Inferno

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Capítulo 89

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Mientras Mirsat les conducía por la escalera, Langdon advirtió que Brüder y Sinskey estaban preocupados. Subir al segundo piso no parecía tener ningún sentido. Langdon no dejaba de pensar en el video subterráneo de Zobrist y en el documental sobre las zonas sumergidas que había debajo de Santa Sofía.

«¡Tenemos que bajar!».

Aun así, si ese era el lugar donde estaba la tumba de Dandolo, no tenían otra opción que seguir las indicaciones de Zobrist. «Arrodillaos en el mouseion de la santa sabiduría, y pegad la oreja al suelo, para oír el rumor del agua».

Cuando al fin llegaron al segundo piso, Mirsat torció a la izquierda. La vista desde el balcón era sobrecogedora. Langdon, sin embargo, iba con la mirada al frente, absolutamente concentrado en su misión.

Mirsat se había puesto a hablar otra vez sobre el mosaico, pero el profesor no le prestaba atención.

Ya podía ver su objetivo.

La tumba de Dandolo.

Tenía el mismo aspecto que recordaba: una sencilla pieza rectangular de mármol blanco empotrada en el pulido suelo de piedra y protegida por un cordón de seguridad.

Langdon se acercó y examinó la inscripción.

HENRICUS DANDOLO

Cuando los demás llegaron a su lado, pasó por encima del cordón de seguridad y se colocó justo delante de la lápida.

Mirsat protestó en voz alta, pero el profesor no le hizo caso y se arrodilló como si fuera a rezar a los pies del dux traicionero.

A continuación, hizo algo que provocó los gritos de horror de Mirsat: colocó las palmas de las manos en la tumba y se inclinó. Mientras acercaba la cabeza al suelo, se dio cuenta de que parecía que estuviera rezando en dirección a la Meca. La maniobra pareció desconcertar a Mirsat, que se calló de golpe. El eco de sus palabras resonó por todo el edificio.

Tras respirar hondo, Langdon se volvió hacia la derecha y pegó la oreja a la tumba. La piedra estaba fría.

El sonido que oyó a través de la lápida era inconfundible.

«Dios mío».

El final del Inferno de Dante parecía resonar bajo tierra.

Poco a poco, Langdon se volvió hacia Brüder y Sinskey.

—Lo oigo —susurró—. El rumor del agua.

Brüder pasó por encima del cordón y se agachó a su lado para escucharlo él también. Un momento después, asintió.

Ahora que podían oír el agua que corría por debajo, la pregunta era: «¿Hacia dónde fluye?».

A la mente de Langdon acudieron imágenes de cavernas medio sumergidas, bañadas en una siniestra luz roja en algún lugar bajo tierra.

Adentraos en el palacio sumergido…

pues aquí, en la oscuridad, el monstruo ctónico aguarda

en las aguas teñidas de rojo sangre…

de la laguna que no refleja las estrellas

Cuando Langdon se puso de pie y volvió a pasar por encima del cordón de seguridad, Mirsat lo estaba observando con una expresión de alarma y traición. Langdon era casi medio metro más alto que el guía turco.

—Lo siento, Mirsat —comenzó a decir Langdon—, como puede ver, se trata de una situación muy inusual. No tengo tiempo de explicarle el motivo, pero debo hacerle una pregunta muy importante sobre este edificio.

Mirsat asintió levemente.

—De acuerdo.

—Bajo la tumba de Dandolo se puede oír un arroyo de agua. Necesitamos saber hacia dónde fluye.

Mirsat negó con la cabeza.

—No entiendo a qué se refiere. Bajo Santa Sofía se puede oír agua en todas partes.

Todos se quedaron petrificados.

—Sí —les explicó él—, sobre todo cuando llueve. Santa Sofía tiene unos treinta mil metros cuadrados de tejado a desaguar, lo cual a veces lleva días. Y habitualmente vuelve a llover antes de que haya terminado. El sonido del agua es muy común aquí. Santa Sofía se encuentra encima de enormes cavernas de agua. Hay incluso un documental, que…

—Sí, sí —dijo Langdon—, pero ¿sabe si el agua que se oye aquí en la tumba de Dandolo fluye hacia algún lugar en concreto?

—Por supuesto —dijo Mirsat—. Hacia el mismo lugar que el agua de todos los desagües de Santa Sofía. A la cisterna de la ciudad.

—No —declaró Brüder mientras pasaba por encima del cordón de seguridad—. No estamos buscando una cisterna. Lo que estamos buscando es un gran espacio subterráneo, puede que con columnas.

—Sí —dijo el guía—. La antigua cisterna de la ciudad es precisamente eso: un gran espacio subterráneo con columnas. Bastante impresionante, la verdad. Fue construido en el siglo VI para almacenar el suministro de agua de la ciudad. Hoy en día solo contiene un metro y medio de agua, pero…

—¡¿Dónde está?! —exclamó Brüder. Su voz resonó por toda la basílica.

—La… ¿cisterna? —preguntó Mirsat, asustado—. A una manzana al este de aquí. Se llama Yerebatan Sarayi.

«¿Sarayi? —se preguntó Langdon—. ¿Como Topkapi Sarayi?». De camino a Santa Sofía no había dejado de ver letreros del palacio de Topkapi.

—Pero… ¿Sarayi no significa «palacio»?

Mirsat asintió.

—Sí. El nombre de la cisterna es Yerebatan Sarayi. Significa… palacio sumergido.

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