Inferno

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Capítulo 47

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En medio del caos de policías que iban llegando a la piazza, un hombre de mediana edad permanecía en las sombras de la Loggia dei Lanzi, lugar desde el que había estado observando toda esa actividad con gran interés. Llevaba unos anteojos Plume Paris, una corbata de cachemira y un pequeño pendiente de oro en la oreja.

Mientras observaba el revuelo, se dio cuenta de que se estaba rascando el cuello otra vez. La noche anterior le había salido un sarpullido en la piel que parecía estar empeorando por momentos. Tenía pequeñas pústulas en la mandíbula, el cuello, las mejillas y sobre los ojos.

Al mirarse las uñas, vio que tenía sangre. Tomó entonces el pañuelo y se limpió los dedos. Luego se lo pasó por las pústulas del cuello y las mejillas.

Cuando hubo terminado, volvió a mirar las dos furgonetas negras que estaban aparcadas enfrente del palazzo. En el asiento trasero de la más cercana había dos personas.

Una era un soldado vestido de negro y armado.

La otra, una mujer mayor pero muy hermosa, con el cabello plateado y un amuleto azul alrededor del cuello.

El soldado parecía estar preparando una jeringuilla hipodérmica.

Mientras miraba de manera ausente el palazzo, la doctora Elizabeth Sinskey se preguntó cómo podía ser posible que esa crisis hubiera degenerado hasta ese punto.

—Señora —dijo una profunda voz a su espalda.

Ella se volvió hacia el soldado que estaba a su lado. Este la había agarrado del antebrazo y sostenía una jeringuilla.

—No se mueva.

La doctora sintió entonces una aguda punzada en la carne.

El soldado terminó de inyectarle la droga.

—Ahora, a dormir otra vez.

Antes de cerrar los ojos, la doctora creyó ver un hombre que la miraba desde las sombras. Llevaba anteojos de diseño y una elegante corbata. Su rostro parecía enrojecido por un sarpullido. Por un momento, creyó reconocerlo, pero al abrir los ojos para observarlo bien, ya había desaparecido.

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