Inferno

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Capítulo 81

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Situado justo al este de la espectacular iglesia Frari, el Atelier Pietro Longhi había sido desde siempre uno de los principales proveedores de disfraces, pelucas y accesorios de Venecia. Su lista de clientes incluía productoras de cine y compañías de teatro, así como influyentes personajes que dependían de los consejos de su personal para vestirse en las fiestas más extravagantes del Carnaval.

El dependiente estaba a punto de cerrar cuando oyó que abrían la puerta. Al levantar la mirada, vio que entraba apresuradamente una atractiva joven rubia. Estaba casi sin aliento, como si hubiera corrido varios kilómetros. Se acercó al mostrador con la mirada desquiciada y desesperada.

—Quiero hablar con Giorgio Venci —dijo entre jadeos.

«Eso es lo que queremos todos —pensó el dependiente—, pero nadie puede ver al mago».

Giorgio Venci —el diseñador jefe del estudio— trabajaba detrás de la cortina, rara vez hablaba con los clientes y nunca sin cita previa. Como se trataba de un hombre de gran riqueza e influencia, a Giorgio se le permitían ciertas excentricidades, entre las cuales se contaba su pasión por la soledad: almorzaba solo, volaba en avión privado y se quejaba constantemente del número de turistas que visitaban Venecia. No era de los que disfrutan de la compañía.

—Lo siento —dijo el dependiente con una sonrisa ensayada—. Me temo que el signore Venci no está. ¿Puedo ayudarla yo en algo?

—Giorgio sí está —declaró ella—. Su apartamento se encuentra en el piso de arriba. Y he visto que tenía la luz encendida. Soy una amiga. Se trata de una emergencia.

La mujer hablaba con una extraña intensidad. «Una amiga, dice».

—¿Cómo le digo a Giorgio que se llama?

La mujer tomó un papel del mostrador y anotó una serie de letras y números.

—Dele esto —dijo, entregándole el papel al dependiente—. Y, por favor, dese prisa. No tengo mucho tiempo.

El dependiente llevó el papel al piso de arriba y lo dejó en la larga mesa en la que Giorgio trabajaba inclinado sobre su máquina de coser.

Signore —susurró—, ha venido alguien a verle. Dice que es una emergencia.

Sin dejar de trabajar ni levantar la mirada, el hombre extendió una mano y tomó el papel.

En cuanto lo leyó, la máquina se detuvo.

—Que suba inmediatamente —le ordenó Giorgio y rompió el papel en minúsculos pedazos.

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