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INFERNO I - INFERNO » VI. La mariposa de la muerte

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VI

LA MARIPOSA DE LA MUERTE

(Acherontia atropos)

ENSAYO DE MISTICISMO RACIONAL

El mújol, que vive a flor de agua, casi al aire libre, tiene los costados de un blanco plateado y tan sólo el lomo coloreado de azul. El gobio, que busca las aguas profundas, comienza a tomar una coloración verde marina. La perca, que se mantiene a una profundidad media, es ya oscura, y sus fajas laterales dibujan en negro las florituras de las olas. La carpa y el esmarrido, que escarban en el cieno, tienen su mismo color verde oliva. El jurel, que vive en las regiones superiores, reproduce en su lomo el mecerse de las olas, igual que lo haría un pintor de marinas. Pero el jurel dorado, brincando en medio de los golpes de mar, cuyas salpicaduras descomponen los rayos del sol, ha adquirido los colores del arco iris, impresos sobre un fondo de oro y plata…

¿Qué es todo esto sino fotografía? En su placa de plata, ya sea cloruro, bromuro o yoduro de plata, pues se supone que el agua marina posee estos tres halógenos, o en su placa albuminosa o mejor gelatinosa, impregnada de plata, el pez condensa los colores refractados por el agua. Sumergido en el revelador, sulfato de magnesio (hierro), el efecto en el statu nascenti se vuelve tan enérgico que la heliografía se produce directamente. Y el fijador, el hipo-sulfito de sosa, no debe encontrarse muy lejos para el pez que vive en el cloruro de sodio y las sales de sulfato y que, por otra parte, aporta su provisión de azufre.

¿Es esto algo más que una simple metáfora? ¡Por supuesto! Admitiendo que el plateado de las escamas de los peces no sea de plata, el agua marina siempre contiene cloruros de plata y el pez es poco menos que una placa de gelatina.

Ahora bien, existen otras causas aparte de las químicas para estas reproducciones gráficas de la naturaleza. Así el leopardo tiene el pelaje moteado, con unas manchas que se asemejan a pisadas de gato o de perro, con los cinco dedos de la pata delantera. ¿Será porque una hembra preñada fue atacada alguna vez por perros o gatos, y sus crías recibieron las manchas o «antojos» que la ciencia reconoce en embriología?

Refiere Haeckel que un toro, tras haber perdido el rabo al cogérselo en la puerta del establo, procreó una raza bovina sin rabo.

El azar en el origen de las especies…

No había visto jamás la mariposa de la muerte o Acherontia atropos,[6] la mariposa con un cráneo humano en el coselete, cuando la compré en el establecimiento de un naturalista. Asombrado de ver la imagen más claramente marcada de lo que había creído, me puse a estudiar este insecto.

Y leí que, según los bretones, presagia la muerte. Deja oír un grito quejumbroso cuando está inquieta; la oruga se nutre de solanáceas, de jazmín y de la manzana espinosa, la Datura stramonium, y se enquista profundamente en tierra envuelta en un capullo aglutinado.

Mucho tenía que ver todo ello con la muerte: el anuncio de defunción, el canto lúgubre, el mortal brebaje del estramonio, la sepultura de la oruga…

Amado lector: no soy yo de naturaleza supersticiosa, pero cuando, tras haber reunido toda esta información, di con Réaumur, el célebre físico y especialista en insectos, que cuenta que la mariposa de la muerte hace aparición periódicamente y sobre todo en las épocas de grandes epidemias, comprenderás que meditara acerca de las costumbres de esta mariposa y la relación con su macabro tórax.

Por lo pronto, la oruga se alimenta de solanina y de daturina, dos alcaloides vegetales, emparentados con la morfina, pero también muy próximos a unos venenos que emanan los cadáveres, la tomaína y la leucomaína. Estos tóxicos exhalan un olor a jazmín,[7] a rosa, a almizcle,[8] entre otros.

Existen plantas llamadas de cadáver (Arum, Stapelia, Orchis, etc.), que huelen a cadáver, tienen un color cadavérico y atraen a los insectos carroñeros.

¿No es lógico que la mariposa de la muerte visite los lugares donde las epidemias causan estragos y donde existen cuerpos en descomposición?

Además, la solanina es un veneno narcótico. ¿Será por ello por lo que la mariposa duerme de día y de noche, y vegeta y no se reproduce más que a la hora del crepúsculo?

Y la daturina contiene los dos alcaloides: la atropina y la hiosciamina; la atropina de la belladona dilata las pupilas, o por lo menos hace insoportable la luz diurna. ¿Será ésta la causa de los hábitos crepusculares de la mariposa de la muerte, de que ésta tema el sol y esté obligada a pesar de ello a dormir de noche por el efecto narcótico de la hiosciamina? Así parece. Ahora bien, la hiosciamina, el veneno del beleño, provoca en su víctima el efecto secundario de ver los objetos agrandados (megalopsia).

Imaginémonos, entonces, una mariposa de la muerte que, extraviada por su olfato, acude a los cementerios, a los vertederos, en torno a los cadalsos y a las horcas, donde observa cráneos humanos formidablemente agrandados, y preguntémonos seriamente si ello puede actuar sobre los nervios de una mariposa, impresionable hasta el punto de lanzar quejidos lastimeros cuando se la molesta, una mariposa bajo el doble delirio del celo y del veneno embriagador del beleño; una doble ebriedad equiparable al trastorno histérico.

Admito que se trata de un salto considerable, pero el gran naturalista que ha señalado la semejanza existente entre las mariposas y las flores, y que creía en una semejanza protectora entre las propias plantas, no habría retrocedido ante una consecuencia natural y lógica, en vista del alto desarrollo psíquico y moral de los insectos.

Tras haber escrito las líneas precedentes, leo, en Bernardin de Saint-Pierre, que la mariposa de la muerte es conocida también como Haïe,[9] debido al quejido lastimero que deja oír.

¡Cómo suena ese «ay»! El grito de dolor de todos los pueblos de la tierra; el grito del tardígrado quejándose de lo amargo de la existencia; el grito de pesar de Apolo por la muerte de Jacinto, que él dibujó en el cáliz de la flor que lleva el nombre del amigo muerto.

Ahora bien, existe otra flor en cuyo cáliz hay trazado el «ay» que todos nosotros hemos leído antes incluso de saber leer. Es la espuela de caballero cultivada, Delphinium ajacis, que Ovidio, el más audaz de los evolucionistas, afirma que germinó del suelo donde fue derramada la sangre de Áyax.

El cianuro de la espuela de caballero de color azul, producido por la sangre y el hierro de Áyax: ¡ferrocianuro! Diríase que Ovidio conocía la química.

Pero Bernardin añade: «El polvillo de las alas de esta mariposa resulta muy perjudicial para los ojos.»

He tratado, en el microscopio, este polvillo con unos reactivos que han señalado la existencia de un alcaloide vegetal; por tanto, como la atropina, la estricnina, etc., lo que no es más maravilloso que el hecho de que las cicindelas segreguen trietilfosfina o de que las cantáridas produzcan cantaridina, próxima a la digitalina.

Por más que se pueda pensar que adopto una actitud de escéptico frente a todos estos intentos de encontrar una relación entre los ocelos de la mariposa de la muerte y su modo de vida, conozco perfectamente el método del que me he servido.

Por lo pronto, me digo: es un capricho de la naturaleza sin importancia. ¡Está bien! Pero ¿por qué no admitir el derecho al capricho en la naturaleza, capaz de engendrar una raza bovina, por la simple negligencia de que un boyero, al ir a cerrar la puerta, atrape en ella la cola de un toro? O, admitiendo el capricho como algo existente, reconozcámoslo también en este caso: aunque se trate de un capricho, no es ningún milagro que un insecto adapte su aspecto exterior al medio ambiente, cuando la mariposa llamada hojamuerta ha adquirido la apariencia de una hoja seca a fin de pasar inadvertida.

No se trata de ningún milagro; pero sí lo es la transformación de la oruga en capullo, un verdadero milagro equivalente a la resurrección de los muertos.

«Así, durante la fase de inmovilidad de la ninfa en los insectos, los tejidos de la larva sufren la histólisis, es decir, la degeneración de los tejidos orgánicos, o necrobiosis filogenética.»

O traducido a otras palabras: la oruga experimenta el mismo proceso en la crisálida que el cadáver en la tumba, donde se transforma en grasa amoniacal.

Ahora bien, necrobiosis significa muerte-vida, y los fisiologistas dicen que la necrobiosis es la forma de la muerte que precede a la degeneración caseica (tuberculización).

Así pues, la oruga ha muerto en el capullo, puesto que se ha transformado en una masa grasa informe, y ello no obstante vive, es más, resucita bajo una forma más elevada, más libre y más bella.

¿Qué son, por consiguiente, la vida y la muerte? ¡Una sola y misma cosa!

¡Pensad si los muertos no están muertos, y si la indestructibilidad de la energía no es más que la inmortalidad!

Lo que es preciso observar en todo esto es, ante todo, una infatuación, una suficiencia del espíritu vuelto consciente de sus capacidades de clarividencia y de penetración. El autor se hace uno con el Creador; coopera en la creación del Universo, tal como lo creería un verdadero panteísta.

Para completar el retrato del estado caótico de mi alma, reproduzco aquí mis estudios fúnebres, en los que el yo cultivado en la soledad y el sufrimiento retorna a una vaga noción de Dios y de la inmortalidad.

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