Inferno

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Capítulo 23

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Robert Langdon aterrizó pesadamente sobre la mullida tierra que había al otro lado del muro. Se encontraba en la boscosa zona sur de los jardines Boboli. Sienna lo hizo a continuación y, tras ponerse de pie y sacudirse un poco el polvo, echó un vistazo a su alrededor.

Estaban en un claro de musgo y helechos que había al borde de una pequeña arboleda. Desde ahí no se veía el Palazzo Pitti, y Langdon tuvo la sensación de que se encontraban en la otra punta de los jardines. Al menos, a esa hora no había ningún trabajador o turista que hubiera llegado tan lejos.

Langdon contempló el sendero de gravilla que serpenteaba con elegancia colina abajo y se introducía en la arboleda que tenían enfrente. En el punto donde el sendero desaparecía entre los árboles había una estatua de mármol. A Langdon no le sorprendió. El diseño de los jardines se debía al excepcional talento de Niccolò Tribolo, Giorgio Vasari y Bernardo Buontalenti; un increíble grupo de expertos que había convertido esas tres hectáreas en una obra de arte paseable.

—Si nos dirigimos hacia el noroeste llegaremos al palacio —dijo Langdon, señalando el sendero—. Ahí seguro que podremos mezclarnos con los turistas y salir sin que nos vean. Imagino que abre a las nueve.

Bajó la mirada para consultar la hora pero en su muñeca desnuda seguía faltando el reloj de Mickey Mouse. Se preguntó si todavía estaría en el hospital con el resto de su ropa y si llegaría a recuperarlo.

De repente, Sienna se detuvo con aire desafiante.

—Robert, antes de dar otro paso más, quiero saber adónde vamos. ¿Qué has descubierto antes sobre el Malebolge? Has dicho que estaba desordenado.

Langdon señaló la zona arbolada que tenían delante.

—Antes ocultémonos —la condujo por un sendero que descendía a una hondonada cercada por árboles (una «habitación», en términos de arquitectura paisajística) donde había algunos bancos faux-bois y una pequeña fuente. El aire ahí dentro era más frío.

Langdon sacó el proyector de su bolsillo y comenzó a agitarlo.

—Sienna, quienquiera que creara esta imagen digital no solo añadió letras al Malebolge, sino que también cambió el orden de los pecados. —Se subió al banco y apuntó el proyector a sus pies. El Mappa dell’Inferno de Botticelli apareció débilmente en el asiento.

Langdon señaló la zona escalonada que había en el fondo del embudo.

—¿Ves las letras de los diez fosos del Malebolge?

Sienna las leyó de arriba abajo.

Catrovacer.

—Correcto. Una palabra sin sentido.

—Pero ¿dices que el orden de los fosos está cambiado?

—En realidad, algo todavía más sencillo. Si estos niveles fueran una baraja de diez cartas, sería como si la hubieran cortado una vez. La baraja, pues, seguiría manteniendo el orden correcto, pero comenzaría con la carta equivocada —Langdon volvió a señalar los diez fosos del Malebolge—. Según el texto de Dante, el nivel superior debería ser el de los seductores azotados por demonios, pero según esta versión, sin embargo, los seductores aparecen… en el séptimo foso.

Sienna examinó la imagen, cada vez más desvaída, y asintió.

—Ajá, ya lo veo. El primer foso es ahora el séptimo.

Langdon volvió a guardarse el proyector en el bolsillo y bajó del banco. Entonces agarró un pequeño palo y comenzó a escribir las letras en una extensión de tierra que había junto al sendero.

—Estas son las letras tal y como aparecen en nuestra versión modificada del infierno:

C

A

T

R

O

V

A

C

E

R

Catrovacer —leyó Sienna.

—Sí. Y aquí es donde la «baraja» ha sido cortada. —Langdon trazó una línea debajo de la séptima letra y esperó a que Sienna volviera a examinar el resultado.

C

A

T

R

O

V

A

-

C

E

R

—Muy bien —dijo rápidamente—. Catrova. Cer.

—Sí, y para ordenar de nuevo las cartas, solo tenemos que volver a cortar la baraja y colocar de nuevo la parte inferior en su lugar, intercambiando con ello la posición de las dos mitades.

Sienna miró las letras.

Cer. Catrova. —Se encogió de hombros. No parecía muy impresionada—. Sigue sin tener sentido…

Cer catrova —repitió Langdon. Un momento después, volvió a decir las palabras, esta vez juntas—: Cercatrova. —Al fin, las dijo con una pausa en medio—. Cerca… trova.

Siena soltó un grito ahogado y levantó la mirada hacia Langdon.

—Sí —dijo él con una sonrisa—. Cerca trova.

Las dos palabras italianas cerca y trova significan literalmente «buscar» y «hallar». Al combinarlas en una oración —cerca trova— eran sinónimas del aforismo bíblico «busca y hallarás».

—¡Tus alucinaciones! —exclamó Sienna, casi sin aliento—. ¡La mujer del velo! ¡No dejaba de decirte que buscaras y hallarías! —Se puso de pie de un salto—. Robert, ¿te das cuenta de lo que significa esto? ¡Las palabras «cerca trova» ya estaban en tu subconsciente! ¿No lo ves? ¡Debiste descifrar esta frase antes de llegar al hospital! ¡Probablemente, ya habías visto la imagen de este proyector, pero te olvidaste!

«Tiene razón», se dio cuenta Langdon. Había estado tan centrado en el código mismo que no se le había ocurrido que ya hubiera pasado por todo eso.

—Robert, antes has dicho que el Mappa señala una localización concreta de la parte antigua de la ciudad. Pero yo sigo sin ver cuál.

—¿Cerca trova no te dice nada?

Ella se encogió de hombros.

Langdon sonrió para sus adentros. «Por fin, algo que Sienna no sabe».

—Resulta que esta frase hace referencia a un famoso mural que cuelga en el Salón de los Quinientos del Palazzo Vecchio: la Battaglia di Marciano, de Giorgio Vasari. En la parte superior del cuadro, apenas visible desde el suelo, Vasari escribió las palabras «cerca trova» en letras minúsculas. Existen muchas teorías sobre por qué lo hizo, pero no se ha descubierto ninguna prueba concluyente.

De repente, oyeron sobre sus cabezas el agudo zumbido de una pequeña aeronave que sobrevolaba el arbolado dosel de los jardines. A juzgar por el ruido, se acercaba a gran velocidad, y tanto Langdon como Sienna se quedaron inmóviles cuando les pasó por encima.

En cuanto comenzó a alejarse, Langdon miró la aeronave a través de las ramas de los árboles.

—Es un helicóptero de juguete —dijo, recobrando el aliento, mientras observaba el artilugio teledirigido de un metro de largo. Sonaba como un mosquito gigante y enojado y, a lo lejos, parecía que estaba dando la vuelta.

Efectivamente, el pequeño helicóptero regresó hacia ellos sobrevolando las copas de los árboles. Esta vez pasó por encima de un claro que quedaba a su izquierda.

—Eso no es un juguete —susurró Sienna—. Es un drone de reconocimiento. Probablemente tiene una cámara incorporada que envía imágenes en directo a alguien.

Langdon apretó los dientes y observó cómo el helicóptero regresaba al punto del que había partido: la Porta Romana y el instituto de arte.

—No sé qué has hecho —dijo ella—, pero está claro que hay gente poderosa que tiene muchas ganas de encontrarte.

El helicóptero volvía a dar la vuelta y pasaba por encima del muro por el que acababan de saltar.

—Alguien debe de habernos visto en el instituto de arte y habrá dicho algo. Tenemos que salir de aquí. Ahora —dijo Sienna, y comenzó a recorrer el sendero.

Mientras el drone se alejaba hacia el otro extremo de los jardines, Langdon borró con el pie las letras que había escrito junto al sendero. Luego fue detrás de Sienna. No podía dejar de pensar en las palabras cerca trova, el mural de Giorgio Vasari y en lo que había dicho Sienna de que anteriormente puede que ya hubiera descifrado el mensaje del proyector. «Busca y hallarás».

De repente, justo cuando entraban en un segundo claro, Langdon cayó en la cuenta de algo. Se detuvo en el sendero arbolado con una expresión de perplejidad en el rostro.

Sienna también se paró.

—¿Robert? ¿Qué sucede?

—Soy inocente —declaró.

—¿De qué estás hablando?

—La gente que me persigue… Pensaba que era por algo que había hecho.

—Sí, en el hospital no dejabas de decir «very sorry».

—Lo sé. Pero ustedes pensaban que estaba hablando en inglés.

Sienna se lo quedó mirando, desconcertada.

—Es que estabas hablando en inglés.

La excitación era perceptible en los ojos azules de Langdon.

—Sienna, cuando no dejaba de decir «very sorry», no estaba pidiendo perdón. ¡Estaba balbuceando algo sobre el mensaje secreto en el mural del Palazzo Vecchio! —Todavía podía oír la grabación de su propia voz delirante: «Ve… sorry. Ve… sorry».

Sienna parecía perdida.

—¡¿No lo ves?! —dijo Langdon con una amplia sonrisa—. No estaba diciendo «very sorry, very sorry», sino el nombre de un artista: «Va… sari. Vasari».

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