Inferno

Inferno


Capítulo 91

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Las notas de la música inspirada por el infierno resonaban por toda la caverna bañada de luz roja; el gemido de las voces, el disonante pellizco de las cuerdas y el profundo redoble de los timbales que retumbaban como un temblor sísmico.

Hasta donde podía ver Langdon, el suelo de ese mundo subterráneo consistía en una cristalina sábana de agua —oscura, inmóvil, lisa— similar a la fina capa de hielo de un estanque helado en Nueva Inglaterra.

«La laguna que no refleja las estrellas».

Cientos de columnas meticulosamente dispuestas emergían del agua y se elevaban unos nueve metros hasta el techo abovedado de la caverna. Una serie de focos rojos las iluminaban desde la base, creando la surreal sensación de que se trataba de un bosque de troncos resplandecientes que ascendían hacia la oscuridad cual imagen reflejada en un espejo.

Langdon y Brüder se detuvieron al pie de la escalera, momentáneamente paralizados en el umbral de la espectral caverna que tenían ante sí. El lugar mismo parecía desprender una luz rojiza y, mientras comenzaba a asimilar el espacio en el que se encontraba, el profesor comenzó a respirar de la forma más superficial posible.

El aire estaba más cargado de lo que había esperado.

A su izquierda, vio la multitud de gente que asistía al concierto. Este se desarrollaba en un extremo del espacio subterráneo cercano a la pared del fondo. Varios cientos de espectadores permanecían sentados en una serie de plataformas que habían sido dispuestas en círculos concéntricos alrededor de la orquesta, mientras unas cien personas más permanecían de pie alrededor del perímetro. Otras se habían situado en las pasarelas cercanas, y escuchaban la música apoyadas en las robustas barandas y con la vista puesta en el agua.

Langdon examinó el mar de amorfas siluetas en busca de Sienna. Nada. Solo veía gente ataviada con esmoquin, trajes de noche, bishts, burkas e incluso turistas en pantalones cortos y sudaderas. Langdon tuvo la sensación de que la variada muestra de personas congregadas bajo esa luz carmesí estaba celebrando una especie de misa negra.

«Si Sienna está aquí —cayó en la cuenta—, será prácticamente imposible localizarla».

En aquel momento, un corpulento hombre pasó a su lado y comenzó a subir la escalera sin dejar de toser. Brüder se dio la vuelta y lo examinó con atención. A Langdon le pareció sentir un picor en la garganta, pero se dijo a sí mismo que era su imaginación.

Brüder dio un tentativo paso sobre la plataforma, mientras consideraba sus numerosas opciones. El sendero que tenían delante parecía el laberinto del Minotauro. Se dividía en tres, y cada una de las ramificaciones se volvía a dividir otras tantas veces, creando una especie de laberinto suspendido sobre el agua que serpenteaba entre las columnas y se perdía en la oscuridad.

«Yo me encontraba en una selva oscura —pensó Langdon, recordando los versos del ominoso primer canto de la obra maestra de Dante—, con la senda derecha ya perdida».

Langdon se asomó por la baranda. El agua tenía una profundidad de apenas un metro y medio y era sorprendentemente cristalina. Una fina capa de lodo cubría las baldosas del suelo.

Brüder echó un vistazo rápido, emitió un gruñido evasivo y volvió a levantar la mirada hacia el fondo de la habitación.

—¿Ve algo que se parezca a la zona que aparece en el video de Zobrist?

«Todo», pensó Langdon mientras contemplaba las húmedas paredes que les rodeaban. Señaló el rincón más remoto de la caverna, a la derecha, lejos de la aglomeración de gente que había en la plataforma de la orquesta.

—Quizá por ahí.

Brüder asintió.

—Opino lo mismo.

Comenzaron a recorrer entonces la ramificación de la derecha, alejándose del concierto y adentrándose en las profundidades del palacio sumergido.

Mientras avanzaba, Langdon se dio cuenta de lo fácil que sería esconderse una noche en ese espacio sin que nadie se diera cuenta. Zobrist debió de hacer eso para grabar su video. Aunque, claro, si había tenido la generosidad de patrocinar una semana de conciertos, también podría haber solicitado un tiempo a solas en la cisterna.

«Ahora eso ya no importa».

Brüder apresuró el paso como si de forma inconsciente siguiera el tempo de la sinfonía, que se había acelerado y se había convertido en una sucesión descendente de semitonos suspendidos.

«El descenso al infierno de Dante y Virgilio».

Langdon examinó las paredes húmedas y musgosas que había a lo lejos, e intentó compararlas con las que había visto en el video. A cada nueva bifurcación de la pasarela torcían a la derecha, alejándose de la gente y adentrándose más de la caverna. En un momento dado, Langdon miró atrás y le sorprendió la distancia que habían recorrido.

Ya casi a la carrera, pasaron al lado de un grupo aislado de visitantes. A medida que se internaban en la zona más profunda de la cisterna, la cantidad de gente era cada vez menor.

Al poco, Brüder y Langdon estuvieron completamente solos.

—Todo tiene el mismo aspecto —dijo el agente—. ¿Por dónde empezamos?

Langdon compartía su frustración. Recordaba el video, pero no reconocía nada de lo que veía.

Se iba fijando en los letreros informativos que había por la plataforma: Uno se refería a la capacidad de ochenta millones de litros de la sala. Otro señalaba una columna despareja que había sido saqueada de un edificio vecino durante su construcción, y en la que podía verse el símbolo de las Lágrimas del Pavo Real, derramadas por todos los esclavos que habían muerto durante la construcción de la cisterna.

Pero fue un letrero con una única palabra el que hizo que Langdon se detuviera de golpe.

Brüder también se paró y se dio la vuelta.

—¿Qué sucede?

El profesor señaló el letrero.

En él, acompañado por una flecha que indicaba su localización, se leía el nombre de un infame monstruo femenino; una de las temibles gorgonas.

MEDUSA →

Brüder leyó el letrero y se encogió de hombros.

—¿Y qué?

A Langdon el corazón le latía con fuerza. Sabía que la Medusa no era solo el espantoso espíritu con serpientes en lugar de cabello que convertía en piedra a todo aquel que le miraba a los ojos, sino también un prominente miembro del panteón griego de los espíritus subterráneos. Una categoría específica conocida como monstruos ctónicos.

Adentraos en el palacio sumergido…

pues aquí, en la oscuridad, el monstruo ctónico aguarda

«Nos está señalando el camino», cayó en la cuenta Langdon y, siguiendo los letreros que indicaban dónde se encontraba la Medusa, empezó a correr por la zigzagueante pasarela. Brüder apenas podía seguir su paso. Finalmente, llegó a una pequeña plataforma cercana a la base de la pared que había más a la derecha de la cisterna.

La visión que tenía delante era sobrecogedora.

Del agua emergía un colosal bloque de mármol tallado: la cabeza de la Medusa y su cabello de serpientes retorciéndose. El hecho de que estuviera colocada boca abajo hacía todavía más extraña su presencia.

«Invertida como los condenados», pensó Langdon, y recordó el Mapa del infierno de Botticelli y los pecadores cabeza abajo del Malebolge.

Brüder llegó a su lado casi sin aliento y se quedó mirando la Medusa invertida sin entender nada.

Langdon sospechaba que, originalmente, esa cabeza tallada que se utilizaba como base de una de las columnas debía de haber sido saqueada de algún otro sitio y se debió de utilizar aquí como un elemento de construcción barato. La posición de la Medusa se debía sin duda a la creencia supersticiosa de que la inversión le arrebataría sus poderes maléficos. Aun así, Langdon no pudo evitar verse asaltado por una incesante colección de pensamientos.

«El Inferno de Dante. El final. El centro de la Tierra. Donde la gravedad se invierte. Donde lo que está arriba pasa a estar abajo».

Tuvo un presentimiento y aguzó la mirada a través de la neblina rojiza que rodeaba la cabeza esculpida. Gran parte del cabello de serpientes de la Medusa estaba sumergido bajo el agua, pero sus ojos quedaban por encima de la superficie y miraban a la izquierda.

Con miedo, Langdon se asomó por la baranda y volvió la cabeza para seguir la mirada de la estatua hasta un rincón del palacio sumergido que le resultó familiar.

Lo supo al instante.

Ese era el lugar.

La zona cero de Zobrist.

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