Inferno

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Capítulo 66

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FS-2080 miró el reflejo de Robert Langdon en la ventanilla del veloz Frecciargento. El profesor seguía pensando en posibles soluciones al acertijo de la máscara mortuoria que había compuesto Bertrand Zobrist.

«Bertrand —pensó FS-2080—. Cómo lo echo de menos».

Su pérdida, tan reciente, todavía dolía. Recordaba la noche en la que se conocieron como si fuera un sueño mágico.

Chicago. El ventarrón.

Enero, seis años atrás, pero todavía parece ayer. Camino con dificultad por las aceras cubiertas de nieve de la Milla Magnífica, bajo el azote del viento y con el cuello vuelto hacia arriba para protegerme de la cegadora blancura. A pesar del frío, esta noche nada puede evitar que cumpla mi destino. Por fin escucharé al gran Bertrand Zobrist… en persona.

He leído todo lo que ha escrito, y sé la suerte que he tenido de haber conseguido una de las quinientas entradas para el evento.

Llego al auditorio con el cuerpo medio entumecido por el viento helado y siento una oleada de pánico al descubrir que el lugar está medio vacío. ¿La charla ha sido cancelada? Sé que la ciudad está a punto de suspender sus actividades a causa del mal tiempo. ¡¿Acaso ha provocado que Zobrist no pueda estar aquí esta noche?!

Y entonces aparece.

Una imponente y elegante figura sale al escenario.

Es alto, muy alto, y sus vibrantes ojos verdes parecen contener todos los misterios del mundo. Mira la sala vacía —apenas hay una docena de seguidores incondicionales—, y siento vergüenza por la pobre concurrencia.

¡Se trata de Bertrand Zobrist!

Hay un terrible momento de silencio en el que nos mira con expresión severa.

Entonces, de repente, estalla en carcajadas y sus ojos verdes relucen.

—Al diablo con este auditorio vacío —declara—. Mi hotel está aquí al lado. ¡Vayamos al bar!

Se oyen unos vítores, y unos cuantos nos trasladamos con él al bar del hotel, donde ocupamos una gran mesa y pedimos bebidas. Zobrist nos premia con historias sobre su investigación, su ascenso a la popularidad, y sus ideas sobre el futuro de la ingeniería genética. A una copa le siguen otras, y la conversación pasa a tratar la reciente pasión de Zobrist por la filosofía transhumanista.

—Creo que el transhumanismo es la única esperanza para la supervivencia a largo plazo de la humanidad —explica Zobrist, arremangándose la camisa y mostrando el tatuaje que lleva en el hombro: «H+»—. Como pueden ver, estoy completamente comprometido con la causa.

Me siento como si disfrutara de una audiencia privada con una estrella de rock. Nunca imaginé que el celebrado «genio de la genética» sería tan carismático y seductor en persona. Cada vez que me mira, sus ojos verdes encienden un inesperado sentimiento en mi interior y siento el profundo tirón de la atracción sexual.

A medida que avanza la noche, el grupo se va reduciendo. Poco a poco, los invitados se disculpan y regresan a la realidad. A medianoche, solo quedo yo.

—Gracias por esta noche —le digo. He bebido alguna copa de más y se me ha subido un poco a la cabeza—. Eres un profesor increíble.

—¿Adulación? —Zobrist sonríe y se inclina hacia mí. Nuestras piernas se tocan—. Te llevará a donde quieras.

El coqueteo es claramente inapropiado, pero es una noche de mal tiempo en un hotel desierto de Chicago, y parece como si todo el mundo se hubiera detenido.

—¿Qué te parece? —dice Zobrist—. ¿La última en mi habitación?

Me quedo inmóvil, consciente de que mi expresión debe de ser la de un ciervo iluminado por los faros de un automóvil.

Los ojos de Zobrist destellan afectuosamente.

—Deja que lo adivine —me susurra—. Nunca has estado con un hombre famoso.

Noto que me sonrojo e intento disimular la oleada de emociones que siento: vergüenza, excitación, miedo.

—En realidad —le digo—. Nunca he estado con ningún hombre.

Zobrist sonríe y se acerca a mí.

—No estoy seguro de qué has estado esperando, pero me encantaría ser tu primero.

En ese momento, todos los miedos y frustraciones sexuales de mi infancia desaparecen… evaporándose en esta noche de mucho viento.

Por primera vez en la vida, siento un deseo libre de toda vergüenza.

Lo deseo.

Diez minutos después, estamos en su habitación de hotel, desnudos y en brazos del otro. Zobrist se toma su tiempo. Sus pacientes manos despiertan en mi inexperto cuerpo sensaciones que nunca había experimentado.

Ha sido mi elección. No me ha obligado.

En sus brazos, me siento como si todo estuviera bien en el mundo. Miro la noche de ventisca por la ventana y sé que seguiré a este hombre a donde sea.

De repente, el tren ralentiza su marcha. FS-2080 emerge de su recuerdo dichoso y regresa al triste presente.

«Ya no estás… Bertrand».

Su primera noche juntos fue el primer paso de un viaje increíble.

«Me convertí en algo más que su amante. Me convertí a su causa».

—Puente Libertà —dijo Langdon—. Ya casi hemos llegado.

FS-2080 asintió melancólicamente con la mirada puesta en las aguas de la laguna Véneta. Recordó la vez que navegó ahí con Bertrand… Una pacífica imagen que luego dio paso al horrendo recuerdo de la semana anterior.

«Presencié cómo se arrojaba de lo alto de la torre de la Badia».

«Los míos fueron los últimos ojos que vio».

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