Insomnia

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DIECIOCHO

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Dieciocho

–Solo un poquito más allá.

Los ojos de Addie brillaban mientras volvía a jalarme la mano. Yo ni siquiera creía tener la energía para caminar tan rápido como ella quería. Pero no se detuvo hasta que llegamos a la puerta trasera de la enfermería.

Cuando entramos, la señora Allison se puso de pie detrás del escritorio. Su cabello parecía un casco de fútbol americano esponjoso, color café, pero tenía un rostro que irradiaba bondad.

–Hola, Addie –me miró, preocupada–. Caramba, me parece que no te sientes bien, ¿verdad?

Eché un vistazo a Addie y me volví nuevamente hacia la enfermera.

–No. Creo que no.

–Últimamente Parker tiene problemas con... las jaquecas. Tiene libre esta hora para estudiar, y se me ocurrió que podría hacerlo en uno de los consultorios vacíos. Le cuesta mucho concentrarse con todos los demás alumnos en la sala de estudio –Addie me miró brevemente y asintió.

–Ah, sí; en realidad, son migrañas –levanté una mano y me froté la nuca–. Es muy difícil concentrarse allá.

–Pobrecito –dijo la mujer y me tocó la frente con el dorso de la mano. Al cabo de un momento, aceptó–. Esas migrañas pueden complicarte la vida, ¿no es cierto? –asentí mientras ella volvía a sentarse–. Addie, querida, llévalo al consultorio del fondo. De todos modos, se usa más que nada para guardar cosas.

–No hay problema.

Addie fue caminando prácticamente a los saltitos mientras me conducía por el pasillo silencioso a una habitación medio llena de cajas. Entró, dejó su mochila y apiló algunas de las cajas contra la pared opuesta.

–Addie… –dejé mi mochila y me puse a ayudarla–. ¿Por qué necesito estudiar aquí?

–No lo necesitas –respondió, con una sonrisa amplia y bella, y puso otra caja contra la pared.

–Ah.

Mi mente quedó en blanco. No tenía idea de qué decir. Con ella tan cerca, no podía pensar.

–Excelente respuesta –dijo.

Rio y volvió a ocuparse de las cajas. Aparentemente, no quería contarme su plan hasta haber terminado de reorganizarlas, de modo que me quedé tranquilo y seguí ayudándola. En pocos minutos, la habitación estaba ordenada y fui a sentarme en la camilla del rincón, confundido.

Addie cerró la puerta y vino a sentarse a mi lado. Me perturbaba percibir lo bien que olía y cómo su pierna se apoyaba contra la mía. No sabía por qué, pero mi cerebro parecía incapaz de concentrarse en otra cosa. Tenía un aroma fresco, como a jabón y jugo de naranja. Su perfume absorbió todo lo que podía servir en mi cerebro y lo convirtió en una esponja. Cerré los ojos y respiré hondo.

–Eso es exactamente lo que yo estaba pensando.

Abrí los ojos al instante y me quedé mirándola. Era imposible que estuviera pensando lo mismo que yo.

–¿De veras?

–Tal vez no –frunció el ceño, y prosiguió–. Esto va a salir bien, ¿no?

Asentí antes de poder evitarlo.

–Es probable.

Addie ladeó la cabeza y tiró de un mechón de su cabello. La comisura de su boca se curvó hacia arriba.

–No tienes idea de lo que estoy diciendo, ¿verdad?

–Ni la menor idea –sonreí y me encogí de hombros–. Pero esto es muy entretenido.

Addie rio.

–¿Que puedas descansar un poco más?

Abrió las manos y dio unas palmaditas en la camilla donde estábamos sentados.

–Ah.

En la quietud, miré a mi alrededor en la habitación sin ventanas. No era que nunca hubiera tratado de descansar durante la hora de estudio, pero el único beneficio de dormir como lo hacía era lograr un poco de paz para mi cerebro. Con todos los otros alumnos charlando y riendo en la sala de estudio, no podía hacerlo. Aquí había silencio. Era genial. Ella era un genio.

Se mordió el labio y echó un vistazo a la almohada que estaba detrás de mí.

–Es perfecto, Addie.

La rodeé con un brazo y la atraje hacia mí.

–Bien –se relajó contra mi cuerpo y puso un brazo en mi espalda–. Quería ayudarte de alguna manera.

¿Cómo era posible que no supiera cuánto me había ayudado ya? Levanté una mano, le apoyé un dedo bajo el mentón y le levanté la cara hasta poder verle los ojos.

–Gracias... por todo.

Sus ojos y sus labios estaban tan cerca que podía sentir su aliento contra mi piel. Me aclaré la garganta y le solté el mentón, pero ella no se movió. Tenía un brillo pícaro en los ojos, como si estuviera provocándome, tentándome a hacerlo y ya.

–No hay de qué –dijo, y me guñó un ojo con una leve sonrisa.

Estaba ansioso por inclinarme hacia ella, sentir sus labios suaves contra los míos. Pero no podía. Lo último que necesitaba ahora era otra complicación, o que Finn volviera a enojarse conmigo.

Me recosté contra la almohada y apoyé las piernas en su falda. Estaba atrapada.

–Dime, ¿esta es la habitación que usa Jeff? ¿Deberíamos buscar un poco de desinfectante?

Addie rio e inclinó su frente contra mi pierna.

–Sí, es esta, pero no te preocupes. El primer día que vine a ayudar aquí, traje un frasco gigante. Nadie quiere eso en su consultorio.

–Qué buen servicio.

Aplasté la almohada y le sonreí. Cuando volvió a hablar, un momento después, lo hizo con voz triste.

–¿De veras piensas que podemos averiguar quién está amenazando a Mia? ¿Realmente podemos ayudarla?

No sabía qué decir. Sería fácil consolarla, pero ya no quería mentir.

–En verdad, no lo sé. Pero te prometo que haré todo lo que pueda para que esté a salvo.

–Sé que lo harás –se volvió hacia mí y me miró a los ojos–. Prométeme que tú también te cuidarás.

Al ver su mirada triste, perdí toda mi fuerza de voluntad. A pesar de que acababa de prometer ser sincero, estaba dispuesto a mentir descaradamente para decir lo que ella quería escuchar, para que se sintiera mejor.

–Te lo prometo.

En ese momento supe que había valido la pena mentir. Los párpados se me caían, tan pesados que ya no podía mantenerlos abiertos ni un segundo más.

Apenas me percaté cuando Addie se levantó y salió en silencio.

 

* * *

 

Una hora extra de paz por día no lo resolvía todo, pero me ayudaba más de lo que había esperado. En realidad no estaba menos cansado, pero mi cerebro parecía trabajar mejor.

Además de eso, Addie coordinaba los mejores momentos para hacer contacto visual con Mia, se aseguraba de que estuviera en el lugar indicado en el momento indicado, y después la distraía para que no se asustara tanto.

Finn hizo correr la voz de que me habían operado los ojos y por eso los tenía muy sensibles a la luz. Gracias a eso, todos dejaron de mirarme extrañados al verme con anteojos de sol dentro de la escuela, y hasta los profesores dejaron de reprocharme que los tuviera puestos en clase.

Incluso había ido a algunas de las prácticas de Jeff, los días en que Addie sabía que Mia se quedaría después de hora. Jeff parecía menos frustrado al verme asistir con más frecuencia. Era una situación positiva para todos.

Mis amigos eran increíbles.

Hasta la pesadilla de Mia estaba mejorando, o al menos mejoraba mi actitud hacia ella. Si bien el sueño era casi exactamente el mismo cada vez, la diferencia era yo: si tenía que estar en la pesadilla de Mia, me negaba a ser solamente el villano.

También podía ser el héroe.

Era la única manera en que podía luchar contra mi peor miedo. Ya no tenía temor de morir. No era mi mayor prioridad, claro, pero ahora me asustaba más la parte oscura que vivía dentro de mí. En el sueño de Mia, podía enfrentarla en forma humana. No lograba afectar directamente su sueño, pero si mientras estaba allí lograba convencerla de que no quería hacerle daño, quizá también podría hacerlo en la vida real.

La primera vez que volví a la pesadilla, llegamos al callejón sin salida de los lockers y me quedé observando desde el rincón, preparándome para el dolor y el horror que vendrían, esperando que el monstruo encendiera el fósforo y mostrara mi cara.

–Amenazar a alguien no es amor –volvió a replicar Mia.

–Tal vez no sabes lo que es el verdadero amor.

Encendió la antorcha con una sonrisa burlona mientras mi voz decía las palabras ya conocidas.

Mia se apartó, temerosa, de las llamas, y me dirigí a su otro lado. Me dolía la mandíbula por tenerla apretada. Me sentí lleno de decisión, además de percibir su dolor y su miedo. Esta vez no tendría que enfrentarlo sola. La tomé de la mano y se la apreté en señal de apoyo. Ella se quedó paralizada, observando cómo se acercaban las llamas amenazantes, pero luego de un momento sentí un ligero apretón en respuesta.

Me acerqué más a su hombro y le hablé al oído en voz baja, sin saber bien qué decir, pero con la esperanza de que ella lo recordara.

–Mia, ese no soy yo. Los mensajes no son míos.

Por un momento, me pareció que sus ojos se movían inciertos hacia el costado: un rápido vistazo hacia mí, pero estaba demasiado oscuro para saberlo con certeza.

Oscuridad extendió una mano y le tocó el rostro. Mia trató de apartarse y entonces él la aferró por el cabello y la golpeó contra el armario. Sentí un dolor palpitante en la cabeza. Mia gritó y la sangre empezó a caer por el costado de su rostro.

–Vas a aprender a amarme a mí y a nadie más.

Luché contra el asco que me produjo oír esas palabras en mi propia voz. Le apreté más la mano, buscando alguna manera de sacarla de su pesadilla.

Sus ojos se volvieron hacia los míos y el tiempo se detuvo.

–Tú eres el monstruo.

Sus palabras, dichas en un susurro, fueron como una bola de demolición que me golpeó el pecho. Toda esperanza se hizo añicos dentro de mí, y observé a Oscuridad disfrutar el miedo que se encendía en los ojos de Mia cuando él acercaba la antorcha. Me sentía débil por las emociones de ella. E impotente, sin posibilidad de enmendar el desastre que había provocado. Incapaz de salvarla, bajé la mano y me senté en el rincón, aplastado por la derrota como un insecto bajo un zapato.

Era un error. No podía volver a hacerlo.

Traté de bloquear de mi mente la escena que se desarrollaba a mi alrededor. Me estremecí al sentir el miedo de Mia cuando las llamas tocaron su cabello. Al levantar la vista, quedé paralizado. Mis ojos se quedaron fijos en la única diferencia que había entre esta pesadilla y la anterior: su mano, la que yo le había tomado al hablarle. Era la única parte de su cuerpo que se movía. Se sacudía erráticamente, tanteando aquí y allá. Buscaba algo.

Me buscaba a mí.

Me levanté de un salto y le tomé la mano. Inmediatamente, sentí que perdía un poco de tensión. Me la aferró con tanta fuerza que me dolía, pero no me importaba. Se la envolví con las mías y le di hasta lo último que me quedaba de fuerza. Después de ese momento, sus emociones se calmaron, como si el hecho de saber que no estaba sola la aliviara un poco. Yo conocía muy bien esa sensación.

Con los ojos cerrados, me quedé junto a su hombro y le acaricié la espalda con la otra mano. Le hablé en tono suave, recordándole una y otra vez que aquello no era real. Que solo era una pesadilla. Que pronto terminaría. Aun al sentir que unas gotas de sangre tibia me salpicaban la cara y al oír el golpe de su cabeza contra el armario resonando en el pasillo, no la solté. Mi cuerpo se estremecía con su dolor, pero me quedé a su lado. No dejó de aferrarme la mano, incluso cuando todo quedó en silencio y la pesadilla fue desdibujándose hasta quedar solo la nada.

 

* * *

 

Al despertar a la mañana siguiente, tenía los dedos de los pies casi congelados. Mi persiana estaba levantada al máximo. No recordaba haberla abierto, pero sí haber sentido calor en un momento. No le di importancia. Después de experimentar esta pesadilla de Mia, casi tenía esperanza. Necesitaba ver si su actitud hacia mí cambiaba en algo. Volví a revisar sus horarios y llegué temprano a la escuela; luego convencí a Finn de que esperara conmigo frente a su aula, y mientras tanto le expliqué lo que había ocurrido.

Al llegar por el pasillo, se paralizó y se quedó mirándome.

Mia... sueña con la muerte de sus padres... y que yo la asesino.

Sus ojos estaban entornados, llenos de confusión. Era algo; al menos, era distinto. Normalmente, reaccionaba como si hasta el simple hecho de verme pudiera hacerle daño. Pero esta vez, no.

Alguien chocó contra su hombro, y ella quebró el contacto visual, moviendo ligeramente la cabeza.

Los ojos de Finn se dilataron mientras Mia entraba al aula de enfrente sin volver a mirarnos. Aquello solo podía significar una cosa.

Recordaba algo. Tenía que ser eso.

–¡Qué buen capitán!, ¿eh? Solo aparece en la práctica cuando le da la gana.

Oí el murmullo de Matt y me volví hacia él. Finn también se dio vuelta, y como siempre, estaba listo para salir en mi defensa.

–Oye... ¡uf!

El aliento de Finn salió de golpe cuando Thor nos arrojó contra los lockers. Ninguno de los dos lo había visto venir, pero se escurrió entre nosotros como si estuviera cruzando la línea de llegada en una carrera. Oí su gruñido familiar cuando pasó sin pedir disculpas.

Tardamos un momento en entender lo que había ocurrido. Finn tenía un corte debajo del ojo y le corría sangre por la mejilla. Eché a correr detrás de Thor, lo aferré por el hombro y lo tiré hacia atrás con todas mis fuerzas. Perdió el equilibrio y cayó de lleno al piso.

–¿Qué diablos te pasa? –le grité, mientras los demás alumnos se apartaban de nuestro camino. Matt se quedó cerca, riendo, pero no amagó intervenir en defensa de ninguno de los dos. Era obvio que nuestro equipo de fútbol ya no era bueno.

Thor se puso de pie en un instante. Me sorprendió su rapidez. Ya lo sabía por el fútbol, aunque habría sido bueno recordarlo antes de derribarlo al suelo. En menos de un segundo, su mano enorme envolvió mi cuello. Su impulso me estampó contra la pared, y mis pies quedaron colgando a treinta centímetros del suelo.

Finn jaló el brazo de Thor, pero antes de que pudiera aflojarlo, Matt lo tomó por el hombro y lo sujetó contra los lockers de en-frente.

–No te metas en esto. Solo tratamos de enseñarle a nuestro supuesto capitán lo que pasa cuando se traiciona al equipo.

Los límites de mi campo visual se oscurecieron, pero por fin pude afirmar uno de mis pies contra la pared y, con el otro, pateé a Thor en la ingle con todas mis fuerzas. Salió disparado hacia atrás, y en su caída chocó contra Finn y lo aplastó contra los lockers. Todos caímos al suelo, jadeando.

El director, el señor Lint, se abrió paso entre el grupo de alumnos que rodeaban la pelea. Vi al tipo de la Calavera Ciega detrás de todos, pero al instante se esfumó. Sí que sabía desaparecer. El señor Lint envió a los demás alumnos a sus clases y no se volvió hacia nosotros hasta que casi todos se alejaron.

Se echó atrás el cabello canoso que le llegaba hasta los hombros y meneó la cabeza. Había algo en su cara y en su manera de moverse que siempre me recordaba a William Shakespeare pero con chaleco tejido.

–¿Qué pasa aquí? –preguntó.

–Él nos atacó –murmuró Finn, aferrándose el costado–. Estábamos defendiéndonos.

No era exactamente cierto, ya que si yo no hubiese derribado al gigante, la pelea no habría llegado a tanto. Aun así, me sentí agradecido.

–Fue solo un error, señor Lint.

Di media vuelta hacia la voz y vi a Jeff recostado contra un armario, a pocos metros detrás de mí. Ni siquiera me había percatado de que estaba allí. Oí que Finn exhalaba con fuerza y supe lo que estaba pensando. El director prácticamente idolatraba a Jeff. Creería cualquier cosa que le dijera.

–¿Un error? –repitió el señor Lint, arqueando una ceja. Recorrió con la mirada la sangre en la mejilla y el hombro de Finn y la huella de mi zapato en la camisa blanca de Thor.

–Sí –Jeff se acercó a Thor y le tendió una mano. Él la tomó y se puso de pie–. Probablemente no estaba fijándose por dónde iba y, sin querer, atropelló a los chicos. Ellos pensaron que lo había hecho a propósito, y a partir de allí todo se complicó.

–Sí, bueno... –Lint volvió a observarnos con los ojos entornados–. Supongo que es lógico.

Jeff se acercó a mí y me ayudó a ponerme de pie. Me apoyó una mano en el hombro.

–Y en realidad, nadie salió lastimado. Así que no tiene mucha importancia. ¿Cierto, Parker?

–Sí, claro –me quité su brazo de encima y me acerqué a mi amigo, que estaba levantándose lentamente–. Aunque me parece que Finn debería ir a la enfermería para que le vean esa mejilla, que se golpeó accidentalmente contra el locker.

Lint asintió y se frotó las manos.

–Muy bien, entonces. ¿Puedes acompañarlo a la enfermería, Parker?

–Sí, no hay problema.

Liv Campbell pasó junto a nosotros. Su uniforme de porrista combinaba con su personalidad chispeante. Echó un vistazo al grupo y luego se concentró en mí. Yo esperaba la sonrisa con la que siempre me saludaba, pero en cambio apartó la vista rápidamente. Su expresión era inconfundible: miedo puro.

Maldije por lo bajo y moví la cabeza. Si ella se había enterado del modo en que yo había aterrorizado a Mia en el centro comercial, probablemente ya lo sabía la mitad de la escuela. Perfecto. Como si las cosas ya no estuvieran bastante complicadas.

Nos encaminamos a la enfermería y los demás tomaron la dirección contraria. Jeff se encogió de hombros, con una sonrisa tensa pero mayormente genuina. Había hecho bien en intervenir. Podrían habernos expulsado a todos.

Apenas Jeff y Thor se alejaron lo suficiente para no poder oírlo, Finn resopló, pero parecía estar bien.

–Este año se pone cada vez mejor. En cualquier momento, va a aparecer un tipo con un gran cheque y unas chicas sexies en bikini.

Reí y tomé su mochila.

–Seguro que será lo próximo.

–Entonces, sabes que Matt y Thor quieren sacarte del equipo, ¿no? –Finn emitió un quejido mientras me miraba de reojo.

Abrí la puerta de la enfermería y esperé a que entrara.

–Lo sé.

–Solo me aseguraba.

 

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