Inferno

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INFERNO I - INFERNO » XVIII. El redentor

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XVIII

EL REDENTOR

Balzac, al presentarme a mi sublime compatriota, Emmanuel Swedenborg, como «el Buda del Norte» en su obra Serafita, me había hecho conocer la faceta evangélica del profeta. Ahora es la ley la que cae sobre mí, me aplasta y me libera.

Una palabra, una nada más, y se hace la luz en mi alma, disipando las dudas, las vanas especulaciones sobre enemigos imaginarios, electricistas, nigromantes, y esta pequeña palabra fue: «devastación» (ödeläggelse). Todo lo que me había sucedido lo encuentro en Swedenborg: las angustias (angina pectoris), la sensación de ahogo, las palpitaciones cardíacas, y lo que yo llamaba cinturón eléctrico, todo está ahí, y el conjunto de todos estos fenómenos constituye la purificación espiritual conocida ya por san Pablo, y mencionada en las epístolas a los Corintios y a Timoteo: «Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, entrego a ese tal a Satanás, para ruina de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor Jesús.» «Entre ellos, Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.»

Leyendo los sueños de Swedenborg de 1744, el año que precede a sus relaciones con el mundo invisible, descubro que el profeta sufrió los mismos tormentos nocturnos que yo, y lo que me impresiona es la analogía perfecta de los síntomas, que no ofrece lugar a dudas sobre el carácter de la enfermedad que me ha aquejado.

Los enigmas de estos dos últimos años se explican con una exactitud tan extraordinaria en Arcana coelestia que yo, hijo de finales del célebre siglo XIX, extraigo de ellos el inquebrantable convencimiento de que el infierno existe, pero aquí en este mundo, y que yo acabo de pasar por él.

Swedenborg me explica así la causa de mi estancia en el hospital de Saint-Louis: los alquimistas se ven atacados por la lepra y les salen escamas parecidas a las de los peces. Es la enfermedad incurable de la piel.

Swedenborg me aclara el significado de los cien retretes del Hotel Orfila: es el infierno excremencial. El deshollinador, visto por mi hijita en Austria, también aparece aquí: «Entre los espíritus, los hay que son conocidos con el nombre de Deshollinadores, porque tienen en efecto la cara renegrida por el humo, y van ataviados con una indumentaria de un oscuro color a hollín (…); uno de estos espíritus deshollinadores se acercó a mí, y de forma insistente me pidió que rezara e intercediera para que fuera admitido en el cielo: “No creo haber hecho nada, decía, por lo que pueda ser excluido de él; es verdad que he reprendido a los habitantes de la tierra, pero procurando siempre que el consejo siguiera a la reprimenda y al castigo…”

»Los espíritus censores, correctores o instructores del hombre, se pegan a su costado izquierdo inclinándose hacia la espalda, y allí, consultando el libro de su memoria, leen en él sus acciones e incluso sus pensamientos; pues cuando un espíritu penetra en el hombre, se adueña de su memoria. Cuando ven alguna mala acción o intención de hacer daño, castigan con un dolor en el pie, en la mano (!) o en torno a la región epigástrica, y lo hacen con una habilidad sin par. Un estremecimiento anuncia su llegada.

»Aparte del dolor de los miembros, recurren a una opresión dolorosa en la parte del ombligo, parecida a la presión de un cilicio; ocasionales opresiones en el pecho que llevan hasta la angustia; asco por cualquier alimento que no sea pan, durante algunos días.

»Otros espíritus tratan de convencer de lo contrario de cuanto dijeran los espíritus instructores. Estos espíritus contradictores habían sido desterrados de este mundo por la sociedad humana debido a su maldad. Un fuego volante que parece descender delante del rostro anuncia su llegada; se sitúan al final de la espalda del hombre, desde donde parten para manifestarse en las partes superiores.»

(Estos fuegos volantes o destellos, yo los he visto en dos oportunidades, y siempre en los momentos de rebelión, cuando rechazaba como si fuera un sueño estéril cualquier idea general.)

«Recomiendan no dar ningún crédito a lo que puedan decir los espíritus instructores, siguiendo a los ángeles, y no adecuar nuestra conducta con sus enseñanzas, sino vivir con toda licencia y libertad, de acuerdo a la propia fantasía; normalmente, se presentan tan pronto como los otros se han ido; los hombres los conocen por lo que son, y no se preocupan de ello en absoluto; pero así aprenden a distinguir el bien del mal, pues uno conoce la calidad del bien por su contrario, y toda percepción o idea de una cosa se forma reflexionando sobre las diferencias de los contrarios, consideradas de distinta manera y desde diferentes puntos de vista.»

El lector recordará las figuras humanas, semejantes a mármoles antiguos, que vi formarse en la funda blanca de mi almohada en el Hôtel Orfila. He aquí lo que dice Swedenborg al respecto:

«Dos son las señales que dan a conocer que ellos (los espíritus) se hallan en casa de un hombre: una es un anciano de blanco rostro, señal que les advierte de que deben decir siempre la verdad y no hacer más que lo que sea justo… Yo mismo he visto un viejo rostro humano de este tipo… unos rostros de una gran blancura y de una gran belleza, en los que se reflejaban al mismo tiempo la sinceridad y la modestia.»

(Para no asustar al lector, he silenciado deliberadamente que todas las citas anteriores se refieren a los habitantes de Júpiter. Es fácil imaginar mi sorpresa cuando un día de la pasada primavera me trajeron una revista con una reproducción de la casa de Swedenborg en el planeta Júpiter, dibujada por Victorien Sardou. En primer lugar, ¿por qué Júpiter? ¡Qué extraña coincidencia! ¿Y ha observado, el laureado dramaturgo francés, que la fachada izquierda, vista a una cierta distancia, forma un rostro humano antiguo? ¡Un rostro que se asemeja al de mi almohada! Pero, en el dibujo del señor Sardou hay varias siluetas humanas, creadas por los perfiles. ¿Acaso estuvo dirigida la mano del maestro por otra mano, de tal modo que dio más que lo que creía saber?)

¿Dónde vio Swedenborg tales infiernos y tales cielos? ¿Son visiones, intuiciones, inspiraciones? No sabría decirlo, pero la analogía de su infierno con el de Dante y los de las mitologías griega, romana y germánica, lleva a pensar que las potencias se han servido siempre de medios más o menos análogos para la realización de sus designios.

¿Y estos designios? La perfección del tipo humano, la procreación del hombre superior, der Übermensch, ese bastón corrector gastado antes de hora y echado al fuego, que Nietzsche preconizó.

Entonces vuelve a plantearse el problema del mal, y la indiferencia moral de Taine no sirve de nada ante las nuevas necesidades.

Los demonios son una consecuencia necesaria de ello. ¿Qué son los demonios? Una vez admitida la inmortalidad del alma, los muertos no son más que los supervivientes que continúan sus relaciones con los vivos. Los genios malos no son por tanto tales, ya que su finalidad es benévola, y sería preferible servirse de la expresión de Swedenborg: espíritus correctores, a fin de eliminar el temor y la desesperación.

El diablo, como potencia autónoma igual a Dios, no debe existir, y las apariciones del Maligno en su forma tradicional no deben ser sino un espantajo provocado por la Providencia, única y buena, que gobierna mediante una administración inmensa, compuesta de difuntos.

¡Consolaos, pues, y estad orgullosos de la gracia que os es concedida a todos vosotros, que estáis afligidos y atormentados por los insomnios, las pesadillas, las apariciones, las angustias y las palpitaciones! Numen adest. ¡Dios os desea!

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