Inferno

Inferno


Capítulo 15

Página 20 de 112

15

L’inferno di Dante —susurró Sienna acercándose más a la cruda imagen del inframundo que había ahora en la pared de su cocina.

«La visión del infierno de Dante —pensó Langdon—, proyectada con todo detalle».

Considerada una de las obras más importantes de la literatura mundial, el Inferno fue el primero de los tres libros que conforman la Divina Comedia de Dante Alighieri, un poema épico de 14 233 versos que describía su brutal descenso al inframundo, el tránsito a través del purgatorio, y la llegada final al paraíso. De las tres secciones de la ComediaInferno, Purgatorio y Paradiso—, la primera era de lejos la más leída y memorable.

Compuesto a principios del siglo XIV, Inferno redefinió la percepción medieval de la condenación eterna. Nunca antes el concepto de infierno había cautivado a las masas de un modo tan intenso. De la noche a la mañana, la obra de Dante convirtió el concepto abstracto del inframundo en algo aterrador. Era una visión visceral, palpable e inolvidable. No sorprende que, tras la publicación del poema, las iglesias católicas disfrutaran de un importante incremento en la asistencia de pecadores aterrados que querían evitar caer en la versión del averno que había concebido el poeta florentino.

Retratada aquí por Botticelli, esta terrorífica visión del infierno consistía en un embudo subterráneo de sufrimiento; un desolador paisaje de fuego, azufre, aguas residuales, monstruos y el mismísimo Satán en su centro. En el foso había nueve niveles, los nueve círculos del infierno, en los cuales se distribuían los pecadores de acuerdo con la profundidad de su culpa. Cerca de la cúspide, los lujuriosos o «pecadores carnales» sufrían las embestidas de una tempestad eterna, símbolo de su incapacidad para controlar los deseos. Bajo ellos, los glotones yacían boca abajo en una repugnante ciénaga de aguas residuales, con la boca llena del producto de sus excesos. Más abajo, los herejes estaban atrapados en unos sepulcros en llamas, condenados al fuego eterno. Y así sucesivamente, cuanto más se descendía, peor era el castigo.

En los siete siglos que habían pasado desde su publicación, la visión que Dante creó del infierno había inspirado a algunas de las mentes más creativas de la historia la realización de tributos y variaciones. Longfellow, Chaucer, Marx, Milton, Balzac, Borges e incluso varios papas habían escrito obras basadas en el Inferno. Por su parte Monteverdi, Liszt, Wagner, Tchaikovski y Puccini habían compuesto piezas basadas en la obra de Dante, al igual que una de las cantantes favoritas de Langdon, Loreena McKennitt. Y en el mundo moderno de los videojuegos y las aplicaciones de iPad no faltaban las propuestas relacionadas con el poeta florentino.

Langdon, deseoso de compartir con sus alumnos su vibrante riqueza simbólica, impartía a veces un curso sobre la imaginería recurrente en Dante y las obras que había inspirado a lo largo de los siglos.

—Robert —dijo Sienna, acercándose más a la imagen de la pared—. ¡Mira eso! —Y señaló un punto en la base del infierno con forma de embudo.

La zona que señalaba se conocía como Malebolge (que significaba algo así como los «fosos del mal»). Era el octavo y penúltimo círculo del infierno y se dividía en diez fosos distintos, cada uno de los cuales estaba dedicado a un tipo de fraude específico.

—¡Mira! ¿No decías que en tu visión veías esto? —exclamó ella con gran excitación.

Langdon se fijó en el punto que señalaba Sienna, pero no vio nada. El pequeño proyector estaba perdiendo energía, y la imagen se había comenzado a desvanecer. Volvió a agitar el artilugio hasta que el cuadro volvió a ser visible. Esta vez colocó el cilindro más lejos de la pared, en el borde del mostrador que había al otro lado de la pequeña cocina, para que la imagen proyectada se viera más grande. Luego se acercó a Sienna para examinar con ella el reluciente mapa.

De nuevo, Sienna le señaló el octavo círculo del infierno.

—Mira, ¿no decías que en tus alucinaciones veías un par de piernas que salían de la tierra, y que tenían marcada la letra erre? —Tocó un punto concreto de la pared—. ¡Aquí están!

Como había visto muchas veces en ese cuadro, el décimo foso del Malebolge estaba lleno de pecadores medio enterrados boca abajo con las piernas en el aire. Curiosamente, en esta versión un par de piernas tenían la letra erre escrita con barro, igual que en la alucinación de Langdon.

—¡Dios mío! —exclamó él, fijándose bien en ese pequeño detalle—. ¡Esta letra… no aparece en el original de Botticelli!

—Ahí hay otra letra —dijo Sienna, señalándola.

Langdon miró el punto de los diez fosos del Malebolge que le señalaba el dedo de la joven y vio una letra e garabateada sobre un falso profeta que tenía la cabeza al revés.

«¡¿Qué diablos…?! ¡Este cuadro ha sido modificado!».

Luego vio otras letras, todas garabateadas en distintos pecadores de los diez fosos del Malebolge. Una ce en un seductor al que unos demonios estaban azotando; otra erre en un ladrón al que mordían perpetuamente unas serpientes; una a en un político corrupto que se encontraba sumergido en un río de resina hirviendo.

—Sin duda alguna, estas letras —dijo Langdon sin la menor vacilación— no forman parte del original de Botticelli. Esta imagen ha sido retocada digitalmente.

Volvió a mirar el foso superior del Malebolge y comenzó a leer las letras que había en cada uno de los fosos, de arriba abajo.

C… A… T… R… O… V… A… C… E… R

—¿Catrovacer? —dijo Langdon—. ¿Es italiano?

Sienna negó con la cabeza.

—Tampoco es latín. No lo reconozco.

—Quizá… ¿una firma?

—¿Catrovacer? —repitió ella poco convencida—. No me parece ningún nombre. Mira aquí. —Señaló uno de los muchos personajes del tercer foso del Malebolge.

Cuando los ojos de Langdon localizaron la figura, sintió un escalofrío. Entre la multitud de pecadores del tercer foso había una figura icónica de la Edad Media: un hombre con una capa, una máscara con un largo pico como el de un pájaro y los ojos muertos.

«La máscara de la peste».

—¿En el original de Botticelli aparece algún médico de la peste? —preguntó Sienna.

—Para nada. Esa figura también ha sido añadida.

—¿Y firmó Botticelli su original?

Langdon no lo recordaba, pero sus ojos se desplazaron al rincón inferior derecho, donde solían estar las firmas, y se dio cuenta de por qué lo preguntaba. A lo largo del borde marrón oscuro del Mappa de Botticelli se podía ver una línea de texto en pequeñas letras de imprenta: LA VERITÀ È VISIBILE SOLO ATTRAVERSO GLI OCCHI DELLA MORTE.

Langdon sabía suficiente italiano para comprender el significado:

—La verdad solo es visible a través de los ojos de la muerte.

Sienna asintió.

—Extraño.

Los dos permanecieron en silencio mientras la siniestra imagen comenzaba a apagarse. «El Inferno de Dante —pensó Langdon—. Inspirando obras de arte apocalípticas desde el siglo XIV».

El curso sobre Dante que impartía Langdon siempre incluía una sección sobre las obras de arte inspiradas por el Inferno. Además del celebrado Mapa del infierno de Botticelli, estaba la atemporal escultura de Rodin Las tres sombras, incluida en Las puertas del infierno; la ilustración de Flegia remando entre los cuerpos sumergidos en el río Estigia realizada por Stradano; los lujuriosos pecadores de William Blake arremolinándose bajo una tempestad eterna; la extraña visión erótica de Bouguereau en la que Dante y Virgilio contemplaban dos hombres desnudos enzarzados en una pelea; las torturadas almas de Bayros, acurrucadas bajo un torrente de guijarros ardientes y gotas de fuego, las excéntricas series de acuarelas y grabados en madera de Salvador Dalí… Y la enorme colección de grabados en blanco y negro de Doré, en los que el artista retrató desde la entrada en forma de túnel al Hades… hasta el mismísimo Satán alado.

Ahora parecía que, además de influir en los artistas más reverenciados de la historia, la poética visión del infierno de Dante había inspirado a otro individuo más: un alma torcida que había alterado digitalmente el famoso cuadro de Botticelli para añadirle diez letras, un médico de la peste y una siniestra frase sobre ver la verdad a través de los ojos de la muerte. Este artista había escondido luego la imagen en un proyector de alta tecnología insertado en el interior de un extraño hueso tallado.

Langdon era incapaz de imaginar quién podría haber creado un artilugio así y, sin embargo, en ese momento la cuestión parecía secundaria en comparación a otra todavía más inquietante.

«¿Por qué diablos soy yo quien lo lleva encima?».

Mientras Sienna y Langdon permanecían en la cocina considerando el siguiente paso a dar, el inesperado rugido de un motor de gran cilindrada resonó en la calle, seguido de una rápida sucesión de chirridos de frenos y portazos de coches.

Desconcertada, Sienna corrió hacia la ventana y se asomó a ver qué pasaba.

Una furgoneta negra sin ningún letrero de identificación se había detenido en medio de la calle. De ahí salió un equipo de hombres ataviados con un uniforme negro con medallones circulares de color verde en el hombro izquierdo. Llevaban rifles automáticos y se movían con enérgica eficiencia militar. Sin la menor vacilación, cuatro de ellos se dirigieron a la entrada del edificio de apartamentos.

Sienna sintió que se le helaba la sangre.

—¡Robert! —exclamó—. ¡No sé quiénes son, pero nos han encontrado!

En la calle, el agente Christoph Brüder gritaba órdenes a sus hombres mientras corrían hacia el edificio. Era un individuo de robusta constitución, cuya formación militar le había imbuido de un frío sentido del deber, así como de un respeto absoluto por la cadena de mando. Conocía su misión, y también los riesgos.

La organización para la que trabajaba Brüder tenía muchas divisiones, pero la suya —la Unidad de Apoyo para la Vigilancia y la Intervención— solo entraba en acción cuando una situación llegaba al estatus de «crisis».

En cuanto sus hombres desaparecieron en el interior del edificio de apartamentos, Brüder se detuvo en la puerta de entrada, sacó su teléfono móvil y se puso en contacto con la persona al cargo.

—Soy Brüder —dijo—. Hemos localizado a Langdon a través de la dirección IP de su ordenador. Mi unidad acaba de entrar. Le avisaré cuando lo tengamos.

Desde el tejado de la Pensione la Fiorentina, Vayentha contempló con horrorizada incredulidad cómo los agentes entraban a toda velocidad en el edificio.

«Pero ¡¿qué están haciendo ELLOS aquí?!».

Mientras se pasaba una mano por el cabello en punta, volvió a pensar en las consecuencias de la metedura de pata que había cometido la noche anterior. Por culpa del simple arrullo de una paloma, ahora todo estaba fuera de control. Lo que había comenzado como una misión rutinaria se había convertido en una absoluta pesadilla.

«Si la unidad AVI está aquí, yo ya no tengo nada que hacer».

Desesperada, Vayentha agarró su teléfono móvil Spectra Tiger XS y llamó al comandante.

—¡Señor! —dijo—. ¡La unidad AVI está aquí! ¡Los hombres de Brüder han entrado en el apartamento!

Esperó su respuesta, pero solo oyó unos agudos pitidos, seguidos de una voz electrónica que anunció con serenidad: «Protocolo de desautorización iniciado».

Vayentha apartó el teléfono de su oreja y miró la pantalla justo a tiempo de ver cómo el dispositivo se apagaba.

Sintió cómo su rostro palidecía, y finalmente la agente no tuvo más remedio que aceptar lo que estaba sucediendo. El Consorcio había cortado todo vínculo con ella.

Ningún nexo. Ninguna asociación.

«He sido desautorizada».

La conmoción duró solo un instante.

Luego sintió miedo.

Ir a la siguiente página

Report Page