Inferno

Inferno


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Como el lector habrá probablemente adivinado, esta segunda parte,[41] titulada Jacob lucha, es un intento de representar, en una descripción figurada, la lucha religiosa del autor, y cómo ésta acabó en fracaso. Por ello ha quedado en estado fragmentario y, como todas las crisis religiosas, se ha resuelto en el caos. Esto probaría que la investigación sobre los misterios de la Providencia se ve castigada, al igual que todo intento de asaltar los cielos, con la confusión, y que todos los esfuerzos por acercarse a la religión mediante el razonamiento conducen a simples absurdos. La causa está sin duda en el hecho de que la religión, como por lo demás las ciencias, se basa en axiomas que no presuponen demostraciones, es más, que no pueden ser demostrados, de modo que si se trata de formular sus condiciones evidentes y necesarias, se cae en el absurdo.

Cuando en 1894, el autor abandonó en principio el escepticismo que estuvo a punto de devastar su entera vida intelectual, y empezó a vivir experiencias como creyente, se le abrió la nueva vida espiritual que ha sido descrita en Inferno y en estas Leyendas. A lo largo del camino, puesto que el autor había abandonado toda oposición, se vio asaltado por influencias y fuerzas que amenazaban con hacerle pedazos; y a punto de ahogarse, se agarró a objetos más ligeros, que pudieran mantenerlo a flote; pero también éstos empezaron a ceder, e irse a pique no era ya más que una simple cuestión de tiempo. Es en estos momentos cuando a los ojos del hombre atemorizado la paja se convierte en un tronco de árbol, y es entonces cuando la fe impuesta levanta al ahogado de entre las olas y le permite caminar sobre las aguas. Credo quia absurdum, yo creo porque el absurdo que resulta del razonamiento me hace comprender que estaba tratando de demostrar un axioma. Y así se reanudan los lazos con aquello que está por encima de nosotros.

En los años ochenta, un escritor francés escribió un libro contra los jesuitas, y en dicho libro encontré recientemente la siguiente frase: «En 1867, en un artículo de revista titulado “El ateísmo providencial”, predije que Dios iba a permanecer oculto, para así forzar a los hombres a buscarle con tanto más celo.»

¡En 1867! Es como en Suecia, donde hacia el mismo año todas las discusiones sobre religión cesaron entre las personas cultas, y Dios desapareció de la literatura. Ahora que retorna, no sabemos ya si sigue siendo el mismo o si, como cualquier otra cosa, crece y evoluciona también. Pero, aun cuando se haya vuelto más severo, debería perdonar a los agnósticos y a los investigadores del secreto el no haberlo encontrado, porque él había partido o bien no recibía.

EL AUTOR

Lund, 23 de abril de 1898

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