Inferno

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Capítulo 97

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Sienna Brooks permanecía encorvada sobre el volante de la lancha robada. Robert Langdon la miraba fijamente e intentaba encontrarle un sentido a lo que acababa de ver.

—Estoy segura de que me odias —dijo Sienna sollozando y con los ojos llorosos.

—¡¿Odiarte?! —exclamó Langdon—. ¡Ni siquiera tengo la menor idea de quién eres! ¡Lo único que has hecho ha sido mentirme!

—Ya lo sé —dijo ella en voz baja—. Lo siento. Solo intentaba hacer lo correcto.

—¿Propagando una plaga?

—No, Robert, no lo entiendes.

—¡Claro que lo entiendo! —respondió Langdon—. ¡Entiendo que te has metido en el agua de la cisterna para romper la bolsa de Solublon! ¡Querías liberar el virus de Zobrist antes de que nadie pudiera contenerlo!

—¿Bolsa de Solublon? —Un destello de confusión fue perceptible en los ojos de Sienna—. No sé de qué estás hablando. Robert, fui a la cisterna para detener el virus de Bertrand. Mi intención era robarlo y hacerlo desaparecer para que nadie pudiera estudiarlo, ni siquiera la doctora Sinskey y la OMS.

—¿Robarlo? ¿Por qué no querías que lo encontrara la OMS?

Sienna respiró hondo.

—Hay tantas cosas que no sabes, pero ahora ya da igual. Hemos llegado demasiado tarde. Nunca tuvimos la menor oportunidad.

—¡Claro que la teníamos! ¡El virus no se iba a propagar hasta mañana! Esa fue la fecha que escogió Zobrist, si no te hubieras metido en el agua…

—¡Robert, yo no he liberado el virus! —exclamó Sienna—. Cuando me he metido en el agua he buscado la bolsa, pero ya era demasiado tarde. No había nada.

—No te creo —dijo Langdon.

—Ya lo sé. Y no te culpo. Quizá esto te ayude —metió la mano en el bolsillo, sacó un folleto empapado y se lo arrojó a Langdon—. Justo antes de meterme en la laguna he encontrado esto.

El profesor lo agarró y lo desplegó. Era un programa de las siete representaciones de la Sinfonía Dante.

—Fíjate en las fechas —dijo ella.

Langdon lo hizo. Y luego volvió a hacerlo otra vez, desconcertado. Por alguna razón, había creído que la representación de esa noche era la inaugural; la primera de las siete programadas para atraer gente a la cisterna infectada. Ese programa, sin embargo, indicaba otra cosa.

—¿Hoy era la última noche? —preguntó Langdon, levantando la mirada del papel—. ¿La orquesta ha estado tocando toda la semana?

Sienna asintió.

—Me he quedado tan sorprendida como tú —se quedó un momento callada. Su expresión era sombría—. El virus ya se ha propagado, Robert. Lo hizo hace una semana.

—Eso no puede ser cierto —contestó Langdon—. Mañana es el día. Zobrist incluso hizo una placa con la fecha.

—Sí, he visto la placa en el agua.

—Entonces sabrás que estaba obsesionado con que el día fuera mañana.

Sienna suspiró.

—Robert, conocía bien a Bertrand, mejor de lo que te he dado a entender. Era un científico, una persona orientada a los resultados. Ahora me doy cuenta de que la fecha de la placa no es la de la liberación del virus. Es otra cosa, algo más importante para su objetivo.

—¿Y eso es…?

De pie en el bote, Sienna se lo quedó mirando fijamente y dijo con solemnidad:

—Es una fecha de saturación global; una proyección matemática del día en el que su virus se habrá propagado por todo el mundo y habrá infectado a toda la población.

Esa perspectiva provocó un estremecimiento en Langdon y, sin embargo, no pudo evitar la sospecha de que Sienna mentía. Esa historia contenía un fallo crucial, y ella ya había demostrado que era capaz de mentir sobre cualquier cosa.

—Hay un problema, Sienna —dijo, mirándola—. Si esta plaga ya se ha extendido por todo el mundo, ¿por qué la gente no está muriendo?

—Porque… —comenzó a decir. Se le había hecho un nudo en la garganta y sus ojos volvían a estar llenos de lágrimas—. Bertrand no creó una plaga. Creó algo mucho más peligroso.

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