Inferno

Inferno


Capítulo 49

Página 54 de 112

49

Desde el estudio secreto de la duquesa Bianca Cappello, el agente Brüder oyó un espeluznante batacazo seguido de una creciente conmoción. Corrió a la reja de la pared y echó un vistazo al Salón de los Quinientos. Tardó unos segundos en procesar la escena.

La administradora embarazada había llegado poco antes al estudio y también se acercó a la reja. Se tapó la boca, horrorizada ante lo que veían sus ojos: en el suelo había un cuerpo rodeado de turistas aterrorizados. Luego levantó lentamente la mirada y, al llegar al techo del salón, soltó un grito ahogado. Brüder también se fijó entonces en el panel circular y advirtió que en el centro del lienzo había un enorme desgarrón.

Se volvió hacia la mujer:

—¡¿Cómo podemos llegar ahí arriba?!

En el otro extremo del edificio, Langdon y Sienna salieron del ático a toda velocidad. Unos segundos después, Langdon ya había encontrado la pequeña alcoba, oculta tras una cortina carmesí. La recordaba claramente de su visita a los pasadizos secretos.

«La Escalera del Duque de Atenas».

Por todas partes se podían oír pasos y gritos, y Langdon sabía que les quedaba poco tiempo. Descorrió la cortina y ambos accedieron a un pequeño descanso.

Sin más dilación, comenzaron a bajar la escalera de piedra. El pasadizo era zigzagueante y muy angosto. Cuanto más avanzaban, más parecía estrecharse. Afortunadamente, justo cuando Langdon creía que las paredes iban a aplastarlo, llegaron al final.

«El nivel del suelo».

El espacio en el que se encontraban era una pequeña cámara de piedra y, a pesar de que su salida parecía ser una de las puertas más pequeñas que hubiera visto nunca, Langdon se alegró de verla. Medía poco más de un metro de altura, estaba hecha de gruesa madera con remaches de hierro y un pasador interior impedía la entrada desde el exterior.

—Oigo el ruido de la calle al otro lado —susurró Sienna.

—La Via della Ninna —respondió Langdon, visualizando la abarrotada calle peatonal—. Pero puede que haya policía.

—No nos reconocerán. Están buscando a una mujer rubia y un hombre moreno.

Langdon se la quedó mirando extrañado.

—Eso es precisamente lo que…

Sienna negó con la cabeza. Langdon advirtió su melancólica determinación.

—No quería que me vieras así, Robert, pero este es mi aspecto real. —De repente, Sienna agarró un mechón de cabello rubio y tiró con fuerza, dejando a la vista su cuero cabelludo desnudo.

Langdon retrocedió un paso, sorprendido tanto por el hecho de que Sienna llevara peluca como por su aspecto sin ella. Era totalmente calva. Su cuero cabelludo estaba liso y pálido, como el de un paciente de cáncer en pleno tratamiento de quimioterapia. «Encima ¿está enferma?».

—Lo sé —dijo ella—. Es una larga historia. Ahora, inclínate. —Sienna levantó la peluca, con la clara intención de ponérsela a Langdon.

«¿Era broma?». Sin demasiado entusiasmo, Langdon se inclinó y Sienna le puso la peluca. Apenas le cabía, pero ella se esmeró en colocársela lo mejor posible. Luego retrocedió un paso y lo examinó. No convencida todavía con el resultado, le desanudó la corbata del cuello y se la ató alrededor de la cabeza como si se tratara de un pañuelo, asegurando de paso la peluca.

Luego le tocó a ella. Se puso la chaqueta de Langdon, se enrolló las perneras y se bajó los calcetines por debajo de los tobillos. Cuando se irguió de nuevo, en sus labios se había dibujado una mueca desdeñosa. La encantadora Sienna Brooks era ahora una skinhead. La transformación de la antigua actriz shakespeariana había sido increíble.

—Recuerda —dijo ella—: el noventa por ciento del reconocimiento personal se debe al lenguaje corporal, así que cuando te muevas, hazlo como un viejo roquero.

«Lo de viejo puedo hacerlo… —pensó Langdon—, lo de roquero no estoy tan seguro».

Antes de que pudiera discutírselo, Sienna había abierto la pequeña puerta y había salido a la abarrotada calle de adoquines. Langdon fue tras ella y, cruzando el umbral casi a gatas, salió a la luz del día.

Aparte de algunas miradas de extrañeza al ver a la incongruente pareja salir por una pequeña puerta que había en la base del Palazzo Vecchio, nadie les prestó excesiva atención. Unos segundos después, Langdon y Sienna se encaminaban hacia el este, mezclados entre el gentío.

Sin dejar de rascarse el sarpullido, el hombre con los anteojos Plume Paris avanzaba entre la multitud, a una distancia prudente de Robert Langdon y Sienna Brooks. A pesar de sus hábiles disfraces, los había visto salir de la puerta de Via della Ninna y los había reconocido de inmediato.

Unas pocas manzanas después, tuvo que detenerse. Sentía un intenso dolor en el pecho y le costaba mucho respirar. Era como si le hubiesen dado un puñetazo en el esternón.

Apretando los dientes, volvió a centrar la atención en la pareja de fugitivos y prosiguió su persecución por las calles de Florencia.

Ir a la siguiente página

Report Page