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INFERNO II - LEYENDAS » V. Las tribulaciones de mi amigo incrédulo

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V

LAS TRIBULACIONES DE MI AMIGO INCRÉDULO

Ponerme a contar las aventuras de mi amigo me pone en un gran aprieto, pero le he pedido ya perdón por anticipado y él conoce lo intachable de mis intenciones. Él mismo, por otra parte, ha contado a todo el mundo sus sinsabores, sin exigir ningún secreto; me basta, pues, con ser un cronista imparcial, ¡y tanto peor para quien tenga algo que criticar!

Ateo, materialista, mi amigo tiene en gran estima la vida que desprecia, y teme la muerte que ignora.

Anda loco por las mujeres y, como francotirador que es, va a la caza en los cotos y terrenos del común.

Apenas nos conocíamos cuando me ofreció cobijo en su casa, y me trató entonces con amistad fraterna, cuidándome como a un enfermo, es decir, con la delicada compasión y discreción de un espíritu independiente y sano, capaz de comprender las perturbaciones mentales y la indulgencia que ellas exigen.

Pero un espíritu independiente puede estar también expuesto a tristezas irrazonadas, a momentos negros; y una noche, muy tarde, mientras las tinieblas invadían la habitación y las lámparas encendidas no bastaban para iluminar los rincones donde jugaban las sombras, mi amigo, en respuesta a mis expresiones de gratitud, me confió que era él quien estaba en deuda conmigo. Se*había visto recientemente afectado por una desgracia, su mejor amigo había fallecido hacía poco. Desde entonces, se veía perseguido por sueños angustiosos, en los que siempre aparecía su amigo difunto.

—¿Tú también?

—¿También, dices? Pero comprende que yo hablo de sueños, de sueños nocturnos…

—¡Sí, sí!

—De insomnios, de pesadillas… En fin, ya sabes lo que es una pesadilla, nada más que un dolor en el pecho provocado por desarreglos intestinales, cuando uno se excede… ¿No has sufrido nunca de pesadillas?

—Sí, sí. Basta con comer gambas por la noche, ¡y ya está armada! ¿Has probado el sulfonal?

—¡Por supuesto! Pero con este tipo de medicación…, sabes…

—No es nada. Lo conozco bien… Pero volviendo a ese amigo muerto, ¿reaparece de manera inquietante, quiero decir, en el sueño?

—No es él el que me obsesiona, entiéndeme. Es su cadáver, lamento tener que decirte que murió en unas circunstancias conmovedoras. Imagínate tú, un hombre joven y lleno de talento, una promesa para la literatura, que se muere de una enfermedad muy poco conocida, la tuberculosis miliris, y su cuerpo se descompone hasta el punto de que no queda de él más que un saquito de mijo.

—¿Y ahora su cadáver te obsesiona?

—¡No quieres comprender; dejémoslo estar!

De salud delicada, y de humor voluble como un día de abril, mi amigo parece sufrir de neurastenia aguda, y cuando en febrero me mudo, él se niega sistemáticamente a volver solo a casa tras la caída del sol.

Y es entonces cuando sufre un revés, de orden esencialmente económico; se ponen contra él algunos pleitos, y nos tememos un suicidio, a juzgar por ciertas frases que deja caer de vez en cuando.

Prometido recientemente, ve el futuro muy negro. Pero en vez de reaccionar contra los obstáculos, se pone a viajar a fin de distraerse y olvidar sus preocupaciones, y a su vuelta reúne a todos sus amigos juerguistas y organiza festines. En plena fiesta, se le declara un desarreglo orgánico, y el juerguista se ve obligado a guardar cama, donde no puede permanecer debido a una diarrea que le dura por espacio de dos días y dos noches.

No soy informado de ello hasta el segundo día, y voy a verle. Un olor a cadáver llena la casa; el rostro del enfermo se ha puesto negro, irreconocible. Tumbado en la cama, es asistido por un amigo y una enfermera, cuyas manos no suelta. Está aterrado, debilitado por continuos dolores.

Más tarde, una vez curado, me dice que ha tenido una visión en la que aparecían cinco diablos bajo la forma de monos rojos de ojos negros, que agitaban la cola, encaramados en el borde de la cama.

Completamente restablecido, y superadas las dificultades económicas, sigue contándoles a todos su «sueño», ¡provocando la hilaridad general!

A veces se asombra de que el destino, que siempre le había sonreído, comience a perseguirle; no hace una a derechas, todo se le tuerce.

En medio de estas reflexiones alternadas con festines, un nuevo revés viene a abatirse sobre el desdichado, que parece haber caído en desgracia ante las potencias. Un comerciante de nuestro grupo acaba de ahogarse, dejando deudas y poniendo en dificultades a mi amigo que le había avalado una gran suma.

Se reanudan los sinsabores, peor que antes. El cuerpo del muerto se aparece en la cocina de mi amigo, que invita a un joven médico a dormir con él en su apartamento, para ahuyentar así a los fantasmas. Pero los invisibles no respetan a nadie, y mi amigo se despierta una noche y ve la habitación llena de ratones. Convencido de su realidad, coge un bastón y comienza a darles caza, hasta que los animales desaparecen.

Era un delirio, pero un delirio a dos, puesto que a la mañana siguiente, el compañero que había dormido en la habitación de al lado cuenta haber oído unos chillidos de ratones en la otra habitación.

¿Cómo explicar una alucinación visual para uno y auditiva para el otro?

Pero, a plena luz del día, al sol, se ríen de esta aventura. Luego, mi amigo cuenta con gran lujo de detalles la autopsia del comerciante que se suicidó, complaciéndose en comentarios de un rebuscado cinismo.

—Figuraos, estaba totalmente negro, y unos gusanos blancos le salían del cuerpo.

Como testigo ocular, afirmo que apenas pronunció esta frase, se puso pálido, se levantó de la mesa y, haciendo un gesto de desagrado, ¡señaló con el dedo una cosa en mi plato! ¡Era un gusano blanco que se arrastraba por encima de una sardina!

A la noche siguiente, mi amigo se vio obligado a interrumpir la cena, al verse delante un pedazo de pollo y unos gusanos blancos de guarnición.

Entonces, hambriento, sin poder comer, se espanta, pero no tarda en recuperarse:

—Pero, ¿qué pasa? ¿Qué pasa?

—No es conveniente hablar mal de los muertos, porque se vengan.

—¿Los muertos? ¡Pero si están muertos!

—Precisamente están más vivos que los mismos vivos.

Mi compañero había adquirido, en efecto, la costumbre de revelar las pequeñas flaquezas del difunto, que, después de todo, era uno de sus buenos amigos.

Unos días después, sentados a la mesa, en una galería que daba al jardín del restaurante, uno de los comensales exclama:

—¡Mira qué rata, qué rata más grande!

Nadie ha visto nada y la gente se ríe del visionario.

—¡Esperad un momento y veréis! ¡Allí debajo de esas tablas!

Pasa un minuto, y de debajo de las tablas sale un gato.

—¡Ya vale de ratas! —exclama mi amigo, visiblemente angustiado.

Poco tiempo después, una noche que yo estaba ya acostado, llaman a la puerta. Abro, y veo ante mí a mi amigo, descompuesto, en plena exaltación. Me pide quedarse en mi casa, en un sofá, porque… en la suya hay una mujer que grita toda la noche.

—¿Es una verdadera mujer o un espectro?

—Ah, por favor, es una mujer que tiene un cáncer y lo único que quiere es morirse. ¡Es para volverse loco! ¡Será un milagro si no acabo en el manicomio!

Yo no dispongo más que de un pequeño canapé, y mirando a este hombre de gran estatura tendido sobre este armatoste, con las piernas estiradas sobre dos sillas, no puedo dejar de pensar en un condenado sobre el potro de tortura.

Expulsado de su bonito apartamento, de su confortable cama, y privado hasta del simple placer de despojarse de la ropa, me inspira lástima y le ofrezco mi cama, en señal de gratitud. Él la rehúsa. Sin embargo, la lámpara ha de permanecer encendida, precisamente delante del desventurado. Teme la oscuridad, y yo prometo quedarme levantado para velar su sueño.

—¡No cabe duda! ¡Es una mujer enferma, pero no deja de ser extraño!

¡Así refunfuña, antes de que el sueño se apiade de él!

Por espacio de dos semanas se ve obligado a dormir en los canapés de los amigos.

—¡Esto es el mismísimo infierno! —grita.

—¡Eso mismo pienso yo! —le digo.

Otra vez, una «dama de blanco» se le aparece de noche, y él supone que se trata de un castigo. Fiel a mi papel, me limito a un silencio escéptico. Paso por alto las aventuras de la muchacha que se ponía a gritar, la intervención del agente de policía reconocido luego como antiguo cómplice en un célebre proceso; paso por alto asimismo la aparición del vendedor de mantequilla y de su hija, y sólo abordaré la historia de la Virgen y la visión telepática de un moribundo. Es muy breve.

Tras una excursión por los bosques, mi amigo se encuentra con unos amigos a orillas de un lago. En un arranque de buen humor, y olvidando todas sus desdichas, suelta la siguiente ocurrencia:

—¡Señora, aquí lo que convendría hacer es escenificar una aparición de la Virgen! ¡Sería una excelente idea fundar un lugar de peregrinación!

En ese mismo instante palidece y, en medio del asombro general, exclama en una especie de éxtasis:

—¡Acaba de morir en este mismo instante!

—¿Quién?

—El teniente X. ¡Lo he visto mientras agonizaba, su aposento, a los que le asistían, todo!

¡La gente se echa a reír!

Pero a su vuelta a la ciudad se enteran de la muerte del señor X., ocurrida a las siete y media, justo en el momento en que el visionario era avisado de ella.

Y los que tanto se burlaban, bajo el efecto de la emoción, no pudieron dejar de derramar unas lágrimas, no ya de dolor, porque el difunto les era completamente indiferente, sino debido al milagro.

Los periódicos hablan del hecho, las personas honestas no lo niegan, y el resto trata a los testigos de impostores. Esto da pie a una retractación de mi amigo incrédulo, que, pese a confirmar los hechos, los interpreta como una simple coincidencia.

Aun admitiendo que exista una cierta modestia en el hecho de negarse a creer en la intervención de las potencias en nuestros pequeños asuntos, no deja de haber también el «problema de los impenitentes». Es lo que ilustra este fragmento de Claude Saint-Martin:

Tal vez sea esta falsa suposición (que la tierra no es más que un punto en el Universo) la que ha llevado al hombre a esa otra suposición, más falsa aún si cabe, por la que aparenta no creerse digno de ser tenido en cuenta por su Hacedor. El hombre ha creído escuchar la sola voz de la humildad, negándose a admitir que esta misma Tierra y todo cuanto el Universo contiene no fueron hechos sino para él; ha fingido temerle a un exceso de orgullo, aceptando esta idea. Pero no ha temido la indolencia y la cobardía inherentes por fuerza a esta falsa modestia, y si el hombre evita hoy considerarse el Rey del Universo, tal como debería, es únicamente porque carece del valor de esforzarse por la recuperación de sus títulos, porque encuentra los deberes harto onerosos, y porque teme menos renunciar a su estado y a todos sus derechos que disponerse a restaurarlos en su justo valor.

Entre los dos escollos, el orgullo y la falsa humildad, ¿quién encontrará el camino que conduce a buen puerto?

Habiendo adquirido entretanto un conocimiento cabal de todas las flaquezas de mi amigo, puedo predecir sus tribulaciones nocturnas y diurnas, simplemente observando su comportamiento: así concluyo que todas las dolencias que le afligen son de orden moral. Pero la moral es hoy una palabra denigrada, dejada de lado, y no me corresponde a mí pronunciarla.

En una sola ocasión, viendo a ese desventurado excesivamente abrumado, le dije, por compasión y para mostrarle el camino:

—¡Si hubieses leído a Swedenborg antes de este último ataque nocturno, habrías entrado en el Ejército de Salvación, o te habrías hecho enfermero!

—¿Qué quieres decir? ¿Qué ha dicho al respecto ese Swedenborg?

—Muchas son las cosas que dice, y fue él quien me salvó de la locura. ¡Imagínate, una sola frase suya, de cuatro palabras, bastó para devolverme el sueño!

—¡Dímela, por favor!

Pero, como siempre, tampoco esta vez no tuve el valor de pronunciar la contraseña que el obseso me pedía.

Éstas son las cuatro palabras que valen por todas las recetas de los médicos:

¡No lo hagas más!

¡Cada uno es muy libre de interpretar este pequeño «lo» según su conciencia!

Quien esto suscribe declara haber recuperado la salud y el sueño gracias a la observancia de la antedicha receta.

EL AUTOR

¡Es una confesión! ¡No un sermoneo!

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