan serio. Tan poco habitual en él.

Tomé la pelota y la hice picar un momento, disfrutando la sensación de control en mis manos.

–Pero no bastará con una sola noche. Es posible que ella no recuerde lo suficiente de sus sueños como para poder convencerla. Necesito un par de días, para estar más seguro.

–Pues mejor empieza hoy mismo. La necesitamos para que nos ayude a convencer a Mia de que eres inocente.

Mi siguiente lanzamiento rebotó en la tabla, pero Finn saltó y la empujó hacia arriba y adentro.

–Qué malo eres. ¿Por qué era que no estabas en el equipo de baloncesto?

–Porque soy humilde –sonrió–. No me gusta acaparar toda la gloria, ¿sabes? Trato de compartirla con fracasados como tú.

–Caray. Qué generoso –respondí riendo.

–Así soy yo.

Puse la pelota bajo el brazo y me encaminé a la casa. Me sentí mucho mejor al tener un plan. Aunque me pareciera una locura contárselo a Addie. Después de la noche anterior, ya no podía quedarme sin hacer nada.

 

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