Inferno

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Capítulo 32

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El Corredor Vasariano fue diseñado por Giorgio Vasari en 1564 bajo las órdenes del dirigente Medici de la época, el Gran Duque Cosme I, para que este pudiera contar con un pasaje seguro entre su residencia del Palazzo Pitti y las oficinas administrativas del Palazzo Vecchio, al otro lado del río Arno.

Parecido al célebre Pasetto de la Ciudad del Vaticano, el Corredor Vasariano era el pasadizo secreto por excelencia. Se extendía a lo largo de un kilómetro desde el rincón oriental de los jardines Boboli hasta el corazón del mismo palacio, pasando por el Ponte Vecchio y la mundialmente famosa galería de los Uffizi.

Hoy en día, el corredor todavía sirve de refugio, aunque no para los aristócratas Medici, sino para obras de arte: su interminable extensión de paredes alberga incontables cuadros poco comunes que no cabían en el museo.

Unos años atrás, Langdon había realizado una tranquila visita privada al pasadizo. En esa ocasión pudo detenerse para admirar la impactante cantidad de cuadros allí expuestos; entre ellos se encontraba la colección de autorretratos más grande del mundo. También se había detenido varias veces para echar un vistazo por los miradores, que permitían a los visitantes comprobar su progreso a través del pasaje elevado.

Esa mañana, sin embargo, Langdon y Sienna lo recorrían a la carrera, deseosos de poner tanta distancia como fuera posible entre ellos y sus perseguidores. Langdon se preguntó cuánto tardarían en descubrir al guardia atado. A medida que avanzaban por el túnel, Langdon tuvo la sensación de que a cada paso estaban más cerca de lo que buscaban.

«Cerca trova, los ojos de la muerte, la identidad de mis perseguidores».

El zumbido del drone de reconocimiento estaba ahora muy lejos. Mientras recorría el pasadizo, Langdon volvió a admirar lo ambiciosa que había sido esa hazaña arquitectónica. Elevado por encima de la ciudad durante casi toda su extensión, el Corredor Vasariano era como una amplia serpiente que avanzaba entre los edificios en zigzag, desde su origen en el Palazzo Pitti hasta el corazón de la antigua Florencia. El pasadizo estrecho y encalado parecía extenderse sin fin, torciendo ocasionalmente a la izquierda o la derecha para evitar un obstáculo, pero sin dejar de avanzar siempre hacia el este.

De repente, oyeron unas voces y Sienna se detuvo de golpe. Langdon también lo hizo, y le colocó una mano en el hombro para tranquilizarla, indicándole que se asomara a un mirador cercano.

«Turistas».

Ambos dieron un vistazo por el mirador. Estaban en el Ponte Vecchio, el puente medieval de piedra que servía de acceso peatonal al centro de la ciudad. A sus pies, los turistas disfrutaban del mercado que se celebraba en el puente desde el siglo XV. En la actualidad, los puestos eran en su mayoría de bisutería y joyas, pero no siempre había sido así. Originalmente, el puente era la sede del mercado de carne. En 1593, sin embargo, los carniceros fueron expulsados porque el rancio olor a carne en mal estado llegaba hasta el Corredor Vasariano y agredía la delicada nariz del Gran Duque.

En algún lugar del puente, recordaba Langdon, estaba el lugar exacto en el que se había cometido uno de los asesinatos más famosos de Florencia. En 1215, un joven noble apellidado Buondelmonte rechazó el matrimonio que le había concertado su familia y se casó con su verdadero amor, lo cual provocó que la familia agraviada lo asesinara brutalmente.

Su muerte está considerada desde entonces el «asesinato más sangriento de Florencia» porque marcó, en la ciudad, el inicio de la contienda que mantendrían las poderosas facciones políticas de los güelfos y los gibelinos, que duraría siglos.

Como el consiguiente conflicto político fue el causante del destierro de Dante de Florencia, el poeta lo inmortalizó con amargura en su Divina Comedia: «¡Oh, Buondelmonte, malamente huiste de las nupcias, porque otra feliz fuera!».

En la actualidad, cerca del lugar del asesinato se pueden encontrar tres placas distintas, cada una de las cuales cita una línea del canto dieciséis de Paradiso:

MAS CONVENÍA QUE FLORENCIA HICIESE

A LA PIEDRA QUE, ROTA, GUARDA EL PUENTE

UN SACRIFICIO MIENTRAS PAZ TUVIESE.

Langdon levantó la mirada hacia las turbias aguas sobre las que pasaba el puente. Al este se elevaba la torre del Palazzo Vecchio.

Aunque solo habían cruzado la mitad del río Arno, Langdon ya no tenía ninguna duda de que hacía mucho que habían dejado atrás el punto de no retorno.

A apenas diez metros de allí, de pie en el adoquinado del Ponte Vecchio, Vayentha inspeccionaba el gentío con creciente inquietud, sin imaginar que su única posibilidad de redención acababa de pasar por encima de su cabeza.

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