Inferno

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Capítulo 26

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El chorro de agua se elevaba hasta seis metros en el aire.

Langdon contempló cómo caía suavemente de nuevo a tierra y supo que se estaban acercando al palacio. Habían dejado atrás el frondoso túnel de La Cerchiata y luego habían atravesado una extensión abierta de césped hasta una arboleda de alcornoques. Se encontraban delante del surtidor más famoso de los jardines Boboli, la estatua de bronce de Neptuno y su tridente realizada por Stoldo Lorenzi. Ese surtidor ornamental, conocido por los florentinos más irreverentes como «La fuente de la horca», estaba considerado el punto central de los jardines.

Sienna se detuvo en la linde de la arboleda y levantó la mirada.

—No oigo el drone.

Él tampoco lo oía; aunque, claro, la fuente hacía bastante ruido.

—Debe de estar reportando —dijo Sienna—. Es nuestra oportunidad. ¿En qué dirección tenemos que ir?

Langdon la condujo a la izquierda y comenzaron a descender una pronunciada pendiente. Al salir de la arboleda, el Palazzo Pitti quedó a la vista.

—No está mal la casita —susurró Sienna.

—Sí. Discreta, como les gustaba a los Medici —respondió Langdon irónicamente.

La fachada del Palazzo Pitti, que todavía se encontraba a quinientos metros, dominaba el paisaje. El almohadillado rústico de la fachada le daba al edificio un aire de autoridad implacable; la repetición de ventanas con postigos y puertas arqueadas acentuaba este efecto. Tradicionalmente, los palacios se construían en un terreno elevado para que todo el mundo tuviera que levantar la mirada hacia el edificio. El Palazzo Pitti, en cambio, estaba situado al fondo de un valle bajo cercano al río Arno, con lo que la gente que se encontraba en los jardines tenía que bajar la mirada para verlo.

Ese efecto no hacía sino añadir dramatismo al edificio. Un arquitecto declaró que el palacio parecía haber sido construido por la misma naturaleza, como si un alud hubiera precipitado las enormes piedras por la larga cuesta y al aterrizar hubieran formado una elegante pila en el fondo. A pesar de su posición escasamente defensiva, la sólida estructura de piedra del palazzo era tan imponente que Napoleón lo utilizó en una ocasión como base de operaciones mientras se encontraba en Florencia.

—Mira —dijo Sienna, señalando las puertas más cercanas del palacio—. Buenas noticias.

Langdon también lo había visto. En esa extraña mañana, lo que más agradeció ver no fue el edificio en sí, sino a los turistas que salían a los jardines. Ya estaba abierto al público, lo cual significaba que Langdon y Sienna no tendrían problemas para cruzarlo y salir de allí. Una vez en la calle, Langdon sabía que el río se encontraba a la derecha y, al otro lado, el centro de la ciudad.

Él y Sienna siguieron avanzando, medio corriendo por la inclinada pendiente. Al descender, cruzaron el anfiteatro Boboli, un recinto con forma de herradura construido en la ladera de una colina, donde tuvo lugar la primera representación de ópera de la historia. Luego, pasaron por delante del obelisco de Ramsés II y la desafortunada «obra de arte» que había en su base. Las guías se referían a ella como una «colosal bañera procedente de las termas romanas de Caracalla», pero Langdon sabía lo que era en realidad: la palangana más grande del mundo. «Deberían colocar esa cosa en otro lugar».

Finalmente llegaron a la parte trasera del palacio y ralentizaron la marcha, mezclándose con disimulo entre los primeros turistas del día. Avanzando a contracorriente, descendieron un estrecho túnel hasta el cortile, un patio interior en el que los visitantes se sentaban para disfrutar de un café expreso matutino. El olor a café recién hecho provocó que Langdon sintiera un repentino deseo de sentarse y disfrutar de un desayuno civilizado. «Hoy no es el día», pensó mientras seguían adelante y entraban en un amplio corredor de piedra que conducía hasta las puertas principales del palacio.

A medida que se acercaban a la entrada, advirtieron una creciente cantidad de turistas que se habían congregado en el pórtico para observar algo que sucedía en la calle. Langdon estiró el cuello para echar un vistazo.

La majestuosa entrada del Palazzo Pitti era tan sobria y poco acogedora como la recordaba. En vez de cuidado césped y una zona ajardinada, el patio exterior consistía en un amplio espacio que descendía por la ladera de una colina hasta llegar a la Via dei Guicciardini cual gigantesca pista de esquí pavimentada.

En la base de la colina, Langdon vio la razón de la multitud de mirones.

En la Piazza dei Pitti había media docena de coches de policía aparcados y un pequeño ejército de agentes estaba subiendo por la pendiente pistola en mano, desplegándose para impedir que él y Sienna salieran del palacio.

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