Inferno

Inferno


Capítulo 73

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A la doctora Elizabeth Sinskey comenzaron a temblarle las manos. Estaba en el estudio que el comandante tenía a bordo del Mendacium y, a pesar de haber visto muchas cosas aterradoras en su vida, ese inexplicable videomensaje que Bertrand Zobrist había grabado antes de su suicidio le había helado la sangre.

En la pantalla, la sombra de un rostro picudo se proyectaba en la pared goteante de una caverna subterránea. La silueta describía con orgullo su obra maestra, una creación llamada Inferno que salvaría al mundo eliminando a parte de la población.

«Que Dios se apiade de nosotros —pensó Sinskey—. Debemos —dijo con voz trémula—, debemos encontrar esta localización subterránea. Puede que todavía no sea demasiado tarde».

—Siga mirando —dijo el comandante—. Se vuelve más extraño.

De repente, la sombra de la máscara se hacía cada vez más grande en la pared mojada hasta que, finalmente, una figura aparecía en la pantalla.

«Dios mío».

Se trataba de un médico de la peste, con toda la vestimenta de rigor; capa negra y escalofriante máscara picuda incluidas. El médico se iba acercando poco a poco a la cámara hasta que su rostro ocupaba toda la pantalla, y entonces susurraba:

—Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral.

A la doctora Sinskey se le erizó el vello de la nuca. Era la misma cita que Zobrist le había dejado en el mostrador de la compañía aérea un año atrás, en Nueva York.

—Sé —seguía diciendo el médico de la peste— que algunos me llaman monstruo. —Se detuvo un momento, y Sinskey tuvo la sensación de que esas palabras iban dirigidas a ella—. Sé que algunos me consideran un animal sin corazón que se esconde detrás de una máscara. —Se acercaba todavía más a la cámara—. Pero tengo rostro. Y corazón.

Tras lo cual, Zobrist se quitaba la máscara y se retiraba la capucha de la cabeza, dejando su rostro a la vista. Sinskey se puso tensa al reconocer los ojos verdes que había visto por última vez en la oscuridad de una sala del Consejo de Relaciones Exteriores. Tenían la misma pasión y el mismo fervor, y también algo nuevo: el frenesí de un loco.

—Mi nombre es Bertrand Zobrist —decía entonces, fijando la vista directamente en la cámara—. Y este es mi rostro, descubierto y desnudo para que todo el mundo lo pueda ver. En cuanto a mi alma, si pudiera sostener en alto mi corazón ardiente como hizo Dante por su amada Beatrice, verían que está lleno de amor. El más profundo que existe. Por todos vosotros. Y, sobre todo, por alguien especial.

Entonces Zobrist se acercaba todavía más a la cámara y, hablándole suavemente como a un amante, decía en un susurro:

—Amor mío. Has sido mi bendición. Mi salvación. A mi lado, destruiste todos mis vicios e intensificaste todas mis virtudes. Sin ser consciente de ello, me ayudaste a cruzar el abismo y me diste la fortaleza necesaria para hacer lo que he hecho.

Sinskey lo escuchaba, asqueada.

—Amor —seguía diciendo Zobrist en un pesaroso tono que resonaba por toda la fantasmal caverna subterránea—. Has sido mi inspiración y mi guía, mi Virgilio y mi Beatrice, y esta obra maestra es tan tuya como mía. Si tú y yo, como amantes desgraciados que somos, no nos volvemos a ver, encontraré la paz sabiendo que dejo el futuro en tus suaves manos. Mi trabajo aquí abajo ya ha concluido. Ha llegado el momento de que vuelva a salir a la superficie y contemple de nuevo las estrellas.

Zobrist se quedaba callado y la palabra «estrellas» resonaba un momento en la caverna. Luego, muy tranquilamente, extendía una mano y tocaba la cámara. Con eso terminaba la grabación.

La pantalla se quedaba en negro.

—¿Reconoce la localización subterránea? —dijo el comandante, apagando el monitor—. Nosotros no.

Sinskey negó con la cabeza. «Nunca había visto algo igual». Pensó en Robert Langdon y se preguntó si habría conseguido descifrar más pistas de Zobrist.

—Por si resulta de alguna ayuda —dijo el comandante—, creo que sé a quién se refiere Zobrist. —Se detuvo un momento—. Su nombre en código es FS-2080.

Sinskey casi tira la bebida al ponerse de pie de un salto.

—¡¿FS-2080?! —Se quedó mirando al jefe, estupefacta.

El hombre parecía igualmente desconcertado.

—¿Le dice algo eso?

Sinskey asintió, incrédula.

—Creo que sí.

Su corazón latía con fuerza. «FS-2080». Si bien no conocía la identidad del individuo, sí sabía a qué hacía referencia ese nombre en código. La OMS llevaba años siguiéndoles la pista a nombres similares.

—El movimiento transhumanista —dijo—. ¿Lo conoce?

El comandante negó con la cabeza.

—Esencialmente —explicó la doctora Sinskey—, el transhumanismo es una filosofía que afirma que el ser humano debería utilizar toda la tecnología disponible para manipular la especie y hacerla más fuerte. Supervivencia del más apto.

El jefe se encogió de hombros, impertérrito.

—En términos generales —prosiguió ella—, el movimiento transhumanista está conformado por individuos serios: científicos, futuristas y visionarios éticamente responsables. Sin embargo, como en todos los movimientos, existe una pequeña pero activa facción para la cual el fin de la humanidad está muy cerca, y alguien tiene que tomar medidas drásticas para salvar el futuro de la especie.

—E imagino —dijo el hombre— que Bertrand Zobrist es una de esas personas.

—Así es —dijo Sinskey—. Un líder del movimiento. Además de ser inteligente, también tenía un gran carisma y escribió artículos catastrofistas que generaron un fervoroso culto por el transhumanismo. Actualmente, muchos de sus fanáticos discípulos utilizan estos nombres en código. Todos son iguales: dos letras y un número de cuatro dígitos. Por ejemplo, DG-2064, BA-2103, o el que acaba de mencionar usted.

—FS-2080.

Sinskey asintió.

—Eso solo puede ser un nombre en código transhumanista.

—¿Tienen algún significado estos números y letras?

Sinskey señaló hacia el computador del comandante.

—Abra el navegador. Se lo enseñaré.

El hombre no parecía muy convencido, pero se acercó a su computador y abrió internet.

—Busque «FM-2030» —dijo Sinskey tras colocarse detrás de él.

El comandante tecleó «FM-2030» y apareció un listado de miles de páginas web.

—Abra cualquiera —dijo Sinskey.

El jefe abrió la primera, que resultó ser una página de Wikipedia que mostraba a un apuesto iraní —«Fereidoun M. Esfandiary»— al que se describía como escritor, filósofo y futurista, y uno de los padres del movimiento transhumanista. Nacido en 1930, se le atribuía la difusión de esa filosofía entre la población, así como haber predicho la fertilización in vitro, la ingeniería genética y la globalización de la civilización.

Según Wikipedia, la afirmación más osada de Esfandiary había sido que las nuevas tecnologías le permitirían vivir cien años, algo poco frecuente en su generación. Como muestra de su confianza en la tecnología futura, Fereidoun M. Esfandiary se cambió el nombre por FM-2030, un nombre en código creado mediante la combinación de las iniciales de su nombre y primer apellido con el año en el que cumpliría cien años. Lamentablemente, murió de cáncer de páncreas a los setenta y no llegó a cumplir su objetivo pero, en su memoria, muchos transhumanistas seguían homenajeando a FM-2030 adoptando su sistema de denominación.

Cuando el comandante terminó de leer, se puso de pie y se dirigió a la ventana, donde permaneció un largo rato mirando el mar.

—Así pues —musitó al fin, como si pensara en voz alta—. La pareja de Bertrand Zobrist, FS-2080, obviamente es transhumanista.

—Sin duda alguna —respondió Sinskey—. Lamento no saber quién es FS-2080, pero…

—Esa es la cuestión —la interrumpió el comandante sin dejar de mirar el mar—. Yo sí lo sé. Sé perfectamente de quién se trata.

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